14: Es mi culpa. Y lo siento.
La llamada de Zoe fue precisa: organizó una cena con una misteriosa razón por delante y quería que tanto papá como yo asistiéramos. Claro que me negué al instante, pero John ya había dado su veredicto; un mohín sin siquiera sacar la mirada de su teléfono mientras bebía de su café. Yo no podía decirle que no a mi hermana que, me recordé un par de veces, amo con locura. Y por supuesto que fue por eso y no porque una mujer volvió a joderme. Como si fuese una novedad.
No dio más detalles además de que sería semi formal y que todos nuestros amigos estarían, porque tenían algo importante que anunciar. La llamada finalizó y proseguí a levantarme de la mesa en la que estábamos solo papá y yo. Pensaba en entablar una conversación pero él acabó metido en su celular y yo acabé donde siempre. Ya no hace falta repetirlo, siempre acabo ahí. Con él.
— ¿Hijo?
— ¿Uh?
— ¿Estás bien?
Frunzo mi entrecejo riendo. Sacudo la cabeza apoyando mi hombro de la pared al inicio de las escaleras.
— ¿Sí? ¿Por qué no lo estaría?
—No, no. No es por eso —deja su celular en la mesa junto a su taza de café para ponerse de pie y caminar hacia mí. Es agradable verlo siempre bien vestido, con sus pantalones caqui y camisas de vestir arremangadas hasta los codos—. Es sólo que te he visto algo diferente.
— ¿Qué hay de diferente, pá? —bufo otra risa—. Uhm... ¿Me ha crecido el cabello? ¿Estoy más alto, más robusto? ¿Qué es?
—No hablo de forma física —mueve sus manos—. Es como si estuvieses más feliz, ¿entiendes? Y no digo que sea algo malo, es que te conozco. ¿Hay algo de lo que quieras hablarme, hijo?
Lo miro con atención, paralizándome. Feliz. Feliz. Feliz. No importa cuántas veces lo repita, siempre será una palabra pequeña para un sentimiento tan grande.
Feliz. Felicidad. Feliz.
—Es porque... —río encogiendo mis hombros, le resto importancia. Camino hasta tomarlo de los hombros y deposito un beso en su frente, entonces vuelvo a reír—. No es nada, papá. En serio. Es que el trabajo está yendo de maravilla. Los bonos del señor Cranberg me están ayudando y ya casi tengo el primer año de la carrera. Dentro de poco me apuntaré a varias universidades y espero poder ser aceptado en alguna. Es todo.
Me observa hasta que ríe y nos envuelve en un fuerte abrazo fraternal.
—Pues estoy orgulloso de ti. De verdad.
—Claro. Me iré a duchar antes de que largues el llanto.
Lo suelto y él ríe de nuevo regresando sus pasos a la mesa. A mitad de las escaleras lo oigo gritar mi nombre, me regreso.
— ¿Para cuándo el amor, hijo?
—Hoy no estás en tu mejor escenario de padre, ¿cierto? —contesto en seguida, casi puedo ver su asombro—. A veces la presión no es buena, querido John. No te conviertas en la abuela. Por cierto, deberías llamarla.
Guiño un ojo y corro escaleras arriba, dejando la confusión plasmar su rostro. Me he salvado de una grande. Una grande que me ha jodido en menos de diez segundos. Agua fría, tres horas restantes para la dichosa cena, Alice no me ha necesitado en los últimos días y el avellana no está para resolver mi creciente problema allá abajo. Problema que no me apetece resolver por mí mismo pero que al parecer tendré.
Hay mucho por hacer.
*
La cena transcurre con tranquilidad. Mi familia parece contenta, Abigail luce feliz a un lado de Brendon, su nuevo novio, amigo de Dallon, y resulta que el propósito de ésta cena es una gran buena nueva: Nathan le ha propuesto matrimonio a Brad, y éste ha aceptado. Mi hermana tenía sus razones bien guardadas. Me hizo recordar que debo hablar con él, pero no ahora. Sé que necesito escuchar el consejo de un profesional en la "industria gay". Lo del matrimonio es sólo una ventaja porque ¿quién mejor que el mejor amigo de mi hermana para tal cosa?
