Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

7. Siena.

Se marcha dejándome perdida con cada una de sus palabras. Es este Erling Savage mi maldito castigo. Pegada al maldito cristal me quedo por largos segundos. Sus palabras no solo me hacen actuar sin pensar, sino que también me hipnotizan.

Reacciono, demasiado tarde. Me coloco el uniforme veloz. Respiro, un montón de veces, parece una estupidez pero me temo que antes no lo hacía.

Erling no se encontraba en mi campo de visión y eso me tranquiliza un poco.

Al mirar el cristal, es un verdadero desastre. La silueta de mi cuerpo lo empaña. Después de todo tenía claro sus intenciones: permitir que trabajara doble.

Lo lamento.

Sigo a la cocina. No me ha dado una lista de lo que tengo que hacer, así que haré las cosas según lo que entienda. A él le importa poco, solo quiere verme trabajando para él.

Decido preparar carne de pollo. Imagino que ahora él solo coma las mas caras carnes condimentada hasta con diamantes, pero antes, le gustaba mucho esto.

Tomo uno de sus caros platos y acomodo lo que he cocinado. Tiene una pinta que grita la palabra «delicioso». Elaboro además una salsa que denota olor a «hogar», hogar que nunca tuve la oportunidad de tener. Las ganas de meter un dedo en la salsa y saborearla me pueden, pero intento controlarla.

Una vez acomodado en una bandeja me dirijo a su despacho. Toco una vez con la rodilla. El movimiento es leve pero estoy segura de que es capaz de percibirlo. No responde y yo no aguanto estar de pie con la bandeja en las manos; así que intento mover una mano hasta el pasador. El intento me falla y antes de que cayera al suelo plato, bandeja conmigo incluída, la puerta de abre y es él quién toma la bandeja.

Mira lo que he preparado y por un momento creo que ha bajado la guardia. De tanto querer saborear la salsa, el destino con tal maniobra anterior ha embarrado mi dedo con ella. Increíblemente delicioso. No lo desperdicio, así que sin preocuparme la reacción de él, chupo mi dedo.

¡Está realmente rica!

Cuando ya no siento rastros de la salsa, saco el dedo de mi boca encontrándome con sus ojos posados en mí. Su rostro está endurecido.

—Entra —demanda haciéndolo él primeramente.

Coloca la bandeja en la mesa y se sienta en su enorme silla. Me quedo de pie frente a él, sin saber qué demonios hacer. Su mirada sigue en el plato. Segundos en los que me impaciento.

—Acércate —ordena. Su voz es demasiado fuerte, demasiado dominante. No pasa desapercibida a mis piernas que cumplen sin ni siquiera procesarlo. Y molesta, incomoda, porque yo jamás fui obediente, ni sumisa. Puede que con Jordan dejaba que pusiera las reglas de cómo y cuando vernos, pero creí que era una estrategia para lograrlo—. Arrodíllate.

No lo hago, por mucho que mis malditas piernas quieran volver a actuar. Me peleo con mi cerebro para que reaccione. No le pienso dejar las cosas fáciles.

Me observa serio, con poderío, con mucha superioridad. La seguridad también es arrolladora, cómo si supiese que lo voy a hacer y no necesite de mucho esfuerzo. Maldita sea. Me conoce, jodidamente bien, diría yo, pero no para someterme a él.

Su mirada me quema, me afloja todas las extremidades. Es diferente, su rostro impacta distinto. Una mirada oscura, que te puede hacer temblar. No sé si la entrenó delante de un espejo mil quinientas veces seguidas o si mi actuar en el pasado le quitó lo bueno y dejó esto; el caso es que funciona joder, me está haciendo bajar la guardia.

Se levanta, despacio. Es esta última palabra un puto castigo, que me hace internamente deducir o esperar sus acciones. Se coloca a mi espalda, erizándome con el aliento que choca contra mi nuca.

No siento su aliento, no siento su cuerpo en mi espalda, pero siento su dominio aún; lo que me indica que está aún aquí. No me giro a mirarlo, no puedo hacerlo. Me impaciento, me desespero, me agito.

—Súbete el uniforme —demanda. Son órdenes claras, directas y simples, pero hacen tanto eco dentro. No lo hago, no quiero, me lo prohíbo—. No te tocaré, así que hazlo.

No lo sigo y su cercanía la presiento, como presiento también que me puede ir peor. Tal vez mi masoquismo, el que no conocía que llenaba mis venas, me hacia querer más.

