11. Debería haber tirado el vino
Todavía estaba intentando entender por qué demonios le había hablado, cuando me vi envuelta en una lectura conjunta de lo más rara.
En realidad no era tan extraña porque ya no era mi psiquiatra. Había cancelado las sesiones por él. Le había contado demasiadas cosas de mí y eso me había gustado al principio. Pero entonces nevó, y me sentí como una idiota, porque la única persona que me escuchaba era alguien que tan solo tenía un interés profesional. Yo no le importaba realmente. Sabía que si volvía a acudir a esa consulta, quizás Kaas acabaría importándome más de lo que debía. La conversación que tuvimos en el parque todavía estaba en mi cabeza.
«¿Sueles pensar que lo que hacen los demás es culpa tuya?»
Sí, Harald, sí. El mundo responde a mis actos de formas desagradables porque yo provoco que lo sean.
Después de cancelar las citas, estuve ordenando la librería del salón. Ya ni siquiera me cabían los libros y tuve que hacer un extraño montaje, intercalando pilas de libros en vertical y horizontal, hasta que encontré un hueco para Elantris. Durante el proceso, me topé con Frankenstein, luego con Drácula y El Retrato de Dorian Gray. Volví a pensar en él. Tenía varios clásicos considerados góticos de los que Harald me había hablado, todos traducidos al español.
Me contuve y en un primer momento logré no escribirle. Pero en cuanto anocheció, tomé la estúpida decisión de abrir una botella de vino.
Y allí estaba. Enredada por completo en algo que había intentado evitar, mientras mi gato, Jemmy, me miraba con desaprobación. El animal tenía tan solo unos meses, cuatro o cinco, quizás. Adoptarlo fue lo primero que hice al llegar a Londres. Lo abandonaron junto a sus hermanitos en un callejón, y estaba al borde de la muerte. Por suerte lo encontraron y la protectora la acogió. Era pequeñito, gris, y peludo. Y lo mejor, es que era muy cariñoso. Se subía a mi pecho o se acurrucaba en mi cuello para dormir. Me seguía por toda la casa y siempre estaba a mi lado.
—Eres bastante tonta, Laia. Hasta el gato se ha dado cuenta —me dije a mí misma.
Subí el volumen de la serie romántica que estaba mirando. Era coreana, de esas en las que tienes que tragarte quince capítulos de una hora cada uno para que los protagonistas se toquen la mano. Era desesperante. Me encantaban esas series, pero no podía negar que me pasaba el mismo tiempo gritando "besaos ya" que "oh, qué tierno".
Harald volvió a escribirme. Esperaba que la imagen esa del perro de juguete le hubiera despistado lo suficiente para dejar de lado el tema de la lectura. Al parecer no.
Harald [7:20 PM]:
¿Entonces?
¿Leerás conmigo el libro?
Laia [7:21 PM]:
Está bien.
Harald[7:22 PM]:
Te llamo el jueves a las ocho y comentamos.
Laia [7:23 PM]:
¿Pero no iba a ser por chat?
Harald [7:24 PM]:
Ya no.
Me has rechazado.
Ahora te llamaré. 😎
Laia [7:25 PM]:
Vale.
Cedí. Ni siquiera sé por qué. Una parte de mí quería negarse, la otra, pensaba que era divertido. Algo que nunca había hecho y que, en cierto modo, me picaba la curiosidad. El retrato de Dorian Gray no era cualquier libro. ¿Tendría Harald un lado filosófico intenso?
—He perdido la cabeza —me dije.
No podía dormir.
La novela que había estado leyendo descansaba abierta sobre el reposabrazos del sillón del salón. Pasé las piernas por encima del reposabrazos contrario del sillón, y quedé acunada, pero, la novela se cayó al suelo de un golpe. La dejé ahí. Era un romance sencillo, cliché, predecible y con una exagerada cantidad de escenas de sexo. De los que me gustaban cuando lo último que quería hacer era pensar. Eran un entretenimiento perfecto.
Comencé a releer los mensajes de Hal. Una idea influida por la segunda copa de vino . Eran los primeros que recibía en meses y aunque eso me hacía sentir bastante masoquista, era agradable ver una conversación en mi bandeja.
