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Capítulo 10. Sombras

El murmullo de las conversaciones y la música suave de fondo se mezclaban en una atmósfera cómoda y familiar. Yugi, sentado frente a la barra, ya se sentía más relajado. El antifaz negro mate seguía cubriendo su rostro, pero el ambiente del lugar había logrado quitarle parte de la tensión que sentía al principio. La rosa negra descansaba sobre la barra, y sus dedos, distraídos, jugaban con ella mientras continuaba conversando con Faraón.

Faraón, con su antifaz rojo metálico brillando ligeramente bajo la luz tenue del club, estaba a su lado, completamente tranquilo. Aunque Yugi aún no lo sabía, ya llevaban más de tres horas charlando sin darse cuenta, y la conversación fluía de forma natural, como si no estuvieran en un club lleno de gente, sino en una pequeña burbuja donde solo existían ellos.

— ¿Sabías que este lugar tiene algo raro? — dijo Yugi, mientras tomaba un sorbo de su copa. — Al principio no entendía qué era, pero ahora... es como si tuviera algo especial.

Faraón sonrió de manera suave, sin perder la calma, mientras alzaba ligeramente su copa.

— Sí, tiene su encanto. — Respondió con tono relajado. — Pero creo que lo que realmente hace que sea único es con quién lo compartes.

Yugi lo miró un poco extrañado, pero sin la incomodidad que sentía al principio. De alguna manera, había comenzado a confiar en él.

— Hmm... O sea, ¿que la gente aquí no es tan rara después de todo? — preguntó, soltando una pequeña risa al mirar a su alrededor. El lugar aún le parecía extraño, pero ya no tan aterrador.

Faraón inclinó ligeramente la cabeza, observando a los demás con una sonrisa en sus labios.

— Todos tienen algo que ocultar, pero no todo es tan malo como parece. Aquí... las personas suelen ser más auténticas de lo que imaginas. — Su tono era suave, como si estuviera dejando caer una verdad a medias, algo que sólo aquellos que sabían escuchar comprenderían. — Aunque claro, hay reglas que no se dicen, pero que todos seguimos.

Yugi asintió, asimilando sus palabras mientras miraba el lugar con una nueva perspectiva. La conversación con Faraón había suavizado la barrera que había sentido al principio, y de alguna manera sentía que las horas habían pasado volando.

— Creo que tienes razón. — Dijo, sonriendo levemente mientras dejaba la copa sobre la barra. — La gente aquí no está tan mal... al menos, no como pensaba antes.

Faraón, con una ligera sonrisa cómplice, levantó su copa en un brindis silencioso.

— A veces... solo necesitas encontrar las personas adecuadas para disfrutar de este tipo de lugares. — Sus ojos brillaron ligeramente bajo el antifaz, como si compartiera una verdad no tan evidente.

Yugi lo miró con curiosidad, sintiendo una especie de conexión inexplicable, como si, a pesar de todo lo que aún no entendía, algo en él lo reconociera.

— No sé cómo llegamos a hablar tanto... Pero me agrada, la verdad. Me siento como si te conociera de toda la vida, y te acabo de conocer esta noche.

Faraón se echó hacia atrás, con su postura relajada, pero su mirada no dejaba de ser profunda, casi como si estuviera protegiendo algo. No dejaba que sus emociones se desbordaran, pero en el fondo, sentía una conexión que no podía negar.

— Eso pasa cuando las personas comparten más de lo que dicen. A veces las palabras no son necesarias. — Respondió, con una calma que parecía traspasar los límites de su máscara. — Este es un buen lugar para empezar a sentirse más... en paz.

Yugi lo miró, sintiendo que esas palabras tocaban algo en su interior. Por un momento, el bullicio del club dejó de ser tan importante, y todo lo que importaba era esa conversación, esa calma que había encontrado en Faraón.

— Quizás tienes razón... Es raro, pero... no me siento tan fuera de lugar aquí. — Yugi sonrió, sintiendo la conexión más fuerte que nunca. — No pensaba que lo diría, pero... me alegra haber venido.

Yugi se acomodó en su asiento, moviendo ligeramente su copa vacía entre sus dedos. La rosa negra seguía allí, descansando sobre la barra, como un pequeño recordatorio de por qué estaba allí en primer lugar. Aunque no sabía por qué había llegado, ya no sentía la misma incomodidad. Estar con Faraón, hablar con él, había cambiado todo.

Faraón observó su copa vacía y levantó la mano lentamente, como si estuviera a punto de hacer una sugerencia más.

— ¿Quieres otra? — preguntó, su voz suave y enigmática.

Yugi miró a su alrededor antes de responder, como si buscara una señal, pero al final, la idea de seguir conversando con Faraón le resultaba más atractiva que cualquier otra cosa.

