el baile
Holaaa
Ahora sí lo bueno.
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Pov lucy.
La tarde en el pueblo avanzaba con una brisa cálida que acariciaba el campo mientras las chicas y yo cabalgábamos de regreso. El plan estaba claro: darles un look completamente vaquero para el baile de esa noche. En cuanto llegamos al establo, las llevé directamente a mi casa. Era una casita rústica pero acogedora, con muebles de madera y una decoración sencilla.
—Bienvenidas a mi humilde hogar —dije abriendo la puerta.
—Esto es adorable —comentó Dani, observando cada rincón.
Alejandra asintió.
—Tiene personalidad.
—Gracias. Ahora vengan, que tenemos trabajo por hacer —las guié hasta una habitación donde tenía varias cajas con ropa—. Si van al baile, tienen que ir con estilo vaquero.
Paulina arqueó una ceja, divertida.
—¿Estilo vaquero? ¿Eso significa sombreros?
—Y botas —respondí con una sonrisa traviesa—. No hay escapatoria.
Revolví entre las cajas hasta sacar varias camisas a cuadros, chalecos de cuero y pantalones ajustados.
—Aquí tienen. Elijan lo que quieran, pero asegúrense de sentirse cómodas.
Cada una tomó su conjunto y se dirigieron al baño para cambiarse. Al cabo de unos minutos, las risas comenzaron a salir de la habitación.
—¡Lucy! —gritó Dani—. Esto es ridículo, parezco salida de una película del viejo oeste.
—¡Esa es la idea! —respondí, riendo.
Cuando salieron, no pude contener la risa. Ale llevaba una camisa azul ajustada y un chaleco marrón, Dani optó por una camisa roja con jeans desgastados, y Paulina... bueno, Paulina se veía increíble con una camisa negra ajustada y botas altas.
—Creo que me estoy tomando esto demasiado en serio —dijo Pau, mirando su reflejo en el espejo.
—No te preocupes, te queda genial —le aseguré—. Ahora faltan los sombreros.
Les di uno a cada una, y cuando se miraron al espejo, las risas estallaron nuevamente.
—Esto es demasiado —dijo Ale entre carcajadas—. Pero me encanta.
Cuando finalmente estuvimos listas, el sol ya comenzaba a ocultarse. Subimos a la camioneta y conduje hacia la escuela del pueblo, donde el gran gimnasio se había transformado en una pista de baile decorada con luces colgantes y mesas adornadas con flores silvestres. La música ya resonaba en el aire, y el lugar estaba lleno de gente del pueblo.
—¡Wow! —exclamó Dani al bajarse—. Esto se ve increíble.
—Bienvenidas al baile —les dije, sintiendo una chispa de orgullo por mi pueblo—. Ahora, diviértanse.
Ale y Dani no perdieron el tiempo. Apenas entramos, fueron directo a la pista de baile, riendo y moviéndose al ritmo de la música.
—Nos vemos luego, Lucy —gritaron antes de desaparecer entre la multitud.
Miré a Paulina, que observaba la barra con curiosidad.
—¿Te animas a un trago? —le pregunté.
—Claro, pero solo uno.
Asentí, aunque tenía mis dudas. La barra en estos bailes no era precisamente conocida por servir tragos ligeros. Pedí dos vasos de whiskey y le pasé uno a Pau.
—Salud —dije, chocando mi vaso con el suyo.
Ella bebió un sorbo y frunció el ceño.
—¡Esto está fuerte!
—Te lo advertí —reí, tomando un trago.
Sin embargo, Pau pareció encontrarle el gusto porque en poco tiempo ya estaba pidiendo otro.
—Esto está bueno —dijo, riendo—. Pero creo que voy a necesitar tu ayuda para no hacer el ridículo después.
—Para eso estoy —le aseguré, aunque sabía que la noche apenas comenzaba.
El ambiente en el gimnasio se había vuelto eléctrico. Las luces colgantes brillaban sobre la pista de baile llena de gente moviéndose al ritmo de una banda local que tocaba en vivo. Paulina y yo estábamos en la barra, y aunque ella ya había tomado unos cuantos tragos, aún parecía consciente y divertida, con esa chispa rebelde en los ojos.
—¿Sabes? —dijo, apoyando su codo en la barra y mirándome con una sonrisa torcida—. Hay algo que no te conté la última vez que vine a este pueblo.
