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51. ''Lo siento'', quizás. ''Te quiero'', tal vez.

Hal parpadeó un par de veces antes de invitarme a entrar y cerró la puerta tras mis pasos. Tenía los cabellos despeinados y húmedos, como si se hubiese acabado de duchar y no se hubiese molestado en peinarse, y vestía ropa cómoda. Sus gafas eran lo único que le daba un aspecto serio, dentro de su agitación.

Los zapatos de Hal estaban desperdigados sin ningún orden en el recibidor. Lo seguí hasta el salón, donde el televisor mostraba un videojuego en pausa. La mesita frente al sofá tenía una pizza a medio comer y sobre el sofá había una manta que parecía haber sido lanzada sin ningún tipo de miramiento.

Harald apagó el televisor y tomó aire, mientras le enviaba un mensaje a Emilia. Habían salido a por mí. Mi corazón se llenó de calor. Yo lo eché de mi vida, pero él había salido a por mí cuando creyó que lo necesitaba.

Había un abismo entre mi ida y mi vuelta de Barcelona.

Había dicho adiós.

Ya no tenía miedo.

Y ya no quería seguir viviendo en el pasado.

Hal me miró, pero parecía tan cohibido como yo.

—¿Has dormido en el sofá?—fue lo primero que se me ocurrió decir.

—Las viejas costumbres nunca se pierden.

—Vaya.

Me crucé de brazos y me senté en el sofá, después de apartar un poco la manta. «Habla. Es el momento. Dile que lo sientes.»

Estaba muda. Y por primera vez desde que lo conocí, Hal parecía estar sin palabras. Se movía de un lado a otro del salón, como si buscara algún entretenimiento.

—¿Quieres té? ¿Café? ¿Agua? —habló él—. Perdón, está todo desordenado.

—Té, gracias.

Hal me sirvió un té. Creí que se sentaría a mi lado, pero suspiró y se puso junto a la ventana. Tenía la mirada fija en la calle. Parecía estar esperando a que yo dijera algo y no sabía por dónde demonios empezar.

«Lo siento», quizás.

«Te quiero», tal vez.

—Creo que debía pasar —dijo él al fin—. La muerte de Dorian para dar final. Es la única solución a todo. ¿No crees?

—No lo sé. Quizás podría haber confesado.

—¿Cómo? Y, ¿para qué? ¿A caso algo iba a cambiar? Su alma ya estaba del todo corrompida.

—¿No crees que un alma corrompida pueda sanarse?

—No hasta tal punto. Era un pacto con el diablo. No puedes competir contra el diablo.

—Quizás sí.

—Es un buen cierre de historia —concluyó, sin replicar a mi punto de vista contrario al suyo—. Hay personas que están condenadas por sí mismas. No quieren cambiar. Y que yo diga esto es incluso contradictorio con los ideales que tengo y que, por supuesto, aún mantengo. Pero es la verdad. Y además, hablamos del plano de la ficción. Hay historias que no pueden terminar sino con la muerte. Y, aun así, todas las historias, las vidas, acaban del mismo modo.

Hal terminó de hablar y fui consciente de que nuestras miradas habían conectado. Había pesar, melancolía e incluso nostalgia en sus ojos.

Se terminó.

Maté nuestro amor antes de empezar y él me aceptó que cometiera tal asesinato. Me dejó rasgar el cuadro, romper el lienzo, destruir la pintura.

—Hal yo... lo siento mucho. Debería irme —me levanté y dejé el té sobre la mesa —. No quería molestarte.

Me iba a convertir en un mar de lágrimas si decía alguna cosa más. Estábamos destinados a terminar separados. Él pensaba que yo estaba demasiado rota como para avanzar.

Lo sabía.

Yo lo sabía.

Malditas ilusiones.

Me tomó de la muñeca. Volteé y me encontré con él frente a mí. Me cortó el aliento.

—Tú nunca me molestas —dijo—. ¿Me escuchas? Nunca.

—Pero estabas diciendo que...

—¿Creías que hablaba de nosotros?

—Parecía que sí. Yo... he venido a hablar contigo y a pedirte perdón y a decirte que lo siento. Lo del libro... bueno sí, quería hablar del libro, pero es que no sabía como decirte...—suspiré—. Si esto se ha terminado para ti, es mejor que me vaya.

—No quiero que te vayas.

—Hal, yo... —no me dejó continuar o no pude. Ni siquiera lo sé porque me había dejado sin palabras.

—No voy a rendirme en lo nuestro, Laia. Si tú no eres capaz de entender que te quiero del mismo modo que tú me quieres a mí, tendré que hacer que te des cuenta. Fui un imbécil. No debí decirte esas cosas, no... me enfadé, me sentí como si me trataras de la misma forma que ella, pero me he dado cuenta de que no era sobre mí todo eso. Era sobre ti.

—Hal, por favor, quiero...

—Te lo voy a dejar difícil. Me da igual. Estoy harto de que te trates como si no merecieras nada en la vida. No voy a permitirlo.

—Pero... Hal. No es...

—¿Justo? Laia lo que no es justo, es que seas tú quien dicte sentencia de lo que está bien y mal cuando se trata de nosotros. Lo que no es justo, es que te tengas en tan mala estima que ni siquiera puedas aceptar que deseo estar contigo, del mismo modo que tú deseas estar conmigo. Lo que no es justo, es que seas tú quien tenga que decidir lo que merezco o no.

Contuve el aire. Había tantas cosas que había traspuesto en su vida sin querer que me costaba contarlas.

—¿Sabes lo bonito de las relaciones? —continuó él—. Que se construyen juntos, con las bases que nos funcionan solo a nosotros. Y creo que podemos llegar a acuerdos. Ninguna relación es perfecta, y no hay ni una pareja que esté de acuerdo con todo. No lo estaremos. Discutiremos y nos enfadaremos, pero eso es normal.

—Sabes que puedo ser un desastre, ¿no?

—Eres el desastre que quiero a mi lado.

Allí estaban, las lágrimas que había estado conteniendo. Hal acarició mi mejilla y limpió la primera que cayó por mi rostro.

—Sé que te estás protegiendo, pero yo no pretendo hacerte daño —continuó—. Sé que lo que te dije el día de tu cumpleaños estuvo mal. Estaba enfadado, sentí que mis sentimientos se invalidaron y pude decir las cosas de otro modo. Lo siento.

Permanecimos en silencio con nuestras miradas conectadas, vidriosas. Me escocían un montón los ojos y aunque segundos antes creía estar al borde del colapso, en ese momento todo desapareció. Era él. Estaba ahí, frente a mí. Y todo el miedo que tenía se esfumó. Me lancé a él en un abrazo tan fuerte que podría haberle tirado al suelo si no fuera tan enorme. Harald correspondió a mi abrazo y en ese momento, estuve segura de que había llegado a puerto seguro. A casa.

—Estaba asustada porque por primera vez en mi vida lo que me planteabas parecía bueno. Demasiado bueno para ser cierto. Creí que si tú no te enamorabas de mí las cosas serían más fáciles. Y, de hecho, ni siquiera se me pasó por la cabeza que pudieras sentir algo por mí. Te creo. Sé que cuando dices que me quieres, de verdad lo sientes, pero mi pánico me traicionó. Te quiero a mi lado, Harald. Por favor, no vuelvas a irte.

—No voy a irme. Te quiero ¿me escuchas? Me lo tatuaré en la frente si hace falta.

—No hagas eso —me reí entre lágrimas.

—Sería eficientemente vergonzoso. No te quedaría otra que creerme y aceptar que estoy perdidamente enamorado de ti.

—Y yo de ti.

—¿Qué has dicho?

