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Capítulo 6. Agilidad








13 de Julio de 1873, Instituto de Londres


                                    Debía tratarse de una pesadilla, de un mal sueño del que todavía no había despertado; Charlotte estaba convencida. Se encontraba todavía en su recámara, con Henry dormitando suavemente a un lado y la luz de la luna filtrándose tímidamente entre las cortinas de la ventana. Ella se encontraba dormida, viviendo la peor de sus pesadillas: perder a Cassy, a su Cass.

     Pero no era una pesadilla. No había malos sueños, ni Henry dormía a su lado, ni la luz de la luna en la ventana. Era la realidad, por mucho que intentara convencerse a sí misma de lo contrario.

     Madre seguía expectante, observando a sus dos hijas con una sonrisa alegre en sus labios. Esperaba una reacción por su parte, pero lo único que obtuvo fue una ovación de los invitados y un ceño fruncido de las dos hermanas.

     Charlotte fue consciente de lo fuerte que su hermana le cogía la mano, aquella que ella le había tomado por instinto. También tenía presente la forma en la que su propio cuerpo se había posicionado ligeramente delante del menudo de Cassy, intentando ocultarla de los ojos chocolate de su progenitora.

     Con un nudo en la garganta, Charlotte pasó saliva y miró a su madre atentamente antes de decir:

     —Madre, ¿podríamos hablar unos minutos en un lugar más privado?

     Clabelle asintió, ajena a las verdaderas intenciones escondidas detrás de la pregunta de su hija mayor.

     —Disculpad, seguid con la fiesta —alentó la progenitora a los invitados. En silencio, condujo a sus dos hijas hasta el piso de arriba y se internaron en el pasillo de los dormitorios. Clabelle evaluó a sus hijas—. ¿Y bien?

     —No puedes llevarte a Cass —habló rápidamente Charlotte. Su madre alzó las cejas.

     —¿Y por qué no? Te recuerdo que yo soy su madre y su tutora legal hasta que cumpla la mayoría de edad.

     Charlotte no supo qué replicar a aquello. Las palabras de su madre eran ciertas, ella era la tutora de Cassy, no ella. Ella solo era una hermana mayor que no quería perder a su hermanita, a su Cass. Era lo único que le quedaba de su familia, pues desde que las había abandonado —porque no tenía otro nombre—, para ella la mujer delante de ella solo era la que la había concebido, pero nada más.

     ¿Qué podía hacer ella, sin embargo, ante las palabras de su madre? El nudo en su garganta se le antojó más fuerte y una respiración temblorosa se escapó de entre sus labios. Cassy le apretó la mano, que no había soltado en todo el trayecto, todavía más fuerte.

     —Este es su hogar —replicó al fin la mayor—. Ha nacido aquí, ha crecido aquí. Esto es todo lo que conoce... —Tomó una bocanada de aire antes de soltar sus siguientes palabras—: aquí están las personas que le importan y las que se preocupan verdaderamente por ella. Tú has pasado todo este tiempo en Idris sin ni siquiera mandar una mísera carta, sin preocuparte de tus hijas. Y aun así vienes aquí después de tanto tiempo reclamando tu posición de madre, cuando la perdiste hace tantísimo... No tienes ni idea de por lo que tuvimos que pasar, lo que le ocurrió a Cass. Estuvo al borde de la m-muerte, ¿sabías? No, claro que no, porque no estabas aquí para ella cuando eso sucedió. Así que no vengas ahora intentando ser la madre ejemplar que debiste ser en el pasado. No puedes-

     Lo único que supo a continuación era que miraba hacia la derecha y una picazón punzante se deslizaba por su pómulo izquierdo de forma tortuosa. La mano que tenía libre no dudó en posarse sobre la zona afectada y un suave jadeo entrecortado salió de su boca.

     Lentamente, giró la cabeza para mirar a aquella mujer, la misma que le había dado la vida, y que hacía cuestión de segundos la había abofeteado sin vacilación.

     Los ojos de Clabelle permanecieron impasibles, pero Charlotte vio la preocupación escondida en ellos, el brillo del dolor. ¿Se arrepentía de haberla abofeteado? ¿Le dolía que hubiera dicho la verdad con respecto a Londres y Cass? Charlotte no supo determinar cuál era la razón detrás del semblante que su progenitora había adoptado repentinamente.

     Cassiopea se tapó la boca con las manos para evitar soltar una exclamación de sorpresa. Sus ojos habían contemplado con horror la escena que se había desenvuelto ante ella, sin poder creerlo. Charlotte jamás se había opuesto a lo que dijera Madre, ni aunque no estuviera de acuerdo. Ella era la hija obediente, la responsable y que acataba las órdenes como si le fuera la vida en ello. Pero ahora, por primera vez en su vida, se había opuesto a Madre.

     Por ella.

