Capítulo 9. ¿Dónde está el rubio?
—El lugar está más que lleno. Me gustaría presumir de mi sistema de marketing, pero no tenía dudas de que funcionaría —alardeó la pelirroja, entrando a la oficina con paso firme—. En dos días organicé este evento lujoso y implementé un sistema de promoción exquisito. Anda, dilo: soy genial, ¿o qué?
El castaño, sentado frente al escritorio, parecía ignorarla mientras ajustaba su antifaz color azul claro y metálico, especial para la ocasión.
—Cómo sea... ¿Estás listo, guapo? O debería decir... "Dragón Oji-Azul" —añadió ella con una sonrisa traviesa.
—¿Y tú? "Dragón Oji-Violeta" —respondió él, entregándole un antifaz del mismo color que los ojos de la chica.
—Qué detallista —se burló suavemente, pero aceptó el accesorio y se lo colocó remplazando el plateado que tenía—. Ahora sí, me siento con autoridad aquí. —Consultó el reloj en su muñeca y añadió con prisa—. Ya son las once. Es hora de tu reporte, Joaquín.
—Es un discurso —aclaró Kaiba con un ligero suspiro, poniéndose de pie.
—Lo que sea, Dragón. Vámonos. —Lo tomó del brazo como si fueran pareja, tirando de él hacia la puerta.
El ascensor los llevó al piso inferior, donde los esperaba la gran sala llena de clientes y trabajadores. A pesar del contacto casual, muchos notaron el agarre entre ambos, generando murmullos apenas perceptibles.
—Todo listo, señor —anunció un hombre vestido con un antifaz magenta, conocido como "Dragón Carmesí", entregándole un micrófono.
La pelirroja aprovechó para dar instrucciones al oído de uno de sus asistentes:
—Antón, en cuanto termine su discurso, subiremos a la azotea. Quiero todo perfecto, sin una sola flor fuera de lugar. También asegúrate de que nadie esté ahí.
—Entendido, señorita —respondió aquel hombre con antifaz plateado, con una inclinación.
De repente, las luces se apagaron, y un reflector iluminó a Kaiba en el centro del escenario.
—Bienvenidos nuevamente a la Semana de la Rosa, un evento trimestral donde nuestros clientes nuevos y frecuentes disfrutan de privilegios exclusivos en este club —comenzó Kaiba con voz firme—. Como siempre, es un placer recibirlos y agradecerles por su preferencia. Este evento fue preparado con esmero para su deleite.
Los aplausos llenaron el lugar, y Kaiba continuó:
—Hoy, tenemos el honor de contar con una invitada especial, quien organizó esta edición de la Semana de la Rosa en tiempo récord. Les pido un fuerte aplauso para "Dragón Oji-Violeta".
La pelirroja subió al escenario entre aplausos, lanzando una sonrisa confiada al público.
—Gracias por esa inesperada presentación —dijo con tono juguetón, tomando el micrófono—. No me queda mucho por agregar, excepto que espero que disfruten de la mejor Semana de la Rosa hasta ahora. Y, si mis servicios como organizadora de eventos les agradan, pueden contratarme... si sus billeteras lo permiten, claro. —Hizo una pausa, dirigiéndole una mirada traviesa a Kaiba, provocando risas entre los asistentes. Antes de bajar del escenario, de regresó el microfono al CEO.
— Antes de inaugurar esta semana, quiero pedirles una disculpa a todos por las molestias que les pueda causar que el ático esté cerrado por hoy. No daré detalles, pero les aseguro, que para mañana estará accesible para todos.—hizo una pausa, como si estuviera pensando en cómo continuar— Sin más, quiero recordarles que aquí hay reglas. Si las rompen, no dudaré en expulsarlos, ya sean clientes o trabajadores. —Su tono se volvió serio, pero mantuvo la sonrisa enigmática—. Hay cámaras por todos lados, así que no olviden comportarse... discretamente.—un eco de risas bajas se escuchó entre el público— La semana de la rosa, está inaugurada.
Los aplausos se hicieron eco mientras el reflector se apagaba, las luces cálidas se encendían de nuevo, y las secciones del club se abrieron para los clientes. Algunos permanecieron en la gran sala; otros se dirigieron al restaurante, al sótano o a las habitaciones.
—Debemos correr —susurró la pelirroja apresurada.
—Dragón Oji-Azul —interrumpió un hombre de porte elegante, inclinando ligeramente la cabeza—. Es un placer asistir nuevamente a este distinguido evento.
—Búscalo —indicó Kaiba en voz baja, refiriéndose al rubio—. Subiré en cuanto pueda.—dejó a Dalia atrás mientras avanzaba unos pasos—Rey de Picas, gracias por venir...
—Esto no estaba en mis planes. ¡Kaiba! ¡Maldita sea! —gruñó la pelirroja entre dientes, mientras veía cómo el castaño era retenido por el invitado.
—Señorita, todo está listo —anunció Antón, acercándose a ella.
—Los planes cambiaron. No contemplé que un imbécil lo entretuviera con charlas vanas. Ve a las oficinas y localiza al rubio. Necesito encontrarlo ahora.
—Enseguida, señorita —respondió el asistente antes de desaparecer entre la multitud.
Con una mirada calculadora y un toque de impaciencia, la pelirroja ajustó su antifaz y se sumergió en la marea de invitados, decidida a retomar el control de la noche.
— "Joya amatista". Esta es su placa y su antifaz negro. Al salir, deberá entregarlos. Aquí tiene su vale para una rosa y ya que es nuevo, le proporcionaré un folleto del lugar. Ahí encontrará las reglas y un pequeño mapa del edificio. Este es su antifaz. Pase por aquella puerta para colocárselo y, una vez listo, podrá ingresar al club.
La recepcionista de antifaz plata hizo una pausa antes de continuar, señalando un pequeño mostrador a su derecha.
— En la ventanilla siguiente puede recoger su rosa negra de bienvenida con el vale que le proporcioné. Si lo desea, también puede adquirir más, aunque eso ya depende de usted.
Intrigado, el chico siguió la dirección que le indicó la recepcionista y se acercó al pequeño mostrador. Detrás de este, una joven de sonrisa impecable y brillante como su antifaz lo recibió con un gesto cortés y fue quien recibió el papelito que Yugi le extendía. Sobre el mostrador descansaba una pequeña bandeja forrada en terciopelo rojo, con varias rosas negras perfectamente colocadas, cada una luciendo un brillo artificial que resaltaba bajo las luces cálidas del lugar.
— Buenas noches, señor "Joya amatista". Aquí tiene su rosa de bienvenida —dijo mientras le entregaba con delicadeza la flor negra—. Su vale dice que es la primera vez que nos visita.
— Eh... sí, es mi primera vez aquí —respondió, observando la rosa entre sus dedos. El color negro profundo contrastaba con el ambiente lujoso y provocativo del club.
— Perfecto. Entonces, déjeme explicarle: las rosas negras son la moneda principal dentro del club. Con ellas, puede pedir a nuestros trabajadores cualquier cosa que desee, desde una charla tranquila, compañía para beber, un baile, o... algo más íntimo —sonrió con picardía al final, aunque manteniendo la profesionalidad—. Lo que usted necesite, ellos lo cumplirán siempre que les entregue una rosa.
El tricolor tragó saliva, sintiendo cómo el antifaz de pronto se le hacía más pesado.
— Ofrecemos distintos paquetes dependiendo de lo que desee disfrutar esta noche. Tenemos opciones que van desde "Ramillete básico", con tres rosas adicionales, hasta "Jardín exclusivo", que incluye quince rosas. También contamos con un paquete VIP que incluye beneficios adicionales, como acceso a las suites privadas y un descuento en ático, si es que decide usarlo.
Yugi asintió lentamente, algo sobrepasado por la información, pero curioso.
— Creo que con esta rosa estará bien por ahora... —dijo, aunque la expresión de la chica sugería que no era su mejor idea. — Gracias... —murmuró antes de retirarse hacia el cubículo para colocarse el antifaz y prepararse para lo que le esperaba más allá de esa puerta.
— Como guste. Solo recuerde que si desea adquirir más, puede regresar aquí en cualquier momento. Ah, y no olvide que a los trabajadores les agrada recibir más de una rosa. Eso les incentiva a brindar un mejor servicio... o prolongarlo, si así lo prefiere.
Yugi dio un paso atrás, sosteniendo la rosa como si fuera un objeto valioso. ¿Qué demonios hacía él en un lugar como este? Se sentía como un pez fuera del agua, pero también había algo en aquella atmósfera, en el terciopelo, los olores dulces y las luces cálidas, que lo invitaba a quedarse.
Entró en el pequeño cubículo que separaba la recepción de la entrada principal. La puerta se cerró tras él con un suave clic, aislándolo por un momento del murmullo tenue que flotaba en el ambiente.
Se quedó observando la placa que le habían entregado, notando el nombre que le habían asignado. "Joya amatista", pensó, recorriendo las letras con la yema de los dedos. No pudo evitar encontrarlo curioso, algo le decía que fue Joey quien lo registró con ese nombre, pero dejó el pensamiento de lado al centrarse en ajustarse el antifaz.
