cobarde
Holaaa.
------
Paulina ajustó el micrófono en la solapa de su chaqueta mientras el entrevistador sonreía frente a ella. La sala estaba iluminada con potentes focos, y detrás del set se veía el brillante logo del canal de música más popular del momento. Frente a la audiencia y millones de espectadores, Paulina mantenía una actitud serena, aunque su corazón latía rápido.
—Paulina, primero que nada, felicidades por tu increíble logro —dijo el entrevistador con entusiasmo—. Mejor baterista del mundo según la Asociación Internacional de Músicos. ¡Un título nada fácil de conseguir!
Paulina sonrió con humildad.
—Muchas gracias. Aún no lo creo del todo —dijo con un ligero tono de asombro.
—¿Qué se siente tener ese reconocimiento? ¿Qué pasó por tu mente cuando dijeron tu nombre?
—Fue una mezcla de emociones. Pensé en el trabajo duro, las horas de ensayo y las personas que han estado conmigo en este camino. Sobre todo, sentí gratitud.
El entrevistador inclinó la cabeza, curioso.
—¿A quiénes les debes este triunfo?
—A mis compañeras de banda, por supuesto. Son talentosas, apasionadas y siempre me han impulsado a ser mejor. A mis hermanas, que siempre han creído en mí, incluso cuando yo misma no lo hacía. Y, por supuesto, a los fans. Sin ellos, nada de esto sería posible.
—Un reconocimiento bien merecido. ¿Cuál es tu próximo paso?
Paulina soltó una risa suave.
—Primero, dormir un poco. Después, seguir haciendo música y disfrutar el camino.
La entrevista concluyó entre aplausos. Paulina se despidió del equipo y los asistentes antes de salir del set. Al cruzar el pasillo hacia la salida, recibió felicitaciones de varios miembros del staff. Su asistente le sostuvo la puerta de la limusina.
—¿A dónde, Paulina? —preguntó el conductor al subir ella.
—Llévame a casa, por favor —respondió mientras se recostaba en el asiento de cuero negro.
La ciudad brillaba bajo las luces nocturnas, pero Paulina apenas prestaba atención. La música suave en el auto no lograba silenciar sus pensamientos. Habían pasado un año y medio desde aquel colapso en las vacaciones con sus hermanas.
Había sido un tiempo de cambios y decisiones drásticas. Dejó la casa familiar poco después de regresar de ese viaje caótico y se mudó a un pequeño pero elegante departamento en el centro de la ciudad. Necesitaba espacio, aire, tiempo para encontrarse a sí misma.
Miró por la ventana, los recuerdos brotando como una película sin pausa. Recordó a Lucy y esa noche confusa que nunca pudo aclarar por completo. El silencio entre ellas después de aquella noche fue devastador. Había querido llamar, explicarse, pedir respuestas... pero el miedo la frenó.
—Cobarde... —murmuró para sí misma, apenas consciente de que hablaba en voz alta.
El conductor la miró por el retrovisor, pero no dijo nada.
Paulina apoyó la cabeza en el respaldo, su voz cansada resonando en su mente.
“¿Qué pasó realmente esa noche? ¿Por qué nunca tuve el valor de hablar con Lucy otra vez?”
Cerró los ojos por un momento, recordando cada risa, cada conversación. Lucy había sido un torbellino en su vida, y ahora era solo un recuerdo que seguía doliendo.
Al llegar a su edificio, el conductor detuvo el auto.
—Hemos llegado, Paulina.
Ella asintió, bajando del auto.
—Gracias.
Subió al ascensor, y el sonido metálico le pareció el acompañamiento perfecto para sus pensamientos. Al entrar en su departamento, dejó las llaves sobre la mesa y se desplomó en el sofá.
La soledad se sentía más pesada después de una noche de éxito. Cerró los ojos, recordando algo que Dany le había dicho antes de irse aquella vez.
—Algún día tendrás que dejar de huir, Pau.
------
Pov lucy.
El sol comenzaba a caer sobre el establo, tiñendo el cielo de tonos anaranjados. Las últimas horas del día eran mis favoritas: los caballos tranquilos, el aire fresco y el olor a pasto recién cortado. Acaricié el lomo de Brisa, la yegua que había cuidado desde que empecé a trabajar aquí.
—Hoy fuiste buena conmigo, ¿eh? —le dije mientras la cepillaba—. Gracias por no morderme esta vez.
Brisa resopló, como si entendiera la broma.
Mientras trabajaba, mi mente empezó a divagar, como solía hacerlo cuando el establo quedaba en silencio. Ya había pasado un año y medio desde la última vez que vi a Paulina. Un año y medio desde esa maldita noche en la que todo se volvió confuso.
Recuerdo que al día siguiente me desperté con un hueco en el estómago. Pau había desaparecido sin dejar rastro. Pregunté a sus hermanas, pero solo me dijeron que se había ido. Sin despedidas, sin explicaciones.
Me sentí una idiota.
Había ido a buscarla para contarle la verdad de lo que recordaba esa noche, pero cuando llegué, ya no estaba. Me dolió, no voy a mentir. Durante semanas pensé que tal vez yo había hecho algo mal, que tal vez ella había huido por mi culpa.
Pero con el tiempo entendí que Pau nunca iba a quedarse.
Después de todo, solo era una turista. Una chica famosa que tenía una vida en la ciudad, en el escenario, con su banda. Yo era solo un capítulo pasajero en su historia. No podía culparla por eso, aunque al principio lo hice.
—Ilusa... —murmuré para mí misma mientras terminaba de cepillar a Brisa.
Pero también fue mi error. Me ilusioné como una tonta. Pensé que alguien como ella podría quedarse en un lugar como este.
Las cosas cambiaron después de su partida.
Empecé a ir a terapia porque, para ser honesta, estaba hecha un desastre. La psicóloga me miró la primera vez y dijo: "Tienes mucho por desenterrar, Lucy." Y vaya que tenía razón.
Aprendí a dejar de depender de los demás para sentirme bien. Fue difícil, pero valió la pena.
Ahora trabajo en el establo a tiempo completo, y me encanta. Dejé el café, compré mi propio departamento y ya no vivo con mi amiga. Me gusta pensar que soy más feliz ahora.
Aunque...
Cada vez que veo a Paulina tocando en el escenario con sus hermanas, siento un pinchazo en el pecho.
Hace poco vi un video de su banda ganando un premio importante. Ella se veía radiante, con esa sonrisa que siempre me desarmaba. Pensé en lo que pudo haber sido si las cosas hubieran sido diferentes.
Suspiré y acaricié la crin de Brisa.
—Tú no me vas a abandonar, ¿verdad? —le pregunté en broma.
Brisa solo movió la cabeza, como si me estuviera diciendo que dejara de decir tonterías.
Sonreí y me prometí algo: no iba a dejar que el recuerdo de Paulina me definiera. Había aprendido a ser feliz sin ella, y eso era lo que importaba.
Pero... si algún día el destino decidía cruzar nuestros caminos otra vez, tal vez entonces hablaríamos de todo lo que quedó pendiente.
Salí del establo dejando atrás el olor a pasto y cuero. El camino hacia mi casa era corto y siempre agradable. El pueblo estaba tranquilo, con la brisa suave de la tarde moviendo las ramas de los árboles. Saludé a los vecinos que pasaban: Don Ramón arreglando su cerca, Marta barriendo la entrada de su tienda, y los niños corriendo detrás de una pelota.
—¡Hola, Lucy! —me gritó Marta con una sonrisa.
—¡Hola! ¿Todo bien? —respondí mientras levantaba la mano.
—Todo tranquilo. ¡Pásate por el mercado mañana, tengo fruta fresca!
Asentí con una sonrisa y seguí caminando. El pueblo tenía esa calidez que siempre me hacía sentir en casa. No era gran cosa, pero era mío.
Cuando llegué a mi casa, el cansancio me golpeó de repente. Cerré la puerta, dejé las llaves sobre la mesa y me tiré de espaldas en la cama sin siquiera quitarme las botas.
—Uf... —solté, dejando salir todo el aire de mis pulmones.
No pasaron ni dos segundos cuando sentí algo húmedo y áspero en mi cara.
—¡Ah! —me quejé entre risas—. ¡Tontín, basta!
Ahí estaba él, mi cachorro torpe y feliz, lamiéndome con todo el entusiasmo del mundo. Su lengua enorme parecía una lija.
—¿Qué haces, bebé? —le pregunté mientras lo cargaba en brazos.
Tontín meneaba la cola con tanta fuerza que casi se caía de mis manos. Lo besé en la cabeza y lo apachurré contra mí.