— ¿Por qué no? — Sonrió de nuevo, más cómodo con la situación. — A este paso, podríamos estar aquí hasta el amanecer.

Faraón asintió, la sonrisa apenas visible detrás de su antifaz, pero sus ojos brillaban con una chispa de complicidad.

— Si es lo que quieres, no tengo problema. Aunque... ¿estás seguro de que puedes soportar otra ronda?

Yugi soltó una risa ligera, ahora completamente relajado.

— No soy tan frágil, Faraón. ¿Tú sí? — Se burló, mirándolo con ojos desafiantes, pero juguetones.

Faraón se inclinó ligeramente hacia adelante, sus ojos fijos en Yugi, y aunque su sonrisa nunca se deshizo completamente, había algo más en su mirada, algo que hablaba de una intensidad que no podía ocultar.

— ¿Frágil? No, no soy frágil. Solo soy... cauteloso con lo que bebo. — Respondió, su voz tomando un tono casi melódico, como si estuviera diciendo algo más allá de las palabras.

Yugi, ahora con el rostro un poco más serio pero intrigado, frunció ligeramente el ceño.

— Cauteloso, ¿eh? ¿Por qué? ¿Tienes alguna historia detrás de eso?

— Tal vez... Pero algunas historias son mejores no contarlas. — Dijo con una leve sonrisa, dejando caer las palabras como si fueran una pista que Yugi pudiera tomar o dejar. — Aunque... hay cosas que me gusta compartir, depende de la compañía.

Yugi lo miró fijamente, por un momento pensativo. Había algo en esa respuesta, algo que lo incitaba a preguntar más, pero en lugar de hacerlo, decidió no presionar.

— ¿Eso significa que yo soy buena compañía? — bromeó, buscando quitarse la seriedad momentánea con un tono más ligero.

Faraón soltó una risa baja, un sonido suave que parecía más una respuesta afirmativa de lo que Yugi esperaba.

— No estoy diciendo eso, pero... la conversación no ha sido mala. — Respondió, su tono relajado pero con un deje de sinceridad.

Yugi, sintiendo que había encontrado un punto de equilibrio con Faraón, dejó escapar un suspiro de alivio. La atmósfera que se había creado entre ambos no era la típica que encontraría en cualquier bar o club. Era como si estuvieran compartiendo algo más allá de lo superficial, algo que no podía explicarse fácilmente.

 Faraón cambió su postura ligeramente, sus ojos se fijaron en el antifaz negro mate de Yugi y luego se deslizaron hacia la rosa negra sobre la barra.

— Una cosa que me intriga — comenzó, su tono sereno pero lleno de curiosidad — "Joya amatista". ¿Por qué ese nombre?

Yugi lo miró, algo sorprendido por la pregunta. No había pensado mucho en el tema hasta ese momento. Su dedo índice pasó suavemente por la base de su copa, como si se concentrara en la respuesta.

— Bueno, lo más probable es que... Cachorro lo haya registrado así. — Dijo finalmente, esbozando una sonrisa que denotaba un poco de vergüenza.

Faraón no pudo evitar una leve sonrisa, casi imperceptible, como si hubiera comprendido algo más allá de la simple anécdota. Su mirada se suavizó y su tono se hizo más personal.

Cachorro, ¿eh? — repitió, como si el apodo le diera algo de sentido a todo. — Tiene sentido.

Yugi se encogió de hombros, divertido por la reacción de Faraón. La mención de Joey siempre le sacaba una sonrisa, aunque sabía que, a veces, el apodo que le había dado le resultaba más embarazoso que otra cosa.

— Supongo que te conoce bastante bien, si te colocó ese nombre, fue por algo. — Dijo, aunque de alguna manera, su voz transmitía más que una simple observación.

Yugi, sin pensarlo mucho, dejó escapar una risa nerviosa, rascándose la nuca.

— No dudo que fuera por eso. Después de todo es mi mejor amigo. Siempre está ahí cuando lo necesito. — Aunque sus palabras eran simples, el tono de su voz revelaba un cariño genuino hacia Joey.

Faraón, sin embargo, no podía evitar notar la sutileza de la respuesta. Se inclinó un poco mas a la barra, como si la conversación estuviera tomando un giro inesperado para él.

— Los amigos son... una parte importante, ¿verdad? — dijo, esta vez de manera más pensativa. — A veces son los que nos mantienen equilibrados, incluso cuando no sabemos que lo necesitamos.

Yugi asintió, sin poder evitar sentirse un poco más abierto de lo que pensaba. El ambiente entre ellos había cambiado, y ya no se sentía tan fuera de lugar.

La conversación fluía cómodamente, y aunque Yugi sentía la familiaridad creciendo entre ellos, no podía evitar preguntarse más sobre Faraón. El hombre, con su actitud relajada pero firme, parecía tener algo intrigante detrás de esa máscara, pero Yugi decidió no profundizar mucho. Después de todo, se sentía bien compartiendo estos momentos.

