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47. Mi otra mitad

KRESTEN


Lo había perdido todo.

La confesión de Sergio llegó a las noticias, pero a mí me la dijo de primera mano días después de confesar. Me llamó desde su arresto y le concedí las últimas palabras que él quería darle a nuestra amistad.

Al parecer, su plan era fugarse en el yate, de ahí su obsesión con que su padre no le quitase las llaves y por eso, fue también que los encerraron a ambos de forma preventiva. El yate está anclado en el puerto y precintado por la policía, que buscaba pruebas de la noche en la que Sergio, Míriam y Fernando discutieron y el último huyó con el botín.

El plan surgió después de la reunión en la que Sergio le pidió al antiguo director de la sucursal que le concediese la línea de crédito. Lo invitó a cenar a un restaurante carísimo con la excusa de hablar de unas posibles inversiones porque el hombre se negaba a darle el crédito sin el aval de su padre. Fernando Serra llevaba años trabajando con su padre, y Sergio sabía de qué hilos tirar para que el director mostrase interés. Bebieron de más esa noche y comenzaron a quejarse de su vida. Sergio estaba en negación por lo que su padre le había hecho y estaba harto de no sentirse nunca suficiente. Al parecer, se sentía estancado en la sucursal y quería crecer en el banco, pero no tenía oportunidades de ascenso. Se les ocurrió la loca idea de comer un atraco e irse a un paraíso a empezar de cero. Una idea absurda y borracha que, en cuanto llegó a los oídos de Míriam, se volvió una realidad. Al principio, Sergio se negó, pero la ambición de su amiga fue tanta que consiguió convencer primero al director, que ya había concedido el crédito, y después a su amigo.

Fernando orquestó el plan, al fin y al cabo, era el que mejor conocía los mecanismos de la sucursal y Sergio y Míriam hicieron el trabajo sucio.

Sergio también confesó que Míriam se encargó de esconder el dinero en el almacén de la librería. Por eso Sergio se empeñaba en que no podía despedirla, porque tuvieron el puto dinero en el local durante semanas, hasta que Sergio volvió a tener las llaves del yate. Metieron el dinero en una caja de botellas vacías y lo llevaron a casa de Sergio, donde lo movieron a las maletas que él solía llevar a navegar. Se fueron al yate. Iban a repartirlo a partes iguales, pero discutieron porque los planes de Fernando eran otros. Les puso droga en la bebida, tanto Míriam como Sergio se durmieron y Serra se fue con el dinero. Ninguno de los dos sabía que esa mañana lo habían despedido del banco y desde entonces, no había rastro de él. Su mujer y sus hijas se habían quedado solas.

Nadie sabía dónde estaba.

Fue entonces cuando Míriam, comenzó a descuadrar la caja de la librería. Quería recuperar el dinero que, según ella, Sergio le había hecho perder. Y Sergio se callaba y la defendía, porque ella lo amenazó con confesarlo todo a la policía.

Qué irónico que al final él fuese el que decidió confesar.

No pude pensar en otra cosa que no fuese doña Manuela durante los días siguientes. Ella hubiese sabido qué decirme, ¿verdad? Hubiese tenido alguna historia que contar que tranquilizara mi alma lo suficiente como para sentir esperanza.

Me sentía desolado y fracasado, pero los abrazos de Georgina me reconfortaban lo suficiente como para no venirme abajo.

Hacía dos días que no salía de casa, necesitaba que me diera un poco el aire y caminé hasta la librería cerrada. El interior estaba limpio, como si no hubiese pasado nada, las estanterías seguían llenas de libros a pesar de que por el momento no iban a llegar más. No entré, pero dejé las huellas de mis manos en el cristal de la entrada. Porque al igual que el campo de girasoles al borde de mi bosque, mi proyecto se había quedado al otro lado. Imposible de alcanzar.

Mi propósito, mi sueño, mi lugar estaba manchado.

Todo se había ido a la mierda.

No sabía con qué cara debía hablar con los empleados para despedirlos, porque íbamos a tener que cerrar de verdad, no solo temporalmente, como nos habían indicado los policías. A Sergio le esperaban unos largos años en la cárcel, y yo no tenía suficiente dinero para financiar el proyecto solo. Su padre quería retirar toda la inversión porque iba a destinar todos sus esfuerzos a defender a su hijo.

Acabé en la plaza de las cicatrices. Era tan bella y estaba tan rota que me removía de formas contradictorias. Me decía que era capaz de sobrellevar la pérdida y la guerra y crecer de formas hermosas, aunque las cicatrices siempre iban a acompañarme. En realidad, el encanto de la plaza no estaba solo en la fuente y en los árboles que lo rodeaban, sino en la fuerza de como decía "sigo en pie". Quería ser como esa plaza, aunque sabía que no podía. Yo no era tan fuerte.

Me apoyé en la fuente y acaricié el agua con los dedos, mientras contaba cuantas esquirlas de metralla había en la pared de la iglesia y de la escuela.

¿Qué iba a hacer? ¿Volver a las visitas guiadas?

No me desagradaban las visitas, pero... eso sería como volver a empezar. Como haber estado corriendo hasta el cansancio extremo, para volver al mismo sitio.

—Sabía que te encontraría aquí —la voz de Georgina me sacó de mis pensamientos.

Se había quedado en casa porque tenía que revisar unas anotaciones de la formación que estaba haciendo para su nuevo trabajo.

—Hola —me crucé de brazos, aun con la atención fija en mi recuento. Ella se acercó a mí y sin pedir permiso, me abrazó.

Llevaba esa sonrisa que la hacía brillar dibujada en el rostro. Y llevaba uno de esos trajes que tanto me distraían.

No fui consciente de que alguien más la acompañaba hasta que sentí un olor familiar colarse en mis narices. No eran sus girasoles. Era el olor a casa; a té y a lluvia.

Alcé el rostro y me encontré con la mirada de mi espejismo. Hal estaba frente a mí, con expresión de alivio y yo no tenía ni idea de cuándo ni cómo había llegado.

—He aterrizado hace un rato —me dijo él, leyéndome la mente—. Llevo desde ayer sintiéndome muy inquieto y pensé que te estaba pasando algo así que me he venido.

Me lancé a abrazarlo también.

Con mi novia y mi hermano sujetándome, todo pareció un poco más sencillo.

Empezó a llover.

—Joder, Harald —me burlé, chinchándole como tanto me gustaba—. Llegas tú y llueve.

—¡Ni que yo me hubiese traído el mal tiempo! —se quejó con indignación.

Georgie estalló en carcajadas.

—Así que también te gusta molestar a tu hermano —observó la chica con diversión.

Me encogí de hombros, mientras Hal me pedía que tradujese y obviamente, contraatacó:

—No sería él si no fuera un toca narices. Lo queremos así.

Me reí, porque sí, esa parte burlona era parte de mí. Llegamos a casa entre alivios, silencios y lluvia. Georgina estaba afectada por los últimos sucesos, yo estaba desolado por la cafetería y Hal parecía tener una conversación en los labios que no sabía cuando sacar.

La puerta de doña Manuela. Aún no había venido nadie a vaciar el piso, ni siquiera a verlo. Al parecer no había nadie a quien le interesase lo más mínimo la vida de esa anciana, y me desgarró el alma.

Era difícil despegar los ojos de esa puerta, porque seguía esperando que saliese a saludar y a decirme que todo había sido un mal sueño.

—Deberíamos entrar —me susurró Georgina, que acarició mi brazo con delicadeza.

—Necesito unos minutos.

Ambos se retiraron y segundos más tarde, escuché sus voces en el interior de la vivienda. Era un desastre bilingüe casi incomprensible. Cada uno hablaba en su idioma natal, entremezclando palabras y frases mal construidas en el idioma del otro. Por suerte, el nivel de inglés de Georgina era más alto que el español de Hal.

—¿Qué harías tú? —susurré—. Me siento perdido.

Había estado dando tumbos en un bosque durante años. Había encontrado caminos, barrancos y cabañas donde resguardarme. Mi coche seguía averiado, en medio de la carretera, mientras yo intentaba encontrar el modo de salir de allí. Porque ese bosque no era más que un pequeño mundo encerrado en una bola de cristal y por fin había encontrado el límite.

Tenía que romperlo y salir. Rendirme, dejar de batallar. Seguir adelante sin coche y sin abetos.

Sin The Bookclub café. Reinventarme de nuevo.

Ni siquiera sabía cómo.

Cuando entré, Hal estaba solo en el salón y le enviaba un audio a Laia. Apartó el teléfono y se dirigió a mí.

—Creo que Georgina ha ido a ducharse —me dijo, con una sonrisa divertida—. Nos cuesta un poco entendernos, pero lo logramos.

Me senté a su lado. Se me pasaron muchas cosas por la cabeza en ese momento. Pensé en preguntarle sobre Laia, tal vez sobre su trabajo o empezar una conversación banal, pero no dije nada.

Había demasiadas disculpas que seguíamos teniendo que darnos y ninguna conversación vacía tenía sentido ya entre nosotros.

—Sí que me enamoré —confesé—. De Killian.

No fui capaz de mirar a mi hermano gemelo, pero noté sus ojos sobre mi rostro.

—¿Por qué no me lo dijiste? —me preguntó.

—Porque era complicado.

Le relaté lo mismo que le había contado a Georgina días atrás. Le hablé de todo lo que debí hablarle durante la pandemia y me callé, porque siempre había sido un experto en contar las cosas a medias. Le confesé todas las peleas que tuve con él porque estaba enfadado o celoso de que Killian lo escogiese a él, o de que él pasase más tiempo con Killian que yo. Le hablé de todas las noches que pasé en vela sintiéndome como esa copia mala que no vale.

La expresión de mi hermano se fue endureciendo, apretó los puños con rabia y suspiró, varias veces, mientras me escuchaba.

—Voy a tener que hablar con Killian —me sorprendió que se molestase con él—. O darle un puñetazo.

—Ya da igual, Hal.

Apoyó la mano en mi hombro y me obligó a mirarle a los ojos.

—Kres, yo siempre te hubiese escogido a ti y él lo sabía. El problema no eras tú, era él y podría haberme evitado muchas peleas contigo. Pero no lo hizo y muchas de esas peleas se las contaba a él —me dijo—. Y llevo años sintiéndome mal por no saber como llevarme bien contigo. Él siempre lo ha sabido y ha evitado el tema. Me ha aconsejado sobre como llevarme contigo y al final, él podría haber hecho mucho más siendo sincero conmigo, igual que tú. No digo que todo sea su culpa porque los dos sois un pedazo de drama, pero ¿en serio? ¿He estado jodiéndome yo por vuestro romance clandestino?

—Dijiste "nada de salir con amigas".

—Lo sé, no estoy enfadado contigo, solo... me indigna porque nunca entendí por qué me odiabas tanto y ahora tiene sentido. Yo creí que nos separábamos tanto para que cada uno tuviese su espacio, pero siempre te he querido en él. Kresten, escúchame, eres mi mitad. Siempre te voy a escoger a ti por encima de cualquier amigo que tenga.

Llevaba toda la vida esperando tener esa conversación. De que mi hermano me dijiste que no era un puto cero a la izquierda. Y sin darme cuenta, volví al límite del bosque. Había parecido una pequeña casa junto al campo de girasoles desde donde él me saludaba con energía y me enviaba a acompañarle.

—Eso lo único que necesito saber.

Nos dimos un abrazo que terminó de juntarnos. Que me recompuso el alma y poco a poco, despertó una llama de esperanza. No sabía qué iba a pasar, pero tenía que reunirme con un abogado para ver qué hacía con la librería. No podía permitir que todo fuera vano.

—Manuela le dio a mamá esto cuando estuvimos aquí en junio —Hal sacó una carta de la mochila que había traído con él desde Inglaterra—. Le pidió que te la diera si algún día ella fallecía.

Fruncí el ceño y agarré la carta, casi con ansias y manos temblorosas.

"Hola, muchacho.

Si estás leyendo esto, es que ya no estoy y escribo esto para darte las gracias.

Has llenado de vida mis últimos y solitarios años, justo cuando el mundo se oscureció, Antonio se fue y los míos comenzaron a decir adiós. Uno tras otro. Nunca pensé en lo que pasaría al envejecer, porque siempre me ha gustado mirar al presente, olvidarme del pasado e ignorar la existencia del futuro.

Con los años comencé a mirar atrás, porque comprendí que futuro me quedaba poco, que mi presente estaba vacío y que mi vida se había quedado en recuerdos.

El tiempo se había ido. Y yo había dejado de llorar, entierro tras entierro. La vida es así. Es el orden natural y no pasa nada, por muy injusto y doloroso que sea.

Pero entonces pareciste tú, con tu nivel básico de español y tus ganas de comerte el mundo. Me llenaste la casa de risas. Al principio no comprendía por qué un chico tan joven como tú buscaba compañía en alguien tan vieja como yo, pero con el tiempo comprendí que la necesidad de encontrar a alguien a quien llamar familia te comía por dentro, al igual que a mí.

Intenta ser feliz con la familia tan maravillosa que tienes. Intenta encontrar el amor, o los amores, lo que te haga vivir con pasión en las venas.

Te dejo lo que queda de mí. Utilízalo para vivir. Seguro que te sorprende que sea tanto, ¡yo también me sorprendo! Es increíble todo lo que acumula una vida entera ahorrando, y mira por donde, que lo he ahorrado para ti. Mi Antonio y yo nunca fuimos de gastar. Él era un tacaño de mucho cuidado y se pasó toda la vida obsesionado con acumular dinero en el banco. Ya ves tú para qué. Y yo, cuando murió, tampoco sabía en qué gastarlo, así que ahí se quedó.

La casa de la playa me da muy buenos recuerdos. Ahora está vacía, hace años que no puedo ir, así que me disculpo por todo el polvo que debe haber acumulado. Por las noches, desde el balcón de la habitación principal, entra una brisa muy buena y se ven unas vistas maravillosas de la playa y el atardecer.

Es posible que mi sobrina intente quitártelo, pero he dejado todo bien atado para que no lo haga. No ha sido capaz de querer nada de mí mientras estaba viva, no merece nada mío una vez muerta.

Tienes las llaves de mi piso y las de la casa en el mismo llavero, mentí cuando dije que la otra era del trastero. También te dejo el contacto de mi notario y mi abogado en el testamento. Ellos están al día de todo.

Solo te pido una cosa: utilízalo.

Estoy segura de que mi Antonio hubiese estado de acuerdo.

Te espero en el otro lado,

Tu autoproclamada abuela,

Manuela."

Junto con la carta, había una copia sellada de su testamento, en el que se destellaba la herencia de una casa en Sitges, el piso de Barcelona y los ahorros que tenía. No había dejado nada para su sobrina.

—¿Kresten? —preguntó Hal—. ¿Qué dice la carta?

Negué con la cabeza. No podía hablar. Eso había sido demasiado.

—Kres, puedes llorar si lo necesitas —añadió, desarmándome.

—Creo.... creo que Manuela ha salvado The bookclub.

No quería llorar, pero mis emociones se entrelazaban las unas sobre las otras, como olas que se hacen cada vez más grandes y que son imposibles de detener al llegar a la orilla.

Un tsunami me sacudió. Se llevó el coche que había estado detenido en mitad de la carretera. Desmontó la cabaña con su fuerza y se llevó por delante la estabilidad de mis árboles. Harald me sujetó mientras abandonaba el bosque que me había estado reteniendo y al que nunca más quería entrar. 

¿Estáis llorando como yo?😭🥹

¿Qué os ha parecido?

En un ratito subiré el capítulo final y el epílogo. 

Gracias por leer,

Noëlle

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