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Capítulo 1. Secretos

La mañana era como cualquier otra. Los rayos del sol se filtraban suavemente entre los huecos de las cortinas, evitando que la luz invadiera por completo la habitación del tricolor.

Sin embargo, la puerta estaba abierta, y eso le costó caro al pobre chico.

— Mmmm... —se quejó, sintiendo una áspera lengua rozar su mejilla. Abrió los ojos con lentitud, esperando encontrarse con Kitty o Tikky, las dos gatas que compartían su hogar. Pero no...— ¿¡Qué...!?— Un ladrido y un par de ojitos brillantes lo despertaron por completo. Cerró los ojos, resignado pero frustrado a la vez, y soltó un grito de desesperación: — ¡Joey!

El chico rubio apareció en el marco de la puerta con una sonrisa traviesa, ya anticipando el sermón que seguramente le iba a caer por haber traído una nueva mascota al apartamento.

— ¿Qué es esto? —Yugi señaló al animalito que lo miraba desde la cama, sus ojitos grandes y brillantes.

— Ay, Yugi, eso es un perrito. ¿No te lo enseñarón en el preescolar? —bromeó Joey, aunque un toque de nerviosismo se colaba en su tono.

— Joey...

— No puede evitar aceptarlo. Estoy seguro de que lo devolvería a la tienda, pero este pequeño merece un hogar.

— ¿Ah, sí? Pues yo merezco despertar sin tener que lidiar con tus mascotas.

— No son tantas... —Joey protestó, con una mueca.

— ¿Qué no? Tienes un conejo, dos tortugas, cuatro peces, un hámster, dos periquitos, un loro, una maldita serpiente, dos gatas y ahora me agregas un cachorro a la lista.

— Técnicamente, el conejo es tuyo...

— Wow, una mascota menos de tu lista. ¡Qué gran diferencia! —Yugi resopló con sarcasmo.

— Te prometo que este es el último animalito que acepto como regalo.

— Eso dijiste cuando trajiste a la serpiente... y antes de eso, cuando trajiste los cuatro peces... y entonces solo tenías las dos tortugas.

— Pero...

— Si tuviéramos un patio, seguro ya te habrían regalado un oso —dijo Yugi mientras bajaba al cachorrito de la cama, preparándose para levantarse.

— No sé por qué odias tanto a las mascotas...

— No las odio, Joey. Lo que odio es tener que ser responsable de ellas cuando ni siquiera son mías.

— Gran cosa.

— Si no es gran cosa, entonces ¿por qué no lo haces tú?

— Porque yo trabajo.

— ¿Y yo no?

— Tu horario es más flexible.

— Sabes que eso no es cierto. —Yugi lo dijo mientras se dirigía al baño. Joey, por otro lado, abrazaba al perrito y comenzaba a hacerle mimos.

— Prometo ser más responsable con mis mascotas —gritó Joey desde fuera del baño.

— Eso es como si yo prometiera ser virgen el resto de mi vida.

— Como si fuera tan difícil cuidar de ellas. Solo tienes que alimentarlas.

— Oh, sí. Claro. Bañarlas, mimarlas, hacer que hagan ejercicio y limpiar sus desastres. Eso se hace solo, ¿verdad?

— Suenas como mi madre.

— Y tú como un niño —respondió Yugi al salir del baño, peinado y con la cara limpia. Luego, con tono más tranquilo, agregó:— Ambos tenemos trabajos y ocupaciones con la escuela. Cuidar de tus mascotas adultas no es un problema, pero este cachorro será una carga triple. —Comenzó a vestirse. —Como es pequeño, debe ser entrenado, educado y...— De repente, su mirada se detuvo, al igual que su voz, cuando se dio cuenta de lo que el perrito había dejado en el suelo. Un charco de líquido amarillo, completamente reconocible. Miró a Joey con enojo, quien solo suspiró—. No puedo con esto —exclamó, molesto, mientras salía de la habitación.

— Espera...

— Me voy.

— ¿No desayunaremos juntos?

— De repente se me fue el hambre. —dijo Yugi con sarcasmo—. Me voy a la escuela, y más vale que cuando regrese, el suelo de mi habitación esté impecable.