Faraón se acomodó un poco en su asiento, tomando su copa con tranquilidad, mientras su mirada volvía a posarse en Yugi, como si algo en él hubiera captado su atención.

— Oye, Joya amatista — comenzó, usando su apodo con una ligera sonrisa—. ¿Hace cuánto conoces a Cachorro?

Yugi, un poco sorprendido por la pregunta, se encogió de hombros mientras miraba su copa, pensativo.

— Ah, a Cachorro... — Repitió Yugi, sonriendo con suavidad. — Lo conozco desde hace casi cinco años. Es... difícil no conocerlo, tiene esa forma de hacer que todos se fijen en él. — Yugi dejó escapar una risa suave, recordando aquellos días. — Al principio no nos llevábamos bien, pero después de un par de... situaciones, digamos que nos hicimos buenos amigos. Nos volvimos familia... como hermanos.

Las palabras de Yugi flotaron en el aire, pero Faraón, o mejor dicho, Yami, se quedó en silencio por un momento. Algo en la forma en que dijo hermanos resonó de manera extraña en él. Sus ojos, normalmente tan serenos, mostraron un leve destello de reflexión.

— Hermanos... — Susurró él, su voz suave, casi perdida. — Debe ser genial tener a alguien como hermano, alguien que te apoye sin importar nada.

Yugi levantó la vista hacia él, sintiendo una conexión momentánea, como si las palabras de Faraón tuvieran un peso detrás que no entendía completamente.

— Sí... — Asintió, su tono más tranquilo, como si pensara en lo que realmente significaba esa relación para él. — Aunque, solo hablo por Cachorro. Él ha sido como un hermano para mí. Pero... — Yugi hizo una pausa, jugando con su copa entre los dedos mientras buscaba las palabras adecuadas. — Nunca he sabido lo que es un verdadero apoyo fraternal. Solo con él.

Yami, viendo la tristeza que empezaba a filtrarse en las palabras de Yugi, no pudo evitar preguntar, atraído por una inquietud inexplicable.

— ¿Tienes hermanos? — Preguntó, bajando su voz, queriendo saber más, aunque sin presionar demasiado.

Yugi asintió lentamente, su mirada perdida en algún punto cercano.

— Sí, uno menor. — Dijo, y sus ojos se oscurecieron un poco. — Pero... no lo he visto en cinco años. No desde... desde que pasaron cosas. Y para empeorar las cosas, está desaparecido... por mi culpa.

El rostro de Yami mostró un destello de sorpresa. No era tanto por el hecho de que Yugi tuviera un hermano, sino por la profundidad de lo que acababa de revelar. La tristeza y culpa que emanaban de él, como si estuviera arrastrando un peso que nunca había compartido con nadie.

— ¿Desaparecido? — Preguntó Yami, su tono cambiando, ahora más preocupado. — ¿Por tu culpa?

Yugi asintió, pero no parecía buscar la compasión, solo una forma de desahogarse, de compartir esa carga.

— Sí. Fue mi culpa, porque... yo me alejé de él. Lo abandoné. No pude ser el hermano que debía ser. Y ahora... no sé ni dónde está.

Yami se quedó en silencio por un momento, procesando lo que acababa de escuchar. Le sorprendió saber que Yugi tenía un hermano menor que nunca había mencionado. El peso de las palabras de Yugi se le quedó en la mente, pero en lugar de decir algo más, se quedó callado, como si comprendiera la magnitud del dolor que estaba cargando.

— Lo siento... — Murmuró al final, su voz grave y sincera. — No sabía eso.

Yugi, levantando la mirada hacia él, sintió una extraña calidez. No podía ponerle un nombre a esa sensación, pero había algo en la forma en que Faraón había respondido que lo hizo sentirse un poco menos solo. En un impulso, decidió devolver la pregunta.

— ¿Y tú? — Dijo, inclinándose ligeramente hacia él, su voz más baja pero llena de curiosidad. — ¿Tienes hermanos?

Yami lo miró por un momento, como si esa fuera una pregunta que no esperaba. Los ojos de Yugi brillaban con una ligera intriga, pero también con un respeto tácito por no presionar demasiado. Era curioso cómo una simple pregunta podía abrir tantas puertas, incluso si no estaban preparados para cruzarlas.

Él dejó escapar un suspiro, una mezcla de resignación y una pequeña sombra de dolor cruzando su rostro.

— Tengo un hermano... —Comenzó, su voz más suave, casi vacía.— Es... complicado.

Yugi no dijo nada, esperando que él continuara.

