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Capítulo 2. Necesidades

— ¡¿Por qué?! ¿Por qué me despide? ¡He sido un buen empleado! ¡He complacido a los mejores clientes y le he hecho ganar mucho dinero! ¡No puede hacer esto, es injusto!

— Me has hecho ganar mucho dinero, sí. Pero lo que no me dijiste... fue la verdad.

— ¿De qué verdad habla?

— ¡DE QUE ERES MENOR DE EDAD!

El cuerpo del tricolor de ojos aguamarina se tensó al instante. Su mentira blanca, esa que lo había mantenido a flote, estaba a punto de hundirlo.

— ¿Cómo lo sabe? ¿Quién le dijo eso?

— Acabas de confirmármelo. Pero no fue difícil llegar aquí. Tengo personas que investigan la vida de cada empleado. Contigo fue más complicado. Mis trabajadores no lograban encontrar a ningún adolescente con tu nombre y características. Y claro, ¿cómo lo harían? No existes. Todo en ti es una mentira, y con esas mentiras conseguiste entrar aquí. Pero ya no más. Te irás y no volverás.

— ¡Si me despide, lo acusaré con la policía! ¡Será un escándalo, y tendrá que cerrar el club!

— ¿En serio? —El tono del castaño destilaba frialdad—. Firmaste un contrato, y aunque solo tengas dieciséis, ese contrato es válido porque tiene tu nombre y tu firma. ¿Recuerdas la cláusula 4, sección 3, punto 6, párrafo 2? Si revelas tu identidad o la mía a alguien, incluidas las autoridades, tú o tu familia deberán pagar 1.8 millones de yenes al club y 0.9 millones a mí. Y no olvidemos que los clientes que han estado contigo entrarían en una investigación. A cada uno podrías deberle medio millón de yenes por daños y perjuicios. Si hacemos cuentas, considerando a todos tus acompañantes consensuales desde que llegaste... —El hombre dejó escapar una risa sarcástica—. No creo que tú ni tu familia tengan esa cantidad. Porque si la tuvieran, no estarías aquí. A menos que esto sea un hobby. ¿Lo es?

El sarcasmo punzante lo desarmó. Aguamarina tragó saliva, sintiendo cómo las lágrimas se acumulaban en sus ojos.

— Entonces... "Aguamarina"... ¿aún quieres ir a la policía?

El joven negó con la cabeza, su voz rota por el miedo.

— No... Pero por favor, no me despida. Por mi edad, nadie me contrata. Si pierdo este trabajo, tendré que abandonar mi apartamento. Y si termino en la calle o en un albergue, tarde o temprano las autoridades me devolverán a casa... —Las lágrimas cayeron por sus mejillas—. Por favor, no quiero regresar a ese infierno. Se lo suplico.

El castaño lo observó en silencio, midiendo cada palabra.

— ¿Quién me asegura que no estás mintiendo otra vez?

— P-puede investigarlo. Le daré mi nombre real. Encontrará todo sobre mí y verá que cumplo lo que digo.

Por primera vez, los ojos del hombre reflejaron algo más que desdén. Consideración, tal vez.

— Hoy, al terminar la jornada, ven a mi oficina. Hablaremos de nuevos términos. Por ahora, vuelve a trabajar. Pero te advierto: si mencionas lo ocurrido aquí o tu edad a alguien, seré yo quien te entregue a las autoridades. ¿Entendido?

— S-sí...

— Bien. Ahora, fuera de aquí.

Con el corazón en un puño, Aguamarina salió de la oficina del jefe. Sentía las piernas débiles mientras caminaba hacia el elevador que lo llevaría al piso 11. La conversación reciente martillaba en su mente, el eco de las palabras amenazantes aún resonaba. Había sido una advertencia velada, una línea clara que no debía cruzar, pero también un recordatorio de la fragilidad de su posición en el club.

En la ventanilla de administración, Daly lo recibió con su habitual sonrisa profesional.

—Hola, Aguamarina —saludó ella con cortesía mientras revisaba los registros—. Esta noche te toca en el ático. Tus habitaciones asignadas son la 115, 116 y 117. Por cierto... —su tono se iluminó un poco—, estás a solo dos rosas de romper tu récord. ¡Si llegas a diez esta noche, recibirás el antifaz rojo metálico! Aquí tienes tu tarjeta y el antifaz azul. Tu pase al vestidor es el 4. ¡Buena suerte!

—Gracias, Daly —respondió con una sonrisa tenue, tomando los objetos.

El ascensor al piso 4 se sintió eterno. Apenas llegó al vestidor, se apresuró a cambiarse. El uniforme ajustado y el antifaz azul parecían más pesados de lo normal, como si el estrés le impregnara cada prenda. Mientras ajustaba las cintas detrás de su cabeza, su reflejo en el espejo le devolvió una mirada preocupada. El peso de la advertencia de su jefe aún lo aplastaba. Sabía que estaba caminando por una cuerda floja, con el abismo siempre presente debajo de él.

—¡Ey, Aguamarina! ¿Qué cuentas? —La voz cálida de Joey, o como todos lo llamaban, "Cachorro", lo sobresaltó.

—Hola, Cachorro oji-miel —respondió, forzando una sonrisa.

—Te ves... inquieto. ¿Todo bien? —Joey ladeó la cabeza, inspeccionándolo.

—No pasa nada —mintió con una risa nerviosa—. Solo estoy emocionado. Si rompo mi récord de ocho rosas a diez esta noche, ¡por fin tendré el antifaz rojo metálico! Y sabes lo que significa eso...

La mentira fluyó con facilidad, desviando el foco de atención de sus verdaderos problemas.

—Por supuesto que sé lo que significa. Yo usé ese antifaz un tiempo. ¡Es genial! Aunque, claro, me lo quitaron cuando subí al verde metálico —Joey presumió con un guiño.

—Sí, lo sé. Ahora estás en el verde... —murmuró Aguamarina.

—¡Exacto! Y no voy a detenerme hasta llegar al morado metálico.

—¿Podrías dejar de decir "metálico"? Todos sabemos que los antifaces se manejan así.

—Metálico... —repitió Joey con burla, riendo suavemente solo para molestar a Yami—. Oye, Faraón, ¿y tú cuándo piensas romper tu récord? Sigues estancado en el rojo.

Faraón, que hasta ahora había permanecido en silencio mientras ajustaba su uniforme, alzó una ceja.

—Cuando dejes de quitarme los clientes. Tu rango me los arrebata cada vez que estamos en el mismo piso.

—¡No es mi culpa! Pero, ¿sabes qué? Esta noche te ayudaré. Mi amigo, vamos a romper tu récord de trece rosas a quince, ¡y te conseguirás el antifaz verde! —Joey le palmeó el hombro con entusiasmo.

—Gracias, pero no estoy obsesionado con los rangos como tú. El verde llegará cuando tenga que llegar.

Joey rodó los ojos, sin disimular su frustración.

—Claro, claro. Oye, Aguamarina, ¿en qué piso estás esta noche? —Preguntó, volviendo la cabeza hacia el chico, solo para notar que ya no estaba.

—Se fue en cuanto empezaste a hablar del antifaz morado —interrumpió Faraón con una sonrisa irónica.

—¿Qué? ¿Por qué no me dijiste?

—Es obvio que no quería hablar. Ese chico está lidiando con algo, y hay que respetar su privacidad.

—Tienes razón... quizás fui imprudente al preguntarle. Pero de verdad se veía preocupado.

Antes de que Yami pudiera responder, un azabache de antifaz magenta, conocido como Dragón Carmesí, apareció en escena.

—Hace rato tuvo una reunión con el jefe —comentó con tono neutro, ajustando los guantes de su uniforme.

—¿Qué? ¿Por qué? —Joey frunció el ceño, intrigado.

—No lo sé. Escuché que podría haber un despido, pero ya sabes cómo son los rumores aquí... —El azabache encogió los hombros.

La mención de la reunión tensó el aire, pero Joey intentó disipar la incomodidad con una risa nerviosa, recordando los rumores que lo involucraban con el jefe tiempo atrás. Por suerte, esos chismes se habían extinguido rápido.

—Bueno, dense prisa. En cinco minutos doy las indicaciones. —Dragón Carmesí miró directamente a Faraón antes de añadir—: Por cierto, el jefe me pidió que elija a algunos chicos para trabajar en el sótano durante la Semana de la Rosa. Pagará el doble cada noche, y si alguien se queda toda la semana, el sueldo se duplicará nuevamente.

