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48. Esperar

Vi a Laia en el parque cuando volví de casa de mi madre. Salí a pasear porque las paredes de mi apartamento parecían echárseme encima y aproveché para comprarle un libro de pegatinas a Chris. Mis pasos me llevaron al sitio en el que la conocí; en el que la vi de verdad por primera vez. Estaba preciosa. Siempre lo estaba. Dudé en acercarme a ella porque no quería presionarla, porque temía dar un paso en falso y que una insistencia de mi parte hiciera que se alejara todavía más. Que no volviera nunca.

Pero necesitaba disculparme.

Por eso después de debatirme entre hacer algo o no, fui detrás de ella.

—Laia —la llamé.

Se detuvo en seco, de espaldas a mí.

—Creo que deberíamos hablar sobre lo que sucedió el otro día —le dije.

La escuché tomar aire. Volteó. Cuando sus ojos del color de los días grises se encontraron con los míos, me di cuenta de que se me había detenido el corazón.

No habló.

—No puedes hacer vínculos con las personas si las alejas en cuanto se acercan a ti —añadí.

Laia se abrazó a sí misma, como si necesitara un modo de protegerse.

—No pretendo alejarte —habló por fin.

—Y aun así lo haces. Laia, lo que pasó el otro día... fue... Nosotros no somos así. O sí, no lo sé, pero deberíamos hablar.

Asintió. Su pesar se intensificó, al igual que el mío. Si íbamos a desaparecer el uno de la vida del otro, como mínimo, necesitaba hablar de ello.

—Sí, hablaremos. Pero ahora necesito pensar —se limitó a decir—. Necesito pensar —repitió.

Y yo me limité a asentir y a dejarla marchar, con la esperanza de que en algún momento volviera.

Pasé los siguientes días trabajando y decidí comenzar a correr. Ejercitarme podía ser una buena forma de despejar la mente. Algunos días salí con Lenn, y otros me puse auriculares, música y evadí por un rato.

Lennart estaba mucho más en forma que yo, cosa que tampoco era de extrañar porque yo no tenía una rutina de ejercicio como él. Seguirle el ritmo fue agotador.

—Va, ¡un poco más! —me insistió la segunda tarde que quedamos. Fui a su casa y se empeñó en que utilizara las máquinas que tenía en su despacho.

Sí, esa habitación llena de pantallas también tenía una cinta de correr y un par de máquinas de pesas.

—Me vas a matar —me quejé.

—Si así dejas de mirar si tienes mensajes de Laia, habremos avanzado en algo —me contestó.

—No lo estoy mirando.

—Ya.

La noche siguiente, a pesar de mis horribles agujetas, salí con Kat y Killian. Por primera vez en semanas, ninguno de los tres estaba ocupado por la noche. Además, desde que no trabajábamos en el mismo sitio, apenas los había visto.

—Te extrañamos en el hospital, Harald —me dijo Killian—. ¿Qué tal el nuevo centro?

—Me gusta el sitio, es distinto tratar con pacientes ingresados. Los veo más a menudo, ¿sabéis? El seguimiento es diario —me callé cuando Killian desvió su mirada al teléfono y sonrió—. ¿Todo bien?

Apartó el teléfono móvil a un lado.

—Sí, nada. Es Dave.

—¡Nos tienes que poner al día de eso! —exclamó Kat.

Nuestro amigo se encogió de hombros.

—Estamos juntos desde hace tiempo y vamos en serio. Pero esto ya lo sabéis, ¿qué más debería contar?

Kat le hizo un puchero.

—Hay algo más —insistió ella—. Yo lo sé. Lo dice tu mirada. ¡Va! ¡Killian dímelo!

Killian sonrió, mordiéndose el labio.

—No hay nada.

—¡Mentiroso! ¡Me dice mi sexto sentido que sí!

Él movió la cabeza, pensativo.

—En realidad solo hay una cosa que contar. —Fue entonces cuando yo también me puse expectante—. Vamos a mudarnos juntos.

Kat se abalanzó sobre Killian en un fuerte abrazo y soltó una exclamación que provocó que más de una persona volteara en nuestra dirección.

—¡Eso es genial!

Sí, lo era. Sobre todo por la felicidad que iluminaba la mirada de él.

—¿Ya sabéis donde os mudaréis? —le pregunté.

Killian negó.

—Estamos mirando opciones. Aún no nos ponemos de acuerdo en algunos asuntos sobre la zona que escogeremos. Dave se está planteando la posibilidad de que vivamos fuera de Londres y creo que es una buena idea.

—Me alegro mucho por ti, Killian.

—Gracias, Hal —me dijo—. Y lo siento. Estoy muy contento y no quería decirlo así de sopetón.

—¿Por qué lo sientes?

—Porque sé que el tema del amor te ha estado yendo mal. No quería recordarte todo el tema de tu divorcio y de Laia y...

—¡Ahora sí que la estás liando, Killian! ¡No le recuerdes esas cosas! —exclamó Kat—. Estamos pasándolo bien, sin dramas amorosos. Ya hemos tenido suficiente.

—Killian, no me importa. Estoy feliz por ti.

Y lo decía de verdad. Lo último que quería era que mi amigo se reprimiera conmigo por temor a hacerme daño, sobre todo cuando no era así.

—¿Seguro? —me preguntó.

—Claro, tío. Ni siquiera estaba pensando en eso cuando lo has mencionado.

—Venga ya, no vamos a hablar de esto ahora —insistió Kat—. Estamos felices y contentos.

—En realidad, no me importa hablar de esto —le contesté—. Digamos que, estoy esperando.

Ambos fruncieron el ceño ante mi declaración.

—¿Esperando? ¿A qué? —preguntó mi amiga.

—Ella dijo que necesitaba pensar y creo que yo también. Cometí muchos errores con Nadia, y creo que, el más grande, fue obsesionarme con ella. También la falta de comunicación y no pararme nunca a pensar que necesitaba yo, o ella. Íbamos siempre en caminos contrarios y nunca hablamos, ni dimos espacio para eso. Así que ahora espero. Por Laia, por mí, por los dos. Pase lo que pase. Si necesita pensar, le dejaré que lo haga.

En realidad detestaba que Laia se encerrara en sí misma y en su silencio, pero al mismo tiempo, sabía que eso formaba parte de ella y también la amaba por eso.

Su espacio me obligaba a enfrentarme al mío y era algo a lo que no estaba acostumbrado.

—¿Tanto la quieres? —me preguntó Killian.

Me limité a asentir.

Quererla... era algo más complejo que eso, y a la vez, así de simple.

—Quiero un novio como tú —dijo Kat—. ¿Dónde os venden?

Me reí.

En el capítulo 12 de El Retrato de Dorian Gray, Dorian se espanta cuando Basil Hallward le pregunta sobre todas las cosas que han ido pasando a su alrededor y que provocan sospechas. Enumera a una serie de hombres con horrorosos destinos que han sido vinculados a Dorian. Basil, preocupado, le dice que lo defiende y, aun así, hay algo en sus palabras que asusta a Dorian cuando le pregunta:

—¿Te conozco? Me pregunto si de verdad te conozco. Antes de responder a esa pregunta, tendría que ver tu alma.

—¡Ver mi alma!

Dorian se levantó, blanco de miedo. Ver su alma implicaba descubrir el demonio que lo había poseído. Aunque se puede hablar de decenas de cosas que no implican demonios de verdad, ya que no es más que una metáfora. Ver el alma de Dorian era mucho más. Creo que ese era su miedo. Su alma. A Laia le aterrorizaba que viera su alma, pero me la mostró. Y aunque veía algo horripilante en ella, yo solo vi belleza.

«Laia, tú nunca fuiste Dorian, pero creíste que sí.»

Lo siento, este capítulo es muy cortito, pero creo que condensa y explica lo que necesitamos. No me gusta añadir relleno para llegar un cupo de palabras. 

El miércoles subiré el siguiente, que tampoco es muy largo. 

La novela ha llevado a los 1000 votos y eso me pone muy feliz. Nunca pensé que volviendo a Wattpad recibiría tanto apoyo. Muchísimas gracias💜

Mil gracias por leer. 

Noëlle 

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