El impacto de algo contra mi pierna me hace brincar. Intentó moverlo, mirarlo, pero su voz ronca me detiene:

—Vista al frente Esme. No me enojes, nina.

Las piernas ligeramente abiertas como acto reflejo de su azote. Antes de que incluso pudiera recuperar mi posición inicial, otro azote me hace reaccionar. Esta vez es distinto, jodidamente distinto. El impacto ha sido contra mi sexo. No importó braga, no importó nada; lo sentí, lo acepté y...lo saboreé. Esta última reacción me acojona porque trae con ella tanto que no sé hasta que puto punto pueda llegar.

Intentó moverme. Quiero irme. No puedo dejar que haga conmigo lo que quiera...

El azote nuevamente en mi sexo me hace quitar de mi cerebro cualquier idea anterior. Maldigo internamente el que no me moleste, el que perciba algo totalmente distinto a lo que debería. Cuando pensé «puede irme peor» ni siquiera deducía la mitad.

—Cuatro palabras que te aprenderás de memoria —decreta mientras me proporciona otro azote, esta vez en la nalga—: entregada, disponible, obediente —apunta y vuelve el azote en la otra nalga.

Su actuar y su manera de decir calan mi cuerpo y se concentran en un punto exacto. Siento arder dentro, incluso más de lo que puede arder la piel de mis nalgas con sus azotes. Percibo algo salir de mi sexo y plantarse en mis bragas. Me incomoda, porque sé lo que es, porque mi cuerpo lo acepta y porque no sé cómo demonios reacciono de esta manera ante su azote, ante su dominio. La parte masoquista, no es solo una parte, es su totalidad. No hay otra explicación: soy una puta masoquista, que se humedece con los castigos de él.

—Ha faltado una palabra —comento. Me justificaría con que es para entretenerme de no concentrarme y molestarme de lo que moja mi braga; pero es una vil mentira, en el fondo necesito que vuelva a mover su mano y ese látigo.

Azota mi sexo nuevamente y desata un caos dentro.

—Preparada —susurra y vuelve a azotar.

Mierda.

El sonido encharcado cuando el maldito látigo choca contra mi sexo me pone aún peor, pero de todo. Excitación, lujuria e incomodidad. Por más que quiera resistir, por más que busque alternativas; solo pienso en una: quiero que me folle.

Y lo sé, esta actitud da pena, pero sentirse excitada y mojada, teniendo una verga a tres centímetros da más pena aún.

El recuerdo de años atrás llega a mi mente...

Sentado en el parque cerca de su casa. Era pleno día. Algunas personas se movían de un sitio a otro esporádicamente.

—Han pasado días, el estrés me puede...

Su dedo en mi labio, magreándolo, detiene mis palabras. Estaba realmente obstinada con mi vida en general. Lo único bueno que tenía era él, pero mis demás problemas estaban superando todo y mi capacidad de aguante se hacia cada vez menor.

—Trabajo para poder entregarte el mundo nena, resiste un poco más —comenta.

Su dedo ya no solo magreaba mi labio inferior, también lo hace con el superior. De pronto, mi boca estaba completamente a su disposición.

Entregarme a Erling eran «minutos en colores», al igual que comer lo que me gustaba, pero diez veces mejor. Mi mente olvidaba la situación en la que vivíamos, la vida, la posición. Mi cuerpo estaba bien, en éxtasis e internamente también me movía la felicidad.

Toma mis labios, esta vez con su boca. Antes de darme un intenso beso con lengua que me hace gemir bajito y dónde un hilo de saliva se comparte entre nuestras bocas, muerde mi labio y lo estira.

Me tengo que remover en el sitio puesto que las ganas de que me tome me enloquecen. Sí, con un solo beso me estremece y hace que la vida de mierda, mi necesidad de buscar a un puto millonario para que me cambie la vida, pasen a otro plano.

—Siéntate sobre mis piernas —demanda contra mi boca.

Gustosa, no lo medito. Me siento en sus piernas, con mi espalda apoyada en su pecho. Miro a los lados, algunas personas aún pasan, sin embargo, a Erling parece importarle poco cuando  cuela su mano por mi vestido.

Su dedo roza mi sexo por encima de la braga y me gusta, él lo sabe.

—Córrela —pide y no dudo en hacerlo ignorando si alguien se concentraba en nosotros. Su dedo pasa por mi clítoris y lo pellizca. Un gemido sale de mis labios—. Shhh, nena.