—¿Ah, sí? ¿Qué cosa? —pregunté, intrigada mientras bebía un sorbo de mi limonada.
Paulina miró hacia la pista de baile, como si estuviera buscando las palabras.
—Una de las razones por las que me fui... además de mi pánico habitual al amor y a las relaciones... —se detuvo, soltando una risa nerviosa—. Fue porque me parecías muy linda.
Me quedé helada por un segundo.
—¿Qué?
—Sí, Lucy —dijo, mirándome fijamente—. Me daba miedo enamorarme de ti y cagarla.
Una carcajada escapó de mis labios antes de que pudiera evitarlo.
—¿De verdad? ¿Tenías miedo de enamorarte de mí?
—No te rías —se quejó Pau, aunque su tono seguía siendo juguetón—. Era algo serio para mí.
—Bueno, si te sirve de consuelo, ya la cagaste esa vez —dije con una sonrisa—. Pero míranos ahora, estamos aquí hablando como si nada.
Paulina soltó una risa genuina y negó con la cabeza.
—No puedo creer que esté diciendo esto en voz alta...
—¿Entonces te enamoraste de mí? —pregunté, arqueando una ceja, disfrutando el giro inesperado de la conversación.
Ella pareció dudar por un segundo antes de responder.
—No sé si fue amor... pero definitivamente eras más que una simple amiga.
—Interesante —dije, sintiendo cómo mi corazón latía un poco más rápido—. Bueno, Pau, el pasado es el pasado. ¿Qué te parece si dejamos de lado los tragos y hacemos algo más divertido?
—¿Como qué?
—Como bailar.
Paulina me miró con una sonrisa desafiante.
—¿Estás segura de que puedes seguirme el ritmo?
—Tú serás una estrella del rock, pero yo soy la reina de los bailes en este pueblo —le aseguré mientras le tendía la mano—. Vamos, demuéstrame lo que tienes.
Ella tomó mi mano y me guió hacia la pista de baile, riendo como si estuviera en su propio concierto. La música cambió a un ritmo más animado, y pronto estábamos moviéndonos junto a las demás parejas.
—¡Esto es increíble! —gritó Pau, riendo mientras girábamos.
—¡Te dije que iba a ser divertido!
Nos movíamos al compás de la música, riendo y disfrutando del momento. Paulina tenía una energía contagiosa, y por un instante, me olvidé de todo lo que había pasado antes. Solo éramos dos personas bailando bajo las luces brillantes, dejando que la música nos guiara.
—¡Eres buena en esto! —dijo Pau, acercándose un poco más.
—Te lo dije, soy la reina del baile —respondí, divertida.
Ella sonrió, y en ese momento sentí que algo había cambiado entre nosotras. Tal vez el pasado ya no pesaba tanto. Tal vez estábamos listas para empezar de nuevo, sin miedos ni arrepentimientos.
La música cambió a un ritmo más lento, envolviendo el gimnasio en una atmósfera suave y romántica. Las luces cálidas iluminaron a las parejas que se acercaban al centro de la pista. Paulina y yo habíamos dejado de bailar por un momento, observando a su alrededor.
—Mira a tus hermanas —le dije, señalando con la barbilla.
Alejandra bailaba con una chica que no reconocí, probablemente alguna local o alguien del staff, mientras Daniela estaba con su novia, quien las había acompañado al reality. Se veían felices, ajenas a todo lo que pasaba a su alrededor.
Paulina soltó una risa suave.
—Nunca pensé verlas así... pero se ven bien.
—¿Y tú? ¿Vas a quedarte en la orilla o vas a bailar? —pregunté con una sonrisa, estirando mi mano hacia ella.
Paulina me miró con una mezcla de sorpresa y diversión.
—¿Estás pidiendo que baile contigo?
—Así parece.
—Qué valiente —dijo, pero tomó mi mano sin dudarlo.
La guié hacia el centro de la pista. Nos colocamos cerca de las demás parejas, y la música envolvió el aire. Paulina puso una mano torpemente en mi cintura, como si no estuviera acostumbrada a este tipo de cercanía.
—Relájate —le dije, tomando su otra mano y guiándola—. No es boxeo, Pau.
—Estoy acostumbrada a movimientos más bruscos —respondió, riendo—. Esto es nuevo para mí.
—Eso lo explica todo.
Mientras nos movíamos al ritmo de la canción, sentí cómo su cuerpo se iba soltando poco a poco. La miré a los ojos, esos ojos oscuros que siempre parecían esconder tantas historias.