Se lo colocó con cuidado, asegurándose de que quedara firme, y sujetó la placa en la camisa. No quería destacar más de lo necesario en aquel lugar, pero algo en su pecho latía con una mezcla de nervios y expectación. Dio un último respiro profundo apretando la rosa en su mano y empujó la puerta que lo llevaba al pasillo.
El ambiente cambió de inmediato. Todo estaba bañado en tonos rojos y negros, como una declaración de lo prohibido y lo sensual. El suelo, cubierto de alfombras mullidas, absorbía cada paso, y las paredes de terciopelo le daban un aire íntimo, casi clandestino. Los sillones, de un lujo intimidante, se alineaban en las esquinas. Si eso era solo el pasillo, no podía imaginarse el gran salón.
Estaba a mitad de camino cuando vio a un rubio atravesar las puertas con una elegancia despreocupada.
— ¿"Cachorro oji-miel"? —preguntó en voz baja, sorprendido.
El rubio se detuvo, reconociendo la voz de inmediato. Giró sobre sus talones y, ocultando su reacción inicial, le dedicó una sonrisa ligera.
— Vaya, finalmente te animaste a venir.
— Espero no llegar tarde.
— Para nada. Esto dura toda la noche, hasta el amanecer. —Joey habló entre dientes al final, rodando los ojos con un gesto exagerado—. Ven, te daré un tour... y te presentaré a algunos conocidos que puedan... complacerte.
— ¡Joey! —protestó, dándole un suave golpe en el brazo, sus mejillas teñidas de rojo.
— Ok, ok, era broma. Pero en serio, quiero que conozcas a alguien.
— No voy a...
— ¡No te estoy pidiendo que hagas nada! Solo quiero presentártelo, te lo prometo. —Joey sonrió y, aclarándose la garganta, adoptó un tono ceremonioso—. Caballero, permítame darle la más cordial bienvenida al Black Rose Club. —Abrió la puerta con un gesto teatral—. Por favor, adelante y siéntase cómodo.
Yugi cruzó el umbral con paso vacilante, sus ojos agrandados por el asombro. El gran salón era incluso más opulento de lo que había imaginado. Candelabros de cristal iluminaban suavemente el espacio, mientras una música envolvente llenaba el aire con un ritmo embriagador.
— Wow... Todo es tan... lujoso.
— Sí, uno se acostumbra. Pero antes de que hagas algo, repasemos unas cosas importantes.
Joey levantó un dedo para enumerar mientras Yugi lo miraba con atención.
— Uno: Llámame "Cachorro" o "Cachorro oji-miel". Siempre.
— Dos: Aprovecha bien esa rosa.
— Tres: No te quites el antifaz.
— Cuatro: No le digas a nadie tu verdadero nombre, edad o cualquier dato personal.
— Cinco: No intercambies contactos con los trabajadores.
— Seis: Prohibido tomar fotos íntimas en las habitaciones.
— Siete: Si vas a... ya sabes, usa la venda. Siempre.
— Ocho: No te pierdas mi show —le guiñó un ojo con descaro—.
— Nueve: Ten cuidado con quién hablas. Este lugar está lleno de gente influyente. Cuida tus palabras.
— Y diez... Lo más importante: no bajes al sótano.
— ¿El sótano?
— Sí, el club está dividido en secciones: el lobby, el salón principal, el restaurante, las habitaciones, el bar, el ático y... el sótano. —Joey hizo una pausa, bajando la voz al mencionar la última palabra—. Cada área tiene su ambiente, pero el sótano es... distinto. Pesado. Un amigo mío tuvo malas experiencias ahí, y no quiero que te arriesgues, incluso si eres cliente. Así que prométemelo, ¿sí?
— Está bien, está bien. Lo prometo.
Joey lo observó un segundo más, como asegurándose de que hablara en serio, antes de continuar:
— Otra cosa. Es importante que distingas a los trabajadores de los clientes. Solo fíjate en su antifaz —señaló discretamente a su alrededor—. Todos los clientes tienen antifaz negro. Las distinciones entre ellos se ven en las placas. Algunos tienen gemas preciosas en sus placas, y mientras más cara sea la gema, mayor es el rango del cliente aquí. Es decir, no escatiman en gastos.
Yugi parpadeó, mirando su placa con curiosidad.
— Pero tú no tienes gema porque eres pobre —bromeó Joey con una sonrisa descarada.
— Muy gracioso —respondió Yugi, lanzándole una mirada de reproche mezclada con gracia.
— Ahora, para los empleados es diferente —continuó Joey, ignorando la reacción de Yugi—. Algunos tienen antifaces plateados; ellos son personal administrativo. No trabajan directamente para los clientes, sino para el jefe. Pero los que ofrecemos servicios, como yo, tenemos antifaces de colores metálicos. Cada color define nuestro rango.
— ¿Y cuáles son? —preguntó Yugi, intrigado.