Su mano baja a mi entrada e introduce dos dedos en mi interior sin dilatar. Creo que tampoco hacía falta, ya que resbala dentro. Empieza a mover ambos dedos intensamente y los gemidos se agudizan mientras Erling lleva su otra mano a mi boca metiendo dos dedos en ella. No debería gemir y como no puedo controlarlo, chupar dos de sus dedos me mantienen la boca ocupada y limitada a soltar la satisfacción que me domina. Es imposible quedarme quieta, así que cantoneo mis caderas sobre sus dedos que me follan.

Solo pienso en esto, solo percibo esto. Es delicioso, placentero y no hace falta mucho más para correrme. Sus dedos me poseen más rápido, muevo las caderas mas...

Un azote en mi sexo me devuelve a la realidad. Mal momento. Un gemido se escapa de mi boca sin poder contenerlo y vuelve el sonido inundado de mi sexo y se me eriza la vida. Necesito otro. Solo otro azote y me libraré de esta tensión que llevo dentro.

—Arrodíllate —exige y ya mi muslo izquierdo es camino de una gota que libera mi sexo.

No puedo negarlo, no lo estoy fingiendo, como sabía hacerlo con Jordan, estoy a mi límite. No quiero suplicar, pero como percibo todo mi cuerpo, lo haría. Vuelvo a repetir es realmente penoso, sin embargo, alguna vez han estado goteando placer, necesitando penetración y volviéndote loca por correrse; si la respuesta es sí, entonces lo «penoso» pasa a Júpiter.

Mis rodillas se anclan presas de todo al suelo. Si de esta forma consigo lo quiero, pues hecho, más difícil es pedirlo con mi boca.

Se sienta nuevamente en la silla y ya no tiene látigo en sus manos. Lo observo, esperando su reacción.

—Las órdenes se cumplen Esme —comenta con voz endurecida—. Ahora sírveme.

Hago el intento de levantarme pero...

—De rodillas —demanda y me quedo quieta.

Toma la bandeja y la coloca en sus muslos.

—Los cubiertos...

—Con tus manos —especifica interrumpiéndome.

Tomo el alimento con mis manos, apropiándome de una pequeña porción que paso por la deliciosa salsa y acerco mi mano a su boca.

Lo toma, mastica y observo como lo disfruta. Él puede haber cambiado mucho, pero esta acción demuestra que algunas cosas nunca desaparecerán de él. ¿Habrá alguna más?

Tomo otro pedazo, realizando la acción anterior y lo llevo hasta su boca. En el intento un poco de salsa cae sobre su pantalón, sobre la misma tela que cubre el zipper y si llegamos a una conclusión debajo está su verga.

Diría que la salsa no se puede desperdiciar y llevaría mi boca hasta ahí autoseguido pero me puede costar mucho.

—Disculpa —comento mientras llevo mi pulgar hasta donde se ha derramado la salsa, quitándola del pantalón. No sé si me he disculpado por embarrarlo o por limpiarlo.

La piel de mi dedo palpa su erección. Eso no ayuda a la situación que me ha golpeado antes en mi entrepierna.

—Solo tocas cuando yo lo demande —ordena—. Sigue sirviéndome.

Y lo hago, sin embargo, ya no en la misma posición de antes, pues su erección no es invisible para mí. Muchas veces, en los minutos que lo alimento me abofeteo mentalmente para que atienda lo que hago y no en su amigo duro. Amigo que he probado muchas veces antes y no me quejo, ni en tamaño, ni en grosor.

—He terminado —asegura—. Puedes marcharte.

Aún me quedaba carne, pero decido irme cuando él lo ordena. Una vez en la cocina almorcé con lo que él dejó, me quedó delicioso y me moría de ganas con comerlo.

La tarde la pasé limpiando. La casa era realmente grande. Las dos primeras era pasable, ya a la tercera me sentía asfixiada con el uniforme. Soy un breve repaso para asegurarme dónde está Erling y no lo veo por ningún sitio. Atrevida y confiando en qué aún faltaban para las cinco que se podía cumplir el horario laboral de los dueños me quito el uniforme y me pongo ropa cómoda: un pequeño shorts y un top. Sin dudas fue una buena decisión. Me movía más fácil por el pasillo mientras intentaba dejarlo impecable antes de que la señora remilgada llegara.

Me faltaba un pequeño espacio. Me apresuro para acabar pronto, pero la fuerza dominante yacía sobre mí y no era capaz de atenderlo.

—De rodillas —demanda pero yo ya no estoy bajo el efecto de la excitación, así que no cumplo.

Otra vez probando fuerza, otra vez poniéndolo a actuar y otra vez siendo una puta masoquista.

Lo noto quitarse algo de la muñeca y solo logro detallarlo cuando lo pone ante mis ojos. No lo hace a propósito para que lo observe, no necesita mi aprobación, lo hace para ubicarse rumbo a su acto.

Es un hilo grueso rojo. Recuerdo que antes lo tenía, siempre lo ha tenido. Mis pensamientos quieren regresar a años atrás pero su próximo movimiento me deja aquí y ahora.

Los pezones se me marcaban descaradamente en el top. Y no sé qué demonios los ha puesto así. Erling toma el hilo y lo envuelve en pezón. No lo importa si lo aprieta mucho, si no es pasivo, si lo deseo o no; simplemente jala. La sensación es extraña, diferente. Tal vez la parte masoquista es la que quiere que siga. Va hacia el otro y repite la acción. Movimientos que me dejan curiosa de más.

—Desnúdate —ordena.

No debería hacerlo, pero quiero hacerlo. Está utilizado una sucia estrategia y lo peor de todo es que lo sé y lo permito.

Me desprendo de mi ropa y me quedo a su voluntad, esperando. Levanta la mano dejando ver el hilo.

—Colócalo en tu sexo y retenlo con tus piernas —demanda.

Tomo el hilo y lo coloco pegado a mi sexo mientras que uno mis muslos para que no caiga. No sé que propósito busca pero lo mantengo ahí.

No me toca y eso hace que me vuelva más ansiosa, maldita sea.

— Tu cuerpo se expone cuando yo lo decida. Entiendes. Tu cuerpo ahora es mío —susurra y aunque es un susurro suena a mandato. Se dispone a caminar cerca de mí, rodeándome pero sin rozarme. Es entonces que en mi mente se reproduce la canción Never be the same —. No te quiero volver a ver prendas que marquen las puntas de tus tetas, porque estas solamente me las mostrarás a mí cuando lo declare.—Por un momento se queda frente a frente a mí—. Cuando yo llegue tu te desharás de la ropa interior de inmediato.—Le mantengo la mirada y deduzco que va a ordenarme que la baje, pero antes de que lo haga sigo observándolo. Esa mirada sombría y poderosa que me hace salivar y que acompañado de su voz me despierta mucho dentro y desprende mucho para fuera—. Si mojas el hilo te castigaré Esme —demanda y sigue rodeándome—. Solo me obedecerás a mí —masculla. Su aliento choca contra mi oído y el saber que ya lo estoy desobedecido me pone peor—. Dóblate —ordena. El hilo que tomaba como pulsera seguía en medio de mis muslos pegado a mi sexo. Quiero que lo tome ya o esto se pondrá peor.

Por segundos me mantengo doblada, apoyando la palma de mis manos sobre mis muslos.

—Joder —expreso libremente al sentir algo caliente que cae sobre mis nalgas. Son pequeñas gotas. Pienso inmediatamente que es gotas que desprenden de una vela. Más gotas caen sobre mis nalgas y tengo que decir que son dos cosas peleando por ganarse mi cuerpo: ardor y excitación. El primero empieza la batalla pero el segundo la gana. Cómo si eso no fuese suficiente las azota con algo. Sigue en su posición de no tocarme y créanme cuando digo que estoy realmente desesperada.

¿Qué mierda está aplicando Erling conmigo? ¿Qué está haciendo?

Otra vez la canción, que desde ahora se pondrá en repeat en mi mente.

«Something must've gone wrong in my brain»

«Got tour chemicals all in my veins»

«Feeling all the highs, feeling all the pain»

Algo debió haber fallado en mi cerebro.
Tengo todos tus químicos en mis venas.
Sintiendo toda la euforia, sintiendo todo el dolor.

Los azotes implementan más el picor. Mi parte masoquista, la que no sabía que tenía guardada sale a relucir. Me acaricia las nalgas con el mismo látigo, intento moverme en busca de más pero azota con más fuerza sacándome un jadeo.

—Entrégame el hilo —exige.

Soy consiente de lo que esto da para más. No he podido obedecerlo, pero es su maldita culpa. Sin esperar más porque al final sé que no cambia el resultado; tomo el hilo de mis piernas y se lo extiendo.

Al verlo su postura cambia un poco, sigue estando en disposición de ordenar y no baja la guardia, pero en sus ojos veo lujuria. Conozco a Erling excitado.

—Te gusta desobedecerme nina y tengo toda la paciencia del mundo para someterte —declara y su voz salió suave, lo que me indica que lo que viene es peligrosamente superior.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro