Epílogo. Erling
Jodidamente serio, camino por el medio del almacén de Coldum. Sentía gritos más próximos a cada paso que daba, pero sabía cómo funcionaba esto y no me asustaba.
Crucé el umbral de la puerta más estrecha que conducía al pequeño infierno de Coldum. El dueño de dichos gritos finalmente fue revelado y yo, me siento en el lugar de Coldum a esperar por la culminación de su cometido.
El dueño de la banda más temible del pueblo y que en estos años he escuchado que se ha expandido en gran medida dominando también la ciudad, me observa desde su posición de verdugo.
Termina el trabajo, salpicando mi traje de sangre de paso.
―El jefecito vino a los suburbios ―comenta antes de hacer una reverencia ridícula―. No tengo whisky, pero sí cervezas. ¿Una?
―Que sean dos, que nos pasaremos algún tiempo aquí ―aseguro y él se mueve hacia el rincón donde está ubicado un frigorífico.
Me quito la chaqueta con algunas manchas de sangre y la dejo en el espaldar de la silla.
― ¿Qué necesitas? ―pregunta―. Acuérdate que tú siempre fuiste el trabajador con deseos de progresar y yo el vago que buscaba el dinero fácil mediante la mala vida. Hoy tú eres el empresario prestigioso y yo sigo siendo el bandido. Si vienes a visitarme es porque necesitas un trabajo sucio.
Coldum y yo andamos juntos desde niños. Sí, como lo dice, siempre ha estado de lleno en la mala vida. Sin embargo, mientras estuve aquí, mantuve contacto con él, incluso nos reuníamos a veces. Dos personas no tienen que ser iguales o tener los mismos intereses para ser amigos. Él con sus metas, yo con las mías y jamás hemos tenido un problema.
Desde que arribé a Nueva York, perdí contacto con él; pero sí, hoy necesito del bandido.
―Tienes razón ―señalo―. Necesito de tu ayuda, pero el trabajo sucio esta vez lo haré yo.
Su rostro no muestra asombro, tampoco una pizca de duda.
―Me hubiese quedado muy decepcionado de ti, si tú no cobrarías a tu cuñado el haber tocado a tu chica ―comenta―. Lo sé todo, así como donde está escondido. ¿Lo quieres aquí?
―Sí, lo quiero justo ahí ―señalo al hombre que yacía suspendido del techo muerto―. Y alguien que juegue a su nombre y pierda todas las malditas veces que pueda.
Tomé de mi cerveza y esperé con paciencia a que Coldum hiciera una llamada.
― Cómo buen empresario siempre quieres cobrar ¿verdad?
―Sí, me las cobro todas.
Y sí, no había nada en esta vida que se me quedara en deuda. A nadie dejaba que me debiera nada.
Le cobré a mi chica la que hizo y le cobré y cobraré a quién hace.
Flashback
― ¿Para qué soy bueno? ―preguntó Mark, hermano de Matteo. Es muy joven aún, pero tiene un talento nato para inmiscuirse en las computadoras. Dice que no es un hacker, que solo sabe entrar a donde quiera y listo. Sin embargo, llamase como se llamase, necesito que haga un trabajo.
―Necesito devolver un favor ―comento―. Afectar el actuar de una empresa.
―Entiendo ―expresó―. Ataque DDoS.
― ¿Denegación de servicios? ―cuestioné. Escuché una vez de esa práctica. Sin embargo, vamos a afectar de igual forma sus ventas―. Vamos a manipular los datos de ventas, inventarios o clientes para que provoque pedidos erróneos, pérdidas de inventarios y disminución en la confianza del cliente.
―Es un hecho. Dame los datos de la empresa y permíteme trabajar.
―Tienen a alguien que controla un gran número de hackers…
―Ya lo dije, no soy yo un hacker, no pertenezco a ningún grupo, ni respondo a nadie. Solo me meto donde quiero sin dar parte a nadie, sin ser descubierto por nadie.
Llegan dos hombres con mi ex cuñado y tras deshacerse del cuerpo que hay, lo suspenden a él mediante
Remango las mangas de mi camisa blanca hasta los codos y camino despacio hasta él.