La propuesta dejó a Faraón pensativo. El dinero era tentador, pero sabía bien lo que implicaba bajar al sótano.

—¿Qué dices? —presionó Dragón Carmesí.

—Déjame pensarlo...

—Tienes dos días. La lista debe estar en manos del jefe para el viernes. —Sin más, se marchó dejándolos solos.

— ¿¡Estás idiota o qué!? —espetó Joey, su mirada de ojos miel ardiendo de preocupación mientras agarraba a Yami del brazo—. ¡No puedes aceptar eso! Sabes perfectamente cómo es ahí abajo. Ya pasaste por una experiencia de mierda con uno de esos energúmenos, ¿y ahora piensas repetirlo?

— Joey... —Yami suspiró, evitando mirarlo a los ojos—. Lo sé, pero necesito el dinero.

— ¡Yo te lo doy! —Joey levantó la voz, pero luego se contuvo, mirando alrededor con nerviosismo antes de bajar el tono—. Si quieres, te lo presto, pero no bajes al sótano. Por favor, no lo hagas.

— Es fácil decirlo cuando no estás en mi lugar —murmuró Yami con un deje de amargura, apretando los puños. Sabía que Joey tenía buenas intenciones, pero eso no aliviaba el peso de su situación—. Déjame pensarlo, ¿sí?

Joey entrecerró los ojos, desconfiado. Con un rápido movimiento, lo jaló hacia uno de los vestidores cercanos, cerrando la puerta tras ellos.

— ¡Escúchame, Yami! —dijo en un susurro urgente—. Sé mejor que nadie por qué necesitas el dinero, pero también sé cómo te dejó esa experiencia. Lo vi en tu rostro, lo escuché en tu voz. Si bajas al sótano otra vez, es casi seguro que te encuentres con ese tipo. ¿Sabes lo peor? Lo he visto acechando los pisos como si nada, aunque no debería. Es un bastardo con dinero y poder, y solo por eso Dragón ojiazul no lo ha echado del club. ¡Por favor, no te pongas en peligro otra vez!

Yami tragó saliva. Recordar a ese cliente lo hacía sentir un nudo en el estómago. Joey tenía razón; ese hombre era una amenaza. Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro tembloroso.

— Tienes razón... —admitió en voz baja, como si temiera romperse al pronunciar las palabras—. No quiero pasar por lo mismo de hace tres meses. Rechazaré la oferta.

Joey dejó escapar un suspiro aliviado y le dedicó una sonrisa cálida, cargada de alivio.

— Gracias. De verdad, gracias.

Sin previo aviso, lo envolvió en un abrazo firme. Yami, aunque sorprendido al principio, correspondió al gesto. Fue un breve momento de calma entre el caos de sus pensamientos.

Al separarse, ambos salieron del vestidor, dirigiéndose hacia la recepción para las últimas indicaciones de la noche. Pero mientras Joey parecía más relajado, Yami no podía evitar que su mente volviera a la oferta.

"Pagará el doble cada noche, y si alguien se queda toda la semana, el sueldo se duplicará nuevamente"

El dinero era una necesidad urgente, pero cada vez que consideraba la posibilidad, el recuerdo de aquella noche volvía a inundarlo. Las manos de aquel hombre, su mirada opresiva, las palabras humillantes... No. Era una pesadilla que no estaba dispuesto a repetir.

Con cada paso que daba, Yami reforzaba su decisión. Por más desesperado que estuviera, había límites que no pensaba cruzar otra vez.

— No puedo creer que ya pasen de las once —comentó una joven castaña mientras terminaba de preparar un espresso para uno de los pocos clientes que aún quedaban en el café.

— Sí, creo que es hora de irme a cambiar. Los del siguiente turno ya deben estar por llegar —respondió otra chica mientras se quitaba el mandil, que llevaba manchas de crema batida, café y chocolate.

— Cierto —asintió la primera, dirigiéndose hacia el área de limpieza—. Hey, Yugi-kun, deja eso. Yo termino aquí. Mejor ve a cambiarte antes de que lleguen.

— Gracias, Seidy, pero hoy doblo turno —dijo él sin detenerse, organizando platos y tazas recién lavados y secos con movimientos automáticos pero eficientes.

— ¿Otra vez? —intervino la otra chica, frunciendo el ceño mientras doblaba una servilleta.— ¿Y la escuela? ¿No tienes clases mañana?

— Claro que sí, Lily, pero también necesito llegar a fin de mes.

— ¿Te subieron la renta o algo? —preguntó Seidy, curiosa.

— No, pero tengo otros gastos. La escuela, materiales... ya sabes cómo es.

— Te admiro, Yugi-kun —dijo Seidy, con una mezcla de sinceridad y asombro—. Doblas turnos, estudias y encima sacas buenas notas. No sé cómo lo haces.

— ¿Cómo sabes que saca buenas notas? —preguntó Lily, arqueando una ceja.

— Porque el otro día me ayudó con mi tarea de aritmética, y vi su cuaderno. ¡Está lleno de buenas calificaciones! Y no solo en matemáticas.

Lily lo miró con interés renovado.

— ¿Qué tan bueno eres en ciencias, Yugi-kun?

— Oh, yo vi su examen de biología —intervino Seidy con una sonrisa traviesa—. Sacó un 89.

— Eso me basta. Yugi-kun, ¿me ayudarías a estudiar para mi examen de la próxima semana?

— Claro que sí, Lily —respondió él con una sonrisa cálida, la misma que siempre lograba calmar cualquier ambiente. Sin embargo, un tono agudo rompió la calma del momento: su celular sonando en el bolsillo.

— Perdón, chicas, vuelvo enseguida —dijo, disculpándose con un gesto antes de salir a la calle para atender la llamada.

El aire frío de la noche lo envolvió mientras deslizaba el dedo por la pantalla.

— ¿Hola?

— Perdona la hora, cariño —la voz de su madre llegó al otro lado de la línea, teñida de una ansiedad forzada que Yugi no alcanzaba a detectar—, pero no podía esperar para decirte esto. Acabo de hablar con un detective. Es recomendado por una amiga y dice que puede ayudarnos. Su trabajo parece ser muy efectivo, pero...

— ¿Pero qué? —preguntó Yugi, el pecho comenzando a apretarse con la creciente preocupación.

— Sus honorarios son altos.

— ¿Qué tan altos?

— Superan los ¥180,000.

— ¿¡Qué!? —Yugi se llevó una mano al rostro, cerrando los ojos mientras sentía una mezcla de frustración y desesperación—. Mamá, no puedo pagar tanto.

— Lo sé... sabía que esto iba a ser un problema —respondió ella, casi sin quejarse, como si estuviera esperando su reacción—. Pero creí que encontrar a tu hermano era lo más importante.

Las palabras de su madre parecían sinceras, pero algo en el tono de su voz le hizo sentir un vacío que no podía explicar.

— Claro que es importante... —susurró, apretando el teléfono con más fuerza—. Pero es demasiado dinero. Apenas pude cubrir al otro detective que contrataste.

— Lo sé, lo sé. Y te agradezco mucho, cariño. Pero sabes que soy una madre desesperada, ¿verdad? —La voz de su madre se quebró ligeramente, como si de verdad estuviera al borde del colapso—. Oh, Yugi, ¿dónde estará tu hermano? ¿Por qué tiene que ser tan difícil?

Él respiró hondo, tratando de calmar el nudo que se formaba en su garganta.

— No lo sé, mamá. Pero te juro que haré todo lo posible por encontrarlo. "Te lo prometo, hermano..." —murmuró para sí, cerrando los ojos. En su mente, solo una imagen persistía: un rostro perdido, uno que no había visto en años. Se pasó una mano por el cabello tricolor en un gesto nervioso—. Sobre los honorarios del detective... mañana mismo te deposito la mitad.

— ¿La mitad? —La incredulidad en la voz de su madre era palpable—. Pero necesito todo, o no empezará a trabajar de inmediato. Piensa en tu hermano, Yugi. Hay que encontrarlo rápido.

— Tienes razón... lo siento. —Yugi apretó los labios antes de añadir con voz más baja—. Pero necesitaré un par de días más para juntar todo.

— ¡Yugi, por todos los cielos! Esto no puede esperar más.

— Lo sé... pero... —Suspiró profundamente, sintiendo el peso de la presión sobre sus hombros—. Bien, está bien. Mañana te mando todo completo.

— Ay, mi Yugi, eres un ángel. Muchas gracias, hijo —El cambio en el tono de su madre fue inmediato—. Te dejo, amor. Voy a salir con unas amigas a pegar carteles con la foto de tu hermano por si alguien lo ha visto.

— Bien, mamá. Pero ten cuidado, por favor.

— Claro que sí. Nos vemos.

La llamada terminó, y Yugi bajó el brazo lentamente, guardando el celular en su bolsillo. Miró al cielo, buscando respuestas entre las estrellas que apenas eran visibles sobre el resplandor de la ciudad. La promesa que acababa de hacer pesaba más que nunca. ¿Cómo iba a conseguir tanto dinero tan rápido?

Doblar turnos en el café no sería suficiente. Ni siquiera trabajando cada día del mes. La frustración lo invadió por un instante, pero no se permitió quedarse en ese estado. Había que encontrar una solución, y pronto.

— ¡Yugi!

La voz familiar lo sacó de sus pensamientos. Al girarse, vio a una joven castaña acercándose con una sonrisa amable.

— Hola, Tea. —Forzó una sonrisa que esperaba pareciera natural—. ¿Qué haces por aquí tan tarde?

— Acabo de salir del trabajo —respondió ella, deteniéndose frente a él y ajustándose su bolso al hombro—. Doble turno. La tienda estaba llena.

— ¿Ah, sí?

— Sí. Como este mes llega la nueva colección de moda, la boutique ha estado a tope. Incluso están contratando personal temporal.

Yugi alzó la vista, interesado.

— ¿Personal temporal? ¿La paga es buena?

Tea parpadeó, algo sorprendida por la pregunta.

— Pues... sí, bastante buena para trabajos así.

— Hm... interesante.

— Creí que en el café también te pagaban bien.

— Lo hacen —admitió Yugi, desviando la mirada hacia el suelo—. Pero necesito otra fuente de ingresos.

Tea lo miró con curiosidad.

— ¿Por qué? ¿Estás teniendo problemas económicos?

— No exactamente —respondió él, su voz ahora más contenida—. Es algo personal. Si no te importa... preferiría no hablar de ello.

— Claro, como quieras —dijo ella, aunque su tono dejó entrever una ligera confusión.

Un silencio breve se extendió entre ambos, hasta que Tea lo rompió con una sonrisa ligera.

— Oye, ahora que estoy aquí... me apetece un café. ¿Me prepararías un moka blanco?

La petición pareció disipar la tensión en el rostro de Yugi. Su sonrisa cálida regresó, aunque fuera una máscara bien ensayada.

— Claro, vamos.

Juntos entraron al café, donde el ambiente tranquilo contrastaba con el bullicio de horas anteriores. Yugi comenzó a preparar la bebida con movimientos rápidos y precisos, mientras Tea lo observaba en silencio.

Por fuera, el joven parecía su usual yo alegre, risueño, como si nada en el mundo pudiera perturbarlo. Pero por dentro, su mente seguía calculando, planeando. Cada minuto que pasaba sentía más el peso de las promesas que había hecho.
Y aunque nadie podía verlo, algo en su interior empezaba a ceder. Un agotamiento lento, imperceptible, que lo consumiría en las próximas semanas. Las consecuencias, desafortunadamente, serían inevitables. Nadie lo sabía aún, pero alguien, en las sombras, ya estaba aprovechándose de él.


Continuará...


Un dato curioso sobre los antifaces de los trabajadores del club...

Existen 10 niveles de rango para ellos, y cada nivel tiene su color de antifaz. Cada nivel significa algo, además define tus habilidades en el acto sexual, y es gracias a el color de antifaces que los clientes pueden saber que tan experto o inexperto es el chico o chica.

Los colores de los antifaces son metálicos sin importar el color, y cada color define tu rango.

1. Blanco - Caramelo. Es el primer antifaz que recibes y significa que eres nuevo como trabajador del club. Además, es el único nivel donde hay dos tipos de color, blanco opaco y blanco metálico, siendo el blanco opaco el que significa que eres virgen.

2. Rosa - Novato.

3. Azul - Aprendiz.

4. Rojo - Inquieto.

5. Verde - Experto.

6. Aguamarina - Aventurero.

7. Naranja - Fuego.

8. Magenta - Activo.

9. Amarillo - Tentación.

10. Morado - Perdición.


Ahora ya sabes los niveles. ¿En qué nivel pondrías a los personajes?

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