—¿Puedo preguntarte algo? —dije en voz baja.
—Claro.
—¿Por qué huiste aquella vez?
Paulina bajó la mirada por un instante, como si estuviera debatiendo si responder o no.
—Porque me asusté —admitió finalmente—. Desde que te vi por primera vez me pareciste linda... demasiado. Me sentí fuera de control, y cuando eso pasa, prefiero huir.
Una sonrisa suave se dibujó en mis labios.
—¿Y ahora?
—Ahora... —Pau levantó la mirada—. Si me dejaras intentarlo, creo que podría quedarme esta vez.
Mi corazón dio un vuelco. Sin pensarlo demasiado, me acerqué y la callé con un beso. Sus labios estaban cálidos y sorprendidos al principio, pero segundos después Paulina correspondió.
Fue un beso lento y cargado de emociones reprimidas, de cosas que nunca habíamos dicho en voz alta. Mis manos se deslizaron hacia su cintura, y Paulina acomodó las suyas en mis hombros.
Cuando nos separamos, ambas respirábamos agitadas. Pero algo en su mirada me hizo querer besarla de nuevo, así que lo hice. Esta vez fue un beso más seguro, más decidido. Sentí que el pasado se desvanecía con cada segundo.
Cuando nos separamos nuevamente, Paulina tenía una sonrisa nerviosa en los labios.
—Eso fue... inesperado —dijo.
—¿Te arrepientes? —pregunté, divertida.
—Para nada.
—Entonces no te olvides de esto mañana —le dije con suavidad, sosteniéndola firme—. Prométeme que mañana seguirás aquí, sin huir.
Paulina asintió, su mirada ahora firme.
—Lo prometo.
Nos quedamos abrazadas mientras la música seguía sonando, sin importar lo que pasaba a nuestro alrededor. Por primera vez, sentí que Paulina realmente estaba dispuesta a quedarse, y eso era todo lo que necesitaba.
La música lenta seguía llenando el gimnasio, pero lo único en lo que podía concentrarme era en Paulina. Seguíamos bailando, sus brazos rodeaban mi cintura, y yo dejaba suaves besos en su cuello. Cada vez que lo hacía, sentía cómo se estremecía ligeramente.
—Vas a volverme loca —murmuró con una sonrisa nerviosa.
—¿Eso sería algo malo? —respondí en su oído, dejando otro beso que le arrancó un suspiro.
—Depende...
No dijo más porque volvimos a besarnos. Esta vez fue un beso más intenso, sin dudas ni titubeos. Sus labios eran suaves, y nuestras respiraciones se entremezclaban. Me encantaba cómo, a pesar de su imagen fuerte y segura, había algo vulnerable en Paulina que se deslizaba entre cada beso.
La música cambió repentinamente, dando paso a "Have You Ever Seen the Rain". Paulina sonrió, sus ojos brillando.
—Esta sí me la sé —dijo, tomando mi mano para moverme con más energía.
—¿Ah, sí? ¿Vas a presumir tus movimientos ahora? —bromeé.
—Prepárate.
Nos dejamos llevar por el ritmo más animado de la canción, riendo y girando. Paulina me besaba entre movimientos, como si no pudiera evitarlo. Desde lejos, vi a Alejandra y Daniela bailando también, aunque se detuvieron para mirarnos con una expresión burlona.
—¡Ya basta, tortolitas! —gritó Alejandra, riendo mientras Daniela le seguía el juego.
Paulina les sacó el dedo del medio sin dejar de bailar, lo que provocó más risas.
—Qué educada —dije entre risas.
—Siempre con clase —respondió Pau con una sonrisa descarada.
De repente, un sonido estridente interrumpió el momento. El micrófono del gimnasio emitió un ligero chasquido, y una voz llamó mi nombre.
—Lucy, ¿puedes venir un momento? Tenemos un problema afuera.
Paulina y yo nos detuvimos de inmediato. Mi expresión cambió a una mezcla de preocupación y determinación.
—¿Qué será ahora? —dijo Paulina, frunciendo el ceño.
—Voy a averiguarlo.
Nos dirigimos hacia la entrada, donde un vecino del pueblo me esperaba con una expresión seria.
—Los del reality están afuera —dijo—. Sospechan que las chicas están aquí y quieren entrar a la fuerza.
Paulina apretó la mandíbula.
—¡Maldita sea! ¿Es que no tienen límites?