Aparté el rostro y negué con la cabeza. Una sonrisa tonta se coló en mis labios.

—Qué estoy enamorada de ti —repetí, en un susurro.

Harald me tomó del mentón y nuestros labios se encontraron. Al principio fue un toque temeroso y dulce, un beso que pedía permiso, y que en cuanto lo tuvo, abrasó con todo.

—No sabes cuánto te he echado de menos —jadeó en mis labios—. Laia, ¿estamos juntos? ¿De verdad? ¿No más limites?

—Sí, estoy contigo. Contigo a todo, si tú aún quieres.

—¿Que si quiero? Joder. ¿Qué clase de pregunta es esa? He estado durmiendo en el sofá porque no soporto la cama sin ti. Sí, quiero.

Pasamos el resto de la tarde acurrucados en el sofá, entre besos, caricias, charlas y promesas. Hal me explicó que había estado en casa de su madre aprendiendo a hacer algunos de sus platos favoritos. Estaba muy orgulloso del resultado, pues decía que cada día le salía mejor. Yo le conté sobre mi viaje a Barcelona, la herencia y mi madre.

Sus besos me daban paz. Una tan grande que se me calentaba el corazón.

—¿Qué ha pasado con Blake? — me preguntó, un rato más tarde.

Le expliqué que el imbécil de Blake me había hecho pasar uno de los peores momentos de mi vida. Al parecer, fui demasiado descuidada al subir una foto de mi vuelo a mis historias de redes sociales. Volví a abrir mis cuentas personales, porque estaba harta de privarme, de esconderme. Ni siquiera sabía que él me seguía y estaba demasiado ocupada intentando ser valiente como para preocuparme de lo que haría él cuando viera la imagen de la pantalla de mi vuelo.

Fue una idea terrible.

Blake quería hablar otra vez y con la esperanza de encontrarme sola, me había esperado en el aeropuerto. Quería respuestas, quería otra oportunidad, quería mostrarme toda la riqueza que él tenía y todo lo que había conseguido por mí. "Será un bombazo que vuelvas conmigo", me había dicho. Sí, porque todas sus canciones iban sobre mí y el mundo lo sabía. En unas era el amor de su vida, en otras, una decepcionante traidora. A veces era una zorra descorazonada y otras era un ángel del que no puede olvidarse. Quería volver conmigo, ¿para qué? ¿Para seguir contando mi historia y llevarse más monedas al bolsillo?

Por suerte, los guardias de seguridad del aeropuerto lo habían obligado a apartarse de mí. Blake se marchó en cuanto vio que, si seguía persiguiéndome, la cosa podía ponerse muy fea para él, ya que el guardia que me escoltó lo había amenazado con llamar a la policía del aeropuerto. Me gustaba que a las fuerzas del orden no les importara si alguien era famoso o no.

—¿Recuerdas aquella cita médica en la que te eché de consulta y me quedé con Jenkins? —él asintió—. Le hablé de Blake. Hace tres años —comencé—, se hizo viral una canción de un chico que le pedía perdón a su ex por ponerle los cuernos. No sé si la recuerdas. La canción habla de la relación, del enamoramiento, de que ella era una celosa e histérica. Y que a él le encantaba el tira y afloja. El juego emocional. La canta como si fuera un arrepentimiento, pide perdón, pero aun así, dice que era inevitable que acabara con otra persona por culpa de ella.

Hal frunció el ceño y asintió. La canción causó mucho furor y debate en las redes.

Love of lies, era el título de la canción. Cuando salió esa canción estaba en todas partes. Era... era sobre mí. No me hubiese importado si solo hablara de él, pero... era demasiado concreto conmigo. Él se hizo famoso, era alguien y yo... yo no era nadie y...

