Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

39. Una lectura pausada

Harald no me miró con pena durante las siguientes semanas.

Hablar con él sobre lo que pasó con mis padres me ayudó a comenzar a comentarle cosas a Patricia, a quien desde hacía tres semanas, ya había visto cuatro veces. No me veía capaz de ser tan sincera y abierta como con Hal, pero era un avance. A veces, salía de consulta devastada, y en otras, ligera como una pluma, con el pecho ligero y una extraña sonrisa en el rostro que no reconocía en mí misma.

La terapia no estaba mal. Además, la nueva psiquiatra del hospital también era muy agradable y, para mi sorpresa, era española, procedente de Jaén. Me fue muy fácil sentirme cómoda con ella cuando me habló en español.

A veces, el tiempo pasa con parsimonia y deleite y otras solo fluye como si fuera una medida sin importancia: no se toma en serio a sí mismo.

Así era como lo sentía con Hal.

Me gustaba que se hiciera un hueco para que nos viéramos en sus ratos libres, sin que tuviéramos que preocuparnos de si estábamos o no pasando un límite peligroso: me invitó a cenar a un restaurante que parecía caro, me llevó a ver un musical porque nunca había visto uno en directo y me sorprendió con unas entradas para el cine. Cuando nuestras salidas terminaban, me acompañaba a casa y, en ocasiones, se quedaba a dormir conmigo.

Siempre ponía la excusa de que íbamos a comentar el libro, pero a la hora de la verdad, ni siquiera mencionábamos el tema. La lectura de El retrato de Dorian Gray se había quedado pausada.

—¿Qué te parece? —me preguntó Hal, cuando la estantería por fin quedó bien colocada en su nuevo salón. Una pila de libros de medicina se amontonaba en el suelo, junto a algunas novelas que Hal comenzó a colocar en las baldas—. Y a cada lado colgaré la daga de Dardo y la espada Andúril de Aragorn.

—¿De El señor de los anillos?

—Claro, bueno en realidad la daga también aparece en El Hobbit. Pero ya me entiendes —su sonrisa satisfecha se me contagió. Me gustaba verlo contento.

Yo no era muy fan de esa saga, pero debía admitir que era buena, o al menos me lo pareció años atrás, cuando vi las películas, ya que penas las recordaba.

—Me encanta. —La estantería estaba junto a un gran ventanal desde el que se apreciaba una vista de la calle, y al final, un pequeño parque.

La gran cantidad de parques que había en Londres era algo que todavía me sorprendía. La mayoría eran pequeños parques o cementerios, nada que ver con los grandes como Hyde Park, pero estaban por todas partes.

—Siempre he querido decorar mi casa y nunca he tenido la oportunidad —aclaró Hal—. Creo que soy un poco friki.

—Estoy segura de que quedará precioso.

El loft tenía dos plantas diáfanas sin paredes. En la parte superior había una habitación sin puertas ni paredes que la separaran del espacio enorme que se abría en la parte inferior, con un salón, cocina y un baño. Era perfecto para él.

—Ahora que ya hemos montado las estanterías. Tengo que probar algo —expresó con entusiasmo y subió las escaleras al dormitorio a toda prisa, dejando su tarea con los libros a medias. Lo seguí, pero ni por asomo fui tan rápida como él—. ¡Sí! ¡Tengo un colchón! Se acabó dormir en el sofá de Lenn. ¡Una cama! —Se tumbó en la cama y soltó una exclamación de placer—. ¡Dios mío, me voy a correr del gusto! Nunca pensé que me moriría de placer por un colchón viscoelástico. Dios mío. Es más cómodo de lo que había imaginado. —Se incorporó y me tomó del brazo—. ¿Quieres probarlo?

Antes de que me diera cuenta, estaba tumbada boca arriba en ese maravilloso colchón y Harald había trepado sobre mí cuál pantera al acecho. El lado derecho de sus labios se estiró y apareció un hoyuelo en su rostro.