     —¿Crees que no soy consciente? —preguntó Clabelle en un murmullo adolorido—. ¿Crees que no tengo presente la mala madre que he sido para vosotras? Amaba a vuestro padre por encima de todas las cosas, y fue él quien me dio el regalo de ser madre. Puede que no lo haya demostrado nunca, pero os amo a ambas. He sido egoísta durante todo este tiempo, y una cobarde. Pero no necesito que me lo recuerdes, tengo presentes mis errores. Es por eso que quiero llevarme a Cassiopea, porque quiero enmendarlos y no conozco otra forma de hacerlo que llevarla conmigo a Idris. Tú estuviste al cuidado de tu padre aquí en el Instituto mientras vivía, Charlotte. Recibiste su instrucción así como lo hiciste por parte del Cónsul Wayland. Pero Cassiopea no corre la misma suerte. Ella no está destinada a ser la Directora del Instituto, ese es tu puesto. Ella no ha gozado de una educación como debe ser, y eso es algo que puedo darle si la llevo a Idris. —Charlotte bajó la mirada; Clabelle tenía razón. Cassy era la segunda hija de los Fairchild, y aunque allí en el Instituto intentaban brindarle una educación decente, nada podía compararse a lo que su madre prometía para ella. Y siendo la segunda hija, la no destinada a dirigir el Instituto, era lo mejor—. Quiero que estudie en la Academia junto a los mejores profesores que las familias de cazadores de sombras pueden aportar. Además, no estará sola. Hay más niños que van a la Academia, ya lo sabes. Y también tiene familia allí, a gran parte de los Verlac y la familia de tu padre.

     » Solo quiero hacer las cosas bien por una vez. No puedes pretender que tu hermana se quede en el Instituto para siempre, aunque sus puertas permanezcan abiertas para ella. Siempre será su hogar; no planeo arrebatarle eso. Solo quiero que se convierta en una buena cazadora de sombras y que vea y experimente el mundo que hay más allá de estos muros. Si no me la llevo, jamás saldrá de Londres o el Instituto, jamás podrá abrir sus alas por si sola. Entiendo que después de todo este tiempo os hayáis hecho más inseparables que nunca, lo habéis sido toda la vida, aun así. Pero no siempre podrás estar para ella, Charlotte. Si quieres que aprenda por sí misma, que pueda volar con libertad, entonces respetarás que venga conmigo.

     ¿Pero podía? ¿Podía renunciar de aquella manera a la compañía de su hermana pequeña? Charlotte miró a Cassy, y su rostro se descompuso por la sorpresa de lo que en ella encontró: una férrea determinación se había apoderado de sus ojos cual pálidas praderas. Jamás, en todos sus años, había visto algo así en ella.

     —Está bien, Lott —comunicó Cassiopea en un murmullo suave—, no tienes que preocuparte por mí. Eres la Directora del Instituto y eso ya conlleva preocupaciones suficientes, no quiero seguir siendo una carga para ti; iré con Madre.

     —No eres una carga para mí, Cass —negó Charlotte, sintiendo que el nudo de su garganta empezaba a sofocarla de verdad—. Nunca lo has sido ni nunca lo serás. Eres mi hermanita, mi Cass... —La voz se le quebró por completo y las lágrimas se escurrieron por su rostro trazando un riachuelo de tristeza en sus pómulos, la desesperación brillando en sus ojos—. Por favor, Cass, no lo hagas. Quédate conmigo, por favor. ¡No p-puedo perderte a ti también!

     Charlotte sabía que estaba siendo egoísta pidiéndole aquello a su hermana, pero el simple pensamiento de alejarse de Cassy le resultaba abrumadoramente doloroso.

     Cassy no pudo contenerse por más tiempo. Saltó a los brazos temblorosos de su hermana y hundió el rostro en el hueco del cuello ajeno soltando un bajo sollozo. Charlotte la estrechó contra sí lo más que pudo, intentando acallar sus propios quejidos mordiéndose los labios para retenerlos.

     ¿Era aquella su despedida? ¿Las últimas horas antes de que su hermana se fuera?

     —Debo irme —suspiró Cassy contra su cuello. Charlotte la abrazó con más fuerza—. Pero volveré —aseguró—, volveré. No sé cuándo, pero lo haré. Nada puede separarnos, Lott. Somos hermanas, y la distancia no podrá cambiar eso, jamás.

     —Te quiero, Cass —susurró con voz queda.

     —... Yo también te quiero, Lott.

     Así fue como Clabelle contempló lo que sus acciones pasadas habían creado: un vínculo fraternal incluso más potente que el que sus hijas habían compartido de pequeñas. Las observó separarse y la menor se secó las lágrimas que resbalaban por sus mejillas, mirando el suelo mientras rascaba distraídamente su brazo.

     —Desearía estar sola unos minutos —admitió en un murmullo. Charlotte quiso protestar, pero su madre le colocó una mano en el hombro y asintió.

     —Está bien, cariño. Baja cuando te sientas mejor.

     Cassiopea asintió y se giró para dirigirse a su habitación.

     Aunque su madre hubiera aparecido después de tanto tiempo, de que hubiera cometido tantos errores y quisiera odiarla, simplemente no podía. Era su madre, y el odio era un sentimiento muy fuerte, desmesuradamente fuerte. Odiar a alguien implicaba muchas cosas, pero ¿podías realmente odiar a tu propia madre? Cassiopea no estaba segura de ello; en su caso, era imposible, a pesar de todo lo que había sucedido desde la muerte de su padre.

     Sus pisadas resonaban por el pasillo de las recámaras suavemente, pero el eco se le antojaba demasiado ruidoso. Era curiosa la forma en la que un simple sonido podía sonar tan fuerte cuando era rodeado por el silencio. Podía escuchar las voces de los invitados en la planta baja, medio amortiguadas por la distancia.

     Las náuseas que había sentido al contemplar a la cantidad de personas que su madre había invitado, habían desaparecido. Los recuerdos de su ceremonia de Marcas se habían disipado por completo a aquellas alturas.

     Vivir en Idris y atender a la Academia de cazadores de sombras, eso era lo que le esperaba en la nueva etapa de su vida.

     Cassy nunca había estado en Idris, al menos, que ella recordase. Charlotte, por el contrario, recordaba con detalle su primera visita a la Ciudad de Cristal, y había sido ella la encargada, hacía muchos años, de relatarle la apariencia de la ciudad de los cazadores de sombras. ¿Llegaría a ver Idris como un hogar? ¿Podía plantearse seriamente el dejar el Instituto y todo lo que conocía? El simple pensamiento la abrumaba, pero la decisión ya había sido tomada.

     Perdida en sus pensamientos, sintiendo que en cualquier momento sucumbiría ante las incesantes ganas de romperse que intentaban desquebrajar su coraza, Cassy no se percató de la puerta que se abría pausadamente a un lado del pasillo, y tampoco del individuo que la cerraba tras de sí con aire distraído.

     Will se quedó quieto cuando notó su presencia. Una incertidumbre desconocida se propagó en su sistema observando a Cassiopea; asemejaba un fantasma que vagaba en una mansión abandonada, solitario y desconsolado. Jamás la había visto de aquella manera. Sin embargo, intentó controlar aquel sentimiento, más por el bien de ella que por el propio, y esbozó una sonrisa socarrona.

     —¿Tanto me echabas de menos que has venido a buscarme, Ío? —inquirió, siendo lo más insoportable que podía.

     Pero Cassiopea únicamente sacudió la cabeza de manera lenta y susurró un «no quiero irme». Will frunció el ceño. ¿Había escuchado bien? ¿De qué estaba hablando ahora Cassy? Su boca lo traicionó antes de que pudiera ser consciente de lo que hacía.

     —¿No quieres irte a dónde? —Pero ella no respondió, ni siquiera lo miró. Siguió su camino por el pasillo hasta detenerse delante de la puerta de su habitación. Will, sin saber bien lo que hacía, la siguió—. ¿Irte a dónde? ¿Ío?

     Como un huracán que surgía de la nada, Cassiopea se giró para mirarlo y Will contuvo el aliento inconscientemente por la impresión: los ojos de Cassiopea se inyectaban metódicamente en sangre, mientras unas lágrimas traicioneras se agrupaban en sus ojos. Sus labios permanecían apretados, y sus mejillas tomaron el color de las fresas frescas.

     —¿Ío...? —volvió a preguntar, ahora más inseguro que la vez anterior.

     Si le hubieran preguntado a Will qué esperaba que sucediera a continuación, él podría haber relatado toda una lista mental de posibilidades. Desde que Cassy lo lanzara a un estanque de patos, hasta perseguirlo tirándole zapatos a la cabeza, o incluso intentar apuñalarlo con su estela. A pesar de los múltiples escenarios que se reprodujeron en su mente observando la expresión contrariada y desolada de Cassy, y sus ojos extrañamente tristes y llameantes, Will nunca pensó en el escenario que llegó a desenvolverse a continuación.

     Los brazos de Cassiopea eran cálidos. En realidad, todo su cuerpo irradiaba una calidez tan intensa que Will sintió que traspasaba la tela y llegaba a su propio cuerpo, incluso que se aglomeraba especialmente en su cuello y pómulos. Un violento escalofrío lo envolvió cuando los espasmos se apropiaron de los hombros de la joven que lo abrazaba tan inesperadamente; pronto, los temblores se trasladaron a toda ella, y Will se odió a sí mismo más de lo que ya hacía.

     Odió la forma en la que Cassiopea había decidido romperse precisamente ante él.

     Odió que su cuerpo reaccionara de aquella forma al tenerla apretada contra sí, como si fueran dos piezas que encajaban a la perfección.

     Odió la maldición, y maldijo a la misma una y otra vez.

     Pero sobre todo, odió el deseo que formuló su mente, y el cómo él lo acató como si fuera una orden imprescindible a llevar a cabo.

     Las rodillas de Cassy se doblaron, pero Will no dejó que cayera al suelo. La aferró con sus propios brazos, y por un momento, solo fueron un niño y una niña de trece años que se abrazaban como si sus vidas dependieran de ello.

     Will apretó los labios al escuchar los débiles sollozos de Cassiopea. Seguía sin comprender por qué se encontraba en aquellas condiciones, pero consolarla y brindarle, de forma literal, un hombro en el que llorar no podía hacerla víctima de su maldición, ¿verdad?

     Desde que había llegado al Instituto y había sabido que Charlotte tenía una hermana de su edad, había hecho todo lo que estaba en su mano por ser odiosamente insufrible. Durante meses había perfeccionado sus tácticas hasta que, en cuanto Cassy aparecía ante él, las mismas surgían de forma natural. Lo había conseguido, hasta la fecha.

     Una parte de él sabía que, si bien Cassiopea no había sufrido de su misma manera, su alma guardaba dolorosos recuerdos que persistían en ella. Uno de ellos era visible: sus Marcas. Aquel día que le había dibujado la Marca de Equilibrio, Will las había visto. A pesar de encontrarse en las sombras de una de las esquinas de la Sala de Entrenamiento, había observado el destello de la estela quemando la piel de la joven. Las runas que había repasado se habían tornado tan rojas como ríos de sangre recién derramada.

     Will quería preguntar por las Marcas, pero entonces, una vocecilla que no sabía que existía en su mente, su conciencia, le recordaba la conversación que había tenido con Charlotte después de aquella sesión de entrenamiento.

     «¿Qué son las Marcas que tiene Cassiopea en los brazos?» —es lo que le había preguntado a Charlotte. Ella había negado y bajado la cabeza como un cachorro abandonado en mitad de una tormenta.

     «No es mi elección contestar a eso, Will. Cassy debe hacerlo, cuando ella quiera. Prométeme que no mencionarás las Marcas si ella no lo hace, por favor» —había contestado ella. Y algo en su tono, que Will no supo si era dolor, tristeza o una mezcla de las dos, le obligó a hacer aquella promesa.

     —Mi madre quiere que vaya con ella a Idris.

     Las palabras habían brotado desde lo más profundo de la garganta de Cassy, sonando rasposas y quebradas. La reacción del muchacho fue sobresaltarse; no había esperado escucharla hablar. Un hipido se escapó de los labios de ella antes de retirarse, abrazándose a sí misma. Will la observó con los labios apretados, reprimiendo la necesidad de dar un paso adelante y volver a abrazarla. Miró el suelo y esperó, pero ella no volvió a hablar.

     —¿Por eso decías que no querías irte? —elaboró al fin. Cassy asintió y miró el techo, rascándose uno de sus brazos.

     —No quiero irme —volvió a repetir ella, como si intentara convencerle de que lo que decía era cierto. Will suspiró. Cassy frunció el ceño levemente y se toqueteó las sienes con la yema de los dedos. De repente las náuseas y los mareos habían vuelto—. M-me duele la cabeza...

     Sus rodillas volvieron a fallar y Will avanzó para cogerla nuevamente, pero no lo suficientemente rápido. Cayeron de rodillas al suelo y soltaron un quejido. La frente de Cassy, que había caído encima del hombro de Will, se sentía demasiado caliente. De forma automática, el joven Herondale dirigió una de sus manos a la zona y la palpó con cuidado.

     Cassy ardía en fiebre, no tenía ni la menor duda de ello.

     Pocas habían sido las veces que Will la había visto débil, pero era lo suficientemente inteligente como para conectar lo que sabía de ella. Cassy, según Charlotte, era propensa a las enfermedades. Debía repasarse sus Marcas rojas todos los días. Cuando no las repasaba, se encontraba en tales malas condiciones que a penas podía moverse sin soltar quejidos de puro dolor.

     Will miró a su alrededor. La habitación de Cassy quedaba en la otra punta del pasillo, la más cercana era la suya.

     —Qué oportuna eres, Ío —masculló, pasando uno de los brazos de ella por encima de sus propios hombros—. En otras circunstancias habría pensado que pretendías colarte en mi cuarto.

     —Cállate, Herondale —susurró ella como pudo, pero permitiendo que su peso cayera sobre él—. Necesito mi estela —comunicó.

     —Dudo que la lleves en alguna parte de esa horrorosa falda. ¿Dónde está?

     —En mi recámara, encima del tocador. ¿Puedes ir a por ella?

     —¿Por qué iba a hacerlo teniendo la mía?

     Abriendo el pomo con la mano libre que tenía, Will empujó la puerta y condujo a Cassy hasta una silla al lado de la ventana. Ella soltó un suspiro entrecortado y se dobló sobre sí misma estrujándose la cabeza con ambas manos. Will alzó las cejas y negó rápidamente.

     —Ni se te ocurra vomitar aquí —advirtió.

     —Dame la estela ya —demandó ella—, por favor.

     El muchacho rebuscó en uno de los bolsillos de sus pantalones y le tendió el objeto. Cassy cogió la estela con esfuerzo y procedió a remangarse las mangas del vestido, sin importarle que Will estuviera mirando, al fin y al cabo, solo eran brazos.

     —¿Qué vas a hacer? —le preguntó Will de repente. Cassy repasó la runa de Fuerza del brazo derecho y lo miró de reojo antes de pasar al izquierdo.

     —¿A qué te refieres?

     Su voz sonaba somnolienta. Will lo atribuyó a las pocas energías que aún le quedaban. Por lo que sabía, aún así, las Marcas de Cassy solo eran repasadas una vez cada día. ¿Podían el estrés y los nervios que había sufrido durante todo el día, haber influido en el efecto de las runas?

     —A Idris —especificó—. ¿De verdad vas a irte sin más?

     —Cuidado, Will —indicó, dejando la estela en su regazo por un momento y mirándolo con los ojos entrecerrados. Una pequeña sonrisa empezó a tironear de su comisura izquierda, aunque cansada—. Voy a empezar a pensar que intentas que no me vaya.

     —No pretendo tal cosa —defendió él—. No me importa lo más mínimo lo que hagas. Me decepciona bastante, sin embargo, que no vayas a oponer ninguna resistencia.

     —Es mi madre —intentó decir ella como defensa. Will se cruzó de brazos.

     —¿Y qué? Como si es la Reina Victoria —resopló—. La decisión de irte o no debería ser tuya, no de alguien más.

     —Soy menor —insistió Cassy.

     —Yo también lo era, y mírame.

     Había sido un murmullo, pero lo había escuchado. Cassy jugueteó con la estela en sus manos antes de mirar a Will. Él se encontraba ahora de perfil, en el lado opuesto a ella, delante de la ventana. Miraba a través del cristal, pero sus ojos no tenían un objetivo fijo; vagaban silenciosos entre los escasos árboles, las chimeneas humeantes al otro lado de la calle y el cielo nocturno de Londres.

     Entonces, él le dedicó una breve mirada antes de girarse y darle la espalda.

     —Repásate el resto de runas —aseveró. Su tono de voz no dejó lugar alguno para réplicas.

     Cassy dedujo que se refería a las de las piernas y el torso, así que por unos minutos, el sonido de la tela de las faldas fue lo único que se escuchó. Repasó las Marcas en ambas piernas y después volvió a dejar caer la tela. Ahora solo le quedaba la runa del torso y...

     Oh.

     —Will —llamó, sin obtener respuesta—. Willy.

     —¿Qué?

     —Puedes darte la vuelta, pero...

     —Dilo ya.

     —Necesito ayuda.

     —¿Qué? —volvió a repetir él, mirándola por encima del hombro.

     —¡Este no es como los vestidos que suelo llevar o los trajes de combate, ¿vale?! —soltó perdiendo los nervios. Cassy se ruborizó diciendo sus siguientes palabras—. Este lleva un pequeño corsé, y... n-no sé cómo quitarlo. Oh, Dios. Esto es tan vergonzoso...

     —¿Para ti, para mí o para los dos?

     —¿Puedes ayudarme o no?

     —De verdad, Ío. No sé qué te ocurre esta noche, pero no creo que a alguien le haga mucha gracia el que estemos aquí, los dos solos. Y estoy seguro de que a más de uno le daría algo si viera que te estoy quitando un... un corsé, sea lo que sea eso.

     —Soy consciente de lo indecente de la situación, gracias. Pero de verdad necesito ayuda. Hay unas tiras que simplemente tendrías que soltar un poco, es todo.

     —¿Y no puedes hacerlo tú?

     —Están situadas en la espalda, y no llego.

     Will soltó un suspiro de exasperación antes de acercarse a ella por la espalda.

     —¿Qué me darás a cambio? —preguntó, viendo cómo Cassy detenía sus manos, las cuales habían empezado a tirar de la chaquetilla que conformaba la parte superior del vestido.

     —¿Qué?

     —No voy a pasar este bochorno para nada. Quiero algo a cambio. La cuestión es, ¿qué me ofreces?

     —¿Me lo estás diciendo enserio?

     —Totalmente.

     —Piérdete, Herondale. —Cassy se levantó, colocándose la chaquetilla bien de nuevo—. Me voy a mi habitación. Me quitaré esa cosa del demonio aunque tenga que partirlo en dos con un cuchillo serafín.

     —Muy poético todo, pero si no llegas, ¿cómo piensas hacerlo?

     —Eso no te incumbe.

     —Hace unos segundos parecía que sí me incumbía. ¿Tan rápido has cambiado de opinión?

     Cassy se dirigió a la puerta sin decir nada, todavía estela en mano, y justo cuando su mano derecha tocaba el pomo, se giró como un huracán y lanzó el objeto hacia atrás. Will lo cogió al vuelo por los pelos, y con una mirada fulminante más, Cassy cerró la puerta tras de sí con un golpe sordo.

     El joven apoyó la frente contra el frío cristal de la ventana y suspiró por enésima vez.

     Aquello había estado demasiado cerca.





Una semana más tarde, Francia


     —Cassy, ven aquí —pidió su madre, haciéndole un pequeño gesto con las manos para que se acercara.

     —¿Sí?

     —¿Ves aquello de allí?

     —¿Las montañas que se ven en la distancia?

     —Exacto. Detrás de ellas, se encuentra Idris. Llegaremos más pronto de lo que crees, ¿no es emocionante?

     —Sí —respondió simplemente.

     A Cassiopea le resultaba imposible placar el entusiasmo que había invadido a su madre desde que habían zarpado hacia Europa. Tampoco era como si quisiera hacer nada para negarle semejante placer; después de mucho tiempo, su madre por fin la tenía junto a ella, no quería hacer nada para disipar su felicidad.

     El traqueteo del carruaje la mantenía adormecida, pero los pensamientos de Cassy no paraban de trasladarse ruidosamente a miles de kilómetros atrás, más allá del mar, hacia Londres, donde el Instituto y todos sus integrantes se habían quedado después de su marcha. Su pecho se contrajo dolorosamente y apretó una de sus manos contra él.

     El amanecer después de su cumpleaños, Cassy había despertado terriblemente encalambrada por haber dormido en una postura incómoda. Su madre se había encargado de llevarle una pequeña bandeja de desayuno, y entonces le había comunicado que en breves partirían hacia puerto, para embarcarse en el barco que las llevaría a hasta Francia. Si bien el humor de su madre había sido increíblemente positivo, aquel sentimiento no había pasado las barreras que Cassy había vuelto a levantar a su alrededor al saber de su inminente partida.

     No quería dejar el Instituto, pero sabía que era lo mejor si quería dejar de ser una carga para Charlotte y aprender por sí misma. Quería convertirse en una buena cazadora de sombras, saber valerse por su propia cuenta y poder defender algún día el legado de su padre, así como Charlotte hacía cada día desde que había sido nombrada Directora.

     La despedida había sido dolorosa, como ya había previsto, su equipaje, por otra parte, terriblemente ligero. «En la Mansión Verlac hay algunas prendas que la abuela Yvonne tiene preparadas para ti desde hace años, y si no, siempre puedes utilizar algunos de mis antiguos vestidos» —le había dicho Madre. No es que Cassy tuviera algo plenamente en contra con aquel enunciado, pero la idea de llevarse únicamente unas pocas de sus pertenencias, solo le hacían pensar en que estaba dejando atrás una parte de sí misma. Una que no vería en mucho tiempo.

     Charlotte se había mostrado estoica a las puertas del Instituto, igual que Henry. Ambos habían cuidado de ella desde el fallecimiento de su padre, y aunque la echarían de menos, habían comprendido que su partida era lo mejor. Cassy los había abrazado a ambos con fuerza, reteniendo las lágrimas.

     Brevemente, había mantenido una pequeña conversación cordial con la que sería la nueva doncella, Sophie, y Cassiopea mentiría si dijera que no la había encontrado encantadoramente educada, aunque bastante callada. A Thomas lo había abrazado también, sonrojándose en el proceso, y Jem le había obsequiado algunas partituras para que practicara por su cuenta, aunque ella no sabía si en Idris tendrían instrumentos.

     Will no había aparecido. Cassy lo había buscado inconscientemente al no escuchar comentarios irónicos o bromas de mal gusto; había recorrido las caras conocidas en la puerta del Instituto a la espera de ver un cabello rizado y negro como el ébano, y unos ojos azules, azules y largos, bellamente atormentados.

     Pero no los había encontrado por ninguna parte, y aunque jamás lo admitiría en voz alta, aquello le había dolido.

     —Cassy, mira, estamos llegando —señaló Clabelle.

     Ahora se encontraba en el carruaje después de haber parado en una posada no muy lejana a las montañas que supuestamente ocultaban Idris. Cada vez eran más cercanas, pero el cochero no parecía poder verlas. Su madre le había informado sobre el hecho de que los mundanos no sabían de la existencia del país de los cazadores de sombras, como era normal, y que en sus mapas nunca aparecía. Si intentaban cruzar Idris, automáticamente pasaban de una frontera a otra. Un truco bastante útil para evitar que el Mundo de las Sombras fuera descubierto, en opinión de Cassiopea.

     Bajaron del carruaje unos minutos más tarde, alegando que unos parientes suyos las recogerían. El cochero no dijo nada y dio media vuelta. Clabelle se aseguró de que se hubiera marchado antes de girarse para mirara a su alrededor.

     —La Mansión Verlac te encantará... —Pero Cassy no prestó atención alguna a las palabras de su madre, demasiado ocupada mirando las grandes montañas delante de ella. Eran imponentes y sumamente altas.

     —Madre —llamó—, ¿cómo llegaremos a Idris?

     —A través de los pasajes —aclaró Clabelle—, solo están abiertos durante el verano, por lo que no deberíamos tener problemas para encontrar uno de ellos. Sígueme, Cassiopea.

     Agradecía internamente no tener que cargar con más de una bolsa de equipaje. Atravesaron el pasaje, que resultó estar oculto tras una cortina de maleza florecida y protegido con glamours, unas runas especiales que servían para poner una falsa cubierta sobre el objeto, persona o lugar a esconder.

     Un hombre les cortó el paso, y Cassy vio las runas negras recién puestas contrastando contra su piel. Era alto y su cabello era castaño y corto, con una barba poblada y unas cejas arqueadas prominentes; sus ojos eran de un profundo castaño verdoso.

     —¿Nombres? —preguntó con voz de trueno. Clabelle sonrió.

     —Buenos días a usted también, Señor Blackthorn.

     —Oh, Clabelle, no la había reconocido, mis disculpas —expresó el Señor Blackthorn. Sus ojos bajaron hasta llegar a Cassy y sus cejas se alzaron todavía más—. ¿Y quién es esta señorita?

     —Mi hija menor, Cassiopea —presentó su progenitora. Cassy se rascó el brazo nerviosamente antes de elaborar una pequeña reverencia.

     —Encantada —musitó. El hombre soltó una carcajada.

     —No hace falta tanta formalidad, pequeña. —Su rostro, que con anterioridad había estado eclipsado por una mueca de aparente frialdad, mostró una cálida sonrisa—. Puedes llamarme Valerian. —Se alzó entonces para mirar de nuevo a su madre—. ¿Debo suponer que asistirá a la Academia?

     —Efectivamente —corroboró Clabelle—. ¿Cómo se encuentra Annette?

     —Mejor, gracias al Ángel —respondió Valerian—. Los Hermanos Silenciosos dicen que las fiebres ya empiezan a bajarle. Han sido unos meses duros. Afortunadamente, las buenas noticias no paran de llover estos días: mi hijo mayor está comprometido.

     —¿Lightwood por fin ha aceptado?

    —Sí, al final aceptó. Hizo falta prometerle una de nuestras mejores cosechas de vino tinto para ello y reducir un poco el precio de la dote, pero aceptó.

     —Eso es maravilloso.

     Un trueno resonó en el cielo. Cassy se estremeció inconscientemente.

     —Lo es. Será mejor que os deje marchar, ya conoces el camino, Clabelle. Que tengáis buena tarde.

     —Igualmente —respondieron ambas al unísono.

      Caminaron por lo que fue una cueva de roca tallada y ricamente iluminada con farolillos, Quince minutos más tarde, llegaron al otro lado del pasaje y Cassy contuvo el aliento.

     La Ciudad de Cristal se alzó ante ella como un gigante hecho de luz, y por primera vez en su vida, comprendió y observó por qué se llamaba de aquella manera. Había leído en los libros del Instituto sobre las Torres de Cristal, que rodeaban y repelían a demonios al estar hechas de adamas, el mismo material que los cuchillos y espadas serafín; pero contemplarlo con sus propios ojos era una cosa totalmente distinta.

     —Todos los caminos llevan a Roma —dijo Clabelle a su lado, contemplando orgullosamente la ciudad delante de ambas—, pero en Idris, todos los caminos llevan a Alacante.

     —Es hermosa —susurró Cassy, totalmente embelesada.

     Fuentes y jardines les dieron la bienvenida mientras caminaban, y pronto, toda una avenida de caserones y mansiones se expandió allá a donde alcanzaba la vista.

     —Cada casa que ves está conectada con las demás a través de una red de túneles —explicó su madre—; son muy útiles en caso de emergencia, o por si simplemente necesitas visitar a alguien.

     —¿Eso no provoca que haya poca privacidad?

     —Dependiendo de quien te visite, sí. Pero por lo general las visitas siempre son anunciadas de una forma u otra, por lo que no debes preocuparte.

     Cassy asintió y observó un emblema en particular, tallado encima de una de las puertas. Las alas de hada. El corazón se le aceleró y, sin darse cuenta, dejó de caminar. Clabelle percibió que su hija no la seguía y se giró para mirarla. Siguió la dirección en la que sus ojos miraban y observó la Mansión Fairchild.

     —Dame tu bolso —pidió suavemente. Cassy parpadeó y la miró confundida—. Vamos, no me mires así. Dámelo. ¿Por qué no vas a ver a tu Tía Callida mientras yo enlisto algunas cosas en la Mansión Verlac? —Señaló una gran casa blanca al otro lado de la calle, en diagonal a la perteneciente a la familia de su padre—. Puedes quedarte aquí el resto de la tarde, si lo deseas. Pasaré a buscarte más tarde para la cena.

     —Gracias, Madre —susurró en respuesta, sin poder evitar el quiebre en su voz. Cassy recordaba vagamente a su Tía Callida, pero la emoción en sus palabras no se debía a ella, sino al hecho de pasar algo de tiempo en la casa en la que su padre se había criado durante su juventud.

     Clabelle sonrió amorosamente y le colocó una mano encima de la cabeza, acariciando los tirabuzones oscuros de su hija. A continuación dio media vuelta y cruzó la calzada rumbo al hogar de los Verlac. Cassiopea la observó marcharse antes de girarse y enfrentar de nuevo el emblema de su familia paterna.

     Tragó saliva buscando calmarse y apartó la mano de su brazo antes de producirse un moretón rojizo por rascarse en exceso. Debía deshacerse de aquella costumbre cuanto antes. Con un suspiro tembloroso, se secó las palmas de las manos en la falda de su vestido y avanzó hasta la puerta. Con mano vacilante, cogió el tirador y lo dejó caer tres veces contra la madera de la puerta.

     Los minutos pasaron, y los nervios de Cassy aumentaron.

     ¿Había alguien en casa? ¿Estaría su Tía Callida allí, si quiera?

     No conocía Idris en lo más mínimo, y no tenía ganas de enfrentar a la familia de su madre por el momento, necesitaba un tiempo para sí misma durante algunas horas. ¿Qué haría si nadie abría la puerta?

     Volvió a dejar caer el tirador dos veces más. Quizá no había golpeado con la fuerza necesaria; quizá no la habían escuchado. Su visita no había sido anunciada, aquizá nadie respondería a su llamado.

     Otro trueno.

     Y entonces, la puerta se abrió, revelando a un muchacho de despeinado cabello castaño y una mirada de penetrantes ojos verdes.

     —Buenas tardes —saludó el muchacho, escudriñándola con la mirada—; ¿y tú eres?

     —No veo por qué debería decirle mi nombre a un extraño —habló ella rápidamente. El chico alzó una ceja.

     —No veo por qué debería dejar pasar a una extraña —respondió él. Cassy se mordió uno de sus carrillos.

     —Me llamo Cassiopea Fairchild.

     —Ah, una pariente de Cally, entonces puedes pasar.

     «¿Quién demonios es Cally?» —se preguntó Cassy frunciendo el ceño.

     —¿Y tu nombre? —cuestionó, escéptica.

     El muchacho sonrió encantadoramente.

     —Disculpa. Soy Brior, Brior Blackthorn.






¡Hola!

Pregunta del millón: ¿matamos a la autora o la amamos?

Respuesta del millón: la odiamos. (Sé que alguien se ha sentido aludida, coff).

Ah, por ciento y algo palabras, he podido superar el capítulo anterior. Dejadme decir que este ha sido pretty intense, if you know what I mean. Hemos tenido confrontación madre-hija, momento hermanas Fairchild, momento Wassy (yo sé que he alimentado al monstruo shippeador de vuestro interior, no lo neguéis), el viaje a Idris y la aparición de dos nuevos individuos.

Permitidme expresar mi alegría por poder escribir de una vez a Brior Blackthorn, uno de mis OC. Gracias.

Me he sacado de la manga varias cosas, como la entrada a Idris que han utilizado Clabelle y Cassy; de verdad, he buscado por todas partes, pero no he encontrado nada que no se relacionara con Cadair Idris y cosas por el estilo, so he tirado de imaginación pura y dura. Además de eso, hay algo que quiero comentar y por lo que hay bastante revuelo hasta ahora: el comportamiento de la madre de Lott y Cass.

Vale, a ver. No es el personaje más querido hasta ahora, de hecho, me atrevería a decir que es el más odiado, y eso que no ha aparecido el Magíster, Nate o los Autómatas. Pero por una parte, es comprensible, porque es lo que pretendía desde un principio. El personaje de Clabelle Verlac es bastante complejo, en realidad, y no porque lo haya escrito yo. Ni siquiera yo lo entiendo: se escribe solo, really. Sobre la marcha me di cuenta de que Clabelle se estaba volviendo una antagonista a medida que pasaba el tiempo dentro de la novela, y llegó un punto en el que me dije: ¿por qué está pasando esto? La respuesta es simple: el alejarse de sus hijas y refugiarse en su familia, por muuuy mal que estuviera, fue el mecanismo de defensa que Clabelle encontró para la muerte de su marido, el padre de las chicas. Entonces salió otra cuestión: ¿qué pasa cuando Clabelle se da cuenta de lo que ha estado haciendo durante meses? Que quiere redimirse de alguna forma. Y esa forma es volviendo al Instituto y compensando sus errores con lo que ella cree que son buenas soluciones, como intentando criar y pasar más tiempo con Cassiopea llevándosela a Idris para darle una buena educación y que pueda llegar a ser alguien en el Mundo de las Sombras.

Si os fijáis, a lo largo de los últimos tres capítulos he ido dando pistas sobre este aspecto de Clabelle, del por qué de sus acciones, por qué quiere redimirse y cómo. Quizá no lo ha hecho todo de la mejor manera (hasta yo me sorprendí con la bofetada a Charlotte), pero por otra parte, estoy bastante satisfecha con como su personaje se ha desenvuelto por ahora. También con Cassy, quien a pesar de que debería odiar a su madre, admite que la sigue queriendo, etc. Creo que eso es algo muy maduro por su parte (ya os digo, es que se escriben solos la mayor parte del tiempo, y eso es algo muy bonito cuando te das cuenta); como dice Cassy, odiar es un sentimiento muy fuerte, igual que su némesis, amar. Para odiar a alguien se requieren muchos factores, y es una de las preguntas que más me hago a diario cuando me da por pensar en ello. Odiar es más complicado de lo que parece y depende de muchas cosas, como ya he dicho. 

Solo os pido que podáis ver todo esto, y que no enterréis con comentarios negativos a Clabelle de buenas a primeras, dadle una oportunidad. Todos deberíamos aprender de nuestros errores, y eso es lo que ella intenta hacer. (Aunque sea divertido leer vuestros comentarios, porque significa que algo despierta mi forma de escribir en vosotras). Con la tontería de explicar esto he acabado escribiendo más de lo que planeaba, así que os dejo tranquilas ya.

El título de este capítulo, por cierto, no tiene tanto que ver con la capacidad física de ser ágil, sinó de saber aceptar y moldearse al cambio, tal y como ha demostrado Cassy aceptando ir a Idris.

Ah, ¿qué momento os ha gustado más y por qué? Sé que soy pesada con estas preguntitas, pero mi curiosidad es tan legendaria como la de Cassy, haha. Por último quiero darles la bienvenida y las gracias a aquellas lectoras que han empezado la novela recientemente, espero que os guste y que disfrutéis de la lectura.

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

—Keyra Shadow.



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