—Tranquila —le dije, tomando el control—. Voy a manejar esto.
Volteé hacia unos vecinos que estaban cerca.
—Necesito que lleven a las chicas, incluida la novia de Dany, a una casa segura. Salgan por la parte trasera y no hagan ruido.
—Nos encargamos —dijo uno de ellos, asintiendo con firmeza.
Paulina me miró preocupada.
—¿Y tú qué vas a hacer?
—Voy a enfrentarme a esos idiotas —dije con una sonrisa tensa—. No te preocupes, Pau. He manejado cosas peores.
Ella vaciló, pero finalmente asintió.
—Ten cuidado.
Los vecinos comenzaron a sacar a las chicas de manera discreta. Una vez que estuvieron fuera, tomé mi arma —una vieja pero confiable escopeta que mantenía en el establo— y salí por la puerta principal.
Los del reality estaban al otro lado de la reja, discutiendo con algunos vecinos que les bloqueaban el paso. Cuando me vieron, se tensaron.
—¡Lucy! —dijo uno de ellos—. Sabemos que las chicas están adentro.
—Están equivocándose —respondí con voz firme, sosteniendo la escopeta sobre mi hombro—. Aquí no hay nadie más que vecinos y gente del pueblo disfrutando de un baile.
—Queremos entrar a comprobarlo.
—No pueden pasar —dije tajante—. Este es un evento privado, y las reglas del pueblo son claras.
—Tenemos autorización de la producción.
—Y yo tengo la autoridad del pueblo —repliqué, mi voz cortante—. Y según las leyes locales, ustedes no tienen derecho a cruzar esa reja sin una orden oficial.
Uno de los hombres intentó avanzar, pero levanté la escopeta sin apuntar directamente.
—No creo que quieran hacer esto más difícil de lo que ya es —advertí—. Den media vuelta y vuelvan a donde pertenecen.
Hubo un silencio tenso. Finalmente, uno de ellos murmuró algo por el walkie-talkie y comenzaron a retroceder, aunque con miradas llenas de resentimiento.
Cuando se fueron, solté un suspiro de alivio. Algunos vecinos me dieron palmaditas en la espalda.
—Eres increíble, Lucy —dijo uno de ellos.
—Solo hago lo que es necesario —respondí, aunque mi corazón aún latía con fuerza.
Volví al gimnasio, donde Paulina me esperaba con una mezcla de admiración y preocupación.
—¿Todo bien? —preguntó.
—Todo bajo control —le aseguré, sonriendo—. ¿Volvemos a la fiesta?
Paulina asintió y, sin previo aviso, me tomó de la mano.
—Eres mi heroína, Lucy —dijo en tono de broma.
—Siempre a tu servicio, Pau.
Las risas todavía llenaban el aire mientras salíamos del gimnasio a escondidas, con el grupo pegado a las sombras para evitar a los del reality. Nos movíamos rápido y en silencio, aunque las chicas no podían evitar soltar risitas nerviosas cada tanto. Paulina caminaba a mi lado, su energía todavía vibrante a pesar de todo lo que había pasado esa noche.
—¿Crees que logramos despistarlos? —preguntó Daniela en voz baja.
—Sí —aseguré—. Pero mejor no confiarse.
Cruzamos por un callejón hasta llegar a mi casa, una vieja pero acogedora cabaña de madera en las afueras del pueblo. Abrí la puerta y dejé que todas entraran.
—Bienvenidas a mi humilde morada nuevamente—dije con una sonrisa—. No es un hotel cinco estrellas, pero tiene lo básico.
—Yo quiero dormir abrazada a Lucy —soltó Paulina de repente, con una sonrisa descarada.
Las demás estallaron en risas.
—¡Claro que sí, Pau! —bromeó Daniela—. Pero cuidado, que Lucy tiene fama de robar sueños.
—Ah, ¿sí? —Pau levantó una ceja, divertida—. Bueno, entonces me arriesgo.
Negué con la cabeza, riendo mientras iba por las bolsas de dormir. Una vez que regresé, ayudé a las chicas a acomodarse en el suelo de la sala. Ale y Dany se hicieron un espacio cerca de la ventana, mientras la novia de Dany ya estaba casi dormida en una esquina.
—Todo listo —dije, colocando la última bolsa—. ¿Cómodas?
—Más que en el reality —respondió Alejandra, bostezando.
—Buena noche, chicas —dijo Daniela, apagando la luz.