— Hemos tenido... diferencias. Diferentes puntos de vista, diferentes formas de ver el mundo. — Yami se detuvo por un momento, como si estuviera buscando las palabras correctas para explicar algo que nunca lograba explicar del todo. — Pero sigue siendo mi hermano. Y... no puedo evitar sentir que me hace falta, aunque no lo quiera admitir.

Yugi asintió lentamente, sintiendo que las palabras de Faraón resonaban en algún lugar profundo dentro de él. La sensación de estar atrapado entre el amor y el resentimiento, esa lucha interna de no saber cómo manejar la relación con alguien a quien consideras familia.

— A veces los lazos familiares pueden ser... difíciles. — Dijo Yugi, con una mirada pensativa. — Es raro que la gente entienda lo que realmente significan, aunque sea la familia más cercana.

Yami lo miró por un momento, como si la sinceridad de Yugi le sorprendiera. Nadie en su vida había hablado de esa forma tan abierta sobre algo tan personal. La forma en que Yugi compartió su dolor sin buscar pity o consuelo, como si estuviera simplemente dejándolo salir, le hizo pensar que había algo más en él de lo que parecía.

— Tienes razón. — Respondió finalmente, sonriendo ligeramente. — A veces, lo más difícil de todo es precisamente eso: entendernos entre nosotros, incluso cuando la conexión es tan profunda.

Yugi, al escuchar esas palabras, sintió que algo dentro de él se relajaba. Había encontrado a alguien que parecía entender, aunque fuera solo en parte, el complicado tejido de relaciones familiares. De alguna manera, compartir esa carga con Yami, aunque fuera por un momento, le dio una sensación extraña de alivio.

Faraón ¿Te gustaría que... — Comenzó, pero no sabía si debía continuar. Al final, simplemente lo dijo. — Si alguna vez necesitas hablar, sabes que... no soy tan malo escuchando.

Yami lo miró un momento, sorprendiendo a Yugi con una mirada directa, profunda, como si le hubiera entendido más de lo que esperaba.

— Gracias, Joya Amatista. Eso significa más de lo que crees.

Yugi se sonrojó un poco, no acostumbrado a que alguien le agradeciera de esa manera, pero el sentimiento era genuino. En ese instante, no había necesidad de palabras. Ambos comprendían algo sin decirlo.
El silencio que siguió fue cómodo, como si ambos supieran que habían dado un paso hacia una comprensión mutua, algo que no había estado allí antes.

Un repentino carraspeo interrumpió el momento de calma entre ambos. Yugi y Yami giraron la cabeza al mismo tiempo hacia la figura alta y enérgica que se acercaba. Dragón Carmesí, con su antifaz magenta brillante y una actitud que parecía llenar todo el espacio, los observaba con los brazos cruzados y una ceja arqueada.

— ¡Finalmente te encuentro, Faraón! — exclamó, ignorando por completo a Yugi por el momento. — Deberías haberte registrado en el sótano hace una hora. Tu turno ya empezó.

Yami, quien había estado tan relajado hace un segundo, endureció su expresión y dejó escapar un suspiro exasperado.

— Estaba ocupado — respondió con calma, su tono neutral, pero con un filo que Yugi casi no percibió.

Fue entonces cuando Dragón Carmesí notó a Yugi y su molestia pareció desvanecerse ligeramente. Sus ojos se movieron hacia la placa de Yugi y su postura se volvió un poco más formal.

— Mis disculpas, Joya Amatista — dijo, inclinando ligeramente la cabeza en un gesto de respeto. — No sabía que Faraón estaba con un cliente.

Yugi, algo incómodo por la súbita atención, asintió suavemente, sin decir nada. Mientras tanto, Dragón Carmesí notó la rosa negra que Yugi todavía sostenía en su mano. Un destello de comprensión cruzó su rostro, y su expresión cambió a una mezcla de curiosidad y pragmatismo.

— Veo que la rosa negra aún está en tus manos, — comentó, dirigiéndose a Yami en un tono bajo pero lo suficientemente audible. — Así que técnicamente no tienes ninguna obligación de quedarte. Si ese es el caso, deberías mover tu trasero al sótano. Hay clientes esperándote.

Yami apretó ligeramente los labios, claramente molesto, pero antes de que pudiera responder, Yugi intervino.

— En realidad, ya la aceptó. — La voz de Yugi fue seria, más firme de lo que esperaba.

Ambos hombres lo miraron sorprendidos. Dragón Carmesí parpadeó, desconcertado, mientras que Yami lo observaba con una mezcla de incredulidad y algo más difícil de descifrar.

— ¿En serio? — preguntó Dragón Carmesí, sin ocultar su escepticismo.

Yugi asintió, manteniendo su tono tranquilo pero decidido.

— Sí. — Miró a Faraón directamente, como si con su mirada quisiera reforzar su decisión. — Hace rato. Así que no creo que tenga que ir al sótano ahora.