Y, con esa última advertencia, salió del apartamento rumbo al instituto.

— ¡Estoy agotada! —dijo Tea, dejándose caer sobre la mesa del patio de la escuela, usando su mochila como almohada improvisada. Su tono estaba lleno de flojera—. Maldita maestra de aritmética... ¿Por qué tuvo que hacer un examen sorpresa? ¿Acaso no sabe que trabajo? No tengo tiempo de estudiar.

— Tea, sólo trabajas cinco horas. —respondió Tristán, con una sonrisa divertida.

— Bueno, sí —se enderezó y cruzó los brazos—. Pero siempre termino cansada, y cuando llego a mi casa, lo único que quiero es dormir.

— Por lo menos tú puedes dormir —intervino Joey con una sonrisa burlona.

— Tú no duermes porque no quieres. Estás rodeado de camas. —reprochó Tea, levantando una ceja.

— Sí, pero en esas camas se hacen otras cosas... —respondió Joey con tono pícaro, provocando una sonrisa burlona de Tea.— Pero yo no hablaba de mí. Yo sí alcanzo a dormir porque tengo ciertos privilegios. —Joey se acomodó en su asiento, confiado.

— Bueno, ser el novio del jefe siempre trae algunas ventajas. —bromeó Tristán, aprovechando la oportunidad para molestar al rubio. Joey se sonrojó, visiblemente incómodo.

— Ay, ya basta. —interrumpió Tea, claramente cansada de las bromas—. ¿De quién hablabas?

— De Yugi. —respondió Joey, mirando a ambos con seriedad.

— ¿Qué? ¡Pero si trabaja las mismas horas que yo! —exclamó Tea, sorprendida.

Trabajaba las mismas horas que tú. —Joey frunció el ceño, haciendo una pausa antes de continuar—. Hace poco mas de tres meses comenzó a hacer turnos dobles, y llega tarde al apartamento. A veces no regresa hasta las 6 de la mañana, y se levanta a las 7. No me dice nada, como si supuestamente no supiera nada.

— ¿Cómo que "supuestamente"? —preguntó Tristán, confundido.

— Una semana después de darme cuenta, llegué una noche a las 4 de la mañana, justo cuando él llegaba. Estaba saliendo de la ducha cuando lo escuché entrar. Intentó ser silencioso, pero oí ruido en la cocina. Así que salí de mi habitación y bajé las escaleras sin hacer ruido, hasta la cocina. Cuando entré, él tenía un vaso de agua en la mano. Le pregunté si recién había llegado, y me dijo que no, que se había levantado por el agua. Le dije que aún estaba con su uniforme de trabajo, y me respondió que cuando llegó hacía "varias horas", estaba tan cansado que se durmió tal cual. Obviamente, era mentira, pero no le pregunté más. Si no quiere decirme la verdad, tendrá sus razones. Pero lo que sé es que lo máximo que ha llegado a dormir en todo este tiempo son tres horas por noche.

— ¿Por qué no nos habías dicho nada antes? —preguntó Tea, preocupada.

— Porque no me corresponde, Tea. Se supone que no sé nada, y ustedes tampoco. Ni se les ocurra comentárselo. —Joey miró a ambos con seriedad, sabiendo que era un asunto delicado.

— No lo haremos, pero debemos averiguar qué está pasando con él. Es nuestro amigo, y lo que me estás contando suena preocupante. —Tristán se cruzó de brazos, pensativo.

— Oigan. —Tea señaló a lo lejos—. Ahí vienen los tórtolos.

Los tres miraron en dirección a la pareja que se acercaba caminando, charlando alegremente. Tea agregó, mirando a sus amigos con una expresión seria:

— También tenemos que evitar decírselo a Yami. Ya saben lo obvio que es lo que siente por Yugi, y él no se quedará de brazos cruzados. Pero sus reacciones pueden ser impulsivas e imprudentes.

— Yami no es imprudente. —Tristán levantó una ceja, mirando a Tea.

— ¿Nunca te has enamorado? —Joey intervino, su tono serio—. El amor te ciega a tal grado que te hace hacer cosas estúpidas.

— Cállense. —Tea les lanzó una mirada fulminante—. Ahí vienen.

En ese momento, Yami y Yugi llegaron, sonriendo y saludando. Yami se adelantó, dirigiéndose al grupo con su usual confianza.

— Hola, chicos. —saludó Yami.

— ¡Hola, Yami! ¿Dónde estaban los dos? —preguntó Tea, sonriendo.

— Fuimos por un cupcake a la cafetería. —Yami respondió mientras colocaba su mochila en la mesa, notando la mirada curiosa de todos.

— Adivinaré... —dijo Tea, con tono burlón—. Pan de plátano y betún de chocolate.

— ¡Déjame en paz, Tea! —Yugi se sonrojó y sonrió nervioso.

En ese instante, el teléfono de Yugi vibró y una llamada entró. Su rostro, que momentos antes había sido alegre, se tornó rápidamente en una expresión más seria y preocupada.

— Debo atender. Regreso en un momento. —dijo Yugi con una ligera sonrisa, tratando de ocultar su malestar.

— No tardes. —le dijo Yami, con una sonrisa cálida.

— No lo haré. —respondió él, pero su tono era menos seguro. Se dio la vuelta y se fue rápidamente, dejando al grupo atrás.

— "No tardes"... —murmuró Joey, imitando la voz de Yami con burla.

— "No lo haré"... —respondió Tristán, riendo también mientras ambos se miraban y se divertían a costa de su amigo.

Yami, al escuchar las risas a sus espaldas, se sonrojó aún más, algo incómodo.

— No les hagas caso, son unos idiotas. —Tea sonrió con un gesto indulgente—. Mejor dinos cómo te fue en la prueba de aritmética.

— 89/100.

— ¿¡Qué!? —exclamó Tea, sorprendida.

— Como siempre, el mejor de nosotros —comentó Tristán, con un toque de burla mientras engrandecía a su amigo.

— Y Yugi no se quedó atrás. —Joey sacó la prueba de Yugi de su mochila y la extendió hacia ellos—. Sacó 80/100.

— ¿Por qué soy la única que sacó una calificación por debajo de 70? —Tea frunció el ceño, claramente frustrada.

— Porque no estudias. —Tristán la miró con una sonrisa burlona.

— ¿Y tú sí? —replicó Tea, alzando una ceja.

— Oye, saqué tres puntos más que tú. Yo sí alcancé el 70 —Tristán se defendió, encogiéndose de hombros.

— Ay, por favor, ¿eso qué? Además te vi lanzando una moneda al aire para ver qué respuestas ponías. —Tea lo miró de forma acusadora.

— Ya cásense —murmuró Yami, riendo mientras rodaba los ojos.

— Oí eso, Yami. —dijo Tristán, mirando al chico de cabello oscuro.

Mientras los tres chicos discutían de forma amigable, Joey, que se sentía un poco fuera de lugar, decidió escapar discretamente y dirigirse a donde Yugi se había ido hace un rato.

Caminó hacia la parte trasera de los salones, donde había visto a Yugi irse rápidamente después de su llamada. En silencio, se asomó por la esquina y lo vio. Yugi estaba sentado en el suelo, abrazando sus rodillas con la cabeza agachada, como si quisiera esconderse del mundo.

Joey se quedó quieto por un momento, observando a su amigo. Notó que Yugi no se movía, como si no lo hubiera escuchado.

— Yugi... ¿Estás...? —preguntó, con la voz suavemente preocupada.

Yugi levantó la cabeza de sus rodillas y, sin mirarlo, habló en un susurro.

— No... ahora no. —su voz sonaba apagada, casi quebrada—. Por favor, no me preguntes nada...

Joey, aunque dudoso, se agachó frente a él y lo miró con suavidad.

— ¿Hay algo que necesites? —preguntó, sin saber exactamente qué decir.

Yugi cerró los ojos por un momento, tomando aire, antes de hablar en voz baja.

— ...Un abrazo... solo eso.

Sin dudarlo, Joey se arrodilló y, con delicadeza, lo abrazó con fuerza. Yugi respondió al instante, aferrándose a él, como si su vida dependiera de ese gesto. Ambos se quedaron en silencio, el uno sosteniendo al otro, como si el tiempo hubiera dejado de existir.

La campana que marcaba el fin del descanso sonó, pero ninguno de los dos se movió. El abrazo continuó, cálido y silencioso, como un refugio que ninguno quería dejar.

Ya había pasado una hora desde que ambos se separaron de aquel cálido abrazo que había reconfortado a Yugi. Sin embargo, ya se les había hecho tarde para entrar a clase, y ninguno de los dos tenía el ánimo de dar explicaciones a la profesora. Después de todo, era Literatura, una materia demasiado fácil.

Ambos se encontraban en uno de los jardines traseros de la escuela, donde sabían que nadie los vería, evitando así las consecuencias de saltarse la clase.

— ¿A qué hora piensas llegar hoy? —preguntó Yugi, ahora algo más tranquilo. Desde que se separaron del abrazo, no tocó el tema de por qué se sentía decaído. Habían decidido dejarlo de lado por el momento. Joey pensó que lo mejor sería distraer a su amigo con algo ligero, así que sus conversaciones habían sido sobre cosas triviales.

— No lo sé. Quizás no llegue. —Joey se encogió de hombros—. En dos días tenemos examen de Historia, y ya sabes que soy pésimo en esa materia, así que...

— Así que... te quedarás a "estudiar" con tu novio/jefe. Ambos sabemos que no vas a estudiar en realidad. —Yugi levantó una ceja y sonrió de forma burlona.

— Bueno, mi idea es estudiar de verdad, pero si pasa algo más... —Joey la dejó en el aire, dejando la insinuación flotando.

— Ay, por favor. Es obvio que algo más va a pasar. —Yugi le devolvió la sonrisa, con un tono ligeramente irónico—. Entonces, supongo que me encargaré de tus mascotas de nuevo.

— Sobre eso... —Joey se rascó la nuca, dudando—. Estuve pensando en lo que me dijiste, y tienes razón. No está bien que te deje esa carga a ti, así que voy a deshacerme de algunas.

— Con que la serpiente se vaya, me conformo. —Yugi soltó una risa ligera.

— Bueno... realmente, esa es la única que se irá. —Yugi suspiró y Joey continuó mirándolo con una expresión algo triste—. Lo siento, pero no pude deshacerme de las demás. Solo ver sus ojitos me hace sentir miserable al dejarlos ir.

— Si... —Yugi sonrió de forma juguetona—. Pues de ahora en adelante pondré ojos de cachorro para que me hagas caso cada vez que te diga algo. Y hablando de cachorros... —lo miró con una mirada pícara.

— Ya sé, ya sé. Limpié el desastre del cachorrito. —Joey levantó las manos en señal de rendición, sabiendo de antemano lo que Yugi iba a decir.

— Genial, porque seguro tendrás que limpiar el triple. Apuesto mi salario a que el apartamento está hecho un caos en este momento. —Yugi frunció el ceño, anticipando la catástrofe.

— Sí... bueno... Hoy no iré a casa contigo. —Joey desvió la mirada, como si no quisiera que Yugi notara lo que estaba pasando por su mente.

— ¿Qué? —Yugi lo miró confundido, no entendiendo la repentina decisión.

— Saliendo de aquí, iré directo al trabajo. El lunes inicia la semana de la rosa, y sabes lo que eso significa. —Joey se encogió de hombros con una mezcla de resignación y cansancio.

— Claro. Lo mismo de cada tres meses. —Yugi hizo una mueca.

— Sí. Estaré ayudando con los preparativos.

— Creí que eras novio del jefe. ¿Eso no te hace inmune a ciertas cosas obligatorias? —Yugi levantó una ceja, insinuando que tal vez Joey debería tener algún tipo de ventaja por su relación.

— Ya sabes que no. Los romances dentro de ese club están prohibidos entre los empleados. Claro, entre jefe y empleado hay excepciones, pero nadie lee las letras pequeñas del contrato. —Joey dio una ligera risa, aunque su tono seguía siendo algo serio—. El jefe quiere evitar dar explicaciones, por lo que nuestra relación sigue siendo secreta. Aunque es quizá un poco obvia, y creo que ya todos lo saben.

— ¿Y no te molesta que sea un secreto algo que no está prohibido? —Yugi lo miró con una mezcla de curiosidad y preocupación.

— Al principio sí, pero ahora ya me da igual, creo. No me importa simular frente a los demás porque sé que me lo compensa de otras formas. —Joey respondió con una sonrisa ladeada, pero había algo en su mirada que indicaba que el tema aún le incomodaba un poco.

— ¿Tú solo piensas en sexo? —Yugi se rió, intentando hacer que la conversación no se volviera demasiado densa.

— Sexo es lo que tengo con mis clientes. Con él... hago el amor. —Joey lo miró fijamente, con una expresión seria que sorprendió a Yugi.

— ¿No es lo mismo? —Yugi no pudo evitar preguntarlo, confundido.

— No, Yugi. —Joey negó con la cabeza—. El sexo es algo que tienes con alguien para pasar el rato. Pero cuando te acuestas con la persona que realmente amas, eso es hacer el amor.

— Hoy aprendí más contigo que con el profesor de Biología. —Yugi soltó una risa sarcástica, aliviando un poco la tensión del momento.

— Bueno, pues ya que te expliqué la teoría, es hora de la práctica. —Joey sonrió con descaro.

— ¡Ni loco! —Yugi lo interrumpió rápidamente, levantando las manos en señal de negación—. Ya sé a dónde quieres llegar. Es lo mismo de cada tres meses y la respuesta sigue siendo no.

— Ay, porfa... Necesitamos el dinero extra para solventar nuestros gastos. —Joey lo miró con una expresión de súplica exagerada.

— ¡¡Pero si ganas cerca de ¥450,000!! —Yugi lo miró incrédulo.

— Sí, pero durante la semana de la rosa puedo aumentar mi paga en un 5% por cada cliente nuevo que traiga al club. —Joey le dedicó una sonrisa, como si fuera una oferta irresistible.

— Así te den un millón, yo no pienso ir a tu club a tener sexo con cualquier desconocido. —Yugi negó con la cabeza, firme en su postura.

— No te estoy llevando para que tengas sexo. Solo ve, pasa el rato en el bar o en el restaurante, conoce gente, charla. No toda la gente que va al club está ahí para eso. Solo... ven. —Joey lo miró con un brillo travieso en los ojos.

— Si voy una sola vez... ¿prometes dejar de insistir la próxima semana de la rosa? —Yugi lo miró con desconfianza, pero también con un toque de humor.

— Prometo intentarlo. —Joey sonrió con picardía.

— Entonces prometo pensarlo. —Yugi lo miró con los ojos entrecerrados, como si estuviera evaluando la oferta.

En ese momento, la campana sonó, anunciando el fin del día escolar. Ambos se pusieron de pie y recogieron sus celulares del césped, guardándolos rápidamente en los bolsillos.

— Le mandé mensaje a Tristán. Nos dará nuestras mochilas en la puerta de salida. —Yugi se estiró mientras hablaba, aliviado por el fin del día.

— ¿Dónde estaban? — preguntó Tristán al verlos salir de la escuela. Ambos se acercaron y tomaron las mochilas de sus manos.

— La clase de literatura es la más fácil y aburrida. Además, cuando fui a buscar a Yugi, la campana ya había sonado. Se nos hizo tarde, así que decidimos no entrar — mintió el rubio, restando importancia al asunto.

— Bien, pues la profesora dejó tarea. Se las paso luego — respondió Tristán, haciendo una ligera mueca de resignación.

— Gracias, viejo — agradeció el rubio con una sonrisa. Sin embargo, mientras hablaba, sus ojos se desviaron hacia un rincón a lo lejos. Algo le llamó la atención. Miró por encima del hombro del castaño que tenía frente a él, y vio cómo, discretamente, se asomaba cierto chico de ojos rojos. El rubio se apresuró a despedirse con un tono rápido y algo nervioso. — Bueno, se me hace tarde. Ya saben, casi es semana de la rosa y todo está hecho un caos en el club.

— Sí, bueno, nos vemos mañana — respondió Tristán, sin sospechar de nada. — Genial. — Miró a Yugi, que permanecía en silencio. — Adiós, Yugi. Recuerda que no llegaré esta noche.

— Sí, sí. Ya vete — respondió Yugi con un gesto indiferente, pero con una ligera sonrisa.

— ¡Nos vemos! — gritó mientras se alejaba corriendo, casi como si ya estuviera buscando una excusa para irse rápido.

— Yugi, ¿caminamos hasta la parada? — preguntó Tristán, alzando una ceja.

— Claro. Oye, ¿y Tea?

— Hoy tiene club. Dijo que se iría más tarde — explicó Tristán mientras comenzaban a caminar.

Mientras tanto, el rubio, que había estado algo distraído, de repente se adelantó y giró en la esquina de la escuela. Corrió una calle abajo hasta llegar a una esquina, donde visualizó al chico de ojos rojos esperando pacientemente, con una leve sonrisa en el rostro.

— Lo siento, creí que apenas ibas a salir — dijo el rubio, algo apurado.

— Está bien. No es como si tuviera prisa por llegar — respondió el chico, restando importancia al hecho.

Ambos cruzaron la calle, sus pasos sincronizados, como si no hubiera nada que los separara.

— Oye... Hoy hablé con Yugi sobre la posibilidad de que vaya al club en la semana de la rosa... — comenzó el rubio, de manera casual, sabiendo la reacción que iba a causar.

— ¿¡Qué!? — exclamó el tricolor con evidente nerviosismo pero a la vez cierta chispa de esperanza en sus ojos.

— Dijo que lo iba a pensar... — respondió el rubio con una sonrisa triunfal.

— ¿En serio dijo que lo iba a pensar? — repitió, aún sorprendido, analizando lo que su amigo acababa de decir. — Vaya, eso es... inesperado.

— Sí — respondió el rubio, encogiéndose de hombros. — Parece que finalmente voy a poder presentar a mi "amigo de trabajo"... "Faraón"...

— Cállate — dijo el tricolor, sonrojándose inmediatamente y desviando la mirada. — No es que me emocione que me vea trabajando allí. Ni siquiera me imagino su cara si se enterara. Seguramente se alejaría.

— Él sabe que yo trabajo ahí y sigue siendo mi amigo — insistió el rubio, con calma.

— Sí, pero tú no intentas ser algo más que amigo de él. Estoy seguro de que no querrá ser novio de alguien que se acuesta con medio mundo... Sin ofender — comentó, lanzando una mirada seria, aunque con tono de broma al final.

— Está bien, no me ofendo — respondió el rubio, tranquilo.

— Pero, en serio, no quiero que me vea como un empleado de La rosa negra.—mencionó con temor.

— Te recuerdo que nadie sabe la identidad del otro en ese club. Así que él no sabrá que eres tú detrás de ese antifaz. Y si algo más pasa, las reglas exigen que ambos usen una venda en el acto — explicó Joey, con una sonrisa ladeada, como si supiera algo que su amigo aún no entendía, pero en realidad, el tricolor ya lo sabía.

— No va a pasar nada. Ni siquiera... — comenzó a decir el oji-carmín, pero Joey lo interrumpió con una mirada penetrante.

— ¿Ni siquiera charlar? — preguntó, un tanto incrédulo. — Por meses he intentado que él vaya al club para que, inconscientemente, conozca esa otra parte de ti. Tú has querido que él vaya para acercarte a él. Y ahora que está por aceptar... ¿ni siquiera le dirigirás la palabra?

El tricolor se detuvo por un momento, mirando al suelo mientras las palabras de su amigo calaban en él.

— ¿Y si me reconoce? — preguntó, como si eso fuera lo único que le preocupaba.

— ¿Y si, aún así, te acepta? — Joey lo miró, su tono suave pero firme. — Yugi no se alejará si sabe que trabajas ahí, pero no puedo asegurar que su corazón te pertenezca si no haces algo para ganártelo. Piénsalo, Yami... Esta puede ser tu oportunidad para abrirte con él... En ambos sentidos — añadió con un toque pícaro, lo que hizo que Yami se sonrojara más de lo que ya estaba.

El oji-carmín se quedó en silencio, mirando al frente, con la mente llena de dudas. Por un momento, pensó que su amigo tenía razón, pero el miedo a perder a Yugi, de ser visto de otra manera, lo paralizaba. Sin embargo, en el fondo sabía que tenía que hacer algo.

Continuará...

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