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el duelo

Holaaa.

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El ambiente en la casa estaba pesado, cargado de angustia y desesperación. Pau no había dejado de llorar en toda la noche, mientras sus padres, Mony y Luis, intentaban consolarla sin éxito. Ale y Dany estaban sentadas en la sala, inquietas. La tensión era palpable, especialmente por la espera de una llamada de la chica que Ale había conocido en el pueblo, quien prometió informarles sobre el estado de Lucy.

Luis sirvió café para todos, aunque nadie tenía ganas de beber.

—Va a estar bien, Pau —dijo Mony, acariciándole el cabello—. Tal vez Lucy solo esté herida...

—¡No lo entiendes! —gritó Pau, sollozando—. ¡Si Lucy no está bien, yo tampoco lo voy a estar!

Luis suspiró, mirando a su esposa con preocupación.

Mientras tanto, Rudy estaba de pie, hablando con su teléfono y tomando notas en una libreta.

—Bueno, bueno, no podemos quedarnos estancados en esta tragedia, ¿no? —dijo con tono despreocupado—. Hay que pensar en el próximo destino para el reality. Quizá un pueblo costero, algo con más glamour...

Pau se levantó de golpe, su cuerpo temblando de rabia.

—¿Te estás escuchando, pedazo de mierda? —le gritó, con los ojos encendidos—. ¡Lucy podría estar muerta y tú solo piensas en tu maldito show!

Rudy la miró con una sonrisa cínica.

—Mira, Pau, las cosas son así. El show debe continuar. Lucy fue una distracción, nada más.

—¡Cállate, maldito imbécil! —le gritó Pau, avanzando hacia él—. ¡Eres una escoria!

—¡Hey! —Rudy levantó las manos en defensa—. Solo digo la verdad. Deberías agradecerme que no la mataran cuando mandé a que le dieran una paliza.

El silencio cayó como un balde de agua fría.

—¿Qué dijiste? —preguntó Ale con los ojos entrecerrados.

Rudy se mordió la lengua, pero ya era demasiado tarde.

—¿Mandaste a golpearla? —preguntó Pau, su voz temblando de furia.

—Bueno, sí, pero no fue para tanto...

—¡Hijo de puta! —gritó Dany, avanzando hacia él con el puño levantado.

—¡Dany, no! —gritó Ale, deteniéndola—. No vale la pena.

En ese momento, el teléfono de Ale comenzó a sonar. Todos se quedaron en silencio mientras ella contestaba.

—¿Hola?

—Hola, Ale, soy Mariana —dijo la voz al otro lado de la línea—. Ya tenemos información sobre el incendio.

Ale puso el teléfono en alta voz.

—¿Qué pasó? —preguntó con el corazón en un puño.

—El fuego fue apagado. Hubo muchos heridos, pero... se salvaron casi todos.

—¿Casi todos? —preguntó Pau, con la voz quebrada.

Mariana hizo una pausa antes de responder.

—Hubo una persona que no logró salir con vida.

El corazón de Pau se detuvo.

—¿Quién? —preguntó Ale, con la voz tensa.

—Lucy...

El mundo de Pau se derrumbó en ese instante.

—No... —susurró, negando con la cabeza—. No puede ser...

—Lo siento mucho —continuó Mariana—. Lucy murió salvando a un pequeño del pueblo. Apenas logró salir, pero las heridas fueron demasiado graves. Los paramédicos hicieron todo lo que pudieron, pero no lograron salvarla.

Pau dejó caer el teléfono al suelo, su cuerpo sacudido por sollozos.

—¡No, no, no! —gritaba, mientras Mony y Luis la abrazaban—. ¡Lucy no!

Ale apretó los puños, mirando a Rudy con furia.

—Esto es tu culpa... —le dijo con los dientes apretados—. Tú la mataste.

Rudy levantó las manos, retrocediendo.

—Oigan, yo no tengo nada que ver con el incendio...

—¡Eres un maldito cobarde! —gritó Dany, avanzando hacia él—. ¡Lucy murió por tu culpa!

Rudy se escabulló hacia la puerta, mientras Pau seguía llorando desconsolada.

—Lucy... —susurró entre sollozos—. Te amo...

