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la salida

Hola, buenassss.

Pregunta sería.

¿Cómo irían vestidos a un concierto de the warning?

Los leo.

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Alejandra estaba recostada en la cama, hablando sin parar sobre su última conquista.

— No, en serio, chicas. Esta mujer besa como si el mundo se estuviera acabando — contaba con entusiasmo exagerado, haciendo ademanes dramáticos.

Dany, sentada en una silla al lado del ventanal, suspiró con una sonrisa.

— Me alegra que tu vida amorosa sea emocionante, Ale. Mientras tanto, yo estoy aquí, muriendo lentamente porque extraño a mi novia.

Pau, que estaba acostada boca abajo en la cama, se hartó del tema.

— Dios, ¿pueden dejar de hablar de amor por cinco segundos? Algunos estamos aquí solteros y deprimidos.

Sin esperar respuesta, se levantó y salió al balcón. El aire fresco le golpeó el rostro, y el paisaje iluminado por el día se extendía frente a ella, sereno y hermoso. Cerró los ojos un momento, tratando de calmar la tensión en su pecho.

Entonces su teléfono vibró en el bolsillo. Lo sacó y vio el mensaje de Lucy.

Lucy: Hey, ¿cómo estás?

Pau frunció el ceño y luego sonrió con un poco de sarcasmo.

Pau: ¿Quieres la versión poética o la cruda? Porque me siento como si un camión me hubiera atropellado y luego retrocedido para rematarme.

La respuesta llegó casi de inmediato.

Lucy: Wow, eso es... gráfico. ¿Qué pasó?

Pau: Nada, mis hermanas están en modo “hablar de amor eterno”. Me están torturando lentamente.

Lucy: Jaja, suena intenso. ¿Y tú? ¿Sigues sin creer en el amor o qué?

Pau: Después de lo que me pasó, el amor me da náuseas. ¿Y tú? ¿Ya te casaste con el puente o qué?

Lucy tardó unos segundos en responder.

Lucy: Nah, ya superé esa etapa... creo.

Pau sonrió.

Pau: “Creo” no suena muy convincente.

Lucy: Bueno, no es fácil, pero aquí estoy, sobreviviendo.

Pau: Eso es lo importante.

Siguieron hablando durante un buen rato. Los temas salían de forma espontánea: anécdotas tontas, recuerdos incómodos, incluso sus sueños frustrados. Pau se sorprendió de lo fácil que era abrirse con Lucy.

Finalmente, Lucy escribió algo que la tomó por sorpresa.

Lucy: ¿Quieres salir a tomar un café?

Pau levantó las cejas, sorprendida.

Pau: ¿Ahora?

Lucy: Sí, ¿por qué no?

Pau: ¿Y si resulta ser una cita romántica incómoda?

Lucy: Entonces podemos huir juntas...o podemos ser solitarias juntas.

Pau soltó una carcajada.

Pau: Está bien, mándame la ubicación.

Lucy le envió la dirección, y Pau guardó el teléfono en su bolsillo. Miró hacia el paisaje una última vez, sintiendo que su día acababa de mejorar un poco. Quizá, solo quizá, esta salida no sería tan mala después de todo.

Pau tomó su abrigo y lo ajustó sobre sus hombros. Saludó rápidamente a Ale y Dany.

— Me voy un rato — dijo sin muchas explicaciones.

Ale la miró con una sonrisa pícara.

— ¿Seguro que no es una cita romántica? — bromeó.

— Ni en tus sueños — replicó Pau, rodando los ojos.

Dany se unió a la burla.

— Yo digo que regresa enamorada.

— Ja, ja — Pau las ignoró y salió del hotel, cerrando la puerta tras de sí.

Ale se encogió de hombros.

— Bueno, ya veremos.

— Mejor cuéntame otra vez sobre tu nueva conquista, pero por favor omite los detalles explícitos esta vez — pidió Dany, riendo.

Ale se acomodó en el sofá, preparada para hablar de su gran historia amorosa, mientras Pau ya caminaba por las calles del pequeño pueblo.

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El aire fresco acariciaba el rostro de Pau mientras avanzaba con la capucha puesta. Observaba el entorno con cierta curiosidad. Las calles empedradas estaban llenas de personas que se saludaban con familiaridad. Era evidente que todos se conocían.

A medida que pasaba, algunas miradas se posaban en ella. La gente la observaba con interés, como si fuera una extraña en un lugar donde todos encajaban perfectamente. Pau no pudo evitar sentirse fuera de lugar.

— Genial — murmuró para sí misma. — Una turista famosa en un pueblo donde seguro nadie ha oído mi música.

Su teléfono vibró en el bolsillo. Lo sacó y vio el mensaje de Lucy.

Lucy: Ya llegué al bar. Te espero adentro.

Pau guardó el teléfono y aceleró el paso. Finalmente, llegó al bar. Era un lugar pequeño pero acogedor, con mesas de madera y luces cálidas. Al entrar, encontró a Lucy sentada en una mesa cerca de la ventana, con una taza de café frente a ella.

— Hola — saludó Pau, quitándose la capucha.

Lucy sonrió.

— Hola. Pensé que no vendrías.

— ¿Y perderme el mejor café del pueblo? Ni loca — bromeó Pau, sentándose frente a ella.

Lucy rió suavemente.

— ¿Qué tal el paseo?

— Interesante. Todos me miran como si fuera un extraterrestre.

— Bueno, es un pueblo pequeño. No estamos acostumbrados a caras nuevas, menos a alguien como tú.

Pau arqueó una ceja.

— ¿Alguien como yo?

— Ya sabes... famosa, con un abrigo caro, celular de último modelo. Pareces salida de una revista.

Pau soltó una carcajada.

— Claro, porque soy el epítome del glamour.

Lucy la miró con curiosidad.

— Hablando en serio, ¿qué haces aquí? ¿Por qué no estás en la ciudad disfrutando de tu fama y fortuna?

Pau suspiró, dejando su taza sobre la mesa.

— Supongo que necesitaba alejarme de todo.

— ¿De la fama?

— De la fama, de las cámaras, de la gente que cree que mi vida es perfecta solo porque tengo dinero y un maldito celular caro — dijo Pau con un tono sarcástico. — A veces solo quiero ser una persona normal.

Lucy la miró pensativa.

— ¿Y no puedes serlo?

— No, siempre hay alguien tomando fotos o inventando chismes. Incluso mis hermanas lo manejan mejor que yo.

— Entonces... ¿por qué sigues en ese mundo?

Pau se encogió de hombros.

— La música es lo único que me hace sentir viva. Pero todo lo que viene con ella es una mierda.

Lucy asintió lentamente.

— Supongo que tiene sentido. Yo estudié medicina un tiempo y lo dejé porque me consumía. A veces la pasión no es suficiente.

Pau la miró con interés.

— ¿Y qué haces aquí entonces?

— Trabajo en el bar y sobrevivo. Este pueblo es tranquilo, aunque un poco cerrado.

— ¿Siempre viviste aquí?

— No. Me mudé hace unos años. Era la única opción que me quedaba.

— ¿Y cómo se supone que me gane a esta gente? Me miran como si fuera un bicho raro.

Lucy sonrió.

— Sé amable, haz contacto visual, y si puedes, compra algo en las tiendas locales. Eso siempre ayuda.

Pau rió.

— ¿Eso es todo?

— También ayuda no parecer una celebridad hastiada del mundo — bromeó Lucy.

Pau la miró con una sonrisa irónica.

— Gracias por el consejo, doctora.

La mesera dejó la taza de café frente a Pau, que agradeció con un leve asentimiento. El aroma cálido le recordó brevemente las pocas veces en las que realmente se había sentado a disfrutar de una buena conversación sin preocuparse por la fama o las cámaras.

— ¿Tus padres también viven por aquí? — preguntó Pau mientras removía el café con la cucharita.

Lucy frunció ligeramente el ceño.

— No. Ya no hablo con ellos.

Pau dejó de mover la cuchara.

— Lo siento...

Lucy forzó una sonrisa y encogió los hombros.

— Es justo. Me odian, y supongo que se ganaron el derecho.

— Nadie debería odiar a su hija.

— Bueno, no todos tienen hermanas maravillosas como tú, ¿no? — dijo Lucy, tratando de suavizar el ambiente.