—Eres el perro más torpe de este planeta, ¿lo sabías? —le dije con voz de bebé—. Pero también el más lindo. ¡Sí, el más lindo de todos! ¿Quién es mi bebé tontito? ¡Tú!
Tontín me miraba con esos ojos brillantes llenos de amor, como si fuera lo mejor que le había pasado en la vida.
—¿Quieres salir a jugar? —le pregunté mientras él ladraba emocionado—. Está bien, pero solo un rato. Primero me quito las botas, ¿vale?
Lo dejé en el suelo, y él empezó a correr en círculos, tropezándose con sus propias patas.
—Ay, Dios... —me reí—. Definitivamente, te puse el nombre perfecto.
Me sentía cansada, pero tenerlo a mi lado siempre me llenaba de energía. Tontín era mi compañero fiel, el único que nunca me juzgaba ni me abandonaba. Y eso, para mí, valía más que cualquier otra cosa.
Después de quitarme las botas y el chaleco del establo, me estiré con un suspiro largo. Tontín seguía corriendo por la sala, emocionado como si acabara de descubrir el mundo por primera vez.
—Ya, Tontín, cálmate o vas a tumbar algo —le advertí entre risas mientras veía cómo casi tiraba una planta.
Agarré su pelota roja del rincón. Apenas la vio, sus orejas se levantaron y me miró con esa expresión que solo los perros torpes pero adorables podían hacer.
—¿Esto quieres, tontito? —le pregunté moviendo la pelota de un lado a otro.
Ladró con tanta emoción que parecía que iba a explotar.
—Está bien, pero vamos al jardín. No quiero que rompas mis cosas otra vez —dije mientras abría la puerta trasera.
El aire fresco me golpeó la cara al salir al jardín. Tontín salió disparado como una flecha, dando vueltas como si el pasto fuera su pista de carreras.
—¡Ve por ella! —grité lanzando la pelota.
Tontín corrió tras ella, tropezándose en el camino y cayendo de lado antes de llegar a la pelota. Me reí tan fuerte que tuve que apoyarme en la baranda del porche.
—Eres un desastre, pero te amo igual —le dije mientras él volvía triunfante con la pelota.
Después de un rato jugando, me senté en el pasto. Tontín se tiró a mi lado, jadeando con la lengua afuera. Le acaricié la cabeza, disfrutando de ese momento de paz.
—Sabes, Tontín... creo que estás salvándome la vida —le susurré.
Él solo me miró y me lamió la mano.
—Sí, sí, ya sé. Soy una dramática —me reí—. Pero es verdad. Tenerte aquí me ha ayudado más de lo que puedo admitir.
El sol comenzaba a bajar, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados. Por un momento, el mundo se sintió perfecto. Sin complicaciones, sin recuerdos dolorosos. Solo yo, el cielo y Tontín.
—Vamos adentro, tontito —le dije levantándome—. Creo que merecemos una buena cena después de este día.
Tontín ladró, emocionado como siempre, y entramos juntos a la casa, dejando atrás el jardín iluminado por el atardecer.
Pov Pau.
El sonido de la batería retumbaba bajo mis baquetas mientras tocaba una secuencia rápida para la prueba de sonido. Dany estaba al otro lado del escenario, afinando su guitarra mientras hacía malabares con las cuerdas como si fuera una extensión de su cuerpo. Ale, por otro lado, no dejaba de maldecir mientras ajustaba el ecualizador de su bajo.
—¡Esto suena como si estuviera tocando dentro de una lata de sardinas! —gritó, tirándose el cabello con frustración.
Me reí entre dientes, pero seguí tocando. Ya conocía el temperamento de Ale, y sabía que si nadie la calmaba, pronto el bajo volaría por el aire.
De pronto, sentí su presencia cerca de mí. Se paró al lado de la batería, con los brazos cruzados y una expresión entre fastidio y curiosidad.
—¿Otra vez pensando en Lucy? —preguntó con voz firme, aunque suavizada por el eco del escenario vacío.
Casi se me escapan las baquetas. La miré de reojo, tratando de mantener la calma.
—Vete al diablo, Ale —la insulté en broma mientras bajaba las baquetas.
—¿Qué? ¿Te puse nerviosa? —me provocó con una sonrisa burlona.
Levanté una ceja.
—Te recuerdo que la última vez que mencionaste a Lucy terminé dejándote la cara como un cuadro abstracto —le recordé.
Ale se llevó la mano a la mandíbula, como si aún sintiera el golpe.
