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25. Fastidio


Se marchó.

Laia se marchó y no hice más que mirarla desaparecer entre la gente, hasta que se desvaneció como si no hubiera sido más que una ilusión.

Me quedé anclado en el suelo. Mudo.

Esa fue la gota que colmó el vaso aquella noche. ¿No había tenido suficiente con Nadia? No, tenía que venir Kat a joderme la puta Nochevieja.

Di un golpe sobre la mesa cuando volví a unirme a mis amigos en el restaurante.

—Se ha ido —le dije a Kat, sin esconder mi ira—, ¿estás contenta? Espero que sí.

—Oye, ¿pero qué te pasa? ¿Y qué le pasa a ella? —replicó a la defensiva.

Apreté los puños y me contuve para no levantarme de nuevo.

Adoraba a Kat, pero a veces se pasaba de la raya. No tenía filtro ninguno y me estaba cansando de no midiera sus palabras. Hay pensamientos que es mejor guardarse para uno mismo.

—¿En serio, Kat, en serio? ¿Y te haces llamar Psicóloga? ¿Tú?

—Tu amiga es una borde y tú, no tienes derecho a cuestionar mi trabajo. ¿Qué no sabe de donde es el vestido? Claro que lo sabía y no quería decírmelo. Ni siquiera sabe mirar a los ojos cuando le hablan. La verdad es bastante desagradable, si me preguntas.

—El caso es que no te estoy preguntando lo que opinas de mi amiga.

Kat masculló algo que no entendí y puso los ojos en blanco.

—Kat, relájate —le dijo Killian, que intentó hacer que volviera a sentarse—. No la conoces y como sea ella a ti te debe dar igual. Es cosa de él.

—No me da igual. Siempre acaba metiéndose con las mujeres más problemáticas. ¿Es que no aprendes, Harald? ¿Te gustan los traumas o qué?

¿Los traumas? Kat tenía las expectativas de sus relaciones demasiado altas, cosa que siempre acababa en desastre porque todas sus relaciones, eran cortas, intensas y dramáticas porque siempre encontraba algo tóxico en la otra persona. Valentino no le duraría más de un mes, si es que tenía suerte. Estaba llevando sus ideales de "relaciones sanas" a un punto que era imposible de alcanzar, porque las personas tienen matices grises. Todas las malditas personas lo tienen.

—¿Me estás jodiendo, Kat? ¡Encuentra a la puta persona perfecta y presentámela! ¡Te vas a morir buscando porque solo ves lo malo de la gente!

—Estás hablando como un imbécil.

—¿Y tú te escuchas a ti misma?

—Solo quiero lo mejor para ti, y claramente...

—No, no, no... No sigas por ahí. Laia estaba nerviosa, ha estado temblando toda la cena y en vez de intentar darle una oportunidad a alguien que ni siquiera conoces, vas y haces esto. Eres una bocazas.

Había llegado al límite con eso. Aceptaba sus consejos, pero no quería que se metiera en mi vida de ese modo.

La muchacha se llevó las manos a los labios, sorprendida. Supongo que entendió lo que le quería decir. Obviamente, no iba a dar detalles sobre lo que le pasaba a Laia en medio de toda esa gente. No era asunto de ninguno de ellos.

—¿En serio?

No contesté, me limité a mantener la mirada con ella.

No me extrañaba que a Laia cada vez le costara más abrirse a las personas. El trato que recibía era, de todo, menos comprensivo.

—¡Pues tú podrías haberme avisado! ¡No me eches la culpa solo a mí!

—Es que no debería avisarte de nada, Kat. Lo que le pase a ella no es tu puto problema. No deberías tener que saber cuál es el estado de la salud mental de una persona para tratarle bien. ¡No deberías!

Kat no contestó. Se limitó a negar con la cabeza y a tragarse sus palabras con orgullo, como siempre hacía. Le encantaba dar consejos, pero odiaba que le dijeran a ella que había hecho algo mal.

—Me voy —resoplé.

—Venga Hal, no te vayas —Killian intentó poner paz, como siempre—. Quédate con nosotros. Nos iremos a una discoteca después de cenar y después de unas cuantas copas ya estaréis los dos más tranquilos. Además, estoy seguro de que lo arreglarás con Laia.

—Killian, no tengo ganas de paz. Estoy harto.

No insistieron más y fue un alivio, pues me hubiera ido de todas formas.

Pasé fin de año con el televisor encendido y La comunidad del Anillo emitiéndose en la pantalla. Había perdido la cuenta de las veces que la había visto.

Me contuve varias veces de escribir a Laia. Un "lo siento" no parecía suficiente. Nada lo parecía.