Yami, recuperándose rápidamente de la sorpresa, dejó escapar una leve risa por lo bajo, claramente entretenido por la inesperada declaración de Yugi.

— Lo siento, Dragón Carmesí, parece que estoy ocupado esta noche. — Su tono fue neutral, pero Yugi sintió un ligero toque de diversión en su voz.

Dragón Carmesí lo miró, luego a Yugi, y finalmente suspiró, levantando las manos en señal de rendición.

— Está bien. Pero ya que no es un cliente del sótano, su rosa no valdrá lo acordado. — Miró a Yami con seriedad quien solo asintió comprensivo pero manteniendo un semblante serio. Dragón carmesí se giró hacia Yugi con una inclinación ligera. — Que disfrutes tu noche, Joya Amatista.

Con eso, Dragón Carmesí se marchó, aunque no sin lanzar una última mirada de advertencia a Yami. Cuando desapareció, Yugi soltó un suspiro que no sabía que había estado conteniendo.

— Eso fue... inesperado — comentó Yugi, mirando a Yami con una mezcla de nerviosismo y algo de alivio.

Yami lo observó con una leve sonrisa, pero sus ojos mostraban un destello de gratitud que Yugi no pudo entender del todo.

— ¿Sabes? Eres mucho más valiente de lo que pareces. — Yami inclinó ligeramente la cabeza, estudiándolo con interés renovado. — Pero... ¿Por qué hiciste eso?

Yugi desvió la mirada un instante, sintiendo cómo la intensidad de esa pregunta lo atravesaba. No podía decirle la verdad, no podía mencionar lo que Joey le había dicho sobre el sótano. Así que decidió improvisar.

— No iba a dejar escapar a mi compañía de la noche — respondió, intentando sonar despreocupado mientras jugueteaba con la rosa negra en sus manos.

Yami lo observó en silencio, como si tratara de leer entre líneas, pero finalmente dejó escapar una suave risa.

— ¿Tu compañía de la noche, eh? — repitió, con un toque de burla en su voz, aunque sus ojos brillaban con algo más, algo difícil de descifrar.

Yugi, para su propio alivio, no tuvo que responder a eso. En cambio, levantó la rosa negra y la miró con atención por un momento antes de extenderla hacia Yami.

— Tómala — dijo con decisión.

Yami frunció el ceño, sorprendido por el gesto, y negó con la cabeza.

— No, dásela a Cachorro. — Su tono fue firme, aunque tranquilo. — Estoy seguro de que la aceptará.

Pero Yugi no retiró la mano.

— No. Quiero que la tengas tú. — Su voz sonó más firme de lo que esperaba, y después agregó: — Escuché lo que dijo ese hombre, que mi rosa negra no valía lo mismo que una del sótano. No sé si sea cierto, pero quiero compensarte de alguna forma.

Yami lo miró con una mezcla de incredulidad y algo más cálido, algo que Yugi no pudo identificar del todo. Lentamente, una sonrisa apareció en su rostro, suave y auténtica, mientras alzaba una ceja.

— Esa rosa que me estás entregando vale más de lo que crees, Joya Amatista.

Yugi sintió que su rostro se calentaba ligeramente, aunque no entendía por qué. No respondió, simplemente mantuvo la rosa extendida hasta que Yami finalmente la aceptó. Sus dedos rozaron los de Yugi al tomarla, y ese contacto breve, pero inesperado, lo dejó con una extraña sensación de cosquilleo.

— Entonces, es tuya — dijo Yugi, con una leve sonrisa.

Yami asintió, observando la rosa negra en sus manos como si fuera un tesoro único. Luego, levantó la mirada hacia Yugi, su sonrisa aún presente, pero con una intensidad en su mirada que casi lo hizo apartar los ojos.

— Gracias — dijo con sinceridad.

Yugi se sintió atrapado en esos ojos carmesí, sin saber qué decir. La noche, de alguna manera, parecía haber tomado un rumbo que no esperaba. Sin embargo, algo en el ambiente pareció cambiar de repente.

Sus ojos, que hasta entonces estaban fijos en los de Faraón, se desviaron con rapidez hacia un punto más allá de su hombro. Su expresión se transformó de relajación a intriga, seguida de un leve temblor de desesperación. Entre la multitud y las luces tenues, juró haber visto algo, o más bien, a alguien.

Una cabellera tricolor se había colado entre las sombras, pero no era como la suya. Donde él tenía puntas magenta, esa silueta las llevaba aguamarina, un detalle que le resultó tan conocido como imposible. Su corazón se aceleró, golpeando contra su pecho con la fuerza de un recuerdo que preferiría olvidar.

El nombre cruzó su mente como un susurro, pero no pudo siquiera pronunciarlo. Yugi se inclinó ligeramente hacia adelante, escudriñando el lugar donde había creído ver la silueta, sus manos aferrándose con más fuerza a la barra.

Faraón, notando el cambio drástico en su expresión, frunció el ceño.

— ¿Estás bien? —preguntó con un tono bajo pero firme, intentando atraer nuevamente la atención de Yugi.

El sonido de su voz sacó a Yugi de su trance. Parpadeó varias veces, como si necesitara convencerse de que lo que acababa de ver no era más que una ilusión. Con un movimiento rápido, regresó la mirada a Faraón, pero inmediatamente volvió a buscar en la dirección de la multitud. Nada. Parecía que la figura se desvaneció tan rápido como había aparecido, devorada por el flujo constante de gente y las luces cambiantes. Se había esfumado, y con ella, cualquier esperanza de que fuera real. Bajó la mirada hacia su copa, sus dedos jugueteando con el cristal mientras intentaba recomponerse.

— Creo que... —murmuró tras un largo silencio— creo que ya bebí demasiado.

Faraón ladeó la cabeza, sin quitarle los ojos de encima, como si intentara descifrar lo que realmente estaba pasando. Yugi alzó la mirada hacia él, esbozando una sonrisa claramente forzada.

— Estoy empezando a ver cosas. Mejor no lo tomo tan en serio.

Aunque intentó sonar convincente, la tensión en su mandíbula delataba que no era solo el alcohol hablando. Faraón alzó una ceja, pero decidió no insistir. La mirada de Yugi volvió a perderse por unos segundos en el espacio vacío donde creyó haber visto esa figura.

No puede ser. No aquí. No él.

Yugi se negó a creerlo. ¿Qué haría su hermanito en un sitio como este? La idea era absurda, ridícula incluso, pero el peso en su pecho le decía lo contrario. Tragó con fuerza, como si pudiera deshacerse del nudo que comenzaba a formarse en su garganta, y volvió la mirada hacia Faraón. Se dio cuenta de lo tenso que se había puesto el ambiente, y eso no le gustó.

A la mierda —pensó. Sin previo aviso, levantó una mano y llamó al barista—. Otras dos copas, por favor. — Su tono fue firme, casi demasiado casual.

Faraón frunció el ceño, desconcertado.

— ¿No acabas de decir que ya habías bebido demasiado? —cuestionó, su voz cargada de una mezcla de sorpresa y preocupación.

Yugi se giró hacia él con una sonrisa que parecía desentonar con la conversación de hacía unos momentos.

— Cambié de opinión. Además, ya casi es hora del espectáculo de Cachorro. Deberíamos ir al lobby antes de que empiece.

Sin darle tiempo a replicar, el barista colocó las dos copas frente a ellos. Yugi las tomó y extendió una hacia Faraón, quien seguía observándolo con la misma confusión.

— Vamos. — Su sonrisa se amplió, aunque sus ojos no parecían compartir el mismo entusiasmo.

Antes de que Faraón pudiera cuestionar algo más, Yugi dio un paso hacia adelante, dejando la barra detrás. Faraón se quedó quieto por un momento, mirando la copa en su mano y luego hacia la figura de Yugi, que se alejaba entre la gente.

Confundido y ligeramente preocupado, Faraón finalmente se puso de pie. Quería comprender qué le había pasado a Yugi de repente, pero decidió no presionarlo.

Con una mirada más, siguió a Yugi hacia el lobby, donde las luces brillaban con mayor intensidad y la música comenzaba a cambiar de tono, indicando que el espectáculo estaba a punto de comenzar.

La noche parecía envolver la terraza del restaurante como un manto, mientras el viento frío acariciaba la piel con su sutileza. De pie junto al barandal de cristal, un joven destacaba como una figura etérea, casi como si no perteneciera del todo a este mundo. Su cabellera tricolor, con mechones dorados que parecían atrapar la luz y puntas aguamarina que reflejaban un leve resplandor, revoloteaba al compás del aire nocturno.

El antifaz azul marino metálico que cubría parcialmente su rostro no hacía más que intensificar su misterio, dándole un aire enigmático que lo aislaba de la multitud. Su mirada, oculta tras las sombras de las luces cálidas del restaurante, destilaba una mezcla de melancolía y serenidad, mientras sus ojos brillaban con la tenue luz que alcanzaba a iluminarlo.

Vestía un pantalón negro ligeramente ajustado que se moldeaba a sus esbeltas piernas, realzando una elegancia natural. Su camisa —o quizás debería llamarse blusa, por su diseño único— era de manga larga, confeccionada en una tela brillante y delgada, que caía sobre su cuerpo como una segunda piel. Cubría su pecho con modestia, pero dejaba la parte superior de su espalda al descubierto, revelando la curva delicada de sus omóplatos. El contraste entre la tela suave y su piel pálida hacía que cada movimiento pareciera un sutil destello de luz.

