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3. Una bonita cita previa

KRESTEN

De: Georgina González

Para: Kresten Kaas

Asunto: RE: Justicia

Me alegro de que su familia le haya ayudado. Buenas noches.

Así que con esas estábamos. Ni una pizca de arrepentimiento.

No le había contestado por la noche, pero ahí, con mi té recién hecho, mi desayuno completo y mi mente despejada, estaba preparando una contestación. Tal vez, ella me ignoraría, pero el martes, cuando volviera a su ordenador de oficina o a revisar su móvil del banco, encontraría mi correo. Y después, me encontraría a mí allí.

Iba a desbloquear mi cuenta sí o sí.

—He hecho una investigación —leí en voz alta el correo—, y sí, me podéis bloquear la cuenta, pero.... No, I can't say that. No voy a admitir que tiene razón. Over my dead body! —dije para mí mismo. Borré el correo y volví a empezar—. ¡Qué falta de humanidad y respeto, no poder esperar tres días para...! —Me tocaron al timbre—. Who the fuck...?

Me acerqué al interfono, donde se veía a Sergio, mi amigo y socio, en la pantalla. Iba vestido con su habitual camisa medio abierta y sus pantalones de niño rico. Se había apoyado en la pared de la fachada y, por su expresión, deduje que no llegaba temprano por madrugador, sino porque ni siquiera se había molestado en pasarse por su casa después de la fiesta a la que se fue la noche anterior.

—¿Sergio?

—Eh, tío, ¿bajas? —se alzó las gafas de sol, mostrando sus ojos verdes. Ni siquiera el bronceado playero de su piel podía esconder las ojeras.

—¿Pero qué haces tú en mi casa?

—Estoy en la mierda, Kres —confesó—. Pero me he comido unos churros, buah. Increíble.

Las fiestas de Sergio siempre eran un desenfreno y terminaban con él pasándose más de veinticuatro horas despierto. Empezaba en la cena, luego el pub, después la discoteca, seguido del after y a las siete de la mañana, el desayuno de churros. Y si no terminaba en la cama de alguien, se presentaba en mi casa hecho una mierda.

A veces se tiraba en el sofá y se quedaba ahí hasta las cinco de la tarde, otras, seguía su día disimulando que estaba bien, aunque se cayera de sueño. Eso por no contar que mi amigo no tenía término medio. O llegaba tan temprano que se presentaba directamente en mi casa, o llegaba media hora tarde.

—La próxima vez intenta ser puntual o dormir un poco si tenemos trabajo, por favor—le dije—. Cinco minutos. Ya voy.

—¡¿Pero vas a dejarme en la calle?! ¡Ábreme el portal al menos!

Ni que fuera a morirse.

Me terminé el desayuno a toda prisa y apagué el ordenador. Ya enviaría ese correo en otro momento. Me encontré con Sergio en la calle, que estaba apoyado sobre su moto en la acera. Conduje yo hasta el local, no me fiaba un pelo de tenerlo a él al volante. Nos encontramos por el jefe de obra frente a la Catedral, quien nos guio por el edificio. Era una construcción del siglo quince, que había sido hospital, cuartel de la guardia civil, museo, y ahora era nuestro: The bookclub café. Íbamos a abrir la librería-cafetería más grande de Barcelona. Tendría cuatro plantas de libros, una cafetería en la planta principal y dos terrazas (una de ellas superior, y cubierta, rodeada por grandes ventanales de arcos de medio punto, la otra, inferior y a pie de calle, rodeada de árboles). El proyecto era mío, y Sergio era el dueño, porque todo creador necesita un mecenas. Revisamos el estado de las obras, y después, nos sentamos en la terraza de un bar cercano a discutir sobre la distribución de las mesas en la zona de la librería.

Él quería más mesas, yo, libros.

—Haz lo que quieras —me dijo cuando nos sentamos, todavía discutiendo sobre la distribución. Agarró la carta con las manos y comenzó a juguetear con ella—, pero sin que afecte al presupuesto ni a los ingresos. Por cierto, sobre la línea de crédito, ¿qué te dijeron?

—No nos lo dan.

—¿Cómo que no? Necesitamos la línea de crédito para pagar por adelantado durante los primeros meses.

—Pues a ver si tú convences a la del banco, porque a mí no me hace ni caso.

—¿En serio? Joder... ya iré yo —dijo pasándose una mano por los cabellos castaños—. No saben donde se han metido, pero bueno, ¡iré! Ya verás como ceden en cuanto les amenace con convencer a mi padre de llevarse sus inversiones a otro sitio.

«Algunos viven en otra liga, sin duda».

—¿Qué desean tomar? —un camarero nos interrumpió. No tendría más de dieciocho años y le temblaba el dedo en el que sujetaba su bolígrafo de una forma tan exagerada que se me hizo obvio que era nuevo.

—Una cerveza —pidió Sergio.

—Agua con agujas.

Sergio estalló en carcajadas, y al parecer, el camarero también lo encontró gracioso, porque se aguantó una risa. La risa de mi amigo era contagiosa, no podía culpar al pobre trabajador.

—No le hagas caso a mi amigo —le explicó Sergio al camarero—. Es muy bromista.

Ya estaba otra vez con su broma. Cada vez que íbamos a tomar algo y yo pedía agua con agujas, él se reía a carcajada viva. La broma me estaba cansando. Sí, yo solo bebía agua. Ni refrescos, ni alcohol.

—No entiendo por qué te ríes si no bebo alcohol —me quejé.

—Sí, me río por eso mismo —le dijo Sergio al camarero, que se alejó con cierta diversión también—. Un inglés que no bebe, ¿dónde se ha visto eso? Ayer en la fiesta, uno de Londres se bebió hasta el agua de las plantas.

Tuve que poner los ojos en blanco.

—No es divertido —Odiaba que me juzgaran por la cantidad de alcohol que ingería.

—No te enteras de nada, ¿verdad?

¿De qué mierda tenía que enterarme? ¿De que era un idiota porque asumía que por ser británico tenía que pasarme el día bebiendo como un borracho?

Estaba bien enterado de cuáles eran los estereotipos que se asumían de la gente de mi país en España. Unos borrachos deprimidos, que se tiran por los balcones y vienen a hacer fiesta y pelearse como hooligans en la calle a media noche. Sí, esa teoría me la sabía bien, pero que hubiera cuatro británicos imbéciles que dieran la nota de esa forma, no implicaba que todos fuéramos así.

El otro estereotipo estaba destinado a jubilados con casas en Alicante y Málaga.

Yo, obviamente, por mi edad, estaba incluido en el primero, cosa que me tocaba bastante las narices.

Las bromas de Sergio duraron poco, y dio paso a su seguridad: estaba convencido de que el director del banco le condeciría la línea de crédito a él. Iba a salir bien.

Volví a casa a media tarde, algo más tranquilo y motivado, después de pasarme medio día trabajando en el proyecto. Con el problema de la línea de crédito solucionado según Sergio, y la confianza de que Georgina me desbloqueara la cuenta el martes, solo me quedaba una pequeña cosa por resolver: no tenía ganas de sexo. Ni siquiera conmigo mismo.

No era la primera vez que me pasaba, de hecho, durante el último año me había sentido bastante raro en cuanto al sexo. No tenía ganas de revolcarme una noche, tampoco de acostarme con ninguna de las personas con las que tenía sexo casual y... la última vez que llegué al orgasmo en la cama de un extraño se me vino un desagradable pensamiento a la cabeza: quería una relación.

Algo bastante jodido porque no había conocido a nadie que me gustara en ese sentido y porque para mí, las relaciones eran igual a desastre.

El deseo era mucho más sencillo que el amor, habitaba en lo más profundo de la naturaleza humana y salía de mí como un instinto. Sin preguntar, como un fuego que prende muy deprisa, pero es lo suficiente pequeño como para ser controlado y apagado con facilidad. Tenían un final, un éxtasis.

El amor era... dolor, decepción, drama. Yo estaba muy bien, con mi proyecto despegando por fin y mi vida totalmente controlada. No necesitaba una pareja que me pusiese el mundo boca abajo.

Y por eso le había escrito a Matías para vernos esa tarde. Había quedado con él en la entrada de una sede de exposiciones junto a Plaza de España.

El edificio era una antigua fábrica textil, ahora convertida en un espacio de arte, en el que se hacían exposiciones temporales, además de actividades culturales y alguna que otra reproducción cinematográfica. Matías me estaba esperando en la entrada cuando llegué, con ese aire de chico perfecto; siempre iba bien vestido, solía saber que decir y tenía toda la clase que a la mitad de los hombres les faltaba. En realidad era un capullo y tampoco es que me importara demasiado, al fin y al cabo, iba a ayudarme a deshacerme de la estúpida idea de que quería una relación. Y aunque él no lo supiese estaba ahí para demostrarme a mí mismo que no tenía un problema de apetito sexual.