»Después de que la canción de Blake se hiciera famosa, sus seguidores aumentaron. Con ello, la popularidad de las cosas que había estado subiendo a redes sociales desde que empezó a cantar. A pesar de que habíamos roto, Blake no borró las fotos que teníamos juntos y el público, enseguida pudo ponerle cara a esa chica misteriosa que amaba con pasión y desastre. De hecho, me describe en sus canciones y nunca negó que fueran sobre mí. Es más, lo decía sin miramientos en sus entrevistas. Más de una vez me reconocieron. Por suerte la pandemia llegó pronto y nos encerraron a todos.

»Cerré todas mis cuentas en redes sociales y me hice nuevas anónimas. A veces buscaba lo que hablaban de mí, y supongo que era una forma de autodestruirme, porque me pasaba horas llorando cada vez que lo hacía. Supongo que la ansiedad social se manifestó con más intensidad allí. No lo sé. Pase tiempo sola y cuando tuve que salir a la calle de nuevo, sentía que todos los ojos estaban en mí. La mascarilla no me era suficiente. Me corté el cabello y me lo dejé de mi color natural. Siempre lo había llevado muy largo y cuando estuve con Blake me hice mechas de color morado y rosa pastel. Pero nada era suficiente, y solo me sentía a gusto cuando me sentía invisible. Creo que se me juntaron demasiados sentimientos negativos relacionados con las personas que había amado. Al principio creí que podía con eso, pero poco a poco, el silencio y la soledad me comieron.

»No te conté nada porque me duele hablar de ello y porque me da miedo que busques lo que dice de mí y lo que hay en internet y...

—No voy a buscar nada. No necesito buscar nada.

—Todo el mundo lo hace.

—Yo no soy todo el mundo.

—Lo sé.

«Tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida».

—Y él, con esas canciones, me hizo creer que todo era mi culpa y que yo no sabía amar. Quizás no sabía. Pero han pasado años y he cambiado. Tú me has enseñado que puedo amar y que a veces, simplemente, no era con la persona adecuada.

Me besó.

Fue uno de esos besos en los que podía sentir el universo expandirse. Subimos a la habitación entre besos, deteniéndonos, acariciándonos, mientras nuestra respiración se alteraba cada vez más.

Ese remolino de mariposas que creía en mi estómago se había convertido en estrellas fugaces, que parecían estar dispuestas a atravesarme hasta hacerme explotar. En luciérnagas iluminando la oscuridad de la noche.

Harald se quitó la camiseta y me tomó de la cadera, acercándome. Se había sentado al borde de la cama. Me quité la camisa y el pantalón tejano. El primero que me compraba en años. Una vez estuviera sobre él, no quería separarme. Ya no quería nada entre nosotros.

Él pareció leer mis pensamientos y se deshizo de sus pantalones, sin quitarme los ojos de encima. Hubiera podido hacerme el amor con esa mirada, de eso, estaba segura.

Me volvió a agarrar de la cintura, esta vez, con determinación y exigencia, hasta que me senté a horcajadas sobre él. Contuve el aire unos segundos y él también lo hizo. Acarició mi cicatriz con suavidad, como si pudiera borrarla y hacerme olvidar.

—Eres increíble —susurró y sus manos, que habían estado en mi cintura se posaron en mi espalda y me acercaron a él—. La mujer más hermosa que he visto mi vida.

Nos abrazamos durante unos minutos y le acuné el rostro con las manos. Quería perderme en su mirada para siempre y por eso le quité las gafas. Quería ver brillar las estrellas de sus ojos sin nada que las tapara.

Cuando volvimos a besarnos, un calor subió por mi estómago, como un volcán en erupción, abrazándolo todo. Su lengua se deslizó sobre la piel de mis pechos sobre el sujetador. Me arqueé cuando sentí como la prenda se desabrochaba en mi espalda y mis senos quedaron liberados con los pezones duros. Él me sujetó con fuerza y su erección creció. El sujetador voló hacia alguna parte de la habitación. Sus manos se sintieron más fuertes y suaves en mis pechos, muy diferentes a sus labios calientes, su lengua juguetona y sus dientes traviesos en mis pezones. Primero del derecho, mientras masajeaba el otro, después el izquierdo, como si pensara que uno podía tenerle envidia al otro.