En algún momento le comentaré. Claro que sí. Ahora sólo debo dejarlo con su reciente compromiso y no invadir en su paz interior con mis problemas amorosos, que sin duda, sólo persisten y persisten. No sería algo justo, pero considero que debería hacerlo antes de que mis impulsos ganen; Cameron está justo frente a mí, luciendo mejor que nunca. Ojalá estuviese jodiendo, pero no, es en serio.
Estoy a nada de obligarlo a ir al baño del restaurante y devorarlo hasta el cansancio. Mientras tanto sólo me preocupo por ocultar mi erección y culpo silenciosamente a Dallon. Él es el que ha invitado a Kenny, y con él, Cameron. Es cuando agradezco que Alice no haya aceptado venir.
Ha vestido semi formal, y el hecho de que su cabello luzca diferente hace a mi estómago dar un vuelco. ¿Cuánto más se supone que debo ocultar lo mucho que este hombre me encanta? Maldición. Cuando se enoja, cuando se ríe, cuando sólo calla o cuando simplemente no para de hablar. Sus gustos, su jodida forma de ser, el hecho de que siempre tenga algo para decir y que muy pocas veces se guarde algo. Estoy enamorado de Cameron, y no hay nada que pueda cambiar algo como eso.
—Keith —doy un respingón ante la voz de Zoe. La veo reír pero se detiene cuando se percata—. Ya nos vamos, ¿piensas quedarte?
Miro a todas partes, ya no hay nadie en la mesa a excepción de papá, Abi, Nathan, Dallon, Kenny y Zoe. Giro a mi frente y ah sí, ahí está Cameron mirándome agraciado con su ceja alzada.
—Yo... Saldré. Sí. Con Cameron —me levanto de la silla bajo la mirada de todos, me dirijo a él—. Necesito que me acompañes a un sitio, ¿podrías?
El castaño balbucea ante la sorpresa, intento sonar casual. Creo que no lo logro, pero él asiente.
— ¿No es necesario que vayamos con ustedes? —giro para encarar a Nathan a un lado de mi cuñado, entonces Abigail y Zoe aparecen a sus espaldas.
Sus expresiones se me hacen ilegibles, pero me doy cuenta de algo: éstos hijos de sus hermosas madres ya saben algo, y yo no sé cómo sentirme al respecto. Disiento enseguida, aun con Cameron confundido a mi derecha.
—No, no es necesario, Nath. Tú necesitas disfrutar de tu compromiso y Dallon necesita llevar a Abi a casa para que ella y ponquecito descansen —acaricio el vientre de la ojiverde que me sonríe. Mis palabras salen de ninguna parte exactamente, de la nada mis acciones son más rápidas que mis pensamientos. Sólo sé que quiero salir de ahí lo antes posible, y con él. Caminamos fuera del local, con el resto a nuestras espaldas.
—Dame las llaves de tu auto —susurro a Cameron.
— ¿Qué?
—Las llaves de tu auto, dámelas.
— ¿Para qué?
—Confía en mí, sólo dámelas.
Extrañado tantea sus bolsillos y me entrega las llaves. Giro sobre mis talones lanzando un silbido que capta de inmediato la atención de Dallon. Tiro las llaves por el aire, sonriendo cuando las atrapa en sus manos.
— ¡Llévate el auto de Cameron, nos vamos en mi moto!
— ¡¿Eres idiota?! —masculla el trigueño en dirección a dónde han caído las llaves—. ¡Keith!
Ignoro casi de manera olímpica sus quejidos. Devuelvo el guiño que me envía mi cuñado y comienzo a caminar en dirección a mi motocicleta. Esto está resultando muy bien como para ser algo improvisado. Luego de despedirme tanto por mí como por Cameron, ellos desaparecen. Y hasta cuando estamos frente a mi moto, él no ha dejado de gruñir y mascullar cosas que para mí no tienen coherencia.