—¿Sabes? Creo que todavía me duele un poco —dijo, exagerando su expresión de dolor—. Y ni siquiera fue una buena pelea. Me agarraste por sorpresa.
—Claro, porque eres lenta —le solté, riéndome.
Ella frunció el ceño, pero luego se rió también.
—Hablando en serio, Pau —dijo mientras su tono se volvía más suave—. Deberías ir a terapia.
—¿Qué? ¿Ahora eres psicóloga o algo así? —la miré con burla.
—Solo digo... No puedes vivir con esa piedra en el zapato para siempre.
Respiré profundo. Sabía que tenía razón, pero aceptar eso era más difícil de lo que sonaba.
—¿Y qué tal si te metes en tus propios asuntos, Ale? —le dije, pero esta vez sin la broma.
Ella levantó las manos en señal de rendición.
—Solo trato de ayudarte, Pau. No quiero que termines amargada como yo —dijo con una sonrisa torcida antes de alejarse hacia su bajo.
La observé en silencio mientras volvía a ajustar su instrumento, y Dany se unía a ella para bromear sobre las cuerdas.
Tal vez Ale tenía razón. Pero aceptar que necesitaba ayuda era algo que todavía no estaba lista para hacer.
La música seguía resonando en la cantina, una mezcla de risas y el tintineo de vasos llenaba el ambiente. Ale y Dany estaban en la pista de baile, moviéndose sin vergüenza mientras el resto de la banda brindaba alrededor de la mesa. Yo me quedé en mi rincón con una cerveza fría en la mano, observando el caos con una sonrisa ligera.
Rudy, nuestro manager, se levantó de su silla con una copa en la mano, el rostro iluminado por la emoción.
—¡Brindo por ustedes, chicas! —gritó por encima del bullicio—. ¡Han roto récords, agotado estadios y ahora... nuestros números no hacen más que subir!
Todos aplaudieron, chocando vasos.
—¡A huevo! —gritó Ale mientras chocaba su copa con la de Dany.
Yo apenas levanté mi botella, pero Rudy no dejó pasar mi apatía.
—¡Paulina, tú también levanta ese trago! Eres la mejor baterista del mundo, ¡acabas de ganar un maldito premio por eso! —me dijo con entusiasmo.
—Salud por eso —dije con una sonrisa forzada, tomando un largo trago.
—¡Y esperen! —agregó Rudy, captando de nuevo la atención—. Tengo noticias aún mejores.
—¿Más? ¿Qué ahora? ¿Nos van a hacer muñecas de acción? —bromeó Dany, haciendo reír a todos.
—No... aunque no sería mala idea —Rudy rió—. Escuchen bien: un muy, muy reconocido show de televisión quiere sacar una serie sobre ustedes en vivo.
Hubo un instante de silencio antes de que estallaran los gritos de emoción. Ale casi tiró su copa de tanto brincar, y Dany abrazó a Rudy como si fuera un héroe.
—¡Eso es enorme! —dijo Ale—. ¿Qué tipo de serie? ¿Un documental?
—Algo así, pero más dinámico —respondió Rudy—. La idea es mostrar su vida fuera de los escenarios, su día a día, sus dinámicas como banda y, sobre todo, la conexión que tienen con un pueblo.
Fruncí el ceño y alcé una mano para detener el alboroto.
—¿Un pueblo? —pregunté—. ¿De qué estás hablando?
Rudy me miró como si fuera obvio.
—Sí, Pau. La serie se centrará en su vida en un pueblo a unas horas de aquí. Quieren grabar todo: sus ensayos, su convivencia, sus idas a la tienda, ¡incluso cuando vayan por tacos!
—¿Un reality show en un pueblo? —pregunté, sin ocultar mi escepticismo.
—Exacto —confirmó Rudy, ignorando mi tono—. Será algo fresco, diferente. La audiencia está buscando contenido auténtico, y ustedes son la definición de eso.
—¿Y ya aceptamos? —pregunté, cruzando los brazos.
—¡Aún no! Por eso lo estamos celebrando... pero estoy casi seguro de que diremos que sí. Es una oportunidad única.
Ale y Dany parecían emocionadas, pero yo no podía dejar de sentir una punzada de incomodidad.
—¿Y cuánto tiempo estaríamos ahí? —pregunté, tratando de mantener la calma.
—Unos tres meses, tal vez más si la serie funciona bien —dijo Rudy con naturalidad.