— Blanco, rosa, azul, rojo, verde, aguamarina, naranja, magenta, amarillo y morado —enumeró Joey con rapidez—. Ese es el orden jerárquico. No entraré en detalles, pero digamos que el morado es el más alto rango, lo que para los clientes significa, que su costo es mas elevando lo que también le aumenta exclusividad y garantiza experiencia.
Yugi asintió lentamente, procesando la información.
— Ya sé que no harás nada con nadie, pero es bueno que sepas estas cosas, ya que vendrás toda la semana.
— Eso aún no está decidido —replicó Yugi, arqueando una ceja con escepticismo.
— Genial, lo tomaré como un sí. —Joey ignoró su tono con una sonrisa y, sin previo aviso, lo tomó del brazo—. Ahora ven, quiero que conozcas a mi amigo.
Antes de que Yugi pudiera protestar, ya lo estaba arrastrando entre la multitud, buscando a alguien en particular, pero tras varios minutos se detuvo con el ceño fruncido.
— Qué raro... Debería estar aquí. Se supone que ambos estamos asignados al salón principal hoy. Iré a bus...
— Hola, cachorrito~.
Joey se tensó al escuchar la voz y levantó la mirada con una sonrisa forzada.
— Señor Barba Roja... Bienvenido de nuevo.
Frente a ellos estaba un hombre alto, de presencia imponente, sosteniendo un ramo de rosas negras.
— Sabes que sí, cachorrito. Te he estado buscando toda la noche.
— Entiendo... Pero ahora estoy ocupado con...
— ¿No me digas que me lo ganaron? —interrumpió, mirando a Yugi con una sonrisa burlona—. ¿Un enano como él? No le hará ni cosquillas...
Yugi sintió cómo se le encendían las mejillas, sin saber si ofenderse o reír.
— No es eso, Señor Barba Roja. —Joey rio suavemente, tomando el ramo—. Estoy buscando un acompañante para él. —le guiñó el ojo coqueto y miró a su amigo— debo atender a mi distinguido cliente, pero busca a "Faraón". Él ya sabe que estás aquí. Es mi amigo, así que será amable contigo.—sonrió para después tomar el brazo que aquel hombre le extendía. Yugi solo suspiró resignado.
— Supongo que nos vemos después.
Mientras su amigo se alejaba con ese hombre, Yugi no podía evitar sentirse incómodo. Aunque respetaba el trabajo de Joey, el contraste entre ellos era abismal. Cada detalle del club le recordaba que estaba fuera de su zona de confort: las luces suaves pero insinuantes, los murmullos lejanos de conversaciones que no alcanzaba a comprender del todo, y la rosa negra en su mano, un símbolo de poder en un mundo que no era el suyo.
Intentando despejarse, decidió buscar los baños, una especie de refugio donde tal vez podría organizar sus pensamientos. Sin embargo, mientras cruzaba el pasillo, alguien lo golpeó de lleno, casi haciéndolo caer.
— ¡Oh, lo siento mucho! —balbuceó una voz apresurada. Un par de manos firmes lo ayudaron a incorporarse—. No fue mi intención, de verdad.
Yugi parpadeó, un poco aturdido, mientras sus ojos se encontraban con los del desconocido. Era un chico de cabello revuelto, con un antifaz rojo que apenas podía ocultar el brillo en su mirada. Una placa dorada colgaba de su chaqueta, y lo que Yugi leyó lo dejó inmóvil por un momento.
— "Faraón"... —murmuró, sintiendo un extraño cosquilleo en el pecho—. Entonces, eres tú.
El desconocido alzó una ceja, su expresión transformándose en una sonrisa ladeada que mezclaba sorpresa y curiosidad.
— Así que "Cachorro" ya habló de mí, ¿eh? —comentó con tono casual, aunque había algo en su voz que denotaba cierto interés—. Supongo que eso te convierte en "Joya amatista".
Yugi sintió que su rostro se calentaba, consciente de lo extraño que debía sonar su reacción.
— "Cacjorro" me mencionó tu nombre y dijo que te buscara, pero no esperaba encontrarte tan pronto —admitió con nerviosismo, bajando la mirada por un instante.
— Ni yo esperaba verte aquí —respondió Faraón, cruzando los brazos y apoyándose contra la pared como si estuviera evaluándolo—. Joey me dijo que no eras del tipo que frecuenta lugares como este. ¿Qué cambió?
— Este no es mi ambiente —contestó Yugi con una risa nerviosa, jugueteando con la rosa negra en su mano—. Pero Joey insistió. Quería ayudarlo con lo del bono.
Faraón dejó escapar una carcajada suave, un sonido grave que reverberó en el pasillo.
— Ah, el famoso bono por sumar una rosa. —Hizo una pausa, inclinándose ligeramente hacia Yugi, como si estuviera compartiendo un secreto—. Aunque creo que olvidó mencionarte el pequeño detalle de que el bono no se lo darán si es plan con maña.
— ¿¡Qué!? —exclamó Yugi, los ojos muy abiertos mientras su voz resonaba en el pasillo.
La risa de Faraón se intensificó, su cuerpo temblando levemente mientras trataba de calmarse.
— Tranquilo, era una broma. No diré nada. —Le dio una palmadita en el hombro, como si quisiera asegurarse de que no se lo tomara en serio—. Pero admito que tu reacción fue mejor de lo que esperaba.
Yugi se llevó una mano al pecho, tratando de recuperar el ritmo de su respiración.
— Eso no fue gracioso...
— Oh, lo fue —replicó Faraón con una sonrisa amplia, sus ojos brillando detrás del antifaz—. Y, bueno, ya que estamos aquí, ¿qué tal si te invito un trago?
— No estoy seguro... —respondió Yugi, todavía un poco desconfiado, pero incapaz de ignorar la calidez en la mirada del chico.
— Vamos, no será tan malo. —Faraón extendió un brazo hacia el pasillo—. ¿Bar o...?
— Escuché que el ático es lo más tranquilo —murmuró Yugi, recordando algo que había leído en el folleto.
Faraón hizo un gesto de asentimiento, pero su expresión cambió a una mezcla de curiosidad y frustración.
— Lo es, pero hoy está cerrado.
— ¿Por qué? —preguntó Yugi, sintiendo cómo su curiosidad se encendía aún más.
— Nadie lo sabe. —Faraón se encogió de hombros, como si aquello no le importara tanto, aunque sus ojos decían lo contrario—. El jefe lo ordenó, y aquí sus órdenes no se cuestionan.
Algo en su tono sugería que había más detrás de esas palabras, pero Yugi no quiso insistir. En lugar de eso, dejó escapar un pequeño suspiro y asintió.
— Supongo que el bar está bien.
— Buena elección. —Faraón le dedicó otra sonrisa mientras comenzaba a caminar, su presencia irradiando una confianza natural que hacía que Yugi se sintiera a la vez intrigado y un poco intimidado.
Mientras lo seguía por el pasillo, Yugi no podía evitar preguntarse si aquel encuentro había sido una simple coincidencia o algo más. Algo en la forma en que Faraón lo miraba lo hacía sentir como si ya supiera más de lo que dejaba entrever.
— ¿Seguro que no está en ninguna habitación? —preguntó a Antón con un tono impaciente, su voz transmitiendo una mezcla de frustración y desconfianza mientras ajustaba el comunicador en su oído—. Confío en tus ojos, pero ese rubio no pudo desaparecer.
— Ay, señor Barba roja, usted es tan gracioso~
El sonido de unos pasos tranquilos se extendió por el pasillo.
— Olvídalo, ya lo encontré. Dile al jefe que se prepare. —La mujer avanzó con decisión, su expresión grave mientras recorría el pasillo. De repente, se plantó delante de dos figuras que caminaban hacia él, interrumpiendo su paso con una brusca parada—. Disculpe si lo interrumpo, señor... —miró la placa del hombre frente a él— "Barba roja". Pero debo llevarme a este jovencito por unos asuntos que se deben resolver.
La figura frente a él, un hombre con una expresión seria y desafiante, levantó una ceja.
— Me temo que no será posible. Como verá, ya le di un ramo.
— Le devolveremos el ramo y lo que pagó por él, si me entrega al chico.
El hombre "Barba roja" frunció el ceño, pero fue Joey quien protestó molesto:
— ¿Qué? De ninguna ma-
— Cállate, "cachorro" —interrumpió el hombre con firmeza, la autoridad en su voz haciendo que el ambiente se cargara de tensión—. Acepto, pero también quiero un antifaz blanco.
— ...Mate, supongo. —El hombre sonrió de forma maliciosa, disfrutando el control de la situación. La chica frente a él reprimió las ganas de golpearlo.
— Por el momento no contamos con ningún antifaz mate, pero puedo conseguirle un antifaz metálico o... un magenta~ para mayor placer, si sabe a lo que me refiero.
— Bien, esperaré.
La chica suspiró y, sin perder el ritmo, llevó su mano a su comunicador.
— ¿Antón? —dijo con una sonrisa burlona— Tan eficiente como siempre~ ... Habitación 504, quinto piso. Alguien lo esperará ahí en cinco minutos.
— Bien. —"Barba jora" se adelantó, arrebatando el ramo del rubio con un gesto brusco—. Será para la próxima, cachorrito. —Y sin mirar atrás, se retiró con paso firme.
La tensión en el aire era palpable, pero no duró mucho.
— ¿¡Qué CARAJOS te pasa!? ¿Quién eres tú para venir aquí y quitarme de esa manera a mis clientes?
La pelirroja se giró lentamente, una sonrisa fría curvando sus labios.
— Es cierto, no me he presentado adecuadamente. —Se acercó, con un brillo de diversión en sus ojos—. Soy D-... Mmm, tal vez deba decirte mi verdadero nombre en otra ocasión. Por ahora, solo me presentaré como "Dragón oji-violeta". —Su tono coqueto parecía un reto, y la atmósfera se tensaba aún más—. Ahora, ¿Te molestaría seguirme a...?
El rubio, irritado, respiró hondo y la miró con desdén.
— Con todo respeto, pero solo eres una empleada más. Y en lo que a mí concierne, los empleados no pueden tener sexo con otros empleados. Y por si fuera poco, tú ya tienes a alguien. —Su voz sonó cargada de desprecio.
La pelirroja se quedó en silencio por un segundo, sus ojos entrecerrados mientras el sarcasmo en sus palabras flotaba en el aire.
— ¿Perdona?
— No, no te perdono. Aunque quién sabe, igual ni siquiera sabes quién soy yo. No te culpo, nunca lo hizo oficial ante nadie. Pero deberías estar feliz, tienes el camino libre.
El rubio se cruzó de brazos, confiado de que la conversación estaba ganada, pero ella no cedió.
— No creo que comprendas la situación, jovencito. Aunque, de cualquier manera, soy tu superior y deberías...
— Tú no me pagas, no te debo nada, no puedes... —interrumpió, cada palabra llena de arrogancia.
— Cierra la puta boca. —El tono amenazante de la pelirroja lo cortó de golpe. En un parpadeo, el rubio se encontró acorralado contra la pared, con ella poniendo una mano a la altura de su cabeza, una sombra de amenaza en su postura. Sus ojos destilaban una feroz determinación—. Tengo asuntos pendientes contigo. Debo llevarte a un lugar por órdenes desde arriba. Así que te agradecería que no hicieras más difícil mi misión. Por lo que, vendrás conmigo a-h-o-r-a.
El rubio, algo desconcertado, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había algo en sus ojos que lo inquietaba, un aire de autoridad que lo hacía cuestionarse si lo que decía era cierto. Si realmente venía de "arriba", no tendría opción más que seguirla.
Joey suspiró, y con una expresión resignada, la siguió por los pasillos, pasando por el ascensor y dirigiéndose hacia la terraza o ático, como lo llamaban, la zona del club que estaba cerrada por ese día. Nadie sabía por qué el jefe la había cerrado, pero muy pronto, el rubio descubriría la razón detrás de esa decisión.
Al abrirse las puertas del elevador, la chica salió primero, seguida de cerca por el rubio. Durante todo el trayecto, Joey mantuvo la mirada baja, pero al alzarla, se encontró con algo que lo dejó perplejo. Un torrente de pétalos de rosa caía suavemente sobre él, como si el mismo aire lo estuviera celebrando. Dos chicas, risueñas y elegantes, agitaban canastas atadas a cuerdas, haciendo que los pétalos llovieran a su alrededor. Sin decir palabra, siguió caminando, sumido en la extrañeza, mientras avanzaba por un pasillo adornado con arcos florales y luces cálidas. Las flores parecían surgir de la nada, como si todo hubiera sido puesto allí para su sorpresa. Al final del pasillo, dos pequeñas fuentes de agua, más bien bebederos para aves, añadían un toque místico al ambiente.
Finalmente, llegó al final de este pequeño paraíso artificial. Frente a él, su jefe, Dragón oji-azul, lo esperaba con un ramo de lilas, la fragancia inundando el aire.
—Hola, cachorro... —la voz de Kaiba resonó con una suavidad que nunca había escuchado antes en él.
Joey respiró hondo, reprimiendo su sorpresa. Su mente procesaba todo lo que ocurría con rapidez, pero aún así, no podía evitar sentirse desconcertado.
—Hola —respondió, un tanto serio, mientras se forzaba a no mostrar lo mucho que esa escena lo impactaba—. ¿Por qué...? Esto... ¿Qué significa todo esto?
Kaiba sonrió ligeramente, pero esa sonrisa tenía un aire que no era del todo honesto. Como si intentara ocultar algo más.
—Esta es mi manera de pedirte perdón.
—¿Gastando una fortuna en flores y adornos? ¿Es eso? —respondió Joey, tratando de mantener la calma a pesar de lo abrumado que se sentía—. ¿O acaso tienes una joya en tu bolsillo que me vas a entregar para pedir perdón por lo de la otra noche? O tal vez... ¿para que te perdone por tu infidelidad?
Las palabras flotaron en el aire, pesadas, cargadas de ira. Kaiba frunció el ceño, y la pelirroja a su lado, Dalia, observó en silencio.
—¿Infidelidad? —Kaiba se tensó, pero no negó las acusaciones.
—Por favor, Seto, ni siquiera te atrevas a negarlo —Joey dio un paso adelante, quitándose el antifaz, decidido a hablar con la cara descubierta, sin pensar en las consecuencias por un momento—. Te vi el otro día con ella. Vi cómo se te insinuaba, y cómo no hacías nada por evitarlo.
Dalia se tensó y levantó una mano, como queriendo intervenir, pero Joey no la dejó.
—El viernes —Joey interrumpió con dureza—. Un viernes. Nuestro viernes, en nuestro restaurante.
Kaiba la miró con incomodidad, y Dalia, a su vez, no pudo evitar dar un pequeño suspiro.
—Joey, ¿no? —la peliroja intentó suavizar la tensión, pero la verdad era que nada en ese momento podría calmar el enojo del rubio
— Así que te dijo mi nombre —la miró con molestia.
— Sí, pero no es lo que-
— Ella es Dalia Bellasmith, una de las mejores organizadoras de eventos de Nueva York... o lo fue.—El castaño intervino, pero Dalia lanzó una mirada fulminante hacia Kaiba, claramente molesta por cómo él la había presentado. Aunque sabia que él lo hacia por molestrala.—Hoy en día, reside en Domino desde hace cuatro años y ha ganado mucha popularidad aquí. —continuó Kaiba, sin quitar la mirada de Joey.
—Entiendo, es famosa e importante... y su trabajo no implica acostarse con medio mundo —Joey apretó los dientes, ignorando a la pelirroja—. ¿Qué quieres decir con todo esto?
Kaiba dio un paso hacia él, serio, casi arrepentido.
—Ella es mi mejor amiga. La conocí hace diez años en Nueva York. Y nunca tuvimos nada, Cachorro. Nada. La relación que ves ahora entre nosotros es solo una amistad.
Dalia se cruzó de brazos, con los labios apretados. No dijo nada, pero su expresión mostraba que lo que decía Kaiba le causaba incomodidad. Y de alguna manera, también le incomodaba la cercanía de Joey y Kaiba, la forma en que la situación se estaba desarrollando.
—Ni lo tendremos —Dalia finalmente habló, dirigiéndose directamente a Joey—. Lo del otro día fue solo una charla, algo que siempre hemos tenido, como amigos. ¿Sabes? En algún momento me gustó... a pesar de ser un imbécil. Pero él no está interesado en mí o en ninguna otra mujer, sino en ti. Lo que él planeó fue todo para ti.
Joey lo miró, confundido, mientras procesaba las palabras de Dalia. Esa declaración lo hizo sentir algo extraño en el pecho, algo que no sabía cómo describir.
—¿Para mí? —preguntó, ahora totalmente desconcertado.
Kaiba asintió con seriedad mientras, inesperadamente, se retiraba el antifaz que portaba, y por primera vez en mucho tiempo, Joey pudo ver una vulnerabilidad real en él. No la arrogancia ni la frialdad que normalmente reflejaba, sino algo más humano.
— Me di cuenta de que me comporté mal contigo. No te traté como merecías ser tratado. Y ella me hizo ver eso. Y después de que te fuiste... me di cuenta de que no te quiero perder, Joey. —lo llamó por su nombre. Solo lo habia hecho un par de veces en la cama pero ahora, justo ahora, se sintió diferente.
El rubio lo miró fijamente, sus ojos fijos en los de Kaiba, sin saber si debía creerlo o no. Sin embargo, algo en el tono de Kaiba lo hizo vacilar. El castaño, con una suavidad inusual, se acercó aún más.
—¿A mí o a tu juguetito? —Joey lo desafió, molesto, pero Kaiba no respondió de inmediato. Su rostro estaba tenso, pero no por la provocación. La sorpresa fue mayor cuando Kaiba lo miró con sinceridad.
—Joey, no eres un juguete. Nunca me importó que trabajes en el club. Nunca me importó tu trabajo.
El rubio lo observó, incrédulo. Si eso era cierto, ¿por qué todo siempre había sido tan complicado entre ellos? ¿Por qué nunca se había atrevido a mostrarlo? Y entonces, Kaiba dijo algo que hizo que su corazón palpitara con fuerza.
—Sé en lo que estás pensando. Y si eso significa mucho para ti, lo haré. Se los diré ahora mismo.
Joey se interpuso rápidamente.
—¡No! —Exclamó, deteniéndolo—. No lo hagas. No es eso, no es eso lo que me molesta.
Kaiba lo miró con desconcierto, pero Joey bajó la cabeza, dejando que el silencio se instalara entre ellos.
—Lo que me hirió fue tu actitud, tu indiferencia hacia lo que yo quería. Sentí que solo era un pasatiempo para ti. Aunque me llenes de regalos lujosos... me sentí como un objeto. No era eso lo que quería.
Un silencio pesado siguió a sus palabras, y Kaiba lo miró con ojos que parecían vacíos de todo, como si la verdad le golpeara por fin. Joey se quedó mirando las lilas un momento, la fragancia de las flores envolviéndolo en una calma que antes no existía. Su mente procesaba las palabras que había dicho, pero algo más se asomaba en su interior. Sus ojos se alzaron lentamente hacia Seto, que aún tenía una mirada reservada, pero sin esa capa de arrogancia que solía cargar.
—Sabes, creo que lo que me molesta no es solo la frialdad. Es... que no entendí por qué lo hacías. Los regalos, las mascotas... Todo eso, parecía un intento de comprarme, como si no pudieras mostrarme lo que realmente sientes.
Kaiba no reaccionó de inmediato, y Joey aprovechó para continuar, cada palabra más llena de una revelación que había tardado en llegar.
—Pero ahora, después de todo esto... Creo que me doy cuenta. Es tu manera de mostrarme que me quieres, ¿no? Porque, tal vez no sabes hacerlo de otra forma.
Seto lo miró de reojo, sus labios tensándose levemente. Era como si él mismo estuviera luchando con admitir algo que nunca pensó decir en voz alta. Dalia, observando en silencio desde un rincón, no podía evitar sonreír ante la interacción entre los dos hombres.
Kaiba respiró hondo, y en un susurro apenas audible, como si le temiera al peso de esas palabras, dijo:
—Lo hago porque... Porque no sé hacerlo de otra manera, Joey. No sé... cómo... decirlo. Pero si eso te dice algo, ya es suficiente para mí.
Joey lo miró, sorprendiendo a Kaiba con una sonrisa sincera, cálida. Algo dentro de él, que había estado cerrado y rígido durante tanto tiempo, se derritió en ese instante.
—No tienes que decirlo si no quieres, Kaiba. Lo que realmente importa es que me lo muestres. Y ahora veo que lo haces, a tu manera.
Kaiba asintió levemente, y por primera vez, un brillo en sus ojos, normalmente tan duros, parecía más suave. Nadie más parecía comprender este momento, pero para ellos, era todo lo que necesitaban.
El silencio entre ellos era ahora cómodo, cargado de un entendimiento mutuo que ninguno de los dos había esperado, pero que había nacido sin previo aviso.
—Un detalle lujoso de vez en cuando no hace daño —Joey sonrió, sintiendo por primera vez que el peso que había llevado durante tanto tiempo se aligeraba—. El hecho de que lo intentes me basta.
Kaiba, aún desconcertado, sonrió aliviado, agradecido. Y Dalia, observando todo desde el fondo, sonrió levemente para atreverse a interrumpir.
—Entonces, pasen por aquí... —dijo Dalia, señalando hacia el resto de preparativos, antes de agregar con una sonrisa traviesa—. Y perdón por lo de antes, pero tenía que traerte aquí a toda costa.
Joey sonrió nervioso, agradecido por todo, pero también algo temeroso de lo que se estaba desarrollando. Sin embargo, todo aquello parecía una suerte de sueño, algo que no comprendía completamente.
—Antes de que se me olvide, quiero darte algo más. — Agregó Kaiba, sacando una pequeña caja de su bolsillo.
Joey levantó una ceja, ya sin poder entender la cantidad de sorpresas que Kaiba le estaba dando esa noche.
—¿Otra joya? —preguntó con una leve sonrisa, pero Kaiba le respondió con una expresión de ternura inusual.
—Pues... sí —dijo, sonriendo mientras el rubio lo miraba con una mezcla de confusión y curiosidad, la cual cambió en cuanto Kaiba abrió la cajita— No... no es de compromiso, Joey —aclaró, viendo la expresión alarmada del rubio—. Es una promesa.
La cajita reveló un anillo de plata, con tres piedras preciosas incrustadas. Joey lo miró, atónito.
—¿Qué...?
—Este anillo simboliza que algún día, cuando estés listo, te propondré matrimonio. —Kaiba lo miró con seriedad, sin ocultar lo que había guardado por tanto tiempo.
Joey, por primera vez, se sintió verdaderamente conmovido. Sin poder evitarlo, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, y Kaiba no dudó en acercarse para besarlas, reclamando sus labios en un gesto lleno de emoción.
Continuará...
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