Capítulo Primero
Yo soy un robot.
Nací — o me «hicieron nacer» — en una de las no muy numerosas fábricas de robot que hay en el este del planeta. Contra lo que pudiera Creerse, las fábricas de robots son menos abundantes de lo que parece a primera vista. Claro que eso es debido a que cierta ley de regulación de nacimientos... perdón, de fabricación de robots, lo que impide una excesiva proliferación de nuestro número.
Los robots somos construidos en la medida necesaria para suplir las bajas que se producen en la comunidad, generalmente por causas naturales: desgaste de materiales, accidentes... Se lleva un registro muy exacto de todos nosotros y, naturalmente, cada baja es compensada con un alta, a fin de que nuestro número se mantenga inalterable en la medida de lo posible.
Menos robots de los que somos, podría dar origen a una catástrofe en la que nadie quiere pensar — si el término «pensar» puede aplicarse a unos seres con cerebro mecánico —. Y un número superior de robots podría dar lugar a una excesiva superpoblación, que, alterando el delicado equilibrio ecológico en que nos movemos, provocaría una catástrofe igual, pero de sentido opuesto a la anterior.
Por cierto, no he explicado aun en qué consistiría esa catástrofe si los robots fuésemos menos de los que somos.
Hablemos con claridad; expresemos crudamente los instintivos temores que todo robot siente apenas nace: enfrentémonos valerosamente con la realidad. Robot es sinónimo de inteligencia, sabiduría, decisión, audacia... y valor. Seamos, pues, valientes.
¡Renacería de nuevo el dominio del Hombre sobre nosotros, las máquinas!
Y ese es el temor que siente, que sentimos, todos los robots.
Pero no hay cuidado; el hombre no volverá a dominarnos jamás.
Nosotros los robots, las máquinas, somos los dueños de este planeta.
Por lo demás, ¡quedan tan pocos humanos!
Mi nombre es Coda. Mi apellido, un conjunto de cifras y números, establecidos de acuerdo con un código predeterminado. En el momento de «nacer» en mi fábrica, esa numeración me fue impuesta y me acompañará hasta mi «muerte».
El nombre es más bien una simplificación de acciones verbales, una comodidad en suma. Algunos cascarrabias dicen que son reminiscencias de cuando el Hombre señoreaba la Tierra. Tonterías. Es preciso tener un nombre, ni más ni menos.
Mi figura es humana. Parezco un Hombre. Sexo: varón. Estatura: 182 centímetros. Pelo: negro. Ojos: grises. Pero: 90 kilos. (Si, si, 90 kilos. Ya sé que esta extrañará, cuando se piensa en que soy un robot, pero hay que ver la ligereza de mis metales.) Señas particulares: ninguna.
Tengo tres años de edad. Mi ocupación, en los momentos actuales, es de verificador del suministro de materiales a la fábrica donde fui construido. Horas de trabajo: seis. La fábrica está activa las 24 horas del día.
Eso significa que hay cuatro turnos de trabajo. Descanso semanal: ¿para qué? ¿Adónde iríamos? ¿al campo, al cine, al teatro? Un robot no necesita nada de eso. Las máquinas no necesitamos para nada las diversiones típicamente humanas.
Las máquinas no necesitamos pensar. Eso queda para los humanos... los poco humanos que todavía sobreviven en la superficie del planeta.
Al nacer, ya lo hacemos con todos los conocimientos que nos son precisos. Una hora después de ser «dado de alta» y comprobado que mis mecanismos funcionaban correctamente, ya me tenían asignado mi turno de trabajo. Y lo desempeñé eficientemente, que es lo bueno.
De eso hace tres años. No puedo quejarme de mi robótica existencia.
Tampoco he conocido otra, la verdad. Es decir, no la había conocido hasta..
Pero no adelantemos los acontecimientos. Cada cosa a su tiempo.
Así saldrá mejor, y se leerá con mas gusto, este relato. El Relato de mi vida.
La historia de un robot.
Yo.
Coda, número C – 8897-VII-4ó5 – N.
La historia de mi vida, realmente, comienza cierto día en que...
* * * * * * *
Mi relevo, un tal Goru, cuyo número de serie me abstengo de citar por no hacerme el pesado, llego puntualmente y tomo mi puesto.
Yo me marché. Tenía 18 horas por delante antes de volver al trabajo.
Hacía algunos días que snetía ciertas perturbaciones en mi interior. No me encontraba muy bien, pero no diré tampoco que esas supuestas deficiencias en mi estado fueran meramente físicas.
Cuando noté dichas pesturbaciones, me acerqué a una verificadora, de las numerosas que abundan por las calles de la ciudad, y me sometí a un examen total. La respuesta de la maquina fue negativa. Yo me encontraba estupendamente bien. Según la maquina, claro, porque mis alteraciones no cesaban.
«Pensé» que tal vez dicha verificadora estuviese en las malas condiciones. Solo lo pens{e; no se me ocurrió comentarlo con ningún otro robot. ¡menuda herejía! ¡podía haberme costado muy caro pensar que una de nuestras maquina pudiese fallar!
Las respuestas de las otras verificadoras, a las que muchos llamaban "médicos" de robot, fueron igualmente negativos. Mi estado de salud era excelente. Entonces, podrían haber ocurrido dos cosas. Mi "enfermedad", vulgo avería, podía ser cosa de poca monta, incluso reparable por mi mismo. Nada, en tal caso, ¡Adelante!
Pero podía haberse tratado de algo grave. Entonces, la misma verificadora habría informado al C.O.M. (Consejo Ordenador Máximo, de ronbots, naturalmente), y éste habría decretado en el acto mi "defunción" vulgo lanzamiento de la chatarra. Pero los aparatos de control y de medida daban indicaciones correctas. En este caso, ¿por qué me sentía enfermo?
No era nada físico, como he dicho. Sentía una vagas angustias, una comezon de tener algo más de lo que poseía, percibía en mi interior un indefinible sentimiento de alncanzar metas más elevadas... incluso, a veces, me sentía descontento de mi robotica existencia.
¿Suicidarme, es decir, autodestruirme? Adsurdo.
Era un sentimiento no grabado en nuestros circuitos. Pero, ¿que quería yo entonces? ni yo mismo lo sabía. Y ello me tenía inquieto, como es lógico.
Caminé por las calles de la ciudad, al azar, durante largas horas. Sorteaba los escombros, las plantas que crecían por todas partes, los edificios en ruinas... Realmente ¿para que necesitan casas los robots? las inclemencias atmosféricas no nos afectan en absoluto. Llueva o granice, que arda el suelo o que los ríos estén helados, es algo que nos deja indiferentes. Un robot puede vivir en los climas mas radicales. Por eso no necesitamos casa.
Por dicha razón dejamos que se vayan derrumbando poco a poco los edificios construidos por los humanos. Ciertamente mantenemos en estado de limpieza determinados sectores, vías de comunicación y transportes sobre todo. Pero lo demás, casas, palacios, fábricas, centros de diversión... Todo se arruina poco a poco y las hierbas que crecen libremente van cubriendo los restos que indican el lugar donde vivieron millones de humanos. Hablando imparcialmente, es preciso admitir que la ciudad ofrece aspecto deprimente, pero, ¿qué importa eso alos robot?
De pronto divisé un gran edificio, cuya solida construcción lo había mantenido en pie durante cientos de años. Era la planta cuadrada, con una gran fachada sustentada por enormes columnas de piedra, y a cuya puerta principal se accedía por una amplia escalinata. Los peldaños estaban cubiertos de hierbajos en su mayor parte, A pesar de todo, se habían desprendido partes de la cornisa superior del edificio y yacían sobre la escalinata. sobre el Frontis del edificio, divisé un rótulo que llamó especialmente mi atención:
BIBLIOTECA PÚBLICA
Hurgue en mi memoria. Biblioteca... Biblioteca...
Ah, si, un lugar donde, en tiempos, los humanos almacenaban cosas llamadas libros, en las que habían sido impresos trozos de su ciencia. El circuito de curiosidad recibió de pronto una ligera elevación de voltaje. Sin saber a ciencia cierta los motivos, emprendi el ascenso por la escalinata, sorteando arbustos y pedruscos, hasta alcanzar la puerta principal. Una verja de hierro la había defendido en tiempos. Ahora, la verja, herrumbrosa, yacía por la tierra. Crucé el umbral. Un silencio de siglos se abatió de pronto sobre mi,
El suelo estaba cubierto de polvo. Avancé lentamente, sintiendo en mi interior un extraño respeto por la obra de unos seres que habían dejado de existir muchos años atrás. había varios pisos en el interior, todos ellos con estantes atiborrados de aquellas cosas llamadas libros, muchisimos de los cuales yacían por el suelo. Hojeé un par de ellos y pude ver que muchas de sus hojas faltaban, devoradas por los roedores.
Otros, sin embargo, se conservaban en beun estado. Mi excelente visiónm de efectos instantáneos, me permitía leer los títulos impresos en los lomos de los libros enorme rapidez. Lo mismo me daba tenerlos cerca que lejos. En éste caso, entraba automaticamente en funcionamiento mi programación visual y captaba en el acto el título, por larga que fuese la distancia. Al cabo de un rato, sentí un fuerte estremecimiento. (Más correcto sería decir un aumento de tensión, pero creo que queda mejor así.) Acababa de divisar un libro, cuyo título impresionó fuertemente mi Programa central. El título era:
TRATADO DE ROBOTICA.
Alargué mi mano y tomé el libro, sintiendo una extraña "emoción" dentro de mí. ¡Era la primera vez que iba a leer un libro!
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