|☆ COBARDE ☆|
Cuando llego a casa después de un largo día, la encuentro vacía.
De nuevo, las lágrimas inundan mis ojos, deseosas de salir, pero hago esfuerzos por mantenerlas a raya.
Camino hasta la encimera y dejo la compra.
A continuación, me tumbo en el sofá a esperar a alguien que sé que no volverá.
Mi mirada se detiene en los cuadros que cuelgan de las paredes, hasta acabar en la foto de nuestra boda.
Salimos los dos juntos, mi marido y yo.
Ambos luciendo trajes elegantes adornados con flores, acompañadas de una gran sonrisa en nuestras caras jóvenes y felices.
Mi pecho se contrae el recordar aquellos tiempos en los que al despertar él estaba a mi lado.
Conmigo.
En un intento por mitigar el dolor que se ha instalado en mi interior, me levanto con una mueca.
Camino por la casa pensando en los nuevos vecinos que llegaron hace unos días.
Estuve un rato hablando con ellos y les di las llaves de su nuevo hogar, tras habérselo enseñado y explicado todo lo que debían saber.
Me acuerdo mentalmente de que, debo darles la copia que tengo guardada en el cajón, pese a que aún debo buscarla.
El hombre, Jasón es joven, simpático y muy agraciado físicamente.
Me ayudó a subir la compra mientras me contaba un poco sobre él y su mujer, Leila, la cual era bastante más callada y que simplemente me saludó.
Siendo sincera, no parecían una pareja que combinase mucho, pero a mis 86 años soy consciente de que las parejas perfectas no existen.
Mi marido y yo no éramos perfectos, pero nos queríamos lo suficiente como para intentar serlo por la otra persona.
Para mejorar, para seguir juntos y unidos, como un buen matrimonio.
Solo que, simplemente, ellos no me dieron una buena sensación.
Sobre todo, tengo la convicción de que, tras esa sonrisa taimada, él ocultaba una terrible maldad. Pero seguramente, solo me estaba dejando llevar por mi loca imaginación.
¡Cuánta razón tenía, aunque todavía no lo supiera con certeza!
Una tarde de primavera, me despierto agitada de la siesta a causa de unos ruidos que se escuchan desde el exterior, o al menos es lo que inicialmente creo.
Pero tras una mirada furtiva a la ventana abierta de mi habitación, me doy cuenta de que no hay nadie en la calle y que los chillidos provienen de otra parte mucho más cercana.
Tras unos segundos de silencio, consigo distinguir las voces de Jasón y Leila.
Me acerco con curiosidad a la pared que une ambas casas con la finalidad de poder oír mejor lo que ocurre, pero solo distingo gritos, las palabras enfadas y dañinas de Jasón y los gemidos de Leila.
Los nuevos vecinos están discutiendo y tiene toda la pinta de que prefieren no ser interrumpidos.
Me sobresalto cuando lo que parece un jarrón de porcelana, se escucha caer y romperse en miles de pedacitos contra el suelo.
Decidida a no molestarles, enciendo la tele y subo el volumen lo máximo posible para no tener que escucharlos, pero por mucho que lo suba, sigo oyendo como más cosas caen al suelo.
Cuando parece que todo va a acabar, un sollozo, que me desgarran el alma, acompañado de unos fuertes golpes, me alertan de que quizás esté pasando algo realmente más serio de lo que pensaba.
Durante unos segundos me planteo levantarme e ir a ver qué ocurre, pero descarto la idea rápidamente ya que de nuevo llega el silencio y parece que ya todo está bien entre ellos, y por supuesto, me digo no es asunto mío, "Los trapos sucios se lavan en casa" me decía mi madre, y es cierto, así deben ser las cosas.
Horas más tarde, me voy a dormir sumida en mis pensamientos y en la oscuridad que estos otorgan a mi espíritu, un poco atormentado por la tristeza.
Pasan los minutos y siento como el sueño comienza a apoderarse de mí y de mi cuerpo, así que cierro los ojos e intento descansar. Algo que no he conseguido lograr desde hace tiempo.