Pau captó el cambio en el tono y decidió no insistir. Sabía cómo era querer enterrar ciertos temas bajo tierra.

Lucy se apoyó en la mesa y la miró con una sonrisa traviesa.

— ¿Siempre quisiste ser baterista?

— La música siempre fue lo mío, pero... — Pau hizo una pausa — en algún punto me interesaron las finanzas.

Lucy arqueó una ceja, claramente sorprendida.

— ¿Finanzas?

— ¿Qué tiene de malo?

Lucy se echó a reír.

— ¡Es lo más aburrido que he escuchado! ¿En serio tú, Pau, la rebelde y famosa baterista, quería pasarse la vida en una oficina revisando balances?

— Pues sí. Me gusta el control de números, la inversión, la planificación.

Lucy la miró incrédula.

— Ahora entiendo por qué te miran raro en el pueblo.

— Muy graciosa — respondió Pau, rodando los ojos.

— No, en serio, tienes que dejar de ser tan aburrida.

— ¿Ah sí? ¿Y cuál es tu brillante plan?

Lucy sonrió de manera misteriosa.

— Ven conmigo.

— ¿Adónde?

— Es una sorpresa.

Pau la miró con desconfianza.

— No soy fan de las sorpresas.

— Vamos, no es como si te fuera a llevar a un lugar peligroso... aunque quién sabe.

Pau bufó.

— Qué tranquilizador.

— ¿Confías en mí?

Pau se cruzó de brazos.

— Apenas te conozco.

— Entonces esta es la oportunidad perfecta para hacerlo.

Pau sopesó la situación por un momento. La lógica le decía que quedarse en el bar era la opción sensata, pero algo en Lucy la hacía querer romper sus propias reglas.

— Está bien, pero si algo raro pasa, te juro que nunca dejarás de oírme quejarme.

— Trato hecho — dijo Lucy con una sonrisa radiante mientras se levantaba. — Vamos.

Pau tomó su café de un trago y se puso de pie, lista para averiguar qué sorpresa tenía preparada Lucy.

Pov Paulina.

Cuando Lucy y yo salimos del bar, el aire fresco me golpeó el rostro, recordándome cuánto necesitaba estar fuera. Sin embargo, la idea de confiar en alguien que apenas conocía seguía siendo incómoda.

— Debes confiar en mí, Pau — dijo mientras metía las manos en los bolsillos de su abrigo.

— ¿Confiar en ti? — reí con escepticismo — Te conozco hace qué… ¿una semana? Y ya me llevaste al puente donde casi te tiraste.

Lucy se detuvo, girando para mirarme con una ceja arqueada.

— Bueno, eso es un punto justo. Pero te prometo que esta vez la sorpresa no incluye intentos de suicidio.

— Tranquilizante como siempre — murmuré.

Seguimos caminando por las calles empedradas del pueblo. Las casas pintadas de colores suaves parecían sacadas de una postal. Todos los que pasaban saludaban a Lucy con familiaridad, y ella respondía con una sonrisa fácil.

— Hola, señora Teresa, ¿cómo va su jardín? — le dijo a una mujer de cabello plateado que sostenía una regadera.

— Mejor desde que me diste esos consejos, Lucy. Gracias, cielo.

La mujer me lanzó una mirada amable, como si ahora yo también formara parte del pueblo.

— ¿Quién es tu amiga? — preguntó.

— Paulina — dijo Lucy, como si el nombre no pesara nada. — Es una baterista increíble.

— Ah, una artista. Qué bien, bienvenida al pueblo.

La señora Teresa siguió su camino, y yo me quedé mirándola alejarse.

— ¿Siempre eres así de encantadora? — le pregunté a Lucy.

— Nah, solo con la gente que lo merece — respondió con una sonrisa descarada.

Mientras caminábamos, Lucy me iba contando historias de las personas que saludaba. Que si don Martín había ganado una competencia de quesos, que si la hija de la señora Teresa se iba a casar. Era absurdo, pero me sentía parte de algo, como si el peso de la fama y las expectativas se disolviera un poco.

Finalmente llegamos a un establo de madera vieja pero bien cuidada. El olor a heno fresco llenaba el aire, y el sonido de los caballos resonaba en el ambiente.

— ¿Qué es este lugar? — pregunté, curiosa.

— Un regalo de mi mejor amiga — respondió con una sonrisa nostálgica.

— ¿Un establo como regalo? Yo quiero amigas así.

Lucy se echó a reír.

— Ya te buscaré una. Ven, te quiero mostrar algo.

Me hizo pasar al interior, y mis ojos se posaron en los caballos. Había varios, pero uno en particular captó mi atención. Era negro como la noche, con un brillo en el pelaje que reflejaba la luz del sol.

— Te enamoraste, ¿verdad? — dijo Lucy, observando mi expresión.

— Es hermoso. ¿Tiene nombre?

— Sombra. Tiene carácter, así que creo que se parece un poco a ti.

Sonreí, aunque intenté disimularlo.

— Bueno, ya tienes experiencia en hacer comparaciones absurdas.

Lucy preparó a los caballos con movimientos hábiles.

— ¿Lista para montar? — preguntó, tendiéndome las riendas de Sombra.

Sentí un nudo en el estómago.

— Eh… no.

— ¿Por qué no?

— Porque nunca lo he hecho, porque me da miedo caerme y porque los caballos son enormes. ¿Necesitas más razones?

Lucy se acercó, mirándome con seriedad.

— ¿Confías en mí?

Suspiré.

— Debería dejar de hacerte esa pregunta.

— Exacto. Ahora, sube.

Con su ayuda, logré subir a Sombra. El cuero de la montura era firme bajo mis manos, y el calor del animal me transmitía una extraña sensación de seguridad.

— Tranquila, Pau. Yo estaré contigo.

Empezamos a caminar con los caballos hasta llegar a un campo desierto. El atardecer pintaba el cielo de colores naranjas y rosados. Lucy se subió a su caballo con facilidad, y ambos avanzaban en sincronía.

— Gracias por salvarme — dijo de repente.

La miré, sorprendida.

— Alguien hizo lo mismo por mí alguna vez.

Hubo un silencio cómodo entre nosotras, solo interrumpido por el sonido de los cascos.

— Ahora viene la mejor parte — anunció Lucy con una sonrisa traviesa.

Antes de que pudiera preguntar, tocó el flanco de Sombra, y el caballo comenzó a correr.

— ¡¿Qué demonios estás haciendo?! — grité mientras me aferraba a las riendas.

Lucy reía mientras su propio caballo corría junto al mío.

— ¡Relájate, Pau! ¡Disfruta!

— ¡Maldita sea, Lucy! ¡Esto no es relajante!

El viento me golpeaba el rostro, y cada fibra de mi ser quería detener al caballo. Pero algo dentro de mí decidió hacerle caso. Solté la tensión en mis hombros y dejé que el animal marcara el ritmo.

De repente, todo pasó en cámara lenta. El viento se sentía suave, el paisaje se difuminaba en colores cálidos, y el sonido del mundo se desvaneció. Giré la cabeza y vi a Lucy mirándome. Su cabello ondeaba al viento, y sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y felicidad.

En ese momento, entendí algo: esto era libertad. Sin fans, sin cámaras, sin expectativas. Solo el caballo, Lucy y yo corriendo hacia ninguna parte.

Y por primera vez en mucho tiempo, me sentí en paz.

El grito salió de mi garganta antes de que pudiera detenerlo. Fue un grito de pura emoción, de algo que había estado enterrado dentro de mí y que ahora brotaba con fuerza.

Sombra corría como si el mundo dependiera de ello, sus cascos golpeando la tierra con un ritmo constante y poderoso. Pasamos por un camino largo bordeado de árboles, sus ramas entrelazadas formando un túnel natural. El aire olía a madera y tierra fresca, y la luz del atardecer filtraba destellos dorados entre las hojas.

Ya no veía a Lucy, pero no importaba. Me sentía completamente en paz, como si el peso de todo lo que había estado cargando se desvaneciera. Me relajé por completo, soltando cualquier tensión.

El mundo se movía en cámara lenta. El cielo era una obra de arte en tonos naranjas y violetas, y los árboles parecían danzar al ritmo del viento. Cerré los ojos por un segundo, dejando que la sensación me envolviera. Amaba esto.

En algún momento, el caballo comenzó a disminuir la velocidad. Abrí los ojos y vi un lago frente a mí. El agua era cristalina, reflejando los colores del cielo. La escena era tan perfecta que parecía sacada de un sueño.

Lucy apareció junto a mí, su caballo caminando a su lado. Tenía una sonrisa de satisfacción en el rostro.

— ¿Cómo te sientes, Pau? — preguntó mientras tomaba las riendas de Sombra.

— Como si pudiera conquistar el mundo — respondí, aún sin aliento.

Lucy rió suavemente.

— Me alegra escuchar eso. Ven, te ayudo.

Extendió la mano, y yo la acepté. Cuando mis pies tocaron el suelo, mis piernas temblaron tanto que casi me caigo.

— ¡Wow! — exclamé, riendo nerviosa. — No siento las piernas.

— Es normal. Tu cuerpo estaba en tensión todo el tiempo — dijo mientras me sostenía con firmeza. — Vamos, siéntate un rato.

Nos dirigimos al pasto junto al lago. El aire era fresco y tranquilo, y solo se escuchaba el suave chapoteo del agua.

— Este lugar es increíble — dije, maravillada.

Lucy se recostó sobre el pasto, mirando el cielo.

— Lo descubrí cuando tenía 16 años.

La miré, curiosa.

— ¿Cómo lo encontraste?

— Fue un día complicado — dijo con un suspiro. — Había tenido una pelea horrible con mis padres. Me sentía atrapada, como si el mundo se estuviera derrumbando a mi alrededor. Salí corriendo sin pensar, solo quería escapar. Caminé por horas hasta que llegué aquí.

Hizo una pausa, sus ojos perdidos en el reflejo del lago.

— Cuando vi el agua y el atardecer, algo dentro de mí cambió. Sentí que podía respirar de nuevo. Desde entonces, cada vez que necesito claridad, vengo aquí.

Asentí, comprendiendo perfectamente lo que decía.

— Suena a tu lugar secreto.

— Lo es. Y ahora también es tuyo.

Sonreí, sintiendo un calor reconfortante en el pecho.

— Gracias por traerme, Lucy.

Ella se giró hacia mí, con una expresión sincera.

— Gracias por confiar en mí, Pau.

Nos quedamos en silencio, mirando el lago. No necesitábamos hablar. Todo estaba dicho en esa paz que nos envolvía. Por primera vez en mucho tiempo, no sentí prisa por regresar a ningún lugar. Estaba exactamente donde debía estar.

Cuando el cielo empezó a oscurecer y las primeras estrellas tímidamente asomaron, Lucy se levantó del pasto.

— Es hora de volver antes de que no veamos el camino — dijo con una sonrisa mientras chasqueaba la lengua para que su caballo se acercara.

— Sí, probablemente sea buena idea no perdernos por aquí — bromeé mientras me sacudía la ropa y caminaba hacia Sombra.

Subir al caballo fue más fácil esta vez. Sentía una conexión extraña pero agradable con el animal, como si hubiera nacido para esto, aunque fuese la primera vez que lo hacía. Lucy se subió ágilmente a su montura y comenzó a avanzar.

— Vamos, Pau — me animó. — Solo déjate llevar, ya lo tienes dominado.

Sonreí, confiada, y Sombra comenzó a caminar a la par del caballo de Lucy.

La brisa nocturna era fresca, y el sonido de los cascos resonaba en el silencio del campo. El cielo ahora era un manto oscuro salpicado de estrellas, y la luna comenzaba a iluminar el camino.

— ¿Sabes? — dijo Lucy mientras avanzábamos — Creo que al final no fue una mala salida.

Solté una risa divertida.

— Para nada. Fue genial, de hecho.

Lucy me miró de reojo con una sonrisa.

— Me alegra que pienses eso. ¿Te gustaría repetirlo pronto?

Asentí, sincera.

— Definitivamente.

Llegamos al establo justo cuando el último resquicio de luz del día desaparecía por completo. Lucy desmontó primero y se acercó para ayudarme a bajar. Esta vez, mis piernas no temblaron tanto, pero aún se sentían un poco torpes.

— Ya lo vas dominando — comentó Lucy con una sonrisa.

— Bueno, si tengo una maestra como tú, era de esperarse.

Lucy rió mientras guiaba a los caballos hacia sus respectivos lugares. Una vez asegurados, caminamos juntas hacia la salida del establo.

— Gracias por esto, Lucy — dije con sinceridad.

— Gracias a ti por confiar — respondió, tocándome suavemente el hombro. — Nos vemos pronto, Pau.

Me despedí con una sonrisa mientras caminaba de regreso al hotel, sintiendo que algo dentro de mí había cambiado. Lucy no solo me había mostrado un hermoso lugar; de alguna manera, también me había hecho sentir más ligera, menos rota. Y eso era algo que no tenía precio.

Abrí la puerta de la habitación del hotel y antes de que pudiera dar dos pasos adentro, las voces de Ale y Dany me atacaron como un torbellino.

— ¡Miren quién volvió toda despeinada! — exclamó Ale con tono burlón mientras me señalaba.

— Sí, ¿y esa ropa toda desacomodada? — añadió Dany, fingiendo escándalo. — A ver, Pau, confiesa. ¿Qué hiciste?

Me crucé de brazos, tratando de no reírme.

— Monté un caballo.

Hubo un silencio incómodo. Luego, Ale soltó una carcajada tan fuerte que hasta el vecino debió escucharla.

— ¡Claro! ¿"Montaste un caballo"? Esa es la peor excusa que he escuchado en mi vida — se burló.

— Definitivamente, Pau. Nadie vuelve con esa pinta después de montar un caballo — añadió Dany, alzando una ceja con picardía. — ¿Y cómo se llamaba ese "caballo"?

— ¡Basta! — les dije entre risas. — ¡Les juro que fue un caballo de verdad! Con crines, patas y todo.

Ale se inclinó hacia Dany, como si conspiraran.

— Ya sé, seguro le enseñaron a "montar" pero de otra manera — dijo Ale, enfatizando la palabra con malicia.

— ¡Alejandra! — protesté fingiendo indignación mientras le lanzaba una almohada.

— Oye, cuidado — dijo Ale, riendo mientras la esquivaba. — No sé qué tocaste con esas manos, y no quiero ni imaginarlo.

— ¡Eres una idiota! — le respondí en broma.

Dany se llevó las manos a la cabeza.

— ¡Basta, ustedes dos! Esto se está poniendo demasiado gráfico incluso para mí.

— Bueno, me voy a bañar. Y no, Ale, no te preocupes, no toqué nada raro… aunque ahora que lo mencionas, quizá toque tu cepillo de dientes.

— ¡No te atrevas, Pau! — exclamó Ale, horrorizada.

— Ya veremos — dije con una sonrisa traviesa antes de dirigirme al baño.

---

Cerré la puerta del baño y solté una carcajada al recordar la conversación con mis hermanas. Me desvestí y abrí la regadera, dejando que el agua fría cayera sobre mí.

El primer contacto del agua fue helado, pero pronto me acostumbré. Cerré los ojos y dejé que el sonido del agua llenara mis sentidos. Sentía cómo cada gota se llevaba el cansancio del día, el polvo del camino y las emociones que habían quedado atrapadas en mi pecho.

Respiré hondo, recordando el campo abierto, el viento en mi rostro mientras el caballo corría, y el cielo teñido de colores cálidos. Era un recuerdo tan vívido que casi podía sentirlo de nuevo.

— Quizá esto es lo que necesitaba — susurré para mí misma.

Me apoyé en la pared, dejando que el agua cayera sobre mi cabeza. El ritmo constante me relajó por completo, como si cada gota se llevara un peso invisible.

Pensé en Lucy, en su risa franca y su manera de hacerme sentir cómoda. Había algo en ella que me intrigaba, algo que no podía explicar pero que me hacía querer volver a verla.

Cuando el agua empezó a enfriarse, supe que era hora de salir. Me sequé rápidamente y me puse ropa cómoda. Al mirarme en el espejo, noté que había algo diferente en mi expresión.

Quizá mis hermanas estaban locas, pero había algo de cierto en su burla: esa salida sí me había cambiado, aunque no de la forma que ellas imaginaban.

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