—¿Quieres probarlo, sweetie?

Fingí que me acurrucaba de lado para dormirme.

—Sí, creo que podría quedarme dormida ahora mismo.

Atrapó el lóbulo de mi oreja con los dientes. Me estremecí.

—No me refería a eso, precisamente —aclaró.

—¿Y a qué te referías? No te entiendo —le provoqué, mientras él deslizaba sus labios a mi cuello. Cerré los ojos. Todo mi cuerpo se llenó de calor y cosquillas. Podría pasarme el día entero así.

—Uhm, ya sabes.

Me acarició el muslo y subió hasta mi cadera, luego mi cintura, por encima de la ropa y se detuvo en mi escote. Un cosquilleo creció en la parte baja de mi vientre.

—No, no lo sé.

Un golpe hizo que diera un respingo.

—Yo sí sé a lo que se refiere y si quiere que acabe de montar el armario, más le vale que no haga nada. Suficiente tengo con saber lo que hicisteis en mi sofá —se quejó Lennart, que estaba montando el nuevo armario de Hal, justo en el dormitorio. Había olvidado por completo que estaba ahí.

Me puse colorada. Harald se limitó a levantar la cabeza para mirar a su hermano.

—Lennart, este es justo el momento adecuado para que te vayas a buscar a tu hijo a karate —le dijo.

—No sale hasta dentro de una hora —replicó Lenn.

—Pues para que te vayas a tomar un té y a buscarte un entretenimiento.

—Ni hablar. Con el frío que hace. —Lennart soltó el martillo y se incorporó—. Pero sí me voy a hacer un té en tu nueva cocina. Voy a estrenar tu tetera.

—¡No! Eso es mío. ¡Lo estreno yo! —Harald se levantó de golpe.

—No si yo llego antes.

—¡No te atrevas a estrenar mi tetera!

Al cabo de dos minutos, ambos estaban discutiendo en la cocina porque Lenn había abierto el paquete de la nueva tetera eléctrica de Harald antes que él. No pude evitar reírme. Eran hombres adultos discutiendo como niños por una tetera eléctrica.

Al final todos cedimos a la propuesta de tomar té. Hal preparó el suyo y el mío con un poco de leche y Lennart tomó el suyo negro. Después nos sentamos en el salón. El nuevo sofá chaise longue de Harald era muy cómodo. Estaba en el centro de la estancia, frente a una pequeña mesa, una chimenea y un televisor colgado en lo alto de la pared. Me gustaba la energía que desprendía su estudio, era tan acogedor como él.

—Entonces, ¿vosotros estáis juntos o...? —nos preguntó Lenn de sopetón—. Es que no me aclaro.

—Somos amigos —respondimos, casi al unísono.

Lennart arrugó la frente y asintió casi con aire irónico.

—Bien, amigos. Muy bien —dijo, sin esconder la risa divertida que se dibujó en su rostro—. Qué bonita es la amistad.

Harald le dio una patada suave, a la que su hermano respondió.

—Es una amistad preciosa —le dijo Hal.

—¿Dónde puedo conseguir una amiga así? —siguió Lenn, con ironía—. Las mías no quieren acostarse conmigo.

Tuve que apartar la mirada de esos dos chicos porque noté como mis mejillas comenzaban a arder de nuevo.

—Querían —se burló Harald—. Hasta que dejaste embarazada a una.

—¿Quieres que hablemos de tus cuernos?

—Eres idiota —le replicó su hermano.

Lennart se fue media hora más tarde, y tuvo el tiempo justo para ayudarnos a terminar de montar el armario del dormitorio.

En cuanto la puerta se cerró, Hal me tomó de la cintura y acercó su rostro al mío. Ese hombre no se saciaba de mí.

—¿No deberíamos seguir con las estanterías? —le pregunté con cierta diversión. —Uhm... mañana —ronroneó, deslizando su boca sobre la piel de mi cuello. Cerré los ojos, disfrutando del placer de sus besos—. ¿Vas a quedarte esta noche?

