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el bar

Buenassss.

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El sol brillaba intensamente mientras las tres hermanas caminaban por el pintoresco centro del pueblo. Las calles empedradas estaban llenas de turistas y locales disfrutando del ambiente relajado. Dany y Ale iban un paso adelante, como siempre discutiendo por alguna tontería. Pau, en cambio, se mantenía rezagada, perdida en sus pensamientos.

- Te digo que podrías entrar a ese restaurante y conseguir una cena gratis solo con esa cara de "por favor, aliméntenme, soy huérfana" - bromeó Dany, lanzándole una mirada burlona a Ale.

- ¿Perdón? Esta cara me ha conseguido mejores cosas que una cena gratis - replicó Ale con arrogancia.

- Ah, claro, porque tu arrogancia es súper encantadora - respondió Dany riendo.

Pau apenas registraba la conversación. Desde el incidente en el puente, no había dejado de pensar en Lucy. Su mirada perdida, las lágrimas desesperadas, el peso de la culpa en sus hombros. Había algo en ella que Pau no podía ignorar, algo que la seguía atormentando incluso ahora, mientras caminaba bajo el sol.

- ¿Pau? - llamó Dany al notar su silencio.

- ¿Eh?

- ¿Estás bien? Pareces ida.

Pau frunció el ceño, dándose cuenta de que llevaba minutos sin prestar atención.

- Estaba pensando...

Ale arqueó una ceja.

- Uy, cuidado, que Pau pensando es peligroso.

- Muy graciosa - replicó Pau con sarcasmo. - Quiero hablarles de alguien.

Dany y Ale se miraron, intrigadas.

- ¿Un chico? ¿Una chica? ¿Un extraterrestre? - preguntó Dany divertida.

- Una chica... se llama Lucy.

Ale frunció el ceño.

- ¿Lucy? ¿Es una amiga nueva o algo más?

- No es nada de eso. - Pau respiró hondo antes de continuar. - La conocí hace unos días, en el puente cerca del hotel.

Dany dejó de sonreír.

- ¿El puente? ¿Qué hacías ahí?

Pau evitó responder directamente.

- Lucy... estaba pasando por un mal momento.

Ale captó el tono serio y su expresión cambió.

- ¿Qué tipo de mal momento?

- El tipo en el que crees que no hay salida - respondió Pau en voz baja.

El silencio se apoderó del ambiente. Las bromas quedaron atrás.

- ¿Y qué hiciste? - preguntó Dany con suavidad.

- La ayudé. La llevé a una banca, hablé con ella, llamé a su amiga para que la recogiera... pero no puedo dejar de pensar en ella. Se veía tan rota, tan perdida...

Ale puso una mano en el hombro de Pau.

- Hiciste lo correcto.

- Sí, pero siento que no fue suficiente. No sé si estará bien, y eso me está volviendo loca.

Dany asintió con seriedad.

- Entiendo por qué te afecta. Pero también tienes que saber que no puedes salvar a todo el mundo, Pau. Hiciste tu parte.

- ¿Y si no fue suficiente? - insistió Pau. - ¿Y si necesitaba más de mí?

Ale suspiró.

- ¿Quieres buscarla?

Pau levantó la mirada sorprendida.

- ¿Qué?

- Sí, buscarla. Si te preocupa tanto, al menos asegúrate de que está bien.

Dany asintió.

- Estoy de acuerdo. Pero no podemos hacerlo ahora. Prometimos unas vacaciones tranquilas.

- Lo sé... solo necesitaba hablarlo con ustedes.

Ale le dio un ligero empujón en el hombro.

- Ya sabes que siempre puedes contar con nosotras, ¿no?

Pau sonrió débilmente.

- Gracias.

Dany retomó su tono relajado.

- Bueno, ¿volvemos al tema de conseguir cenas gratis con la cara de Ale?

Ale soltó una risa.

- Eres insoportable.

- Y tú me adoras - respondió Dany con descaro.

Pau se dejó llevar por el momento, agradecida por tener a sus hermanas a su lado. Pero en el fondo, la imagen de Lucy seguía ahí, persistente como una melodía que no podía dejar de sonar.

El grito resonó por la calle como una alarma.

— ¡Son ellas! ¡The Warning!