—No me subiré a esa cosa.
Suspiso con pesadez, no lo escucho. Le lanzo el casco viéndolo dar un respingón cuando lo toma. Lo tira de vuelta a mí.
—Dije que confiaras en mí.
—Confío en ti, pero detesto éstas cosas, ¡y ni siquiera sabes por qué!
—No lo haces, de hacerlo ya estarías arriba.
— ¡¿Qué parte no comprendes?!
—Escucha, ¿por qué no me dices por qué te aterran las motocicletas mientras subes a ésta? Tampoco es como si tuvieses opción, Dallon se llevó tu auto.
El sobrenombre que le he dado sale a flote cuando se cruza de brazos y comienza a resoplar. Para cuando comienza a inflar sus cachetes ya yo estoy sobre la moto y le tiendo nuevamente el casco. Lo toma a regañadientes y hace el intento por subir. Toma mis hombros con fuerza.
—Si muero y tú vives, pagarás mi funeral. Me haré amigo de Kurt Cobain y hablaré mierda de ti.
— ¿Y qué si yo muero y tú vives?
—Joe Trohman no tocará la guitarra sobre tu ataúd, yo lo haré. Por imbécil.
—Puedo con eso.
—Haré el peor solo de guitarra del mundo. Querrás venir a tirarme de los pies en las noches.
—Sería un honor.
—Y romperé la guitarra contra el ataúd. Con una canción de Slipknot de fondo.
—Alabado sea.
Enciendo la moto y el crujido hace que incruste sus dedos a mis hombros. No me río, por más que quiera.
»Ponte el casco y deja de llorar, ¿quieres?
Me remeda, pero me hace caso. Cuando arranco sólo siento sus manos sobre mis hombros. Parece realmente aterrado, como el niño que es. Ya que todo ha salido improvisadamente, debo pensar en un lugar al qué acudir, y no me toma mucho. En ningún momento pasa como en las películas, Cameron no suelta mis hombros y sube sus brazos para lanzar un aullido de libertad y felicidad, se mantiene en la misma posición por esos quince minutos de viaje y al llegar se baja con desesperación. Me tira el casco.
—Te odio por haberme hecho subir a esa cosa, pero ten por seguro que te odio mucho más por el hecho de que tendré que volver a subir para cuando tengamos que regresar.
Apenas y puedo comprenderle, pero sólo me preocupo por reír cuando no respira adecuadamente. Bajo del vehículo una vez lo apago y sobre el asiento dejo mi amada chaqueta. Abro mis brazos, sintiendo la fresca brisa de Malibu alborotar mi cabello. Planeo cortarlo pronto.
—Lamento haberte traído aquí de noche, por las tardes es mucho mejor. El atardecer y la mierda, ya sabes. Zoe me había comentado que Dallon la trajo aquí por su cumpleaños la última vez, y por casualidad ya yo había venido antes.
Llega a mi lado pareciendo más tranquilo, lo cual es bueno. Y ha dejado su chaqueta junto a la mía. Es tarde por lo cual no hay nadie, hecho curioso, pero no llama mi atención del todo. Disfruto los momentos a solas junto a él.
— ¿Me trajiste a Malibu para observar la ciudad desde uno de los puntos más altos y así hacerme olvidar que casi me matas?
— ¿Qué puedo decir? Me descubriste.
Ambos reímos, y como siempre, debo quitar la mirada antes de que lo note porque "los amigos no se quedan mirando como si estuviesen enamorados". Firmado y pautado por mí. Nunca llegará el momento en donde pueda observarlo con toda la libertad que me merita.
—Estoy feliz por Nathan y Brad —me dice apoyando sus codos de la baranda—. Es bueno que consideres a los amigos de tu hermana tus amigos también. Digo, no suele pasar mucho, pero debe ser agradable. Abigail es como tu hermana sólo porque en algún momento pasó de ser la mejor amiga de Zoe a ser su hermana, al igual que Nathan. Me recuerda mucho a Alice-
—Niño, ya deja de enredarte a ti mismo, por favor —suelto una risa—. Comprendo, y sí, tienes razón, es agradable, pero no es necesaria tanta palabrería.
—Lo siento —imita mi risa—, es que todo de la nada se ve bien, ¿entiendes? Todo... Sólo está bien.
Sonrío cuando sonríe. Mi pecho se contrae y la corriente eléctrica aparece. Una vez Dallon me dijo que amaba ver a Zoe porque lo hacía feliz, porque se enamoraba a medida que la veía todo el tiempo y que gracias a eso no podía dejar de verla. Y todo por un intento de consejo. Al momento no lo comprendí, pero ahora lo hago. Es difícil despegar la mirada de algo que te llena, que te hace sentir pleno y bien.
— ¿Me dirás? ¿O tengo que rogarte por que me digas?
—No —se ríe—, iba a decírtelo, pero entonces pasó la cena y luego casi me matas y ahora estamos aquí —me hace reír—. Hablé con mamá.
— ¿De verdad? —alzo ambas cejas—. ¿Qué te dijo?
—Sólo hablamos y... Se preocupó por mí. Me preguntó sobre mi trabajo y algunas otras cosas. Hablé con mi sobrino, y fue reconfortante saber que me recuerda. Mi hermana, todos están bien. Y me sentí de maravilla, Keith. De hecho también quería agradecerte.
— ¿Agradecerme? No recuerdo haber hecho nada, niño.
—Ya lo sé, pero es extraño. Tengo como esa extraña necesidad de querer agradecerte. Siento que influenciaste. Nadie además de Alice sabe qué exactamente pasó con mi familia y es algo bastante personal, y tú lo sabes todo, y es... Irónico porque hace menos de tres meses apenas te conocía e incluso te odiaba, pero —ríe lacónico. Se encoje de hombros—. Gracias.
— ¿Recuerdas? —carcajeo por lo bajo—. Probablemente nunca me odiaste, jamás lo hicimos. Sólo creíamos hacerlo pero ahora todo está bien —nos miramos por un momento en el que hacemos silencio. Estira sus comisuras, yo también—. Y de nada.
Él no dice nada, sólo asiente y mira al océano ante la ciudad. No me toma mucho pensar en varias cosas, sacar un par de rápidas cuentas y llegar a una conclusión. Una conclusión loca, y que sólo en un caso extremo tomaría en cuenta. Considero esto uno de esos casos. Antes de siquiera conjugar bien las palabras, ya estoy formulando:
—Vayamos a Canadá.
— ¿Qué? —de inmediato frunce su ceño y abre sus ojos, casi con terror.
—Eso. Vayamos a Canadá.
—Hablamos, pero jamás llegamos a un acuerdo. Ya te lo dije; no podemos cubrir los gastos de-
—Va por mi parte. Los bonos que me está dando mi jefe son una ayuda y la verdad-
—Keith, ¡son tus estudios!
— ¿Y eso qué? Mira, tú pones una parte y yo otra, podemos reunir un par de meses a partir de ahora y a mediados del año que viene estarás viajando a Canadá.
Él ríe con ironía por lo bajo. Debo estar loco, pero he pasado más de cinco años sin una carrera y no me va mal. Esto no será nada. Se trata sobre él. Y él...
»Tú lo mereces, niño. Así como yo tengo a mi familia, tú puedes tener la tuya. Sin adversidades. No lo pienses demasiado.
—No —sacude su cabeza sin quitar la sonrisa—. ¿Por qué lo haces?
—... Te lo mereces.
—No. Yo estoy bien. No hagas ninguna locura, Keith. Está bien si crees que lo merezco y es todo bonito de tu parte o lo que sea, pero es dinero que tú necesitas. No voy a permitir algo así, y no insistas más porque negaré a toda costa. Nos quedamos en Tampa.
Suspiro exasperado. No le discutiré. Pero tampoco me quedaré de brazos cruzados. Si no me molesta es por algo. Si quiero hacerlo es por algo. Y quiero decírselo, pero no lo hago.
