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1. Siena

«Y pagarás lo que hiciste, cuando una de las vueltas de vida, te lleve al mismo sitio donde hiciste daño»

Paso delicadamente las manos por el vestido verde esmeralda y me enamoro más de la tela. Me observo en el espejo y sonrío encantada mientras miro mi reflejo. He visto tantas veces el fracaso en mí, que ahora no hago más que verme como el ave fénix. La maravillosa ave fénix que resurge de las cenizas. Alcanzo la toga y me lo pongo con emoción. Tanto llanto, tantos momentos de angustias, pero lo he logrado.

Acomodo mi pelo y me observo por última vez mientras un flashback loco de cinco segundos pasa por mi mente.

«Aquí o en la China, Esme, siempre serás una fracasada».

Nunca me habían afectado tanto las palabras de alguien, como lo hicieron las de mi padre.

Tomé esa maleta, con los únicos tres vestidos decentes que tenía, una cajita de madera y salí por la puerta de ese hogar, que nunca sentí mío, sin rumbo exacto.

Mi casa solo fue una pasada en comparación con lo que llegó luego. Fui humillada un centenar de veces, trabajando de empleada doméstica, viviendo con los ojos de hombres mayores sobre mí, con los celos de mujeres que me hacían limpiar dos inmensas plantas al segundo de haberlas limpiado.

Muchas veces lloré en las noches. Esas malditas noches que me hacían caer y herirme a mi misma por mis acciones pasadas. A pesar del cansancio horrible que acababa con mi cuerpo, me quedaba ahí, mirando un punto fijo mientras las lágrimas que nunca derramé se deslizaban por mi mejilla.

Me negué al amor, rechacé al único chico que he querido, simplemente porque no le veía futuro. Viví de ilusiones, intentando alcanzar un punto al que yo de lejos veía brillante. Me deslumbré tanto por la luz de ese punto que no noté el gran resplandor que irradiaba a mi lado.

Muevo la cabeza evitando pensar más sobre lo mismo. Mis ojos amenazan con derramar lágrimas, pero no me lo permito. No hoy, no ahora.

Ha llegado el taxi, así que me apresuro en salir. El camino se me hace más largo que nunca.

—¿De qué se gradúa hoy, señorita? —inquiere el taxista.

—Ingeniería Mecánica —contesto.

—Sus padres deberían estar orgullosos por su logro —afirma.

¿Orgullosos? ¿Padres?.

—El único orgullo que presencia está Ingeniera es el propio —digo con una discreta sonrisa.

Y en el fondo sé qué el taxista no me haría sentir peor que el ver a todos acompañados y a mí realmente sola. Cargando con mi orgullo, con mi felicidad, con mi llanto de emoción, con mi título sola.

Hemos llegado por fin, así que no demoro mucho en bajar. No necesito palabras que intenten consolarme, no lo quiero ahora. Todo está bien.

—Señorita...—me llama el taxista cuando di al menos dos pasos en dirección contraria.

—¿Si?

—Nunca estamos solos. Siempre hay alguien que te quiere vigilándote a lo lejos —expresa.

—Bueno, creo que hasta el momento no tengo ningún familiar allá arriba —señalo al cielo, creyendo que se refiere a eso.

—No entendiste señorita —comenta.

Iba a preguntar, verdaderamente no entendí y sigo sin entender, pero el taxista ya se ha marchado.

Decido no darle más vueltas a ese asunto y continúo mi camino al Salón Principal de la Universidad.

La ceremonia comienza y mis nervios crecen. Debería dar un discurso en minutos, debería, pero si los nervios siguen en mi cuerpo como si fuesen su hogar me quedaré estática en esta maldita silla.

—Señorita Muller —llama la Rectora, pero yo solamente me observo las manos mientras tiemblan de manera penosa.

¿Por qué mierda esconderme en un puto rincón cuando llevo más de cinco años viviendo así?

«Al traste los nervios» «Voy a subir ahí» «Lo he logrado joder» «Soy una guerrera» «No puede haber miedo ahora»

Me levanto de la silla y emprendo mi camino hacia el escenario. Me mantengo recta y con la cabeza en alto mirando hacia adelante todo el tiempo, tratando de no tropezar con el vestido víctima de todo lo que recorre en mi interior.