Pau, Dany y Ale voltearon al unísono para ver a un grupo de fans que las señalaban con entusiasmo. En cuestión de segundos, el pequeño grupo se convirtió en una multitud que corría hacia ellas.

— Oh, mierda — murmuró Dany, alarmada.

— ¡Corran! — gritó Ale, sin perder tiempo.

Las tres se echaron a correr por la calle empedrada, esquivando a turistas sorprendidos y puestos de artesanías. Pau, con el corazón acelerado, no podía evitar reírse del caos.

— ¡Esto es ridículo! — exclamó entre jadeos.

— ¡Cállate y corre! — le gritó Dany, intentando mantener el ritmo.

A lo lejos, vieron un bar con las luces encendidas pero completamente vacío. Una figura tras la puerta de cristal les hizo señas desesperadas.

— ¡Por aquí! — gritó una voz femenina.

Sin pensarlo dos veces, las tres se dirigieron al bar. La puerta se abrió justo a tiempo, y la figura las ayudó a entrar antes de cerrar con fuerza. Corrieron las cortinas para ocultarse de la multitud.

— Uf... eso estuvo cerca — dijo Pau, recuperando el aliento.

— Pónganse cómodas, en unos minutos la mesera las atenderá — comentó la mujer que las había dejado entrar, con una sonrisa comprensiva.

Dany se dejó caer en una silla, agitada.

— Bueno, eso fue intenso.

Ale se recostó en la mesa.

— Y yo solo quería un maldito café.

Pau se sentó junto a ellas, todavía sintiendo la adrenalina en el cuerpo.

— Bueno, al menos estamos vivas.

— Apenas — respondió Dany, secándose el sudor de la frente.

Ale se enderezó con una sonrisa pícara.

— ¿Puedo contarles de mi última conquista o todavía estamos en modo pánico?

— A ver, ilumínanos con tu vida amorosa — dijo Pau con sarcasmo.

Ale se acomodó como si estuviera a punto de narrar una épica historia.

— Ok, conocí a esta chica en un after. Pelo rojo, tatuajes por todos lados, y déjenme decirles que besaba como si su vida dependiera de ello.

— Dios mío... — murmuró Dany, tapándose la cara.

— ¡No me interrumpas! Lo mejor fue cuando...

— ¡Ya basta, Ale! — interrumpió Pau entre risas. — Nadie necesita esos detalles.

En ese momento, una figura familiar apareció con una libreta en mano.

— ¡Pau!

Pau levantó la vista, y su corazón dio un vuelco.

— ¡Lucy!

Lucy sonrió, aunque parecía sorprendida de verla.

— No esperaba verte por aquí.

— Ni yo — admitió Pau. — ¿Cómo estás?

Lucy se encogió de hombros.

— Sobreviviendo, supongo. ¿Tú?

— Bien... Bueno, mejor ahora que te veo.

Las hermanas de Pau se miraron entre sí con curiosidad.

— ¿Qué van a ordenar? — preguntó Lucy, intentando mantener el tono profesional.

— Un café doble para mí — dijo Dany.

— Un refresco de cola — añadió Ale.

— Yo quiero un té helado — pidió Pau.

Lucy anotó rápidamente.

— Lo traigo en un momento.

Cuando Lucy se fue, Dany y Ale se inclinaron hacia Pau con expresiones interrogativas.

— ¿Quién es ella? — preguntó Dany con los ojos entrecerrados.

— ¿Tu nuevo crush? — añadió Ale con malicia.

Pau suspiró, sabiendo que no iba a poder esquivar el interrogatorio.

— Se llama Lucy. La conocí hace unos días... fue una situación complicada.

— ¿Complicada cómo? — insistió Dany.

— Digamos que estaba pasando por un mal momento y... la ayudé.

Ale levantó una ceja.

— ¿Eso es todo o hay algo más?

— Es todo por ahora — respondió Pau, evitando dar más detalles.

Las hermanas la miraron con escepticismo, pero antes de que pudieran presionarla más, Lucy regresó con las bebidas. Pau no podía dejar de pensar en lo inesperado que era volver a verla. Y en lo que eso significaba.

Después de unos minutos relajantes en el bar, las hermanas terminaron sus bebidas entre risas y comentarios sarcásticos. Las dueñas, emocionadas por tener a The Warning en su bar, se acercaron para pedir unas fotos. Pau, Dany y Ale accedieron con buena onda, posando mientras las dueñas reían emocionadas.