—No lo sé —prácticamente gemí.

—Estás deseando quedarte conmigo.

—Pero no tengo nada de ropa aquí y tengo que ponerle de comer a Jemmy...

—Podemos ir a buscar algo de ropa y darle de comer a Jemmy.

—Se hará tarde.

—Podemos ir en mi coche. Será un momento.

Me agarré a él cuando mordisqueó el espacio en el que mi hombro y mi cuello se unían. Si tenía una debilidad, eran esos besos; era él; eran las cosquillas que se arremolinaban por todo mi cuerpo. Noté su sonrisa sobre mi piel cuando se me escapó un gemido.

—Tampoco tengo cepillo de dientes.

—En realidad... te he comprado algo.

Lo empujé para mirarlo a los ojos.

—¿Que me has comprado, qué? No tenías que comprarme nada. Es... no debías gastarte dinero. El otro día ya te empeñaste en pagar la cena y el musical y...

—No te preocupes por el dinero. Me pagan bien.

Se separó de mí y comenzó a caminar.

—Pero... —lo seguí.

—Nada. Lo pago porque quiero y me apetece.

—Yo puedo pagarlo.

—Lo sé.

Se acercó a la cocina y tomó una bolsa que tenía sobre la encimera. Había un camisón rojo como los que yo solía usar, y un cepillo de dientes. Tomé el vestido de seda en mis manos. Era suave y tenía encajes muy pequeños en la falda y el escote. Dios mío, estaba deseando ponérmelo.

—Ya que yo tengo cosas en tu casa... —Tan solo tenía una taza y un cepillo de dientes porque se había quedado a dormir más de una vez. Era simple practicidad—. Quería que tú tuvieras algo aquí. Por si te quedabas algún día. Bueno, puedes tomarte el vestido como un regalo de navidad atrasado.

—Estamos a mediados de marzo, Hal.

—Por eso es atrasado.

Hacía ya más de tres meses que nos conocíamos. Parecía una eternidad.

—Hal, esto... que me compres cosas para tu casa... —hice una pequeña pausa, apoyando las manos sobre la encimera. Sus ojos no se despegaron de los míos—. Somos amigos, solo amigos.

Él asintió.

—Sí, somos amigos que tienen relaciones sexuales. Claro.

—Harald...

—¿Qué?

—¿Hay algo que quieras decirme?

—No. Laia, estoy bien con que seamos amigos. De veras. No estoy preparado para una relación.

—¿Te ves con alguien más? Quizás no debería preguntar, no es asunto mío, claro, pero solo... no sé, me gustaría saber cuáles son los márgenes entre nosotros.

—No veo a nadie más —me respondió de inmediato.

Su declaración, para mi sorpresa, supuso un gran alivio. Se acercó a mí y el corazón comenzó a tamborilear en mi pecho. Solo estaba conmigo.

—Yo tampoco —confesé.

Permanecimos unos segundos en silencio, sosteniéndonos las miradas; buscando algo que no sabíamos que era. O al menos, yo no lo sabía.

—Pero... —susurró él al fin—, sí quiero exclusividad. Había dado por supuesto que la teníamos, pero...

—La tenemos.

Hal rompió la distancia entre nosotros y me acarició las caderas.

—Y ahora que hemos dejado eso claro —me dijo—. ¿Quieres probar esa nueva cama?

Apoyé los brazos en sus hombros.

—Tenemos que ir a mi casa, ¿recuerdas?

Se quejó un poco, pero cedió. Para cuando volvimos, cargábamos una pizza familiar, una pequeña mochila y a Jemmy en un transportín. Me había dado demasiada pena dejarlo solo en casa, así que lo había traído a que inspeccionara y diera su visto bueno al nuevo loft de Harald.