—Nos quedamos en Tampa —concedo tras asentir. Tampoco dice nada, hasta que se percata de que lo he quedado mirando por mucho tiempo nuevamente. Luego me percato yo y giro enseguida. Me maldigo presionando mi mandíbula.
— ¿Qué?
— ¿Qué de qué?
—Me miraste, ¿qué pasó?
Bendita sea mi habilidad para sacar cosas que decir de donde no las hay.
—Estaba pensando en que me agradeciste, y que yo también siento algo igual. Me refiero a la extraña sensación de agradecimiento. Papá está feliz, mis hermanos, mi sobrino —enconjo un hombro—. Están felices porque yo estoy feliz.
—Uh. Entonces, ¿me agradeces?
—Te agradezco, sí —nos miramos nuevamente—. Pero también me disculpo. Me disculpo por haber roto tu pierna, haber alterado tu paz interior, haber jodido tu paciencia, ponerte un sobrenombre ridículo y casi destruirte el culo al principio, y luego todas las veces después.
Sonrío mirando mis zapatos. Debo mantener mis impulsos. Debo mantener mis malditos impulsos. Él se ríe.
—Está bien, grandulón. Ya aclaramos eso. No te voy a pedir disculpas por casi haberte destruido a ti anoche. Eso sí que no.
Hemos quedado de frente y mis manos pican. Debo pasar mis palmas sobre mi jean. Las ganas de querer hacer migas todo a mi paso vuelven, así como mis ganas de besarlo. Quiero besarlo.
Y luego de que compartiéramos otra risa más, doy dos pasos hacia el frente y lo hago. Lo beso. Lo beso con parsimonia. Lo beso de la manera en la que he querido hacer por un tiempo. Ahueco el espacio bajo sus orejas con ambas manos y succiono con lentitud su labio inferior. Él se paraliza, queda gélido ante la sorpresa de mis labios contra los suyos. Es un beso genuino, apenas si mi lengua roza la suya él corresponde el beso tomando mis codos, luego desliza sus manos hasta mis muñecas y ahí descansan.
Lo beso de la única manera en la que he llegado a besar a una sola persona en mi vida, y no es suficiente, porque nada se compara. A aquella persona la quería, de verdad lo hacía. Pero Cameron es diferente, en todos los aspectos.
Y por primera vez; no siento miedo.
Parece desconcertado cuando me separo y hacemos contacto visual. No puedo aguantar mis impulsos.
—Keith... —su voz tiembla. No estoy respirando, inspiro con fuerza sacudiendo mi cabeza. Mis manos caen sobre la baranda de metal, dejándolo sin salida.
—Escucha-
—Keith-
— ¡No, escucha! Tú... Me haces feliz, ¿está bien? —ahogo una risa—. Todo este tiempo, tú... Lo intenté, Cam, lo intenté. Intenté darte tu espacio, intenté no estar ahí, intenté hacer que todo se quedara en su lugar, yo... No pude.
A medida que voy hablando mi pecho duele. La picazón en mis manos ya no interesa, mis piernas están temblando. Todo gracias a él. Ya nada importa, sólo él.
»Pensé en alejarme, pero no quería. No quiero. Y esto es ilógico porque parece que estoy desesperado, pero sólo quiero que sepas que está bien. Está bien que me odies, está bien que ya no quieras verme, o si decides mudarte a otro país, lo que sea. Sólo... Está bien.
—Keith, ¿de qué estás hablando?
Siento que en cualquier momento explotaré. Mi garganta arde, mi espalda suda, mis piernas casi no se sienten y la cabeza me da vueltas.
—Te amo.
El nudo se desata. Mis manos abandonan lentamente la baranda y creo que no fue una buena decisión, apenas si puedo mantenerme de pie, pero no lo dejo de mirar en ningún momento. Y cuando su expresión cambia de una de estupefacción absoluta a una de enojo absoluto, sé que lo he arruinado todo y que yo mismo he firmado mi sentencia.
Pero soy tan idiota que continúo.
—Yo... Me enamoré de ti. Sin querer. Sin culpa. Soy un imbécil.
