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47. El sistema solar

Si existiera el modo de hacer que el cielo llorara por mí, Londres se hubiese inundado la noche que Harald se marchó. Al día siguiente, la ciudad se hubiese convertido en la Venecia británica y si no me hubiese visto forzada a salir de casa dos días después, la isla, tal vez, se hubiese hundido entre el mar céltico y el mar del Norte.

Toda una exageración.

—Yo creía que esa Laia se había ido. Que esa chica que se autosaboteaba todo el tiempo y que era un desastre se había convertido en algo más coherente, pero ahora se me echa encima —le dije a Patricia. Me dio un pañuelo más cuando tiré el que tenía entre manos a la pila de mi regazo—. No quiero tener una relación con él porque no quiero que se aleje de mí. ¡Y he conseguido justo eso! ¿Por qué demonios hago estas cosas sin sentido? Contradictorias e incoherentes, no me entiendo. Soy tonta.

—Laia, tienes derecho a equivocarte y eso no te hace tonta.

—No, no con esto. No tenía derecho a eso y él me dijo cosas horribles pero tiene razón. Soy una egoísta y...

—Laia, voy a pedirte que me escuches un momento. —Cerró la libreta que llevaba en su regazo y me dedicó una mirada seria—. No voy a apuntar, solo vamos a hablar, ¿sí? —asentí—. Llevas media hora diciendo lo mismo, y me alegra mucho que te desahogues, pero tenemos que salir de este bucle. Esa Laia nunca se fue, siempre estuvo ahí. La escondiste, esa parte de ti que manifestaba ese miedo, comportándose de un modo llamativo, simplemente se intercambió por otro que aceptaba la soledad como un refugio, pero no se fue. Sigue ahí, y tienes que enfrentarte a ella.

—Pero, ¿cómo...? Yo no puedo.

—¿Tú quieres vivir en soledad, ajena a todo? —negué con la cabeza—. Debemos trabajar esa idea que tienes de que todo lo bueno que te pasa va a desaparecer o de que todo el mundo te va a hacer daño o te va a traicionar. Tus padres te dañaron, tu mejor amiga y tu exnovio también, y aprendiste a creer que esas cosas eran tu culpa, respuestas a cosas que tú hacías. Pero las decisiones de los demás no son tu culpa ni tu responsabilidad. Laia, solo es responsable de Laia. ¿Entiendes? Ahora, Laia en este momento sí que está provocando ese daño al negarse a amar cuando de verdad quiere, y al negar los sentimientos de la persona de la que se ha enamorado.

Hal tenía que estar equivocado. No era posible que de verdad se hubiera enamorado de mí. Y, aun así, cada vez que pensaba en el modo en el que habían cambiado sus besos, en los tulipanes que todavía no se habían marchitado, en el modo en el que me dijo "te he echado de menos" y en la angustia de su rostro, sentía que me había dicho la verdad.

La había dicho y yo había invalidado sus sentimientos.

—No quiero utilizar a Harald —dije al fin—. Odio la idea de necesitarlo.

—Estás haciéndolo tú sola, Laia. Existe esa idea de que hay que perderse para sanar, que hay que estar solo y de forma individual, pero esa idea no es del todo realista. Siempre va a haber alguien en tu vida porque las personas somos seres sociables. Y esas personas pueden apoyarte y acompañarte en el viaje interno que hagas. Pero ese viaje lo haces tú y lo haces por ti, porque ese cambio y esa evolución la estás haciendo en tu interior. Tú hiciste una nueva amiga, algo que te parecía imposible, fuiste a terapia...

—Pero él... —le corté—. Comencé a cambiar cuando apareció él.

—A veces no podemos evitar que las personas nos marquen. Él tan solo te dio un papel. Fuiste tú la que escogió ir a ese club y la que se quedó con Emilia. Él no tuvo nada que ver en eso, ¿o sí? ¿Te presentó él a su amiga? ¿Te obligó a ir?

—Él solo me dio el folleto.

—Ese folleto te lo podría haber dado cualquiera. Y antes de conocerle, ya hacías pequeñas cosas. Las galletas, pasear, adoptar a Jemmy... todas esas cosas eran pequeños pasos para ti. La decisión de cortar con tu familia, que te dañaba, también fue tuya.

—Pero... —me callé cuando me di cuenta de que no tenía con qué replicar.