Me acomodé en el sillón, suspirando al sentir el peso del día desaparecer. Cerré los ojos, pero apenas pasaron unos minutos cuando sentí un movimiento a mi lado.
—¿Lucy? —susurró una voz.
Abrí los ojos y me encontré con Paulina de pie junto al sillón.
—¿Qué pasa, Pau?
—¿Puedo...? —Vaciló un segundo—. ¿Puedo acostarme contigo?
La miré sorprendida, pero su expresión era sincera.
—Claro —le dije, haciéndome a un lado.
Paulina se recostó, acomodándose sobre mi pecho. Sentí su cuerpo relajarse contra el mío, y automáticamente la rodeé con un brazo.
—Esto es perfecto —murmuró, cerrando los ojos.
—¿Sí?
—Sí. Estar contigo me hace sentir tranquila.
Sonreí y empecé a acariciarle el cabello, dejando que mis dedos se deslizaran por sus mechones suaves. Ella suspiró, hundiendo su rostro en mi cuello.
—Gracias por ser tú, Lucy —dijo en voz baja.
—Gracias a ti por confiar en mí, Pau.
Nos quedamos en silencio por un rato. Mis labios rozaron su frente y, sin pensarlo demasiado, le dejé un suave beso. Luego otro. Paulina levantó ligeramente el rostro, y nuestras miradas se encontraron en la penumbra.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, sonriendo.
—No lo sé... pero no quiero detenerme.
Paulina no dijo nada, solo cerró los ojos y dejó que la besara otra vez. Mis labios se movieron por su frente, sus mejillas y finalmente su boca. Era un beso lento, lleno de emociones contenidas. La abracé más fuerte, sintiendo su respiración tranquila.
—Quédate conmigo —susurré.
—Siempre —respondió, con los ojos cerrados.
Seguí acariciándole el cabello y dejándole pequeños besos hasta que su respiración se volvió profunda y constante. Paulina se había quedado dormida en mis brazos, con una sonrisa en los labios.
Yo también cerré los ojos, feliz de tenerla así, en paz.
La luz del amanecer se filtraba por las ventanas de la casa, iluminando suavemente la sala. Abrí los ojos y lo primero que vi fue a Paulina, aún dormida sobre mi pecho. Su respiración era tranquila, sus labios ligeramente entreabiertos y una expresión serena en su rostro.
Sonreí para mí misma. Con cuidado, deslicé mi brazo debajo de ella para no despertarla y me levanté del sillón. Al enderezarme, estiré los brazos, sintiendo el crujido de mis músculos después de una noche sin moverme demasiado.
Me dirigí a la cocina y abrí los armarios. Encontré café, huevos y un poco de pan. "Será suficiente", pensé mientras encendía la cafetera.
Estaba concentrada batiendo los huevos cuando escuché unos pasos suaves detrás de mí.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó una voz.
Me giré y vi a la novia de Daniela, una chica de cabello castaño claro y ojos amables. Había estado más callada durante la noche, pero ahora tenía una sonrisa tranquila en el rostro.
—Claro, si no te molesta —le dije—. ¿Cómo te gusta el café?
—Negro, gracias —respondió mientras tomaba una tabla de cortar—. Puedo hacer las tostadas.
—Perfecto.
Trabajamos en silencio por unos minutos, el aroma del café llenando la casa. Finalmente, me animé a hablar.
—No creo que nos hayamos presentado bien anoche —dije—. Soy Lucy.
—Sí, lo sé —rió—. Eres famosa aquí en el pueblo. Yo soy Mariana, la novia de Daniela.
—Un gusto, Mariana.
—Igualmente.
Mientras Mariana cortaba el pan, decidí sacar un tema que me tenía intrigada.
—¿Cómo conociste a Daniela? —pregunté, genuinamente curiosa.
Mariana sonrió mientras colocaba las rebanadas en la tostadora.
—Fue en una presentación privada de su banda. Yo trabajaba en una revista de música y me asignaron cubrir el evento. Daniela estaba tocando la guitarra, y honestamente, no podía dejar de mirarla. Después del show, me acerqué para entrevistarla, pero terminé invitándola a tomar algo.
—¿Y aceptó?
—Oh, sí. Pero con condiciones —rió—. Me dijo que no podía salir demasiado tiempo porque su manager y la producción eran muy controladores con su vida personal.
Fruncí el ceño.
—¿En serio?