El maquillaje realzaba sus facciones con una maestría casi artística. Sus ojos estaban decorados con sombras que brillaban tenuemente con la cálida luz que se filtraba desde el interior del restaurante. El delineado suave, pero preciso, acentuaba la profundidad de su mirada. Sus labios, ligeramente teñidos de un rosa natural, se fruncían con una expresión pensativa mientras sostenía con elegancia una copa de sidra de manzana.

Se apoyaba en el barandal con una postura que mezclaba relajación y sensualidad. Sus brazos delgados, expuestos hasta el comienzo de las mangas, descansaban contra el cristal, mientras su mirada se perdía en la inmensidad de la ciudad nocturna. Era como si la vista de las luces parpadeantes lo envolviera en un estado de calma melancólica, ajeno al bullicio de los comensales detrás de él.

El viento jugaba con él, levantando levemente la tela brillante de su blusa y acariciando los mechones dorados que caían sobre su frente. Desde un ángulo cercano, podría haber sido confundido con una delicada jovencita, pero había en su porte algo que delataba su verdadera esencia: una mezcla de fragilidad y fuerza que no requería palabras para hacerse notar.

Parecía un cuadro viviente, una obra de arte cuidadosamente diseñada para captar la atención sin esfuerzo. Sin embargo, su expresión revelaba que, aunque estaba rodeado de belleza, su mente estaba en algún lugar lejano, quizás atrapada en pensamientos que solo él podía descifrar.

Su mente, atrapada en un remolino de pensamientos, se debatía entre la incertidumbre y la realidad que lo rodeaba. Las rosas negras, que había dejado olvidadas sobre una mesa cercana, parecían mirarlo en silencio, como un recordatorio de decisiones no tomadas, de caminos que, al parecer, ya no podían desandarse. ¿Por qué había terminado allí, entre las paredes opulentas de este club, con su antifaz, sus prendas delicadas y su alma aparentemente vacía?

Se pasó una mano por el cabello dorado, sintiendo cómo el viento lo acariciaba. La ciudad a sus pies brillaba, pero la luz que lo rodeaba no conseguía iluminar por completo lo que había en su interior. ¿Realmente pertenecía a ese mundo de luces brillantes y cuerpos ajenos? Su corazón latía de una forma ansiosa, como si quisiera escapar de sí mismo, pero no había dónde ir.

¿Por qué estaba aquí? La pregunta se repetía una y otra vez. La respuesta siempre se desvanecía como niebla al primer intento de aferrarse a ella. Estaba allí porque no tenía otra opción, porque no había a nadie más a quien recurrir. No podía volver a casa. No quería volver a casa. No después de todo lo que había pasado. Y la única persona en el mundo que alguna vez creyó que podría importarle, nunca lo había buscado. No había ni siquiera un rastro de esa persona en los últimos cinco años.

Pensó en aquella oportunidad, recordó aquella posibilidad de escape que había tenido unos días atrás cuando el jefe descubrió su mentira, su edad. Sin embargo los recuerdos de aquella noche llegaron con fuerza: la promesa de un futuro distinto, la esperanza de que alguien podría rescatarlos de este ciclo de desesperanza. Pero en lugar de la libertad que había esperado, la única opción que le quedaba era regresar a las mismas cadenas, firmar otro contrato, y seguir adelante como si nada hubiese cambiado. Después de todo, el dinero no cae del cielo.

El CEO fue piadoso con él, al menos no lo había entregado a las autoridades. Si me enviaban de vuelta a casa... Se estremeció al pensarlo. No era esa una opción que le ofreciera consuelo. Y si el club era su única salida, tal vez no era tan malo. Al menos allí podía seguir siendo invisible para el mundo, sin las expectativas de los demás, sin tener que cumplir con un rol que ya no le pertenecía.

Alzó la copa de sidra de manzana en un gesto automático, llevándola a sus labios. Un sorbo. La dulzura era una distracción fugaz, un pequeño consuelo momentáneo ante el vacío que lo acechaba. Quizás, pensó, quizá el club no era tan malo después de todo. Quizá ese lugar, con todas sus luces y sombras, era el único refugio que le quedaba. Y tal vez, solo tal vez, allí podría encontrar algo más que un simple respiro: una razón para seguir adelante, aunque fuera solo por un día más.

Aguamarina— lo llamaron. El chico volteó con calma, los ojos rojos y el antifaz negro de quien lo había llamado hablándole más que cualquier palabra. La piel canela de aquel hombre brillaba bajo la cálida iluminación del club. Su presencia parecía envolverlo todo, dejando una estela de misterio que contrastaba con la serenidad del joven frente a él.

Una ligera sonrisa juguetona se dibujó en los labios del chico, quien se acercó unos pasos, con su copa de sidra de manzana todavía en la mano. El brillo en sus ojos del mismo color que su nombre ya mencionado, era indescriptible, un destello fugaz de algo entre desafío y curiosidad.

—Pensé que no me encontrarías esta noche, Rey de las Sombras —dijo, su voz suave y cargada de un aire travieso. Había algo en su tono, un juego silencioso, como si conociera todos los secretos del hombre que tenía frente a él, pero no estaba dispuesto a revelarlos aún.

Rey de las Sombras no respondió de inmediato, observando al chico con una intensidad que parecía traspasar cualquier barrera. Su mirada era penetrante, profunda, pero siempre mantenía un aire de distanciamiento, como si todo aquello fuera una representación, una función que él mismo había puesto en marcha.

Finalmente, sus labios se movieron con calma, rompiendo el silencio que se había instaurado entre ellos.

—Pensé que habías decidido desaparecer por completo esta vez —dijo, su voz grave y segura, pero con un toque de suavidad que solo un par de ojos atentos podrían captar. A pesar de la calma de sus palabras, había un leve matiz de expectación, como si estuviera probando una hipótesis que llevaba tiempo barajando en su mente.

El chico de ojos aguamarina dejó escapar una pequeña risa, ligera y evasiva, como si no fuera importante. A pesar de su actitud relajada, sus ojos no podían ocultar la chispa de un pensamiento fugaz.

—No es tan fácil escapar de las sombras, ¿verdad? —dijo, mirando a Rey de las Sombras con una intensidad que contrastaba con la ligereza de su postura. Era un enigma dentro de otro, un juego de reflejos que ninguno de los dos parecía dispuesto a romper.

Rey de las Sombras permaneció inmóvil durante un momento, luego levantó la mano y, con un movimiento preciso, le entregó una rosa negra al chico. El gesto fue tan suave, tan calculado, que no pareció fuera de lugar. Aguamarina la miró con naturalidad, pero sin dejar de observar al hombre frente a él. La rosa, oscura como la noche, parecía encerrar un mensaje más profundo que las palabras.

Con una ligera sonrisa, Aguamarina tomó la flor, llevándola lentamente a su rostro, paseándola juguetonamente por su mejilla, como si probara la suavidad de la flor antes de añadir algo más.

—Eres un poeta, Rey de las Sombras —comentó, su tono ligero, pero cargado de una mezcla de curiosidad y diversión. Sabía lo que aquello representaba, pero nunca dejaba de disfrutar del misterio que rodeaba cada uno de sus encuentros.

Rey de las Sombras la observó en silencio, sus ojos fijos en los movimientos del chico, sin perder detalle. El aire entre ellos se volvió más denso, como si las palabras estuvieran a punto de convertirse en algo mucho más tangible.

—¿Me harás compañía ésta noche? —preguntó finalmente, su voz grave, impregnada de una suavidad que casi no se notaba, pero que estaba llena de una invitación peligrosa. La mirada que le dedicó no fue de petición, sino de un desafío, como si ya supiera cuál sería la respuesta.

Aguamarina lo miró un momento, con una ligera sonrisa en los labios. No había sorpresas en su rostro, solo una aceptación que llevaba implícita una historia compartida. Como cada vez que se encontraban, el juego entre ellos era casi un ritual.

—Como siempre, Rey de las Sombras, estaré encantado de hacerlo —respondió, dejando caer la rosa en sus manos mientras la sonrisa en su rostro se alargaba de manera enigmática.

Sin decir más, giró lentamente hacia el barandal, dejando que el viento jugueteara con su cabellera mientras su mirada se perdía en las luces de la ciudad. La figura de Rey de las Sombras permaneció a su lado, pero no se acercó. La noche continuó en silencio, con la promesa de lo que vendría, sin prisa, sin necesidad de palabras.

El misterio se mantuvo intacto. Solo quedaba la certeza de que, una vez más, Rey de las Sombras había dejado una huella en su mente. Y como siempre, Aguamarina estaba dispuesto a seguir el juego.

Continuará...

Agradezco su paciencia. Este es el capitulo atrasado del pasado sábado 14 de diciembre. Me tardé en subirlo ya que primero queria editar los capitulos previos, los cuales por cierto los invito a leer o re-leer. Edité la redacción y agregué un par de líenas y díalogos en algunos de ellos para nutrir más la historia, desde el prólogo hasta el capitulo 9 han sido corregidos en fluidez y redacción, esperando sean de su agrado, nuevamente.

Tambien he cambiado la apariencia en portadas y banners de algunas historias, ésta entre ellas. Espero que les guste ^^

Bye ❤️🥰

PD. pronto subiré el resto de capitulos atrasados, los correspondientes al domingo y el lunes.

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