21. Tu voz entre la música veraniega
GEORGINA
The Bookclub café estaba a rebosar a pesar de que el acceso fuese controlado. Habían puesto una alfombra roja en la entrada e incluso un photocall donde Claudia, Anna y yo nos entretuvimos durante casi diez minutos.
—¡Esta foto se va para la posteridad! —exclamó Claudia, que se llevó el revelado—. Dios mío, estáis buenísimas las dos.
Pasó los brazos alrededor de nuestros hombros, acercándonos a ella.
La tensión entre nosotras se había relajado. Ella no había vuelto a mencionar el tema de mi familia y yo tampoco lo había hablado con ella, así que, por el momento, estábamos en tregua, y así seguiríamos, a menos que volviese a darme consejos que no le había pedido.
—¡Hola, Claudia! —exclamó Sergio, que apareció detrás de la fotógrafa—. Veo que os lo estáis pasando bien, ¿Os gusta?
El chico nos había invitado a Anna y a mí gracias a Claudia, con quien desde que se habían visto en la playa semanas atrás, no habían dejado de quedar. Mi amiga estaba maravillada con sus aventuras en la cama y él parecía obsesionado con ella.
—Creía que era una librería y eso parece... wow, algo más que eso —respondió Claudia.
—No hemos venido un poco arriba con las invitaciones —admitió, con un orgullo tan desbordante que podría habernos dejado ciegas—: editores, prensa, influencers, escritores, agentes literarios... a mí me gustan las cosas a lo grande y el inglés sabe conseguirlas.
Así que todo eso era cosa de Kresten. No estaba impresionada, pero sí sorprendida. Claudia esbozó una sonrisa coqueta y habló:
—¿Cómo lo haces para sorprenderme más cada vez que te veo?
Sergio tomó a Claudia de la cintura y replicó a su pregunta con un beso pasional que provocó que, tanto Anna como yo, nos dedicáramos una mirada cómplice. Eso era pasión desenfrenada.
—Quiero presentarte a mi familia —dijo Sergio, en los labios de mi amiga, que se sobresaltó y dio un paso hacia atrás. El único motivo por el que no se despegaron fue porque él la tenía agarrada de la cintura.
Wow, eso era ir rápido.
—Vaya, eso es... ¡Qué bien! —Claudia no sabía qué decir y se limitó a esbozar una sonrisa forzada.
Anna se aguantó la risa.
—Dramón —susurré, cuando el chico entrelazó su mano con la de Claudia y la arrastró lejos de nosotras. Ella apenas tuvo tiempo de dedicarnos una mueca confundida.
Había un chico al que le iban a romper el corazón esa noche.
—Este chico, ¿sabe lo que hace? —me preguntó Anna.
—Creo que no.
Anna volvió a reírse y se fijó en las balconeras de la planta superior.
—¡Tienen un montón de libros también! ¡Voy a cotillear! —exclamó Anna, que se abrió paso hasta las escaleras y se dirigió a las estanterías.
La seguí y nos perdimos entre los libros, las historias y las lenguas. No sabía que se trataba de una librería internacional, y que habían trabajado tanto en el ambiente para que diera la sensación de que estabas en un agradable salón de té a pie de playa. Las estanterías se intercalaban, no solo entre los pasillos, sino también entre las diferentes plantas que tenía el antiguo edificio. Me arrepentí un poco de no haberle preguntado más a Kresten por su proyecto, y por... subestimarlo en aquella reunión desastrosa en la que tuve que bloquear su cuenta.
Decidimos seguir la corriente de las personas que se dirigían al final del laberinto de pasillos y escaleras. Allí se abría una terraza exterior, con una fuente en el centro, sobre la que, la escultura de dos amantes clásicos se alzaba con elegancia. Eran Eros y Psique, rodeados de grandes macetas de romero, lavanda y salvia. Cerré los ojos unos instantes y me empapé del agradable olor de las flores, que me transportaron a una masía mediterránea, llena de olivos.
Una muchacha tocaba la guitarra sobre un taburete en una de las esquinas, y alrededor de ella, se acumulaban varios grupos de personas.
Me hubiese gustado admitir que no estaba buscando a Kresten con la mirada, pero hubiese sido una sucia mentira. Lo divisé apoyado en el muro de piedra, con aire despreocupado. Se había cortado el cabello, llevaba gafas y para mi sorpresa, se había abrochado la camisa hasta arriba.