―Te dejamos el regalo a tu cuenta ―escucho a Coldum antes de salir.
―Necesito un cuchillo ―le digo y él me extiende uno.
―Mi guerrero, cuídalo, que ese me ha acompañado hasta más que tú.
Me sitúo delante de él, mirando su rostro que grita miedo. Esto me provoca más genio del que ya tengo cuando lo veo.
Aún recuerdo cuando ella dijo que había sido su hermano porque no le dio dinero. Quería salir a buscarlo en ese mismo instante, pero pidió que no le hiciéramos nada. Si le cobré sus fallas a ella, se las voy a cobrar a todo el que intente dañarla.
― ¿Te acuerdas de mí? ¿Verdad? ―indago moviendo el cuchillo en mis manos―. ¿Por qué no me pediste quinientos mil a mí? ¿Por qué no esperaste a verme en ese taller para lucirte con el cuchillo?
―Ella debe pagar el tiempo que la tuvimos en casa, aún cuando era una bastarda ―dice.
Con la punta del cuchillo marco en su piel la palabra bastarda.
― ¿Qué más crees que es ella? ―cuestiono.
―Zorra ―responde y sigo marcando la palabra en su piel.
Se queda callado cuando coloco la punta del cuchillo en su abdomen.
― ¿Qué más? ―demando autoritario y él no dice nada―. Ahora mismo alguien está jugando a tu nombre.
Mi teléfono suena, lo saco del bolsillo y observo el mensaje de Coldum.
Va perdiendo quinientos mil.
―Zorra, es como te van a decir a ti cuando te atrapen por tu gran deuda y te follen. Bastarda es la palabra que recordarás entonces, cuando ni el que tú seas legítimo de tu padre te pueda salvar ―digo―. Ya debes un millón de dólares.
― ¿Qué? ―grita―. Esta maldita puta nunca ha traído nada bueno en mi vida.
Puta, otra palabra que marco en su piel con la punta del cuchillo.
―Te aseguro que no se te olvidará más nunca que a esa puta no la toca nadie ―demando antes de encajarle el cuchillo en el abdomen.
Saco el cuchillo y tomo mi móvil para llamar a emergencias, informando de alguien herido.
―Siempre supe que tu carácter serio y recogido escondía muchas cosas malignas ―comenta Coldum entrando en la estancia y riendo.
―He llamado a emergencias ―informo―. Recojamos todo cuanto antes.
― ¿Qué propósito tienes?
―Matarlo ahora es fácil, pero él vivirá para pagar las deudas de su juego o morirá siendo la puta de alguien. Los del juego, estoy seguro que se divertirán mucho.
Con Coldum recogí todo y lo dejé sobre el piso esperando a emergencias. Coldum aseguró enviarme noticias.
Cuando voy camino a la oficina, Elkin me pide que nos reunamos en Frisson Espresso.
―Tú dirás, Elkin ―comento sentándome frente a él.
―Lamento lo que te dije en el hospital ―dice―. Sé que la has cuidado, pero, también le hiciste daño…
―Daños internos, sí, como los tuve yo ―lo interrumpo―. Pero, tú y yo hablamos más de una vez de este tema Elkin. Tú sabes la verdad, que me ocultaba hasta a mí mismo y es que, yo siempre la cuidé y vigilé de lejos. No soy padre, pero puedo entender tu posición, más, no aceptar que me culpes por algo que no provoqué yo.
― ¿Por qué tienes la camisa así? ¿Qué hiciste? ―cuestiona y es hasta ese momento en que me doy cuenta de la mancha roja en la camisa.
―Cobrando malos actos a ex parientes ―comento.
Él entendiendo perfectamente, asiente.
― ¿Qué intenciones tienes con mi hija ahora? ―indaga.
―Las más perversas ―aseguro.
― ¿Algún plan para el futuro? ―pregunta.
―Follarla ―respondo y Elkin me mira jodidamente serio.
―Estoy hablando seriamente.
―Yo también ―contesto.
―No voy a permitir que sigas jodiendo a mi hija, la enviaré lejos.