—Sí, les costaba mucho permitirle tener pareja. Decían que afectaría su imagen.
—Eso es una locura.
—Lo sé. Pero Daniela puso límites. Fue difícil, pero lo hizo.
Mariana se quedó pensativa por un momento antes de mirarme con seriedad.
—¿Puedo darte un consejo?
—Claro.
—Lucha por Paulina.
Mi mano se detuvo sobre la sartén.
—¿A qué te refieres?
—Dani y yo tuvimos que superar muchas cosas para estar juntas. Si Daniela no hubiera puesto esos límites, probablemente nunca habríamos tenido una oportunidad. A veces hay que ser valiente y enfrentar lo que sea necesario para estar con la persona que amas.
Sus palabras me golpearon con fuerza.
—¿Crees que Paulina... quiere algo serio conmigo?
—Lucy, anoche la vi contigo. No soy una experta, pero esa chica no estaba solo por diversión. Parecía realmente feliz contigo.
Me quedé en silencio, procesando sus palabras.
—Gracias, Mariana. De verdad.
Ella me sonrió mientras servía las tostadas en un plato.
—De nada. Ahora, terminemos el desayuno antes de que las demás despierten hambrientas.
Solté una risa y seguí cocinando, pero en el fondo, las palabras de Mariana seguían resonando en mi mente. Quizá era el momento de dejar de dudar y luchar por lo que realmente quería.
El aroma del café y el crujir del pan tostado llenaban la casa cuando escuché movimientos en la sala. Giré la cabeza justo a tiempo para ver a Daniela estirarse como un gato perezoso, mientras Alejandra se tapaba con una manta, decidida a seguir durmiendo. Paulina, con el cabello desordenado y los ojos entrecerrados, miraba a su alrededor buscando algo —o alguien.
—Buenos días, bella durmiente —dijo Mariana con una sonrisa mientras se acercaba a Daniela, que abrió los brazos como si estuviera exigiendo algo muy específico.
—Falta algo —protestó Daniela, señalando sus labios.
Mariana rió y le dio un beso.
—Así está mejor —dijo Daniela con tono satisfecho.
Alejandra murmuró desde debajo de la manta:
—Cinco minutos más, por favor...
—Ya estás despierta, Ale —dijo Paulina, divertida—. No te hagas.
Mientras las demás se movían lentamente hacia la mesa, Paulina fijó su mirada en mí. Había algo travieso en su expresión mientras caminaba con paso decidido hacia la cocina.
—Lucy... —dijo, con un tono entre juguetón y misterioso—. Tengo una duda.
—¿Sí?
—Anoche pasó algo, pero... creo que lo olvidé. ¿Podrías refrescarme la memoria?
Tuve que reprimir una risa. Paulina era imposible. Me incliné ligeramente hacia ella.
—¿Segura de que lo olvidaste? —pregunté en voz baja.
—Totalmente —respondió, mordiéndose el labio con fingida inocencia.
—Entonces déjame ayudarte...
Sin pensarlo dos veces, tomé su rostro entre mis manos y la besé. Al principio fue un beso suave, como si fuera solo un recordatorio, pero cuando Paulina suspiró contra mis labios, no pude evitar profundizarlo. Sentí cómo sus manos se apoyaban en mi cintura, acercándome más a ella.
Cuando finalmente nos separamos, sus ojos brillaban con diversión.
—Mmm... Creo que ya estoy recordando algo... —dijo, arqueando una ceja.
—¿Sí? —pregunté, acariciando su mejilla—. ¿Y recuerdas si tenías ganas de huir?
Ella soltó una risa.
—No lo sé... Quizá necesite más ayuda para recordar.
—Entonces te ayudaré cada vez que lo necesites.
Antes de que pudiéramos decir algo más, Alejandra desde la mesa gritó:
—¡¿Qué están haciendo?! ¡Es demasiado temprano para tanto amor lésbico!
Daniela rió a carcajadas mientras Mariana la miraba divertida.
—Déjalas, Ale —dijo Daniela—. Ya era hora de que Pau dejara de hacerse la fría.
Paulina me lanzó una mirada entre divertida y avergonzada.
—Tenemos público —susurró.
—¿Te molesta?
—Para nada —respondió, tomando mi mano con fuerza—. Pero la próxima vez les cobramos entrada.
Nos reímos juntas mientras el sol terminaba de asomar por la ventana, iluminando un día que prometía ser aún más inolvidable.
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