Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo II


Estaba trastornado.

La lectura de aquel libro no había durado mucho: solo el tiempo necesario para pasar las páginas. Un robot, para enterarse de lo que hay en una página impresa, no necesita leerla línea a línea. Le basta con fijar en ella sus visiín, para tener un conocimiento instantáneo de lo que hay allí escrito.

Y aquel libro, «Tratado de Robótica», escrito por un humano muchísimos años antes, acababa de diagnosticar mi mal con absoluta certeza, mejor que la mejor de las verificadoras robóticas.

Ahora ya sabía lo que quería. Hasta aquel momento solo había sido un instinto vago, indefinible, una especie de impulso que me llevaba a sitios donde yo no había estado antes, que me hacía concebir mis circuitos en el momento de construirme.

El libro me lo había revelado con toda claridad.

Uno de sus párrafos decía:

«Los robots han sido construidos para servir al Hombre...»

¿Qué era yo? Un robot.

Tenía que servir al Hombre. Pero ¿Dónde estaba el Hombre?

¿Dónde estaban los escasos humanos que todavía vivían?

Mi procesador estaba sometido a una sobrecarga extraordinaria, que amenazaba con provocar en mi interior graves averías. Dejé en su sitio el «Tratado de robótica» y procuré olvidarme de lo que había leído.

Abandoné la biblioteca con paso tardo, Reflexionaba.

Yo era un robot. Una máquina.

Y una máquina no tiene objeto si no proporciona un beneficio a un hombre.

Porque, en realidad ¿qué hacíamos nosotros, fuera de construir más robots y de procurarnos los materiales necesarios para ellos?

¿Acaso construíamos edificios, iglesias, hospitales, centros de diversión, carreteras, ferrocarriles, barcos, aviones...?

¿Acaso comerciábamos?

¿Arábamos la tierra y la cultivábamos para obtener sus productos?

¿Criábamos animales para alimentarnos y alimentar a los demás con su carne? ¿Estudiábamos para enseñar?

¿Investigábamos para curar las enfermedades? ¿Viajábamos para explorar las regiones de la Tierra?

No. Solo construíamos Robots.

O máquinas que servían para construír robots.

¿Puede llamarse existencia a esto que acabo de describir?

Si no teníamos humanos a quienes ser útiles, ¿para qué servíamos, entonces, los robots?

Todavía seguía formulándome infinidad de preguntas relacionadas con el mismo tema, cuando entre en un turno de trabajo a la mañana siguiente.

Desempeñé mi labor normalmente, sin errores. No podía tenerlos, por supuesto. Cuando llegó la hora, Goru me relevó, como todos los días.

Varios robots salimos al mismo tiempo del edificio. Normalmente, la relación entre nosotros era más bien distante, fría sería la palabra correcta.

Sin embargo, había uno de ellos, un tal Ossy, con quien había cruzado unas dos docenas de frases en los tres años de mi vida. Ossy era cinco años más "viejo" que yo.

—Hola, Ossy —le saludé, no sin cierto trabajo, debido a mi falta de entrenamiento del aparato de fonación.

—Coba, te saludo —contestó Ossy un tanto pedantemente. Por lo demás, era un "Buen Chico". Hacía meses que no cambiábamos una sola palabra.

—Tampoco teníamos gran cosa que decirnos — sonreí—. ¿Adónde vas?

—A ninguna parte. ¿Y tú?

—Al mismo sitio —respondí con la programación del humor, también desentrenada, como es lógico en un robot.

—entonces, vayamos juntos. Presiento que tienes algo que decirme, Coba.

—Sí, es cierto, Ossy.

Abandonamos la fábrica,

«Es terrible, pensé. Un robot sale de trabajar y no tiene ningún sitio al cual dirigirse: ni casa, un local donde reunirse a charlar con sus amigos, o un campo cualquiera donde practicar un poco de deporte... Nada. Sale y camina al azar por ahí como un perro vagabundo, sin amo, deteniéndose en cualquier parte, inmune al frío, al calor, a la lluvia o a la nieve, puede tener información del ambiente por medio de sensores, pero no somos afectados... hasta la hora de tomar de nuevo su turno de trabajo. No es un ser mecánico; es un animal mecánico.»

— ¿Y bien, Coba? —dijo Ossy, cortando súbitamente mis reflexiones.

—Ayer anduve en la biblioteca pública —dije de sopetón.

Ossy dejó de caminar.

— ¡Coba!

—si ¿Qué pasa? —Exclamé intrigado por la actitud de mi amigo.

— ¡has cometido un acto prohibido! ¡Ningún robot puede entrar en la Biblioteca Pública! Solo algunos robots autorizados por el C.O.M. y en ciertas e insoslayables circunstancias...

— ¡pues no leí ningún cartel que mencionase tal prohibición! —dije malhumoradamente.

— ¡leer! —Se horrorizo Ossy—Coba, ¿tu... has leído?

—Sí, Claro, puesto que estuve en la biblioteca...

—Me dejas pasmado.

—Más lo estoy yo —contesté—. ¿Por qué te asombras tanto? ¿Cómo iba a dejar de entrar en la biblioteca, si desconocía por completo tal prohibición?

