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Treinta y tres (Parte 1)

Louis siempre fue aquel niño que las maestras adoraban.

Era el más inteligente, el mejor portado, el de calificaciones excelentes y modales dignos de admirar. Su frente diariamente tenía la estampita de una estrella y su sonrisa iluminaba el día de sus compañeritas y compañeritos. 

Todos querían tenerlo de amigo.

Pues el castaño de seis años, tenía la vida que cualquiera deseaba: sus padres eran empresarios exitosos, con buena posición social y económica, una vivienda con piscina, un jardín con una casa en el árbol y su propio salón de juegos.

Nora e Isaac Tomlinson se conocieron en la preparatoria, congeniaron enseguida y el inicio de su noviazgo se dio dos meses después, despertando la envidia de sus compañeros de clase. Fue una relación linda que se mantuvo en su trayectoria estudiantil y hasta la graduación.

Luego, un año más tarde, las invitaciones de su boda fueron enviadas a sus familiares y amigos cercanos.

Y lo que hizo aquella unión más fuerte, fue el embarazo de Nora, siete meses después de contraer nupcias. Un veinticuatro de diciembre, nació el pequeñín de ojos azules, la cereza en el pastel de la felicidad en la familia Tomlinson.

Louis era la luz de sus ojos, todo lo que hacían, era por él. Nunca le faltó nada, nunca lo dejaban solo, el chiquillo podía presumir de noches en las que su madre le contaba cuentos y domingos en los que su padre jugaba fútbol con él.

Vacaciones a distintos países, viajes de un fin de semana a la casa de sus abuelos, celebraciones en conjunto y fiestas de cumpleaños con millones de golosinas. Solía decir que tenía a los mejores papás del planeta, a la familia más unida y amorosa del universo.

Por supuesto que lo eran.

Una tarde, él salió de la escuela con sus manitos sosteniendo las correas de su mochila y contando los pasos que daba para llegar a la salida. Su maestra venía detrás de él, esperando que su progenitora ya estuviese afuera para recogerlo.

Ella hasta había dejado de trabajar para cuidar de su príncipe.

—¡Mami! —gritó, emprendiendo carrera hasta la mujer que le sonreía ampliamente.

—Mi tesoro —mencionó al agacharse para recibir el abrazo de su precioso hijo—. ¿Cómo nos fue hoy?

—¡Bien! Me gané una estrellita por dibujar sin salirme de la línea —alegó entusiasmado, tocando su frente—. Me la colocó la maestra Wen.

La mujer de mechones cafés, idénticos a los de su retoño, le acarició el rostro y le plantó un beso tronado en el pómulo izquierdo; sabía que su primogénito adoraba esas muestras de afecto y lo hacía constantemente. 

Louis se rio tiernamente, bajando los párpados cuando los labios de su madre tocaron su piel.

—Estoy muy orgullosa de ti, cielo —comunicó Nora, antes de tomarlo de su mano y erguir su espalda otra vez, quedando a su altura común.

—Señora Tomlinson, ¿Cómo está? —La profesora saludó, con las manos detrás de su espalda.

—Buena tarde, maestra Wen, todo muy bien, ¿y usted?

—De maravilla, en realidad —murmuró y su mirar se encandiló en el pequeñín a un costado que jugaba con sus pies—. Su hijo nunca deja de sorprendernos.

—¿Ah sí? —Le entregó una sonrisa casta y se subió un poco más su bolso por el brazo—. ¿Qué hizo esta vez?

—Terminó antes que todos y le ayudó a dos de sus amigos a colorear, Louis tiene un sentido de compañerismo muy marcado, siempre que puede, les ayuda —Con dulzura, la educadora comunicó lo suscitado en clases—. Lo han educado excelente, felicitaciones.

A Nora se le llenó el pecho de orgullo, era común para ella recibir ese tipo de noticias y halagos basados en su maternidad; pero aún así, cada que alguien le recordaba el trabajo impecable que estaba realizando aunque fuese primeriza, se sentía dichosa.

Louis era su mejor creación.

—¿Podemos ir por un helado? —cuestionó el chiquitín, formando un adorable puchero con sus labios—. Por favor. 

—Claro que sí, mi amor —Nora le acarició melosamente la mejilla, apretando suavemente la piel—. Le diremos a Glen que nos lleve. 

—¡Uno de McDonald’s! 

—De dónde tú quieras.  

Crecía en medio de un ambiente familiar amoroso y dedicado, dónde las reglas primordiales eran el respeto y el cariño a los seres queridos. Sus padres eran el mayor ejemplo que tenía sobre el amor verdadero, sobre la unión del “para siempre”: era feliz viéndolos reír a la hora de la cena, abrazarse en el sofá (mientras él estaba en medio) cuando era noche de películas, tomarse de la mano cuando paseaban por los lugares dónde vacacionaban o simplemente verles platicar los fines de semana a la hora del desayuno sobre los planes cercanos.  

Toda su niñez fue así, llena de arrumacos, apapachos y lindas palabras, menciones honoríficas en cada escuela que pisó y concursos dónde le galardonaban con los primeros lugares. 

Eso, hasta que sus primeras doce vueltas al sol llegaron.  

Su cumpleaños había sido un éxito, festejó con sus amigos del colegio, comieron pastel, mucha comida chatarra y nadaron hasta que la hora de irse cada quién a su casa, llegó.  

El siguiente lunes, el castaño fue recogido de la escuela únicamente por su chofer, su madre no se había presentado y eso le causó intriga. 

—Hola Glen —murmuró, montándose con dificultad al asiento trasero de la camioneta—. ¿Dónde está mamá? 

—Buena tarde, joven Louis —Propiamente, el señor de unos cuarenta años le contestó—. Lo espera en casa, me pidió que fuese yo quién lo llevara este día. Espero no le moleste.  

Louis retorció la boca.

—Que raro, siempre que no va a venir por mí, me avisa en la mañana —Sus hombros se tensaron e interrogó al conductor por medio del espejo retrovisor—. ¿Está todo bien en casa? 

—Lo está, no se preocupe.   

Y si bien, el ojiazul no era un investigador privado, supo que había algo extraño que Glen no le estaba contando.

Pero prefirió no añadir nada extra y se dejó llevar, sacando una paleta de su mochila y mirando a través de los vidrios bajos el camino de vuelta a su vivienda. 

Ese día le habían comunicado que sería el encargado de recitar el discurso para fin de clases y él, había aceptado porque le gustaba mucho que las personas le aplaudieran y le reconocieran por lo bueno que era haciendo sus actividades.  

Estaba impaciente de llegar a su hogar, de contarle a sus progenitores la buena nueva.  

Sin embargo, cuando el costoso automóvil fue estacionado en el garaje y bajó del mismo con su mochila cargando en un solo hombro, tuvo un mal presentimiento. Se le revolvió el estómago, algo en su interior provocó una sensación misteriosa, una confusión irracional que lo dejó quieto unos cuantos segundos en su sitio. 

—Joven Louis, ¿está todo bien? —Una de sus servidoras domésticas, lo encontró en medio del andador que conectaba hasta la enorme puerta de acceso—. ¿Necesita algo?

—¿Uh? —El chiquillo pestañeó, agitando su cabeza para salir de su aturdimiento—. No, gracias Eli, todo está bien. 

—Está pálido, ¿le duele algo? 

—No, no —Con su índice moviéndose en negación, fortaleció sus palabras—. Todo está muy bien. 

—De acuerdo —La joven muchacha le sonrió cálido—. ¿No va a entrar? 

Solamente así, Louis reparó que Eli cargaba con dos bolsas enormes, llenas de productos comestibles y de limpieza para el hogar.  

—Sí, claro, déjame ayudarte —murmuró, con cortesía.  

Acto seguido, le pidió una de las bolsas y ella se la entregó; no era raro que el más pequeño de los Tomlinson le ayudara a su personal, siempre los trataba bien y les daba como era debido su lugar.

Atravesaron el umbral de la entrada, transitaron por el vestíbulo, la sala común y caminaron por el pasillo hacia la gigantesca cocina.  

—¿Dónde está mi mamá? —indagó, colocando la pequeña despensa sobre la encimera. 

—Supongo que en su habitación, cuando yo me fui ahí estaba —Le contestó la mujer, empezando a sacar lo que había comprado para irlo acomodando en sus respectivos lugares—. Gracias por ayudarme. 

—No hay de qué, nos vemos más tarde. 

Salió como remolino de la cocina, arrasando con todo a su paso y subiendo los escalones de dos en dos para llegar lo más rápido posible a la habitación de sus padres. Ni siquiera tuvo la delicadeza de ir a dejar su mochila al estudio, la dejó botada sobre la loseta de mármol y a brincos, llegó hasta la alcoba que buscaba.  

Giró el pomo y su rostro se iluminó al ver a su madre doblando ropa con tranquilidad.  

—¡Mamá! —masculló animado—. Ya llegué. 

Al escuchar la puerta cerrarse detrás de su querubín, la señora Tomlinson llevó el dorso de su mano a sus propios ojos y los restregó, virándose luego hacia su hermoso ángel.  

—Mi amor, hola —musitó en cambio, esbozando una sonrisa, que a kilómetros se notaba falsa—. ¿Cómo nos fue hoy? 

—Bien… ¿Por qué no fuiste por mí? —Louis era muy apreciativo, era difícil que pasara por alto las situaciones que el creía problemáticas—. ¿Qué tienes? 

—Uhm, yo no… tuve que… 

—¿Por qué estás empacando? 

La pregunta fue lanzada cuando sus ojitos índigos, focalizaron tres de las maletas que usaban cuando salían de viaje, estaban abiertas y una de ellas, yacía llena hasta la mitad con blusas.  

Nora pasó saliva, ¿cómo le iba a explicar a su muchachito lo que estaba pasando?  

—Porque… porque nos vamos a ir de viaje —Tanteó el terreno con tan absurda explicación—. De hecho, necesito que empaques todo lo necesario para unos meses, cielo.  

¿Un viaje? ¿Unos meses? ¿A dónde irían? 

—¿A dónde se supone que vamos? —Con el ceño fruncido, avanzó hasta el borde del colchón King size que se compartía en esa habitación—. ¿Y por qué tanto tiempo? 

Louis ya no era un niño al que podían mantenerle ocultas las cosas, las descifraba antes de lo que se imaginaban. Él sabía perfectamente que algo estaba mal con sus repentinas vacaciones.  

—Eh… iremos con mi madre, sí, ella me necesita porque está enferma y requiere cuidados —Le comunicó, en lo que seguía tomando más ropa del armario—. Por eso tenemos que ir allá, una temporada larga. 

—Ah, la abuela está enferma —musitó, jugando con las orillas que colgaban del edredón gris con blanco—. Bueno, supongo que tenemos que ir a cuidarla. 

—Así es, amor, por eso en cuanto yo termine de guardar lo mío, te ayudaré con lo tuyo —No le observaba, todo lo decía al aire.  

Ella no quería que su hijo viera el color bermellón en sus orbes.

 —Bien, empezaré a guardar mis camisetas y... —Se fijó de nuevo en la maleta que estaba siendo llenada en ese preciso instante—. ¿Por qué no estás guardando la ropa de papá? 

—Porque… —Una breve pausa, que terminó con un hilo de voz quebrado—. Porque él no viene con nosotros. 

¿No viene? 

¿Cómo? 

—¿Mi papá no vendrá? No nos podemos ir sin él —Louis defendió, atónito—. Él ama ir con la abuela, siempre le prepara esa sopa de tortilla que nunca nos sale a nosotros. 

—Esta vez solo seremos tú y yo —Le dijo, extendiendo una prenda frente a su rostro para evitar el contacto visual—. Y será mejor que te acostumbres.  

—Oye, de verdad no estoy entendiendo nada. 

—Te explicaré todo, lo prometo, ahora solo ocupo que metas lo más importante a tus maletas, por favor —indicó, sintiendo su garganta cerrarse.  

—Mamá, yo no sé si-… 

—¡Nora! 

Las palabras del pequeño Louis se quedaron sin ser pronunciadas, pues el grito proveniente de una distinguida voz masculina en la planta baja, le interrumpió, haciéndole dar un saltito sobre la cama.

¿Su padre en casa a esa hora? Aún no eran las seis y media. 

—¡Nora! ¿¡Dónde estás!? —Isaac voceó de nuevo, subiendo frenéticamente las escaleras.

—¡Es papá! —chilló el menor y se desplazó hacia el área de ingreso a la habitación. 

—¡Louis! —Su madre lo sujetó de la muñeca, antes de que alcanzara la perilla—. Necesito que te vayas a tu cuarto, ahora.  

—¿Por qué? ¡Es mi papá, quizá nos va a llevar a comer! —Con el miedo desbocado en su pecho, trató de ser positivo—. ¡Está en casa! 

—¡Vete a tu habitación! —La mujer había empezado a llorar y el ojiazul la custodió horrorizado. 

—¿Qué te pasa, mami? 

Tarde.  

Bastante tarde.  

Isaac estrelló la puerta en el muro cuando la abrió, creando un sonido estridente que causó que los otros dos miembros de la familia se espantaran y dieran unos cuantos pasos hacia atrás. La mujer colocó a Louis detrás de ella, protegiendo con su propio cuerpo, el de él.  

—¿Qué es esa mierda de mensaje que me enviaste? —Enfurecido, gruñó sin considerar la presencia de su primogénito y el uso de las malas palabras—. ¿Cómo que te vas de aquí? 

—No tengo que darte explicaciones, tú sabes bien la razón —dijo la castaña, con la ira retenida entre los dientes—. Modera tu vocabulario, mi hijo está aquí.  

—¿Tú hijo? —Estrechó los ojos con resentimiento—. Querrás decir nuestro hijo. 

—Es mi hijo, él no merece que lo llames así, eres una escoria.  

—¿Una qué? —Se burló, adentrándose a su pieza con lentitud—. ¿Ahora que mosca te picó? Ayer estábamos bien y hoy me llega un bobo texto diciendo que soy lo peor del mundo y que te vas a llevar a Louis.

El aludido se asomó por detrás del torso de su madre, con el semblante confundido y bastante asustado por ver a sus procreadores conversar en tal tono y de tal forma.  

—¿Qué está pasando? —murmuró, sintiendo sus manos sudar.  

—Has lo que te dije hace un rato, a tu habitación —No habló con aquella bondad que solía usar—. Ahora. 

—Pero-… 

—Dije ahora —recalcó, y ella agradeció en sus adentros que su esposo entendiera que Louis no debía presenciar la discusión que se iba a desatar.  

Pues el mayor no mencionó nada, solo se cruzó de brazos, esperando que su niño saliera de esos cuatro muros que los tenían confinados. Sin atreverse a rechistar, el ojiazul abandonó el lugar con la cabeza agachada, no alcanzaba a comprender que era lo que sucedía y no se quería quedar con la duda.

Más bien, no se iba a quedar con la duda.  

El portazo retumbó y él no se fue de ahí.

La peor decisión de su vida, se arrepintió mucho de no haber obedecido la orden.

Porque diez minutos después, estaba lagrimeando con la oreja pegada a la madera.

“¡No lo niegues! ¿Qué otra prueba quieres?” 

“¡Estás exagerando!” 

“¿¡Exagerando!? Oh, claro, eso dicen todos cuando los descubren.” 

Se podía oír el llanto de su madre, el enojo en cada sílaba que tiraba. 

“Vamos, no vas a tirar por la borda tantos años de matrimonio por un desliz.” 

“¡Eso no es un desliz, Isaac!” 

“Como sea, aún así dime, ¿Qué te ha faltado? Al final me encargo de ustedes también.” 

El menor estaba tiritando mientras secaba sus mejillas con la manga de su suéter escolar, escuchaba a lo lejos las expresiones crudas, la tosquedad con la que se gritaban, la cólera irreprimible.  

Respiraba con dificultad, sus rodillas habían tocado el piso, sus párpados caídos guardaban la humedad debajo de ellos; no podía parar de sollozar e intentaba despertar de la pesadilla desencadenada en su hogar.  

“¡Maldito cínico! ¿Cómo te atreves?”  

“Estás loca.” 

“¿Loca? Por Dios, ¡Tienes otra familia con dos hijos más!” 

“Cálmate.” 

—“Escúchame bien: me voy a ir de aquí, con mi hijo y no volverás a saber de nosotros. Espera la llamada del abogado, nos vamos a divorciar.” 

Y no, no podía ser cierto.  

Otra familia. Dos hermanastros.  

Esa fue la primera vez que Louis, experimentó el dolor de un corazón roto, del vacío exponencial y de la fatiga emocional; a sus doce años, ya traía encima una llaga profunda y martirizante que no se iba a borrar con nada.  

Su admiración por aquel hombre que lo llevaba a sus entrenamientos de soccer, con el que se divertía en el jardín, quién le acompañaba en todas sus aventuras, ese que prometía no necesitar nada ni nadie más que a su pequeña familia para estar completo... esa admiración que sentía por él, desapareció.

La mitad de su alegría se apagó.  

A causa de su propio padre.




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La adolescencia de Louis, no fue mejor.  

Luego de que sus padres firmaran los papeles del divorcio con el conflicto legal de por medio, un juez dictaminó que permaneciera con Nora, su custodia quedó bajo ella y por algunos meses, lloró hasta sacar lo que le acongojaba.  

El proceso fue complicado, eran noches de insomnio, preguntándose una y otra vez que había hecho mal como hijo para que Isaac formara otra familia; se reprochó a sí mismo ser un niñato consentido, quizá debió aportar más en su casa, a lo mejor debió haberle hecho caso cuando le pidió que se metiera a clases de box en lugar del soccer, o tal vez solo se cansó de un hijo como él. 

Sus hermanastros, por lo que había oído en una conversación ajena, eran más pequeños que él. Cuando la situación seguía reciente, el odio que les tenía era inmedible, de solo pensar en ese par de niños que le habían robado el amor de su padre, le ardían las entrañas.   

No los conocía y tampoco le apetecía hacerlo.

Pero con el tiempo, comenzó a darle completamente igual lo que el señor Tomlinson hiciera de su vida, a pesar de seguir cargando con el coraje de sus acciones hipócritas, logró sobrellevarlo lo mejor que pudo.  

Él y su madre se quedaron a vivir en un departamento rentado ya que su posición económica se declinó, pero eso no era lo importante, lo único valioso era que su madre estuviese bien y ya no extrañara al bastardo que la lastimó. 

Nora necesitaba enfocar su mente en otra cosa, necesitaba dejar de pensar en el infiel de su exmarido, así que tras buscar un par de semanas un empleo digno, fue contratada en una empresa mundialmente reconocida y regresó a trabajar gracias a sus capacidades e inteligencia. 

Louis estaba feliz por ella y se lo hizo saber. Ambos celebraron con la comida favorita de la castaña y pronto, todo se estableció en mejoría, logrando retomar un poco de lo que su vida era hasta hace unos años.  

A sus quince, estudiaba y trabajaba para aportar en los gastos. Su madre no se lo exigía pero a él le nacía hacerlo, se prometió ser su soporte y apoyarla en todo lo que pudiera.

Ya no tenía el promedio impecable, sus notas bajaron pero se mantenían en la línea de lo aprobatorio, ya no le rodeaban grandes cantidades de amigos y no había lío con eso. Aparentemente, estaba retomando su bienestar a lado de la mujer que le dio la vida.

Sin embargo, una prueba de embarazo positiva que no vio venir, se cruzó en su camino.

—¿Un bebé? —inquirió estupefacto, levantando una de sus cejas—. ¿Cómo pasó esto?

—Ya te expliqué hace tiempo como se hacen los bebés, Lou —Nora espetó, sonriente—. ¿Quieres que te lo repita?

—¡No! —farfulló, tomando su taza de café por la agarradera—. Sabes que no me refiero a eso, quiero decir, ¿en qué momento?

—En el momento en que Samuel y yo hablamos de procrear, no era como que no estuviese planeado —comentó con serenidad y luego masticó un trozo de su pan tostado.

De acuerdo, Louis no era el típico hijo celoso.

Cuando ella le platicó acerca de un pretendiente que tenía en su trabajo, no se opuso en ningún sentido, su madre tenía derecho a rehacer su vida y lo entendía. Incluso cuando se lo presentó, el hombre bastante bien parecido le agradó, era buena persona, trabajador y con valores de fiar.

La relación de Nora y Samuel era formal, no vivían juntos pero se visitaban mutuamente y el castaño a veces salía cuando ambos estaban en su casa para darles privacidad.

Al parecer, les dio demasiada.

—Esto es difícil de procesar, no te ofendas, pero a tú edad... ¿El embarazo no es riesgoso? —Chupó su labio inferior y su pierna comenzó a brincar por debajo de la mesa.

—Un poco, pero ya contacté con una ginecóloga que va a llevar el proceso como es debido —exclamó, en un suspiro—. Nuestra familia va a crecer, ¿eso no te hace feliz?

—No es eso, es que no me lo esperaba, es como si de repente tuvieras que iniciar de cero —dijo, atrapando un pedazo de pollo con su tenedor—. Volverás a cambiar pañales, a preparar biberones y toda la casa va a estar llena de lloriqueos. 

—Afortunadamente, mi hijo mayor ya me podrá apoyar —murmuró, ahogando una ligera risa—. ¿O no?

A Louis se le atoró el bocado y tosió con fuerza para no pasar a mejor vida a causa de asfixia.

—Yo no quiero jugar al niñero —reclamó cuando se recuperó—. Yo no sé hacer eso, no me gustan los bebés.

—Tendrás que aprender, vamos a necesitar tu ayuda como su hermano.

—¿Y eso quiere decir que te vas a casar o algo así? —canturreó, haciendo una mueca de asco.

—No lo sabemos aún, queremos probar viviendo juntos un tiempo y si las cosas funcionan, tal vez en un futuro... —Pausó unos segundos, dando por entendida la conclusión.

—Eso es una tontería, quieren ver si funciona pero ya van a tener un mocoso o mocosa que los una —Louis rodó los ojos al beber un trago de su café americano.

No era que el ojiazul desaprobara el romance, pero después de haber visto a su persona favorita en el mundo llorar como lo hizo cuando el imbécil, del que no quería recordar su nombre, la engañó, lo que menos deseaba era que pasara por algo similar.

Ella se merecía el mundo entero.

—¿Te molesta? —preguntó, dejando caer la voz en un susurro—. Es decir, es algo que ya no podemos cambiar, amor, pero no me gustaría que te enojaras conmigo.

Las mejillas del castaño se hincharon, haciendo un gesto de negación con la cabeza.

—No me molesta, sabes que cuentas conmigo —Trituró su desayuno con las muelas y continuó—: Creo que la charla de los métodos anticonceptivos te la debí de haber dado yo a ti.

—¡Louis William Tomlinson! —reprochó, avergonzada.

El nombrado soltó la carcajada, dando por finalizado el aviso comunal.

De tal modo, los siguientes nueve meses fueron un caos: entre visitas al hospital para ultrasonidos y chequeos, antojos de madrugada que lo hacían ir al minisuper más cercano y una enorme barriga que su madre mostraba a su círculo social con ánimo.

Un baby shower en el que perdió en la gran mayoría de los juegos, una mudanza a otra casa que ahora rentarían para su nueva etapa, un parto que lo tomó por sorpresa mientras estaba en la escuela y finalmente, el nacimiento de un crío chillón.

O más bien, de una mocosita chillona.

Había nacido una niña sana y que llegó al mundo sin complicaciones. Nora estaba excelente de salud, dejó de trabajar los últimos meses de gestación y se dedicó a reposar en casa, mientras Samuel se encargó de contratar a alguien que cuidara de ella cuando no hubiese nadie.

Louis no era el hermano más cariñoso pero hacia el esfuerzo por mostrar el aprecio que le tenía al bebé que justo en ese instante, cargaba entre sus brazos.

—Está horrible —dijo, tocando con su dedo índice la nariz de la pequeña—. ¿No hay devoluciones?

—Lou, basta —Su progenitora no contuvo la risa, pero aún así lo reprendió—, tú lucías igual de recién nacido.

—Yo siempre fui guapo, no sé de que hablas —gruñó, viendo que la criatura abría su boca para bostezar—. Genial, ahora me quiere comer.

—Dame a mi hija, desconsiderado.

Louis emitió una risa floja, entregando con cuidado a su... hermana.

Porque si, pronto se hizo a la idea de que esa niña que llevaba el nombre de Maggie y lo despertaba en la madrugada con su llanto constante, era su hermanita.

Fabuloso, ¿no? Todo parecía marchar como estaba escrito, una oportunidad extra, la unión más sólida y mejor aún, una familia completa. Lo lindo, lo normal.

Pues ese concepto, se convirtió en pura mierda.

El meollo con la nueva integrante, se fue desarrollando al pasar los siguientes tres años.

Louis pensó que se comportaba egoísta, que probablemente estaba siendo muy territorial con su mamá, pues ella siempre había centrado su atención en él y solo en él. Su amor era suyo, sus besos, sus abrazos, su cariño y sus cuidados.

Pero poco a poco, se dio cuenta de que las cosas, lastimosamente salieron de control.

Ya no conversaba con ella como antes, ya no le contaba nada, rara vez podía pasar mínimo media hora a su lado y ni siquiera tenían tema de conversación. Las muestras de afecto se disiparon y su conexión se tronó de un día para otro.

Ahora, Nora solo vivía para proteger de cualquier mal a Maggie y al inicio, creyó que era lo común por ser una bebé.

Sin embargo, eso no justificó las acciones que vinieron después en contra suya.

Samuel no dejaba que el castaño tocara o cuando menos se acercara para mirar a la chiquilla. Tanto él, como su madre, lo alejaban comentando que era demasiado torpe para cuidarla y podía lastimarla. 

Louis se sintió desplazado.

"No puedo ir a tu partido, entiende que necesito cuidar a mi hija."

Y ella no lo acompañó a su campeonato en el que metió dos goles.

"No molestes y ve al supermercado por la leche para Maggie."

No le prestó atención cuando le mostró que había sido nombrado el empleado del mes en su trabajo.

"Cállate Louis, después me cuentas, ahora no tengo tiempo."

No le escuchó cuando quiso confesarle que le gustaba uno de sus compañeros en el salón.

"¡Te he dicho mil veces que no grites! ¡La acabas de despertar!"

Le regañó cuando alzó la voz al festejar la anotación de su equipo favorito.

"Esas son estupideces, ya estás grande. Guárdate tus niñerías y tráeme su biberón."

Le recordó que sus problemas no eran importantes.

"Vete de aquí, ya ordenamos la comida y estamos intentando descansar."

Le corrió de su habitación cuando le ofreció preparar la cena.

"Lo olvidé, estuve comprando cosas para reacondicionar el cuarto de mi pequeña, el otro año será."

No lo felicitó y tampoco asistió al festejo que organizó en su cumpleaños.

"Ojalá te hubieras quedado con tu padre, no sé que ocurrió que te volviste tan molesto."

Se arrepintió de estar con él.

Se volvió un estorbo en su magnífica vida de casada, con una preciosa niña de ojos grises como los de su padre y nariz pequeña como la de su madre.

Similar a la suya.

Y a los dieciocho, Louis volvió a sentir, por segunda vez, lo que era tener el corazón hecho trizas.

A causa de su propia madre.

Fue lastimado por la persona que más amaba en este mundo, por la que daba todo, a la que le secó las lágrimas, por la que se volvió su payaso personal con el fin de aminorar el duelo de la ruptura. Por aquella mujer que le decía cuan orgullosa estaba de sus logros, la que llevaba carteles enormes y coloridos con su nombre a sus partidos.

Se hartó de vivir en un ambiente dónde dejó de ser relevante, donde nadie se preocupaba por él, dónde Samuel y Nora, únicamente se encargaban de darle todo a su bonito retoño femenino.

Se cansó de ser reemplazado.

Omitió el sentirse mal y rompió su alcancía, juntando todo el dinero que tenía ahorrado y metió sus pertenencias a una mochila. Con el llanto ácido, ardiendo en sus pómulos, escribió una carta de despedida, sin reclamos, solo un adiós.

Compró un boleto de avión a Nueva York y se largó de Doncaster, dejando atrás sus estudios, su trabajo y su miserable intento de subsistir.

La mitad restante de su felicidad, también se agotó.

Desde ese día, solo sería él, contra el mundo.

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