—Lo eres —murmura asintiendo—. Eres... Lo eres.
—Cam, por favor-
— ¡No me llames así, mierda!
Su grito me hace dar un paso atrás, asustándome de la nada. Él camina a paso firme hasta bajar de la acera y quedar frente a la moto. Con desesperación pasa sus manos por su cabeza y su rostro.
» ¿Cómo...? —jadea—, ¿cómo se te ocurre? ¿Cómo...? —jadea una risa que, a pesar de todo el viento, puedo escuchar a la perfección.
—Sólo pasó.
— ¿Sólo pasó? Sólo pasó. ¡Sólo pasó! —comienza a reírse, y con cada brote de risa se lleva un pedazo de mí, y lo veo pisotearlo con todas sus ganas—. ¡¿Qué mierda pasa contigo?! Te lo dije, Keith, te lo dije. Nada de sentimientos, ¿y ahora me vienes con esto? No me jodas. Dios.
Presiono mi mandíbula con fuerza. No voy a llorar. No frente a él. No le voy a dar el gusto. Ni porque me esté destruyendo. No lo haré aquí ni ahora.
» ¿Tienes idea de todo el tiempo que me has hecho perder? ¡Con razón querías pagar los boletos a Canadá! ¿Era por esto verdad?
Su risa me lastima. Todo él esta lastimándome justo ahora. Y no estoy haciendo nada para detenerlo.
»Sabía que no debía meterme contigo desde un principio-
— ¡Pero lo hiciste, hijo de puta! —mi grito sale desgarrador. Mueve sus manos con desesperación.
—Sí, lo hice. Lo hice. Por idiota, por gilipollas. Esto es un error. Tú eres un error. Pude haberme ido a un burdel si quería, pero no, tenías que estar tú ahí como el maldito maricón de mierda que eres.
No reacciono. Ni por un milisegundo. Estoy tan enfadado y dolido que podría estrellarlo contra el pavimento y luego lanzarlo por el barranco hasta el océano. Pero no puedo, no lo hago, no lo toco. Sólo lo miro mientras me humilla y destruye.
Le asiento.
—Sí... Tienes razón. Tienes toda la razón. Y me disculpo, Cameron. De verdad. Lo siento. No debí... No debí hacerlo, fue mi error. Lo acepto.
Él respira con irregularidad, sin saber qué hacer ahora. Yo sigo petrificado en mi lugar, ido. Y es que no miento, tiene razón. Esto jamás debió haber pasado, y todo es mi culpa.
Es mi culpa haberme enamorado de la persona menos indicada. Es mi culpa haber continuado con algo que sabía que me lastimaría. Es mi culpa haber sido tan masoquista. Es mi culpa por haber visto algo que, realmente, nunca estuvo ahí.
Es mi culpa. Y lo siento.
—Llévame a casa. Ahora.
No digo nada, en silencio subimos a mi moto y en silencio duramos todo el viaje hasta llegar a su casa. Siquiera me he estacionado bien cuando ya me está tirando el casco bruscamente. Y sin parpadear me dice:
—No te quiero volver a ver nunca más.
Entonces se aleja y entra a su casa. Me quedo mirando el casco hasta que decido que es momento de irme, no pienso, mi mente está en blanco. Cuando llego a casa papá está dormido en el sofá. Dejo mi chaqueta en la entrada y prosigo a cubrir su cuerpo con una manta. Luego apago la televisión que ha dejado encendida y le doy una última mirada antes de subir a paso lento a su habitación.
Después de buscar un rato consigo la última foto que nos tomamos con mamá, en familia. La observo un rato sentado sobre la cama. No lloro. Porque me dijo una vez que no le gustaba verme llorar. Fue precisa con sus palabras, y yo le creí. Mamá tenía una voz preciosa. Era carismática y persuasiva. Ella podría venderle condones al Papa si así quisiera. Y extrañarla era indudable. Ella sabría cómo manejar esto.
Ella lo sabía todo. Y por esta vez, sólo por esta vez, quisiera estar con ella justo ahora.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro