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8. Siena.

Sus palabras seguían haciendo eco y el apelativo «nina» llamaba mi atención. No sé qué demonios significa.

—Sobre el sofá —ordena y no lo hago. No me da miedo lo que pueda hacer, pero sí que me guste demasiado someterme a él y después no pueda salir de un enorme hueco.

Se coloca frente a mí y me observa. No está molesto, no está desesperado. Tiene mucha paciencia.

Vierte delante de mis ojos el líquido color miel en gotas sobre mis tetas. No sé si será miel exactamente pero se le parece y está dentro de un pequeño frasco. No había superado el calor que emana su acción antigua en mis nalgas y ya las gotas vertidas hacían estragos dentro de mi cuerpo. Ojalá pudiera explicarlo mejor, pero ni yo misma entiendo como esto que puede provocar ardor produce placer a la vez.

Las gotas caen cerca de mis pezones y el que me ponga todo alrededor del mismo con una calor intenso me pone peor, cuando ese pequeño sitio que produce una excitación brutal no los toca. Se endurecen más y yo necesito que haga algo.

No sé que le dijo mi cara pero baja su cabeza con la intención de aliviarlos con su boca. Su aliento choca con uno de ellos y le da una frescura y delirio a la vez por sentir su lengua. Me encantaría que pasara su lengua.

—Mientras aprendes a obedecer tu poseedor no está en disposición de darte premios —demanda y se separa.

Me molesta, pero eso no quita la sofocación que tiene mi cuerpo. Lo controla, lo tiene, lo domina, cómo quiere.

—Sobre el sofá —demanda.

Y esta vez presa al acaloramiento de mi cuerpo lo hago. Me acuesto en el sofá a la espera de él.

A paso lento se acerca a mí. Mi mente me dice que no lo atienda, pero lo hago, lo observo en lo que se acerca peligrosamente a mí. Su mirada me prende y me debilita a la vez. Es como si quisiese acabar conmigo y también, me atrevo a asegurar, como si fuese una de las siete maravillas.

Es muy confuso todo, es muy incontrolable de mi parte.

Vierte otra vez gotas del líquido caliente que tiene en un recipiente. Sigo con dudas de que es y creo que seguiré porque no habla absolutamente nada conmigo, solo me ordena. Va haciendo un camino con las gotas que caen caliente. No sé cómo lo logra pero la cantidad que vierte va variando; desde un punto hasta un circulo más grande. Estoy totalmente sumergida en el ardor que provoca cuando cae y el calor que deja concentrado en el sitio. Me remuevo sobre el sofá cuando vierte un poco sobre mi pelvis. Cantoneo las caderas cuando se concentra el calor y me vuelvo ansiosa de que siga.

Al igual que en mis tetas, enciende las zonas adyacentes y el centro, el lugar que más necesito atención lo deja de lado, adrede. Sabe que prendiendo en llamas esos espacios el núcleo se avivaría mucho más.

— ¿Cuáles son las cuatro palabras que tu mente debe repetir una y otra vez? —interroga con esa voz fuerte que me hace temblar internamente.

—Entrega, disposición, obediencia, preparada —identifico. Las palabras salen de mi boca sin dudar, sin demorar y mi cuerpo responde a ellas de inmediato.

—Repítelas —demanda.

Vierte otra gota del líquido caliente más cerca de mi clítoris y gimo completamente entregada al placer que emana.

—Entregada —balbuceo.

Inclina su cuerpo ligeramente hacia alante y su boca se acerca a mi clítoris. Su aliento vuelve a provocarme el frescor que contrarresta un poco el calor, pero que a la vez la fusión me enloquece. Abro las piernas dispuesta a que me lame como el sabe hacerlo, como antes lo hacía, incluso, viendo en lo que se ha convertido estoy convencida que todo lo hace mucho mejor. No soy modesta, siempre ha tenido arte para estremecer.

—No te escucho —decreta y hablar sobre ese punto me hace desear aún más que hunda su boca en mi coño.