— ¡Esto va directo a nuestras redes! — dijo una de las dueñas mientras revisaba las fotos.

— Espero que nos den descuento la próxima vez — bromeó Ale, arrancando una carcajada general.

Una vez que se despidieron, Pau aprovechó para acercarse a Lucy, que se encontraba limpiando una mesa cercana.

— ¿Entonces eres famosa? — preguntó Lucy, con una sonrisa ladeada.

— Algo así — Pau se encogió de hombros, riendo. — Pero no te preocupes, no soy Beyoncé.

Lucy soltó una risa suave.

— Eso es bueno, porque seguro no te gustaría trabajar en un bar si fueras Beyoncé.

— Muy cierto.

Hubo un breve silencio. Pau la miró con atención y, sin rodeos, preguntó:

— ¿Estás bien? De verdad.

La sonrisa de Lucy se desvaneció un poco. Bajó la mirada y respiró hondo.

— Ayer casi volví al puente — admitió con un tono bajo y cargado de sinceridad.

Pau sintió una punzada en el pecho.

— Pero no lo hiciste... eso es lo que importa.

Lucy asintió, aunque su expresión seguía sombría.

— Supongo.

— Si alguna vez necesitas hablar, estoy aquí.

Lucy la miró fijamente, como si estuviera debatiendo algo internamente. Finalmente, sacó un pequeño papelito del bolsillo de su delantal.

— Toma. Léelo cuando tengas tiempo y... si te parece bien, quizás podamos vernos.

— Claro que sí — dijo Pau, tomando el papelito con cuidado.

Lucy esbozó una sonrisa que parecía sincera, aunque frágil.

— Este pueblo es muy pequeño. Estoy segura de que nos volveremos a encontrar.

Pau iba a decir algo más, pero las voces de sus hermanas interrumpieron el momento.

— ¡Pau! — gritó Ale desde la puerta. — ¡Ya vámonos antes de que vuelvan los fans!

Dany asintió, impaciente.

— Sí, el caos ya debe estar a dos calles de aquí.

Pau suspiró, pero sonrió a Lucy.

— Me tengo que ir, pero... gracias por esto.

— Cuídate, Pau.

— Tú también, Lucy.

Con el papelito apretado en su mano, Pau corrió hacia la puerta para reunirse con sus hermanas. Mientras se alejaban por las calles tranquilas, no podía dejar de pensar en lo que Lucy había dicho y en el contenido de ese papelito que ahora guardaba en el bolsillo de su chaqueta.

El hotel estaba en silencio cuando las hermanas regresaron. Después de tanto correr, hablar y reír, las tres estaban agotadas. Dany y Ale se acomodaron en el sofá, mientras Pau se dirigió a su habitación, cerrando la puerta detrás de ella con un suspiro.

Sacó el papelito que Lucy le había dado y lo examinó bajo la tenue luz de la lámpara. Había un número de teléfono claramente escrito, pero lo que llamó más su atención fue la combinación extraña de números y letras justo debajo:

05 s76v7st5

— ¿Qué rayos significa esto? — murmuró Pau, frunciendo el ceño.

Decidió anotar el número en su celular y tomó una foto del código, por si acaso. A lo mejor era alguna contraseña o un mensaje en clave. Lucy definitivamente no era alguien convencional.

Con la cabeza llena de preguntas, Pau dejó el papelito en la mesita de noche y fue al baño. Abrió la ducha, dejando que el agua fría cayera mientras se desvestía.

— Demonios, debería haber esperado a que calentara — se quejó en voz baja, temblando mientras el agua helada le golpeaba la piel.

Apoyó la frente en la pared de azulejos, dejando que el agua siguiera cayendo sobre su cabeza. Cerró los ojos, intentando despejarse, pero la memoria no le dio tregua.

Un grito bajo y desesperado resonó en su mente, uno que no era el suyo, sino de una versión más joven de ella misma.

Flashback

El aire era pesado en el centro de menores, lleno de gritos, llantos y pasos apresurados. Pau, con apenas diecisiete años, estaba en una esquina del patio, rodeada por tres chicas que la miraban con odio.

— ¿Así que eres la violadora? — escupió una de ellas, una chica robusta de cabello corto.

— Yo no... no fue así — tartamudeó Pau, retrocediendo.

