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45. Las estrellas son puntos en un mapa

—Laia... ¿eres tú?

No había cambiado en absoluto, aunque en las fotografías que le tomaban pudiera parecerlo. Esa esencia que una cámara no puede captar, era la misma. Seguía teniendo esas ojeras que lo acompañaban cada mañana.

—Hola

Obligué a mis piernas a ir hacia atrás, pero se negaron a moverse.

—Estás... estás aquí —susurró, y dio un paso en mi dirección—. Dios mío. Me he pasado años intentando hablar contigo. Esto es un milagro.

—Ya.

—¿Cómo estás? —me echó una mirada analizadora, de arriba abajo. Moví los dedos, que se tensaron—. Te veo... genial.

—Gracias.

—Deberíamos hablar, ¿no crees? Tal vez podemos volver a tener contacto. Sería genial. Te he extrañado, ¿sabes?

Dio otro paso en mi dirección. Yo seguía siendo incapaz de moverme. Ese repiqueteo cálido que había desaparecido de mi pecho era una montaña rusa de angustia. Un escalofrío me recorrió la nuca y creí que, si me quedaba allí anclada, podría llegar a desmayarme.

Blake estaba frente a mí y me di cuenta de que sus cabellos no eran como el agradecer, sino del color de calabazas resecas. Sus pecas no eran estrellas en el firmamento, sino motas de polvo, sucias.

Su belleza no era más que el recuerdo de algo que fue, como esas esculturas exteriores a las que el tiempo castigaba. La pieza se volvía oscura, y el musgo y las hiedras la invadían hasta dejar poco de ellas.

—No quiero hablar contigo.

—Va, Laia. No seas así. Hace años que no te veo.

—No te acerques a mí.

Se acercó todavía más. Logré dar un paso hacia atrás, pero me agarró del brazo.

—Laia, te fuiste sin decir nada. Ni siquiera hablamos. Nunca pude decirte...

—Suéltame —mi voz tembló. Aparté el brazo, pero él volvió a retenerme.

—Laia, te fuiste sin dar putas explicaciones. Creo que merezco una...

—Suéltame —susurré—. Por favor, suéltame. Quiero irme.

Me retó con la mirada. No pensaba soltarme hasta que diera una explicación. ¿Qué explicación quería?

—Lo siento. Joder, Laia lo de Aina fue una estupidez. Yo solo quiero aclarar las cosas.

—Todo quedó muy claro. Ahora suéltame.

No me soltó.

—Suéltala —la voz de Harald se escuchó a mis espaldas. No le había oído llegar, pero supuse que, había venido en mi busca porque estaba tardando demasiado.

—Tío, no te metas —le contestó Blake, que ni siquiera se dignó a mirarlo.

Harald caminó hacia nosotros, decidido.

—Suéltala —repitió.

—¿Tú sabes quien soy? —Blake tomo aire, hinchando su nariz, y volvió su atención a Hal, con cierto fastidio.

—No sé quién eres, pero sé que estás intimidando a mi chica y no pienso permitirlo —Hal no titubeó—. Suelta a mi novia. Ya.

La expresión del pelirrojo cambió por completo, sus ojos se abrieron en sorpresa y dio un paso hacia atrás, soltándome. Harald llevaba mi bolsa de libros y mi ramo de flores, ya que lo había sujetado para que yo pudiera ir al baño. Blake se fijó en las flores e hizo una mueca.

—Solo quería hablar con ella —aclaró.

—Ella no quiere hablar contigo.

La calidez volvió y de pronto, pude moverme.

"Mi chica, mi novia". ¿Por qué me sentía como su todo a mi alrededor fuera a explotar?

—Tenemos asuntos pendientes de los que hablar —insistió Blake.

—¿Los tenéis, Laia? —me preguntó Hal—. ¿Quieres hablar con él sobre cosas pendientes?

—No —le contesté. Sentí un roce en la mano, suave, que se intensificó en una caricia tímida y asustada. Entrelacé mis dedos con los de Hal y la mirada de Blake se clavó en nuestras manos unidas—. No quiero hablar con él.

Él apretó con firmeza el agarre de nuestras manos.

—Laia..., ¿en serio vas a dejarte escudar por él? —me preguntó Blake—. Tú no eres así. Tú no necesitas que venga un tío a defenderte, ¿qué cojones te ha pasado?

Laia negó con la cabeza.

—Tú ya no sabes nada sobre mí. Lo siento si te hice daño, pero por favor, déjame en paz. Lo nuestro se terminó hace mucho tiempo, al igual que mi amistad con Aina —le contesté. Las palabras se deslizaron de entre mis labios sin que tuviese que esforzarme de ello y, eso, me sorprendió—. Vámonos, Hal. Necesito salir de aquí.

Blake se quedó en el sitio, mudo. Noté su mirada en nosotros mientras desaparecimos de su vista, pero no volteé.

🍪🍪🍪

Hal me rodeó la cintura con los brazos, pegándose a mi espalda, y me dejó un camino de besos desde el hombro hasta el cuello. Cerré los ojos unos instantes. Ya casi no recordaba que me había topado con Blake. La sensación de que iba a caerme se había extinguido en cuanto Hal me tomó de la mano antes de salir del restaurante. Y mi corazón... seguía ardiendo por sus palabras: "mi chica", "mi novia". Sabía que solo había querido ayudarme, pero ese era mi cuento y quería permanecer en él un poco más.

Sonaban bien.

Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás. Mi cuerpo se movía solo, parecía haber encontrado un modo de hablar con el cuerpo de él. Hal deslizó las manos por mi vientre, hasta mi cintura, donde jugueteó con el borde de mi falda. Su boca caliente dejó un pequeño mordisqueo bajo mi oreja. El suspiro que salió de mis labios me hizo volver a la realidad.

—¡Hal, tengo que terminar con las flores, no puedo dejar que se marchiten! —exclamé y me costó una barbaridad separarme.

Él me soltó con una risita mientras observaba, por encima de mi hombro, como yo acomodaba los tulipanes.

—¿Por qué escogiste estos colores? —le pregunté.

—Emilia dijo que los azules significaban paz y lealtad y los amarillos amistad y relaciones duraderas. Así que, pensé que tenían un significado bonito.

El calor de mi pecho volvió.

—¿Y los rojos?

Se encogió de hombros.

—Supongo que quedaban bien.

Hal alargó la mano y su teléfono se plantó frente a nosotros.

—Déjame tomar una foto de cumpleaños —me pidió.

—Salgo horrible en las fotos.

—Es solo para mí.

—Eso es peor.

—¿Por qué? Yo quiero una foto nuestra —insistió. Se veía tan guapo a través de la lente de la cámara delantera de su teléfono que no pude decirle que no.

Nos veíamos bien juntos. Demasiado bien.

Nuestros ojos eran muy parecidos, casi del mismo color, a excepción por los destellos ámbar que rodeaban la pupila de Harald y hacían que, en ocasiones, parecieran verdes.

¿No era curioso que Van Gogh creyera que las estrellas eran puntos en un mapa? Tal vez por eso, cuando miraba a Harald pensaba que sería imposible perderme a su lado.

A través de la pantalla, vi como se inclinaba para besar mi mejilla. Volteé ligeramente el rostro. Nuestros labios estaban a apenas unos centímetros, mucho más lejos que nuestra confidencia, que parecía atarnos por una cuerda invisible. El sabor de sus labios fue distinto esa noche, de hecho, hacía días que notaba algo nuevo en sus besos que hasta ese entonces habían sido calientes, húmedos y deseosos. Había algo más. El toque suave de una pluma, la lentitud de un comensal que desea disfrutar todo lo lento que sea posible, la caricia de sus dedos en mi mejilla, el sabor dulce de su lengua y esa ausencia de paciencia que se había convertido en un simple deleite pausado.

Ese beso que parecía cariño y afecto.

Me gustaban esos besos.

—Fue por ti —susurró en mis labios y escuché el chocar de su teléfono cuando lo dejó sobre la mesa.

—¿El qué?

—El día que te conocí. Tú me hiciste darme cuenta de que no podía seguir con la vida que tenía. Activaste algo en mi cabeza, no lo sé. Esa noche, cuando llegué a casa, le pedí el divorcio a Nadia.

Harald me retiró un mechón detrás de la oreja.

—Eso es lo último que hubiera pensado que provocaría mi desastrosa caída al río.

—Creo que debías aparecer en mi vida ese día —continuó él—. Necesitaba que aparecieras y no lo sabía. Laia yo...

Parecía estar a punto de decir algo inapropiado. Algo erróneo y equivocado.

Algo como "te quiero".

No podía dejarle continuar.

—Yo también lo necesitaba. Eres el mejor amigo que podría tener. No sé por qué lo haces o cómo, pero siempre dices y haces lo que necesito.

La expresión de Harald se tornó seria y noté que tragaba saliva.

—¿De verdad crees que somos amigos?

—Sí. Y... gracias por lo de antes. Sé que has dicho que era tu novia para ayudarme. No hace falta que lo hagas más.

Su ceño se frunció y tomó una profunda bocanada de aire.

—Laia, para mí no somos amigos. No en el sentido puro de amistad... es decir, claro que somos amigos, pero... Me... —hizo una pausa—. Me gusta salir contigo, follar contigo. Me gusta perder el control, la cordura, la razón; perderlo absolutamente todo a tu lado. Pero también quiero hacerte el amor, lento, saboreando cada parte de ti. Cada parte de lo que somos. Quiero hacerlo de verdad. Sin ropa, sin miedo, solo tú y yo. Quiero que esto sea más que una amistad.

Ahí estaba el problema. No había un "somos". No podía haberlo. Lo que fuera que sintiera por mí no podía ser más que... ilusión.

Nadie se enamoraba de mí. No de verdad.

—Dime algo —me rogó—. No te quedes así de callada, por favor.

—Hacer el amor... eso suena... —suspiré.

Me estaba pidiendo que fuera su amante. Iba a tener que ir al hospital a que me dieran un sedante, uno para un corazón a punto de estallar.

—¿Cómo suena?

—Serio.

—Laia, lo que quiero decir con esto, de forma muy torpe porque llevo días dándole vueltas y no sé cómo explicarme, es que te quiero. Estoy enamorado de ti.

El mundo, si alguna vez estuvo girando, se detuvo en ese mismo instante.

—No... no es posible. —Me separé de él.

—¿Perdona?

Salir conmigo era una montaña rusa de altibajos. Una en la que yo siempre acababa decepcionando a alguien. Él tenía que saberlo. Él no podía estar sintiendo eso por mí.

—Cuando dije novia, fue sin querer, sin pensarlo, porque joder, Laia. Yo te siento así. He intentado convencerme de lo contrario y no puedo. Te juro que lo he intentado. Eres la persona con la que me gusta despertarme, la que me alegra los días que son una mierda, la que me escucha, la que confía en mí. Podemos pretender que somos lo que no somos, pero tú y yo sabemos la realidad. Te quiero. Yo... no sé en qué momento ha pasado, pero me he enamorado de ti.

—No debías enamorarte de mí.

—Pues lo hice, porque aunque lo intenté, no soy la clase de hombre que se acuesta con una mujer sin sentir nada.

—De verdad, Hal. Tienes que estar confundido. El sexo quizás...

—No estoy confundido.

—No soy el tipo de persona del que nadie se enamora. Soy la que se convierte en una decepción, ¿no has escuchado a Blake?

Se alejó y comenzó a caminar de un lado a otro con cierta angustia. Hal tenía la confusión pintada en el rostro, aunque se negara a aceptarlo.

—Laia, ¿me estás jodiendo? —dijo al fin—. ¿Y dónde me deja eso a mí? Él me importa una mierda.

No le contesté. No sabía qué decirle.

—Eres el tipo de persona del que yo me enamoro —añadió.

—Por favor, deja de decir eso.

Las estrellas se estaban cayendo de su mirada, precipitándose al vacío, llenando su cielo de nubes.

Me llevé la mano derecha a la frente.

—¿Quieres que deje de decir que te quiero? —me preguntó.

—Sí.

—¿Por qué? ¿Es porque no sientes lo mismo?

—Es porque duele.

«Porque todo el amor que ha habido en mi vida se ha destruido alguna vez y tú... tú me haces creer que puedo tener algo completo. Que puede haber un todo».

—¿Quién demonios te ha hecho tanto daño como para que te duela que te quieran? ¿El desgraciado de tu padre? ¿O hablamos del idiota de tu ex? Ellos no son referencia en nada.

Era ridícula. Sabía que le estaba haciendo daño con mis palabras y, aun así, no fui capaz de decir nada más. Estaba al borde de las lágrimas, como siempre.

Cobarde, cobarde, cobarde.

—Hal, yo... —susurré en un hilo de voz.

—Joder, Laia. Me da mucha impotencia que te sientas así.

—Lo que yo sienta no importa —confesé. Le quería, claro que le quería.

Me miró todavía más indignado.

—¡¿Cómo que no importa lo que tú sientas?! ¡Lo que tú sientes es tan importante como lo que siento yo!

—Yo no sirvo para amar. Mi mundo solo funciona si estoy sola.

—No, eso no es verdad.

Él no lo entendía. O quizás sí. ¿Era eso lo que me asustaba?

Había confiado demasiado en el hecho de que él no sintiera nada por mí.

—Lo siento, Hal, pero no puedo ser tu novia.

—¿Por qué, no? ¿Cuál es el problema?

—El problema es que siento lo mismo por ti.

—¿Me quieres?

Asentí.

—Y ese es el motivo por el que lo nuestro se debe acabar.

—Eso no tiene sentido.

—Tiene más sentido del que crees.

—¿De qué tienes miedo, Laia?

—Harald... por favor.

—¡No puedes decirme que me quieres y tirar mis sentimientos a la basura porque te da miedo amar! No puedes, ¿vale? ¡Me niego!

—Harald yo no... no quiero hacerte daño. Necesito que entiendas que...

—Me estás haciendo daño ahora.

«Siempre que he querido a alguien, se han ido. Todo el que ha sido importante en mi vida, el que tenía etiquetas, el que estaba catalogado, me ha dejado cómo un despojo de cristales rotos.»

—Tú no entiendes lo que sientes, estás confundido. No es posible que...

—Engañada —dijo de pronto—. Eso me dijiste. Que te engañaba. No lo había pensado hasta ahora Es eso, ¿no?

—Hal...

—¿Estás jugando conmigo, Laia?

—Hal, por favor. No lo entiendes.

—¿Por qué no te desnudas? —me preguntó—. Me dijiste que era la cicatriz. Pero ya la he visto y aun así, no te desnudas.

—No es asunto tuyo.

—¿Por qué lo haces? Me has estado separando de ti desde el principio, mientras yo te lo daba todo; mientras tú lo tomabas sin cuestionarte nada. Cada puta parte de mí, Laia. ¿Y me dices que no puedo amarte? Quizás eres tú la que no sabe qué es eso.

—No es verdad.

—¿El qué no es verdad? ¿Qué me has estado separando de ti? ¿O qué no me quieres de verdad?

—Yo sí que te quiero. No puedes decir...

—Es lo que estás haciendo tú. ¿No te parece hipócrita?

—No vas a ser feliz a mi lado. Nadie es feliz a mi lado. Ni siquiera yo. Yo... fastidio todo.

—Deja de decir tonterías, Laia. Deja de creerte una víctima del mundo.

"Deja de creerte una víctima".

No fui capaz de replicarle.

—¿Qué tengo que hacer? —me preguntó—. ¿Qué tengo que hacer para que me creas?

No contesté.

«Creo que necesito pensar, que necesito tiempo, que me va a explotar la cabeza».

—Dijiste que me creías —continuó—. Cuando te hablé de Nadia, de lo que había sucedido. Dijiste que creías que no mentía. Pero ahora me dices lo que se supone que estoy sintiendo, me acusas de tener falsos sentimientos y me echas.

—No estoy segura de que sepas lo que es amarme. Es esto. Es... no es por ti, es...

—Me dijiste que confiabas en mí.

—Hal...

—No. Me vas a escuchar.

Me di la vuelta. No quería escucharle. No podía soportar lo que fuera que iba a decirme por qué sabía que me iba a doler. Estaba demasiado enfadado para ser el chico paciente, amable y cuidadoso de siempre.

Se me llenaron los ojos de lágrimas. No fui capaz de mirarle y él habló de todos modos:

—Has creado tu propio mundo para protegerte, pero ahora crees que ese mundo inventado es real. Que puedes mezclarte con la gente pretendiendo estar en otra parte, sin implicar nada en sus vidas. El problema no es que los demás se vayan, es que tú te vas. Lo has hecho todo el tiempo y si quieres seguir así, adelante. No cuentes conmigo para seguir en esta farsa. No cuentes con tenerme como un muñeco más de tu obra de teatro. Parece que no eres capaz de ver que no eres la única que tiene sentimientos.

Le dediqué una mirada de desdén.

—Vete.

Resopló. Se puso su chaqueta y sus zapatos en un silencio que podía cortar el aire. Creí que no se iría, me prometió que no se iría, pero lo hizo. Y me quedé con unos tulipanes que tarde o temprano morirían.

No lo llamé cuando se alejó de mi apartamento después de dar un portazo. No le pedí que no se fuera, aunque en cuanto la puerta se cerró me di cuenta del error que había cometido. Grité su nombre en mi salón. No me moví. Él no volvió.

Me duele el corazón 💔. 

Esto debía pasar porque Laia no levanta cabeza😔

Mil gracias por leer, 

Noëlle 


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