—Lo estás haciendo mejor de lo que crees. Piensa en esto como un sistema solar. Tú eres un planeta, que tiene un eje concreto y que gira sobre sí mismo, pero que se alinea con otros planetas. Con unos se alinean más que con otros, pero eso no te quita tu individualidad dentro de la sociedad.

Regresé a casa dándole vueltas al concepto del planeta y a las cosas que me había dicho sobre mí. Quizás, en ese sistema solar, podría encontrar un eje para Hal, otro para Emilia y tal vez, uno para mi madre.

Pasé el resto de la tarde enfrascada en mi trabajo. Tenía dos entregas y varias facturas por preparar.

Estaba a punto de hacerme la cena cuando decidí revisar el correo electrónico:

Buenas noches, Srta. Baldrich:

Nos ponemos en contacto con usted para informarle del caso de su padre, debido al hecho de que no nos ha contestado al último correo. Le informo que, tanto el testamento como las últimas voluntades que dejó su padre expresan que usted es la única heredera legítima. Así mismo, el piso de sus padres está a nombre de su padre, por lo que usted es la única heredera del inmueble. Sus padres nunca estuvieron casados legalmente, y su madre no tiene derecho a la herencia. Es necesario que venga a nuestras oficinas para tramitar la testamentaria.

En cuanto pueda venir, avísenos.

Saludos cordiales,

Carlos Gómez.

Abogado.

Revisé la bandeja de Spam de mi correo electrónico y encontré otro correo en el que ese mismo abogado, me solicitaba que me pusiera en contacto con él para cerrar el caso de la herencia. No lo había visto.

Así que mamá había montado un buen teatro porque no le quedaba nada. Todo había sido mentira. Los intentos de decir que me quería. La ilusión que había crecido en mí sobre la posibilidad de que fuéramos una familia, de que aunque estuviéramos en la distancia pudiéramos arreglarlo. Sus insistencias en que volviera a casa, en ser madre e hija, en empezar de cero.

Mentira.

Todo mentira.

Y entonces hice lo que jamás pensé que haría: la llamé.

¿Cómo has podido? —le dije cuando descolgó—. ¿Cómo has podido fingir que me querías o que te interesaba lo más mínimo algo sobre mí cuando solo querías el puto dinero y el apartamento? ¡¿Cómo has podido?!

—Laia, tesoro, tranquilízate.

—No me llames tesoro. Ni me llames más en toda tu puta vida. No quiero mensajes. No quiero saber nada de ti. Quiero hacer mi vida como la he estado haciendo todo este tiempo sin que tú me envenenes la cabeza.

Laia, solo quiero recuperar a mi hija —su voz sonó afligida.

Es tarde para algo así. Y me lo creería si no hubiera descubierto que soy la única heredera del piso de papá y que, si quiero, puedo echarte de allí.

—No es cierto, yo solo quiero que vivas conmigo. No quiero quitártelo. Es tuyo. Todo es tuyo. Vive conmigo.

—¿Y por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no me escribiste sobre esto en los millones de mensajes que me enviaste?

—Ven a casa. Vive conmigo, por favor.

—¿Contigo? Antes muerta, Carlota. Antes muerta y enterrada.

—Te defendí. Casi me fui a la cárcel por ti, Laia.

—¿Y todas las otras veces? ¿Y las veces que te negaste a verme cuando me llevaron al centro de protección de menores? ¿Las veces que me pasé sola en la sala de visitas porque no te dignaste a venir? ¿Y las veces que me insultaste? ¿Y las veces que...? —estaba llorando, gritando, rabiando, todo al mismo tiempo—. ¿Y las veces que no fui a la escuela porque estaba magullada? ¡Era una niña! ¡No puedes hacerle eso a un niño! ¡No puedes! ¡Te necesitaba! ¡Necesitaba a mi madre y nunca la tuve!

—Tu padre me daba miedo. No era tan...

—No mientas. Cuando él entró en prisión no tenías razones para seguir tratándome mal ni tenerle miedo. Estaba encerrado, joder. Y, aun así, no cambiaste. Los dos sois iguales. Se juntaron dos putos diablos y tuvieron a un hijo que no podía hacer nada allí. Vivo sola. Estoy sola. Estoy bien. Y no quiero nada de ti. Iré a coger la puta herencia porque es lo único de provecho que puedo sacaros y después no sabrás nada más de mí. Y no lo intentes. No intentes acercarte o hablarme porque te pondré una orden de alejamiento.

—Laia, no exageres, hija, por favor...

Ese pesar que había habitado en mi pecho se había deshecho en pedazos, acababa de explotar.

—¡¿Me has entendido o tengo que repetirlo?!

Tomó una fuerte bocanada de aire.

—Adéu, Laia —su tono habitual volvió, el que siempre había escuchado de ella. El que no estaba edulcorado de mentiras y arrepentimientos—. Espero que seas muy feliz sabiendo que dejarás a tu madre en la calle y que no quieres saber nada de ella. Espero que si tienes hijos sean tan desgraciados como tú.

—Que et fotin— «Que te jodan». Y colgué.

Si Dios existía, tenía todo mi desprecio por hacerme nacer en una familia que no era más que un montaje mal hecho de violencia e inestabilidad.

Esa tarde me prometí que sería la última vez que lloraba por mis padres. Se acabó.

Nunca más.

No, no había lugar para ella mi sistema solar. No había siquiera espacio para su recuerdo.

Al final no me hice la cena, sino que escribí a Emilia, con los dedos temblorosos y la duda de sí, acudir a ella en aquel momento sería egoísta o no.

Laia [6:32 PM]

Necesito una amiga esta noche.

¿Pizza y pelis?

Emilia [6:35 PM]

SACARON UNA SERIE COREANA CON UN ACTOR QUE ME GUSTA MUCHO.

¿La vemos?

¿Sí?

Laia [6:32 PM]

¡Dale!

Emilia [6:35 PM]

😂😌

Viví en soledad por tres años, rodeada de extraños que ni siquiera se fijaban en mí. Probé el mundo fuera de mi burbuja y me gustó. Pero la vida me enseñó que mi lugar seguro era con el silencio, o al menos eso pensé, hasta que llegó Emilia y me arrolló con un abrazo fuerte que me calentó el corazón.

¿Qué pasó? —me preguntó contra mi hombro.

No quería depender de nadie para seguir adelante, y me daba miedo que, si me apoyaba en alguien, en quien fuera, todo cayera por su propio peso. Patricia había sido clara, pero..., ¿y si no sabía mantener mi propio eje? ¿Y si me perdía entre el murmullo de la gente?

Ay, bella—me susurró Emilia y me acarició el cabello—. La vida a veces es una mierda, pero, ¿sabes qué? Aquí llegó Emilia para destruir al que sea que te lastimó. ¿Debo golpear a Hal? Tengo práctica, ya golpeé a Kresten una vez.

Me sacó una carcajada ahogada. No me había dado cuenta de que estaba llorando de nuevo.

—¿Tienes algo para un corazón roto por sus padres?

—Mierda. —Me abrazó más fuerte.

Cuando me hube calmado, pasamos a la cocina, dónde Emilia se emocionó al ver que tenía intención de hacer pizzas caseras. La masa estaba preparada y la había dejado reposar un rato.

¿Puedo amasar yo? ¿Sí? —me preguntó—. ¡Me emociona!

Emilia amasó la base de la pizza con la ilusión de un niño por un juguete nuevo, y la suavidad de una madre. Me resultó gracioso el modo en el que agarraba con la punta de los dedos, como si le diera miedo que se rompiera. Le insistí en que no tuviera piedad con esa bola de harina que pronto estaría en su estómago. Hicimos dos pizzas, una de quesos y otra carbonara.

¿Sabes por qué quise hacer el club de lectura? —me preguntó Emilia cuando ya habíamos terminado de cenar.

Ella estaba sentada en el suelo, con las piernas estiradas y la espalda apoyada en el respaldo del sofá. Yo estaba igual, al otro lado de la mesa auxiliar. La serie coreana del actor guapo que le gustaba estaba en el televisor. Y sí, el actor era guapo.

Negué con la cabeza.

Sentía que necesitaba encontrar mi lugar —confesó—. A veces me siento una extraña en todas partes. Quería encontrar gente como yo.

Emilia nunca me pareció el tipo de persona que no encajaba.

¿Como tú?

De ninguna parte. ¿Sabes? En Uruguay, a veces la familia me trata como si no fuera de allí. No hablo igual que ellos, no tengo todas las costumbres latinas porque me he criado en Inglaterra. Aquí no soy del todo británica. En mi pasaporte pone que soy italiana, pero solo he visitado Italia una vez, de vacaciones como turista. Y si quisiera, podría solicitar la nacionalidad alemana por parte de mi abuelo materno. A veces, creo que estoy suspendida en el mundo sin una identidad fija y me dejo llevar. Creí que en el club encontraría gente así, como yo. Sin nacionalidad.

Las dos chicas nuevas son un poco así, ¿no?

Sí, son colombianas, pero vivieron aquí toda la vida. Aunque eso no es lo importante. La verdad es que me di cuenta de que no necesitaba encontrar a alguien igual a mí. Solo a alguien que me entendiera. Ahí entraste tú.

¿Yo? —intenté esconder mi sorpresa, pero no funcionó, porque ella se rio.

Sí. Me ayudaste mucho a no darme por vencida al principio, cuando no venía nadie. A mí me desanimó que estuviera vacío, pero a ti no parecía importarte, estabas bien con eso. La verdad es que el primer día pensé que no volverías a venir por qué no había nadie más, obvio. Me sentí muy fracasada.

Nunca hubiera pensado que podía influir de forma tan positiva en alguien sin siquiera pretenderlo.

—Me... me alegro mucho de eso.

Ella me sonrío.

Ah, y no te conté, me despidieron.

—¡¿Cómo?!

—Ah sí. Hubo un malentendido con la imprenta, perdieron toda una tirada y me culparon a mí.

—Pero... tú no tuviste nada que ver, ¿no?

Negó con la cabeza.

—No, pero no te preocupes, tengo una entrevista la semana que viene. De todos modos, mi tía puede conseguirme trabajo con una llamada. No quiero que lo haga, pero podría.

—¿Y eso?

—Mi tía es catedrática en Oxford, igual que su marido. Tiene muchos contactos dentro el mundo de la literatura —me dijo con un suspiro. Sabía que los padres de Emilia murieron cuando ella era pequeña y se había criado con su tía, pero no tenía ni idea de que fuera una eminencia académica—. Esto me recuerda que debo mostrarte Oxford.

—Nada me gustaría más.

Nos quedamos en silencio durante unos minutos.

Puedes preguntarme —Emilia rompió el silencio.

¿El qué?

Sobre Harald. Quieres saber cómo está, ¿verdad?

Yo... no sé. Tal vez es mejor que no sepa nada.

Ella asintió.

Iré a Barcelona esta semana —añadí—, ¿podrías cuidar de Jemmy? Solo será una noche.

Asintió.

¿Quieres que te acompañe? —me preguntó—. Le podemos dejar el gato a Kat.

Negué con la cabeza al tiempo que me reía.

—¡¿A Kat?!

—En serio, a ella le gustan. Tiene como cuatro.

—Gracias, pero necesito ir sola. Hay... hay algo que debo hacer.

Ella asintió.

—Aun así quiero un viaje allá contigo, para ir a la playa y ver la iglesia esa tan grande que no termináis de construir nunca. ¿Cómo se llama?

—Sagrada familia. Y sí, trato hecho. Tú me muestras Oxford y yo te muestro Barcelona.

Emilia se quedó dormida en el sillón reclinable a media serie. Me hice una infusión, en un intento de relajarme o de encontrar algo que llevarme a los labios. Las anotaciones que hice de El retrato de Dorian Gray estaban en el escritorio que utilizaba para trabajar. Los había estado repasando la noche que Hal se fue.

El retrato de Dorian Gray

Anotaciones sobre el capítulo 2:

Las buenas influencias no existen, Mr. Gray. Toda influencia es inmoral. Inmoral desde un punto de vista científico.

¿Por qué?

Porque influir en una persona es darle la propia alma.

«¿Era eso, Hal? ¿Eran nuestras almas entregándose la una a la otra? ¿Era la corrupción de un corazón sincero que no sabe a donde agarrarse? ¿Se equivocaba, Wilde?»

A veces, pensaba que tú eras Lord Henry y yo, Dorian Gray, y otras, creía que era justo al revés. Si la influencia en una persona es inevitable, solo había una pregunta: ¿Era la nuestra una influencia correcta?

Cada centímetro de mi cuerpo, cada segundo que pasaba, me decía lo mismo: que fuera a por ti.

¿Pero cómo iba a someterte al desastre de mi mente?

No te merecías eso. No te fuiste.

Te eché, al fin y al cabo.

Yo. Yo. Yo.

Fui yo.

¡Buenas! 

Este capítulo me gusta y desagrada a partes iguales. Odio a la madre de Laia, pero fue muy bonito escribir la escena de Emilia y la evolución de Laia al enfrentar la situación. ¿Qué os ha parecido?

Subiré el próximo capítulo entre el sábado y el domingo💜. 

Mil gracias por leer, 

Noëlle 

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