dejemos que todo fluya
Holaaa.
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Pov lucy
El sol del mediodía bañaba el establo mientras revisaba por tercera vez esos malditos planos. El arquitecto debía estar ciego o simplemente había decidido arruinarme el día. El diseño tenía un error tan básico que era casi insultante.
—¡Pero qué mierda es esto! —grité, lanzando los papeles sobre una pila de heno.
Una risa suave rompió el silencio.
—Wow, ¿siempre tienes esta paciencia angelical? —preguntó una voz que reconocería en cualquier parte.
Me giré rápidamente y ahí estaba Paulina, sosteniendo dos cafés y con esa sonrisa burlona que me desarmaba cada vez.
—¿Pau...?
—Hola, Lucy —dijo, acercándose con paso seguro.
No supe qué hacer primero: si tomar el café o besarla. Opté por lo segundo. Caminé hacia ella, tomé su rostro entre mis manos y la besé sin pensarlo dos veces. Su boca tenía el sabor cálido del café y algo más dulce que no podía identificar, pero tampoco quería soltar.
Cuando me separé, le acaricié la mejilla y susurré:
—Te extrañé muchísimo.
Paulina sonrió, devolviéndome el beso.
—Yo también. Lo siento por no venir antes... pero los del reality no me dejaban irme.
—Malditos —bufé—. Siempre metiéndose donde no deben.
Ella rió y me extendió el café.
—Pero al menos hoy logré escaparme.
Tomé el vaso y di un sorbo.
—Gracias. Salvaste mi día —le dije sinceramente.
—¿Tan mal te va? —preguntó, mirando los planos tirados en el heno.
—Más o menos. Pero ahora no me importa —le respondí, mirándola a los ojos—. Lo único que me importa es que estás aquí.
Paulina se ruborizó ligeramente, pero mantuvo su mirada firme.
—Lucy... ¿podemos hablar de lo nuestro?
Sentí un pequeño nudo en el estómago, pero asentí.
—Claro.
Nos sentamos en una pila de heno, nuestras rodillas casi tocándose. Paulina jugaba con el borde de su vaso, pensativa.
—Mira... yo no sé muy bien cómo definir esto —dijo, mirándome—. Pero sé que me gusta estar contigo. Me haces sentir bien, ¿sabes?
—Me pasa lo mismo —respondí—. Desde que volviste al pueblo, todo cambió para mí. Nunca pensé que volvería a sentir esto por alguien... y mucho menos por ti.
Ella sonrió, pero había algo de duda en sus ojos.
—¿Y qué hacemos? —preguntó—. No quiero apresurar nada, pero tampoco quiero que esto sea solo un... no sé, algo pasajero.
Tomé su mano y entrelacé nuestros dedos.
—No tiene que ser pasajero, Pau. Pero tampoco tenemos que ponerle un nombre hoy mismo.
Ella suspiró aliviada.
—¿Entonces lo dejamos fluir?
—Sí —respondí, acercándome—. Veamos a dónde nos lleva.
Le di un beso suave en la frente, pero ella tomó mi rostro y me besó con más intensidad. Sus labios eran urgentes, como si quisiera recuperar el tiempo perdido.
Mis manos encontraron su cintura, y mientras la acercaba más a mí, dejé pequeños besos en su cuello.
—Lucy... —susurró, estremeciéndose ligeramente.
—Dime que te gusta esto —le dije, besando su clavícula.
—Me encanta... —confesó, acariciando mi cabello—. Pero deberíamos parar antes de que...
—¿Antes de qué? —pregunté, sonriendo contra su piel.
Ella rió y me empujó suavemente.
—Eres terrible.
—Solo contigo.
Nos quedamos en silencio, abrazadas. Sentí su respiración tranquila contra mi cuello, y en ese momento supe que todo iba a estar bien. No había necesidad de definir nada, solo disfrutar lo que teníamos.
—¿Sabes? —dijo Paulina—. Esto ya me gusta demasiado.
—A mí también —respondí, acariciando su espalda—. Y prometo no volver a insultar planos cuando estés cerca.
Ella rió.
—Eso sí quiero verlo.
Estábamos aún abrazadas en el establo cuando la idea me cruzó por la cabeza como un rayo.
—¿Qué tal si hacemos algo loco? —le dije, levantando la mirada hacia Pau.
Ella arqueó una ceja, divertida.
—Define "loco."
—Escaparnos —respondí emocionada—. Hay un lugar hermoso fuera del pueblo, con un lago rodeado de árboles. Podríamos pasar el día ahí, sin nadie molestándonos. O... —le lancé una mirada coqueta— podría invitarte a una cita esta noche.
Pau se mordió el labio, pensativa.
—¿Una cita?
Asentí.
—Sí. Una cita real, sin el caos del reality. Solo tú y yo.
Ella sonrió, pero en sus ojos brillaba un destello travieso.
—Me gusta la idea de la cita... pero ahora mismo quiero otra cosa.
—¿Ah, sí? —pregunté, fingiendo ingenuidad.
—Sí —dijo, acercándose aún más—. Ahora quiero besarte.
No hizo falta que dijera más. Cerré la distancia entre nosotras y la besé, esta vez con más intensidad. Sus labios eran suaves y cálidos, y cada vez que me correspondía, me perdía más en ella.
Cuando me separé apenas un segundo, Pau sonrió.
—Y esta noche quiero verte con un lindo look de vaquera —añadió, divertida.
Solté una risa.
—¿Vaquera, eh? Puedo hacer eso por ti.
Volví a besarla, pero esta vez la tomé por la cintura y la levanté con facilidad, sentándola sobre la mesa del establo.
—¿Qué haces? —preguntó entre risas.
—Aprovechando el momento —respondí, dejando pequeños besos en su cuello. Su piel se erizó bajo mis labios, y sentí cómo sus manos se aferraban a mis hombros.
—Lucy... —susurró, cerrando los ojos.
La sensación de tenerla así, entregada a mis caricias, era adictiva. Bajé mis besos hacia su clavícula, y ella soltó un suave gemido.
Todo iba perfecto... hasta que el maldito teléfono comenzó a sonar.
—Ignóralo —le susurré, besándola de nuevo.
—Lo haré... —murmuró, pero el teléfono volvió a sonar con insistencia.
—¡Qué mierda! —gruñó Pau, sacando el móvil de su bolsillo.
Apretó los dientes al ver el nombre en la pantalla.
—Rudy...
—¿Quién es ese? —pregunté, deteniéndome.
—El productor del reality —dijo con fastidio. Al principio ignoró la llamada, pero cuando volvió a sonar, finalmente respondió, claramente estresada—. ¿Qué pasa, Rudy?
Escuché cómo la voz del tipo resonaba al otro lado de la línea, aunque no entendí todo.
—Si no llegas en cinco minutos, iremos por ti —dijo con tono autoritario.
Pau maldijo por lo bajo y cortó la llamada.
—¿Qué pasó? —pregunté.
—Tengo que volver al set. Si no llego, van a venir aquí.
Bufé, sintiendo cómo la rabia subía por mi pecho.
—Esos idiotas...
Ella suspiró.
—Lo siento, Lucy. De verdad quería quedarme más tiempo.
La tomé de la mano.
—No tienes que disculparte. Voy contigo.
—¿En serio?
—Claro. Si esos imbéciles piensan que pueden mandar sobre ti, se equivocan. Además, puedo aprovechar para mostrarte los mejores lugares de comida del pueblo mientras caminamos.
Ella rió suavemente.
—¿Comida? ¿Ya piensas en comer?
—Siempre. ¿Te gusta el pastel de manzana?
—¿A quién no?
—Perfecto, entonces te llevaré a probar el mejor del pueblo. Y después, esta noche... —le guiñé un ojo— vaquera Lucy estará lista para nuestra cita.
Pau sonrió y me besó rápidamente.
—Vaquera Lucy... no puedo esperar.