Dormí poquísimo. No solo por Laia y Kat, sino por Nadia.

¿Un año y medio? ¿En serio?

Increíble.

No las había dicho en voz alta, pero había pensado en todas esas palabras. Zorra. Traidora.

A todas las cosas negativas, se le sumó que, para colmo, me tocó guardia en urgencias de psiquiatría el día uno de enero. Debería haberlo pensado antes de hacer horas extras la mañana anterior, pero para cuando me di cuenta, ya era tarde.

Odiaba las urgencias en días como ese. No tuvimos ni un momento de pausa y cuando llegó mi descanso, no me podía creer que existiera algo llamado paz.

Salí del edificio para comprarme un café para llevar a una de las cafeterías que había en frente. El que servían en el hospital no estaba mal, pero quería que me diera un poco el aire. Todavía estaba intentando asimilar lo desastrosa que había sido la noche anterior.

Me apoyé en una de las jardineras de la entrada del hospital, porque no quería encerrarme en la cafetería.

No sabía si debía intentar hablar con Laia. ¿Qué demonios iba a decirle? Sabía que estaba mal. Estaba fatal. Pero se sentía condenadamente bien salir con ella.

Era un entrometido.

Debí dejarla en paz.

Algo jodido porque me gustaba hablar con ella y la deseaba. Sería un mentiroso si dijera que no se me calentó la sangre cuando la vi con ese vestido en fin de año. Me imaginé acariciando sus piernas y levantando su falda. La hubiera besado de nuevo, para embriagarme del sabor de su lengua. Despedir el año entre sus piernas hubiera sido un gran plan.

Sacudí la cabeza, intentando deshacerme de aquellos pensamientos que solo me traerían problemas. No iba a acostarme con ella de nuevo. No podía.

Me tensé cuando vi a Olek, que se acercaba a mí con paso decidido desde el otro lado de la calle, como quien acecha a una presa.

Tenía el ceño fruncido y los puños apretados, pegados a su pecho, pues había cruzado los brazos.

«¿Viene a pelear?»

Lo parecía y yo nunca había destacado por saber desenvolverme en una pelea. Pensé en evitarle y entrar al hospital, pero me quedé. Al fin y al cabo, no era yo el que se había revolcado con la esposa de otro.

—Hola —su saludo sonó casi como un grito. Creo que disimulé mi sobresalto.

Saludé por lo bajo y disimulé que tenía algo que mirar en mi teléfono. No había una sola notificación. Kat no tardaría en pedirme aclarar las cosas.

—¿Qué quieres, Olek?

Se aclaró la garganta.

—Nada tío, que... lo siento. Yo no sabía que estaba casada.

Me reí con ironía. Esa no la esperaba.

—¿Y el anillo? ¿No te fijaste nunca?

—Mira, la primera vez no me fijé, así que no tengo ni idea de si lo llevaba. Estaba muy distraído con... Bueno, es que... estaba mirando otras cosas.

—Sí, estabas teniendo sexo con ella. Sí. Lo pillo.

Emitió un gruñido molesto, o avergonzado. No me quedó claro.

—Pero te juro, que después de eso no lo tenía. Te lo juro. Yo no hubiera tenido nada con ella si hubiera sabido que estaba casada. No me enrollo con mujeres casadas. Creía que era mi novia.

Eso lo complicaba todo un poco más, pero al mismo tiempo, me ponía las cosas muchísimo más fáciles en cuanto a mi decisión de obtener ese divorcio. En cuanto a la complicación, mis sentimientos. Joder.

¿Era la palabra "joder" una buena para definir esa sensación de que me habían estrujado el corazón?

Ni puta idea.

—Gracias por decírmelo, Olek. Es interesante saber que Nadia tenía una doble vida.

No se me ocurrió qué más decir. ¿Acaso había otra cosa? Podría insultarla, maldecirla por todo lo alto y decir que la odiaba. Podría haber hecho infinidad de cosas y tan solo hice una: suspirar.

—Lo siento, de verdad —repitió Olek—. Puedes darme un puñetazo si quieres. Supongo que me lo merezco por follarme a tu mujer.

Se lo di. Ni siquiera lo pensé mucho. Fue como si un petardo explotara dentro de mí. Putos fuegos artificiales.

—Disculpas aceptadas —contesté, sacudiéndome la mano. En realidad, incluso me hice daño.

Olek se llevó la mano al rostro y dio un traspié, pero en lugar de molestarse, soltó una carcajada divertida.

Byald —masculló—. Tío, apúntate a boxeo. Cuanta rabia acumulada.

No era mala idea. Olek sacó un cigarrillo, lo encendió y se lo llevó a los labios.