«No deberías beber con la medicación que te receté». Sí, seguramente me diría algo así si le hablaba. Pero no iba a hacerlo, y esa noche, no quería tomarme la pastilla. Quería saber si podía dormir sin ella.
Comencé a ojear los chats de los últimos meses y enseguida me arrepentí. Esos mensajes los había recibido a mi antiguo número de teléfono, pero como no cambié de aparato, todavía los conservaba. De hecho, mi número británico, tan solo lo había compartido para clientes. Harald era la única persona que lo tenía fuera del ámbito laboral.
El mensaje más reciente, de hacía tres meses, era de mi prima, que me escribía para preguntarme si sabía algo sobre mi padre. No, no sabía nada de él y tampoco tenía ganas de saberlo. Seguí deslizando hasta que me encontré con el chat de Aina, la que había sido mi mejor amiga. El último mensaje era de hacía cuatro años: julio de 2019. "¡Bajo a la piscina del hotel en media hora, no te duermas en el jacuzzi!" acompañado de un emoticono de corazones. Eso fue lo último que me envió. No habíamos vuelto a hablar después de que subiera a la habitación a buscar crema solar y la encontrara con la polla de mi novio en la boca.
El resto fueron gritos. Míos. Sobre todo míos.
Ni siquiera sabía por qué no había eliminado el chat. Debería haberlo hecho.
No seguían juntos, ni siquiera lo estuvieron. Lo denominaron como "un juego sexual morboso en el que no había sentimientos". Sin duda, ellos no tenían sentimiento alguno.
Respiré hondo y eliminé el chat. No podía seguir con eso ahí. No era... ¿bueno?
Ni idea.
También encontré el de Blake. Su último mensaje fue "Te amo, Laia. Perdóname, por favor". No sabía si hubo más. Lo bloqueé antes de poder recibirlos.
En un chat apareció la palabra escribiendo. Y mentiría si dijera que no me sobresalté y que mi corazón no dio un vuelco. Incluso me entraron sudores fríos.
—Mierda —susurré y me tapé la boca con la mano.
Tiré el móvil al suelo, era eso, o la copa de vino. Creo que era la tercera de esa noche.
«Igual debería parar de beber vino sola».
Hal estaba escribiéndome a medianoche.
¿Dejar de estar en línea sería muy patético? No me daba tiempo.
«Tendría que haber tirado el vino».
No se rompió de milagro.
Harald [0:20 AM]:
¿Crees que si hubiera pasado más tiempo en casa, Nadia no me hubiera engañado?
Se me hizo un nudo en el estómago. ¿De verdad se estaba cuestionando eso? Me odié por sentir lástima.
Laia [0:21 AM]:
No lo sé.
Cuando Blake me engañó pensé que era porque no era lo suficiente guapa.
¿Crees que si hubiera sido más guapa no me hubiera engañado?
Harald [0:22 AM]:
No necesitas ser más guapa, Laia.
Ya eres preciosa.
Y haber tenido el rostro de una modelo no hubiera evitado que te engañara.
Laia [0:23 AM]:
Ahí lo tienes.
Si hubieras estado más tiempo en casa, quizás también te hubiera engañado.
Harald [0:23 AM]:
Tienes razón.
Pero...
¿Por qué me siento tan culpable?
Laia [0:24 AM]:
No lo sé.
Yo también me sentía así.
Harald [0:25 AM]:
¿Cuándo dejaste de sentirte así?
Laia [0:25 AM]:
No lo hice.
Harald [0:26 AM]:
No fue tu culpa.
Laia [0:26 AM]:
Lo sé.
Pero mis pensamientos racionales son muy contrarios a mis emociones.
Es una mierda.
Harald [0:27 AM]:
Sí, lo es.
Quise terminar la conversación ahí, pero el alcohol me había subido, lo suficiente como para que siguiera.
Laia [0:27 AM]:
¿De dónde es tu nombre?
Harald [0:28 AM]:
Mi padre era de Dinamarca. Mis hermanos y yo tenemos nombres daneses.
Dato curioso:
Mi apellido significa queso en holandés . 😅🧀
Laia [0:28 AM]:
Eso explica por qué eres tan alto.
¿Queso? 😂
Harald [0:29 AM]:
Altura: Genes nórdicos.
Queso. Sí, queso. 🤣
Laia [0:30 AM]:
¿Era?
Harald [0:31 AM]:
Mi padre murió cuando yo tenía cinco años.
Laia [0:31 AM]:
Lo siento.
Harald [0:32 AM]:
No te preocupes
No dije nada más por un rato. Pero él parecía no tener ganas de terminar la conversación, así que envió otro mensaje.
Harald [0:51 AM]:
¿Y tu nombre?
Laia [0:52 AM]:
Catalán. Soy de Barcelona. Allí... crecí. Digamos.
Harald [0:52 AM]:
Sol y playa😍
Laia [0:53 AM]:
Eso ha sido de guiri básico.
Harald [0:53 AM]:
Apuesto lo que quieras a que soy un guiri básico.
Aunque no sé lo que es eso.
Laia [0:54 AM]:
Jajajaja es una tontería.
Es la forma en la que llamamos a los extranjeros turistas.
Harald [0:54 AM]:
Soy un extranjero turista básico.
Te lo juro.
Honro a mi país en eso.
Laia [0:55 AM]:
Odio admitir que me he reído con eso.
Harald [0:55 AM]:
Ya puedo dormir tranquilo entonces.
Laia [0:55 AM]
¿?
Harald [0:56 AM]:
Te he hecho reír😉.
Es una victoria para mí.
¿Me estaba volviendo loca o ese psiquiatra estaba coqueteando?
Me estaba volviendo loca.
Demasiado vino.
La otra opción era imposible. El pobre hombre estaba intentando superar su divorcio.
Me quedé mirando la pantalla. ¿Qué debía contestar a eso? Era bastante extraño, aunque a decir verdad, yo era la única que estaba imaginando cosas. Era imposible. Era un profesional. Pero yo había cancelado las sesiones, así que en realidad ya no era su paciente y ...
«Necesito más vino. O no, quizás estoy alucinando por el alcohol».
Mejor no contestar.
Sí.
Quizás lo mejor era quedarse callada. Pero no podía dejarle en visto, después de eso podría pensar que era una borde, o que... quizás después me odiara.
No sé cuántas veces leí ese maldito "te he hecho reír, victoria para mí", antes de decidir que le daría, me gusta al mensaje, pero no lo contestaría. No sabía qué decir.
«Oh, por Dios es ridículo. ¿En serio te estás volviendo loca por un maldito mensaje?».
Ese hombre decía cosas que me dejaban totalmente desprotegida. Esa era una verdad.
Harald [1:02 AM]:
Buenas noches, Laia.
Piensa en mí si tienes pesadillas 😊
—¿Pero qué...? ¿Qué piense en él? Este chico sí que necesita un psiquiatra. No yo.
O quizás soy yo, que ya no sé como habla la gente entre amigos.
Harald [1:03 AM]:
Perdón, eso ha sonado raro.
Quiero decir que te acuerdes de que puedes hablarme.
«Ah, era eso. Eres una malpensada, Laia».
Contesté con un simple "Vale, gracias. Buenas noches" y me llené una cuarta copa. Agarré la novela e intenté seguir leyendo. Resoplé.
—No aguanto a la protagonista. Se parece mucho a mí. Puta pesada traumada. —Lancé el libro por los aires y me levanté.
La nieve seguía cubriendo la ciudad, el vino sabía cada vez más dulce y pensé que quizás debería comprar condones.
«¿Por el psiquiatra?».
Era poco probable. Pero ese maldito libro me había tentado. Echaba de menos a la antigua Laia y sus experiencias picantes. Extrañaba su espontaneidad y había descubierto, que podía forzarla a salir más de lo que me pensaba.
El amor no era para mí, lo tenía más que claro. Pero, ¿el sexo? El celibato iba a volverme lunática.
Esa noche me descargué una App de "citas".
"Solo quiero sexo, nada de besos, ni de amistad. Si no me hablas, mejor. Gracias".
No había recibido tantas notificaciones en la vida.
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