La rectora me dedica una sonrisa discreta y permite mi posición delante de la madera que porta el micrófono que, si no soy capaz de controlar mi voz, revelará a todos mis nervios. Aferro mis manos a esa madera y que el pavor se concentre ahí. Ejerzo tanta presión que temo pasar largo rato luego con dolor.

—Si me preguntaran cuál es la mayor prueba de constancia hablaría de la carrera universitaria. Si por algún motivo escucho alguien decir que no puede con tanto hablaría de la carrera universitaria. Si me preguntaran por una tragedia que se vuelve bendición volvería a hablar de la carrera universitaria. Porque solo los universitarios saben lo que es la vida universitaria. Es fácil, ¿cómo vas a rendirte?, es tu futuro, te queda poco, ¿cómo puedes cansarte si no haces nada?, son expresiones que se escuchan constantemente. Sitúate a mi lado y mantén la calma cuando tengas varios proyectos juntos, cuando te toque estudiar detalladamente una asignatura que te cuesta trabajo, cuando tengas que pasar del sueño porque necesitas aprobar, cuando el cansancio se apodera de tu mente, pero solamente puedes tomar un café y seguir, porque tu cansancio no frena el ciclo de evaluaciones, cuando sientas que no puedes más, pero el deseo de verte realizada pesa de sobremanera. Entonces, a partir de este momento no volveremos a decir «No puedo» «Es mejor rendirse». No permitas que te hablen de fracaso y si lo escuchas tú solo debes mirarte al espejo y decir eres campeón, eres guerrero, eres imparable. Buenos días. Gracias.

Muestro una discreta sonrisa mientras la sala se llena de aplausos.

Regreso a mi sitio mientras comienzan a llamar por nombres para entregar el diploma. La sala es muestra de la ola que llegan a formar los padres, que se levantan alternadamente cuando les toca a sus hijos. Después de segundos dicen mi nombre y regreso al escenario. Esta vez no hay absolutamente nadie de pie en el público, evidentemente...

«Para qué mierda pienso en eso».

—Éxitos en su vida profesional, señorita Muller —comenta la rectora.

—Gracias —expongo extendiendo la mano.

Regreso otra vez a aquella silla con una sensación rara y fuerte. Decido ignorarla y paso mi mirada al documento que envuelvo en mi mano recordándome por milésima vez que ya ha acabado.

Debería recorrerme un alivio, sin embargo, la sensación de rareza se mantiene. De pronto, como si la causa estuviera cerca, ese estado se profundiza.

Una flor negra estaba sobre la silla que anteriormente estaba sentada. Miro a mi alrededor, pero no veo nada relevante. La chica de al lado pasaba luego de mí, así que no pudo ver nada.

Agarro el tallo de la flor con un estado aún más confuso. Entre lo que debe soltarse y no quiere soltarse. Vuelvo a mirar a todos lados y sigo sin percibir algo que emita curiosidad.

Una expresión bajita de dolor sale de mis labios cuando me pincho el dedo. La flor tenía una espina, solo una y con ella me ha hincado.

El taxista con sus comentarios y la extraña flor empiezan a hacer de mi día de graduación, un día inusual.

Después de lanzar el gorro, no queda nada más...no para mí.

Regreso a casa con la idea de celebrar conmigo mismo. Me quito las sandalias de tacón y me dispongo alcanzar una cerveza en el frigorífico.

—Debería traer un gato, es la típica compañía de solteronas.

Me siento en la vieja butaca que ocupa espacio en el pequeño balcón. Subo las piernas en la baranda y reviso las redes. La vista que obtengo desde aquí no es la más bonita de la ciudad que digamos, así que centro mi atención en el móvil.

Otra vez una noticia del prestigioso corporativo ECar.

“ECar prepara salida al mercado de una nueva línea de autos. El CEO afirma haber puesto su corazón en el motor de cada auto. Asegura que dónde quiera que esté hará temblar al mundo”

Cada día me aparece una noticia sobre el corporativo, cada día mi deseo de pertenecer a él se incrementa. Me parece jodidamente increíble como crecieron en el mercado y tomaron ventaja de la competencia.

Me pregunto quién será el CEO. La gestión de marketing es grandiosa, elige los mejores canales de comunicación, llegando a cientos de consumidores, sin embargo, el CEO se manifiesta de manera peculiar sobre sus creaciones. Con solo leer sus consideraciones te dan seguridad y ganas de adquirir ese producto.

Jamás se ha mostrado frente a las cámaras. Tal vez es un cincuentón que ha vivido estudiando la mayor parte de su vida y ahora únicamente quiere mantenerse en la sombra mientras su imperio crece a niveles incalculables.

Termino la cerveza y me levanto con toda la disposición del mundo a alcanzar otra. Vuelvo al mismo rincón del balcón, está vez mis ojos se pierden en el deteriorado patio que comparte cada una de las casas que componen esta vecindad. Ya lo dije antes, no es precisamente el lugar más bonito de la ciudad. No sé lo que entiendan los otros por vecindad, si creen que es tipo «todos para uno, uno para todos» están bastantes jodidos. Aquí todos se encuentran demasiado ocupados buscando la forma de mejorar la vida.

Observo a la pareja de chicos que cruza el patio. Cuando me mudé aquí, los vi pasar un sábado a esta misma ahora. Desde ese momento cada sábado me sitúo en este mismo sitio a mirarlos mientras caminan de la mano. No es una obsesión, no es locura, es el hecho de acordarme de él, de mí, de nosotros...

¿Qué será de su vida? ¿Estará casado? ¿Tendrá hijos?

Éramos justamente así, como esos chicos. No teníamos nada más que la mano para agarrarnos. En esos casos todo está en la resistencia de la mujer, que sepa aguantar el proceso, que sepa tener paciencia y yo no la tuve. Necesitaba más que un te amo o una sonrisa.

Solté lo único que tenía, que en su momento para mí significaba poco. Solté su mano, perdí su sonrisa y me quedé sin los te amo. Seguí en busca de lo que yo creía bastante. Me di de bruces contra la realidad de la manera más cruda y jodida que podía.

La vida comenzó a dar sus vueltas con el motivo de darme una lección que en los años que me quedaran jamás se me olvidaría.

Me quedé sin nada y aunque siempre fui penosamente pobre, en ese momento la miseria me rodeaba y maltrataba mucho más. La chica de antes lo tenía a él, su mano, su sonrisa, su te amo, su paciencia, su preocupación, su cariño, su apoyo.

Me caí tantas veces, pero está vez no tenía una mano que me ayudara a levantar. Lo hice por mis propios medios, sin embargo, ¿cómo hubiese sido la vida con él, si lo mismo que he hecho hasta ahora lo hubiese logrado con él a mi lado?.

Tal vez hoy estuviésemos tomando una cerveza juntos o follando como locos, como solíamos hacer. Quizás estuviera feliz de verme crecer tanto.

Sin controlarlo una lágrima resbala por mi mejilla. Otra vez me estoy maltratando a mi misma con los recuerdos.

A día de hoy vale una mierda arrepentirse.

Busco otra cerveza. Emborracharse para olvidar lo que te duele es una estrategia bastante cobarde, pero al menos dará resultados por unas horas.

Tocan la puerta. Visitas no recibo, así que solo puede ser alguien. El maldito casero. Un viejo de casi setenta años que me mira como si con esa edad tuviera fuerza para levantar a su amigo.

—Muñeca quinto día de atraso —comenta y me dedica una sonrisa que muestra sus dientes de oro.

—Lo sé, pero ya soy oficialmente Ingeniera. Mañana buscaré trabajo —explico de buena manera.

—Te he dicho que te complicas la vida porque quieres. Ya te di una opción —expresa recorriendo con sus ojos mi cuerpo.

No viejito, la vida no se va a ensañar más conmigo. He aprendido la lección. Mi mentalidad ahora es diferente.

—Descartada. No gastes tu saliva en vano, señor Thompson —digo—. En cinco días tendrás tu paga y si no es así me iré. Que pase buena noche.

Cierro la puerta sin esperar respuesta de su parte. Este lugar es lo más decente que puedo permitirme. He estado peor, así que de todas formas esto se siente palacio. Mañana buscaré trabajo, no puedo permitirme quedarme sin un techo.

Alcanzo otra cerveza y vuelvo a mi vieja butaca. El móvil, de algunas generaciones atrás muestra una notificación entrante. Otro post de ECar.

“Romperse en mil pedazos no está mal, mal está lo que hagas con los pedazos rotos. Si lo botas estarás privándote a ti mismo la oportunidad de crecimiento y esto tarde o temprano te llevará al fracaso. Si tomas esos pedazos rotos como impulso para seguir, para crecer, para impulsar tu camino tendrás el éxito garantizado. Tú decides... lo botas o los recoges. ECar de los pedazos rotos de su creador, está destinada al éxito”

Declarado, no hay mejor marketing.

La noche cae y yo me pregunto cuanto tiempo llevo exactamente haciendo esto: tomando cerveza sin que existiera mañana.

Me levanto de la butaca nuevamente. A paso pastoso hasta la cocina. Se me antojaron unas croquetas y yo las haré, ahora.

Alcanzo una proporción de carne molida, esta es la del mes, si las croquetas esas son incomibles otra vez, cenaré pura sopa los próximos días. Doy un tropezón de vuelta a la encimera. En este estado no es apropiado cocinar, ya ni siquiera tengo el equilibrio, pero el antojo puede más que todo.

Busco la harina. Tenía un poco guardada para otra ronda de croquetas, las que hice la última vez fueron un asco.

¡Dónde rayos he metido ese polvo!.

Me muevo por cada espacio, sin recordar una mierda dónde está. Con un poco de suerte, más suerte que nada, porque la estabilidad y la vista las tengo de receso después de irme de fiesta privada con mis amigas, las cervezas.

Joder. ¡La he encontrado!

Si sigo la misma receta anterior me quedarán hechas un desastre. Decido hacer una variación. Agregaré también leche, la última vez no lo hice.

—Sí Siena está vez te van a quedar espectacular. Si la vez pasada fueron un asco, no quiero ver ahora en este estado —me hablo a mí misma en alta voz.

—Puede que sí, hoy me acompaña la suerte —me respondo.

Maldita loca —me dice mi subconsciente.

—Solo quiero unos minutos de colores, maldita sea —comento en alta voz, fajada con mi propio subconsciente.

Las lágrimas se acumulan en mis ojos y amenazan con salir. No, otra vez no. Esas frías y largas noches, no.

Caminaba frustrada, obstina de la vida, de mi vida. Cada día mi añoranza de salir de esa casucha que llamaba hogar se incrementaba. No podía más...

Ahí a mitad del camino, aparecía él. El chico más genial que pueda existir. El que estaba lejos de ser perfecto, pero al menos intentaba dar lo mejor de él para mí.

Me besaba y el mundo por un momento dejaba de ser tan jodido. Su mano acariciaba mi mejilla, mientras me decía que todo estaría bien, que él lucharía por un mejor futuro para ambos. Tomaba mi mano y me llevaba a ser feliz, «minutos de colores» eso era para mí ese instante dónde degustaba esas deliciosas croquetas del puesto de Franki y era él, el que siempre me llevaba a ese sitio e intentaba que «los minutos de colores se alargasen».

El único amor sincero que corrió por mis venas. El único que hacía palpitar mi corazón con prisa.

Su pelo era tan negro como la noche. Esos ojos tan brillantes a pesar de no llevar una vida fácil. Si cuerpo era perfectamente trabajado, del arduo trabajo que llevaba día tras día.

Era el hombre que toda mujer querría y lo tenía irremediablemente enamorado de mí.

Las lágrimas salen a cántaros mientras lo recuerdo. Solo yo sé las tantas noches que he llorado por él. Solamente yo sé cuánto me arrepiento por no haber tomado su mano aquella vez para luchar juntos. Solamente yo sé lo que he esperado encontrarlo. Solamente yo sé cuánto lo he extrañado. Solamente yo sé.

Decido levantarme del suelo, a dónde he caído producto a la tristeza que me comprime el pecho ahora. Me dirijo a la butaca con la intensión de seguir bebiendo como si mañana no existiera.

Erling, mi increíble Erling. Estaríamos juntos aquí o en cualquier otro sitio, sin dinero, pero juntos. Porque al final cariño, al final he luchado, nada me han dado, he luchado sola. Tendríamos tal vez un niño. Quizás yo estaría a punto de volverme loca, pero tú llegarías a casa, me basarías y dirías que todo iba bien. Me abrazarías en la noche y el frío desaparecería.

«Me he quitado la felicidad. Yo misma lo hice»

Tocan la puerta y yo miro hacia atrás pensando si levantarme o no. Al final he decidido hacerlo, mi incógnita es ¿Puedo hacerlo?.

Me levanto de la butaca y un ligero mareo me hace perder el equilibrio. Doy el primer paso, luego otro, de uno al siguiente hay un largo trecho.

Señores a diez manzanas de la butaca está la puerta. Cómo puede entenderse, cuando mi departamento es más chiquito que un salón de peluquería.

A penas voy a mitad y ya quién espera se está empezando a impacientar, porque toca varias veces más.

—O esperas o te largas, no me agites —grito a quién sea que esté de tras de la puerta.

Por fin llego. Respiro como si hubiese llevado una carrera. Soy penosamente floja para tomar.

¡Una cervecita y mira como se pone la nena!

Abro la puerta y me encuentro con un joven. Lo miro de arriba a abajo, lo vuelvo a mirar y sigo sin saber que hace él en la puerta de mi casa, si yo no lo conozco.

Bueno, tiene todo el combo de repartidor. Pero a mí me falta el combo que se necesita para comprar, así que sigo sin saber que hace él en la puerta de mi casa.

Tal vez, necesita entrar a mear. No, a los hombres le dieron la facilidad de hacerlo de pie en cualquier sitio. Oh, tal vez necesite para el otro proceso, pero igual, es de noche, se puede agachar en pleno parque y hacer ahí. Total, en este barrio no hay ni para alumbrar el parque. Imagina que se ha cogido de Motel.

—Señorita —me saca de la basta de pensamientos de mierda que se acumularon en un segundo en mi cabeza.

—Ojalá cariño —contesto—. Bueno, sí, después de cinco años se puede considerar reconstruida.

—¿Es usted Esme Muller? —inquiere.

Odio que me digan Esme. Era mi antiguo nombre. Cuando he podido me lo he cambiado. Esme trae consigo muchas cosas que ya yo no soy.

—Siena Muller —rectifico—. Esme era otra chica que vivía en mi cuerpo.

—Una entrega para usted. Que lo disfrute —comenta y se marcha.

Ahí me quedo yo en la puerta, tambaleándome un poco hacia alante un poco hacia atrás hasta que mis nalgas decidan lanzarse al suelo otra vez.

Miro el paquete, es pequeño, pero podría perfectamente conllevar una bomba.

Aterriza Siena. Quién en su sano juicio te pondría una bomba. ¿Qué querrían de ti? ¿Tu vieja butaca? ¿La porción de carne molida que guardabas para todo un mes? ¿Tu viejo cacharro que llamas móvil? —se burla mi subconsciente.

Eres muy cruel subconsciente.

Abro el paquete con paciencia y mis ojos quieren estallar. Las manos se me aflojan y amenazan con dejar caer semejante oro molido, pero me aferro al cartón como si mi vida dependiera de ello.

Croquetas. Me han enviado croquetas.

«Regresaron los días, pero ya no tienen color».

Mierda. No sé si comerlas o llorar o llorar mientras como. Yo creo que merezco comerlas y necesito llorar, así que opción tres.

¿Será Erling? ¿Está cerca? ¿Volverá por mí? ¿Nuestra historia tendrá otro final? ¿Tendremos el hijo y yo con toda locura lo esperaré al llegar a casa?.

«No tienen color»

¿Qué querrá decir?. Será porque hemos estado separados.

«Deja de vivir de ilusiones Siena, la vida nunca ha sido tan buena contigo»

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