—Disponible —expreso.

Vuelve a su posición inicial. Su mirada me sacude, me aturde, me perturba.

Mueve su mano y no sabía exactamente hasta dónde pero cuando siento encima de mi clítoris un dedo enajeno. Ahora mismo quisiera ver su movimiento de mano sobre mi sexo, sin embargo, la posición no me lo permite. Lo único que me queda es sus oscuros ojos que me hipnotizan, me hacen desfallecer más, sumergida en el más puro placer.

Se acerca a mi oído en lo que dos de sus dedos pellizcan mi clítoris. Jadeo sin poder contenerlo. Hace cinco años que no follo y sí joder, se lo pongo en bandeja, pero es que no puedo controlarlo.

Mis ojos se pierden en su erección. Tan endiabladamente marcada y grande. Satisfacción que produce con solo mirarla. Alargo mi mano hasta su pantalón, necesito sentirla...

—No la toques —demanda frenando mis movimientos—. Voy a acabar contigo Esme. Te voy a follar de todas las malditas formas posibles; tosco, duro, salvaje. Me vas a desear todo el puto día. Te morirás por un beso nina; pero, ¿sabes qué?, solo sentirás estos labios devorándote los labios de tu vagina. Te voy a marcar, esas deliciosas tetas, que te torturarán cada puta hora...

Gimo, deliberante. No puedo contenerme, sus dedos hábiles en mi sexo y sus palabras en mi oído congestionan todo mi puto y traicionero cuerpo.

—Ábrete más —demanda en mi oído y lo hago pensando que, después de tanto magrearme el coño al fin va a colarse dentro—. No te escucho Esme.

—Obediente —digo y me cuesta porque los gemidos no quieren cesar.

Siento mi sexo empapado. Erling mueve dos dedos por mi entrada. Me castiga joder, no los mete. Me vuelvo ansiosa. Cómo si estuviese mi puta droga delante y la necesitase justo ahora. Sus dedos resbalan, lo siento, pero como un jodido experto controla no introducirse. La última palabra sale de mi boca alta y clara:

—Preparada.

Sube los dedos hasta mi clítoris nuevamente. No entra en mí y maldita sea me estoy desmoronando porque me embista. Vuelve a pellizcar, antes de llevar la palma de su mano a todo mi sexo y moverla frenéticamente; no sé que tan congeniado estuvo el movimiento que sentí que fuese uno solo. Me abro más de piernas para él, para lo que hace. Solo se llevar mis ojos de sus ojos a su erección. No sé cuál me provoca más excitación. Entre cada agitación de su mano deja los dedos en el punto encima de mi clítoris y hace un movimiento de jalar con sus dedos hacia atrás. Vuelve el ajetreo sobre todo mi sexo y lo concluye en ese punto que mueve hacia atrás. Es un locura e intento aferrarme a su muslo cuando siento que explotaré. Es delicioso, es la vida resumida en placer. La lujuria, la necesidad, la locura, todo se combina en un momento que me hace gemir y suplicar con los ojos que no se detenga.

Es un hijo de puta.

Detiene su mano de pronto. Enseñándola a ambos como mi humedad hace brillar la piel de su mano. Esa oscuridad de sus ojos me pone peor.

Estoy realmente sensible. Suplicaría porque me toque. Incluso mis ojos amenazan con soltar alguna lágrima. Me ha tenido al límite y no me ha dejado correrme. Lo necesito, realmente lo hago.

Masoquismo, facilidad, puntería, llamarlo como quieran, me da absolutamente igual. Me estoy consumiendo. Mi sexo se contrae y no por un orgasmo sino porque requiere de más.

—Vete a dormir —ordena y yo lo hago corriendo. Quiero salir de su vista, estoy realmente sensible.

Una lágrima cae de mi mejilla y ese simple hecho me molesta. No puede tener tanto dominio sobre mí, sobre mi cuerpo.

Voy al cuarto y me siento en la cama. Las manos me tiemblan joder y nunca había experimentando esto. Cuando otra lágrima cae me levanto como un resorte y voy al baño que queda cerca de mi cuarto. Tal vez el agua me calme.

Las puntas de mis tetas estaban penosamente duras aún. No puedo evitarlo. Me apoyo al lavabo y abro mis piernas sabiendo perfectamente que si el se entera la pasaré pero; sin embargo, si logro ser lo suficientemente sigilosa no se enterará.

Acaricio mis tetas por algunos segundos con ambas manos hasta que bajo una por mi barriga hasta mi sexo. Con la palma de mi mano muevo lo más precisa que puedo a la vez que un dedo llega a mi entrada y recorre. Me quedo callada creyendo que de esta forma él no llegará y...

La puerta de abre abruptamente y yo no me detengo ni miro. No estoy a punto de correrme, de hecho me cuesta llegar a eso pero no quiero detenerme tampoco.

Su mano agarra tosco mi pelo y me hace mirarlo.

—El único que puede tocarte soy yo. No sabes lo mal que te lo hubiera hecho pasar si derramabas una sola gota de tu orgasmo. Es que Esme, no te haces una maldita idea de lo que hubiese sido capaz de hacer si no te hubieses corrido para mí. Te lo dije, joder —Aprieta su agarre en mi pelo—, yo mando en tu cuerpo, yo decido cuando se toca, cuando se libera. Ahora arrodíllate.

Sus palabras son tan fuertes que mis pies bajan por puro instinto. Me regaño internamente pero mi cuerpo lo obedece. Un día, un maldito día y mira lo que hace.

Lleva su mano disponible —ya que la otra seguía en mi cabello— a su pantalón. Con una habilidad pasmosa se deshace del botón y libera su verga. Paso saliva al momento al verla. Quiero probarla otra vez, sentirla en mi boca, en mi coño. Me muevo por instinto a querer tocarla con mi lengua, pero su mano en mi pelo detiene mi cabeza.

Agarra su sexo y lo masajea delante de mi cara, a escasos centímetros. Sin pudor, sin detenerse; es su mano viajando ágil desde encima de sus testículos hasta debajo de su cabeza. La punta brilla con el líquido preseminal y yo me vuelvo más loca. Lo hace a posta. Sabe que no lo desperdiciaría. Me encantaba antes prenderme gustosa de  ahí apoderándome de ese líquido.

—Por favor —suplico como instinto de supervivencia. Cómo si estuviese en un desierto y él fuese el único que tuviese una gota de agua.

—Mientras sigas desobedeciendo seguirás sufriendo las consecuencias —ruge.

Me muerdo el labio inferior, estoy peor que antes. No puedo más. Necesito que detenga este juego, que me haga suya, porque sí, estuve en otras manos, estuve buscando una mejor vida, pero siempre fui de aquí, de él.

Un sonido gutural se escapa de su boca y su polla libera gran cantidad de semen dejándola caer en mi cara y algunas gotas mierderas en mi boca. También lo hizo a posta. Podía perfectamente dejarlo todo en mi boca, sin embargo, castigarme es su pasatiempo favorito.

—Obedece nina —ordena y sale del baño.

Me vigila, me domina, me posee. Nunca he estado tan mal físicamente como lo estoy ahora. Me baño veloz, sin darle muchas vueltas. Requiero de su «bajar la guardia». Es lamentable, pero si sigo desobedeciendo los días grises seguirán oscureciéndolo todo.

Una vez en el cuarto me doy cuenta que no he comido nada. No tengo hambre, increíblemente, pero mi mala alimentación me va a pasar factura.

Me siento en la mesa que hay en mi cuarto y tomo los libros de mecánica. Quiero leer, quiero saber más. Solo fue un día lo que trabajé pero me encantó la parte de empezar el trabajo con el auto.

Las letras me sumergen. Mientras más leo más quiero seguir. Habían otras oportunidades de carreras, pero esta me llamaba mucho. Erling sabía de autos cuando éramos novios, mucho, a decir verdad. Su talento se desperdiciaba en el taller de Royer. Un simple mecánico con limitado accionar. Quizás por eso tenía algo de conocimiento en autos y a la hora de elegir carrera pensé que me sería más fácil. Ahora no sé si fue un maquiavélico plan del destino, al encaminarme aquí.

No sé en qué momento me quedé dormida, solo sé que me despierto en la mañana en la cama tapada. Me levanto rápido y una vez con los pies en el suelo, el estómago me regaña. Llevo muchas horas sin comer.

Acomodo el cuarto e intento caminar al baño pero un gran malestar en el cuerpo me detiene en seco. Con solo unas bragas y una desahogada blusa de tirantes corro hacia la cocina a buscar algo de comer. Es un atrevimiento de mi parte, pero ahora mismo me siento mal y temo caer de bruces al suelo.

Me preparo un sándwich a la velocidad de la luz y cuando iba a correr nuevamente hacia el cuarto la voz de Erling me detiene.

— Ya se lo entrego yo y tú y yo vamos a conversar después por este atrevimiento —expone con la voz ronca.

Observo hasta dónde proviene dicha voz y lo encuentro situado entre una pequeña apertura entre la puerta y el marco. No veo a nadie más y dudo que ese alguien pueda verme a mí. Cierra la puerta de golpe y automáticamente decido correr pero su voz, peligrosamente suave me detiene:

—Acércate.

Me giro hacia él y camino a paso lento. Me llevaré una gran pelea por andar así en su casa y la de su mujer. Es una estupidez, debo pedirme, porque ella puede ser como sea, pero a mí no me gustaría que otra se paseara en bragas por mi puta casa y la de mi marido.

Preparándome para su discurso y aceptando que el castigo no acabará me acerco a él, deteniéndome a algunos milímetros.

—Yo lo siento...

—Aquí tienes tus mierdas —me interrumpe lanzándome los tres vestidos y la cajita de madera que cae directamente al suelo.

Sabe que es la caja de madera, evidentemente, porque fue un detalle de él, tal vez por eso es el enojo que noto en él.

El mareo vuelve, vuelve y se vuelve más intenso. Intento agarrarme de él para evitar caer. Me aferro a su brazo como si fuera mi forma de salir de este momento.

—No me dejes caer —susurro a la vez que siento como voy perdiendo fuerzas.

No sé que sucede después, no sé cuánto tiempo pasó, solo me veo otra vez acostada en mi cama. Enfoco la habitación y justo sobre la mesa estaba él con los brazos cruzados. Sus músculos presos en la camisa blanca me llaman. Me deleito con eso por segundos hasta que subo mis ojos por su cara. Está serio, demasiado. Infunde miedo joder. Erling nunca fue de rasgos tan contraídos.

— ¿Hace cuánto tiempo no te alimentas bien? —indaga.

—No lo sé. No tengo tiempo de pensar en ello —comento.

Se acerca a la cama y me carga. Colocándome a horcajadas. Me siento extraña, perdida. El Erling que es ahora, lo que está haciendo. Sin embargo, el camina conmigo hasta la cocina como si no pasase nada. Tiene una maldita capacidad para controlar todo y mostrarse neutral envidiable.

Me deposita en una silla y camina hasta la cocina. Lo veo recogiendo algo pero no distingo nada en específico. Una vez termina su tarea vuelve a mí. Es entonces que noto una cajita pequeña y un plato cubierto en sus manos. Lo deposita todo sobre la mesa y se apoya en ella, dejando la silla y mi cuerpo en el medio de sus piernas.

—No te quiero enferma Esme. A partir de ahora tendrás seis comidas al día y los alimentos te los ofreceré yo. ¿Entendido? —demanda.

—Sí —contesto.

— ¿Sí qué? —indaga

—Sí Erling —expreso.

—Para ti no es Erling. Para ti soy señor —decreta.

—Sí, señor —manifiesto.

Empecé a ser sumisa de quién en un tiempo me trataba como diosa.

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