Duermo intranquila, navegando entre sueño y sueño, hasta que el sonido de un portazo yel de una llave cerrando una puerta me despiertan.
Me incorporo y escucho lospasos agitados de Jasón mientras baja por las escaleras de madera del edificio, pasos fuertes y enfurecidos.
¿Qué habrá pasado ahora? ¿A qué viene tanta prisa a estas horas de la madrugada?
Sin saber qué hacer, y completamente desvelada voy a la cocina para prepararme el desayuno, tal y como llevo haciendo desde hace años.
Estoy a punto de llevarme la taza a los labios y probar el café, cuando un nuevo incidente me sobresalta.
Parece que Jasón ya ha regresado, y no de buen humor pues está aporreando la puerta de su casa mientras grita enfurecido una palabrota tras otra, un insulto tras otro, imagino que dirigidos hacia su mujer que estará dentro de la casa.
No aguanto más y me dirijo, haciendo el menor ruido posible para que no se enteren, hacia la mirilla de mi propia puerta de entrada, para así vigilar a mis vecinos, sin ser vista.
Observo como Leila abre la puerta, el terror está dibujado en su rostro.
La pareja comparte unas cuantas palabras entre susurros, los de él contenidos y rabiosos, antes de que, repentinamente y sin motivo alguno, él le pegue un golpetazo en la cara.
Sorprendida ante esta muestra tan explícita de agresividad, no consigo hacer otra cosa que quedarme mirando por la rendija con la boca abierta de par en par.
Mi corazón comienza a latir más rápido de lo normal a causa del terror.
¿Y si los cristales de ayer no fueron un accidente, y si todos esos gemidos, llantos contenidos y exceso de maquillaje en la cara de Leila tampoco eran accidentes domésticos, y si Jasón, el simpático vecino que siempre me sonreía con ternura en realidad era un monstruo...?
Los nervios me retuercen el estómago mientras me paro a pensar en todas las horribles posibilidades de lo que llevo detectando que ocurre en casa de los vecinos.
Y si Jasón le está haciendo algo grave a Leila. ¿Debería yo, una simple anciana entrometerme?
Mi marido de vez en cuando también me pegaba, pero era solo cuando era necesario y lo merecía.
Nunca me pegó con nada que no fuera su mano, y ni se hubiera atrevido siquiera.
Era lo que debía hacer y yo lo comprendía.
¿Había algo malo en eso? ¿Es lo mismo qué ocurría con mis vecinos?
Entonces, ¿Por qué me estaba afectando tanto?
Finalmente dejo de espiarles y me obligo a irme al lado contrario de la casa a pensar en otras cosas y a esperar que todo pase.
El madrugón hace mella en mí, mis párpados comienzan a cerrarse en el momento exacto en el que alguien llama a la puerta.
Lo malo de hacerse mayor es que cada vez tienes más sueño, como si la muerte estuviera probando de reclamarte antes de tiempo.
Hago un esfuerzo inhumano, demasiadas emociones en poco tiempo y, lentamente me dirijo a abrir.
—Buenos días, señora Mercedes, perdone que la moleste con las horas que son y espero no haberla despertado, pero me gustaría disculparme por el comportamiento de mi esposa ayer. —La voz dulce Jasón hace que automáticamente me enternezca, olvidando todas mis sospechas sobre él. —Entienda que no trabaja y se agobia con facilidad. Es una mujer muy sensible.
—No se preocupe Jasón, entiendo que para ella sea complicado estar tanto tiempo sola en casa. —Jasón me sonríe en respuesta y yo no puedo sino admirar su belleza.
Es un hombre realmente atractivo, elegante, educado y con un buen trabajo. La verdad es que no puedo entender porque la vecina, Leila, tiene tantos problemas con él, pero seguro que serán cosa suya. —Quizá le vendría bien salir un poco.
—No lo necesita, conmigo tiene suficiente. No se preocupe usted que, aunque piense que estamos siempre discutiendo estamos bien. —Su respuesta me suena demasiad seca, pero prefiero no entrometerme. Por cierto, ¿se ha fijado si algún chico ha venido últimamente por aquí?
Intento hacer memoria y consigo recordar algo que pueda serle útil, siento la necesidad pueril a mi edad, de agradarle.
—Hace unos días vino un repartidor, recuerdo que su mujer estuvo un rato hablando con él, pensé que quizás eran amigos. —Sonrío, pero mi gesto se esfuma al notar la reacción que este dato ha causado en Jasón.
Puesto que una mirada extraña es la causante de que le brillen los ojos de manera un poco oscura y tuerce la boca antes de decir:
—Discúlpeme, Mercedes, pero debo irme. Hablaré con ella luego sobre ese chico. —Antes de irse un beso casto roza mi mano envejecida. —Espero que tenga un buen día.
Antes de que me dé tiempo siquiera a contestar, Jasón ya se ha ido por el pasillo directo a su trabajo y yo me quedo allí plantada en un mar de contrariedades que abruman mi cabeza y me hacen desfallecer.
En ese momento escucho sollozos, por lo que decido acercarme a la casa de los vecinos y comprobar que Leila esté perfectamente.
Recuerdo que al final no les devolví la llave de repuesto que tenía y que sigo guardando en un cajón del recibidor.
Mientras lo abro, una serie de pensamientos me vienen a la cabeza, pero los ignoro, mi mente sigue perdida en un mar de contradicciones.
Con cautela entro al piso contiguo y voy caminando por un salón que está perfectamente decorado.
Al principio no veo nada fuera de lo común, pero a medida que avanzo voy notando los restos de cristales rotos que hay por el suelo.
Y sangre, hay sangre en el suelo.
Pequeñas gotas que van dejando un reguero que rápidamente sigo.
No es necesario que camine mucho más porque después de unos cuantos pasos me encuentro lo que estaba buscando, y debo decir que aún tenía esperanzas de que no fuera verdad.
Tirada sobre la cama reposa el cuerpo maltrecho de Leila, de su boca entreabierta brota la sangre que me he encontrado en el comedor.
Me acerco para verla con mayor claridad y noto que uno de sus brazos está en una posición realmente extraña.
Tiene heridas por las piernas y la cara, supongo que causados por los cristales.
Debo hacer algo rápidamente o no sobrevivirá.
Corro por la casa buscando un teléfono, mientras tanto no puedo dejar de pensar en Jasón.
Es sorprendente descubrir que, un hombre que parece tan perfecto haya podido hacerle todo eso a su mujer.
La persona a la que supuestamente, más quiere.
Pero, yo lo había sabido siempre, lo que ocurría, pero no me había querido entrometer, lo había justificado.
¡Qué horror! ¡Cobarde!
Cuando vuelvo a la habitación ya es demasiado tarde, la mirada de Leila está perdida en algún punto del techo. Una herida en el cuello que, antes no había visto, parece que ha sido la causa de su muerte.
Las lágrimas caen por mis mejillas antes de que sea capaz de hacer nada por detenerlas. Llamo igualmente a la ambulancia, aunque no haya nadie a quien salvar.
Mientras espero a que lleguen observo sus ojos profundos, pero demasiado hundidos en su cara totalmente pálida y demacrada.
Me despido por última vez de Leila antes de que se lleven lo que queda de ella y antes de salir por la puerta, me prometo que ese hombre pagará por lo que ha hecho.
Por fin he abierto los ojos a la horrible realidad de la violencia de género y nunca más los volveré a cerrar.
Sé que soy culpable por no actuar y nunca me lo perdonaré.
Sé que mi marido no me quería tanto y que nuestro matrimonio no fue tan perfecto, me cuesta admitirlo, pero es la verdad.
La cobardía, la ignorancia o el no entrometerse no son excusas cuando la vida de una mujer es la que se encuentra en peligro.
Denna. - 12/11/2023
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