Capítulo 3. Equilibrio
𝐈𝐧𝐬𝐭𝐢𝐭𝐮𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬, 𝟏𝟖𝟕𝟑
Las personas que vivían fuera de Londres creían que el clima era más una maldición que una bendición, con lluvias torrenciales y días grises y encapotados que apenas dejaban entrever los claros hilillos de Sol en el cielo. Lo que mucho no sabían era que estaban equivocados; los días en Londres era como en cualquier otro lugar del globo terráqueo.
Sin embargo, Cassy aprendió a amar los días de lluvia alegando la razón de que la lluvia, en especial aquella tan helada y electrizante de las tormentas, a veces la acompañaba en su sufrimiento silencioso y la envolvía llorando con ella. Aquella noche, no obstante, no fue Cassy quien lloró.
Cuando la hubieron llamado para la cena, se quedó paralizada y sorprendida, pues ahora en el que era su sitio, al lado de su hermana, había sentado un muchacho de su edad. Con una mirada impasible e interrogante, Cassiopea que se había hecho con una mueca de indiferencia y se había sentado al otro lado de la mesa, delante de su hermana y al lado de Henry. La curiosidad, a pesar de todo, había burbujeado en su interior como un torrente de llamas enloquecidas que ansiaban un soplo de aire fresco para avivarse.
Cassy quería respuestas, pero sabía que la cena, y más en el estado tan cansado en el que se encontraba, no era el momento indicado.
—Cassiopea —llamó su hermana mayor. La pequeña no se inmutó, aunque no escuchar el mote cariñoso de su hermana le hizo fruncir levemente el ceño.
—¿Sí? —repuso, revolviendo en su cuenco la sopa de pollo y verduras con aire distraído y desinteresado. Su voz sonó aburrida y se esforzó por no alzar la vista y rodar los ojos.
—Queremos presentarte al nuevo integrante del Instituto —prosiguió Charlotte—. Este es William Herondale. A partir de ahora estudiaréis y entrenaréis juntos. Espero que puedas hacer que se sienta cómodo y bienvenido.
Había una advertencia no pronunciada en las palabras de su hermana. Algo que hizo que Cassy alzara la vista y clavara sus ojos en ella de forma penetrante. «Haz que se sienta bienvenido, y para ello debes comportarte y dejar de ser tan cerrada y brusca». La batalla de miradas entre el chocolate de los ojos de Charlotte y el río de aguas turbias de Cassiopea se prolongó por unos segundos más hasta que la pequeña desvió la vista con un resoplido.
—Bienvenido al Instituto, William —dijo con un falso tono amable. No podía importarle menos la presencia de aquel individuo en su hogar.
—Solo Will —contestó él. Su voz hizo que Cassy lo mirara delatando la curiosidad que se escondía tras sus facciones y el brillo aburrido de sus ojos.
—Willy, será entonces.
—Will —gruñó esta vez. Cassy esbozó una sonrisa felina y apoyó el mentón en su mano izquierda, mirándolo con aire retador.
—Wiillyy... —canturreó.
—Cassiopea —advirtió Charlotte en un tono bajo, pero fue ignorada deliberadamente por ambos niños.
Se miraron sin decir nada más; por la mandíbula, todavía aniñada, apretada fuertemente, Cassy pudo deducir que había rozado el límite de la paciencia del muchacho. Entonces hizo algo que rompió la cúpula de ciega confianza que la rodeaba y la dejó sin habla: sonrió y se reclinó en su asiento con un brillo malicioso en sus ojos azules. Azules y largos. Bellamente atormentados.
—Ío, será entonces —comentó él con total tranquilidad, citando sus mismas palabras.
El ceño de Cassy volvió a hacer acto de presencia y sus labios lo acompañaron, frunciéndose con fuerza.
El resto de la cena, Charlotte y Henry intentaron mantener una acalorada conversación viva, en la que discutían cuál de los dos era el más indicado para instruir a los dos muchachos. Finalmente, decidieron que lo mejor era que Charlotte se encargara, puesto que Henry a penas tenía tiempo libre debido a sus múltiples experimentos.
Al acabar, Cassy se había disculpado y se había retirado hasta la biblioteca para intercambiar el libro que ya había acabado por otro nuevo. En el camino hacia su dormitorio, no había podido quedarse quieta en la zona de las escaleras. En la planta de abajo, justo en el pasillo de la entrada, se escucharon cuatro voces.
—No pueden estar aquí —decía la voz de Henry, nerviosa y tensa a partes iguales.
—Por favor —rogó la voz de un hombre. Se le hizo totalmente desconocida—. Por favor, solo queremos recuperar a nuestro hijo.
—La Clave no lo permite —sentenció Charlotte apretando la mandíbula, intentando contener sus ganas de reunir a padres e hijos. El sentimiento le estremecía el pecho y lo estrujaba con tanta fuerza que a penas podía respirar—. La Ley es la Ley. Su hijo ha recurrido a nosotros y le hemos dado cobijo, un techo bajo el que descansar y un nuevo lugar para su condición.
—Se lo suplicamos —sollozó una mujer—, déjenos despedirnos de él.
Cassiopea se quedó allí quieta, escuchando las súplicas de los dos desconocidos retumbar entre las paredes como el eco perdido de una cueva. Se mordió el interior de la mejilla y se reclinó intentando escuchar más, cuando un ruido ahogado detrás de ella le hizo girarse de golpe.
Allí estaba el muchacho, ahora mucho más serio e incluso pálido. Sus ojos estaban fijos en algo más allá de ella, en el pasillo de la entrada y, cada vez que las súplicas resonaban, tragaba con fuerza. Sus ojos estaban aguados y parecían de más claros y brillantes. Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando su mirada pasó a estar en ella.
—No está bien escuchar a escondidas.
Se hubiera esperado cualquier otro comentario menos aquel. Se rascó el brazo, intranquila, y se retiró hacia atrás, lejos de la barandilla de las escaleras. Mantuvo las distancias con él, pero podía sentir su calor corporal no muy lejos de ella, a su derecha, todavía quieto en el mismo sitio en el que había estado.
—Nadie dijo que, pese a no estar bien, estuviera prohibido. La curiosidad mató al gato por ello, pero el gato murió sabiendo —contestó ella.
—Eso me convierte en el primer gato que sobrevive —musitó Will en un tono bajo y débil. Cassy lo miró y sus cejas se dispararon hacia arriba.
—¿Qué...?
—No es de tu incumbencia —la interrumpió él antes de que pudiera siquiera formular su pregunta.
—¿Cuáles son tus razones para estar aquí? ¿Para escuchar a escondidas?
—¿Cuáles son las tuyas? —repuso Will, lanzándole una mirada mordaz.
—Supongo que en otra vida fui un gato. —Se encogió de hombros ella.
El silencio, denso y únicamente interrumpido por los sollozos de la desconocida y las palabras arrulladoras de Charlotte, los invadió.
Cassy tenía muchas preguntas, pero por primera vez en su vida, no osó cazar las respuestas para responderlas. Un sollozo bajo sonó a su lado. No le hizo falta mirar a Will para confirmar lo que ya sabía: estaba llorando.
También quiso preguntarle por qué lloraba, pero tampoco lo hizo. No se sentía con el coraje suficiente como para hacer aquello; acababa de conocerlo y aunque se habían metido el uno con el otro durante la cena, no tenían la confianza suficiente como para que él le dijera qué sabía de aquella extraña situación.
Unos minutos más tarde, la puerta de la entrada se cerró y entonces, las palabras abandonaron los labios de Will antes de que emprendiera el descenso por las escaleras, dejándola atrás:
—Eran mis padres.
Aquella noche, Cassy no fue la que ansió la compañía de la fría lluvia para sus lágrimas. Aquella noche, había sido testigo de las lágrimas de un padre que había renunciado a todo por amor. De las lágrimas de una madre que había perdido a dos de sus hijos en un solo parpadeo, aunque ella solo supiera de la existencia de uno de ellos.
Aquella noche, fue testigo de cómo el hielo se derretía en las profundidades del océano tormentoso del muchacho que se había escapado de casa y había abandonado a su familia por una maldición.
Aunque aquello tampoco lo supiera ella.
𝐎𝐜𝐡𝐨 𝐦𝐞𝐬𝐞𝐬 𝐦𝐚𝐬 𝐭𝐚𝐫𝐝𝐞, 𝟏𝟖𝟕𝟑; 𝐈𝐧𝐬𝐭𝐢𝐭𝐮𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬
—Decidme de nuevo, ¿cómo podemos distinguir a un Demonio Shax?
Cassiopea rodó los ojos y volvió a mirar por la ventana. El día fuera era soleado y unas incontrolables ganas de salir fuera la invadieron. Le hubiera gustado estar fuera, tal vez dando un paseo por Hyde Park, incluso darles algunas migajas de pan a los patos para comer.
—Poseen tenazas y un cuerpo segmentado como los insectos. Son demonios de cría, principalmente, invocados por brujos para localizar, cazar o perseguir a alguien en concreto, sobre todo si es alguien que ha desaparecido o se ha perdido.
Cassy lanzó una mirada por encima de su hombro en dirección a la voz que acababa de hablar. No había nada en James Carstrairs que saliera de lo común, salvo quizá, su pelo manchado en ceniza. La primera vez que Cassy lo había visto, su cabello había resaltado contra su palidez con un contraste marcado, negro como las alas de un cuervo. Dos meses más tarde tras su llegada, el negro seguía allí, pero siendo engullido despiadada y lentamente por un gris plata antinatural.
Cuando Cassy no había podido ocultar por más tiempo su curiosidad, había interrogado a Charlotte en busca de respuestas. De aquella manera, había sabido que el color del cabello de James se debía al Yin Fen, la droga a la cual se había vuelto adicto por culpa del Demonio Mayor Yanluo, quien también había asesinado a sus padres.
La droga volvía adicto a quien la consumiera, ya fuera de forma líquida o en polvo, pues también era conocida como veneno de demonio o polvo plateado. Jem había perdido sus colores a causa del Yin Fen: su cabello se había manchado de plata, igual que lo habían hecho sus ojos, y su tez se había vuelto más pálida, tanto, que casi podían distinguirse sus venas contra la piel si mirabas muy de cerca.
El Yin Fen lo mantenía con vida e, inexplicablemente, Cassy lo comprendía. Comprendía lo que era ser un esclavo de un remedio para poder vivir, una condena no muy bonita teniendo en cuenta que, si dejabas de lado el remedio milagroso, podías acabar con tu vida en cuestión de horas.
Jem era adicto al Yin Fen tanto como Cassy a sus Marcas carmesíes.
Tal vez había sido por aquella razón por la que había aceptado al joven tan rápido, incluso tratándolo mejor de lo que trataba a Will. Una tarde, incluso le había pedido que le enseñara a tocar el violín.
El cambio en Will también había sido notorio. Su piel, pulcramente bronceada, había perdido color a causa del frío clima de la ciudad de Londres. Su cabello había crecido considerablemente y se desenvolvía en rizos despeinados sobre su cabeza y por encima de sus orejas; lo único que parecía no haber cambiado en él, eran sus ojos. Seguían siendo azules, azules y largos, bellamente atormentados.
Aún así, el cambio no había parado ahí. Con la llegada de Jem, desde el primer momento, algo había cobrado vida en el semblante imperturbable de Will. De la noche a la mañana, había dejado de alejarse de todos solo para aproximarse después a Jem.
Cassiopea también le había preguntado a Charlotte al respecto, sobre el problema que parecía tener Will, pero aquella vez, ninguna respuesta había acudido en busca de su curiosidad para saciarla. William Herondale seguía siendo un misterio, aunque uno un poco más alcanzable.
—Cómo olvidar que plantan sus hermosos huevos en la piel todavía caliente de su víctima, también consciente. ¡Ah, me encanta la Demonología!
Y allí estaba, el comentario sarcástico que parecían tener todos los días de lecciones durante la semana. Cassy se había acostumbrado a ellos y algunos incluso conseguían arrancarle alguna risa silenciosa.
—Sí, Jem, los demonios Shax son demonios a los que los brujos acuden para controlar. —Charlotte le sonrió el joven de cabello manchado antes de mirarlos a todos—. Y como ha dicho Will, son demonios que ponen sus huevos en la piel de sus víctimas para que así puedan eclosionar y alimentarse de las mismas. Son fáciles de controlar por eso, porque no representan una amenaza real para nadie, siempre y cuando puedan ser controlados. ¿Y cómo podemos controlar a los demonios?
—Matándolos —resopló ella.
—Inténtalo otra vez, Cass. Ni siquiera lo estás intentando, y sé perfectamente que conoces la respuesta.
—Con una Pyxis —respondió escuetamente.
—¿Y eso es...? —incitó su hermana mayor.
—Un contenedor de energías demoníacas o demonios que tiene la apariencia de una caja pequeña. ¿Satisfecha?
Charlotte la ignoró y siguió con su instrucción.
—Bien, veamos. Thomas —llamó al joven de cabellos castaños—. ¿Cuál es el origen de los demonios?
—Se desconocen los orígenes concretos —respondió el muchacho—. Muchos dicen que fueron creados y que sirven al Diablo. Otros que Lucifer creó y dominó a los demonios, convirtiendo a Lillith en el primero de ellos, y esta después creó a más con su sangre.
A Cassy no le molestaba estar rodeada de varones. Tampoco era como si le importara. De todas formas, no pudo evitar mirar a Thomas cuando habló y suspirar internamente al observar sus ojos castaños reluciendo bajo la luz del sol, otorgándoles un cálido color miel.
De todos los chicos con los que vivía, quizá Thomas era con quien más hablaba y se relacionaba. Era el nieto del viejo Manson, que finalmente había decidido retirarse a una casa de campo en Bibury, de donde era originaria su familia.
Thomas provenía de una de las familias más antiguas en lo que a servir a Cazadores de Sombras respectaba. Gozaban del don de la Visión y por ello, podían ver a través del velo del Mundo de las Sombras.
Durante los primeros meses, antes de la llegada de Jem, Thomas y Will habían llegado a llevarse verdaderamente bien, pero desde que el joven de cabello ceniciento había aparecido, el joven mundano había pasado a un segundo plano muy poco favorecido. Al menos, hasta que Cassy lo había convencido de acompañarla a Hyde Park o de lo contrario su hermana no la dejaría salir fuera del Instituto.
Claro está que, a raíz de pasar más tiempo juntos, Cassy había llegado a desarrollar una especie de enamoramiento infantil por el joven, a pesar de que él no lo notara. Y si lo hacía, prefería no decir nada al respecto.
—Ío y Thomas, sentados bajo un árbol... —canturreó una voz en su oído de repente.
Cassiopea pegó un brinco en su asiento y miró a su derecha con el ceño fruncido y los labios apretados, enfadada. Will sonrió con sorna antes de reclinarse en su silla y reír por lo bajo.
Las lecciones se llevaban a cabo en la biblioteca del Instituto, en una mesa que Henry había colocado cerca de las ventanas para una mayor iluminación. Charlotte había descubierto que, después de dos semanas desde la llegada de James, Will tendía a hablar más estando a su lado, por lo que había decidido poner distancia entre ambos poniendo a su hermana y a Thomas en medio.
—Cierra el pico —ladró ella en respuesta, manteniendo un tono bajo. Él arrugó la nariz.
—No digas eso, me haces recordar a las aves. En especial a esas de pies palmeados y picos planos.
—Qué pena, patito.
—Enserio, para.
—¿Y si no quiero, Willy?
—Entonces...
—Ya está bien vosotros dos —sentenció Charlotte interrumpiéndolos—. Estamos en mitad de una lección y debéis prestar atención. Es esencial que como cazadores de sombras comprendáis todas las formas, tipos y razas de demonios que existen en el mundo, entre otras cosas. —Soltó un suspiro prolongado y se talló el puente de la nariz con los dedos—. Vamos a dejarlo aquí por hoy. Buen trabajo, James y Thomas. Will, Cassy, la próxima vez que habléis mientras explico limpiaréis la biblioteca entera. Vayamos a la sala de entrenamiento.
Se levantaron de sus asientos y recogieron en una pila los libros que habían ojeado durante las explicaciones. Charlotte los guio por los pasillos, a pesar de que Cassy podría haber llegado a ellos con los ojos vendados.
—Hoy practicaremos vuestra defensa —explicó la mayor de las Fairchild—. ¿Tenéis con vosotros vuestras estelas en caso de haceros daño? —Los cuatro niños asintieron—. De acuerdo, empecemos. Dividíos en parejas y practicad con las barras de madera una secuencia de ataque y bloqueo a vuestra elección. Pero antes quiero ver cómo corréis para calentar los músculos. Empezad a correr; Cass, tú acércate un momento.
Mientras los muchachos empezaban a trotar, Cassiopea se acercó a su hermana mayor con su estela bailando entre sus dedos. Charlotte la miró fijamente antes de señalas con un gesto de cabeza la barra trenzada plateada en sus manos.
—¿Te has repasado las runas esta mañana? —preguntó directamente. Una acusación se escondía en su tono. Cassy se encogió de hombros, indiferente, y Charlotte suspiró—. Cass, sabes que debes repasar las runas cada mañana, son lo que te mantienen en pie.
—No me gustan —respondió ella simplemente.
—No me importa en absoluto si te gustan o no. Las necesitas. Si no las repasas podrías...
—Morirme, lo sé.
—No digas eso —negó su hermana rápidamente. Cassy alzó las cejas.
—¿Qué no diga el qué? ¿Lo que resulta obvio para todos pero que nadie expresa en voz alta? —Resopló y empezó a remangarse las perneras de los pantalones de combate y los bordes de su camisa negra—. Soy plenamente consciente de la realidad que vivo, hermana.
Hubiera mentido de admitir que no le dolía el cuerpo ni un poco. Su cabeza no estaba mucho mejor; sentía que en cualquier instante iba a explotar en miles de pedazos que nadie osaría recoger después. Había sido una estúpida por ello, pues bien sabía que no debía jugar a ser fuerte cuando se trataba de sus Marcas especiales.
—Sé que no te gusta parecer débil... —empezó Charlotte.
—La cuestión —interrumpió Cassy, tomando con firmeza su estela—, es que no parezco débil. Lo soy. No confundas una cosa con la otra, porque la diferencia es abismal, Lott.
Charlotte no dijo nada más y se retiró a una de las esquinas de la sala, observando a los chicos correr con una expresión de neutralidad. Sin embargo, Cassiopea conocía a su hermana a la perfección, y sabía que detrás de aquella máscara se ocultaba un rostro dolido por las palabras que había dicho.
No se arrepentía de sus palabras. Cassiopea no era del tipo de niña que hablaba y se disculpaba después. O que se disculpaba y hablaba a continuación. Simplemente decía lo que se le pasaba por la mente, y poco o nada le importaba lo que opinaran los demás sobre sus pensamientos. Eran suyos, y si no le gustaban a alguien, entonces peor para aquella persona.
Ignorando las miradas furtivas que le lanzaban los muchachos, que seguían corriendo, se desplazó hacia la esquina contraria a su hermana, pobremente iluminada, y repasó a conciencia las runas rojas que adornaban sus muslos. Tras acabar, repasó las de sus brazos, y justo cuando acababa de reproducir la marca de Fuerza en su brazo derecho tras unos minutos batallando por hacerla bien —pues Cassy era zurda—, para pasar a la Marca en su abdomen, un empujón en su hombro la hizo trastabillar y soltar la estela, que repiqueteó contra el suelo con un sonido pesado y tintineante.
No obstante, Cassy no llegó a tocar el suelo. Unas manos se aferraron a ella por los hombros y la sujetaron colocándola de nuevo sobre sus pies con esfuerzo. Alzando la vista, se encontró con dos pares de ojos que la observaban con una mezcla de irritación y jocosidad.
Unos ojos azules, azules y largos, bellamente atormentados.
—Ten más cuidado —le dijo Will, todavía manteniéndole la mirada.
Cassy permanecía en silencio, contemplándolo anonada. Todavía podía sentir sus manos encima de sus hombros, rozando con sus dedos sus omoplatos.
Parpadeando, Cassy se apartó de su agarre de golpe y, a causa de ello, perdió el equilibrio y terminó cayendo hacia atrás. Aterrizó sobre su trasero y esbozó una mueca de leve dolor.
—Eres más patosa que un pato.
—Y tú eres más burro que un asno —contraatacó ella.
—Al menos yo sé mantener el equilibrio, no como otros.
—Podría haber mantenido el equilibrio si no me hubieras empujado —contestó Cassy, perdiendo la paciencia que le quedaba. Will recogió su estela del suelo y la analizó antes de dar un paso más cerca de ella—. ¿Qué estás haciendo?
—Quédate quieta —demandó él, girándole el rostro a un lado, mientras su otra mano aguantaba la estela.
Sintió el ya conocido picazón atravesarle la piel, las llamas invisibles envolviéndose alrededor de su garganta, en el mismo lugar que Will había dejado expuesto. Las líneas se grabaron silenciosamente con trazos rápidos y precisos, y antes de que pudiera preguntarle qué runa acababa de dibujar, Will le entregó la estela con un pequeño lanzamiento.
Ella la atrapó tan deprisa como había sido lanzada y su mano izquierda voló a su garganta. Rozó el lugar, todavía consciente del calor de la estela en su otra mano.
—Ahora al menos podrás mantenerte en pie la próxima vez que te choques contra mí —explicó Will. Se encogió de hombros con una sonrisa de autosuficiencia y la dejó allí, empezando a correr de nuevo.
Sintiendo sus mejillas arder de pura indignación, Cassy exclamó:
—¡Pero si el que se ha chocado contra mí has sido tú!
¡Hola!
Aquí tenéis el tercer capítulo de Clockwork Rose, y debo decir que estoy bastante orgullosa de él. ¿Adivináis cuál va a ser la frase recurrente de Cassy a partir de ahora para referirse a cierto alguien?
La verdad es que ha sido un capítulo muy divertido de escribir, a pesar de que en un principio ha sido bastante triste. Las interacciones entre Will y Cassy me encantan, para qué mentir. ¿Qué os ha parecido? ¿Qué parte os ha gustado más? ¿Cómo veis la novela hasta ahora?
Tengo una buena noticia: gracias a que tengo un hype de los mil demonios y, puesto que tengo los libros en físico, pensé que era una tontería posponer esta historia, así que a partir de ahora deja de estar marcada como próximamente. También ayudó mucho a decidirme que la novela tuviera una acogida tan calurosa y magnífica; muchas gracias por leer, de verdad. Las actualizaciones intentarán ser cada dos semanas, como mucho, aunque por lo general no son capítulos muy largos y por ahora soy capaz de escribirlos deprisa sin problemas.
Por cierto, ¿os gusta la nueva portada? Estuve literalmente ocho horas haciéndola y no puedo estar más orgullosa.
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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