Matías se pasó los primeros minutos el rato soltando datos sobre la grabación de la película, pero en cuanto la película empezó, se acercó a mí más de la cuenta. Me tensé cuando me besó el cuello, pero cerré los ojos buscando concentración. Bajó su mano a mi entrepierna.

Tuve ganas de irme en ese mismo instante.

—Matías... —le advertí en un susurro.

—¿Qué pasa? —susurró él.

—Ahora no.

Él siguió con sus caricias, que en lugar de excitarme, provocaron que me invadiera una desagradable sensación en la boca. Se lo repetí.

Lo oí chasquear la lengua.

—¿Vas de duro? —me preguntó con un tono seductor—. ¿Quieres jugar, Kresten?

No apartó la mano de mi entrepierna, así que me moví hacia atrás en el asiento y le aparté la mano con la mía. Él se río por lo bajo.

—Matías, ahora no —le repetí, serio.

Tuve que respirar hondo. Que me tocaran solía funcionar. Que me provocaran también, pero... ¿por qué tenía ganas de vomitar?

«Porque te estás forzando y presionando, idiota».

—¿Por qué? —me preguntó el chico.

—No me apetece.

Matías se apartó, incrédulo. Se conformó con mi explicación durante un rato, pero a la media hora, volvió a intentar acercarse, lo que fue un puto fastidio.

No tendría que haber quedado con él.

No me gustaba ese chico. Y no porque no fuese atractivo ni interesante, sino porque me estaba tocando sin mi permiso, solo pensaba en su propio placer y no sentía nada por él.

—¿Qué te pasa, Kresten? —Matías me siguió en cuanto terminó la película, claramente molesto.

«Que no quiero estar aquí».

—Estoy agobiado.

Ese pesar en mi pecho creció cuando mi mirada se cruzó con la de alguien que me observaba fijamente, desde el otro lado de las puertas del cristal de la entrada. Matías estaba de espaldas a ella, por lo que no se percató de que mi mirada no iba a él.

Georgina me escrutó con sus ojos marrones y arqueó las cejas, al tiempo que se cruzaba de brazos. Ella era lo último que me faltaba.

Matías me tomó de las mejillas y acercó sus labios a los míos.

—Mat... —me interrumpió con un beso casto.

—¿Por qué, cielo? ¿Por qué estás agobiado?

—Yo no soy tu cielo, Matías —lo tomé de los hombros para apartarlo—. Te he visto tres veces.

—Pero Kresten, es una forma de hablar... —parecía confundido. No porque me quisiera, porque no me quería en absoluto, sino porque no se esperaba esa respuesta.

—Tío, esto es sexo.

—Ya... pero yo qué sé. Al final uno se hace ilusiones.

Eso era mentira. No se estaba haciendo ilusiones. Estaba intentando disuadirme para llevarme al baño.

Sí, a Matías le gustaba el sexo en lugares públicos.

—¿Ilusiones? ¿De qué coño hablas?

Vislumbré a Georgina por el rabillo del ojo. Estaba entrando al centro con paso decidido.

—Vamos, olvida lo que he dicho, ¿sí? —insistió Matías, volviéndose a acercar.

—No me olvido —le contesté, sin apartar la mirada de la chica que se acercaba por detrás. No había fallado. Fuera del banco también se vestía exageradamente bien, y algo más reveladora—. No somos nada. Joder, debería irme.

«Ganas de tener una relación: reducidas a 0. Al menos hemos conseguido el objetivo.»

—Va, Kresten. No te pongas así —me dijo Matías, tomándome del brazo—. Lo siento. Me he venido arriba. Bésame y olvidate de esto.

«¿Pero se estaba escuchando?». Georgina seguía acercándose, dando taconazos que resonaban por toda la entrada. Joder. Estaba despampanante con ese vestido amarillo. No sería capaz de hablarme a mí, ¿no? Esperaba que no fuera capaz de gritarme, porque si ese era su plan, yo le gritaría mucho más fuerte.

El beso de Matías no llegó, porque Georgina se plantó entre nosotros y lo miró amenazante. A él. El chico abrió los ojos como platos y se echó hacia atrás, dando un respingo.

—¿Habías pensado en un trío sin consultarme, Matías? —le espetó ella, casi ladrando como perro enrabiado. Esa no la esperaba—. Me parece una gran idea, ¿sabes?

—Joder, Georgina... esto... —comenzó Matías, que parecía no saber como excusarse—. ¡Es mi amigo! Eh, te lo presento...

—¿Pero qué mierda? —pregunté, antes de que Matías siguiera con su actuación—. ¿Qué haces tú aquí? —me dirigí a ella.

—¡¿Yo?! —me preguntó con su habitual tono indignado, señalándose a sí misma—. ¡La cuestión es qué haces tú besando a mi cita!

—What?! —exclamé. No podía ser verdad. Matías se cruzó de brazos, y desvió la mirada—. ¡¿Tu cita?!

—¡Sí!

Matías negó con la cabeza y en un intento de defenderse, habló:

—Georgina, no habíamos acabado de hablar... es... bueno... Relájate, por favor. Deja que te explique.

—¡¿Qué me relaje?! —se quejó ella—. ¡No puedes quedar con dos personas a la vez y esperar que una despache a la otra!

—No es lo que parece, ¿vale?

La muchacha de cabellos rizados se llevó las manos al rostro, a punto de venirse abajo en rabia y llanto. Se había dado la vuelta a la historia y ahora ella era la malparada. ¿Debería sentirme feliz de que el karma la pusiera en su sitio? Porque me sentía fatal.

—Anoche dijiste... anoche me... —la chica parecía no saber cómo continuar.

Tuve que sacudir la cabeza un momento. Hacía apenas unos segundos, Matías se estaba poniendo romántico y...

—Matías, ¿habías quedado con ella después de mí? —le pregunté—. ¿Es tu novia?

Yo no me metía en relaciones. Nunca. Y no hubiese quedado con él si hubiese sabido que estaba con alguien más. Matías suspiró, como si todo aquello le pareciera un drama exagerado. No me contestó, se limitó a negar con la cabeza y poner los ojos en blanco.

—Kres, es que...

—Sí, había quedado conmigo —aclaró la chica—. Y esta mañana me estaba diciendo que yo era especial y que... ¡No puedo con este embustero! ¡Ayer me dijiste que querías una relación conmigo!

Excuse me? —se me escapó en inglés. La historia se ponía interesante. Y me estaba cabreando.

—¿A ti también te lo ha dicho? —me pregunto Georgina.

«No, pero casi».

No teníamos ningún tipo de compromiso, pero una cosa es saber que se acuesta con todo el mundo y otra es comprender que utilizaba el mismo espacio para quedar con más de una persona el mismo día e ir despachándolas por orden de lista.

Solo necesitabas tu bonita cita previa, acompañada de falsas promesas con el objetivo de llevarte a la cama.

—Pues es una suerte que nos conozcamos, porque has cambiado de cita, Georgina —la muchacha frunció el ceño. Me dirigí al chico con el que ambos habíamos quedado, que estaba tan perplejo como nosotros. No le di explicaciones sobre por qué conocía a Georgina—. Matías... gracias por conseguirme una cita para después de ti —me adelanté y agarré a Georgina del brazo.

Ella estuvo a punto de quejarse, pero se quedó con una simple exclamación sorprendida:

—Sígueme el rollo si tienes dignidad —murmuré entre dientes, a lo que ella se conformó. Estaba tensa y molesta, y por primera vez desde que la conocía, esa olla a presión que contenía había comenzado a hacer ruido—. Matías, me gusta más ella. Puedes pasar la tarde solo.

No me detuve, y Georgina, algo confundida, me siguió la corriente y se dejó arrastrar por mí.

—¿Pero tú no eras gay? —Matías pareció confundido a mis espaldas.

—Soy bisexual. ¡Como tú! —¿Se había tomado la molestia en escucharme en alguna de las citas?. Me dirigí a la chica—. ¿Oye, guapa, a donde te gustaría ir a cenar?

Georgina se rió entre dientes, incrédula, y masculló "esto no me está pasando" mientras subíamos las escaleras mecánicas hacia el exterior. Subimos hasta la fuente de Montjuic, mientras ella insultaba a Matías con todo un repertorio bastante creativo. La solté una vez estuvimos lo suficiente lejos, frente a las cascadas de agua.

—Ya puedes irte con tu orgullo intacto —le dije.

—¿Por qué has hecho eso? —me preguntó, sin ocultar su expresión de sorpresa.

—Dignidad. Y para que quede claro, no voy a salir contigo, ni en un millón de años.

Se cruzó de brazos y tuve que esforzarme por apartar la mirada del escote de ese vestido. La piel morena de su clavícula era una peligrosa tentación a la luz del atardecer.

—No estoy en el banco —me dijo, acercándose a mí, amenazante—. Aquí te puedo mandar a la mierda, ¿sabes?

—Tan simpática como siempre —le respondí.

La fuente estaba apagada por sequía, y era una suerte porque el reflejo del agua sobre su piel solo la hubiese hecho más atractiva.

«Deja de mirarla. No la soportas. Te dejó sin dinero ayer».

—Tú no te quedas atrás. Llevas dos días fastidiándome. ¿No tuviste suficiente ayer? —porque su tentativa presencia era un fastidio peor que Matías.

—¿Sigues enfadado?

—¿Tú qué crees?

—No he sido yo. —Descruzó los brazos, liberando la presión en sus pechos, para el alivio de mi fuerza de voluntad, y se echó hacia atrás, indignada—. Es un bloqueo que aplica el banco, yo no puedo hacer nada.

—Tienes talento para insultar a la gente con palabras educadas. Me llamaste imbécil.

—Tú dijiste "qué te den".

—¡Y te hubiera encantado por lo que veo!

Soltó una risa incrédula.

—Madre mía, ¡es que eres imbécil!—exclamó, por fin. Primer insulto de Georgina. Sonaba hasta bonito en sus labios—. ¡Igual que Matías! ¡Me ha costado tres horas prepararme para esta noche!

—Qué lástima. Tampoco te hubiera valido mucho la pena. Besa fatal y es demasiado pasivo.

Ella alzó la mirada, sorprendida ante mis palabras.

—Vaya, veo una gran dosis de ego. ¿Acaso tú te crees más bueno?

—Realismo, guapa. ¿O es que todavía no has hecho nada con él?

Esa mirada decía que no, pero tenía el suficiente orgullo como para no dejarse humillar más. ¿Qué clase de relación podía tener Georgina con un chico como Matías?

—Si sigues llamándome guapa al final voy a pensar que de verdad puedo ser tu cita ideal esta noche —contraatacó.

Ni hablar.

—Sigue soñando —me agaché a su altura, retándola. Ella no se dio por vencida, como era de esperar.

—Podemos probar —propuso, burlona y desafiante—. ¿Vamos a cenar?

—Georgina, vete a la mierda —mi paciencia había llegado al límite.

Me dispuse a marcharme. No tenía ganas de tanta tontería. «Debería haberme quedado en casa».

—¡Oye! —me siguió—. Pero no te vayas así, ¡yo te invito, hombre! Que sé que no tienes dinero.

—Me has bloqueado la cuenta, me has llamado imbécil, te has reído de mí —la encaré—. ¿Y ahora qué quieres? ¿Qué te eche un polvo? —solté con ironía.

Ella se acercó, con la cautela y amenaza de un felino, dispuesta a demostrar que estaba preparada para luchar.

—Ojalá.

Me reí entre dientes. No podía ser. Georgina había conseguido, con su desafiante mirada café, que toda mi sangre se concentrara en mi entrepierna.

Estaba jodido.

—Maldita loca.

—Cobarde.

Me agaché ligeramente. Su rostro quedó a escasos centímetros del mío, pero ella no se movió. Y si no hubiésemos contenido la respiración, el choque de nuestros alientos hubiese hecho estallar la ciudad.

—Piensa en mí cuando te toques esta noche, guapa —le susurré—. Es todo lo que vas a tener.

Me separé de ella y comencé a caminar hacia las escaleras de la avenida de María Cristina. Necesitaba llegar a casa. Ella se tomó unos segundos para estudiarme, pero al final negó con la cabeza y se rio.

Su risa me dio un vuelco en el estómago.

—¡Te veo el martes! —dijo, alejándose en sentido contrario—. ¡Abrimos a las ocho!

Prepárense para el próximo capítulo, es más tenso que este 🤭

Ya he terminado la reescritura del primer libro, pero tengo que hacer revisiones de los cambios y aun no estoy al 100% con esta novela. Adenás estoy enferma desde hace una semana y no puedo escribir como me gustaría. De todas formas, os aseguro que subiré el próximo capítulo, como muy tarde, el mártes próximo.

Mil gracias por leer! 

Noëlle 

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