Los globos oculares de Ossy, tan similares a los de un humano, me contemplaron de frente.

—Tienes que ir a revisión Coba. —dijo.

— ¿Por qué?

—A todo robot, en el momento de culminarse su período de fabricación, se le inculca la prohibición de leer cualquier libro en su interface, salvo que se le autorice expresamente por el C.O.M. y aun eso después de sopesar muy detenidamente todas las ventajas y desventajas que puedan derivarse de tal permiso. A la menor duda que pueda existir sobre la conveniencia de otorgar ese permiso, la petición es rechazada sin apelación posible.

—de modo que yo tengo grabada en mi base de datos la prohibición de leer libros? —dije.

—Deberías de tenerla. Puesto que entraste en la Biblioteca Pública y tu procesador no se quemó solo con tocar el lomo de un libro, es que esa prohibición no fue grabada en tu base de datos cuando fuiste construido.

—La verdad, no entiendo a qué se debe ese fallo, Ossy.

—Yo tampoco, pero te daré un consejo, coba: No vuelvas más a ese lugar.

Lo miré fijamente.

— ¿irías tú?

— ¡en absoluto! —me contestó enfáticamente—. Estoy satisfecho con mis conocimientos y no siento el menor deseo de que me arrojen a los pozos de chatarra. Coba, si quieres un buen consejo, solicita una revisión.

Reflexione durante unos instantes,

—Es probable que lo haga—respondí—. Mientras tanto, ¿puedo pedirte un favor?

—si esta en mi mano...

— ¿hay algo en tu base de datos que te obligue a declarar que conoces a un robot que ha entrado en la Biblioteca Pública sin permiso del C.O.M.?

Ossy demoró la respuesta un segundo. Claramente pude darme cuenta de que estaba buscando en el fondo de su memoria artificial.

—No, no estoy obligado a declarar una cosa semejante —contestó.

—entonces ¡Calla!

— ¿y voy a convertirme en cómplice de...?

— ¿Me has enseñado tú la biblioteca? ¿Me has dicho acaso, que allí había libros? ¿Te han obligado a que delates un hecho como el que te he citado?

Ossy hubo de contestar negativamente a todas mis preguntas.

—Callare..., pero no vuelvas a mencionarme más ese asunto —me rogó aprensivamente,

—De acuerdo, pero eres cinco años mayor que yo y tienes cierta experiencia. Dime ¿cómo es que nadie se extrañó que un robot entrase en la biblioteca?

—Puesto que todos lo tenemos prohibido, no es necesario poner guardias en la puerta. Cualquiera que pudiese verte, pensaría, simplemente, que tenías permiso del C.O.M.

—Entiendo—dije—. Ossy, ¿cómo es que, estando prohibida la lectura, sabemos leer?

— ¿Acaso no necesitas leer los instrumentos e instrucciones para el buen funcionamiento de las máquinas que manejas? ¿no te llegan mensajes con órdenes de acelerar o retardar la producción o formulándote consultas sobre la calidad de tales o cuales materiales?

—Tienes razón —admití—. Ossy, una última pregunta.

—Sí, Coba. La última, desde luego.

— ¿Sabes tú donde hay, donde vive, o viven, algunos de los humanos supervivientes?

El  driver de la repugnancia de mi amigo se puso al máximo de tensión, y ello se reflejó en su rostro artificial.

— ¡No! —respondió descompuestamente—. No sé dónde hay ningún humano ni tengo el menor deseo de saberlo.

Y dichas tales palabras, Ossy huyó como su le persiguieran los encargados de arrojarle a la chatarra. Es una metáfora. Cuando a un robot se le comunica que ha de ir a la chatarra, no huye. Simplemente se resigna a "morir".

A partir de entonces, empecé a acudir a la biblioteca pública con regularidad.

No tenía que preocuparme por el sueño, no tenía que comer, ni descansar... De cuando en cuando, perdía unos minutos para revisar la pila eléctrica que me comunicaba energía o para engrasar los puntos más sensibles de mis articulaciones. Por lo demás, me pasaba dieciocho horas diarias en la biblioteca. Diecisiete, mejor dicho, porque perdía una hora en los viajes.

Y hay que ver lo que cunden diecisiete horas diarias de lectura... cuando se es un robot, como yo. Supongamos un libro de doscientas páginas. Para cada página, entre pasarla y captar lo impreso en ella, empleaba una media de dos segundos. Eso hace un total de cuatrocientos segundos.

El libro citado me costaba poco menos de siete minutos. En un plazo tan breve, todo su contenido quedaba almacenado en mi disco duro. De todas formas, es demasiada rapidez. Pongamos cinco libros por hora, que ya está bien.

En diecisiete horas, venía a leerme unos ochenta y cinco libros, lo que suponía una media de cientos en aquella semana, tan solo.

Y yo pensaba seguir leyendo, leyendo sin parar, y recopilando conocimiento, sobre muchos temas, la mayoría de los cuales eran desconocidos para mí hasta que entré en la Biblioteca Pública.

Al cabo de aquella semana, conocí a otro robot.

Se llamaba Heru y era muy "viejo". Hacia veinticuatro o veinticinco años que había sido construido.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro