Capítulo 5. Memoria
𝟏𝟐 𝐝𝐞 𝐉𝐮𝐥𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝟏𝟖𝟕𝟑; 𝐮𝐧 𝐝𝐢𝐚 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐞𝐥 𝐜𝐮𝐦𝐩𝐥𝐞𝐚ñ𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐂𝐚𝐬𝐬𝐲.
Quizá aceptar un paseo con Jem y Will no había sido tan buena idea después de todo.
No era como si se hubiera autoinvitado. Simplemente su curiosidad le había jugado una mala pasada después de aliarse con su impertinencia y su impulsividad. Sí, quizá aquella traición por parte de sus rasgos de personalidad era la culpable de que hubiera aceptado.
En realidad, a pesar de lo que ella pensara, había sido culpa de Jem. Después de pasar con él los dos días anteriores practicando con el violín y descubriendo nuevas cosas sobre el maravilloso —y ruidosamente armónico—, mundo de la música, se habían hecho considerablemente más cercanos. Tal y como Cassy había asegurado días atrás, Jem se había vuelto su confidente y un excelente oyente de sus problemas y pensamientos. Pensamientos, cabe destacar, que ni siquiera Charlotte conocía.
Tras aprender la escala musical y los acordes correctos para tocarla en el violín, Jem le había comentado distraídamente que él y Will planeaban una escapada por Hyde Park. Tras saber que se dirigían allí, Cassy no había podido ocultar su ilusión, pues hacía meses que no salía del Instituto. James no había pasado desapercibido el gesto y la había convencido para que los acompañara.
Aquella mañana le habían comentado a su hermana y Henry sus planes y habían accedido a dejarlos salir con la condición de que no se metieran en problemas, algo que, teniendo en cuenta que irían acompañados de William Herondale, no parecía del todo posible.
Thomas los acompañaría durante una parte del trayecto, aprovechando que debía acudir a por unos nuevos estribos para los caballos del carruaje. Era una pena que él no pudiera acompañarlos como tal, pero era importante que el transporte del Instituto estuviera en buenas condiciones en caso de emergencia.
Cassy suspiró y observó los vestidos colgados en su armario. Estaría mintiendo si dijera que no sabía cómo debía vestir.
—¿Por qué no te pruebas tu vestido nuevo? —Sonó la voz de Charlotte desde la puerta. Cassiopea la miró por encima del hombro, intentando ocultar el susto que le había dado su hermana.
—¿El que me regalaste?
—¿Cuál más, sino? —Charlotte esbozó una sonrisa y la alentó con un gesto de mano—. Vamos, llévalo puesto. De todas formas madre seguramente te traiga otro para mañana. No olvides que llega esta noche.
La mención de su madre hizo que Cassie se congelara momentáneamente. Había estado hablando con Jem sobre ello: cómo se sentía y qué pensaba sobre el retorno de Madre por su cumpleaños. Una parte de ella, si era sincera, quería volver a verla. Otra, sin embargo, temía que la visión de su madre le trajera recuerdos que permanecían enterrados en lo más profundo de su corazón. Recuerdos que antaño habían sido felices, pero que con la muerte de Granville Fairchild se habían tornado en cenizas abrasadoras que le arañaban el corazón y el alma.
Charlotte la contempló en silencio y soltó un suspiro, caminando hasta ella. Cassiopea no se había dado cuenta, pero había acabado sentada a las faldas de su mullida cama, agarrando el cobertor con los puños cerrados. Una presión revoloteante se extendía por la boca de su estómago.
—No quería recordarte eso ahora —admitió su hermana mayor—, no era mi intención, Cass. Discúlpame, por favor.
—No, hay algo de razón escondida en tus palabras, Lott. —Hizo un esfuerzo magnánimo por retener las lágrimas que picaban en sus ojos. Cogió aire y lo soltó lentamente. Su garganta se contrajo de forma invisible—. La llegada de Madre no debe ser algo malo. Debe ser bueno. Es bueno. Debo verlo de ese modo.
—Cuando decimos que debemos hacer algo, nos sentimos obligados a ello. —Cassiopea miró a su hermana—. Si nos sentimos obligados, es más probable que se convierta en algo negativo. Hay que querer hacerlo, Cass. Pero no deber. No lo olvides, pequeña. —Depositó un beso en su coronilla y se alisó las faldas del vestido antes de asentir y dedicarle una sonrisa—. No tardes demasiado, he escuchado a Will parlotear en el vestíbulo sobre cómo las mujeres siempre tardan mucho para enlistarse. Hazme un favor: dale un motivo para que se trague sus palabras. Sé que eres capaz de ello. ¡Pasadlo bien!
Cassiopea asintió con una pequeña sonrisa, pero su hermana ya cerraba la puerta tras ella. Se acercó al armario y acarició la muselina del vestido y descolgó la prenda para depositarla sobre la cama. Escogió unos botines de seda bastante cómodos para caminar y una cinta blanca para el cabello.
Unos minutos más tarde, observó su reflejo en el espejo de cuerpo entero y satisfecha, salió de su habitación. En la planta de abajo, podía escuchar a Will hablando con Jem.
—¿Todavía lo estás pensando? —El tono de Will era extraño. En todos los meses que Cassy llevaba conociéndolo, jamás lo había escuchado. Casi sonaba... ¿nervioso?
—No es una decisión que deba tomarse a la ligera —bromeó James—. Pero creo que una parte de ti ya conoce la respuesta.
—¿Hablas enserio?
¿Qué le ocurría? ¿Ahora estaba emocionado? La muchacha frunció el ceño y acabó de bajar los últimos peldaños. Sus manos se enterraron en la muselina de la falda.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó. Will la miró brevemente antes de darle la espalda.
—Nada, simplemente hablábamos. ¿Te han dicho alguna vez que tardas mucho? Podría haber echado raíces aquí mismo de haber tardado más.
—Eres insoportable.
—Gracias.
Jem alternó la mirada entre uno y otro antes de esbozar una sonrisa y acomodarse mejor la chaqueta. Les hizo un gesto a ambos, señalando la puerta.
—Vamos, Thomas nos espera delante de los establos. Estaba acabando de ajustar los arreos de Xanthos y Balios.
—¡Un momento! —interrumpió Cassy antes de que los jóvenes se giraran hacia la puerta—. Debo ir a las cocinas un segundo.
Will la observó con fastidio antes de encarar a Jem.
—¿Me recuerdas por qué razón la invitaste a acompañarnos?
Jem, obviamente, lo ignoró con una sonrisa hacia la muchacha.
—Claro, Cassy. Te esperaremos en las escaleras.
Después de pasarse por las cocinas y que Bridget, la cocinera, le diera lo que buscaba, Cassiopea emprendió el camino hacia la entrada donde, tal y como James había prometido, él y Will esperaban. El pelinegro bufó algo por lo bajo y se levantó de un salto antes de alejarse. James se encogió de hombros.
—No le hagas caso —dijo él simplemente. Cassy bufó.
—No pretendía hacerlo. Pero eso no minimiza el hecho de que me saca de mis casillas.
—Tú también lo sacas de sus casillas a él. El sentimiento es mutuo.
—No sé cómo puedes aguantar su carácter —admitió ella—. Sé que Will tiene sus razones para ser así, aunque Lott no me haya dicho nada, pero simplemente no lo comprendo. Es tan... idiota la mayoría del tiempo. —Su ceño se frunció y miró las baldosas de piedra mientras caminaban hacia los establos. En la distancia, podían ver a Will apoyado contra el marco de la entrada—. A veces desearía poder entenderle.
James restó en silencio y meditó las palabras de Cassy. Para él, que Will se estuviera abriendo con él, que lentamente estuviera desmontando su coraza porque sabía que podía confiar en él, significaba mucho, aunque sus motivos fueran unos que Cassiopea desconocía. Will era una persona complicada, con un pasado que intentaba enterrar tras de sí, pero que parecía seguirlo allá a donde fuera.
Para Cassiopea, aun así, Will era un rompecabezas roto que confundía a cualquiera; una vorágine de cabello negro y ojos azules, azules y largos, bellamente atormentados.
Y ella estaba cada vez más cerca de convertirse en el gato que acabaría muriendo a manos de la curiosidad.
Thomas los esperaba ya con el carruaje preparado para cuando llegaron. Apoyado en la puerta del mismo, Will pateaba los guijarros del suelo con aire aburrido. Al verlos, bufó alguna incoherencia que sonó más a «par de tortugas» que a un insulto real y se metió dentro. A continuación, sonaron unos golpeteos constantes de un puño chocando contra el techo del carruaje y tanto Jem como Cassy se apresuraron a entrar.
Thomas se posicionó en el asiento del cochero y agitó las riendas. Unos segundos más tarde, Cassy observó las calles de Londres abrirse paso ante sus ojos, después de que la verja del Instituto fuera abierta.
Si era sincera, no recordaba la última vez que había salido fuera y había gozado de una tarde de paseos y tranquilidad. Quizá incluso convencía a los muchachos de pasarse por el mercado y comprar melocotones para hacerse su propia tarta de cumpleaños junto a Charlotte. En ese preciso instante se dio cuenta de cuánto tiempo había perdido desde la muerte de su padre, del cambio tan drástico que había adquirido su vida desde que los Hermanos Silenciosos habían salido de su habitación aquella mañana hacía tantos meses atrás, después de colocarle sus marcas bermejas.
¿En qué momento había decidido que aquel cambio debía afectarla y cambiarla por completo? Mirando atrás, a su yo del pasado, apenas podía conocerse en aquellos instantes. Había cambiado, y a pesar de que no se arrepentía de cómo era, una pequeña parte de ella deseaba volver atrás.
Aquella tarde, con su vestido nuevo y la compañía de dos chicos repletos de marcas, tan distintos como podían serlo una gota de agua y una de aceite, Cassiopea se dejó llevar por su antigua yo y permitió que, por una vez después de meses de duelo silencioso y pensamientos hirientes hacia sí misma, su comportamiento altivo y a la defensiva se tomara un descanso. Permitió que la dulce y desafiante Cassy volviera, aunque fuera por unas pocas horas.
Rio como no lo había hecho en mucho tiempo paseando bajo el Arco de Wellington, su lugar favorito en todo Londres.
Corrió por Hyde Park persiguiendo a los patos para que estos a su vez persiguieran a Will.
Compró melocotones para su tarta ideal con la ayuda selectiva de Jem.
Y por una vez en mucho tiempo, Cassy pudo decir que era feliz de verdad.
—¿No la notas distinta? —le había comentado Will a Jem, sentados en un banco, mientras el pelinegro descansaba de las persecuciones de la joven.
—Sí, está más animada —admitió el otro—. Eso es bueno. Nunca la había visto sonreír tanto. Le sienta bien.
Will se quedó callado y observó a Cassy cerca de la orilla, sin importarle que la parte baja de las faldas de su vestido se estuvieran llenando de fango, acariciando a un pequeño patito. Y aunque el animal que acariciaba no era de su agrado para nada, algo se removió dentro de él mirando la sonrisa en los labios de Cassiopea.
Verdaderamente le sentaba bien. En alguna parte de su mente, llegó a la conclusión de que ella era una rosa. Una rosa que había estallado para florecer después de un muy duro y largo invierno.
Y que mientras ella brillaba con luz propia, incluso él se encontraba ligeramente cegado por aquella sonrisa.
—¿Will?
—¿Sí?
—... Acepto.
𝟏𝟑 𝐝𝐞 𝐉𝐮𝐥𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝟏𝟖𝟕𝟑; 𝐜𝐮𝐦𝐩𝐥𝐞𝐚ñ𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐂𝐚𝐬𝐬𝐲
Cuando Cassiopea despertó a la mañana siguiente, el Instituto de Londres se encontraba sumido en un profundo y sospechoso silencio. Arrebujándose en su camisón de dormir, se puso una bata de lana encima y caminó descalza por los pasillos. Las puertas de los dormitorios de James, Will y Thomas estaban cerradas, por lo que dedujo que todavía se encontraban durmiendo.
¿Qué hora era? En ocasiones como aquella se arrepentía de no tener un reloj de pulsera o en la pared de su propia habitación. Así pues, siguió caminando hasta bajar las escaleras. Le echaría un rápido vistazo al reloj situado en el vestíbulo y a continuación se dedicaría a descubrir dónde se habían metido todos.
Sus pasos se vieron interrumpidos abruptamente al contemplar un camino improvisado de pétalos azules al pie de las escaleras. ¿Quién lo habría hecho? Las preguntas no dejaban de resonar en las paredes de su mente, ansiosas por descubrir las respuestas. Sin duda, si había una forma de atrapar el interés y alimentar la curiosidad de Cassiopea, aquella era una buena forma. Su naturaleza curiosa la guio a seguir los pétalos, y antes de que pudiera darse cuenta, se encontraba delante de las puertas cerradas del comedor.
Cassiopea frunció los labios y se rascó el brazo con gesto inquieto. ¿Qué estaba ocurriendo? Sus manos se desplazaron hasta que las palmas tocaron las gruesas hojas de madera y las empujó. En el interior del comedor predominaba la oscuridad. Deseó tener en su posesión una piedra de luz mágica para iluminarse mejor y poder ver qué había dentro de la estancia; porque estaba segura de que había algo. No era normal que de un momento a otro un camino de pétalos la guiara hasta el comedor, ¿verdad?
Aunque con paso vacilante, Cassy avanzó y se internó en la negrura antes de que las cortinas se abrieran de repente. Sobresaltada, pegó un brinco hacia atrás, poniéndose en guardia. La sangre le bombeó con más fuerza a través de las venas y su corazón latió desbocado a causa del sobresalto. Un pequeño jadeo se escapó de sus labios cuando la luz la cegó e hizo que tuviera que cerrar los ojos durante unos segundos.
Entonces, un grito:
—¡Felicidades!
El pasmo fue patente en la expresión de Cassiopea cuando abrió los ojos y observó a su alrededor, paseando su mirada desde la improvisada decoración, hasta el pastel en las manos de su hermana y los rostros de los habitantes del Instituto. La impresión cubrió las facciones de la castaña antes de sentir una oleada de escalofríos que la calaron e hicieron que sus rodillas temblaran levemente.
Al ver esto, la expresión de Charlotte cambió de una sonriente a una preocupada, y antes de que Cassy pudiera darse cuenta, unas manos se situaban en sus hombros y la guiaban hasta una de las sillas, que Thomas se había tomado la molestia de apartar para ella con rapidez. Cassy miró por encima de su hombro y le sonrió levemente a Henry.
A continuación, Will soltó una risa sarcástica que sonó más a un resoplido—: Definitivamente, cuando me obligaron a levantarme temprano, no esperaba que fuera para verte colapsar, Ío.
—Cierra-
—El pico —terminó él, sonriendo engreídamente—. Me lo dices tanto que he acabado acostumbrándome. Búscate otro insulto, encanto.
Las mejillas de Cassy se ruborizaron de improvisto, pero apartó la mirada cruzándose de brazos y ocultando su estado tras la cortina oscura de sus cabellos.
—¡Will! —exclamó Charlotte—. Es suficiente. Es el cumpleaños de Cassy y me prometiste que no habrían riñas.
—Jamás dije tal cosa. —Se encogió de hombros él. Charlotte soltó un sonoro suspiro.
—¿Qué voy a hacer contigo...? —Se giró para mirar a su hermana y caminó hasta ella con el pastel en las manos—. ¿Quieres hacer los honores y cortarlo?
—Creo, Lott, que si me das un cuchillo acabará en todas partes menos en el pastel —terció ella. La cabeza le daba vueltas. Quizá no había sido buena idea bajar sin repasarse las Marcas.
—Me siento aludido con eso de «en todas partes» —volvió a hablar Herondale—; no es bonito...
—Te lo has buscado tú solo —le sonrió James. Will lo miró como si tuviera una segunda cabeza.
—¿Ahora te pones de su parte? Me hieres, Carstairs, y yo que pensaba que al aceptar mi preposición me serías fiel solo a mí.
Cassy escondió el rostro entre sus manos. La cabeza iba a explotarle...
—¿Preposición? —cuestionó Henry, pasándose una mano por las hebras de cobre naranja—. No estaréis comprometidos... ¿no? Es decir, sois muy pequeños para-
—¡Por favor, Branwell! —respondió Will ácidamente—. Creo que esos químicos de tu laboratorio empiezan a afectarte al funcionamiento del cerebro. Estás chalado.
—¡Ya está bien!
El silencio reinó en la sala al instante. Cassy intentó acompasar su respiración, pero fue un fútil intento que rápidamente quedó en el olvido. Sus ojos se dirigieron al joven Herondale mostrando un ciclón de hojas verdes y vientos plateados huracanados. Podía sentir como cada fibra de su cuerpo temblaba, pero no por frío, sino por rabia; una rabia que había contenido durante los últimos meses y que, la última vez que la había mostrado, varias armas de la sala de entrenamiento habían acabado en un estado perjudicial junto a varias paredes.
Charlotte intentó mediar con ella, susurrando palabras tranquilizadoras, pero los oídos de Cassiopea se habían vuelto repentinamente sordos. Tambaleante, se alzó de la silla, su mirada mortífera nunca dejando el rostro de William, ahora inexpresivo.
—Estoy cansada. Muy cansada de tu comportamiento —azotó—. Siempre debes ser un ser carente de sentimientos cuando se refiere a los demás, ¿verdad? Porque ese es William Herondale, el insensible niño que debe hacer sentir a los demás inferiores para que su ego no salga tan herido. Eres repugnante, Will, y no tienes ni la menor idea de ello. Me repugnas.
Por un momento, la máscara cayó en el rostro de Will. Por unos segundos, a Cassy le pareció ver algo similar a la vergüenza, al arrepentimiento y el dolor. Pero solo fueron unos escasos segundos que, cuando volvió a abrir los ojos tras parpadear, habían desaparecido. Un músculo en la todavía aniñada mandíbula saltó, pero sus ojos no mostraron emoción alguna. El azul vestía ahora un manto atormentado, con truenos tronando por doquier y un velo opaco placando todo rastro de brillo.
En la entrada, la puerta sonó cuando el tirador fue golpeado contra la madera. Thomas se disculpó por lo bajo y salió trotando para atender el llamado.
Sin nada más que decir, se volvió para subir de nuevo a su habitación; no iba a permitir que nadie se lo impidiera. Podía sentir en su nuca todas las miradas y los sentimientos que estas cargaban. No quería mirar a nadie. Dio un paso, pero una mano se cerró entorno a su muñeca, dando un suave tirón que la retuvo en el sitio y provocó que girara el rostro.
Will había dejado que la cortina de rizos negros se curvaran entorno a sus ojos, agachando la cabeza y ocultando la mitad de sus facciones. Aun así, cuando habló en un suave susurro que solo ella pudo escuchar, pronunciando un «lo siento», Cassiopea azotó su propio brazo fuera del agarre de los dedos del muchacho y le dedicó una mirada larga y severa.
—No es conmigo con quien debes disculparte ahora —sentenció antes de volver a girarse.
—¿Cuál es el significado de todo esto?
Cassy volvió a congelarse. Aquella voz...
Su vista cayó en el cabello oscuro recogido en un moño apretado con dos trenzas colgando estratégicamente para rodear las orejas rosadas. En el rubor que cubría los pómulos angulosos y los labios pintados en suave carmín. Se fijó en el vestido de caras telas color esmeralda con encajes blancos en los puños y el cuello abierto. En la pose elegante y rígida, propia de una reina.
Su madre había llegado.
La hermosa y letal Clabelle Verlac.
—¿Y bien? —insistió la recién llegada. Sus ojos oscuros se pasearon por el comedor—. ¿Qué está ocurriendo?
—Madre —reaccionó Charlotte, saludándola lo más elegantemente que pudo, todavía con la tarta de melocotón en sus manos—. Celebrábamos que Cassiopea iba a cortar su pastel de cumpleaños. Nos habíamos reunido todos antes de la fiesta de esta noche...
—Eso es ciertamente descortés, Charlotte. El motivo de la fiesta de esta noche es que Cassiopea pueda celebrar su decimotercer cumpleaños junto a los amigos de la familia Fairchild, incluyendo a miembros del Enclave, la Clave e incluso a invitados que vienen desde la Ciudad de Cristal. No obstante, nadie dice que no podamos disfrutar de un bonito desayuno con esa... tarta tan curiosa.
—Sí, madre —Charlotte inclinó la cabeza respetuosamente antes de hacerles un gesto a todos.
Clabelle se acercó a Cassiopea y le alzó la barbilla para escrutarla mejor con la mirada. Una chispa de dolor cruzó su rostro cuando sus ojos oscuros se encontraron con los de Cassy.
—Tienes los ojos de tu padre —susurró con voz queda. Cassiopea hizo un esfuerzo por no llorar. El rostro de su progenitora cambió drásticamente al observar su atuendo—. ¿Pero qué haces vistiendo así? Estás en camisón de dormir con varones presentes, Cassiopea. Ten un poco de decencia y sube a tu cuarto para cambiarte y vestirte apropiadamente antes del desayuno.
Lo único que pudo hacer la castaña fue asentir antes de salir del comedor a paso rápido. No obstante, en vez de obedecer las palabras de Madre, se quedó sentada en la cama, abrazándose a sí misma, intentando procesar todo lo que había ocurrido en un periodo de tiempo tan corto.
Le había plantado cara a Will, o al menos, lo había intentado. Lo cierto, no obstante, es que había mentido en una cosa. Si bien Will no era la mejor de las personas, no le repugnaba. Sabía que había cosas que él no decía, que no expresaba por temor a lo que los demás pudieran decir. También que, aquel comportamiento tan engreído y lleno de superioridad, cruelmente bromista, se debía a algo que solo Charlotte sabía y de lo que, al parecer Jem, también debía sospechar algo.
La curiosidad que Cassy sentía por saber más de Will, del niño que había visto intentando mantenerse firme mientras sus padres clamaban por él en la entrada, el que había roto a llorar cuando Charlotte había hablado con él, el mismo que le había puesto un estúpido mote, crecía con cada día que pasaba.
Cassy quería, deseaba saber. Deseaba entender por qué razón era de aquella manera, el motivo que le empujaba a actuar así.
Un suave toque en la puerta de su recámara la sacó de sus pensamientos. Cassy no se movió. Quien estuviera detrás de la puerta insistió una vez más antes de apoyar algo contra la superficie de madera.
—Cassy... —suspiró Jem suavemente, al otro lado. Cassiopea se arrebujó más en la cama—. ¿Puedo pasar?
Con paso tembloroso, la muchacha se alzó y caminó hasta la entrada. Jem estaba al otro lado, sujetando su violín con una mano y un plato con tarta en la otra. El muchacho le dirigió una mirada cargada de disculpa antes de pasar y darle el plato. Ella lo tomó y se sentó de nuevo en su cama, empezando a comerlo.
—Creo que no hace falta decir que eso no debía pasar, ¿verdad? —interrumpió él. Cassy negó.
—No, aunque debería habérmelo esperado. Hablamos de Will. ¿Vas a tocar?
—Will es complicado muchas veces, más de lo que en realidad es. Y le gusta complicar las cosas más de lo que lo son, también. —Se acomodó el violín debajo del mentón y agarró el arco con firmeza—. Sí, de todas formas este era mi regalo de cumpleaños para ti. Es una melodía corta y un tanto rimbombante, pero creo que te gustará.
Cassy cerró los ojos mientras Jem empezaba a tocar el violín. Las notas brotaron de forma divertida y fluida, y Cassy no pudo evitar reírse. El contraste entre el sereno y concentrado rostro de James a comparación con la música que flotaba por la estancia era abismal. Al escucharla, una sonrisa tironeó de las comisuras de la boca del joven y al finalizar, hizo una burlona reverencia antes de mirarla.
—Sabes, Will me propuso ser su parabatai el otro día.
La joven se quedó callada al instante, sus risas muriendo en lo más profundo de su garganta.
—¿Parabatai?
—No tengo que explicar qué es, ¿no?
—¡Jamie! —exclamó indignada.
¡Por supuesto que no tenía que explicarlo! Cassy llevaba soñando con tener un parabatai desde que tuvo conocimiento suficiente como para saber lo que era. Un parabatai era un vinculo que se establecía entre dos cazadores de sombras de manera voluntaria y consciente que, en general, superaba los lazos familiares establecidos por la sangre. Era un vínculo de hermanos de batalla, hermanos de alma.
—Espera, ¿Will de verdad te lo ha pedido?
Jem asintió.
—Sí, y ayer acepté.
—Eso es... —Cassy no sabía cómo reaccionar. Sabía que Jem y Will se habían hecho más cercanos con el pasar de los meses, pero jamás hubiera imaginado hasta tal punto—. Es... ¿debería darte el pésame o la enhorabuena?
—La enhorabuena está bien —rio él como toda respuesta.
—Nunca hubiera pensado así de Will —admitió ella—. ¿Cuándo celebraréis la ceremonia?
—Hemos decidido esperarnos unos meses más. Por ahora... queremos asegurarnos. Bueno, más bien, yo quiero asegurarme. Ya sabes que me queda como mucho un año más y... no sé si podría atar a Will de esa forma a alguien que podría morirse el primer mes como compañeros.
Cassy dejó el plato, ahora vacío, sobre la cama y se levantó para caminar hasta Jem. Una vez delante de él, le quitó el violín y el arco de las manos y los depositó suavemente sobre una pequeña silla cercana. A continuación, lo abrazó contra sí, intentando transmitirle toda su fuerza.
Aquella era una de las cosas que James había querido dejar clara nada más poner un pie en el Instituto: su esperanza de vida se reducía a un año, dos como mucho. Cassy lo sabía y sin embargo, no podía evitar pensar que alguien tan joven como James no merecía aquello. Pero él parecía decidido a disfrutar de su tiempo todo lo que pudiera, y si ser el parabatai de William Herondale formaba parte de sus planes, entonces ella lo respaldaría.
Jem correspondió el gesto y unos segundos más tarde la tomó por los hombros para romper el abrazo. La miró atentamente evaluando su aspecto antes de que chasqueara la lengua suavemente.
—¿Te has repasado las marcas?
Las mejillas de la joven Fairchild se tiñeron de un sutil rosa a causa de la vergüenza.
—Todavía no —murmuró. Jem sonrió antes de coger el violín, el arco y el plato, encaminándose hacia la puerta.
—Entonces dejaré que te las repases y descanses un poco. Charlotte ha comentado que esta noche habrá una fiesta por todo lo alto y vuestra madre... digamos que se ha emocionado con los invitados. Vendrá el Cónsul Wayland, también.
—No esperaba otra cosa de ella —admitió Cassy, soltando un sonoro suspiro de derrota. Jem le sonrió de nuevo y mientras cerraba la puerta, dejó que su voz se filtrara por la rendija antes de irse:
—Will tuvo la idea de las rosas. Te vio en Hyde Park mirándolas y decidió cortar algunas y guardárselas. Anoche se pasó bastante rato quitándoles los pétalos y esta mañana me pidió que le ayudara a colocarlos.
El corazón de Cassy se aceleró, y cuando encontró su voz para formar una respuesta a aquella declaración, James ya se había ido.
𝐎𝐧𝐜𝐞 𝐡𝐨𝐫𝐚𝐬 𝐦𝐚𝐬 𝐭𝐚𝐫𝐝𝐞, 𝐈𝐧𝐬𝐭𝐢𝐭𝐮𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬
Cassy dio una vuelta sobre si misma observando el vestido que Charlotte le había llevado, evaluando su figura y la tela de color tinto.
Unas repentinas nauseas se hicieron presentes y subieron desde su tráquea hasta la boca, pero las reprimió tomando unas cuantas bocanadas de aire. El suelo pareció mecerse debajo de sus pies, como si en realidad se encontrara en la cubierta de un navío en alta mar. Las cintas que recogían su cabello en un apretado moño se balancearon cuando se apoyó en el marco del espejo para no caer.
La imagen de si misma desde una perspectiva exterior el día de su Ceremonia de Marcas se reprodujo en su mente una y otra vez. Era como revivir un recuerdo, y no uno bueno, precisamente.
Sentía que en cualquier momento podría desfallecer.
Su madre había sido quien había escogido aquel vestido. Lo había traído desde Idris, hecho por las manos de la experta Abuela Yvonne. Cassy solo recordaba haberla visto una vez en toda su vida, precisamente en la ceremonia, pero era suficiente para recordar los vestidos de corte francés que acostumbraba a llevar puestos, y aquellos labios carnosos pintados siempre en carmín.
Yvonne era su abuela por parte materna, pero para Cassy era una total desconocida. Que hubiera sido justamente ella la que le hiciera aquel vestido, de repente le hacía entender muchas cosas. Por ejemplo, el exceso de encaje en los puños de las mangas y los volantes de las faldas. O el brocado de seda que describía un triángulo invertido desde el pecho hasta la cinturilla. El conjunto en general era muy pesado, y ahora no podía gozar de una gran movilidad, como por el contrario, le hubieran permitido sus vestidos hasta las rodillas. La espesa tela de la falda caía en picado hasta el suelo de forma vertiginosa.
—Por el Ángel —soltó Charlotte en cuanto la vio, entrando en la recámara. Cassy había estado tan absorta haciendo muecas de disgusto en el espejo mientras miraba el vestido que no se había dado cuenta de que su hermana había llamado—. Es más horrible de lo que parecía en la caja.
—Al menos tú no tienes que llevarlo —resopló Cassy—. Tampoco entiendo por qué debe ser rojo. No me gusta. Y estas cintas me están drenando la sangre de la cabeza. Voy a desmayarme.
—Suenas como Will, te está pegando su forma de hablar —razonó Charlotte con una risita. Su hermana bufó y empezó a tirarse de las cintas para liberar su cabellera oscura—. ¡Eh! No tan rápido. Madre enloquecerá si te ve tratando así esas cintas. Además, suficiente me ha costado peinarte.
—Ya he vivido esto. Que enloquezca si le viene en gana. Y no tendrías que peinarme tú si tuviéramos una doncella, Lott.
—En cuanto a eso... —murmuró su hermana en voz baja, apartando la vista de ella—. Después de comer he ido a dar un paseo y... me he encontrado una muchacha en la calle que tenía la Visión.
—¿Y...? —instó Cassy, girándose para mirarla.
—Le he ofrecido un techo y comida aquí, y trabajo como doncella. Pero antes de que digas nada, le he dicho que se tomara una semana libre antes de empezar a trabajar formalmente aquí. Tendrías... tendrías que haberla visto, Cass. Y su rostro... ¡pobre criatura! Por lo poco que me ha contado y he podido deducir, el hijo de su antiguo señor se sobrepasaba con ella. Son cosas muy comunes en algunas casas, que los señores se sobrepasen con los criados, aunque los cazadores de sombras no veamos bien eso y no lo practiquemos, obviamente.
—Eso es horrible —se lamentó la menor. Charlotte asintió con tristeza.
—Lo peor de todo es que la marcó físicamente. Le dijo que si él no podía tenerla se aseguraría de que nadie más pudiera, y le desfiguró un lado del rostro. E-era reciente, cuando la encontré. Le habría aplicado un iratze de tratarse de una cazadora pero... ya sabes que las Marcas no actúan bien en la piel humana.
—¿Cómo se llama?
—Sophie Collins.
Tras escuchar atentamente a su hermana, Cassy decidió que al día siguiente intentaría conocer a la nueva doncella y haría lo posible por hacerla sentir cómoda en el Instituto. Su historia la había conmovido, por no mencionar que pronto recibiría adiestramiento así como Thomas, pues los criados de los cazadores de sombras debían aprender a defenderse y luchar en caso de emergencia.
Charlotte le comunicó entonces que los invitados ya habían llegado —que era, en un principio, por lo que había acudido a su habitación—, así que ambas bajaron las escaleras hasta la sala señorial. Cassy observó las decoraciones y, una vez más, recordó la Ceremonia de las Marcas.
Rememoró las heladas manos del Hermano Silencioso cogiendo la estela, la abrasadora runa de Clarividencia grabándose a fuego lento sobre su delicada piel. Rememoró las miradas expectantes de los presentes, los ojos ansiosos y angustiados esperando el momento en que se rompiera, en que ella se quebrara.
—¿Cass? —llamó Charlotte.
La joven parpadeó, disipando los recuerdos y obligándose a sí misma a enterrarlos en lo más profundo de su mente durante unos minutos, al menos. Charlotte le indicó que prestara atención, señalando algo por delante de ellas.
Los invitados estaban dispersos por la sala vistiendo de manera elegante y charlando despreocupadamente hasta que un tintineo los hizo callar. Clabelle les dedicó una sonrisa de boca cerrada, muy propia de una dama de alta alcurnia, y se paseó entre los presentes hasta situarse en el centro. Cassy envidió la forma en que los ojos oscuros de su madre abrazaban la piel tersa y blanca, y cómo el cabello castaño oscuro se enroscaba delicadamente en un recogido elaborado encima de su nuca. Su vestido era de seda cobalto con pedrería incrustada, haciéndola parecer una estrella caída desde el firmamento. En sus manos, la copa de cristal centelleó bajo la luz de las velas.
—Gracias a todos por venir para celebrar con nosotros el decimotercer cumpleaños de mi hija menor, Cassiopea. —Un aplauso ovacionando a la mencionada resonó. Cassy se sintió mareada de golpe ante las miradas que le dedicaron—. Como sabréis, desde la muerte de mi querido esposo he estado ausente en la vida de mis hijas, en un duelo que, si bien he llevado a cabo junto a parte de mi familia en Idris, una parte siempre ha restado aquí en Londres, a la espera de mi regreso. Mis hijas son lo único que me queda de Granville, que bajo las alas del Ángel descanse, y ahora sé que he actuado de manera errónea.
Cassy y Charlotte se miraron en silencio, confundidas. ¿Qué pretendía Madre?
» Sin embargo —continuó Clabelle—, he llegado al Instituto de Londres para encontrarme que mis queridas hijas han sabido sobrevivir por si mismas, y eso no hace sino demostrar lo fuertes que son. Mi hija mayor, Charlotte, es ahora la Directora del Instituto junto a su esposo Henry, y no podría estar más orgullosa. A pesar de todo, mi hija Cassiopea todavía tiene un gran camino que recorrer, y no veo mejor forma de hacerlo que con mi regalo de cumpleaños para ella. —Con paso lento, Clabelle se acercó a Cassy y, como si actuara por instinto, esta se posicionó más cerca de Charlotte; la mayor de las Fairchild le tomó de la mano, mirando con sospecha a su madre—. Mi regalo —prosiguió—, es que aprenda a ser una cazadora de sombras magnífica de la mano de los mejores profesores imaginables, que sea un orgullo para la comunidad de cazadores e inolvidable para el Mundo de las Sombras, junto a mí, en Idris.
¡Hola!
Han pasado dos semanas desde que publiqué el último capítulo (creo que con lo extenso que es el capítulo y la cantidad de cosas que pasan en él podréis deducir por qué he tardado tanto), pero he de decir que tenía muchísimas ganas de escribir este en concreto.
¿Habéis adivinado que se trata del punto de inflexión del primer acto? A partir de ahora las cosas van a cambiar para Cassy, ya lo creo que sí, ¿y sabéis qué significa eso? Que nos trasladamos con ella a Idris, ajá, a la Ciudad de Cristal, sí señor. ¿Y eso significa...? Nuevos dramas, nuevos personajes (OCs incluidos) y nuevas experiencias para nuestra querida Cass. Faltan cinco capítulos para que se acabe el primer acto, al fin y al cabo.
Haría preguntas, pero como ya he dicho, han pasado muchísimas cosas en este capítulo, así que preguntaré lo siguiente: ¿qué partes han sido vuestras favoritas y por qué?
Sé que dije que publicaría el segundo apartado de gráficos con el reparto, etc, pero mi WiFi sigue sin dejarme cargar los gif que he hecho, so tendremos que esperarnos un tiempecillo más a ver si la cosa se arregla.
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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