Tomé su mano y salimos del establo juntas, listas para enfrentar al maldito reality y disfrutar del día en el pueblo.
El recorrido por el pueblo había sido un éxito inesperado. Al principio, los del reality se mostraron escépticos, pero después de ver la pasión con la que les conté sobre los lugares históricos, las costumbres locales y la comida, terminaron aprobando la idea de incorporar más del pueblo en el programa. Al finalizar el rodaje, el equipo se distrajo ajustando cámaras y preparando tomas adicionales, lo que nos dio un respiro.
—Bueno, creo que esto ya terminó por hoy —dijo Pau, estirándose con una sonrisa cansada.
La miré de reojo, sintiendo una mezcla de emoción y nervios. Esta noche tenía que ser perfecta.
—Voy a prepararme para nuestra cita —le dije, intentando sonar casual.
Pau alzó una ceja, divertida.
—¿Vaquera Lucy se va a poner elegante?
—Algo así. Y tú también deberías prepararte —añadí, cruzándome de brazos—. Quiero verte deslumbrante.
Ella se acercó con una sonrisa juguetona.
—¿Y si voy en pijama?
—Entonces tendré que convencerte de cambiarte —le respondí, acercándome más—. Con besos, si es necesario.
Pau soltó una carcajada y me dio un rápido beso en la mejilla.
—Nos vemos en el parque. No te tardes.
—Nunca lo haría.
Volví a casa con una energía renovada. Puse música a todo volumen mientras me daba una ducha rápida. El agua caliente me relajó, pero también aumentó la anticipación de lo que estaba por venir. Al salir, me miré en el espejo y sonreí.
—Vaquera Lucy, es hora de brillar —me dije a mí misma.
Elegí un atuendo que combinaba perfectamente: botas de cuero, una camisa ajustada de cuadros en tonos oscuros y un sombrero que le daba el toque final. Me sentía segura, pero aún faltaba algo.
—Flores —murmuré.
Salí corriendo hacia la florería del pueblo y escogí un ramo de flores silvestres. Las tonalidades vibrantes me recordaron a Pau. Pagué rápidamente y caminé hacia el parque, con el corazón latiendo a mil por hora.
El lugar estaba tranquilo, bañado por la luz dorada del atardecer. Me apoyé en un árbol, sosteniendo el ramo, mientras esperaba.
Entonces la vi.
Pau caminaba hacia mí, con el cabello suelto y un vestido que la hacía ver absolutamente hermosa. Mi respiración se detuvo por un segundo. ¿Cómo podía alguien ser tan perfecta?
Ella sonrió al verme y se acercó con pasos ligeros.
—¿Te dejé esperando mucho? —preguntó, inclinándose para darme un pequeño beso en los labios.
Fue tan inesperado que me quedé en shock, congelada en el lugar.
—¿Lucy? —dijo Pau, divertida—. ¿Estás bien?
Sacudí la cabeza y sonreí nerviosa.
—Sí... sí, claro.
Le extendí el ramo de flores.
—Esto es para ti.
Pau abrió los ojos con sorpresa.
—¿Flores? Qué romántica.
—¿Demasiado?
—Para nada. Me encantan —dijo, llevándose el ramo a la nariz para olerlas—. Son preciosas. Gracias, Lucy.
—Solo quería que tuvieras algo bonito, aunque no se comparan contigo.
Ella me miró con ternura.
—Eres demasiado linda.
—Solo cuando quiero impresionar a alguien especial —le guiñé un ojo.
Pau rió y tomó mi mano.
—Entonces creo que ya me tienes impresionada. ¿A dónde me llevas?
—Eso es una sorpresa —respondí, guiándola hacia la salida del parque—. Pero te prometo que será una noche inolvidable.
Su sonrisa me confirmó que iba en la dirección correcta. Esta cita sería el comienzo de algo increíble.
El restaurante era el más bonito del pueblo, con un aire rústico y cálido. Las mesas estaban decoradas con manteles de cuadros rojos y blancos, y las paredes tenían fotografías antiguas de la historia del lugar. Las luces colgantes daban una atmósfera acogedora. El aroma de pan recién horneado y carne asada llenaba el aire.
Al entrar, varios vecinos me saludaron con sonrisas y asentimientos. Algunos lanzaron miradas curiosas hacia Pau, quien, sin darse cuenta, acaparaba la atención de todos.
—Vaya, sí que eres popular —bromeó Pau mientras caminábamos hacia nuestra mesa.
—No tanto como tú, estrella del reality —le guiñé un ojo.
Nos sentamos junto a una ventana que daba a un pequeño jardín iluminado por luces cálidas. El mesero nos trajo el menú y nos dejó solas.
—Este lugar es precioso —dijo Pau, mirando alrededor—. Muy de pueblo, pero con mucho encanto.
—Sabía que te gustaría. Quería que probaras algo auténtico, sin cámaras ni producción rondando.
Pau sonrió y dejó el menú a un lado.
—¿Te digo algo? Me encanta verte así, relajada y en tu ambiente.
Sentí el calor subirme al rostro.
—Bueno, hoy es una noche especial —admití, jugueteando con la servilleta—. Quería hacer algo lindo por ti.
—Y lo estás logrando —dijo Pau, mirándome con ternura—. Aunque, hablando de cosas lindas... ¿qué te parece mi look?
Levanté la mirada y la recorrí de arriba abajo. Llevaba un vestido azul que se ajustaba perfectamente a su figura, botas vaqueras y el cabello ligeramente ondulado.
—Te ves... espectacular.
Pau se sonrojó un poco.
—Gracias. Pero tengo que confesar algo: mis hermanas me ayudaron.
Reí divertida.
—¿En serio? ¿Ale y Dany se dedicaron a darte consejos de moda?
—Sí, fue un caos —dijo Pau, riéndose—. Ale quería que usara algo más llamativo, pero Dany insistió en algo sencillo. Al final, las dejé pelear mientras yo me probaba lo que quería.
—Tomaste una buena decisión —le dije—. Ese vestido te queda perfecto.
—¿Entonces te gusta?
—Mucho. Aunque debo admitir que te ves bien con cualquier cosa... o sin nada —solté sin pensar.
Pau abrió los ojos sorprendida y luego se echó a reír.
—¿Lucy la vaquera diciendo cosas atrevidas? Esto sí que es nuevo.
Me encogí de hombros, divertida.
—Solo cuando estoy con alguien que me inspira.
El mesero llegó con las bebidas y Pau levantó su copa hacia mí.
—Por una noche sin cámaras, sin estrés y solo nosotras.
Chocamos las copas con una sonrisa.
—Por eso —dije—. Y por todas las noches que vendrán.
Pau me miró fijamente, como si estuviera grabando ese momento en su memoria. Y yo supe que esta noche marcaría un antes y un después entre nosotras.
El beso llegó de repente, como una ráfaga cálida que me dejó sin aliento. Pau se inclinó hacia mí y sus labios rozaron los míos, suaves, tentadores. No pude evitar devolverle el beso con más fuerza, dejando que todo el deseo acumulado se desbordara. El restaurante se desvaneció; solo existíamos ella y yo en ese momento.
Cuando nos separamos, Pau me miró con una sonrisa traviesa.
—Vaya, parece que alguien está inspirada —dijo entre risas.
—¿Y qué esperabas después de provocarme con ese vestido? —le respondí, acariciándole la mejilla.
—¿Ah, sí? ¿A qué saben mis labios entonces? —preguntó, inclinándose un poco más cerca.
Sonreí de lado y me acerqué a su oído.
—Saben a vino... y a algo que me encantaría probar toda la noche —susurré con descaro.
Pau se sonrojó, pero no pudo evitar soltar una carcajada.
—Lucy, eres terrible.
—Solo contigo —le guiñé un ojo.
Ella se acomodó tiernamente en su asiento, apoyando la barbilla en su mano mientras me miraba con curiosidad.
—Quiero saber mucho más de ti —dijo con voz suave.
—¿Ah, sí? ¿Como qué? —pregunté, divertido.
—No sé... cosas simples. ¿Qué querías ser de pequeña?
Me reí, recordando aquellas épocas.
—Vaquera, por supuesto. Siempre me imaginaba montando caballos y salvando el pueblo de bandidos imaginarios.
—Tiene sentido —dijo Pau con una sonrisa—. Eres como una heroína del viejo oeste.
—¿Y tú? —le pregunté—. ¿Qué querías ser?
—Cantante —admitió, riendo—. Pero tengo pésima voz, así que esa idea murió rápido.
—Bueno, siempre puedes cantar en la ducha.
—Lo hago, pero mis hermanas siempre se quejan.
Ambas reímos, y luego Pau retomó la conversación.
—¿Color favorito?
—Mmm... diría que el verde. Me recuerda al campo, a la libertad. ¿Y el tuyo?
—El azul —respondió sin dudar—. Me recuerda al cielo y al mar. Me da paz.
—Tiene sentido. Eres como una brisa fresca en mi vida —dije, mirándola intensamente.
—Eso fue poético —dijo Pau, sonriendo—. No sabía que también eras poeta.
—Solo contigo —repetí, y ella volvió a reír.
El mesero regresó con nuestra comida, pero el ambiente ya estaba cargado de algo más: una conexión profunda que iba más allá de las palabras. Pau y yo seguíamos descubriéndonos, y en ese restaurante de pueblo, bajo las luces cálidas, supe que quería seguir conociéndola cada día un poco más.
La comida fue deliciosa, pero la conversación fue aún mejor. Pau y yo hablamos de todo: nuestros platos favoritos, los recuerdos que evocaban, y los sabores que nos hacían sentir en casa.
—Entonces, ¿tu comida favorita son los tacos al pastor? —pregunté, divertida.
—Sí, pero con piña, por supuesto. No entiendo a quienes los comen sin piña —dijo Pau, frunciendo el ceño como si fuese una cuestión de vida o muerte.
Reí, casi atragantándome con el último sorbo de mi bebida.
—Eres una purista del taco —bromeé.
—¿Y la tuya? —preguntó, inclinándose hacia mí con curiosidad.
—El asado que hace mi abuela —respondí con una sonrisa nostálgica—. Nada se compara con el sabor de algo cocinado con amor y paciencia.
—Eso suena delicioso —dijo Pau, con los ojos brillando—. Algún día quiero probarlo.
—Cuando quieras, te invito al rancho.
Pagamos la cuenta y salimos del restaurante. La noche era fresca, con un cielo estrellado que parecía sacado de una postal. Caminamos por las calles tranquilas del pueblo, dejando que el sonido de nuestros pasos llenara el silencio cómodo entre nosotras.
—¿Te llevo a un lugar especial? —le pregunté.
—Claro, confío en tu buen gusto —respondió Pau con una sonrisa.
La guié hasta la vieja banca de madera, la misma donde hace un año y medio Pau me había sentado para evitar que cometiera una locura. Aquel día había sido el más oscuro de mi vida, y ella, sin saberlo, había sido la luz que me salvó.
—¿Recuerdas este lugar? —le pregunté mientras nos sentábamos.
Pau miró alrededor y luego a mí.
—Claro que sí —dijo con suavidad—. Aquí te obligué a sentarte y respirar cuando estabas... bueno, en un mal momento.
—Casi me quito la vida ese día —admití con la voz quebrada.
Ella tomó mi mano y la apretó con fuerza.
—Y aquí estás, Lucy. Viva, fuerte... y hermosa —susurró.
Me incliné hacia ella y la besé. Fue un beso suave al principio, lleno de agradecimiento y amor. Luego se volvió más profundo, más apasionado, como si intentáramos borrar todo el dolor del pasado con nuestros labios. Pau acarició mi rostro mientras nuestras respiraciones se mezclaban.
Cuando finalmente nos separamos para tomar aire, le acaricié el cabello y le pregunté:
—¿Qué harás después del reality? ¿Volverás a la ciudad?
Pau bajó la mirada, como si estuviera pensando en la respuesta correcta.
—No lo sé —admitió—. La ciudad es mi hogar, pero últimamente siento que ya no encajo allí. Todo es muy rápido, superficial...
—¿Y aquí? —pregunté, con el corazón latiendo rápido.
—Aquí todo es diferente. Me siento libre, conectada con algo real... contigo —dijo, mirándome con intensidad—. Pero también está mi carrera. No sé cómo manejarlo.
—Podríamos encontrar una manera —le dije—. Yo no quiero ser una carga, pero tampoco quiero perderte.
Ella me tomó el rostro entre sus manos.
—Nunca serás una carga, Lucy. Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
Nos besamos de nuevo, bajo las estrellas, sin importar el frío de la noche. En ese momento, decidí que haría lo que fuera necesario para tener a Pau en mi vida. Y por la forma en que ella me miraba, supe que estaba dispuesta a intentarlo también.
El beso entre Pau y yo se volvió más intenso con cada segundo. Su boca contra la mía era una tormenta, apasionada y sin freno. Pau se acomodó sobre mí, sus piernas rodeándome mientras yo la sostenía con firmeza por las caderas. Sus suspiros se mezclaban con el aire fresco de la noche, y mis manos, como si tuvieran vida propia, recorrieron sus curvas hasta sostenerla de las nalgas.
—Joder, Pau —murmuré contra su boca—. Eres increíble... tan malditamente sexy.
Ella sonrió contra mis labios, pero en lugar de responder, me besó con más fuerza, como si quisiera grabar ese momento en nuestras memorias. Mi corazón latía a mil por hora mientras bajaba mis besos por su cuello, dejando un rastro de calor.
—¿Sabes lo hermosa que te ves encima de mí? —le susurré con voz ronca—. Quiero hacerte decir mi nombre.
Pau soltó una risita nerviosa, claramente disfrutando mis palabras.
—Eres imposible —susurró, pero su sonrisa delataba que le encantaba cada segundo.
Sin embargo, justo cuando pensaba que íbamos a perder el control, Pau se tensó de repente. Se apartó ligeramente, su respiración aún agitada, y sus ojos recorrieron el entorno.
—Lucy... para. Hay alguien viéndonos —dijo en voz baja, pero firme.
—¿Qué? —pregunté, todavía embriagada por su sabor.
Ella señaló con la cabeza hacia un rincón oscuro del parque. Entre las sombras, una figura se mantenía quieta, claramente observándonos. Mi cuerpo se tensó de inmediato, pasando del deseo a la alerta.
—Tranquila, Pau —le dije, tomando su rostro con suavidad—. No pasa nada. Vamos a irnos.
Pau asintió, aunque su respiración aún estaba acelerada. Me levanté con ella aún pegada a mi cuerpo y la sostuve firmemente mientras la bajaba con cuidado.
—¿Quién crees que sea? —preguntó Pau en voz baja, sin dejar de mirarme.
—Probablemente algún curioso que no tiene nada mejor que hacer —respondí, tratando de restarle importancia—. Pero igual no me gusta que nos estén espiando.
—A mí tampoco —admitió ella, todavía algo inquieta.
Tomé su mano con firmeza.
—Vamos, te llevaré a casa. Aquí ya no hay nada que ver —dije en voz alta, para que el intruso supiera que los habíamos notado.
Mientras caminábamos hacia el sendero principal, Pau se pegó más a mí.
—Gracias por estar tan tranquila —susurró.
—Contigo siempre quiero estar tranquila... excepto cuando quiero hacerte perder la cabeza —bromeé, guiñándole un ojo.
Ella soltó una risa nerviosa.
—Lo logras muy bien, por cierto.
Nos fuimos alejando del parque, dejando atrás al misterioso observador. Aunque la noche no había terminado como esperaba, algo en mí se sentía satisfecho: Pau y yo estábamos avanzando, y eso era lo único que importaba.
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Holaaaa.
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