―No puedes hacerlo, porque aunque tú seas su padre, es mía ―declaro―. Solo falta el sí, para quitártela del todo.
―Acabo contigo Erling.
―No lo harás, viejo, porque también soy tu hijo.
Elkin pasa las manos por su cabeza y yo muestro una ligera sonrisa.
― ¿Le pedirás matrimonio? ―pregunta y asiento.
―No tienes de que preocuparte, la cuidaré más que a mí mismo.
―Lo sé. Siempre me generaste confianza chiquillo.
Tras el encuentro con Elkin, fui a la empresa. Después de llevar días con Siena velando su recuperación, me he ocupado solo de asuntos urgentes.
Abro la puerta de mi oficina y me encuentro con ella sentada en mi silla. Levanta la vista de los papeles que miraba y repara en mí.
La maldita camisa, joder.
― ¿Qué te pasó? ―pregunta levantándose veloz y caminando hacia mí.
―Un accidente en la calle, ayudé a cargar a los heridos ―comento con seriedad y sin titubear.
―Me estás mintiendo ―asegura zafando lo botones de la camisa y retirándola―. ¿Qué le hiciste?
―Nada que no mereciera ―manifiesto―. ¿Por qué no estás descansando?
― ¿Lo mataste? ―pregunta y niego―. Ya estoy bien, no necesito más descansos.
La observo sin hacer nada. He cambiado mi pensamiento con respecto a lo nuestro, pero sigo en la misma postura. No logro ser cariñoso o más apegado, como lo era antes.
― ¿Por qué no me lo diste tú con tus propias manos? ―indaga señalando la cajita que le regalé hace años ubicada sobre mi mesa.
Hoy en la mañana se la puse en la mesita de noche mientras dormía.
―Porque eso sería un acto romántico y yo no soy un tipo romántico ―apunto.
― ¿Qué eres?
―Solo un hombre que quiere joderte ―digo cerca de sus labios―, romperte en mil pedazos.
―Tengo una duda ―comenta bajando sus manos hasta mi cinto y zafándolo―. ¿Hablas de romperme en mil pedazos el corazón? ¿O hay más?
Baja la cremallera e introduce su mano por debajo del bóxer.
―No juegues conmigo…
―No lo hago. Te estoy permitiendo que lo hagas conmigo.
La tomo de las caderas y me muevo con ella encima de mí hasta depositarla sobre la mesa. Me acerco a su boca y paso de ella, besando su cuello y encima de sus tetas.
Su mano vuelve a mi verga, acariciándola con paciencia, alterándome a cada segundo.
Tiene una jodida capacidad de volverme loco, que me cabrea. Se vuelve inocente en cada acto, conjugando sus acciones con las de una fiera. Sabe como dominar, sin tener el control.
La he deseado en cada puta respiración, algo que no sabrá jamás.
Tomo el borde de su vestido y lo subo con impaciencia. La braga me estorba, así que la hago añicos. Bajo mi mano hasta su sexo y toco despacio mientras devoro sus tetas con mi boca.
Desde el día que la vi con las marcas que le hice me he vuelto un puto obsesivo con verle las tetas así.
Recorro la entrada de su sexo, torturándola, haciendo desear más que esto. Empuja las caderas hacia adelante queriendo buscar más, pero separo mi mano.
Saco mi verga y la coloco en su entrada. La muevo por el sitio antes de introducirme de una estocada en ella. Suelta un gemido alto, demostrando lo mucho que le gusta sentirme dentro y lo poco que le importa que la escuchen.
La embisto mientras agarro con una mano su nuca, aferrándola a mí. La miro a los ojos y esa mirada inocente que me dedica me hace querer azotarla. Mueve su cabeza queriendo besarme y muevo la mía ligeramente hacia atrás.
―Bésame ―demanda.
Me acerco a su boca, mientras las acometidas no cesan el ritmo. Se mueve ansiosa pero separo más mis labios.
Contrae su sexo y yo sigo en mi posición de no besarla y arremeter contra su sexo sin detención.
―Bésame ―exige y sigue en su juego.
Un reto en el que cada uno ejerce fuerza y ninguno de los dos está dispuesto a ceder.
―Pídelo ―ordeno cerca de sus labios y ella continúa intentando hacerme perder el control.
―Bésame ―ordena.
―No, así no es ―dejo claro y salgo de ella.
Me agarra las caderas con toda la fuerza que creo que tiene e introduce mi verga dentro de ella, veloz.
―He estado pidiendo y suplicando mucho. Ahora exijo que me hagas correr.
Por una vez, después de tanto tiempo, tenía el control ella.
La embestí con fuerza, queriendo romperla en mil pedazos en mis manos.
―Aún no tomo anticonceptivos…
―Lo sé ―la interrumpo.
Ya acepté que no puedo olvidarme de ella, que estoy jodidamente loco; ahora no quiero límites para el nosotros.
El orgasmo la hace temblar. Presiona sus muslos a mis costados y aferra sus uñas a mi piel mientras los gemidos se vuelven incontenibles. Intento controlarme, pero su orgasmo acaba llevándome a mí.
Me acomodo la ropa, ella también lo hace. Antes, me lanzaba otra vez a ella para dejarla en mis brazos; ahora no doy un paso.
Ella me observa y parece entender así que se acerca a mí.
― ¿Habías comprado el taller del pueblo? ―pregunta.
―Recién ayer se cerraba el negocio ―cuento―. Volveré a venderlo.
―No lo harás. No es mal negocio ―asegura.
―No, no lo es. Sin embargo, casi mueres en ese suelo.
―Pero no he muerto. Además ahí nos conocimos e hicimos muchas cosas.
―No.
― Puede que contrarresten producir autos y reparar autos en los negocios, pero nosotros ganaríamos por todos los sitios. Trabajemos juntos en ello.
Ese taller me enseñó sobre el trabajo y se volvió mi segunda casa. Me gustaba trabajar ahí, lo que simplemente el dinero de cobro no alcanzaba.
― Vamos ―demando tomándola de la mano.
Fueron muchas horas conduciendo, pero ella cantaba a todo pulmón y yo me entretenía observándola. En algún momento puse la mano en su muslo y ella se quedó callada. Recuperó la actitud al instante y sonrío.
Entrando al pueblo, me observó por segundos. Tal vez el hecho de venir conmigo a este sitio que nos vio crecer de esta forma le resulte extraño.
Llamé al antiguo dueño y tomé las llaves. Me informó de los autos y que reparación requerían. Me dirigí al armario donde había uniformes nuevos y tomé uno.
Fui hasta el primer auto y miré a todos los sitios buscándola pero no la vi.
Me moví veloz para encontrarla pero me la encuentro caminando por la acerca del frente. Cruzo mis brazos, observando con atención como me mira y sigue caminando.
Me giro a revisar el auto y cuando volteo mi rostro para la calle, ella pasaba otra vez mirándome.
―Ven aquí, ahora ―ordeno y ella mira hacia todos lados fingiendo asegurarse de que no es con nadie más.
―Quítate la ropa ―exijo cuando está frente a mí.
―Mejor que la primera vez ―dice.
―En ese armario hay uniformes, ponte uno.
―Me he equivocado ―dice antes de acercarse al armario.
Sigo revisando el auto hasta que siento pasos acercarse a mí. Muevo un poco la cabeza hasta que la logro ver. La camisa blanca le quedaba ajustada, el pantalón azul más ancho y los zapatos le quedan grandes.
― ¿Por dónde empiezo jefe? ―pregunta―. Por ver si el capó es resistente.
Pasaron cuatro semanas en los que fuimos a ese taller. El día lo compartimos en dos, las primeras horas en ECar solucionando asuntos y en la tarde en el taller. Ambos estaban en momentos óptimos. ECar había recuperado ya su posición y se trabajaban en nuevos modelos. El taller que nombramos ESR también estaba recibiendo gran cantidad de autos. Así que decidimos aumentar la red de talleres y contratamos a muchas personas. El sueldo es generoso para quién se esfuerza y todos los trabajadores se escogieron del pueblo.
No dejábamos de follar, pero ahora también teníamos intereses comunes. Mis demostraciones de afecto seguían siendo pocas. Aún trabajaba en ello.
La llevo al puesto de Franki. Ella no dice nada, pero prácticamente corre hacia la silla que se sentaba siempre.
―Romeo y Julieta, después de tantos años ―dice Franki―. ¿Lo mismo?
―Sirve mucho Franki, ella probablemente no le alcance con la misma ración ―demando.
No me equivocaba, come lo mío y lo de ella, sonriendo a cada momento. Es justo en este sitio donde me decepcioné de ella que me vuelvo a sentir jodidamente bien observándola siendo feliz.
De pronto tiene una arcada y corre varios pasos hasta que no aguanta más y vomita. Me acerco a ella en varias zancadas y termino agarrándole el pelo.
―He comido demasiado ―dice cuando se recupera.
Tomo su muñeca y tras pagarle a Franki la llevo a la farmacia próxima a comprar un test. Volvemos al taller y la llevo al baño para que realice la prueba.
―Espérame fuera ―pide.
―No, me quedaré aquí ―dejo claro―. Hazla. Ya te vi una vez, ya te he visto de todas las formas, así que deja los formalismos o la vergüenza.
Aplica la prueba y miramos ambos el resultado. No sé por qué demonios me emocionaba con esto. El resultado demoraba lo que yo no era capaz de aguantar.
Finalmente, negativo.
―Vamos al médico ―le digo―. No nos cuidamos y todas las pruebas dan negativo.
Ella no dice nada, así que me dirijo hacia el auto. En todo el camino de vuelta a la ciudad no dice nada. Antes de entrar a la clínica agarra mi mano:
―Si no puedo tener hijos, todo cambia ¿verdad?
―Sí ―respondo y ella parece triste―. Porque tendremos que iniciar un trámite para adoptarlos.
Antes de pasar a la consulta Siena me apretó la mano con fuerza.
―Tranquila ―le susurro y ella asiente con una sonrisa que no le llega a los ojos.
Nos encontramos con el ginecólogo-obstetra Becker. Tras saludar y formalmente nos indica que nos sentemos frente a él en dos butacas.
―Cuéntame Siena, ¿cuál es el motivo de la consulta? ―pregunta y ella suspira brusco.
―Llevamos semanas teniendo relaciones sin cuidarnos y todas las pruebas dan negativas.
El doctor asiente con comprensión.
―No te preocupes, Siena. Es un proceso que requiere paciencia. Te haré algunas preguntas para entender mejor tu historia médica y la de Erling.
El doctor pregunta sobre el historial reproductivo, los hábitos, enfermedades previas y algunas preguntas sobre mi fertilidad.
Después de la consulta, le hizo a Siena un examen físico. Recetó una serie de pruebas, incluyendo análisis de sangre, ultrasonido y prueba de fertilidad para ambos.
Una semana más tarde volvimos con los resultados de todas las pruebas. El doctor revisó los papeles con atención y asintió para él mismo.
―Las pruebas de fertilidad para ambos son normales. No hay problemas con la calidad de los óvulos, ni de los espermatozoides. El ultrasonido tampoco muestra anomalías en tu útero. Sin embargo, el análisis de sangre reveló un leve desequilibrio hormonal. Es probable que por un período de estrés o leve problema de tiroides. Estas condiciones pueden afectar a la ovulación y a la fertilidad. Es temporal, Siena, no te preocupes.
El doctor brindó un plan de acción y debíamos volver para otra consulta.
Hoy se realizaba la presentación de los dos modelos nuevos de ECar. Así que salimos de la clínica, directo para la gala.
―Erling creo que este vestido es mucho. Tiene una cola que debería rondar los tres metros.
―Es rojo, es perfecto.
―No me sigas dejando marca en las tetas Erling ―dice―, al menos cuando tenga que usar escotes.
―No uses escotes ―dejo claro.
Nos encontramos en la entrada con Elkin, así que Siena cruza entre su padre y yo.
― ¿Todo bien? ―indaga Elkin caminando hasta el interior donde las cámaras no cesan.
―Problemas hormonales ―responde Siena―. Ya tengo método. Solo tenemos que tener paciencia.
Siena se suelta de la mano de Elkin para subir al escenario. Esta vez presentamos una combinación de automóviles para parejas.
Nos ubicamos frente al podio y Siena empieza a hablar.
―Creo que aunque sea una vez en la vida, queremos ir combinadas con nuestro hombre. Una tarea bastante difícil para muchas de nostras. Nos ponemos el mejor vestido de nuestro armario para una cena y ellos toman la misma camisa con el mismo jeans. O vestimos de coctel y ellos aparecen con la camisa de selección de futbol. Utilizamos otra estrategia, esperamos que vistan ellos y cuando luce delante de ti, casualmente no tienes una blusa o un vestido del mismo color en ese instante ―comenta mi chica.
―Necesidad femenina de querer combinar, talento de nosotros para meter la pata y la cabeza también. Habilidad para salir y vestirnos en tres segundos ¿A quién demonios le alcanza tres segundos para estar completamente vestido y para colmo pensar en que se puso tu chica para ir similares? Sin embargo, ellas necesitan tres horas, mientras eligen una hora la ropa ya tienen ventaja de pensar en combinaciones. La hora de peinarse, de maquillarse también les favorece en pensar en ello. Mujeres, nosotros solo empleamos tres segundos ―digo.
―Inteligencia, piensa antes ―expresa ella.
―Entendimiento, analiza el tiempo ―declaro yo.
―Tengo la solución, mujeres, para que empleemos las horas de arreglarnos en disfrutarlo, en vez de atender la combinación con nuestro hombre ―apunta.
―Hombres no habrá más problemas con escuchar reclamos por no dar con la ropa que ellas quieren ―expreso.
―Diseño elegante y fluido, con líneas suaves que llaman a la sofisticación. Colores negro mate y rojo. Motor V6 híbrido que produce quinientos cincuenta CV. Transmisión automática de siete velocidades. Deportividad y lujo combinados con cuero de grano completo y detalles en fibras de carbono. Pantalla táctil de doce pulgadas. Sistema de asistencia al conductor con piloto automático avanzado, monitoreo de punto ciego y sensores de estacionamiento trescientos sesenta. Climatización automática de doble zona y sistema de sonido premiun.
―Diseño agresivo y muscular. Con colores negro mate y rojo. Motor V8 biturbo de setecientas CV. Transmisión automática de seis velocidades. Deportividad y lujo combinados con cuero de grano completo y detalles en fibras de carbono. Pantalla táctil de doce pulgadas. Sistema de asistencia al conductor con piloto automático avanzado, monitoreo de punto ciego y sensores de estacionamiento trescientos sesenta. Climatización automática de doble zona y sistema de sonido premiun.
―Ella es Light ―comenta mi chica y el modelo que sale es un anillo y no el propio auto.
Me mira con desesperación, buscando una explicación. Solo le sonrío.
―Ella es Siena. La chica que me ha conquistado dos malditas veces en la vida. La que hace que mi jodido control penda de un hilo. La que me pone las cosas difíciles y aún así la siga eligiendo sobre todas las cosas. La que tiene cada parte de mí, incluso las malas con las que no ha lidiado más nadie. La que ha estado a punto de rendirse y aún así, buscó una última oportunidad. La que le falta detrás de su nombre el apellido Savage ―argumento―. Dime nena, ¿Sí o sí?
―Tienes que hincarte cariño. ¿Qué pedida de matrimonio se hace de pie?
Sonrío. Su mirada es traviesa y entiendo perfectamente por qué necesita verme con la rodilla en el suelo.
La observo mientras bajo la rodilla hasta tocar el suelo.
―Me caso contigo, ex novio futuro marido ―dice antes de acercarse a mi oído.
―Sigo prefiriendo que me azotes ―susurra.
No, Siena nunca cesará mi jodido dominio. Lo que hace es aumentarlo.
Me levanto y la cargo. El vestido aumenta su peso, pero aún así le doy lo que en semanas le he negado, un beso en la boca. Cuando separo mi cara que la observo una lágrima de ella moja mi mejilla.
La solté porque si no lo hacía no sería capaz de hacerlo ahora hasta pasar por la mesa de atrás.
Mostramos los autos para parejas y pasamos a probarlos en la pista aledaña.
Volvían los éxitos a ECar, con las primeras manifestaciones de pre-ordenes.
Dos meses después todo estaba yendo jodidamente bien. Teníamos una red de talleres y ECar con la sociedad de Enzo abarcaba prácticamente todas las ciudades del mundo.
Me abrocho los botones de mi camisa blanca, dejando los dos últimos sin abrochar. Coloco el saco igualmente blanco permitiendo que quedase abierto.
Salgo de la habitación de Elkin para buscar a mi chica en la que era su habitación. Toco la puerta tras comprobar que está cerrada y en cuestiones de segundos sale Jessa.
—Matteo está buscándote —le digo señalando hacia el exterior.
—Según ancianos, es de mala suerte ver a la novia antes del altar —apunta.
—A estas alturas de nuestra historia, los proverbios de ancianos no me intimidan —manifiesto.
Jessa rodea los ojos y sale de la habitación permitiendo mi paso.
—No está aún vestida de todas formas —dice fuera de la habitación antes de marcharse y sonríe.
Entro a la habitación y la encuentro subiéndose una cinta hasta el muslo. Me siento en la orilla de la cama, dejando su pie apoyado en la misma, entre mis muslos.
Acerco mi boca, despacio hacia la cinta y muerdo el encaje.
—Se baja después de casados —comenta con una sonrisa provocativa.
Deslizo la cinta con mi boca por toda su pierna. Beso toda la piel de su muslo, quedándome por más tiempo en el interior.
Subo un poco la cabeza hasta tomar con los dientes el elástico de la braga de encaje blanca y bajarla con la boca hasta mitad de los muslos. Bajo su piernas y las dejo separadas aguantando la braga.
Lamo su sexo ganándome el primer gemido de ella. Su mano se aferra a mi cabeza. Chupo su clítoris y saboreo cada milímetro de su entrepierna. Mueve las caderas necesitando más y se lo doy. Intenta separarse de pronto y lo impido aferrando mis manos en sus caderas. Sus gemidos son altos e incontrolables. Intenta mantener el equilibrio con sus manos, pero fracasa en el intento. Así que la aguanto con las mías, mientras mi boca obtiene su orgasmo.
Me levanto veloz y la empujo hasta que apoya las palmas de sus manos sobre el colchón.
Me beneficio del que este empapada y entro en ella de una estocada. Sé lo que le gusta a mi chica, así como aseguro que se lo daré todo el tiempo. Le encanta que no sea cuidadoso, que tenga el control y me valga de ello.
De pronto siento como se vuelve mantequilla en mis manos y es la cama su sostén. Cómo si un ligero mareo le hubiese ganado partida.
La tomo en brazos y la siento en la cama.
—Demasiado rápido —se apresura en responder.
—Siempre ha sido así y nunca te han dado mareos.
—No vuelvas a ilusionarte con ello, por favor Erling.
Si me ilusiono joder. Llevo mucho tiempo queriendo este hijo y no hemos tenido oportunidad. Tengo una jodida sensación de que esté sí es el momento.
Llamo a Jessa de inmediato y le pido comprar en secreto una prueba de embarazo.
—Merezco ser la madrina. Siempre me encargan estas cosas —expresa Jessa entrando a la habitación.
Ella va al baño y la sigo. Todas las malditas veces que se ha hecho la prueba ahí he estado yo.
Está más nerviosa que las veces anteriores, pues ya ha seguido recomendaciones estrictas del médico. Si no sucede ahora, las esperanzas podrían reducirse a cero.
Miramos la prueba al mismo tiempo y cuando se empieza a marcar la segunda raya nos buscamos con la mirada. La cargo, siendo dominado por la locura, el delirio, la conmoción. La beso de manera salvaje, intenso loco.
—Seremos padres, nena —susurro contra su boca.
Sus lágrimas caen en mi cara y la bajo hasta que sus pies tocan el suelo.
—Vamos al altar, joder, te voy a destrozar la vida —demando contra su boca.
Ella sonríe con los ojos empapados. Tomo su mano y la llevo nuevamente al cuarto.
— ¿Y? —indaga Jessa.
—No...
—Mierda —se queja la chica que es muy reservada.
—No nos sirve una casa de una sola habitación —comenta mi chica y Jessa explota.
—Seré madrina, mierda. Me encanta, joder. Estoy feliz.
—Jess, ¿Estás bien? Tú no hablas así.
—Estoy jodidamente bien.
Le doy un beso a mi chica y le susurro al oído:
—Seguimos después de tenerte en papeles, muñeca.
—Domíname —pide—. Azótame.
La miro directamente a los ojos y ella me muestra esa sonrisa cargada de inocencia y necesidad que sabe que puede provocar al demonio.
—Los esperaré con los demás —escucho a Jessa a lo lejos y el sonido del cierre de la puerta, sin embargo, no atiendo nadamás que no sea ella.
La toco despacio, sin prisas. Recorro cada centímetro de su piel, devorándola con besos, con mordidas y succiones.
Exploro su cuerpo y en cada sitio la hago explotar al máximo en el placer.
Esta vez si hay besos en la boca, besos suaves, largos y estremecedores; besos que le dejan con ganas de más y a la vez, la hacen desear cada puto día también el ir lentamente.
Lamo sus tetas, me apropio de cada una por milésima vez. Me concentro en ese sitio mientras la lentitud domina mis movimientos hasta que están sensibles ante el placer.
Saboreo su sexo, mi puto lugar desde que la conozco. Lamo, succiono, toco, chupo; dejándola a punto de correrse.
Le gusta lo salvaje, le gusta lo lento, le gusta lo que le haga. No necesito someterla, como la toque así la tendré temblando en mis manos.
No la embestí de una estocada, no fue salvaje; fue jodidamente lento, quemándola, enloqueciéndola, explorándola, seduciéndola.
El orgasmo llegaba despacio y demoledor. Estremeciéndola salvaje, dominándola despacio hasta consumirla en temblores.
—Dominarte significa que de todas las formas posibles tu cuerpo acepta mi voluntad. No necesito azotarte o follarte duro. Lento también tengo el control de ti nena —susurro demandante.
—Te amo Erling Savage.
—Eres lo único a lo que quiero despedazar con delirio, demencia y devoción toda la maldita vida.
— ¿Es un te amo? —indaga con una sonrisa.
—Lo es —aseguro.
Erling no ha cambiado, no lo he hecho, solo aprendí a soltar mi necesidad de cobrar rencores.
El rencor es la mochila llena de rocas. Cada roca con un recuerdo jodido del pasado que te hace cargar más peso y cansarte innecesariamente.
El que te hace perderte en un espirar de la rabia, la tristeza y la venganza. Mientras pasas del presente y te olvidas del futuro.
La jodida carcel sin barrotes a la que te encierras tú mismo y te condena a una soledad autoinfligida.
No te das cuenta, pero no batallas contra nadie, te declaras la guerra a ti mismo. Provocándote el gasto de tu propia energía.
Librarme de eso, era una elección y yo la elegí. Ahora, no soy el mismo Erling de antes, pero, tampoco el hombre dañado y sumergido en la oscuridad.
«La codicia es un deseo insaciable que te hace olvidar el costo. Un maldito veneno que te corrompe y destruye relaciones, dejando un próximo rastro de dolor como pago. Un auto que te lleva sin darte la oportunidad de manejar a erosionar el amor, destruir la confianza de alguien más y dañar relaciones. Ves tantas personas en el mundo dándose un golpe de realidad por una decisión impulsada por la codicia. Ella fue una»
Fuimos esto, un amor de años consumido. Una ruptura que nos marcó a ambos. El cobro de codicias y rencores que parecía no tener fin. La enseñanza, la reconstrucción y el renacimiento. La prueba de que no todo lo que se quiebra se bota, sino que se intenta arreglar y aunque las grietas queden, el hacerlo mejor puede hacer que cada vez se sientan menos.
Un cobrando codicias, cobrando rencores que enseñaron que cuando se ama, estos dos solo son aspectos que dañan una relación pero que no son lo suficientemente fuertes para destruir un sentimiento.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro