Capítulo 20. Luto
Mismo día, Instituto de York; 1878
«Me temo que deseo hablar con usted primero, Señorita Verlac.»
Cassiopea debía haber escuchado mal. Sin duda, todavía seguía visiblemente abrumada después de que el anciano Starkweather les enseñara su sala de botines. Aún conservaba la memoria de los restos de brujos y otras criaturas en las vitrinas de cristal, visibles aún tras Will y Jem, que se habían posicionado delante de ella al escuchar al viejo. Pero precisamente por aquella acción, Cassiopea sintió la desesperación y los nervios reptando por su columna para congelarla en su sitio, porque si Will y Jem habían escuchado las palabras, significaba que ella también lo había hecho.
Con su corazón imitando a un caballo salvaje que intentaba correr desesperado fuera de su pecho, Cassy intentó recobrar algo de compostura. La mirada gris de Aloysius seguía sobre ella, retándola silenciosamente a negarse a su petición. Ella sabía que no podía declinarla; Starkweather era su anfitrión, y ellos como huéspedes estaban obligados a obedecer sus designios, aunque hasta cierto punto.
—Señor Herondale, Señor Carstairs, déjenos a solas —pidió el hombre con voz calmada. Cassy sintió la necesidad de rascarse el brazo hasta que le sangrara.
—Señor Starkweather —dijo ella, sonriendo levemente—, desde luego, lo que sea que deba decirme podrá hacerlo delante de James y William sin problema.
—No. —Starkweather no parecía dispuesto a dar su brazo a torcer. Señaló a Will y Jem con un vago ademán—. No les concierne en lo más mínimo lo que tenga que decirle a usted, señorita. Jóvenes, harían bien en dirigirse a sus aposentos.
Al contrario de lo que el viejo cazador de sombras había indicado, ni Will ni Jem se fueron inmediatamente. Ambos le dedicaron una larga mirada a Cassiopea, como asegurándose de que la joven estaba segura de quedarse a solas con Aloysius. Cassiopea no lo estaba, pero les dedicó una débil sonrisa, intentando consolarlos. Jem dejó escapar un suspiro, sus hombros en tensión, y le palmeó a Will el hombro de manera suave. El Herondale siguió sin apartar la vista de ella, ignorando a su Parabatai y acercándose a Cassy.
—Cuando hayas acabado de hablar con él, escabúllete al vestíbulo del Instituto e iremos a visitar al contacto de Magnus —le susurró. Lo dijo tan bajo que ni siquiera Jem, quien estaba a unos escasos pasos de ambos, lo escuchó. Cassy asintió.
—De acuerdo. Estaré allí. Ahora tenéis que iros.
Sus palabras, aunque sonaron medianamente seguras, no hicieron justicia a su estado físico. Los nervios que había sentido en un principio habían aumentado con el corto intercambio entre los presentes y ya empezaban a hacer mella en ella. Will se volvió para mirar a Starkweather con el ceño fruncido y los ojos azules oscurecidos por las espesas pestañas negras. Jem volvió a darle un suave toque, y finalmente, los dos muchachos se marcharon.
—Señorita Verlac, acompáñeme.
La voz del anciano retumbó en la sala, ahora desprovista de gente, en un tono que no dejaba lugar a vacilaciones o excusas. Cassiopea soltó un suspiro tembloroso entre dientes y lo siguió. Para su sorpresa, Starkweather los condujo a través de la estancia de nuevo, por lo que Cassy tuvo que pasar por delante de la horripilante colección por segunda vez. Si Aloysius notó la forma en la que se abrazaba a sí misma de manera disimulada, o lo tensa que estaba en su andar, no dijo nada.
Al otro lado de la gran habitación habían dos puertas en arco estilo Tudor, cuyas vidrieras habían sido pintadas de tonos grises y violáceos. Starkweather empujó una de ellas sin utilizar el picaporte, y el mecanismo soltó un chasquido mientras la puerta se abría; no estaban cerradas con llave. Cassiopea guardó el dato en las profundidades de su mente en caso de que tuviera que salir corriendo, aunque todavía no tenía claro de qué.
Más allá de las puertas de cristal residía un pequeño balcón, sin duda construido independientemente de la iglesia que era el Instituto, que a su vez daba a unas pequeñas escaleras de caracol que descendían hacia el patio trasero. Los ojos de Cassy avistaron un pequeño bosquecillo en la distancia, y las montañas onduladas de Yorkshire un poco más lejos. Notó, para su buena suerte, que no el patio delantero no quedaba a la vista. Al menos no debía preocuparse por sentirse inquietada por las lápidas.
—Debo admitir que cuando recibí carta de Charlotte Fairchild para dejar que unos cazadores novatos vinieran a investigar y recaudar información, no tenía conocimiento de que su hermana pequeña también asistiría. —Aloysius caminó delante de ella, a sabiendas de que Cassy lo seguía. Descendieron por las escaleras hasta la parte de abajo, donde una puerta de oscura madera desgastaba se hallaba—. Una desafortunada sorpresa. —Escupió la última palabra, y Cassy recordó a Gottshall diciéndoles que Starkweather no era aficionado a las sorpresas—. No pude evitar preguntarme, al verla junto a sus compañeros, qué la había traído hasta aquí realmente. Su presencia no es bienvenida, como podrá adivinar.
Cassy contuvo la respiración unos segundos para ralentizar los latidos frenéticos de su corazón. Una mano buscó en su brazo el hueco predilecto para arañarlo con sus uñas.
—Soy plenamente consciente —esbozó—, de que mi presencia no es grata para su persona. Asimismo, ya le he comunicado el motivo de la misma. Investigo unos hechos relacionados con el Señor Mortmain para el Cónsul.
—¿Ahora investiga para el Cónsul? Creo recordar que dijo usted que investigaba para sí misma, que no respondía a ninguna autoridad. Sepa algo, Señorita Verlac, Fairchild, o como quiera que quiera llamarse: si hay algo que detesto más que las sorpresas, es la mentira.
—No he mentido en ningún momento. —Cassiopea alzó levemente la voz, su ceño fruncido—. Respondo por mí misma, pero con el debido respeto, Señor Starkweather, no debe olvidar que todos trabajamos bajo el mando del Cónsul Wayland. Nadie es completamente libre de hacer lo que se le venga en gana en este sistema.
—No, por supuesto que no. De ser así, hace mucho que le hubiera dicho un par de cosas al Cónsul y a todos aquellos que no hicieron nada cuando debieran.
El anciano se giró y abrió la carcomida puerta. Cassiopea tuvo un mal presentimiento cuando el olor a aire húmedo y mohoso llegó hasta ella. Aloysius le indicó con un gesto seco que se acercara. Cassy no se movió, mirándolo con ojos llenos de duda. El comportamiento del hombre estaba siendo sospechoso y cada vez más siniestro. Si bien Cassy podía llegar a comprender que el viejo se había vuelto mucho más austero y desconfiado con el pasar del tiempo, que no lo culpaba por la tragedia que había sacudido a su familia hacía ya tantos años, no había forma alguna de justificar el presente comportamiento.
Aloysius frunció las espesas cejas y la miró con sus ojos de acero. Toda su postura le indició a Cassiopea que, aunque tuviera noventa y ocho años, todavía se conservaba en plena forma. Estaba segura que su agilidad no sería rival para la fuerza bruta de la que claramente poseía el hombre delante de ella. Recordó que se encontraba a muy pocos pasos de las escaleras, que en cualquier momento podía decidir emprender la marcha hacia arriba, atravesar la sala de botines y escapar hacia la entrada, donde Will la esperaría. Un sudor frío empezaba a bajarle por la espalda con tediosa lentitud, helándole los huesos. Cassiopea odió el sabor amargo del miedo en su boca.
Starkweather, en vista de que la joven no se movía y permanecía en el sitio como una cervatilla a punto de lanzarse a la carrera, dejó caer las manos de la puerta y le mostró las palmas arrugadas a la joven en una señal de sumisión —o lo más parecido a ella que un cazador veterano como Aloysius podía mostrar.
—No voy a matarla, si es lo que le preocupa —El ceño del hombre se pronunció un poco. Indicó la puerta—. Quiero enseñarle algo. Si le tranquiliza, la puerta permanecerá abierta y en cualquier instante podrá salir corriendo si así lo desea. De todas formas, veo que ya tenía la idea en mente.
Más avergonzada que temerosa, Cassiopea reprimió las ganas de bajar la vista al suelo y consumirse en su vergüenza. Pensar que se había sentido intimidada por Starkweather con tan solo unas pocas simples acciones... Hinchando el pecho en una bocanada de aire que pretendía calmar sus nervios, Cassy finalmente asintió y se cruzó la puerta. Starkweather la siguió en silencio y dejó la puerta abierta, tal y como había dicho que haría.
La joven contuvo el aliento al ver la recámara que se encontraba ante ella. Máquinas de tortura, por lo menos seis, se adherían a las paredes con sus maderas llenas de carcoma y hierros oxidados. Decoraban los cuatro lados de la estancia como monstruos sanguinarios que no habían sido perturbados durante mucho tiempo pero que, a pesar de todo, habían visto días de gloria en los que la sangre de Subterráneos había sido derramada por sus vetas. Entre ellas, advirtió Cassy, se hallaban varias estanterías repletas de libros y archivos, además de artefactos de tortura, cuchillos y viales llenos de substancias de las que prefirió no conocer el contenido o el origen. A diferencia de la sala de botines, aquella no estaba iluminada con antorchas de luz anaranjada y llama débil. La oscuridad engullía gran parte de la estancia y le otorgaba un aura mucho más oscura. Tan horrorizada como hipnotizada, Cassy caminó entre las máquinas y los objetos mirando hacia todas partes.
Starkweather, tras ella, la dejó hacer mientras se dirigía a un facistol en el centro de la sala, erguido sobre un pequeño altar. Un único volumen reposaba allí, sin una mota de polvo. Al verlo moverse por el rabillo del ojo, Cassiopea lo siguió dejando de lado su desafortunado paseo. Aloysius le dedicó una mirada de refilón antes de pasar varias páginas del gran libro con cuidado de no tocar las manchas verduzcas de las esquinas. Cassiopea vio, para su consternación, que aquellas manchas eran veneno.
—¿Sabe por qué razón la amistad entre su padre y yo llegó a su fin? —preguntó el anciano. Cassiopea negó en silencio, pero a Aloysius no le hizo falta mirarla para saber la respuesta, así que siguió—: No, por supuesto. Pocos lo saben y la mayoría de ellos, lo ignoran. Supone difícil de creer, a pesar de todo, que yo alguna vez saliera de este Instituto para algo más de los intereses que tenía en aquella época. Cuando nadie más me creyó, confié en su padre, pero él también resultó ser indigno de dicha confianza. Me traicionó de la peor forma que pudo hacerlo.
Cassiopea sintió una rabia silenciosa burbujear en su estómago y amenazar con subir hasta su garganta; era un dragón que no quería hacer más que escupir el fuego abrasador que se cocía en su interior. No obstante, inhaló dos veces para calmar su temperamento, aunque sintiendo que aquello suponía un gran esfuerzo por su persona.
—¿Qué hizo mi padre? —preguntó.
Miró al hombre, encontrándose con que Starkweather no estaba en una situación muy distante de la suya propia unos segundos atrás. Si Cassiopea se había sentido como un dragón, sin duda Aloysius se sentía como el titán Urano al ser traicionado por su hijo Cronos. Los ojos grises del hombre, tornados en nubes crepitantes, asemejaban de repente al cielo que advierte una tempestad inevitable.
—No me creyó; me dijo que había perdido la cabeza, que imaginaba la situación. Que no había sido otra niña la que había muerto... que mi Adele había sido demasiado débil para recibir su primera Marca y que yo vivía en negación. Éramos buenos amigos, y por eso creí que confiarle mis sospechas me beneficiaría. Si conseguía, de alguna forma, hacerle ver que yo estaba en lo cierto, la Clave apoyaría mi decisión. El poder de dos Directores juntos no debe ser subestimado. —Hubo una pausa—. Pero Granville no me creyó.
La mención de Adele trajo instantáneamente su retrato de las escaleras a la mente de Cassiopea. Adele Starkweather había muerto condenada por su primera Marca, y desde entonces, pocos habían sido los niños cazadores de sombras que no habían temido correr un destino similar. Cassy cerró los ojos, rememorando su propia ceremonia y lo aterrada que había estado.
—Entiendo su dolor —empezó—, pero no creo que ni mi hermana o yo debamos pagar los pecados de mi padre. De haber estado en el poder, debe saber que Charlotte hubiera hecho lo posible por ayudarle.
—Aquí es donde se equivoca, Señorita Verlac. De haber sido únicamente cosa de su padre, me lo hubiera tomado mucho mejor de lo que lo hice. Pero, usted verá, al morir mi Adele, la pena consumió a mi hijo, que se fue a Alacante junto a la madre de la criatura. Un tiempo después, mi propia esposa encontró su final a manos de la histeria y la depresión de haber perdido a su nieta. No solo perdí a Adele; perdí a toda mi familia. Como un buen hombre que quería preservar el apellido, intenté casarme una vez más. Era ya mayor, pero es el deber de un hombre el asegurar su estirpe. Con mi hijo en Alacante y sin nietos por su parte, dependía de mí que los Starkweather no murieran.
Cassiopea sintió un escalofrío que le erizó el vello. La boca se le secó y su puso se aceleró. En la boca, el sabor a bilis se hizo presente con amargura. Tenía una corazonada. Una corazonada que le heló la sangre hasta congelarla por completo, y petrificarla como si una gorgona hubiera emergido de entre las máquinas y la hubiera tomado como su presa para la velada. La inquietud que sentía no hizo sino aumentar cuando Starkweather la miró con sus intensos ojos oscuros.
—Sí —dijo, a la par que Cassiopea daba un paso atrás y negaba lentamente con la cabeza. El ceño de Starkweather volvió a profundizarse—. Sí —puntualizó—. Clabelle Verlac era la candidata perfecta para convertirse en mi segunda esposa, pero nuevamente, su padre se interpuso en el camino. —Una amargura quejumbrosa se apoderó de su voz—. Una vez más fui traicionado por aquel que había considerado un amigo. Cuando su padre se desposó con Clabelle, toda esperanza de que los Starkweather perduraran quedó perdida. Fue entonces cuando me dediqué a la búsqueda exhaustiva de Subterráneos que hubieran podido saber qué había ocurrido con mi nieta. —Aloysius hilvanó una siniestra sonrisa—. En esta misma sala, los interrogué.
—Pero —Cassiopea lo miró con los ojos muy abiertos—; pero esta sala está debajo del Instituto, en suelo sagrado. Los Subterráneos no pueden...
—¿Quién dice que no? —Aloysius indicó la página que había abierto en el libro. Cassy vio desde su posición un listado de nombres y una columna de razas a su lado. Razas subterráneas—. Hice un registro y escribí cada respuesta, cada gemido y gañido que escapó de ellos. Uno de esas inmundas criaturas del Demonio se llevó a mi Adele, me la arrebató. Quería descubrirlo a cualquier coste.
—¿Incluso si eso lo hacía enfrentar la ira de la Clave?
—Sí.
Cassy volvió a mirar las máquinas, percibiendo los restos de sangre en algunas de ellas; manchas tan oscuras que casi se confundían con la humedad de la madera. Sus ojos aceitunados volvieron a Aloysius, sintiendo el picor de las lágrimas y la cabeza embotada. Le temblaron las piernas.
—Es usted un monstruo por lo que hizo —le tembló la voz, pero Cassiopea hizo lo posible por ahuyentar los escalofríos y el miedo. Cuadró los hombros—. Es un monstruo, no mucho mejor que los Subterráneos que se llevaran a su nieta. Se puso a su altura y dejó que la rabia, la pena y el luto lo consumieran. Se volvió loco, Señor Starkweather. Y quizá tuvo razón. Quizá un Subterráneo se llevó a Adele Starkweather y quienquiera que fuera aquella niña que murió con su primera Marca, no era ella. Pero los crímenes que cometió, de aquellos que se siente tan orgulloso... Hace falta ser un monstruo para reconocer a otro, Señor Starkweather.
El hombre la miró de hito a hito con rostro imperturbable.
—Entonces usted tampoco es mucho mejor que yo, Señorita Verlac.
Cassiopea pasó saliva, pero no se echó atrás.
—No le diré a la Clave todo lo que me ha dicho... lo que ha confesado. Ahora abrazo los mismos actos que mi padre cometió en su contra, y dejaré que usted hable por si mismo. Es un viejo senil a quien la memoria empieza a fallar, que restará solo con su conciencia como única tortura por la soledad que le rodea. —Pasó saliva de nuevo, sintiendo un pinchazo en la sien—. Si hubiera perdonado a mis padres, quizá podría haber descubierto qué le ocurrió a su nieta sin tener que recurrir a sangrientas prácticas medievales. Pero no lo hizo, y vivirá con ese error por el resto de sus días.
No miró atrás mientras salía corriendo de la sala, dejando a Starkweather sumido en la casi oscuridad de la habitación de tortura. Decidida a no pasar de nuevo por los botines, Cassy dejó que sus pies la condujeran a través de la hierba alta y descuidada del patio hasta la entrada. Mientras corría, el dolor de cabeza que había empezado a sentir aumentó aún más, y debilitó sus extremidades. Para cuando llegó a la puerta principal, sus piernas colapsaron bajo ella y la lanzaron al suelo en un golpe seco. Presa de la fatiga y el cansancio, no percibió el momento en el que la puerta se abría.
Will estaba al otro lado, con una mano en el cinto que llevaba atado a la cintura, la empuñadura de una espada corta a escasos centímetros de sus dedos. Cassiopea miró hacia arriba con sumo esfuerzo, sus ojos apenas abiertos y cubiertos de lágrimas no derramadas. Instantáneamente, Will olvidó su espada y se apresuró a arrodillarse ante Cassy, tomándola por los brazos. La chica no protestó ante el movimiento y permitió que el joven la ayudara a levantarse, todavía sujetándola una vez estuvieron de pie.
—Cassy —llamó Will con urgencia—. Ío, dime qué ha ocurrido.
Pero Cassiopea no era capaz de vocalizar ninguna palabra; su lengua se había adormecido en su boca y su cabeza daba demasiadas vueltas como para concentrarse en formar frases coherentes. Le dolía todo el cuerpo. Le dolía tanto que casi sentía que unas llamas invisibles le lamían la piel e inundaban su ser de cenizas incandescentes. Su visión empezó a tornarse borrosa por segundos.
Will, en cambio, sintió un escalofrío al verla en aquel estado y no obtener respuesta por parte de la joven. Cuando vio que los ojos verdosos de Cassy empezaban a blanquearse, sus irises casi perdidos tras sus párpados, recordó la única otra ocasión en que la había visto en una situación similar. Maldiciendo por lo bajo, sujetó a Cassy con un solo brazo mientras que su otra mano buscaba entre los bolsillos de sus pantalones y chaleco desesperadamente. Cuando por fin encontró su estela, hizo algo de lo que no se sentiría muy orgulloso en otras circunstancias: en un movimiento torpe a causa de los nervios, abrió el corpiño del vestido y deslizó el cuello de la camisola hacia abajo para dejar al descubierto los hombros y parte de los brazos de Cassy.
Las runas de Fuerza, que recordaba haber visto antaño de color carmesí, se difuminaban en un tono rosado contra la piel. La estela bailó en las expertas manos de Will al contacto con la piel de Cassiopea. Con destreza, las Marcas en los brazos de la joven fueron repasadas y reforzadas, haciéndolas recuperar su tono rojo sangre. A continuación dejó a Cassy reclinada sobre el suelo y subió las pesadas faldas de su vestido de noche para dejar al descubierto sus piernas, subiendo también las enaguas. Pasando saliva, Will repasó las runas de los blancos muslos intentando no mirar más allá de las runas.
Lentamente, el color volvió al rostro de la joven Fairchild, quien abrió los ojos solo para encontrarse en una posición un tanto comprometida. Los ojos azules de Will la miraron con el movimiento y un leve sonrojo tintó sus mejillas, estela todavía en mano y las faldas de su vestido alzadas aún. Cassy lo miró con pasmo antes de actuar por instinto y darle una patada en el estómago a Will, quien cayó al suelo sobre su trasero soltando un quejido bajo. La muchacha recolocó sus faldas y se levantó de un salto. El frío ambiente impactó contra la piel de su espalda y, aún más mortificada, se vio en la obligación de presionar el corpiño del vestido contra su abdomen para que no cayera por completo. Desde el suelo, Will alzó la vista palpándose el estómago adolorido.
—Un simple «gracias» hubiera bastado, mujer del Demonio.
—¡¿Qué te has creído?! ¡Esto es un ultraje, William! ¿Qué estabas haciendo?
—¡Ayudarte, desagradecida! ¿En qué estabas pensando sin repasarte las runas, Cassy?
Cassiopea bufó.
—No recordé repasarlas antes de la cena, ¿de acuerdo? De todas formas, ¿sabes lo indecoroso que ha sido que hicieras... eso?
—Ah, por supuesto. Debía dejarte tirada en el recibidor para que Starkweather te encontrara, o su albatros Gottshall, ¿no?
Cassiopea se estremeció ante la mención de Starkweather, su encuentro todavía demasiado reciente en su mente como para actuar con normalidad. Will frunció el ceño al percibirlo. Cassy se miró el corpiño antes de darle la espalda a Will.
—Necesito que me dejes tu estela y que te des la vuelta.
—¿Por qué?
—Porque todavía me queda una runa sin repasar —dijo sin más. Se quitó el corpiño y lo lanzó hacia atrás, escuchando como Will lo cogía en el aire, aunque tomado por sorpresa. Cassy miró por encima de su hombro—. No te atrevas a mirar, William. Por el bien de tu futura descendencia.
Ahora fue el turno de Will para bufar, pero no protestó. Se giró, dándole la espalda a la joven. Cassy soltó un suspiro y procedió a deshacer el lazo de la camisola que llevaba siempre bajo el vestido. Dejó que la tela cayera de sus brazos y torso hacia abajo.
» La estela —pidió sin girarse, estirando una mano hacia atrás.
Will no pensó en imitarla, simplemente se giró por inercia. La visión delante de él hizo que se quedara completamente petrificado en el sitio. La tormenta que habían augurado aquella tarde parecía haberse disipado y las nubes se habían dispersado, cediéndole el paso a los plateados rayos de luz de luna. Las finas hileras de luz no solo iluminaban el patio delantero, sino también la figura de Cassiopea, delineando sus curvas con delicadeza y otorgándole a su piel descubierta una suavidad etérea.
Will siguió con la mirada los surcos de los omoplatos y la curvatura de la columna en la espalda. Adivinó la silueta del busto de la joven por el brazo que todavía mantenía extendido y expectante. Su cintura no era tan delgada como la de Tessa, pero los entrenamientos le habían dado un aspecto fuerte y definido que se perdía más allá, hacia las caderas cubiertas bajo el vestido. El joven sintió que el corazón le latía en la garganta y que su pecho se llenaba de calidez.
—¿Will?
El mencionado sacudió la cabeza, girándose de nuevo y dándole la estela a tientas a la joven. Cassy la tomó y repasó la runa antes de atarse la camisola. Sin decir nada, se acercó a Will y le arrebató el corpiño de las manos para colocárselo. Will se sobresaltó ante el repentino contacto. Para cuando Cassy tuvo la prenda colocada en su sitio, le pidió a Will que atara los lazos para así poder ponerse la chaquetilla del vestido. Humedeciéndose los labios, Will se aclaró la garganta y pasó de largo a Cassiopea, saliendo al exterior. La joven los siguió sin decir nada y ambos salieron del Instituto tras empujar la verja.
El ulular del viento fue el único sonido que acompañó a los jóvenes cazadores de sombras mientras caminaban por las húmedas aceras de Yorkshire. Cassiopea no dijo nada, en vista de que Will se había perdido en sus pensamientos pero parecía estar convencido de la dirección a seguir para ir a donde fuera que estuvieran yendo. Agradeció el silencio después de lo que ambos acababan de vivir, y aunque parte de ella todavía se sentía mortificada por el hecho de que Will hubiera tenido que repasar sus Marcas de Fuerza por segunda vez, su mente desechó los pensamientos y se concentraron en las palabras de Aloysius Starkweather.
¿Acaso eran ciertas sus palabras? ¿Era ella un monstruo en su propia forma por haber visto que Aloysius lo era? ¿Qué características debía tener un monstruo y cuáles un humano? ¿Qué separaba a lo uno de lo otro? ¿Malas acciones y palabras? Cassy torció los labios y negó con la cabeza. Ella no había cometido ninguno de los delitos que Starkweather claramente sí había hecho. Aloysius había torturado y maltratado a Subterráneos por no obtener información sobre su nieta, cualquier palabra que le dijera qué le había sucedido a la niña. Entonces había manchado la amistad que tenía con Granville Fairchild cuando este no lo apoyó en su cometido y se casó con la mujer en la que, según él, ya se había fijado.
Aloysius argumentaba que su padre no había sido un buen hombre, y sin embargo, Cassiopea no podía verlo. Hay quienes podrían haber opinado que se sentía influenciada por el estrecho lazo fraternal que había compartido con su padre mientras este todavía seguía con vida. Pero aún así, si Cassiopea hubiera sido alguien externo a su núcleo familiar, otra persona completamente distinta, hubiera sabido ver que incluso las palabras de Aloysius no eran ciertas.
Granville Fairchild había sido el hombre más valiente, elocuente y bondadoso que Cassiopea había conocido jamás además del Cónsul Wayland. Así pues, no podía concebir cómo, en primer lugar, ninguno de los dos había llegado a ser amigo de alguien tan horripilante como el anciano Starkweather.
Will se aclaró la garganta.
—¿Qué quería Starkweather?
Cassiopea había estado esperando la pregunta, incluso antes de que el pequeño incidente de hacía varios minutos sucediera. Tampoco podía extrañarle, puesto que tanto Will como Jem se habían mostrado tensos e incluso preocupados con la petición de Aloysius. Dejó escapar un suspiro.
—Aparentemente, hablar del pasado y explicarme por qué nos odia tanto a mí y a mi hermana.
—Ah, un viaje ancestral por la avenida de la memoria, ¿eh?
A pesar de que el tono de Will fue claramente bromeando —y Cassy quiso creer que para intentar animarla—, la chica únicamente esbozó una leve sonrisa que no le llegó a los ojos.
—Algo así —masculló—. Si..., si hubieras visto lo que yo he visto, Will... Estoy segura de que la Clave le arrebataría el puesto de Director a Starkweather sin pestañear.
—Sería complicado teniendo en cuenta que el viejo perro sarnoso lleva casi ochenta años en el puesto y todos sienten una especie de respeto hacia él —razonó el Herondale. Le echó una mirada de soslayo—. Pero ¿qué has visto para decir eso, Ío?
—Hay una estancia bajo la sala de botines. Es incluso más grande, y está llena de registros de Subterráneos y de‒ de máquinas de tortura, Will. Máquinas usadas y manchadas de sangre subterránea.
La voz le tembló. Will paró en seco y se volvió a ella con dureza en su mirada. Pero no dedicada a ella, sino a Starkweather.
—Primero nos enseña esa condenada exposición macabra, traumando a Tessa, y después esto. ¿Por qué no saliste corriendo de ahí?
—Me dio la opción —admitió Cassy—, y yo también lo pensé. Pero..., quería saber qué había sucedido entre él y mi padre, comprender.
—Creo que no te ha salido muy bien. Más que comprender, has visto que el viejo está loco de atar. Hemos descubierto cosas sobre Mortmain, sí, pero todo esto podría habérnoslo enseñado ese anticuado de Gottshall. Lo hubiera preferido aunque me hubiera ido con un albatros atado al cuello.
—Yo también —masculló la joven—. Pero lo hecho, hecho está. El único consuelo que me queda es que mañana nos iremos de aquí y podremos olvidarnos de ese hombre.
Will la miró, notando aún el deje de malestar en el rostro de la chica. Quiso alargar una de sus manos y entrelazarla con la de ella, brindarle algo de paz de alguna forma, pero se contuvo. Su juego constante con Cassiopea podía tener graves consecuencias para ambos; ya estaba arriesgándose demasiado. Una parte de sí creía que ya era tarde para dar marcha atrás, que Cassiopea había empezado a encariñarse de él de forma irreversible. Sin embargo, mientras pudiera, haría lo posible por evitar que las cosas se agravaran todavía más. Incluso si una pequeña y profunda porción de sí mismo se retorcía de dolor por ello.
Con el silencio, la mente de Cassiopea volvió a sumirse en una vorágine de «por qués» y «quizás» que nublaron su mente como buitres ansiosos por probar un bocado de la presa derribada. Caminaron por las calles durante largos minutos, la luna como su única compañera y el viento como su persistente músico particular, envolviéndolos en una danza en la que ambos compañeros se habían perdido en sus propias mentes, sin saber que la calma de sus tormentas se encontraba junto a ellos. Cassy salió de su ensimismamiento cuando notó que Will los había conducido hasta un establecimiento en un área que no reconoció. Miró a Will, a su derecha, e indicó con un gesto de cabeza el lugar.
—¿Dónde estamos?
—En Aldwark, hemos ido más alla de Goodramgate —respondió Will—. Hay una conferencia privada en Merchant Taylors' Hall, Magnus me dio una especie de... invitación.
—¿Cuándo has ido a ver a Magnus?
—Había olvidado lo mucho que te apasionan las preguntas. Fui a verlo la tarde siguiente al día en que decidiste seguirme, si tanto te interesa saberlo. Todavía no sabía que íbamos a venir a York, así que le escribí en cuanto pude y le pedí si sabía de alguien a quien pudiéramos encontrar aquí que tuviera información.
—Entonces, tu plan es caminar por Merchant Taylors' Hall como si estuvieras en tu casa, y colarte en un evento privado al que ni siquiera estamos invitados.
Will buscó en el bolsillo interior de su chaqueta hasta que extrajo un papel mal doblado. Lo ondeó delante del rostro de Cassiopea y negó con la cabeza.
—No me has escuchado —dijo—. Esto —Señaló el papel—, es la invitación que nos ha facilitado Magnus. «Nos», Ío, no «me». ¿Dónde está tu curiosidad por saber qué está ocurriendo con los Subterráneos?
—Perdida desde que has decidido involucrarme en una situación que posiblemente acabe en un altercado con los Subterráneos por culpa de tus malas decisiones. ¡Podríamos tener problemas, Will!
—No notarás la diferencia; la lista ya es larga por si sola. Además, contamos con el apoyo incondicional de Magnus Bane, ¿qué podría ocurrir?
Cassiopea suspiró y se restregó las manos por el rostro con aire derrotado. Disuadir a Will del descabellado plan que ya tenía en mente era una tarea imposible. Por otra parte, ¿por qué razón quería insistir tanto en ello? Quería descubrir qué estaba planeando Mortmain con los Subterráneos, y aquella sería una ocasión perfecta.
—¿En la conferencia de qué o quién vamos a infiltrarnos, Will?
El joven no respondió al instante.
—Vamos a mimetizarnos en una reunión de adorables cachorros licántropos liderados por el Alfa de la manada de York, Amethyst Longburne.
El nombre, durante unos segundos, no le resultó familiar a Cassiopea. Además de Woosley Scott, quien era el líder de la manada de Londres, había pocos licántropos que Cassy conociera. Sin embargo, el nombre de Amethyst no era uno que pasara desapercibido, al menos, no cuando recordaba uno de los mayores incidentes en la historia de los Cazadores de Sombras. Los archivos de Alacante habían estado llenos de documentación y bocetos —hechos en lugar de fotografías—, que habían documentado los hechos con todo lujos de detalles. Cassiopea sintió que la sangre se le helaba y su pulso se desvanecía por unos segundos. Will la miró alzando una ceja, sintiendo la repentina tensión que se apoderaba del cuerpo de la chica.
—Cassy, ¿qué ocurre? —preguntó él, como si tanteara el suelo de hielo de un lago congelado. A Cassy, la garganta se le secó y tuvo que hacer un esfuerzo para hablar.
—Amethyst... Ella antes vivía al sur de Idris, ¿verdad?
—Sí —Will asintió despacio, todavía confundido—. Su manada se vio reducida a causa de una enfermedad mortal, y Amethyst fue la única en sobrevivir. Dicen que superó la enfermedad
Cassy sintió que el mundo daba vueltas por la confirmación de Will. Recordó a un joven Brior, que aunque lleno de calidez ante su llegada a Alacante, le había contado la tragedia que había marcado su infancia temprana; la muerte de su madre. Y durante años, el misterio de cómo Amethyst Longburne había sobrevivido a la enfermedad que había, no solo acabado con la manada a la que pertenecía, sino también con cazadores de sombras inocentes, había sido un misterio.
Un escalofrío recorrió a Cassiopea porque, de seguir infectada, Amethyst podía ponerlos a Will y ella en grave peligro.
¡Hola!
Menuda racha de capítulos esta semana. Son reltivamente cortos, pero creo que lo suficiente intensos y llenos de... momentitos, como para que resulten satisfactorios.
Siempre me resultó curiosos que no se mencionara en los libros el por qué de la enemistad entre Granville Fairchild y Aloysius Starkweather, e incluso lo he buscado en la wikia por si acaso, pero no sale (y si sale, yo he creado una nueva versión). De todas formas, el evento que marcó la vida de Starkweather fue la muerte de Adele, así que me las he apañado para entrelazar ambas situaciones y voilà, mejunje perfecto. ¿Qué os ha parecido la interacción entre Cassy y Aloysius en general? Me da a mí que va a pasar mucho tiempo antes de que Cassy vuelva ahí, si es que vuelve. El capítulo va dedicado a @devillwearsprada por adivinar qué iba a pasar con Cassy y Aloysius.
Otro momento Wassy a la lista, apuntad, porque llevamos un buen maratón con estos cuatro últimos capítulos. Estad tranquilos, porque en nada volveremos con Brior y los Vientofrío. ¿Os ha gustado? ¿Qué opináis del POV que hemos tenido de la visión de Will? ¿Creéis que estos dos se darán algún día cuenta de lo que ocurre entre ellos? Esperemos que sí.
Finalmente, ¿qué ocurrirá con Amethyst Longburne? ¿Os ha gustado esta otra conexión con los hechos que ocurrieron en Alacante? (Aquellos que Brior le explica a Cassy sobre la muerte de su madre).
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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