No le quedaba mal el cambio de imagen, pero iba a echar de menos sus cabellos largos. Anna se entretuvo escuchando la cantante y agarró una copa de cava para cada una.
—Ahora vengo —le dije y me alejé de ella para hablar con Kresten. No habíamos hablado desde nuestra cena juntos porque apenas nos habíamos visto de casualidad.
Arnau se estaba encargando de conducir. Volver a tomar el volante me daba pánico y mi padre estaba convencido de que debía dejarlo estar. Decía que ya hacía suficiente por ellos.
Kresten ni siquiera me prestó atención, se dedicó a mirar su teléfono y cuando me puse junto a él, me echó una mirada extrañada.
—Vaya, así que sabes abrocharte la camisa bien. ¡Qué sorpresa! —vacilé un poco cuando, aún extrañado, me dedicó una sonrisa cordial. «¿Qué mierda le pasaba?» —. Al final he venido, aunque tú no querías —le dije—. Sergio me ha invitado, ¿sabes?
Kresten asintió.
—Hi —saludó, un poco cohibido.
Ese tono no era habitual en él.
—¿Y a ti qué te pasa?
Arqueó las cejas, más confundido aún, pero no dijo nada. Bien, estaba esperando un halago por su inauguración.
—Ya... sí, la cafetería —comencé—. Ha quedado bien. Estoy gratamente sorprendida. Me gusta la parte de la librería y la terraza superior. Es muy rústica.
—I'm sorry. I don't...
—No te hagas el tonto. Por cierto, te quedan bien las gafas.
—No te entiendo, ¿Sabes inglés?
Venga ya, ahora iba a molestarme. ¿Por qué hacía eso? Estaba intentando ser simpática con él. Y no se lo merecía, porque había dejado mi coche apestando a él.
—¡No te pienso hablar en inglés! ¡Sabes que se me da fatal y tú hablas español perfectamente!
—I don't...
—¿Tanto te molesta que haya venido que me haces el vacío? ¿En serio eres así de absurdo? No te creía tan infantil —me crucé de brazos—. No voy a romper nada, si eso es lo que te preocupa.
Una muchacha de cabellos por los hombros y rostro apacible se acercó a Kresten, que seguía haciéndose el tonto. Ella le dio una copa a Kres, mientras ella se quedaba con un vaso de refresco. Él agachó ligeramente la cabeza y le susurró algo antes de agarrarla de la cintura.
¿Quién demonios era esa? ¿Y por qué me dio tanta rabia que él le susurrara con tanta complicidad y la agarrara de la cintura después? ¿Tenía novia? ¡Pero si hacía unas semanas estaba teniendo citas sin compromiso!
¿Sería una relación abierta?
—Hola... ¿Puedo ayudarte en algo? —me preguntó ella con nerviosismo—. Él no te entiende y no sabe de qué le hablas.
No me lo podía creer.
—¡Venga ya, Kresten! —alcé las manos, indignada.
—Él no se llama Kresten —me informó la muchacha, con un leve temblor en su voz—. Se llama Harald.
—No —sentencié—, se llama Kresten.
Así que al capullo le gustaba jugar a dos bandas como a Matías. No se podía caer más bajo. ¿Y yo había estado sintiendo mariposas?
—Creo que te estás confundiendo de chico —replicó ella, muy seria.
Kresten seguía sin decir nada, con una expresión de cordero degollado que me incitaba, a gritos, a darle otra cuchillada.
—Os estáis riendo de mí, ¿verdad?
—No —contestó ella, tensándose. Apretó los dedos en la copa—. De verdad que te estás confundiendo.
No sabía si la chica era rara, o si era consciente de que ese chico era Kresten y solo se había sumado a su maldita tomadura de pelo.
—¡No me estoy confundiendo! —me adelanté hacia Kresten, y le señalé el pecho con el dedo—. ¡Este maldito es un bastardo! ¡¿De qué vas, eh?!
Alguien me pasó el brazo por el hombro, y de pronto me vi atrapada en los brazos de un hombre. Si Sergio estaba compinchado en esa metedura de pelo, Claudia no se lo perdonaría.
—Georgina, ¿ya estás armando alboroto otra vez? —era la voz de Kresten—. En mi local no gritamos a los clientes como en tu banco.
¡Yo nunca gritaba a los clientes!
Me sobresalté cuando, al voltear, me encontré su rostro sin gafas y sus cabellos largos, sueltos, cayendo sobre mis hombros y enganchándose a mi mejilla. Por todos los demonios.
Había dos.
—¡Lo siento muchísimo! —me disculpé ante el gemelo de Kresten y la que supuse que sería su pareja—. I'm Georgina and I'm sorry —ahí terminaba mi inglés hablado, pero lo menos que podía hacer era presentarme ante aquel pobre chico que se había tragado mis gritos.
—Harald —se presentó él, teniéndome la mano con cierta diversión.
—Perdonad por esto —le dijo Kresten a la pareja en cuanto terminó las presentaciones, al tiempo que me tomaba del brazo.
Me arrastró hasta el lado contrario de la terraza, donde me vi acorralada contra la barandilla. Contuve el aire, porque dudaba ser capaz de respirar si él seguía tan cerca de mí. Apoyó sus manos a cada lado de mi cuerpo, sobre la barandilla, y se inclinó un poco.
—Por la cara de mi hermano, presiento que le estabas gritando. ¿Qué he hecho ya? —me preguntó, arqueando una ceja.
Me crucé de brazos, en un intento de protegerme del cosquilleo que recorrió mi cuerpo. Demonios, hacía un calor de mil demonios.
—Aparta —le exigí—, tengo un espacio personal que proteger.
Se separó unos centímetros, no sin antes vacilar.
—¿Por qué gritabas? —insistió.
—Nada... es que... —suspiré— pensaba que me ignorabas porque no querías que viniese.
Se echó a reír, con tanta naturalidad que su cabeza cayó sobre mi hombro. Apartó una de las manos de la barandilla para agarrarse la barriga, mientras se reía a carcajadas.
No me lo podía creer.
—¡¿Pero tú de qué te ríes?! —exclamé—. Me dijiste que no querías que entrara y que no me ibas a invitar.
Me tensé porque apoyó su mano en mi hombro, y alzó el rostro para mirarme fijamente, divertido:
—No iba en serio.
—Contigo nunca se sabe si va en serio —bufé, molesta por su diversión y por ese toque que estaba acelerando mi corazón—. No me invitaste.
—No te invité, pero no te prohibí la entrada.
Aparté la mirada de él y me fijé en las vistas. Desde ahí, se podía contemplar la plaza de la catedral, donde viandantes y turistas curiosos se detenían a ver la cafetería. Necesitaba controlar mi respiración, mi corazón y todas las sensaciones al límite que encendía en mí. Quería apartarme, pero mi cuerpo se negaba, quería más de esa placentera cercanía. Fue un alivio que se alejase él.
—Ya, lo que tú digas —le dije—. ¿Por qué no me contaste que tenías un hermano gemelo? Me he dado cuenta de que estabas rarísimo, pero no suelo pensar que la gente tiene gemelos, así que si me lo hubieses dicho, no te habría confundido. Qué momento más humillante.
Kresten se apoyó en el muro de piedra a mi lado y se cruzó de brazos también.
—No creía que fuera algo que tuviera que anunciar a cada persona que conozco.
—A mí sí.
Ahogó otra risa, y negó con la cabeza. Su atención, al igual que la mía, se fijó en la terraza, donde los invitados tomaban cava y la música seguía sonando.
—Me gusta como ha quedado —admití—. Felicidades, Kresten.
Él sonrió, y susurró un "Gracias".
Un niño correteaba en círculos alrededor de la fuente, hasta que se cayó y un hombre que no debía llegar los treinta se agachó a su lado. El niño soltó una mueca lastimera y el otro lo tomó en brazos. ¿Sería su padre?
—Que sepas, que yo soy más guapo que él —me dijo Kresten.
—¿Qué quién?
—El alto que lleva un niño en brazos por el que estás babeando.
—Es guapísimo —lo era.
—No lo es.
Tenía los cabellos castaños y la tez pálida, la mandíbula marcada y unos ojos azules mucho más oscuros que los de Kresten. Tal vez el atractivo se lo daba ese aspecto paternal y el hecho de que era evidente que tenía un cuerpo trabajado. La cosa no se quedaba ahí. Tenía algo más. Un aura o actitud sería, que invitaba a mirarlo. Justo como me pasaba con Kresten. Salvo que este desconocido no me provocaba hormigas en el estómago.
—Pues si a ti no te gusta, es que tienes un gusto terrible —le dije—. ¿Qué hombres son tu tipo? Ahora tengo curiosidad.
Porque si le atraían los hombres como Matías, podría constatar que le parecían guapos los mismos que a mí.