Pau estaba inconsolable, su llanto desgarrador llenaba la sala. Se aferraba a Mony como si fuera su única tabla de salvación, sus manos temblaban mientras sollozaba sin parar.

—¡No, no, no! ¡Lucy no puede estar muerta! —gritaba entre jadeos—. ¡Dios, no puede ser!

Mony la apretó con fuerza, tratando de calmarla.

—Shh, mi amor, aquí estoy... —dijo con la voz quebrada—. Todo estará bien...

—¡No estará bien! —gritó Pau—. ¡Nunca estará bien! ¡La perdí! ¡La perdí para siempre! Apenas éramos novias… apenas estábamos empezando... —su voz se quebró aún más—. ¡Ella era mi todo!

Luis, que estaba de pie a un lado, observaba la escena con el ceño fruncido, claramente confundido.

—No entiendo... —dijo, rascándose la cabeza—. ¿Quién era Lucy para Pau?

Ale, con el rostro tenso y los ojos enrojecidos, dio un paso adelante.

—Lucy era su novia, papá.

Luis parpadeó varias veces, asimilando la información.

—¿Su novia? —preguntó, sorprendido—. ¿Desde cuándo?

—Hace poco —respondió Ale rápidamente, sin darle importancia—. Pero eso no importa ahora. Pau la amaba, y ahora Lucy está muerta.

Luis abrió la boca para responder, pero el llanto de Pau lo dejó sin palabras.

—¡No puede estar muerta! —seguía gritando Pau—. ¡Ella prometió que siempre estaría conmigo!

Mony trató de calmarla, pero Pau se zafó de sus brazos.

—Necesito ir al pueblo —dijo de repente, con una determinación feroz en su voz.

—¿Qué? —preguntó Dany, alarmada—. Pau, no puedes...

—¡Sí puedo! —gritó Pau—. Necesito ir, aunque sea para ver su tumba. No puedo quedarme aquí sin hacer nada. ¡Ella murió por mí, por salvar a esa gente!

—Mi amor, no creo que sea una buena idea —intentó razonar Mony—. Estás muy alterada...

—¡No me importa! —interrumpió Pau, sus ojos llenos de lágrimas—. ¡Tengo que ir! ¡Necesito despedirme de ella!

Ale miró a su hermana con el corazón hecho pedazos.

—Te llevaremos, Pau —dijo finalmente, con voz firme—. No vas a ir sola.

Luis se cruzó de brazos, preocupado.

—¿Están seguras de esto?

—Sí —respondió Ale sin dudar—. Es lo que Pau necesita.

Pau dejó escapar un sollozo y abrazó a Ale con fuerza.

—Gracias... —susurró entre lágrimas—. Gracias por entender.

Dany también la rodeó con los brazos.

—No estás sola, Pau. Lucy siempre estará contigo.

Pero Pau no podía consolarse. Lo único que podía pensar era en el dolor de haber perdido al amor de su vida antes de siquiera haber tenido la oportunidad de vivir plenamente su historia juntas.
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El camino fue interminable. Pau iba en el asiento trasero del auto, con la mirada perdida en el paisaje que pasaba rápidamente por la ventanilla. Sus padres, Mony y Luis, intercambiaban miradas preocupadas, pero ninguno se atrevía a hablar. Sabían que Pau estaba destrozada. El amor de su vida, Lucy, había muerto, y nada podían hacer para aliviar su dolor.

Después de horas de viaje, finalmente llegaron al pueblo. Las calles estaban tranquilas, pero el ambiente se sentía pesado, como si todos estuvieran sumidos en el mismo luto. Pau apenas pudo esperar a que el auto se detuviera antes de abrir la puerta y salir corriendo.

—¡Pau! —gritó Mony, tratando de detenerla.

Luis la tomó del brazo.

—Déjala... necesita esto —dijo en voz baja.

Los vecinos, al reconocer a Pau, comenzaron a acercarse. Una mujer mayor fue la primera en abrazarla.

—Lo siento tanto, hija... Lucy era una gran persona —dijo con voz temblorosa.

—Ella salvó a mi niño —añadió un hombre, con los ojos enrojecidos—. Nunca podremos agradecerle lo suficiente.

Pau apenas podía escuchar las palabras. Las lágrimas ya corrían por su rostro.

—¿Dónde está? —preguntó con la voz rota—. ¿Dónde está Lucy?

Los vecinos se miraron entre sí, incómodos.

—Ya la enterraron... —dijo finalmente una mujer—. Hace dos horas.

Pau sintió que el mundo se derrumbaba.

—¡No! —gritó, desesperada—. ¡No! ¡No pueden haberla enterrado sin mí!

—Lo sentimos, Pau —dijo el hombre—. Pensamos que no vendrías...

—Llévenme —rogó Pau, su voz quebrada—. Por favor... llévenme con ella.

Los vecinos asintieron y la guiaron hacia el pequeño cementerio del pueblo. El camino parecía interminable, cada paso era como una puñalada en el corazón de Pau. Al llegar, vio la tierra fresca de la tumba de Lucy. Una simple cruz de madera marcaba el lugar.

Pau cayó de rodillas, incapaz de contener el llanto.

—¡Lucy! —gritó con desesperación—. ¡Maldita sea, Lucy, vuelve!

Mony y Luis se acercaron, pero Pau los alejó con un gesto brusco.

—¡No! ¡Déjenme! —gritó, su voz desgarradora—. ¡Lucy, no puedes dejarme así!

Sus manos temblorosas cavaron en la tierra fresca, como si pudiera desenterrarla y traerla de vuelta.

—¡Tú me prometiste que siempre estarías conmigo! ¡Prometiste que nunca me dejarías, maldita sea! —sollozó—. ¡No puedes romper tu promesa!

Luis dio un paso adelante, preocupado.

—Pau...

—¡No me hables! —gritó Pau, mirándolo con los ojos llenos de lágrimas—. ¡No entiendes nada!

Mony lo tomó del brazo, evitando que se acercara.

—Déjala, amor... necesita desahogarse —susurró.

Pau se desplomó sobre la tumba, sus dedos clavándose en la tierra húmeda.

—Lucy... por favor, vuelve... —susurró entre sollozos—. Te amo... no puedo vivir sin ti...

Los vecinos se quedaron en silencio, respetando su dolor. El viento soplaba suavemente, moviendo las hojas de los árboles.

—Lucy... —Pau levantó la vista hacia el cielo, su voz temblorosa—. Si me estás escuchando... dame una señal, por favor...

El silencio fue la única respuesta. Pau cerró los ojos, dejando que las lágrimas cayeran sin control.

—Te esperaré siempre, Lucy... aunque tenga que mirar las estrellas por el resto de mi vida —susurró.

Mony se acercó lentamente y la envolvió en un abrazo.

—Estamos aquí, mi amor —dijo suavemente—. No estás sola.

Luis se arrodilló a su lado.

—Te prometo que siempre te apoyaremos, Pau.

Pau los miró con los ojos llenos de lágrimas.

—Gracias... pero nunca será lo mismo sin ella... —murmuró.

El dolor era insoportable, pero Pau sabía que Lucy viviría siempre en su corazón. Y aunque la vida nunca volvería a ser la misma, ella jamás dejaría de amarla.

Los vecinos y sus padres se alejaron poco a poco, dejando a Pau sola frente a la tumba de Lucy. El aire era frío, pero Pau apenas lo notaba. Su cuerpo temblaba, no de frío, sino de la mezcla de rabia, tristeza y desconsuelo que la consumía por dentro.

Se arrodilló de nuevo frente a la tierra fresca, sus manos temblorosas acariciándola como si pudiera sentir a Lucy a través de ella.

—¿Por qué, Lucy? —murmuró, su voz quebrada—. ¿Por qué tenías que irte, maldita sea?

El silencio la envolvía, y eso solo la enfureció más.

—¡Contéstame! —gritó, golpeando la tierra con los puños—. ¡Eras una jodida guerrera, Lucy! ¿Cómo pudiste dejar que esto te pasara? ¡Prometiste que estaríamos juntas siempre, maldita sea!

Las lágrimas caían sin control por su rostro. Pau se dejó caer sobre la tierra, su pecho sacudiéndose con cada sollozo.

—Te odio por dejarme... —susurró con amargura—. Pero te amo tanto que me duele respirar...

Cerró los ojos, recordando cada momento con Lucy: su sonrisa traviesa, la forma en que la miraba, sus besos intensos, y cómo siempre la hacía sentir segura, incluso en los peores momentos.

—Gracias... —dijo, su voz temblando—. Gracias por todo, Lucy. Por amarme como nadie más lo hizo... por enseñarme a ser fuerte, por cada maldita risa y cada pelea.

Su garganta se cerró al recordar algo más.

—Gracias... por ser mi primera vez —susurró, avergonzada pero sincera—. Nadie más podría haber sido tú. Nadie más me habría hecho sentir de esa manera...

Su mano acarició la tierra como si pudiera tocar a Lucy una vez más.

—Eras mi vida, Lucy... —dijo entre sollozos—. ¿Cómo se supone que siga sin ti?

Sus ojos se llenaron de rabia al ver la sencilla cruz de madera que marcaba la tumba.

—¡Esto no es suficiente para ti! —gritó—. ¡Maldición, yo soy millonaria! ¡Puedo darte una tumba de mármol, con flores y una jodida estatua si quiero!

Pero su voz se quebró.

—Pero tú odiarías eso, ¿verdad? —susurró, su voz temblando—. Siempre decías que las cosas simples eran las mejores...

Pau se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, aunque nuevas seguían cayendo.

—Está bien... te dejaré esta tumba sencilla, Lucy —dijo con dificultad—. Pero juro que nunca voy a olvidarte. Nunca.

Se inclinó hacia la tierra, sus labios rozándola suavemente.

—Te amo, Lucy... siempre te amaré —susurró, su voz quebrada—. Y si algún día las estrellas me llevan a ti, te encontraré. Lo prometo.

El viento sopló suavemente, moviendo las hojas de los árboles. Pau sintió como si fuera un susurro, una despedida que nunca llegó del todo.

Pau permaneció toda la noche junto a la tumba de Lucy. El frío calaba sus huesos, pero no le importaba. Su cuerpo temblaba de cansancio, sus ojos estaban rojos e hinchados de tanto llorar, pero no podía moverse. Se sentía pegada a ese pedazo de tierra, como si al dejarlo fuera a perder el último vínculo que tenía con Lucy.

La oscuridad empezó a ceder ante el amanecer cuando un pequeño sonido rompió el silencio. Pau levantó la vista y vio a un niño pequeño, de unos cinco años, acercándose con pasos inseguros. Su cabello despeinado y las mejillas sucias lo hacían parecer aún más frágil. Llevaba puesta una chaqueta vieja que le quedaba grande.

El niño se sentó a su lado sin pedir permiso, como si ya se conocieran. Pau lo observó sorprendida.

—¿Qué haces aquí, peque? —preguntó con voz ronca por tanto llorar.

—Yo... me perdí —contestó el niño, su vocecita tierna y mal pronunciada—. Me desperté y no estaba en mi cama...

Pau frunció el ceño, preocupada.

—¿Estás bien? —preguntó al notar algunas heridas leves en sus brazos y rodillas—. ¿Te caíste?

El niño asintió con un puchero.

—Sí, pero no duele mucho —respondió valiente. Luego la miró con curiosidad—. ¿Cómo te llamas?

—Paulina —dijo, intentando sonreír pese al nudo en su garganta—. Pero me dicen Pau. ¿Y tú?

—Soy Nico —dijo orgulloso—. Tengo cinco años... bueno, casi seis.

Pau esbozó una sonrisa débil.

—Mucho gusto, Nico.

El niño la miró fijamente, como si estuviera tratando de entender algo complicado.

—¿Por qué estás llorando, Pau?

La pregunta la golpeó en el pecho.

—Porque perdí a alguien que amaba mucho —respondió, su voz temblando.

Nico frunció el ceño, como si intentara procesar lo que ella decía.

—¿A Lucy?

Pau sintió que el aire abandonaba sus pulmones.

—¿Cómo sabes eso?

—Porque Lucy me salvó —dijo el niño con un brillo en los ojos—. Me sacó del fuego. Pero luego... luego cayó al suelo y no se levantó...

Pau llevó una mano a su boca para ahogar un sollozo.

—Lo sé... —susurró—. Lo sé, Nico...

El niño la miró con una mezcla de tristeza y confusión.

—¿Por qué Lucy no está?

Pau tragó saliva, buscando las palabras correctas.

—Porque... a veces las personas que amamos tienen que irse, aunque no queramos. Pero eso no significa que dejen de estar con nosotros. Lucy siempre estará contigo, en tu corazón.

Nico pareció pensarlo por un momento antes de asentir.

—¿Tú amabas a Lucy?

Pau cerró los ojos, las lágrimas cayendo nuevamente.

—Sí, Nico... la amaba con todo mi corazón.

—¿Cuánto? —preguntó el niño, inclinando la cabeza.

Pau sollozó mientras respondía.

—Más de lo que puedo explicar... más de lo que las palabras pueden decir.

El niño se quedó en silencio por un momento antes de extender los brazos.

—¿Quieres un abrazo?

Pau dejó escapar un sollozo ahogado y asintió.

—Sí, por favor...

Nico la rodeó con sus pequeños brazos, y Pau sintió un calor reconfortante que no había sentido en horas. Cuando se separaron, el niño sacó algo de su chaqueta.

—Tengo algo para ti —dijo, con los ojos brillantes—. Lucy me lo dio antes de... antes de irse. Me dijo que era para una tal Pau.

Pau lo miró sorprendida mientras él le extendía una carta doblada. Sus manos temblaron al tomarla.

—¿Ella... te dio esto? —preguntó con incredulidad.

Nico asintió.

—Dijo que era muy importante.

Pau sostuvo la carta contra su pecho, las lágrimas volviendo a caer.

—Gracias, Nico... gracias por traerme esto.

El niño sonrió tímidamente.

—Lucy era genial.

Pau asintió, con la voz quebrada.

—Sí... lo era.

Pau abrió la carta con manos temblorosas, esperando encontrar las últimas palabras de amor de Lucy, algo que pudiera aferrarse para aliviar el dolor que la consumía. Pero lo que vio fueron números y letras desordenadas: códigos.

Sus labios se torcieron en una mueca amarga mientras soltaba un suspiro.

—Las claves de Lucy... —murmuró para sí, casi riéndose por lo absurdo del momento—. Siempre tan práctica... incluso en la muerte.

Nico la miró con curiosidad.

—¿Por qué sonríes?

Pau cerró la carta y la guardó en el bolsillo de su chaqueta.

—Porque... Lucy me sigue sorprendiendo, incluso ahora —dijo, aunque su voz tenía un tinte de tristeza—. Esa chica siempre tenía un plan.

El niño ladeó la cabeza, intrigado.

—¿La vida siempre es así de fea?

La pregunta la tomó por sorpresa. Pau lo miró fijamente, tratando de encontrar una respuesta que no destruyera su inocencia, pero tampoco podía mentirle.

—Sí... a veces la vida es una mierda —respondió con crudeza, sin filtros—. Te arrebata a las personas que amas, te hace pasar por cosas que no mereces. Es cruel y despiadada, Nico.

El niño frunció el ceño, procesando sus palabras.

—Pero... también hay helado —dijo con inocencia—. Y helado es rico, ¿no?

Pau se quedó en silencio, parpadeando ante la simple comparación.

—¿Helado? —repitió, casi sin creerlo.

Nico asintió con entusiasmo.

—Sí. Si la vida es fea, pero hay helado, entonces no es tan mala.

Pau dejó escapar una risa corta y amarga.

—Vaya lógica...

El niño la miró con seriedad infantil.

—¿Cómo ves tú lo que pasó con Lucy? —preguntó Pau, inclinándose un poco hacia él—. Dime cómo lo ves, Nico.

El pequeño pensó un momento, jugando con sus manos.

—Pues... Lucy era como una heroína, ¿no? Como las de las películas que se sacrifican para salvar a la gente.

Pau sintió un nudo en la garganta.

—¿Crees eso?

—Sí —dijo convencido—. Me salvó a mí. Me sacó del fuego. Yo no estaría aquí si no fuera por ella.

Los ojos de Pau se llenaron de lágrimas.

—Eres un niño muy sabio, Nico.

—¿Eso es bueno?

Pau asintió, aunque su voz apenas salía.

—Sí... es muy bueno.

Nico la miró con dulzura y volvió a ofrecerle un abrazo.

—Lucy no querría que estés triste.

Pau lo abrazó con fuerza, sintiendo cómo algo en su corazón comenzaba a sanar, aunque fuera un poquito.

—Gracias, Nico... gracias por recordarme eso.

El pequeño Nico seguía sentado junto a Pau, sus piernas colgando sobre el borde de la tumba. El frío de la madrugada parecía envolverlos, pero Pau apenas lo sentía. Tenía el corazón demasiado roto como para preocuparse por algo físico.

—¿Y tú qué haces, Pau? —preguntó Nico de repente, con esa curiosidad natural de los niños.

Pau suspiró, limpiándose las lágrimas que no dejaban de caer.

—Soy baterista de una gran banda.

—¿Musica? —Nico abrió los ojos con emoción.

Pau esbozó una sonrisa débil.

—si..

Pau miró la tierra fresca que cubría la tumba de Lucy.

—Aunque ahora... no sé si quiero seguir.

El pequeño la miró incrédulo, como si Pau hubiera dicho la cosa más absurda del mundo.

—¡¿Qué?! —exclamó, agitando los brazos—. ¡No puedes dejar de hacer películas!

—Nico, no entiendes... —dijo Pau, tratando de mantenerse firme—. Perdí a la persona que más amaba. Nada tiene sentido ahora.

El niño la miró con una determinación sorprendente para su edad.

—¿Y crees que a Lucy le gustaría eso? ¿Que te rindas?

Pau tragó saliva, sin saber qué responder.

—Ella siempre hablaba de lo fuerte que eras, Pau. Siempre decía que tú podías con todo —continuó Nico—. Si te rindes, es como si la estuvieras defraudando.

Pau se quebró, las lágrimas corriendo por su rostro.

—Nico... yo...

El niño la abrazó con fuerza.

—No te rindas, Pau. Lucy no querría eso.

Pau sollozó en sus brazos, agradecida por la sabiduría inesperada de ese pequeño.

—Gracias, Nico... —susurró entre lágrimas—. Eres increíble.

—Lucy también lo era —dijo el niño con una sonrisa triste—. Ella era una buena persona.

De repente, Pau escuchó una voz detrás de ella.

—Se fue en paz...

Se dio vuelta rápidamente y vio a un hombre con uniforme de paramédico. Tenía el rostro cansado pero una expresión compasiva.

—¿Cómo...? —Pau apenas pudo articular la pregunta.

—Estuve allí —dijo el hombre, acercándose—. Cuando todo estaba en llamas y ya no había nadie dentro, Lucy seguía sacando gente.

Pau sintió un nudo en el pecho.

—¿Ella...?

—Me ayudó a salir —continuó el paramédico—. Me estaba quedando sin aire, pero ella me empujó hacia la salida. Cuando regresé por ella... estaba en el suelo.

Pau cerró los ojos, el dolor atravesándola como un cuchillo.

—¿Y nadie... nadie la ayudó?

El hombre bajó la mirada.

—Hicimos todo lo posible. Pero cuando la atendimos, ya estaba en paz.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Pau, con la voz temblorosa.

El paramédico suspiró.

—Porque estuvo consciente los últimos diez minutos. Nos habló...

—¿Qué dijo?

El hombre se arrodilló frente a Pau, mirándola con sinceridad.

—Dijo que no lamentaba nada. Que había amado intensamente. Y que si no salía de ahí, quería que Pau...

La voz del paramédico se quebró por un momento.

—Quería que Pau siguiera adelante. Que viviera.

Pau apretó los puños, las lágrimas cayendo sin control.

—¿Eso fue todo?

—Sus últimas palabras fueron: "Díganle que la esperaré... en algún lugar lleno de estrellas."

Pau se derrumbó, llorando desconsoladamente.

El paramédico le puso una mano en el hombro.

—Ella se fue en paz, Pau. Cumplió su misión.

Pau asintió, aunque el dolor seguía siendo insoportable.

—Gracias por decírmelo... —susurró con la voz rota—. Gracias por estar con ella.

El hombre asintió y se retiró, dejándola a solas nuevamente con Nico.

El pequeño la miró con ojos brillantes.

—Lucy era una heroína, ¿no?

Pau lo abrazó con fuerza.

—Sí, Nico... lo era. Y siempre lo será.

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Holaaaa.

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