Tomé otro largo trago de mi cerveza. Tres meses en un pueblo, con cámaras encima... sonaba a una pesadilla.
—Bueno, si nos van a grabar comprando tortillas, al menos que el contrato incluya helados gratis —dijo Dany, haciendo reír a todos.
Yo no me reí. Mi mente estaba en otro lado.
Rudy se acercó y me dio una palmada en el hombro.
—Tranquila, Pau. Va a ser genial. Confía en mí.
Asentí sin decir nada. A veces confiar en él era lo único que podía hacer, pero esta vez algo en mi interior me decía que esa serie traería más de lo que estábamos preparados para enfrentar.
.
.
.
.
El motor del auto rugía suavemente mientras avanzábamos por las calles iluminadas de la ciudad. A través de la ventana, las luces parpadeaban como si intentaran distraerme de mis pensamientos. Estaba cansada, pero sobre todo, molesta conmigo misma. Rudy había organizado una celebración perfecta, mis hermanas estaban felices, y yo... simplemente me inventé una excusa barata para irme.
—¿Todo bien, señorita Villarreal? —preguntó el chofer, un hombre de rostro amable que trabajaba para la banda desde hacía años.
—Sí, todo bien, José. Solo... llévame a casa, por favor —respondí sin mucho ánimo.
—Claro, señorita —asintió y encendió la radio en un volumen bajo para llenar el silencio incómodo.
Me recosté contra el asiento, sintiendo el frío del cuero en la piel de mis brazos. La ciudad se desdibujaba ante mis ojos mientras mi mente regresaba a la conversación en la cantina. ¿Un reality show en un pueblo? ¿En serio? Todos parecían entusiasmados, pero yo solo podía pensar en lo agobiante que sería. Tres meses lejos de la ciudad, con cámaras encima, expuesta a cada maldito pensamiento y acción.
El auto frenó suavemente frente a mi casa.
—Llegamos, señorita —anunció José.
—Gracias. Buenas noches —le dije mientras salía apresurada.
Cerré la puerta y caminé hacia la entrada. La noche era fría, y el viento me golpeó el rostro como una bofetada. Al entrar, el silencio de mi casa me recibió como un viejo amigo. Dejé las llaves en la mesita de la entrada y me dirigí al baño sin perder tiempo.
Abrí la ducha y dejé que el agua helada cayera sobre mí. El frío me cortaba la piel, pero no me importaba. Necesitaba sentir algo que no fuera esta mezcla de incomodidad y frustración. Cerré los ojos, dejando que el agua limpiara no solo el sudor del concierto, sino también los pensamientos que me atormentaban.
Cuando finalmente salí, envuelta en una toalla, el frío aún me recorría el cuerpo. Me vestí con ropa cómoda y bajé a la cocina. El hambre me atacó de golpe, así que busqué algo rápido de preparar. Un sándwich y una manzana parecían suficientes.
Me senté en la barra de la cocina, comiendo en silencio. Las únicas interrupciones eran los crujidos del pan y el sonido del reloj de pared. El teléfono vibró sobre la mesa.
Era un mensaje del grupo de mis hermanas.
Dany: ¿Todo bien, Pau? Te fuiste muy rápido.
Ale: Sí, ¿te pasó algo? Nos quedamos preocupadas.
Suspiré y dejé el teléfono boca abajo. No quería responder. Sabía que cualquier cosa que dijera solo llevaría a más preguntas.
—Genial —murmuré para mí misma—. Ahora soy la hermana antisocial.
Terminé de comer y llevé el plato al fregadero. El agua caliente corrió mientras lavaba los restos de comida, y el vapor nubló la ventana de la cocina. Mi reflejo era borroso, casi irreconocible.
—¿Qué demonios te pasa, Pau? —me dije en voz baja.
El eco de mis palabras llenó la cocina vacía. Nadie tenía la respuesta, ni siquiera yo. Una parte de mí quería regresar al estudio, a la cantina, a la vida que parecía tan fácil para todos menos para mí. Pero la otra parte, la más grande, solo quería esconderse aquí, en esta casa, donde nadie pudiera alcanzarme.
Apagué el grifo, sequé mis manos y tomé el teléfono. Leí nuevamente el mensaje de mis hermanas y, tras unos segundos de duda, apagué el dispositivo.
—Mañana... —murmuré—. Mañana les responderé.
La mentira flotó en el aire mientras subía las escaleras. Otra mentira más para añadir a la lista.
-----
Holaaa.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro