Capítulo 8. Corazones rotos
Los pasos de Joey eran seductores, una coreografía perfecta para conquistar a suficientes clientes.
—Una coreografía muy bella —comentó Yugi, observando a su amigo ensayar su acto para la semana de la rosa—. Seguro conquistarás a más de uno.
—Eso espero. Realmente necesito subir de rango. Si logro llegar al antifaz Aguamarina esta semana, podré conseguir el dinero suficiente.
—Realmente estás decidido a costear su cirugía, ¿no es así?
—Es mi hermana. Daría mi vida por ella.
—...Lo sé... —respondió Yugi con un suspiro.
—Oye, todo estará bien —se acercó a su amigo para consolarlo—. Verás que pronto encontrarás a tu hermano.
—Eso espero. Realmente ya no sé qué hacer... —dijo Yugi, y en ese momento sonó la alarma de su celular—. Debo irme o llegaré tarde.
—¿Otro trabajo? —dijo Joey, molesto—. Creí que ya habíamos hablado de esto.
—No me alcanza el dinero. ¿Qué quieres que haga? —se puso a la defensiva—. ¿Quedarme sentado esperando un milagro?
—Ya te dije que yo te doy el dinero.
—Sí, claro. Ahora estás ahorrando para pagar la cirugía de tu hermana, no pienso tomar nada de ti.
—Yugi, por favor...
—No, Joey —respondió Yugi, molesto—. Y no pienso discutir más sobre el tema. Ocúpate de tu hermana, yo me ocuparé de mi hermano. —Y tras tomar su mochila, salió del departamento.
Joey dio un suspiro pesado. Después de todo, no podía hacer nada. Miró el reloj: eran las 12 de la noche. Dio media vuelta, encendió su teléfono nuevamente y reprodujo la música para seguir ensayando.
—Uno, dos, tres, cuatro... uno, dos, tres, cuatro...
•••
—Uno, dos, tres, cuatro... Uno, dos, tres, cuatro... Uno, dos, tres... —¡AY! ¡Me pisaste de nuevo! —exclamó Dalia, desesperada, apartándose un poco—. De verdad, Seto, no entiendo cómo es que tienes un imperio multimillonario y no sabes bailar.
—Un baile no cierra contratos —respondió él con su típico tono seco.
—Pues este baile cerrará uno de por vida, así que concéntrate, ¡por todos los dioses! —Dalia respiró hondo, intentando recuperar la paciencia—. Probemos de nuevo...
Se colocaron nuevamente en posición, pero antes de que pudieran retomar el conteo, la puerta de la oficina se abrió de golpe.
—Los preparativos están concluidos, señorita —anunció uno de los trabajadores, con voz respetuosa.
—Estupendo —respondió ella, girándose con una sonrisa radiante—. Ahora retírense y no lleguen tarde mañana para el evento en la azotea.
La chica le guiñó un ojo al joven, y este se sonrojó hasta las orejas.
—S-sí, señorita... Con permiso. —El trabajador salió apresuradamente, cerrando la puerta tras de sí.
Seto arqueó una ceja.
—¿Qué fue eso?
—Nada en absoluto, no te confundas. Es solo que así consigo que hagan lo que quiero, cuando quiero.
—¿O sea que les pagas menos? —preguntó Kaiba, afilando la mirada.
Dalia soltó una carcajada burlona.
—No soy como mi madre, Seto. Eso no lo olvides. Les doy la paga acorde a su trabajo —respondió ella con firmeza—. Sin embargo, que estén enamorados de mí me da cierta ventaja al momento de disponer de su tiempo. De todas formas, mis mañas no te incumben. —Se recolocó un mechón de cabello detrás de la oreja y señaló hacia él con el mentón—. Por cierto, ya que hablamos de "mañas", ese antifaz dorado que llevas... ¿Es realmente necesario?
—¿Qué tiene de malo? —replicó Kaiba, cruzando los brazos con expresión impasible.
—Parece incómodo. Pensar en que tengo que ponerme uno mañana...
—Ni lo intentes. No cambiaré de opinión —respondió él sin titubeos—. Acepté que no los usaran durante los preparativos. Pero mañana es diferente. Mañana inicia la Semana de la Rosa y todo el mundo, incluyéndote, deberá usar antifaz.
Dalia puso los ojos en blanco y dejó escapar un suspiro resignado.
—Su club, sus reglas... —murmuró, esbozando una sonrisa burlona—. Pero sigue pareciendo una tortura llevar eso en la cara toda la noche. No sé cómo no te molesta.
—A uno se acostumbra —respondió Kaiba, ajustándose el antifaz dorado con indiferencia—. Y tú también lo harás.
—Bueno, Dragón Oji Azul, lo que tú digas —ironizó, enfatizando su título mientras recuperaba su posición de baile—. Solo espero que no terminemos con marcas en la cara al final de la noche. —protestó ella, pero luego tomó aire—. Está bien, dejemos esto por la paz. Uno, dos, tres, cuatro...
Un sonido interrumpió el ambiente. Era el celular de Kaiba.
—Ignóralo, tú sigue bailando. Uno, dos, tres, cuatro... Uno, dos, tres, cuatro...
—Podría ser algún inversionista —respondió con un deje de fastidio.
—¿Qué es más importante ahora? ¿Un contrato millonario o el contrato que quieres firmar mañana? —preguntó ella con firmeza. El castaño guardó silencio—. Eso creí. Uno, dos, tres, cuatro...
•••
Mientras tanto, afuera de la oficina, la secretaria de Seto se apresuraba a organizar los últimos documentos. La semana de la rosa comenzaba al día siguiente, y todo debía estar impecable. El sonido del teléfono sobre su escritorio rompió la calma.
—Oficina de Dragón Oji Azul, ¿qué desea? —respondió con voz profesional.
—Hola, ¿podría comunicarme con él? —respondió una voz masculina al otro lado de la línea.
—¿Quién lo busca?
—Soy su... Mi nombre es Joey, un conocido de Dragón Oji Azul.
—Lo siento, señor, pero en este momento el señor Dragón Oji Azul está ocupado con una persona. Fue muy claro al pedir que no lo molestaran.
Hubo una pausa breve antes de que Joey insistiera:
—Entiendo... Pero si no es mucha molestia, ¿podría decirme con quién está?
—No tengo permitido compartir esa información. —La secretaria hizo una pausa y bajó la voz, algo incómoda—. Solo puedo decirle que es una mujer importante, así que dudo que se desocupe pronto.
—¿Una mujer? —repitió Joey, con un tono difícil de descifrar.
—Lo siento, ya he revelado demasiado. ¿Gusta dejar algún mensaje?
Del otro lado de la línea, hubo un silencio tenso. Finalmente, la voz de Joey volvió a sonar, baja y firme:
—Solo dígale... que las flores no van a funcionar esta vez. —Y, sin esperar respuesta, colgó.
La secretaria frunció el ceño, confundida.
—Qué llamada más rara... —murmuró. Sin darle más vueltas, anotó el mensaje en un pequeño post-it amarillo y lo pegó sobre la primera hoja de la pila de documentos—. En fin, creo que terminé. Mejor le llevo esto al jefe para poder irme a casa. Ojalá me pague las horas extras.
Suspiró, tomó la carpeta con los papeles y caminó hasta la oficina del castaño. Dudó unos segundos frente a la puerta, ajustándose el antifaz plateado con nerviosismo.
—Sé que pidió no molestarlo, pero hace un momento el asistente de esa mujer entró y salió sin problemas... Así que no deben estar haciendo nada fuera de lo común —se dijo a sí misma.
Giró el pomo suavemente y empujó la puerta, que estaba apenas entreabierta. Lo que vio la dejó un tanto desconcertada: en lugar de un escenario de tensión ejecutiva o alguna escena que no quisiera presenciar, encontró a su jefe... bailando. Bailando lenta y elegantemente con una mujer pelirroja.
—¿Bailando? —pensó, perpleja—. Al menos no están... bueno.
Se aclaró la garganta con nerviosismo.
—Ehm... ¿Señor? —llamó, intentando que su voz sonara firme mientras cruzaba el umbral—. Le traje los documentos para mañana. ¿Podría darles una revisión, por favor?
Kaiba ni siquiera se molestó en detenerse.
—Lo haré más tarde. Déjalos en el escritorio y retírate.
—Sí, señor —respondió ella, sintiéndose fuera de lugar. Dejó rápidamente los papeles y salió con la misma prisa con la que había entrado. Era extraño ver a su jefe, el frío y calculador Dragón oji-azul, bailando con tanta delicadeza y, de algún modo, con cierta complicidad.
—Yo también debería irme ya. Parece que tienes trabajo que hacer y yo también —dijo Dalia, separándose con suavidad y tomando sus cosas.
Seto apenas asintió, ajustándose la corbata con el gesto mecánico que lo caracterizaba.
—Nos vemos mañana, Seto —añadió ella antes de salir, dejándolo solo en la oficina iluminada solo por el brillo tenue de las luces nocturnas de la ciudad.
El silencio regresó al despacho mientras el sonido de la puerta cerrándose resonaba en el espacio vacío.
En el pequeño balcón del apartamento, sentado en el suelo con las piernas cruzadas y la mirada perdida en las estrellas, el rubio dejó que una gata ronroneante se acomodara en su regazo. Sus dedos acariciaban el suave pelaje del animal de forma automática, mientras su mente, enredada en pensamientos sombríos, insistía en recordarle el dolor que intentaba ignorar.
Ya no lloraba. No porque no quisiera, sino porque parecía que su cuerpo había agotado esa capacidad. Había estado llorando toda la noche. Sus ojos ardían, hinchados y enrojecidos, un testamento silencioso de lo mucho que le dolía todo.
Eran las cuatro de la madrugada. Ya basta. Tenía que superarlo, o al menos, eso se repetía en un esfuerzo por convencerse. Pero su corazón no estaba listo para dejarlo ir.
El fin de semana había sido interminable. Sus intentos por perfeccionar la coreografía que necesitaba para su próximo espectáculo seguían sintiéndose insuficientes. Sabía que debía destacarse en el escenario, no solo por orgullo, sino porque necesitaba ese dinero. Cada movimiento, cada giro, tenía que estar cargado de energía y precisión, o no conseguiría lo suficiente de los espectadores.
—Al diablo con esto —masculló en un susurro grave, poniéndose de pie de manera abrupta.
Con la gata aún en sus brazos, regresó al interior del pequeño apartamento. Caminó hacia la cocina, donde su celular descansaba sobre la fría barra. Lo encendió, y la pantalla iluminó su rostro cansado. La imagen de su hermana, sonriendo ampliamente en la foto de fondo, le sacó una sonrisa, tenue y fugaz.
—Tú eres más importante ahora... —murmuró con dulzura.
Dejó a la gata en el suelo, asegurándose de que estuviera cómoda, y luego fue directo a su pequeña sala, donde reinaba un desorden caótico de ropa, botellas vacías y apuntes olvidados. Con un movimiento casi automático, empujó una silla hacia un lado para hacer espacio y comenzó de nuevo con los pasos de la coreografía.
El tiempo transcurrió sin que se diera cuenta. Bailó hasta que el sudor le empapó la frente y las sienes, a pesar del frío de la noche que se colaba por las ventanas mal cerradas. Cuando finalmente se detuvo, exhausto y con la respiración entrecortada, el reloj marcaba las cinco de la mañana.
Debía ducharse. El sudor y el cansancio pegajoso le molestaban tanto como sus pensamientos. Aún hay tiempo antes de la escuela, pensó. Decidió aprovecharlo para encargarse de las mascotas, ya que, seguramente, Yugi no habría tenido oportunidad de hacerlo y no lo culpaba Después de todo, los animales eran de Joey.
Mientras llenaba los platos con comida para los animales, su mente divagó hacia su amigo. No había sabido nada de él desde que salió temprano esa noche, seguramente para trabajar. La preocupación se asentó en su pecho como un peso extraño. Conociéndolo, apostaría cualquier cosa a que llegaría a casa a última hora, apenas tendría tiempo de ducharse y cambiarse para ir a la escuela. Ni siquiera se molestaría en dormir.
Cuando terminó con los animales, subió al segundo piso en silencio, sus pasos pesados resonando en la pequeña escalera. Entró a su habitación y luego al baño, donde dejó que el agua tibia de la ducha cayera sobre su cuerpo. Por un instante, el calor le trajo una sensación de alivio, relajando sus músculos tensos.
Pero las gotas que recorrían su rostro no eran solo agua. Bajo el murmullo constante de la ducha, el rubio dejó escapar su llanto. Nadie lo oiría. Nadie lo vería. Por unos minutos, se permitió llorar en soledad, camuflando el sonido de su quebranto entre el correr del agua, como si con cada lágrima pudiera lavar un poco del peso que cargaba en el alma.
—Joey... Joey... ¡Joey! —La voz familiar de Yugi lo arrancó del sueño con un sobresalto. Abrió los ojos lentamente y parpadeó hacia la figura de su amigo tricolor parado al borde de la cama.—Te quedaste dormido —insistió Yugi, cruzándose de brazos con una sonrisa divertida—. Vamos a llegar tarde. ¡Levántate! Traje el desayuno para los dos.
Antes de que Joey pudiera responder, Yugi salió de la habitación casi corriendo. El rubio se frotó los ojos con desgana, aún sintiéndose pesado y agotado. ¿A qué hora había llegado Yugi? Mejor aún, ¿en qué momento exacto se había rendido él al cansancio y se había desplomado en su cama?
Sin perder más tiempo, se levantó y se vistió a toda prisa. Cuando bajó a la cocina, encontró a Yugi sentado en la barra, ya devorando una tostada y sorbiendo un café caliente.
—¿A qué hora llegaste? —preguntó Joey, tomando asiento frente a él.
—Hace unos cuarenta minutos —respondió Yugi con tranquilidad.
El rubio frunció el ceño y miró el reloj de pared en la cocina.
—Yugi, son las 7:25.
—Lo sé, es tarde. Pero si nos apresuramos...
—Sabes que ese no es mi punto —lo interrumpió Joey con firmeza, su voz cargada de preocupación.
Yugi dejó su taza sobre la barra con un suspiro, evitando la mirada de su amigo.
—Joey, por favor no. No quiero discutirlo más contigo, ¿sí? —dijo, en un tono cansado—. Además, es un trabajo de temporada. Mi contrato solo dura un mes.
—Yugi... —empezó Joey, intentando insistir, pero su amigo lo cortó rápidamente.
—¿Terminaste de ensayar? —preguntó Yugi, con un cambio evidente de tema—. Ya quiero verte en el escenario hoy. Bueno... eso sonó raro, ya que prácticamente bailarás semidesnudo...
Joey lo miró de reojo mientras tomaba un bocado de su desayuno. Las palabras de Yugi se volvieron un murmullo distante en su mente. Sabía que su amigo había desviado el tema a propósito y, aunque él quisiera volver a tocarlo, nada iba a cambiar. Mejor dejarlo pasar por ahora.
—Qué bueno que sí decidieras asistir —dijo Joey con tono relajado, retomando la conversación—. Ah, por cierto, ya te pagué tu suscripción semanal.
Yugi casi se atragantó con la tostada.
—¿Que qué? —exclamó, mirándolo con los ojos muy abiertos—. No, no, no. El acuerdo era un solo día.
—Lo sé, pero escúchame, esto te conviene. —Joey levantó las manos como si intentara calmarlo—. Al decir que yo te recomendé, me darán un bono en mi paga. Y no es un bono cualquiera, es generoso. Pero si asistes durante toda la semana y adquieres al menos una rosa, me darán otro bono más.
—¿Y eso en qué me beneficia? —espetó Yugi, entrecerrando los ojos—. Además, te dije que no me quiero coger a nadie ahí.
—No necesitas cogerte a nadie, Yugi —dijo con un tono seco, como si explicara lo obvio—. Solo tienes que socializar, charlar un rato o lo que sea. El punto es que debes presentarte y entregarle tu rosa a alguien. Así me darán el bono y ese bono te lo voy a dar a ti.
Yugi lo miró incrédulo, dejando la tostada a medio camino de su boca.
—¿Qué? No. No puedo aceptarlo.
—Imagina que estás vendiendo rosas —insistió Joey, con una sonrisa conciliadora—. Es solo eso. Por favor, Yugi. Déjame darte ese bono. Acéptalo... por tu hermano.
El tricolor se quedó en silencio. La mención de su hermano lo desarmó como siempre. Bajó la mirada hacia su plato, jugando con la servilleta entre sus dedos.
—Yo...
—Al menos dime que lo vas a pensar —dijo Joey con voz más suave, como si temiera presionarlo demasiado.
—Bien, bien —cedió finalmente Yugi, soltando un suspiro pesado—. Lo voy a pensar. Por lo pronto, hay que irnos o no vamos a llegar —respondió sonriendo con satisfacción mientras se ponía de pie y recogía los platos vacíos.
—Gracias, Yugi...
—Sí, sí. Solo date prisa, anda —respondió Yugi, negando con la cabeza—. No quiero que nos maten por llegar tarde otra vez.
Joey se levantó lentamente de la silla, tomando su mochila del respaldo. Mientras seguía a Yugi hacia la puerta, no pudo evitar escucharlo soltar un bufido.
—Aún no me convence lo de la rosa, pero ya veremos...
—Tú solo confía. —Joey le guiñó un ojo antes de salir del apartamento.
Yugi se quedó un segundo en el umbral, mirando a su amigo. No sabía si lo que más lo molestaba era el hecho de que Joey pareciera tener respuesta para todo... o que, al final, probablemente terminaría cediendo como siempre.
—Sí, mamá... Lo sé, lo sé, lo siento. He tenido problemas financieros y yo... No, n-no... Mamá, lo intento, te juro que lo hago... Es que ya no sé qué más hacer... Sé que estás preocupada, y yo... Yo también te amo. Te enviaré el dinero en cuanto salga de la escuela. Adiós... —colgó. El nudo en su garganta era insoportable. Se sentía inútil e impotente cada vez que escuchaba el llanto de su madre por su hijo desaparecido.
—¿Yugi? ¿Todo bien? —La voz de Yami lo sorprendió desde el pasillo solitario, mientras se acercaba a él. El chico parecía preocupado.
—Eh, sí, sí. Todo está bien —respondió con una sonrisa forzada—. Vamos, entremos. El profesor debe estar por llegar.
Yami lo observó con seriedad, sin dar un solo paso hacia el aula.
—Yugi —lo llamó, con un tono más bajo—. Sabes que somos amigos, ¿verdad?
El tricolor lo miró directamente a los ojos por unos segundos.
—De verdad, estoy bien —insistió. La sonrisa seguía ahí, pero sus ojeras no podían ocultar lo mucho que estaba agotado física y emocionalmente—. En serio, entremos ya, o los demás también se preocuparán de más. Vamos —agarró la muñeca de Yami y lo guió al aula.
Sin embargo, Yami no podía quitarse la inquietud del pecho. Esa sonrisa... no parecía real.
El día transcurrió de forma "normal" para todos, excepto para quienes llevaban su sufrimiento bajo capas de sonrisas y silencios.
•••
—Hola, me gustaría hacer una transferencia... —decía Yugi frente a la ventanilla de un banco. Su corazón se partía un poco más cada vez que hablaba con su madre sobre su hermano desaparecido. Sin querer preocupar a nadie más, prefería lidiar con el peso solo.
•••
—Tu amiga me envió un mensaje. Me dijo que te caíste en el patio del colegio... ¿Estás segura de que estás bien?... ¿No fue nada? Por favor, no me engañes— otro sufría por no poder hacer mucho por su hermana quien se estaba quedando ciega a causa de una enfermedad en los ojos. Necesitaba dinero para la operación.— Bien, bien. Yo también te... Amo— una fotografía cayó de su casillero — si, estoy bien. Te veré pronto ¿ok?, en nuestra próxima cita. —la recogió con cuidado, dudando si tirarla, quemarla o simplemente guardarla. Terminó eligiendo la última opción mientras colgaba la llamada con un "te amo, hermanita".
•••
—Hola, Adelaida. ¿Cómo está mi abuela?— preguntó Yami, apoyando una mano temblorosa sobre el lavamanos del baño de la escuela.—Me alegra saberlo... ¿Fue mi hermano a verla?— Su voz se tensó al escuchar la respuesta al otro lado del teléfono.—Ya veo. Por favor, dile que hoy tengo mucho trabajo y que lamento no poder ir a visitarla. Al menos él estará con ella— Cortó la llamada con un suspiro pesado. Mientras guardaba el teléfono en el bolsillo, su mirada se perdió en el suelo. Sentía que no importaba cuánto hiciera, jamás podría compensar a la mujer que lo había cuidado cuando perdió a su familia. Huérfano de madre y padre, y casi de hermano, su abuela había sido su única constante, su refugio en los días más oscuros.
Cuando finalmente su hermano quiso enmendar sus errores, ya era demasiado tarde. Su abuela estaba enferma, y cada día que pasaba la veía más frágil. Las medicinas eran caras y el tiempo parecía escurrirse como arena entre los dedos. Trabajaba en La Rosa Negra por ella, haciendo todo lo que podía para alargar su vida, incluso cuando sabía que el final era inevitable.
•••
—¿Estás listo para hoy? —preguntó Joey mientras caminaban juntos hacia el club, con la ligera preocupación dibujada en su rostro.
—La verdad, Joey... No lo estoy para nada —respondió Yami, dejando escapar un suspiro profundo. Sus palabras tenían un peso que iba más allá de la simple respuesta.
—¿Nervioso porque va a ir Yugi? —insistió Joey, queriendo aliviar un poco la tensión con una sonrisa, pero al ver la expresión de su amigo, supo que había algo más detrás de su ansiedad.
—N-no... Es otra cosa. Escucha, yo... —Yami vaciló, luchando por encontrar las palabras correctas. No estaba seguro de cómo expresar lo que le pesaba en el pecho—. Joey, yo acepté ir... —al fin lo soltó, pero no pudo evitar mirar al suelo mientras lo decía, evitando enfrentar la mirada de su amigo.
—¿Ir? ¿Ir a dónde? —preguntó Joey, deteniéndose en seco. La sorpresa en su tono era palpable, pero también la desconfianza. Algo no encajaba.
—Pues... Ir ahí... —Yami no pudo mirarlo a los ojos, su voz vaciló, sintiendo una mezcla de culpabilidad y ansiedad. Estaba dando un paso que sabía que lo pondría en un lugar oscuro, pero no veía otra salida.
—¿Ahí? ¿¡Ahí!? —exclamó Joey, procesando lo que acababa de escuchar. Se quedó de pie, incrédulo—. ¿¡Qué!? ¿Sabes qué? No voy a discutir esto. Ya eres mayor de edad, sabes lo que haces —dijo, molesto, pero a la vez desconcertado. Sintió cómo el peso de la situación lo oprimía, y a pesar de la frustración, no podía evitar apurar el paso, buscando escapar de la incomodidad de la conversación.
—Joey, por favor, espera —Yami lo alcanzó, colocando una mano sobre su brazo, pero la voz de su amigo era implacable—. Sabes que necesito el dinero —su tono se hizo más bajo, casi implorante. Sabía que no era justo pedirlo, pero no veía otra forma de obtener lo que necesitaba.
—Él también dijo lo mismo. Todos dicen lo mismo. El dinero... Siempre el maldito dinero —Joey lo miró fijamente, la rabia reflejada en sus ojos, y las palabras le salieron como un golpe. La ira y la tristeza se mezclaban, invadiendo su pecho. Ya no podía soportar ver cómo todo se reducía a eso.
—Joey, no me hagas esto, por favor —Yami sentía el nudo en su garganta apretándose, pero sabía que tenía que seguir adelante—. Sabes que el dinero es lo único que me importa. Por eso decidí trabajar en el sótano esta semana. No tengo otra opción. —Cada palabra se sentía como un clavo, un recordatorio de la desesperación que lo estaba consumiendo.
Joey se detuvo de golpe. Sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y frustración. Yami notó cómo su mirada se cristalizaba, como si cada palabra de Yami fuera una herida abierta.
—Dinero, dinero... Siempre es el maldito dinero. ¿¡Es acaso más importante que yo, Kaiba!? —las palabras salieron sin quererlo, cargadas de dolor, como si al decirlas liberara una rabia acumulada durante mucho tiempo.
—¿Qué? —Yami quedó atónito al escuchar ese apellido. Joey se tapó la boca de inmediato, consciente de lo que acababa de decir. Ya no sabía cómo seguir con la conversación.
—Lo... lo lamento. Hablemos más tarde de esto. Llegaremos tarde. —Intentó escapar de la situación, pero su voz temblaba con la carga de lo que acababa de soltar.
Yami lo sujetó de la muñeca, deteniéndolo, y por un momento la tensión entre ellos se hizo insoportable.
—Espera —insistió Yami, mirando a Joey con preocupación—. ¿Él te lastimó? —La pregunta salió como un suspiro, pero también como un acto de desesperación. Quería saber, quería entender si de verdad aquello que veía en Joey era por su culpa o si estaba relacionado con algo mucho más profundo.
Joey desvió la mirada, un intento vano de ocultar el dolor que ya era evidente. Las lágrimas comenzaron a formarse en sus ojos, y no pudo controlarlas. No quería llorar, no quería ser débil, pero no pudo evitarlo.
—¿Se acabó? —preguntó Yami, la voz temblorosa. Podía sentir que algo importante se estaba desmoronando frente a él, y no sabía cómo detenerlo.
—No, no... No sé. Ni siquiera... Fue mi culpa —balbuceó Joey, las palabras escapando de su boca como una confesión atorada, sin sentido. —Le hice un berrinche estúpido en su oficina, y creo que eso fue la gota que derramó el vaso. Creo que se cansó de mí... Y no tardó en reemplazarme —su voz se quebró, dejando escapar un sollozo, y su cuerpo tembló con la carga de lo que acababa de decir.
—¿Por qué dices eso? —Yami no entendía, la confusión lo invadió mientras intentaba hacer sentido de las palabras de Joey.
—Lo vi con otra. Además, marqué a su oficina anoche... Me dijeron que estaba ocupado con una mujer... —Joey apretó los puños, tratando de contener la rabia y la tristeza que lo inundaban. La traición lo estaba destrozando por dentro, y las dudas lo consumían.
—¿No es posible que fuera un malentendido? Ella no parecía ser su novia —dijo Yami, buscando una salida, una explicación que aliviara la carga de lo que acababa de escuchar.
—¿Ella? ¿Sabes quién es? —Joey lo miró fijamente, como si una chispa de esperanza pudiera nacer en la respuesta de Yami.
—Bueno, una mujer fue el viernes al club. Se encargó de organizar la semana a última hora, lo cual ya es raro pues todos sabemos que Ka- —se detuvo y corrigió— Dragón oji-azul, no quiere a terceras personas organizando eventos en el club, y menos de los mas importantes. —hizo una breve pausa pensando en como continuar— Después de que todos nos fuimos, ella se quedó con él en su oficina. Hay rumores, pero no parece... —Yami intentó dar una respuesta, pero se dio cuenta de que todo aquello no hacía más que confirmar las sospechas de Joey. La duda lo alcanzaba, pero algo dentro de él no quería aceptar lo que parecía tan claro.
—Por favor, Yami. Yo salí con él, y tampoco parecía así, ¿o sí? —Joey buscaba una respuesta definitiva, algo que le dijera que todo esto no era real, que su mundo no se estaba desplomando.
—Bueno... —Yami no supo qué responder. No podía darle una certeza en medio de tanta confusión, pero su mirada le decía que él también lo sentía.
—Ya no quiero hablar de esto. Llegaré, cumpliré mi turno y me largaré —dijo Joey, su voz rota por la frustración y el dolor. No quería enfrentarse más a eso, no quería pensar en ello, solo quería que todo terminara.
—... ¿Quieres un abrazo? —Yami preguntó en un susurro, algo quebrado por la emoción. Aunque sabía que nada cambiaría lo que sucedía, al menos podría ofrecerle algo de consuelo a su amigo.
—... Sí... —Joey susurró, aceptando finalmente ese gesto de apoyo. No quería admitir lo que sentía, pero el abrazo era lo único que lo mantenía con algo de esperanza.
Continuará....
En el próximo capítulo finalmente Yugi asistirá al club... ¿Qué pasará? 😏
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