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5. Siena

—Eres tú... —dijo ella.

Me quedo de piedra. Cómo si no tuviese suficiente ya en mi vida. No digo palabra alguna porque es que no tengo ninguna explicación a esta situación. He sido una atrevida al meterme a su baño como si fuese mi propia casa.

Noto como su enfado crece. Desde la primera vez que nos vimos solo logro alterarla. No me desagrada la idea, lo que sí me desagrada es estar así en su territorio.

Mi silencio la hace enojar más. Cuento los segundos para que explote. Esta ya me la sé.

——¡Qué carajos haces! —me grita.

No respondo, no por miedo, sino porque no tengo las palabras que justifiquen esto. Se aproxima a mí, cuando su enfado sigue creciendo, confiada, al fin de cuentas, este es su territorio.

—¡Responde! ¿Que carajos haces en mi casa? ¿Dónde demonios está Erling? —chilla histérica y yo sigo sin responderle. Esa postura le enfada todavía más.

—¡Erling sal de una puñetera vez! —grita.

Mierda.

Lo último que necesito es encontrarme ahora con Erling.

—¿Dónde demonios está Erling? —pregunta.

Llamando allá arriba, para que si existe alguien que me quiere contribuya a qué no entre Erling aquí.

—Él… —me disponía a hablar pero ella me interrumpe.

——¿Eres su amante? ¿Te trajo aquí a mi propia casa? ¿Dónde está ese maldito desgraciado?

Lo veo acercarse y todo mi cuerpo prácticamente tiembla. ¿Qué demonios me está pasando justo ahora con este Erling? Su mirada intimida, demasiado. Sus ojos me hipnotizan. Esa manera de demostrar control incluso aunque esta sea una situación complicada, porque él no hizo nada, pero su esposa puede pensar mucho de esta situación.

Clava su mirada en mí. Nunca vi al Erling enfadado, pero creo que lo estoy presenciando ahora. Me recorre con los ojos y ya no es la misma mirada de cuando lo hacía antes. Es distinta. Me atrevo a decir que le molesta verme casi desnuda.

—¡Explícame de una maldita vez qué es lo que sucede! —pide alterada ella, pero él no la atiende.

Su mirada sigue posada intensamente en mí. Aunque lo observo, sus ojos me producen algo distinto a antes. Me intimida, me vuelve pequeña, indefensa.

—Ella es la nueva encargada de la limpieza —espeta él, mirándome aún.

La situación no es favorecedora para él y aún así no va por lo bajo. Increíble. ¿En qué se convirtió Erling Savage?

—¿Ahora las nuevas empleadas se meten a ducharse en nuestro baño? —comenta ella alterada.

Entonces él deja de mirarme a mí para observarla a ella. No intenta ser condescendiente, sigue en su posición de enojo.

—Sube arriba Faith —demanda Erling.

Juro que no sé cómo me pueda ver yo con la presencia de él, pero ella ahora mismo se puso tensa con su orden.

—¿Qué mierda pasa? ¿Quién es ella? ¿Qué es lo que…

—¡Sube arriba de una puñetera vez! —la interrumpe y está realmente enfadado.

Ella lo hace finalmente. Erling vuelve a concentrar su mirada en mí. Me recorre entera. Me aferro con fuerza a la toalla. Parece irónico, porque todo lo que tengo él lo conoce, pero no somos los de antes.

—Vístete —ordena y su voz sale tan seca, tan fuerte que voy en busca de mi ropa.

Una vez vuelvo con él, me dedica una mirada de orden antes de echar a andar. Lo sigo, porque creo que es lo que quiere ahora.

Entramos a lo que parece ser un despacho. Se apoya en el borde la mesa y cruza sus brazos, permitiendo que se noten sus músculos. Siempre tuvo ese jodido don de tener el cuerpo perfectamente trabajado a pesar de no inmutarse con el gym. Aprovecho la situación para observar un poco más. Su rostro sigue siendo igual, pero la barba le da un aire más poderoso, más grande. Le queda bien.

¿Qué demonios hago vacilando sus atributos?

—Quiero anular ese contrato. Dime qué precio tiene y lo pagaré —aseguro.

Su mirada sigue intimidándome y odio eso. Lo odio porque yo jamás me sentí tan pequeña e indefensa a su lado. Erling jamás me observó de esa forma.

— Seguro —comenta. Su respuesta automática me asombra, no sé notaba muy flexible en la mañana. Tal vez no quiere tener problemas con su esposa.

Mierda.

Su esposa.

La vida es retorcida nivel infinito.

—Tienes dos meses para pagar la suma de un millón, medio por mes —informa y esas palabras son puñados de cuchillos en mi cuerpo. Ya me extrañaba que el nuevo e indomable Erling aceptase tan pronto.