—¿Quieres uno? —me preguntó.

—No fumo —contesté, llevándome el café a los labios. Tenía una sola adicción, y era ese maldito líquido marrón. No pensaba sumar otra al repertorio. Una que podía matarme.

—Nadia está muy enfadada y joder... ¿Tiene un carácter difícil, eh? —opinó, después de un largo silencio.

—Y que lo digas... ¿por qué está enfadada?

—No tengo ni idea —contestó—. Es decir, sí, creo que sé por qué está enfadada, pero no tiene mucho sentido. Más bien, está molesta consigo misma.

—Me he pasado los últimos años intentando averiguar por qué se enfada. Espero que tú tengas más suerte que yo.

—Creo que es rabia. Me jode pensar que yo solo soy un entretenimiento con el que se ha divertido mientras su marido estaba a otra cosa.

—Yo no estaba a otra cosa, Olek.

No me miró. Tampoco contestó a eso, sino que preguntó otra cosa:

—¿La quieres?

¿La quería? Me di cuenta de que esa pregunta era muy difícil.

—No lo sé. Creo que no. O sí. Me siento demasiado traicionado como para pensar en eso. ¿Y tú?

—Yo... yo si la quiero, pero, joder. Estaba con los dos, tío. ¿Qué hago? Dice que me quiere a mí, pero está obsesionada contigo. Es decir, no deja de hablar de que tú no le prestabas atención y que tú le engañaste primero y no quieres aceptarlo y... No quiero ser el segundo plato de nadie. No entiendo muy bien qué debo hacer.

Respiré hondo. Al parecer, a él tampoco le iba muy bien.

—Si la quieres, toda tuya. Yo ya he tramitado la petición de divorcio. Olek, es... Nadia es increíble. Sé, lo que es estar enamorado de ella. Es embriagador, pero le gusta sentirse una diosa. Quiere que estés a sus pies a todo momento y tiene un carácter complicado.

—Ya veo —suspiró—. No te quito más tiempo. Solo quería decirte que lo siento. Nunca me metería con una mujer casada a conciencia.

Asentí.

—Puedes irte en paz, Olek. Nos hubiéramos divorciado de todos modos. Contigo o sin ti.

—¿Se enfadará mucho si la dejo?

Me encogí de hombros.

—Seguramente.

—Ah, mierda —masculló mientras se marchaba.

Mentiría si dijera que no sentí satisfacción al saber de las intenciones de Olek. Tampoco me arrepentí de pensar que Nadia se merecía quedarse sola por lo que había hecho. Por lo que me había hecho a mí

Esa tarde me llegó un mensaje:

Kat [4:59 PM]:

Tenemos que hablar. Sin drama. Sin alcohol.

¿Pizza en casa de Lenn?

Harald [5:00 PM]:

Ok.



🍪🍪🍪

Kat llegó a las siete con tres pizzas de queso entre las manos. Se había deshecho de sus particulares moños y llevaba los cabellos pelirrojos sueltos y ondulados. Esbozó una mueca arrepentida, pero orgullosa. A esa hora, Lennart estaba preparando a Chris para ir a la cama, así que nos sentamos frente al sofá, intentando hacer el menor ruido posible.

Corté la pizza en silencio, mientras me debatía en sí empezar a hablar o esperar a que ella dejara su orgullo a un lado.

—Nunca acepté que Nadia te insultara en mi presencia—dije finalmente—. Tampoco voy a aceptar que tú critiques a Laia.

Ella suspiró.

—Lo siento mucho, Hal. Fui una estúpida. He estado pensando y no... no debí decir eso —se disculpó—. No pretendía herir a Laia.

—¿Cómo se te ocurre decir esas cosas en medio de un restaurante? Si tienes algo que decirme, puedes hablar conmigo en privado. Somos amigos, Kat. De toda la vida.

—Lo sé. Lo siento.

—No sé como demonios se te ocurrió hacer eso.

—Tan solo me molestó. Joder Hal, me sentí muy incómoda durante toda la cena. Era como si la estuviera molestando.

—No la molestabas. Ella estaba tan nerviosa e incómoda como tú.

—No me di cuenta. No sé, la situación es complicada y estoy preocupada. Y ella era seria, borde y rara. No me lo tomé bien y no actué bien.

—Tú también eres borde cuando te lo propones, Kat. No me parece bien que seas tan dura con ella.

—Creía que estaba celosa por nuestra cercanía.

—No te creía tan básica y no pensaría eso de ella —le respondí—. ¿Por qué iba a estar celosa? No tiene motivos. Es mi amiga igual que tú. Y aunque fuera algo más, ella no es así.

—No voy a intentar excusarme, ¿vale? Solo quiero que sepas que no volveré a hacer algo así.

Suspiré.

—Está bien. Yo también siento haberte gritado.

—Tenías tus motivos. Yo también me hubiera enfadado si hubieras ahuyentado a mi cita de fin de año y hubiera acabado pasando la noche sola.

Asentí con la cabeza, pero no añadí nada más. En su lugar, encendí el televisor y me comí un pedazo de pizza.

—¿Y Valentino? —le pregunté.

—Hemos vuelto. A medias. Algo raro.

—¿Y eso?

Se encogió de hombros.

—Creo que me pasé de dura con él. Quiero volver a intentarlo.

Eso sí que era una novedad.

Kat dejó el trozo de pizza que se estaba comiendo sobre la mesa y se cruzó de piernas sobre el sofá. Me miró seriamente, juntando las manos.

—Te voy a hacer una pregunta y me encantaría que fueras sincero —dijo.

—Dime.

—¿Te gusta Laia?

—No.

—¿Por qué te engañas?

—No me estoy engañando. No estoy preparado para una relación y...

—Harald, has tenido sexo con ella.

—¿Y qué?

—No seas capullo.

—No soy capullo. Ella no quiere nada conmigo. Yo no quiero una relación. Somos amigos. Ya está. ¿Por qué tienes que buscarle los tres pies al gato?

—Porque estás en proceso de divorcio y ella es tu paciente.

—Que no me...

—Harald, sé sincero contigo mismo, joder. No te estoy preguntando si quieres pasarte la vida con ella. Que no quieras tener una relación ahora mismo no significa que no pueda gustarte. Que ella no quiera nada serio ni repetir lo que sucedió tampoco significa que no pueda gustarte. No seas crío, por favor.

—Kat tiene razón —Lennart apareció en el comedor.

—El que faltaba... —mascullé.

Lenn se acercó a nosotros y se acomodó en el sillón junto al sofá.

—¿Lennart tú sabes...? —le preguntó Kat.

—Lo sabe todo. No hace falta que te cortes —la informé.

—Oh, genial. Entonces sigo.

—Por favor, hazle entrar en razón —pidió Lenn.

—Es simple —continuó Kat—, ¿te gusta esa chica? ¿Te atrae sexualmente? ¿Quieres volver a acostarte con ella?

—Sí.

—¿Sí a qué?

—A todas las preguntas.

—Entonces no puedes volver a verla como su psiquiatra —dijo Kat.

—Si yo no quiero ser su psiquiatra —les dije.

—¿Y por qué lo haces? —me preguntó Lenn—. A ver, si no quieres ser su psiquiatra, cambiala de médico y sigue quedando con ella. Tu problema se soluciona rápido.

—¿Para qué? Ella no quiere nada conmigo. Es para apoyarla, porque ella no se ve capaz de hablar con nadie más.

—No la ayudas así. —respondió él.

—Ella me lo ha pedido.

—Harald, no puedes hacer las cosas solo porque ella te lo pida —opinó Kat—. Ten un poco de amor propio. Estás poniendo en riesgo tu carrera y tu integridad.

—No si solo somos amigos.

—Aunque solo seáis amigos. Sigues engañándote a ti mismo. ¿Eres consciente de que eres el único en esa relación que puede salir mal parado? ¿Eres consciente de que lo que estás haciendo puede incluso ser un delito?

—¿Qué mierda dices, Kat? ¿Estás loca? Cómo va a ser delito que... Joder.

—No te puedes volver a acostar con ella si no acabas con esa relación médico-paciente —sentenció Lennart—. ¿Lo tienes claro?

Puse los ojos en blanco.

—Yo os he dicho, que no voy a acostarme más con ella, de hecho, ni siquiera sé si voy a volver a quedar con ella. Pero está bien, pondré distancia. Y aun así, todo lo que ha pasado ha sido fuera del hospital, de hecho todo lo que sé de ella ha pasado fuera de la consulta. No... no soy un perturbado que se pone a ligar con su paciente en una consulta. ¿Por quién me tomáis?

—Por eso mismo Hal, porque no lo eres no queremos que te metas en problemas. Esta situación se te va a ir de las manos —dijo Kat.

—Está bien. Sí, tenéis razón. Hablaré con Jenkins y le diré que no puedo llevarla.

Hablé con Jenkins la mañana siguiente, pero se negó a apartarme del caso y se limitó a decirme que él llevaría a Laia conmigo presente, para que pudiera aprender para la próxima vez. Insistí, en que no era necesario y que podía intentar con otros pacientes, pero fue imposible. Ninguno de mis motivos le parecían válidos y el motivo real, no podía decirlo.

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