—Tendría un gusto terrible si me gustara —respondió.
No iba a contestar a mi pregunta. Bien.
—Qué más da, seguro que tendrá pareja porque ese niño debe tener una madre. De hecho... se parece mucho a él y... joder, Kresten, ¿también es tu hermano?
—Sí —sonrió, juguetón, alzando el lado derecho de su labio—. No me gusta el incesto, Georgie.
Tierra trágame. Le acaba de preguntar si se sentía atraído por su hermano. Si lo de su gemelo había sido humillante, eso último había acabado con mi dignidad.
—¿Pero cuántos hermanos tienes?
—Dos. Lenn es padre soltero y es demasiado muermo como para interesarle a nadie.
El tal Lenn, se acercó a nosotros con el niño en brazos. A mí me saludó con la mano y se presentó como "Lennart". Le devolví el saludo diciendo mi nombre. Se dirigió a su hermano.
—Kres, ¿dónde tienes botiquín? Chris se ha raspado la rodilla.
El niño hizo un puchero y escondió la cabeza en el cuello de su padre. Kresten se sacó unas llaves del bolsillo.
—En esta misma planta, al final de la segunda fila de estanterías, hay una puerta cerrada. Es mi despacho. Ve allí.
—¡Oh! ¿Qué le ha pasado a mi ricura? —preguntó una mujer que no había visto acercarse. Era menuda y tenía la misma mirada azulada que Kresten.
Debía ser su madre, pero no me atreví a confirmarlo tan abiertamente. Ya había tenido suficiente de sus familiares.
¿En qué momento me había visto rodeada de su familia? ¿Era así como se había sentido él en casa de mi madre?
Era jodidamente raro.
—Me he caído —masculló el niño.
—Sí, porque no deja de correr en círculos, aunque le he dicho que no lo haga. —se quejó su padre.
«Qué bien entiendes inglés, Georgina, eres la mejor. Lo de hablarlo vamos a dejarlo para otra vida».
La madre de Kresten me miraba fijamente, con una curiosidad pasmosa que me erizó la piel.
¿Dónde estaba Anna? Busqué por encima del hombro de Lennart, pero no la encontré. Era igual de alto que su hermano, y me fue complicadísimo vislumbrar algo.
Kresten también notó la curiosidad de su madre, y se vio en la necesidad de hablar:
—Mamá, esta es Georgina. Una amiga. Georgina, esta es mi madre, Christine.
La mujer me dedicó una cálida sonrisa.
—Es un placer —me dijo.
Lennart se retiró y Christine lo siguió, insistiendo en que ella quería curar la herida de su nieto. Se cruzaron en la entrada de la terraza con una chica pelirroja que iba a acompañada de otros dos muchachos, a quienes se detuvieron a saludar unos segundos antes de escurrirse al interior del local.
—¿Ahora soy tu amiga?
—¿Qué querías que le contara?
Me encogí de hombros.
—Amiga está bien.
La mirada de Kresten se oscureció. Estaba fija en la chica pelirroja y los dos chicos que se habían acercado a su hermano gemelo y su novia. Se tensó y me agarró de la cintura. Tuve que sujetarme en sus brazos para no caerme por la sorpresa, cuando me vi acorralada entre su cuerpo y el muro de piedra de la terraza de nuevo. Me apretó contra a él y apoyó su otra mano sobre la barandilla.
—Finge —prácticamente susurró.
Las piernas me temblaron.
—¿Él qué? —susurré de vuelta.
Mi mirada y la suya se enlazaron como hilos que una vez unidos no podrían separarse.
—Que te gusto.
—Tú estás mal.
—Por favor —suplicó.
Respiré hondo y me atreví a tocarlo. Me temblaban los dedos, pero ni siquiera sé si se dio cuenta.
—¿Y cómo quieres que finja? —le pasé la mano por el pecho, firme y musculoso, y deslicé los dedos por el cuello de su camisa.
—Así está perfecto.
La mirada de Kresten se desvió hacia una pareja de chicos que iban acompañados de una muchacha pelirroja. Esta última nos miró sin un solo ápice de disimulo y alzó una ceja, vacilante.
—¿Es por ella? —pregunté—. ¿La pelirroja? ¿O los chicos?
—Un poco de todo.
—Wow, ahora estoy intrigada. ¿Qué pasó?
—No quiero hablar de eso.
—Nos están mirando —seguí con las manos en el cuello de su camisa, ni siquiera podía moverme, estaba demasiado abrumada como para atreverme a hacer algo más que dejar las manos ahí. La única explicación que le encontré a seguirle la corriente fue que me pareció divertido.
Y tal vez me gustara un poquito.
—¿Ahora tendré que fingir que soy tu novia? —le pregunté.
—No te emociones, guapa. Eso no se lo creería nadie.
—¿Tan irresistible te crees?
—Yo no tengo parejas. Nadie lo creería.
—Apuesto a qué te crees más especial de lo que ellos piensan.
Arqueó las cejas, pero no respondió.
Me reí un poco, en un intento de librarme del cosquilleo que me provocaba su mano en mi cintura. Me apretó todavía más y me obligó a mirarle, tomándome del mentón.
—Si no dejas de mirarlos van a darse cuenta de que estamos fingiendo —me dijo.
—Nunca pensé que fueras de estos.
—¿De cuáles?
—De los que necesitan ayuda para esconder sus sentimientos. —Kresten estiró el lado derecho de su boca y se acercó peligrosamente a mis labios.
Mi lengua traicionera humedeció los míos y él se dio cuenta, porque imitó el gesto, con la mirada clavada en mi boca.
—¿Vas a besarme? —me preguntó. Su coqueteo seductor era mucho peor de lo que había imaginado.
Ahogué una estúpida risa nerviosa que no quería compartir. Y entonces lo noté, el cosquilleó agónico en mi vientre.
Debía estar imaginándomelo. No podía ser qué... él me hiciese sentir así.
—No. No voy a besarte —la voz me tembló.
Su mano abandonó mi mentón y se posó en mi cintura.
—No me disgustaría —dijo, y mis pensamientos se tambalearon.
—A mí sí.
Su respiración chocó contra mis mejillas, que ardían. La música seguía sonando de fondo, pero yo solo podía escucharnos a nosotros. Solo podía oler la calidez de su cuerpo, que había opacado la esencia de las flores aromáticas de la terraza.
—¿Te apartarías si te besara? —su pregunta aceleró mi corazón, que no entendía que le estaba sucediendo.
—Te daría un guantazo.
—Lástima que no vayamos a comprobar lo mentirosa que eres.
¿Estaba coqueteando conmigo?
«No. Te ha pedido que finjas, espabila».
—No soy mentirosa —me defendí, porque no quería dejar que volviese a desarmarme.
—Te gusto, Georgie. Admítelo —susurró.
Y por un instante, me lo creí. Kresten me gustaba. Ese apodo me gustaba. O no, tal vez solo me gustaba ese cosquilleo juguetón que se me había enganchado las últimas veces que lo había visto.
Mi excitación se hizo más evidente, alterando mi posibilidad de hablar. ¿Lo estaría notando él?
No, no era posible.
—¿Te has quedado sin palabras? —prosiguió él—. Puedo devolvértelas con un beso. Estoy seguro de que te encantaría.
—Odio tu ego —repliqué.
Sus dedos dibujaron círculos en mi cintura, alterando cada centímetro de mi piel.
—No lo has negado.
—No, no me gustas —aunque lo hubiese echado de menos nuestras discusiones por el coche, ahora que ya no conducía, ni lo compartía con él.
Tan solo me caía bien.
O eso creía.
Y no quería que dejara de tocarme. Tampoco quería dejar de tocarlo. Así que imité sus círculos en su pecho con las uñas, arañando su piel con suavidad. Kresten cerró los ojos, y noté un suave y agradable pellizco en mi cadera en respuesta.
—Estás como un tomate —observó él.
—Tú también —contraataqué. Descubrí que uno de los tatuajes de su pecho tenía forma de constelación.
—¿Ah, sí?
—Sí, rojito como una gamba cocida.
—Yo sí sé admitir que es tu culpa —confesó provocando que una pequeña chispa chocara contra la hoguera de deseo que habíamos estado construyendo.
El fuego no sé encendió.
Quería abofetearlo y, en lugar de eso, me reí como una estúpida.
Bueno, bueno, buenooooo🔥
Agarrense, que esto arranca por fin jajajaja
Iba a publicar este capítulo mañana, pero no me aguantaba más.
Por cierto, no lo dije en el último capítulo, pero me encanta que esté toda la familia junta. Mi pobre Hal no esperaba ser atacado con tanta energía y la pobre Laia lo ha hecho genial para su ansiedad, jajaja qué divertido.
Mil gracias por leer,
Noëlle
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