— ¿Qué dices Erling? ¿Podrías ser más comprensivo? ¿Aumentarme el plazo de pago? —pregunto y mi voz suena más apagada que nunca.

Odio.

Molestia.

No quiero seguir mostrándome hundida delante de él.

Joder.

La persona que me veía afectada por la mierda de familia con la que vivía y hoy detesto estar tan sensible frente a él.

Camina hasta mí y se separa a escasos centímetros. No me toca, ni siquiera me roza y mi maldita mente recuerda que sucedía cuando estábamos separados por estos centímetros.

Yo estaba con Jordan por mi anhelo de tener mucho dinero, pero Jordan solo follaba mecánicamente, como si lo hiciera porque se lo permitía no por el deseo ciego. Erling en cambio, aunque muchas veces se comportaba de forma salvaje, me devoraba en serio, con deseo, con lujuria desmedida en sus ojos, posesivo con mi cuerpo, cariñoso a la vez. Erling lo tenía todo menos el dinero y entonces todos sus atributos los reducí a cero en la balanza. Perdí.

Hoy lo tengo otra vez a esos pocos centímetros y ya somos distintos. ¿Seguirá follando igual o lo hace mejor?

¿Por qué mierda pienso en esto ahora?

—Estoy siendo comprensivo, Esme. Si no lo fuera, estarías ahora mismo limpiando el suelo de esta casa, sin opción a elegir —dice con voz gélida.

Mis ojos se pierden en sus palabras. Me derrumba todo otra vez con el sonido distante de su voz.

—Odio que me llamen Esme. No soy Esme. Ella murió —me sincero con lo que siento ahora. Aunque la forma de hablar vuelve a molestarme.

—Eres Esme. A mí no se me olvida quién eres o quién fuiste —asegura con voz ronca—. Márchate.

Me quedo observándolo, no porque tenga otras intenciones, sino asegurándome que sea él Erling. No hay dudas.

Salgo prácticamente corriendo deseando perderme ya de su campo de visión, pero indiscutiblemente nada en mi vida sucede como me conviene y la Faith me intercepta antes.

—¿A dónde crees que vas sin explicar nada? —espeta y yo solo bajo la cabeza, no como respeto a Faith, sino como muestra de «no se que demonios más hacer». La situación con Erling me está afectando y bastante lidio con los problemas de mi vida para preocuparme en ganar una discusión con ella.

—Déjala ir —bufa Erling.

Se mueve a un lado y finalmente salgo corriendo de ahí.

Llevo a casa y como acto de tomarme un tiempo para procesar todo me siento en mi vieja butaca del balcón.

Bufo, frustrada. Mi vida se hunde más. Debo un millón a Erling y la renta. Mi cartera no tiene dinero ni para un taxi. Sacando cuentas cuento con un millón de problemas, un millón de deuda y cero millón de billetes. Sumando tengo dos millones de probabilidades de morir en el intento de salir de todo esto.

Me levanto como un resorte de la silla. No hay nada que pensar, sí mucho que hacer. Pienso recorrer todo Nueva York buscando trabajo. No me quedaré sentada ahora lamentándome y buscando croquetas para llenarme de colores la vida.

No tengo disponibilidad económica para taxi, por tanto, andaré por mis propios medios: los pies.

El recorrido fue extenso y el resultado penoso, bastante lamentable.

La primera empresa se mostró receptiva hasta que dije mi nombre. A partir de ahí solo dijeron: te llamaremos.

La segunda fue todavía peor, ni siquiera me atendieron.

La tercera aseguraron que no tenían disponibilidad de plazas.

La cuarta que estaban reduciendo plantillas y la quinta que no cumplo con sus requisitos para trabajar, jamás mencionaron que requisitos son.

El final del día llegó y con él mi cero posibilidad de mejora. Estoy demasiado cansada. Las simples mordidas que le di al sandwich de pollo que compró Matteo desaparecieron y ahora mi estómago ruge feroz.

No sé cómo llegué a casa, pero estoy realmente mal. Las piernas me duelen horrores. Batallando me siento en mi vieja butaca esperando que pase el dolor. Mi estómago vuelve a rugir desenfrenado. No puedo hacer mucho por él. No tengo nada que comer.

Vuelvo y observo mi cartera. Solo diez dólares. La última vez Dona Carmen me regaló los chicharrones, no puedo molestarle a esta hora y menos para pedir fiado. Además, no me conviene pedir fiado justo ahora cuando tengo una deuda que supera el millón.

No sé cómo logré dormirme, pero lo hice. Ahí mismo, en la antigua butaca del balcón. Me despierto cuando el sol choca contra mi rostro. No he mejorado físicamente en nada. Ahora ademas de las piernas, me duele todo el cuerpo y por supuesto, mi barriga me grita comida.

Me doy una ducha con el agua fría. Me envuelvo en la toalla a paso lento, porque aunque mi cuerpo tiemble ya me he acostumbrado a esta temperatura.

Seco un poco mi pelo castaño con la toalla y aunque le dedique segundos sigue goteando pequeñas gotas de agua. Me coloco mi simple y barata braga y un sujetador que ni siquiera combinan. Tomo un pantalón que se le nota los años de resistencia, pero aún sobrevive, así que me lo pongo. El pulover blanco que derrocha amor por Nueva York, que compré hace un año para asistir a la universidad. Mis tenis blancos, los que casi doy por perdidos y sustituidos. Bueno, eso último tiene que esperar.

No me maquillo, no estoy de humor y tampoco me interesa perder tiempo en ello. Un poco de perfume de rebaja, que estoy segura no impregnará su escencia en nadie.

Tomo la cartera y salgo nuevamente. El estómago me hace un último anuncio, si no le envio algo probablemente me hará caer al suelo.

Apenada, pero sin más remedio paso por el puesto de Doña Carmen.

—Niña ¿Te ha ido bien? —comenta.

—Si supieras Carmencita —digo con voz átona.

—Te comes un paquete de chicharrones y me cuentas —dice.

—Todo está bien Carmen. No te preocupes —finjo seguridad. No quiero dar lástima a nadie.

—Niña no me mientas, ¿qué sucede? —indaga mientras prepara chicharrones. Mi estómago ruge alto y por el silencio ella lo escucha. Apenada e ignorando eso me dispongo a hablar.

—No conseguí el trabajo, hicieron reducción de plantillas. Ayer salí a buscar un nuevo empleo pero ninguna empresa acepta —cuento. Una verdad a medias.

— ¿Cuándo fue la última vez que comiste? —indaga.

No tiene caso decirle que hace un momento porque mi estómago rugió como si no hubiese comido en días.

—Ayer en el almuerzo —informo.

—Santo cielo, niña, te pudo haber dado un desmayo. Anda, cómete estos dos paquetes de chicharrones y llévate la cena —comenta echando en una bolsa un recipiente con comida y otro paquete de chicharon.

—Carmen...

—Silencio niña, come. Y no se te ocurra volver a dejar de comer. Si no tienes el dinero pasa por aquí. Me ofendes. Cómo te he tratado yo para que te comportes así.

—Disculpa Carmen. No quiero molestar. Es mi responsabilidad. Yo debo velar por todas esas cosas.

—Niña tu lo estás haciendo bien, la vida no te está retribuyendo eso, pero te estás esforzando, así que la recompensa llegará. Ahora come y no menciones ni una palabra. Solo te quiero ver masticando y tragando —demanda y yo solo río.

Después de salir del puesto de Doña Carmen, mi vida siguió siendo la misma, pero el día lo enfrentaba diferente.

Tengo todo el día así que barreré las empresas que me faltan por visitar. Así pensaba antes de encaminarme a mi lucha. La primera se mostró reflexiva, incluso miraron mi currículum, pero al final salieron con que tenían las plazas llenas. La segunda fue relativamente igual, aunque esta no esperó por el currículum, pusieron una excusa rápidamente. No perdí las esperanzas, continúe mi recorrido. Cuarta, quinta y sexta un rotundo no. Antes obtenía excusas, ahora no se complican, dan un escueto no.

¿Rendirme? Jamás.

Seguí, no descansé. Busqué en mi viejo cacharro alguna empresa que faltara. No pedía como ingeniera, pedía de cualquier ubicación. Las próximas visitas fue el mismo chasco. Ya me dolían los pies de tanto andar, así que decido tomarme unos minutos en un parque.

Sentada, sintiendo como el aire invade mis pulmones, pienso que tal vez debería buscar todas las opciones, no solo empresas, pub, restaurantes, bares, tiendas, salones.

A los tres minutos ya estoy de pie de nuevo, con la energía renovada pero con mis pies fallando. No importa, no pienso detenerme ahora. Así es como empiezo a visitar todos los establecimientos buscando empleo. Lo mismo que pasaba con las empresas, un gran No.

Perdida, con las ganas de llorar y volver ser aquel animal indefenso que caía en el suelo de la casa sin saber cómo salir de las difíciles situaciones que le pone la vida, regreso a casa.

No tenía hambre, así que guardo los alimentos que me dio Doña Carmen en el frigorífico.

Vuelvo a la silla de la perdición, vuelvo a sentirme en un pozo vacío. No sé qué demonios hacer, pero no me rendiré, no aún. Mañana seguiré buscando.

El día siguiente fue lo mismo. Ya no daba más y no obtenía ningún resultado. Incluso me atreví a entrar a un club dónde bailaban en actos nocturnos, me rechazaron. Cómo si la ciudad completa me cerrara todas las puertas y solo dejara una abierta: la de Erling Savage.

Era la mañana del viernes y yo merodiaba  por el departamento en pijama viendo si quedaba otra salida. Por eso Erling aceptó tan pronto mi propuesta, sabía que no obtendría trabajo en más ningún lugar. Me atrevo a decir que él tiene que ver con esto y que no parará hasta tenerme en sus manos, porque al fin de cuesta esta es su manera de cobrarme mi codicia del pasado.

Tocan la puerta y yo me dirijo a ella con el paso acelerado pensando que sería alguna de esas entregas que me han llegado. Ahora creo que el remitente es Erling. Puedo equivocarme, porque me odia, para nadie sabe de los minutos de colores más que él.

—Hola bonita —comenta el casero y me observa descaradamente de arriba a abajo—. No puedo esperar un minuto más. Págame la renta atrasada.

—Voy a pagarla, lo juro. Por favor, deme una semana más —suplico.

Él me dedica una malévola sonrisa y estremezco negativamente. Da un paso hacia el interior y yo doy otro hacia atrás. Otro movimiento hacia mí, yo otro alejándome.

—No me toque —demando.

—No me has dejado otra opción. Si te dejas, olvido la deuda —dice.

No, definitivamente no. Mi vida podría mejorar pero no por mucho. Otra vez le deberé la renta y otra vez estaré en la misma situación. Prefiero salir por mis medios o caer en las manos de Erling.

Posa sus manos en mí y tosco intenta lanzarme al suelo. Le doy una patada en las pelotas tratando de safarme. Su propio quejido de dolor lo distrae y aprovecho para correr a la salida. No tengo sandalias, pero me importa poco. Me mando a correr por la ciudad con un simple pijama y descalza.

No lo quiero, pero no hay otra opción. Me cerró todas las malditas puertas, me cercó, ahora solo él tiene la llave de mi vida en sus manos.

Ando de prisa, llamando la atención de varios. No puedo hacer nada, tengo las manos atadas a esta única opción.

La enorme casa se levanta frente a mí. Automáticamente la sensación de incomodidad se instala en mi cuerpo. No deseo estar aquí. Me van a maltratar, me van a usar, me van a denigrar, van a hacer de mi estancia un infierno, lo sé. Lo más jodido de todo es que tengo que hacerlo, tengo que aguantar.

Me encuentro con el mismo señor que me trajo la primera vez.

— Hola, ¿qué desea? —indaga con voz suave.

— ¿Erling está en casa? —pregunto.

—Ha salido con su esposa, pero ha dado órdenes de que puede esperarlo dentro de la casa —informa él—. Sígueme.

Maldita sea. Estaba totalmente seguro de que volvería aquí, incluso aseguró el día.

Erling Savage, te estás convirtiendo en mi pesadilla.

El hombre me permite la entrada y se marcha. Otra vez en medio de esta casa y todo en mi se frustra. Otra cogida de la vida, en cuatro patas.

Me siento en un sofá de la sala a esperar. No quiero curiosear y que me pase lo de la última vez, pero el tiempo pasa y nadie llega.

¿Por qué será que sabiendo que son cosas incorrectas aún así las hago?

Entro a una gran habitación. Imagino que es la de ellos. Observo fotos de matrimonio y estremezco. No me gusta verlo casado.

Me siento en la cama para mirar cómodamente cada detalle, pero siento su aroma a limón y naranja dulce cerca, así que peco de pegar mi cabeza a su almohada. No sé en qué sitio de la cama duerme, pero sin dudas este es su perfume, lo reconozco por la esencia fuerte, masculina. Imagino que su mujer sea de muchos perfumes dulces.

Me quedo pegada a esa almohada como si fuese droga. Quiero levantar mi rostro de ella pero no lo consigo. Su olor me fascina. Así que decido levantarme y observar el armario. Si encuentro su perfume podré echarme una gota en la mano que me permita oler con más tranquilidad.

No soy una maldita acosadora, es que ese olor me fascina.

Veo el perfume Acqua Di Parma. Sin pensarlo, menos dudarlo vierto una gota en mi muñeca. No sé enterará de esto. Una vez lo hago me giro intentando salir de aquí corriendo como niña pequeña que metió la pata.

Al levantar mi mirada, la alfombra invisible que había bajo de mis pies la tiran y caiga de bruces.

Él está ahí, observándome, apoyado en el marco de su puerta.

— No has cambiado Esme. Deseo imperioso de saborear los lujos —comenta y si después del piso pudiese caer más, sin dudas lo haría.

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