Otra de las chicas la empujó contra la pared.

— Claro que sí. Tu novia te denunció, ¿no? Eso te hace una asquerosa.

— ¡No hice nada! — gritó Pau, pero sus palabras se perdieron en el bullicio.

El primer golpe llegó directo a su estómago, dejándola sin aire. Pau se desplomó, pero no la dejaron caer al suelo. La sujetaron por los brazos y siguieron golpeándola: el rostro, las costillas, incluso la espalda. Cada golpe era una sentencia que se sentía injusta, como una condena sin juicio.

Cuando finalmente la soltaron, Pau quedó tirada en el suelo, jadeando. Su rostro estaba cubierto de sangre y sus costillas dolían tanto que apenas podía respirar.

Fin del Flashback

Pau soltó un gemido ahogado, regresando al presente. El agua fría seguía cayendo, pero el dolor en su cuerpo parecía haberse activado de nuevo con la memoria.

Se llevó una mano al costado derecho, donde tenía una cicatriz que jamás desaparecería. Sus costillas nunca se curaron del todo, y a veces el dolor volvía como una punzada afilada. Además, tenía problemas para respirar profundamente y una fractura mal sanada en la muñeca derecha que limitaba su movilidad.

El agua se volvía cada vez más helada, pero Pau no se movió. Apoyó la frente en la pared, temblando, mientras las lágrimas se mezclaban con el agua.

— ¿Por qué sigo cargando con esto? — susurró, su voz apenas audible.

La confesión de su ex había llegado demasiado tarde. Sí, la chica había ido a prisión, pero Pau ya había pagado un precio altísimo. El odio de sus compañeras, el dolor físico, la vergüenza... todo seguía siendo una sombra que la perseguía.

— ¡Pau! — La voz de Dany la sacó de sus pensamientos. — ¿Te estás congelando ahí dentro o qué?

— ¡Ya salgo! — respondió Pau, intentando sonar tranquila.

Respiró hondo, aunque le dolió, y cerró la ducha. Tomó una toalla y se envolvió en ella, temblando. Miró su reflejo en el espejo empañado y se obligó a esbozar una sonrisa.

— Estás bien... estás bien... — se repitió, aunque no se lo creyera del todo.

Afuera, sus hermanas la esperaban. Y Pau sabía que no podía dejar que se preocuparan más por ella.

Pau salió del baño a toda prisa, todavía temblando. Se había secado y vestido lo más rápido posible, pero el frío seguía adherido a su piel, como si el agua helada se hubiera filtrado hasta sus huesos. Lo único que quería era llegar a su habitación, encerrarse y dejar que el mundo desapareciera.

Sin embargo, apenas dio unos pasos por el pasillo cuando Dany la interceptó, tomándola del brazo. Pau intentó zafarse, pero Dany la sostuvo firmemente.

— ¿Qué carajos te pasa? — espetó Dany, frunciendo el ceño al notar que Pau temblaba como una hoja. — ¡Estás helada!

— Estoy bien — mintió Pau, evitando su mirada.

Dany no se dejó engañar.

— ¡Ale! — gritó hacia la sala. — ¡Tráeme una manta, rápido!

— ¿Qué? ¿Por qué? — se escuchó la voz de Ale desde el otro lado.

— ¡Solo hazlo! — exigió Dany.

Pau suspiró, resignada. Su hermana siempre había tenido un carácter mandón, pero esta vez no tenía fuerzas para discutir. Dany la guió hacia el sofá y la obligó a sentarse.

— ¿Qué estabas haciendo? ¿Intentando congelarte viva? — le soltó, con ese tono crudo y directo que siempre usaba cuando estaba preocupada.

— Solo me bañé... — Pau desvió la mirada, incómoda.

Dany la estudió por un momento, sus ojos azules brillando con una mezcla de preocupación y determinación.

— No es solo el frío, ¿verdad? — dijo en voz baja. — ¿Qué pasa, Pau?

Pau tragó saliva, sintiendo cómo el nudo en su pecho se apretaba aún más.

— El dolor... — murmuró finalmente.

Dany se tensó.

— ¿Las costillas?

Pau asintió con un movimiento casi imperceptible.

— Ha vuelto...

Dany cerró los ojos por un segundo, como si estuviera conteniendo una maldición. Para cuando los abrió, ya había recuperado el control.

— Lo sé — dijo con firmeza. — Sé exactamente qué hacer.

Ale apareció con una manta en las manos, luciendo confundida.

— ¿Qué pasa?

— Gracias, Ale — dijo Dany, tomando la manta y envolviendo a Pau con ella. — Puedes irte a dormir si quieres.

— ¿Pero...?

— ¡Que te vayas! — ordenó Dany, cortante.

Ale bufó, pero decidió no insistir.

Cuando quedaron solas, Dany se arrodilló frente a Pau, colocando sus manos con cuidado en los costados de su hermana.

— ¿Aún te duele respirar? — preguntó suavemente.

— Sí, pero no tanto como antes...

Dany asintió. Sabía bien cómo manejar esto. Había aprendido desde que Pau tenía diecisiete años, cuando esos ataques de dolor eran casi constantes después de lo que había vivido en el centro de menores. Con el tiempo, Dany había desarrollado una rutina para ayudarla.

— Bien, respira conmigo. Lento, ¿de acuerdo?

Pau asintió, aunque su cuerpo temblaba.

— Inhala... — Dany respiró profundamente, guiándola. — Ahora exhala... Despacio.

Pau intentó seguir el ritmo, aunque al principio era torpe y entrecortado. El dolor en sus costillas se intensificaba cada vez que tomaba aire.

— Tranquila, Pau. No estás sola, ¿sí? Estoy aquí — dijo Dany, manteniendo su voz firme pero reconfortante.

Poco a poco, Pau comenzó a estabilizar su respiración. Dany continuó guiándola, masajeando suavemente sus costados para aliviar la tensión.

— Mejor... — murmuró Pau después de un rato.

— Sabía que podías hacerlo — Dany sonrió levemente.

Pau la miró, sus ojos brillando con gratitud.

— Gracias, Dany... Siempre sabes qué hacer.

Dany se encogió de hombros.

— Claro que sí. Eres mi hermana. Y no voy a dejar que algo como esto te derribe, ¿entiendes?

Pau soltó una risa suave, aunque le dolió un poco.

— ¿Quién diría que puedes ser tan tierna?

Dany se puso de pie y le dio un leve golpe en la cabeza.

— No te acostumbres.

Pau se acomodó en el sofá, sintiéndose un poco mejor. Sabía que el dolor en sus costillas no desaparecería por completo, pero tener a Dany allí siempre hacía que fuera más soportable.

Cuando Dany se fue, Pau dejó escapar un grito contenido, casi ahogado por el nudo en su garganta. Se dobló ligeramente sobre sí misma, sosteniendo sus costillas con ambas manos. Había mentido; el dolor seguía ahí, punzante y brutal. Pero no quería molestar a Dany, no después de todo lo que había hecho por ella.

Con movimientos torpes, sacó su celular y el papelito que Lucy le había dado. Tecleó el número, pero se quedó mirando la pantalla en blanco, indecisa sobre qué escribir. Finalmente, solo mandó un simple: Hola, soy Pau. Espero que estés bien.

Sin esperar respuesta, apagó el teléfono y lo dejó a un lado. Pero el silencio no trajo alivio, sino recuerdos que se filtraron como una tormenta en su mente.

El frío del agua, el eco de las voces, las risas crueles.

El centro de menores.

El flashback la golpeó sin aviso. Tenía diecisiete años y el ambiente opresivo del lugar la sofocaba. Había intentado mantenerse fuerte, pero aquella tarde había sido diferente. Los golpes habían llovido sin piedad. Sentía el sabor metálico de la sangre en su boca mientras caía al suelo, y aun así no había llorado. No les daría ese placer.

La imagen cambió de golpe. Estaba en la enfermería, apenas consciente, cuando la directora entró con expresión rígida.

— Puedes irte — dijo sin mirarla.

Pau tardó en procesar las palabras. ¿Irse?

Le dolía todo, su cuerpo era una colección de hematomas, pero de alguna manera se levantó tambaleándose. Dos asistentes la acompañaron hasta la salida.

El recuerdo se volvió más nítido en el momento en que la puerta de metal se abrió y vio a su familia esperándola.

Alejandra, de catorce años, tenía el rostro empapado en lágrimas. Dany, con dieciocho, intentaba mantenerse firme, pero sus ojos rojos delataban su angustia.

— ¡Pau! — gritó Ale, corriendo hacia ella.

Dany también se acercó, sosteniéndola antes de que Pau cayera al suelo.

— Te tenemos, Pau... te tenemos — murmuró Dany, con voz rota.

Pau recordaba el dolor físico, pero nada se comparaba con el dolor de ver las lágrimas de sus hermanas.

Sus padres estaban detrás, con rostros devastados. Su madre sollozaba sin consuelo, mientras su padre intentaba mantenerla de pie.

— Lo siento... — susurró Pau, sintiéndose culpable por el sufrimiento que había causado.

— No fue tu culpa — dijo Dany con firmeza, apretando su mano. — Nunca lo fue.

El recuerdo se desvaneció, dejando a Pau jadeante en la cama.

La terapia solo había servido para aceptar esa verdad: no fue su culpa. Pero eso no borraba el dolor, las cicatrices ni los recuerdos que volvían a atormentarla cuando menos lo esperaba.

Se llevó una mano al rostro, intentando contener las lágrimas.

— Tengo que salir de esto... — susurró para sí misma.

Tomó una bocanada de aire, sintiendo el ardor en sus costillas, pero se obligó a calmarse. Quizá Lucy tenía razón. Hablar con alguien que entendiera el peso de la culpa podía ser el primer paso para liberarse de todo aquello.

Pau salió del hotel envuelta en el frío de la noche, con el abrigo mal puesto y las manos temblando. Apenas podía respirar por el dolor en las costillas, pero necesitaba salir de allí antes de que Dany o Ale notaran su ausencia. Caminó sin rumbo fijo por las calles desiertas hasta que sus pies la llevaron al mismo parque de la otra vez.

El puente se alzaba imponente bajo el cielo estrellado. Pau se acercó, apoyándose en la baranda con una mueca de dolor. El paisaje frente a ella era hermoso, pero su mente estaba en otro lugar, hundida en recuerdos oscuros y el dolor constante que palpitaba en su pecho.

Apenas se mantenía en pie. Sentía que su cuerpo iba a rendirse en cualquier momento.

— ¿Pau?

La voz sorprendida la sacó de su trance. Giró la cabeza lentamente y vio a Lucy caminando hacia ella, con el rostro iluminado por una mezcla de preocupación y alivio.

— ¿Qué haces aquí? — preguntó Lucy, deteniéndose frente a ella. — ¿Estás bien?

Pau intentó hablar, pero su voz salió débil y entrecortada.

— Solo... necesitaba salir.

Lucy frunció el ceño al notar su palidez.

— ¿Te duele algo?

Pau hizo un gesto vago hacia sus costillas.

— Las costillas... no es nada.

— Déjame ver — dijo Lucy con firmeza.

— No hace falta, de verdad.

— Pau, estudié medicina un tiempo antes de dejarlo. Sé lo que hago.

Pau dudó, pero el dolor era tan intenso que terminó asintiendo.

Lucy se acercó con cuidado.

— ¿Te duele algo más? — preguntó mientras palpaba suavemente el área.

Pau soltó un suspiro amargo.

— Solo el alma, supongo.

Lucy la miró con seriedad, pero no hizo preguntas de inmediato.

— Esto va a doler un poco — advirtió antes de hacer presión en un punto específico.

Pau soltó un quejido, pero al cabo de unos segundos sintió un ligero alivio.

— ¿Mejor?

— Un poco... gracias.

Ambas se quedaron en silencio por un momento, sentadas en el borde del puente. El frío las envolvía, pero ninguna parecía querer moverse.

— Volviste al puente — dijo Pau finalmente, rompiendo el silencio.

Lucy asintió, con la mirada fija en el agua.

— Sí... pero no para lo que piensas.

Pau levantó una ceja.

— ¿Entonces?

Lucy respiró hondo.

— Este lugar era nuestro rincón favorito. El mío y el de mi hermano. Siempre veníamos aquí a hablar de la vida, de lo que queríamos hacer.

Pau se quedó en silencio, dejándola continuar.

— te menti, la historia es diferente a lo que te conté, Hace un año... yo tenía que recogerlo de la escuela, pero me retrasé porque estaba con mis amigos. Cuando llegué, ya era tarde. Había cruzado la calle sin mirar y... — Lucy tragó saliva, sus ojos llenándose de lágrimas — un auto lo atropelló.

Pau sintió un nudo en el pecho.

— Lucy...

— Murió en el hospital. Y yo no estaba allí cuando se fue.

Las lágrimas rodaron por el rostro de Lucy, pero mantuvo la voz firme.

— Me culpo todos los días. Si hubiera llegado a tiempo, él seguiría aquí.

Pau la miró con tristeza.

— No fue tu culpa.

— ¿Cómo lo sabes? — replicó Lucy con amargura.

— Porque yo también cargué con una culpa que no era mía.

Lucy la miró sorprendida.

— ¿Qué pasó?

Pau suspiró, mirando el cielo oscuro.

— Mi ex... bueno, "novia" es una palabra generosa para describirla. Era una mierda de persona. Cuando terminamos, se inventó una acusación en mi contra. Dijo que la había forzado...

Lucy abrió los ojos con incredulidad.

— ¿Qué?

— Sí. Fui a un centro de menores por eso. Pasé meses ahí. Me golpeaban, me humillaban... — Pau se mordió el labio, sintiendo la ira y el dolor resurgir. — Y todo porque para ella era una maldita broma.

Lucy negó con la cabeza, horrorizada.

— ¿Qué pasó con ella?

— Confesó que había sido una apuesta estúpida con sus amigas. Fue a prisión, pero yo... yo nunca volví a ser la misma.

Pau sintió el peso de sus palabras mientras el silencio se instalaba entre ellas.

— Lo siento mucho, Pau.

— No tienes que sentirlo. Pero gracias.

Lucy le tomó la mano con suavidad.

— No tienes que cargar con eso sola.

Pau apretó los labios, intentando contener las lágrimas.

— Supongo que tampoco tú.

Lucy sonrió débilmente.

— Supongo que no.

Se quedaron allí, juntas, compartiendo el peso de sus heridas bajo el cielo nocturno. Y aunque el dolor seguía presente, por primera vez en mucho tiempo, Pau sintió que podía respirar un poco mejor.

Pau y Lucy siguieron hablando mientras caminaban por el parque. La conversación fluía con naturalidad, dejando atrás los recuerdos dolorosos por un rato. Pau, aún intrigada, decidió preguntar:

— Oye, Lucy, ¿qué significan esos números y letras que me diste en el papel?

Lucy sonrió de lado, divertida.

— Algún día lo entenderás.

— ¿Eso es todo? ¿No me vas a dar una pista?

— Digamos que es... un acertijo personal.

Pau soltó una risa corta.

— Me estás matando de curiosidad.

— Entonces funcionó — bromeó Lucy, con una chispa en los ojos.

Pau negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír.

— Sabes, eres más misteriosa de lo que aparentas.

— Y tú eres más cabezota de lo que imaginé.

Ambas rieron, dejando que el frío de la noche se desvaneciera con la calidez de su conexión. Llegaron al edificio donde vivía Lucy. Las luces de las ventanas iluminaban la calle vacía.

— Bueno, supongo que este es mi destino — dijo Lucy, señalando el edificio.

— ¿Vives aquí sola?

— Con mi amiga, pero siempre está trabajando.

— Ah, suena tranquilo.

Lucy asintió.

— ¿Quieres subir a tomar algo?

Pau negó con una sonrisa.

— Mejor no, mis hermanas me van a matar si no regreso pronto.

Lucy rió.

— Entiendo.

Pau se dio media vuelta para irse, pero entonces escuchó la voz de Lucy.

— ¡Pau!

Se giró de inmediato.

— ¿Qué pasa?

Lucy se acercó rápidamente con un papel en la mano.

— Toma — dijo, entregándoselo.

— ¿Qué es?

— Solo algo para que pienses.

— ¿Otro acertijo?

Lucy sonrió misteriosamente.

— Digamos que sí.

— Eres imposible — dijo Pau, divertida.

— Buenas noches, Pau.

— Buenas noches, Lucy.

Lucy cerró la puerta, y Pau abrió el papel con curiosidad mientras caminaba de regreso. Sus ojos se encontraron con la serie de letras y números:

"E25s 64nd7, t5 4nv4t725 7 s7642 p29nt9, b5665z7."

Pau sonrió, sacudiendo la cabeza.

— Cada vez la entiendo menos... — murmuró para sí misma, pero esa confusión venía acompañada de una emoción que no podía negar.

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Holaa.

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