Hal me empujó suavemente, hasta que quedé tumbada en la cama. Lo tomé del rostro para que volviera a mis labios, para que me mirara.

I love you—susurró.

Te amo. —respondí en español y él esbozó una sonrisita.

Sus besos cayeron de mis labios a mi estómago y dibujó un camino hasta mi entrepierna. Me quitó las bragas, deslizándolas suavemente por mis piernas. Contuve el aire cuando noté su nariz en mi entrada y sus cabellos acariciando el interior de mis muslos, una zona demasiado sensible como para no hacerme gemir. Esa vez se deleitó él, lamiendo y besando, rozando con los dientes de formas tan suaves que tuve que apoyar una mano en el respaldo de la cama y otra en sus cabellos, porque creí que podría caerme aún estando tumbada. Me hizo sollozar, gritar, temblar, hasta que me perdí por completo en su boca.

Pero no subió a besarme los labios, sino que siguió bajando a besos por mi pierna hasta que llegó al tobillo. Y agarró el otro, donde dejó un beso casto y retomó su camino, hacia arriba por la pierna contraria. Recorrió mi espinilla, mi rodilla, mis muslos. Apreté las manos sobre la sábana cuando sus labios se deslizaron en el interior de mis muslos, muy cerca de mi parte más íntima, que volvía a estar preparada para él. Dejó un beso casto y siguió subiendo. Por el monte de venus, por mi cadera, mi ombligo, mi vientre, pechos y cuello. Se detuvo en mis labios, donde me besó profundamente.

—Soñaba con besarte entera —susurró, como si fuera un secreto.

Me miró con ternura y volvió a besarme, mientras acariciaba mi cintura, subía por mi espalda y volvía a bajar hasta mi cadera para seguir dibujando círculos por mi cuerpo. Su piel sobre la mía se sentía cálida, cosquilleante como nunca.

Sé quitó su ropa interior, la única prenda que ya quedaba entre nosotros.

Enredé mis piernas en su cadera y me contorneé, invitándole a entrar dentro de mí. Cuando me penetró sentí que él estaba en todas partes.

Me hizo el amor, lento pero intenso. Saboreando cada parte de lo que éramos juntos, tal y como prometió.

Cada una de sus embestidas lentas eran marcadas, como si no quisiera dejar espacio para la duda, de que, me amaba con suavidad y sin prisa, y al mismo tiempo, con fuerza. Hasta que perdió la paciencia, se aceleró y yo pedí más. No tenía suficiente de él y creí que nunca lo tendría. Lo quise fuerte y rápido, que me arrollara y se llevara por delante las vías de aquel tren que ya había desaparecido.

Me pidió que me diera la vuelta. Me apoyé sobre mis antebrazos, de espaldas a él sobre la cama y alcé las caderas para que su entrepierna se encontrara con la mía. Enseguida estuvo dentro de mí, más profundo que antes, sobre mi espalda, agarrándome la mandíbula con una mano, y abriéndose paso a mi cuello con la lengua y los dientes. No conocía esa faceta de él y descubrí que me encantaba. Su mano derecha se entrelazó con la mía.

Mis piernas no pudieron soportar la intensidad de sus embestidas; fallaron y quedé tumbada, con él sobre mí. Le pedí que no parara, que siguiera tomándome con fuerza, mordiéndome el cuello y besándome los hombros, la oreja, la espalda, entre gemidos que susurraba en mi oído y que me volvían loca.

Nos perdimos el uno en la otra. El vaivén de nuestras caderas era casi perfecto, y nuestros jadeos y respiraciones estaban casi acompasadas. No sé cuántas veces gemí su nombre y perdí la cuenta de las veces que él dijo el mío, entre algunas palabras obscenas y promesas de amor.

El placer nos sacudió a ambos casi a la vez, él llegó primero, y yo le acompañé después cuando se apretó con fuerza contra mí, viniéndose en mi interior.

Nos dedicamos a besarnos durante los siguientes minutos, como si el orgasmo no fuera excusa suficiente para separarnos. Nos acariciamos el rostro, susurramos y, de nuevo, nos perdimos hasta que ya no pudimos más.

Harald se recostó a mi lado, con una sonrisa en el rostro. Me apoyé en su pecho y sus dedos se enredaron en mi cabello. Todavía estaba sonrojada, pero si alguien me hubiera preguntado cómo estaba, le hubiera dicho que estaba flotando en una nube. Me tapé con el edredón de la cama, pues mi sonrojo no iba a irse fácilmente si seguía desnuda a su lado. Él se río un poco, pues por muy tapada que estuviera, mi cuerpo desnudo seguía pegado al suyo.

Se incorporó pasados un par de minutos y se levantó. Me incorporé también, mientras él rebuscaba en su armario. Agarró una pequeña cajita y se volvió hacia mí.

Se sentó en la cama.

—Quise darte esto por tu cumpleaños, pero no me atreví. Tal vez era demasiado. No lo sé.

Me tendió la caja firmada por una joyería. Ese calor de mi estómago se deslizó, como una niebla hasta la punta de mis dedos.

Un brazalete dorado, con estrellas de piedras preciosas azules y blancas intercaladas, brillaba en su interior. La acaricié y me di cuenta de que las decoraciones no eran estrellas, sino copos de nieve.

—¿Te gusta? —me preguntó, rascándose la nuca—. Soy un poco básico y malo con los regalos, pero...

—Me encanta.

—¿Seguro?

Asentí varias veces, tan emocionada que creí que me pondría a llorar de nuevo.

—¿Me la pones? Es preciosa.

Hal me ató el brazalete con suavidad en la muñeca. La contemplé y acaricié, con una sonrisa que creí que no sería capaz de borrar de mi rostro.

—Ahora es más bonita —opinó.

Lo observé, sentado en la cama, desnudo y con los cabellos alborotados. Tenía pequeñas marcas de arañazos en la espalda, y me sorprendí al mirarme las uñas y descubrir que me habían crecido un poco.

Él brillaba. Todo él era espectacular para mí.

—Te quiero —susurré—. Quería decirlo otra vez.

Hal abrió levemente los ojos y esbozó una sonrisa tímida y sorprendida. Se llevó las manos al rostro y soltó una carcajada.

—Deja de decir y hacer cosas de sopetón —dijo—. Haces que me sonroje y nunca en la vida me había sonrojado.

Me reí y esa fue toda la contestación que necesitó para volver a abrazarme por encima del edredón. Caí de nuevo de espaldas sobre la cama, él se puso sobre mí y yo rodeé su cuello con los brazos. Me besó, esa vez, con un lazo entre nuestros corazones y una promesa tan sencilla como un te quiero. 

Y aquí está el último capítulo de la historia de Laia y Harald. 💜

No me toquen. No estaba preparada para esto. 😭😭😭

Muchas gracias por haberme acompañado en esta historia y espero que os haya calentado el corazón del mismo modo que a mí. Ha sido un viaje de autodescubrimiento junto con ellos. Una pequeña parte de mí ha crecido con Laia  y Hal durante el proceso y es algo que jamás pensé que me pasaría.

Espero que os haya gustado, y sea cual sea vuestra opinión, me encantaría leerla en comentarios. 

Subiré el epílogo y los agradecimientos durante la semana que viene. En cuanto a la novela de Kresten, tal vez tarde más porque tengo que acabar de pulir la sinopsis. Sobre la portada, solo decir que es preciosa.

Mil gracias por leer,

Noëlle 


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