Cenamos viendo la primera película de El Hobbit, ya que de camino a mi casa le había mencionado que no la recordaba. Harald se empeñó en que debíamos verlas todas y no me pareció mala idea, hasta que dejé de prestar atención al televisor. Él me distraía. Se había puesto sus gafas y se había quitado el jersey, quedándose con una camisa. Comencé a desabrocharle los botones, y él esbozó una sonrisa pícara, sin dejar de mirar la televisión.

Había algo en nuestra relación que siempre nos hacía acabar enrollados en un sofá. Que nos hacía acabar el uno en el otro, sin más preguntas que esa atracción insana que me recorría el alma. Me gustaba ponerme sobre él, tomar el mando y controlar aquella pequeña parte de nuestras vidas. Me encantaba sentir la excitación de su entrepierna y restregarme contra él.

—Voy a llevarte a la cama —susurró en mis labios, rato después de que mi provocación comenzara. Me había sentado en su regazo y estaba besándole el cuello—. Joder, vas a acabar con mi paciencia.

Me reí un poco y apreté mi agarre en sus muñecas, ya que en algún momento se las había agarrado en un intento de inmovilizarlo. Era divertido someterle, sobre todo porque sabía que en cualquier momento él podía dominarme a mí.

—Contrólate, Hal —coqueteé, y comencé a mover mis caderas sobre él.

Su respiración se aceleró, pero se contuvo durante un rato.

Layah...—deslicé una de mis manos por su pecho, hasta debajo de su ombligo. Su erección estaba cada vez más dura. Le desabroché el botón del pantalón—. Ya, basta de jueguecitos. No puedo más.

Deslizó su mano hasta el nacimiento del cabello en mi nuca y me besó con decisión. Su lengua me reclamó con necesidad. Estaba sediento.

Harald me tomó en volandas y rodeé sus caderas con las piernas mientras nuestras bocas se fundían en una. Subió las escaleras a trompicones, intentando no tropezarse, pero sin soltarme ni un segundo. Cuando me dejó sobre la cama, apoyó los brazos junto a mi cabeza. Metí las manos por debajo de la camisa abierta para acariciarle la espalda. Ronroneó un poco, mientras jugueteaba con mi labio inferior con los dientes.

La humedad entre mis piernas era mayor a cada segundo que pasaba.

Sus caricias se deslizaron hasta mis caderas, y me dedicó una sonrisa pícara cuando se topó con las medias de encaje y el tanga a conjunto. Me subió la falda y todo su rostro se iluminó de lujuria y sorpresa.

—Ya me parecía que estabas ocultando algo. Fuck, sweetie —murmuró y tiró de la tela de mi tanga para acariciarme—. Estás increíble. Mejor que increíble.

Jadeé.

—¿Ah, sí? Me ha parecido divertido —él sonrió en mis labios mientras seguía acariciándome con el pulgar. Ese hombre sí sabía dónde estaba el clítoris. Sí, sabía hacerme gemir. Sí, sabía volverme loca.

—¿Te parece divertido venir preparada para que te penetre en cualquier momento? A mí me parece jodidamente excitante. Eres puro sexo, Laia. Y ahora que sé que tienes esto, no voy a poder pensar en otra cosa cuando esté contigo.

—Si puedes follarme en cualquier momento, ¿por qué te estás entreteniendo tanto?

Deslizó dos dedos en mi interior.

—No vayas tan rápido. Déjame disfrutar —susurró—. Muévete contra mí, cariño. Me encanta como lo haces.

Me moví contra él con un descaro desenfrenado, que se intensificó cuando él encontró esa parte dentro de mí que me hacía arquear la espalda y gritar su nombre entre maldiciones en español. Su voz se volvía más ronca e íntima. Su maldita forma de hablar en inglés me volvía loca.

Había algo terriblemente erótico en ese placer que me recorría de pies a cabeza y al que había llegado sin quitarme una sola prenda de ropa. No solo había estado evitando desnudarme frente a él, sino que había descubierto que tenía un maldito fetiche.

Desabroché sus pantalones para tocarlo cómo él me tocaba a mí. Los gemidos que emitía cuando tomaba su miembro entre mis manos me excitaban todavía más si era posible. Aunque sentirlo temblar de placer en mis labios me gustaba todavía más.

Nos acariciamos el uno al otro durante un rato, hasta que la necesidad de sentirnos se apoderó de nosotros. Pronto su ropa estuvo tirada en el suelo, junto a mi tanga y mis medias. Lo empujé para que se tumbara en la cama. Él estaba duro contra mí cuando me moví sobre él, sin llegar a la penetración. Tenía los pezones duros y excitados, quería sentir su lengua sobre ellos, pero me resistí. Hal sabía que no quería descubrirme los pechos y aunque me los tocaba por encima de la ropa, nunca insistía en más.

—¿Quieres hacerlo sin condón? —le pregunté. Ahora que sabía que solo estaba conmigo, prefería usar otro método anticonceptivo—. He estado tomando pastilla.

Hal se incorporó sobre sus antebrazos, sorprendido. Frunció un poco el ceño.

—Se lo comenté a la doctora Martínez. No tienes que preocuparte por los antidepresivos. Ella dijo que estaba todo bien.

Entonces asintió, algo más relajado.

—Me hice pruebas después de Nadia, por si acaso... —aclaró—. No tengo nada... ya sabes.

No me gustaba oírle hablar de ella. Era egoísta y absurdo, pero odiaba pensar en ella con Hal. Odiaba saber que la había besado a ella antes que a mí, que le había hecho el amor, que la había amado y jurado amor eterno. Lo odiaba y ni siquiera sabía  el porqué. Solo era mi amigo.

—¿Está todo bien, Laia? —me preguntó, pues me había quedado en silencio.

—Sí, perfecto.

—Ven aquí, sweetie.

Me sujetó de las caderas con firmeza. Me alcé un poco, y jugueteé con su punta en mi entrada, hasta que me deslicé sobre su polla y él empujó las caderas para que sintiera cuán grande era su deseo.

Todas las palabras obscenas que soltó después sobre cómo le gustaba sentirme me aceleraron todavía más. Esa lengua que besaba como si estuviera rezando, también podía ser muy sucia. Mi falda nos tapaba, pero bajo ella, Harald estaba completamente dentro de mí.

Me incliné sobre él para besarle el cuello.

—Esta noche domino yo —le susurré.

—Soy tuyo, haz lo que quieras conmigo.

Y vaya si lo hice. Al menos durante un rato, el tiempo que duró su paciencia y cordura. Admito que me deleité. Moví las caderas sobre él con movimientos suaves, que lo probaban con paciencia, como si fuera un dulce que no deseaba que se acabara nunca.

El corazón comenzó a golpearme con mucha fuerza, y ese placer intenso que me invadía cuando estaba con él, se transformó en una caricia cálida. Sus ojos azules se encontraron con los míos, y descubrí que podía perderme en ellos. Eran inmensos, como el mar, como el cielo, como Harald en sí mismo. Como perderte en un cuadro y darte cuenta de que podrías pasarte la vida conversando con un lienzo. Sostuvimos la mirada durante un rato, al tiempo que nuestros gemidos, que eran tan suaves y placenteros como mis movimientos, parecían los susurros de dos almas anhelantes.

El aire se volvió más leve, y tuve que contenerme para inclinarme a besarle, porque eso habría sido demasiado íntimo. Me asusté. Así que me detuve, un poco aturdida, intentando descifrar si Hal estaba pensando lo mismo que yo. Si lo pensó, no dijo nada, pero tiró de mí y me abrazó con fuerza mientras movía las caderas salvajemente contra mí. Quería moverme, quería replicar a sus embestidas, pero eran tan intensas que me fue imposible. Eso me gustaba. Y aunque me dijo que era mío, me reclamó con su cuerpo durante toda la noche, como si pretendiera que yo fuera suya. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro