Capítulo 19. Exilio
Tren con destino a York, 1878.
—Vaya. Realmente te has superado esta vez, Cassiopea. ¿Yo amar a Tessa? ¿Considerarías que tengo el privilegio de sentir algo por alguien pese a mi condición? ¿Pese a la maldición que llevo conmigo y a la que arrastro a todos los que puedan llegar a importarme un poco? Oh, pero por supuesto. Will Herondale es un egoísta sin corazón, ¿verdad? Un insensible al que no le importa nadie.
—Yo no he dicho eso —negó Cassiopea, dando un paso en su dirección. Will se apartó.
—Pero lo has dado a entender. Me lo has dejado muy claro ahora mismo, Cassy. Yo no amo a Tessa, y de todas formas, en el caso de que lo hiciera, no veo cómo eso sería de tu incumbencia.
—Tienes razón; no lo sería. Pero sí lo es el hecho de que nos trates como si fuéramos mugre en la suela de tus zapatos, Will. La forma en la que hablas y contestas a veces, la mayoría de ellas, es hiriente. Hieres a los de a tu alrededor con tus palabras a la espera de que se alejen de ti, todo porque la maldición no los toque. Pero tiene el efecto contrario. Mírame a mí —Se señaló—, y si Jem supiera sobre la maldición, también se convertiría en la excepción a la regla. No nos importa la maldición, Will, porque nos preocupamos por ti. Y sé que tú te preocupas por nosotros.
El rostro de Will se desfiguró en una mueca melancólica. Cassiopea lo observó en silencio, analizando cada facción de su rostro. Will se veía cansado, derrotado. Cassy sabía que llevaba años arrastrando el peso de la condena que le había sido impuesta. La carta no enviada que había leído hacía cinco años era la prueba de ello.
—¿Cómo puedes saber eso? —La voz del chico fue débil.
—Aquella carta que escribiste —respondió Cassy, volviendo a acercarse. Esta vez, Will no se movió—. Si no te preocuparas por el resto, por tu familia, aunque no estén contigo, no habrías escrito la carta. Sí, no la enviaste, pero comprendo por qué no lo hiciste. Contarle a alguien que te importara sobre tu condena solo haría que se acercaran más a ti. Que, como tu crees, se pusieran en peligro por intentar ayudarte a romper la maldición.
Mientras hablaba, Cassiopea había colocado sus manos lentamente en los brazos de Will, y a medida que su discurso avanzaba, las subió con delicadeza hasta que se deslizaron desde sus hombros hacia el pecho del Herondale. Las dejó allí una vez terminó, sintiendo el calor que su cuerpo irradiaba, el estremecimiento que lo recorrió, y el palpitar acelerado de su corazón, corriendo al unísono con el suyo.
Cassy miró hacia arriba, encontrándose con los ojos nublados de Will, tan bellos como trágicos siempre habían sido. La miraba con pestañas largas y pobladas que turbaban todavía más sus orbes azules. Una de las manos de Will cogió la izquierda de Cassy, dándole un breve apretón, tan delicado que para ella no fue más que un simple roce.
—¿Es que no entiendes el peligro que corres ahora mismo?
—Lo entiendo y lo acepto —Fue la respuesta de ella. Will dejó escapar un suspiro tembloroso e inclinó la cabeza hacia abajo.
El corazón de Cassiopea saltó con anticipación, pero Will no se detuvo en su rostro, como ella había creído ilusamente. En cambio, apoyó la cabeza en el hombro de ella y dejó escapar un segundo suspiro que erizó la piel del cuello de Cassy. Se quedaron así durante unos minutos, sin hablar o moverse; aquellas cosas eran innecesarias pues a veces, los actos hablan más que las palabras.
—Mientras estemos en York —susurró Will en su oreja, su voz amortiguada levemente por la tela de su vestido—, ¿me acompañarás a hablar con alguien?
—¿Con quién?
—Un contacto de Magnus. Podría tener información que quizá nos interese.
—¿Sobre la maldición?
—Dudo que tenga algo sobre ello, pero podría tener información en referencia a Mortmain y su conexión a los Subterráneos. Eso es lo que estás investigando tú, ¿no?
—Sí —asintió Cassy—. ¿Por qué te has interesado por ello?
Will se apartó y le dedicó una de sus típicas sonrisas impertinentes.
—Bueno, digamos que yo también tengo curiosidad, y si Mortmain está involucrado..., Magnus es una adquisición que no quiero perder. Sería una pena que le ocurriera algo a mi nuevo Brujo favorito.
—Ojalá él hubiera estado aquí para escucharte decir es‒ ¡Ah!
Will la miró alarmado. Cassy se tocó la cadera con una mueca de dolor en el rostro. Instintivamente, su mano se introdujo en el bolsillo interior de su vestido y palpó. Retiró la mano al instante cuando se quemó contra un objeto ardiente. Escondió la mano tras ellas y sonrió en disculpa.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Will. Cassy siguió sonriendo.
—No ha sido nada, solo un tirón. ¡Venga! —exclamó—, debemos ir al vagón comedor antes de que nos quedemos sin pastelillos que llevarles a Jem y Tessa.
El joven la miró con el ceño fruncido durante un corto período de tiempo antes de salir del compartimento. Cassy se aseguró de que su figura avanzara por el pasillo unos cuantos pasos más, antes de introducir la mano de nuevo en el bolsillo de su vestido. Con cuidado, cogió el objeto, ahora mucho más tibio, y lo retiró.
La rosa de metal dorado, aquella que el Du'sien inexplicablemente le había dado en St. James, había cambiado. Cassiopea frunció el ceño, acercándose a la figurilla para verla mejor. Recordaba que los pétalos de metal habían estado bastante pegados los unos a los otros, imitando al capullo de una rosa que empieza a abrirse, pero que no lo está por completo. Ahora, sin embargo, uno de los pétalos se había movido y estirado hacia afuera. Cassy parpadeó, acercándose todavía más.
—¡Ío, date prisa! ¡Me duelen las piernas de esperarte!
La joven Fairchild sacudió la cabeza, guardando la rosa metálica de nuevo en el bolsillo. Ya tendría tiempo de preocuparse por ella más tarde. Lo que importaba ahora, era conseguir hablar con Aloysius Starkweather, y antes de eso, sobrevivir al viaje en tren.
Cuando llegaron de nuevo con Jem y Tessa, Will traía una cara de pocos amigos que los dos jóvenes que se habían quedado en el compartimento, no tardaron en entender. Cassiopea sonrió, indicándole a Will que dejara la cesta entre los dos sillones del compartimento. Tessa intentaba contener la risa.
—Cass, ¿no crees que te has excedido un poco? —cuestionó Jem, mirándola.
—Para nada. Nunca hay suficiente comida, y menos cuando está Will.
—Punto a favor.
—¿Podríais dejar de hablar como si yo no estuviera?
—¿Habéis escuchado algo? —preguntó Cassy. Tessa negó, ahuecando una oreja con la mano.
—Parecía un mosquito. ¿Tenéis muchos por aquí?
—¿De verdad? —soltó Will, indignado—. James, diles algo.
Jem soltó una carcajada, acompañado de Cassy y Tessa.
El resto del viaje transcurrió sin mayores conversaciones entre ellos. Cassiopea consiguió llegar a un cuarto de su libro para cuando el traqueteo constante de las ruedas del tren se detuvo y los revisores exclamaron el nombre de la estación de York. Tessa fue despertada por Jem y Cassy se vio en la obligación de sacudir a Will como si no fuera más que un objeto inanimado —lo que tarde o temprano desembocó en un Will de un muy mal humor. Mientras salían del tren, volvieron a vivir la grandiosa experiencia que era el lío de maletas, silbatos, humo y mozos que se desenvolvía en todas las estaciones. El andén les dio la bienvenida junto a su techo de vidrio y hierro abovedado, donde el cielo gris tormenta todavía permanecía intacto.
Se colocaron debajo de los relojes de esfera dorados que colgaban al lado del edificio de la estación y aguardaron. Acababan de marcar las seis de la tarde, pero el cielo asemejaba a aquél de las ocho, pues en el norte, el cielo se oscurecía mucho más deprisa que en Londres. Cassy, junto a Tessa, agarró el paraguas con más fuerza cuando sintió que los bellos de la nuca se le erizaban.
—Me siento observada —le murmuró a Tessa. La chica Gray la miró de soslayo asintiendo levemente. Y de repente, de entre las sombras, salió una figura, provocando que ambas muchachas pegaran un brinco en sus sitios.
Cassiopea lo observó con el ceño fuertemente fruncido y los labios en una fina línea, molesta. El individuo en cuestión parecía un viejo marinero salido de las profundidades del océano como un fantasma errante. Tenía una espesa y larga barba blanca acompañada de unas cejas pobladas e igual de níveas, unas botas de marinero, una pesada capa negra y un modesto sombrero impermeabilizado. El rostro del hombre resultaba de todo menos afable, y un escalofrío recorrió a Cassy cuando los ojos glaucos del individuo pasaron por su figura.
—¿Nefilim? —preguntó con voz brusca y mucho acento, mientras le ponía una mano a Will en el hombro—. ¿Sois vosotros?
—Dios santo —exclamó Will, llevándose una mano al corazón en un gesto teatral—. Es el viejo marinero que uno detuvo de los tres.
El anciano no mostró reacción alguna al comentario de Will.
—Me hallo aquí a petición de Aloysius Starkweather. ¿Sois los chicos que quiere o no? No tengo toda la noche para perder.
—¿Una cita importante con un albatros? —inquirió Will—. Por nosotros no te molestes.
—Will —advirtió Cassy.
—Lo que mi amigo quiere decir —repuso Jem—, es que sí que somos los cazadores de sombras del Instituto de Londres. Nos envía Charlotte Branwell. ¿Y usted es...?
—Gottshall —contestó el anciano con aspereza—. Mi familia lleva sirviendo a los cazadores de sombras del Instituto de York casi tres siglos. Puedo ver más allá de los glamoures, jovencitos. Excepto por esta —añadió, y miró a Tessa—. Si hay un glamour en la chica, es algo que no he visto nunca.
—Es una mundana... una Ascendente —repuso Jem inmediatamente—. Pronto será mi esposa. —Le cogió la mano a Tessa de una forma protectora, y se la volvió para que Gottshall pudiera ver el anillo. Mientras Will se tensaba, Cassiopea miró la alija con curiosidad—. El Consejo pensó que le resultaría beneficioso ver otro Instituto además del de Londres.
—¿Se ha informado al Señor Starkweather de esto? —preguntó Gottshall, y sus ojos negros los miraron penetrantes por debajo del ala del sombrero.
—Depende de lo que le haya dicho la Señora Branwell —respondió Jem.
—Bueno, espero por vuestro bien que le haya dicho algo —replicó el viejo sirviente, alzando las cejas—. Si alguien en el mundo odia más las sorpresas que Aloysius Starkweather, aún no he conocido al cabr‒ caballero. Con perdón, señoritas —Al decirlo, su vista se quedó fija de nuevo en Cassiopea—. ¿Y quién serás tú? ¿La prometida del impertinente de cabello negro?
Cassiopea carraspeó mirando de reojo a Will. Negó.
—Soy Cassiopea Verlac —dijo sin más. El anciano entrecerró los ojos.
—Tu sí que no vas a gustarle a mi Señor —masculló—. No estaba previsto que fuerais cuatro. Esperábamos solo a tres.
—Una adición de última hora —sonrió Will, dando un paso al frente.
El subterfugio encontró su final cuando Gottshall decidió no prestarle más importancia al asunto, aunque estuvo todo el camino hasta el carruaje murmurando por lo bajo. El barullo de la estación los siguió durante todo el recorrido hasta el edificio de un gran hotel, en cuya entrada esperaba un carruaje con las cuatro ces de la Clave grabadas en la portezuela. Tras cargar el equipaje y subirse, el carruaje se puso en marcha, girando por Tanner Row para unirse al tráfico.
—Un lacayo encantador, Gottshall, ¿no creéis? —preguntó Cassy, sarcástica. Will resopló.
—Si por encantador te refieres a que solo le falta un albatros atado al cuello, sí —Y entonces, entonó:
Y entonces vinieron juntas bruma y nieve,
y con ellas un frío portentoso;
y un hielo verde como esmeralda
nos ciñó del casco al palo mayor.
Y entre ráfagas, los riscos nevados
despedían un fulgor agonizante;
no divisábamos figura humana ni animal:
no había sino hielo por doquier.
» ¿Creéis que el Instituto de York estará cubierto de hielo? —continuó el Herondale—. Sería muy conveniente en vista del condenado marinero que tenemos como cochero.
—Coleridge —reconoció Tessa, encantada. Will pareció complacido.
—Me alegra saber que alguien de aquí además de mí es culto.
Ahora fue el turno de Cassiopea en resoplar, y no volvió a molestarse en dar pie a una conversación. Intentando disipar la tensión del ambiente, Jem distrajo a Tessa señalándole varios sitios de interés, mientras Will optaba por permanecer en silencio así como la chica a su lado.
Tras pasar la catedral de York —que Tessa confundió con el Instituto—, el carruaje bajó por Deangate hacia el final de la calle Goodramgate, pasando por una vieja verja de hierro entre dos edificios de estilo Tudor. Cassiopea observó estos dos últimos, apreciando las arcadas en punta de las entradas y los paneles de cristal con formas geométricas.
Poco después, el Instituto de York quedó a la vista, una iglesia que, si bien era bonita, no podía compararse a la majestuosidad de la catedral. Gottshall les abrió la puerta del carruaje unos minutos más tarde, ayudando a bajar a Cassiopea y Tessa. Ambas muchachas miraron a su alrededor, percibiendo varias lápidas sobresalientes de la tierra, como un cementerio iniciado y dejado a medio hacer por pérdida de interés. Cassiopea pasó saliva. El Instituto de York había estado en poder de la familia Starkweather durante generaciones, por lo que no le habría extrañado que aquellas lápidas fueran de la familia.
Con paso cauto, se acercó lentamente hasta las lápidas, alejándose del grupo mientras estos descargaban el equipaje. Cuando hubo alcanzado su objetivo, Cassy se arrodilló a pesar de que las faldas del vestido se le mojaran a causa de la hierba húmeda por la lluvia. Las gruesas láminas de piedra estaban cubiertas de musgo y enredaderas. Cassy escogió una al azar y apartó las plantas para dejar al descubierto el nombre del difunto que yacía debajo. Tan pronto como leyó el nombre, dejó escapar una exclamación y se retiró de un salto.
La lápida rezaba «Adele Lucinda Starkweather».
—¡Cass! —gritó Jem tras ella—. ¿Te encuentras bien?
Durante unos segundos, a Cassiopea se le dificultó el formar palabras coherentes con la boca. Balbuceó algo al inicio, pero en vista de que nadie la había escuchado, se aclaró la garganta y reunió el coraje suficiente como para hablar sin problemas.
—Sí —dijo, su vista sin despegarse de la lápida.
—¡Señorita Verlac, apártese de ahí! —vociferó Gottshall, que en menos de un minuto se encontraba al lado de la joven y se posicionaba frente a las lápidas—. Esto es propiedad privada del Señor Starkweather. Le aconsejo que se aleje.
Cassy lo miró con los ojos bien abiertos antes de murmurar una disculpa y reunirse de nuevo con sus compañeros. Aunque le hubiera dado la espalda, todavía era capaz de sentir la mirada oscura de Gottshall pegada a su nuca. El anciano los condujo hasta la entrada, con Jem y Tessa por delante cogidos del brazo para darle más credibilidad a sus respectivos papeles. Cassy caminó tras ellos, todavía demasiado perdida en sus pensamientos como para darse cuenta del rápido intercambio de miradas de Will y Tessa.
El interior de la iglesia era pequeño y oscuro comparado con el Instituto de Londres. Bancos oscurecidos por el paso del tiempo iban de un lado a otro de las paredes, y sobre ellos, velas de luz mágica ardían en candelabros hechos de hierro ennegrecido. En el ábside del santuario, ante una auténtica cascada de velas ardiendo, se hallaba un anciano vestido con el traje de cazadores de sombras. Cassiopea dedujo al instante de quién se trataba. Los cabellos y la barba eran grises y sumamente espesos, este primero alborotado entorno a la cabeza como si un viento fantasmal lo hubiera estilizado de aquella forma. Los ojos, casi ocultos por las enormes cejas, eran grises y duros como el mármol. Sin embargo, Aloysius Starkweather mantenía un porte firme y recto como el trono de un noble roble centenario. Con las manos tras la espalda y las piernas rectas, la pose le recordó a Cassiopea a aquellas que los instructores solían adoptar en Alacante para entrenar a los niños cazadores de sombras.
—Usted es el joven Herondale, ¿cierto? —ladró Starkweather cuando Will se adelantó para presentarse—. Medio mundano, medio galés, y con lo peor de ambos, según he oído.
—Diolch —repuso Will sonriendo educadamente.
Starkweather se erizó.
—Lengua mestiza —masculló, y miró a Jem—. Jem Carstrairs. Otro malcriado del Instituto. Estoy medio tentado de enviarlos al infierno. Esa chiquilla presuntuosa de Charlotte Fairchild, imponiéndome sus presencias sin casi ni un por favor. —Tenía un poco del acento de Yorkshire de su criado, aunque mucho menos notable. Los ojos grises del viejo hombre se posaron sobre Cassiopea, y todo su semblante se crispó—. Usted, Cassiopea Fairchild, no debería estar aquí —siseó.
—Me apena terriblemente que crea eso —respondió Cassy, intentando parecer compuesta. Creyó que llegó a conseguirlo—. No estoy aquí por favor de Charlotte Branwell, mi hermana. Estoy aquí a favor propio. Investigo una situación que conecta directamente con aquella por la que mis camaradas han acudido a usted, Señor Starkweather. Y le agradecería que no utilizara el apellido de mi progenitor. He abrazado con gusto el de mi madre, Verlac.
—La niña Fairchild enfermiza tiene lengua afilada, ya veo que sí —Aloysius hizo una mueca que provocó que su labio superior se frunciera hacia arriba, desdeñoso—. Nadie de esa familia ha tenido nunca modales. Podía pasar sin su padre, y puedo pasar sin...
Su penetrante mirada se posó en Tessa, y los tres jóvenes restantes fueron testigos de cómo Aloysius se quedaba callado de golpe, con la boca abierta, como si le hubieran abofeteado en el rostro a media frase. Cassiopea inclinó la cabeza, curiosa, mirándolo. Había una sombra de reconocimiento distante en los ojos apagados del anciano, como si en Tessa hubiera visto un fantasma. Pero en mitad de aquella momentánea confusión, estaba Will.
—Le presento a Tessa Gray, señor —dijo—. Es una mundana, pero está prometida a Carstrairs, y es una Ascendente.
—¿Ha dicho mundana? —quiso saber el anciano, abriendo mucho los ojos.
Cassy supuso que alguien como Aloysius no estaba todavía acostumbrado a la forma en la que las cosas en el Mundo de las Sombras habían avanzado. Probablemente, se había aislado tanto en el Instituto de York que todavía continuaba anclado a las antiguas prácticas de los cazadores de sombras.
—Una Ascendente —insistió Will en su tono más tranquilizador y sedoso—. Ha sido una fiel amiga del Instituto de Londres, y esperamos recibirla pronto entre nuestros rangos.
—Una mundana —repitió Starkweather, y le cogió un acceso de tos—. Bueno, los tiempos han... Sí, supongo, entonces... —Miró de nuevo el rostro de Tessa, y se volvió hacia Gottshall, que parecía martirizado en medio de todo el equipaje—. Que Cedric y Andrew te ayuden a subir las pertenencias de nuestros invitados a sus habitaciones —señaló—. Y dile a Ellen que avise a la cocinera para que ponga cuatro servicios más esta noche para la cena. Quizá me haya olvidado de recordarle que tendremos invitados.
Gottshall, aunque visiblemente desconcertado, asintió. Nadie lo culpó; estaba claro que Starkweather había tenido la intención de hacerlos marchar y había cambiado de parecer en aquel preciso instante. ¿La razón? Desconocida, pero Cassy le estaba agradecida en silencio.
—Bueno, vengan, entonces —ordenó el viejo director sin mirar a Tessa, o Cassy—. No hace falta que se queden ahí. Síganme y les mostraré sus habitaciones.
Mismo día, Instituto de York; 1878
—Por el Ángel —exclamó Will, rascando con el tenedor la masa marronácea que tenía en su plato—. ¿Qué es esta cosa?
—No hay forma de saberlo —dijo Cassy, removiéndola con su cuchara. El contenido cayó del cubierto de nuevo al plato con un repugnante chasquido—. Pero me pregunto si puedo comerlo o me comerá a mí.
A su alrededor, la sala del comedor tenía un aspecto similar al de la comida. Los sirvientes que habían visto eran ancianos, en su mayoría, así como el Director del Instituto de York. Encorvados, callados y sumisos, los habían mirado con ojos glaucos y medio ciegos, siguiéndolos a todas partes incluso cuando ellos no podían verlos; Cassiopea estaba segura de ello. El comedor en cuestión, además, parecía que no se había usado en cientos de años o que, al menos, nadie se había dedicado plenamente a limpiarlo y adecentarlo en mucho tiempo. Solo la larga mesa y las sillas, además de la chimenea, habían sido desprovistas de polvo. Sin duda, los únicos objetos usados frecuentemente.
Una de las sirvientas había acompañado a ambas muchachas hasta sus respectivas alcobas por el momento. Cassy se había despedido de Tessa con una mirada a medio camino entre la súplica y la esperanza de verse con vida más tarde. La habitación que se le había asignado a Cassy tenía un gran balcón que daba al patio, y entre la neblina que se había alzado tan pronto como había acabado de hacerse de noche, las lápidas habían quedado a la vista para trastorno de Cassiopea.
Tras cambiarse el vestido por uno de noche, alegrándose al menos de quitarse el trapo mojado en que se había convertido el otro, Cassy había investigado los pocos pasillos que conducían a su habitación y la de Tessa. Rápidamente había desistido, por supuesto, al verse observada por los sirvientes de Starkweather sin ningún tipo de reparo. Ataviada en su vestido de satén color crema y bordado carmesí, Cassiopea había decidido dirigirse al comedor, no sin antes pasar casi corriendo por delante del retrato de Adele Starkweather dispuesto en las escaleras jacobitas.
Starkweather no había aparecido, a pesar de ser el anfitrión. Will había sido quien sugirió que empezaran a comer, aunque pronto se arrepintió de haberlo hecho.
—¿Qué es esto? —decía en su momento, mientras clavaba el tenedor en un desafortunado objeto y lo alzaba para mirarlo—. ¿Esta..., esta.... cosa?
—¿Una chirivía? —sugirió Jem.
—Una chirivía del huerto del propio Satán —replicó Will. Miró alrededor—. No debe haber ningún perro al que se la pueda dar, ¿verdad?
—No parece que haya ninguna mascota por aquí —observó Jem.
—Seguramente todos han sido envenenados con chirivías —aventuró Will.
—Y tú has querido añadir otro a esa larga lista —replicó Cassy, lanzándole una mirada—. De hecho, si me dijeran que todo esto está envenenado, no me sorprendería.
—Oh, vaya —exclamó Tessa tristemente, mientras dejaba el tenedor—. Y yo que estaba hambrienta...
—Siempre podemos escabullirnos y coger las provisiones que he guardado.
—¿Qué provisiones? —Jem frunció el ceño.
—Los pastelillos que nos han sobrado en el tren.
—¿Y se te ocurre decirlo ahora? —preguntó Will, su tono indignado.
—Mejor tarde que nunca —comentó Tessa, sonriéndole a Cassy de forma breve. La chica correspondió, alzando su copa en dirección a la joven Gray. El trago de líquido le arrancó un ataque de tos.
—¡Santo cielo! Esto es asqueroso.
—Buenas noches. —La rotunda sombra de Aloysius Starkweather apareció de pronto en la puerta—. Señorita... Verlac, si tiene algún problema con mi vino, entonces no debería beberlo —Cassy dejó la copa sobre la mesa al instante—. Señor Herondale, Señor Carstairs, Señorita... ah...
—Gray. Theresa Gray,
—Cierto. —Starkweather no se disculpó, solo se sentó pesadamente a la cabeza de la mesa. A su lado, depositó una caja de archivos que Cassiopea, igual que el resto, ojeó con cuidado desde la distancia.
—Sin duda su joven Señora, y hermana, estará complacida al saber que me he avenido a su petición y he estado buscando en los archivos durante todo el día y parte de la noche —comenzó el anciano en un tono agraviado—. Tiene suerte, sin duda, de que mi padre nunca tirara nada. Y en cuanto vi los papeles, lo recordé —Se tocó la sien—. Ochenta y nueve años, y nunca olvido nada. Se lo dicen al viejo Wayland cuando hable de reemplazarme.
—Sin duda lo haremos, señor —convino Jem, con los ojos bailándole.
Starkweather tomó un buen trago de vino e hizo una mueca.
—Por el Ángel, esto es una porquería. —Dejó la copa, mientras Cassy le dedicaba una mirada simpatizante, y comenzó a sacar papales de la caja—. Lo que tenemos aquí es una solicitud de Compensación para dos brujos. John y Anne Shade. Un matrimonio. Ahora viene lo raro —continuó—. La solicitud la presentó su hijo, Axel Hollingworth Mortmain, de veintidós años. Pero claro, los brujos son estériles...
Simultáneamente, tanto Will como Cassy le lanzaron una mirada de reojo a Tessa.
—Su hijo era adoptado —aclaró Jem.
—Eso no debería permitirse —replicó Starkweather, mientras tomaba otro trajo del vino que había calificado de porquería. Se le comenzaban a colorear las mejillas—. Es como dar un niño humano a los lobos para que lo críen. Antes de los Acuerdos...
—Si hay alguna pista sobre su posible paradero —lo interrumpió Jem con educación, tratando de devolver la conversación a su cauce—. Tenemos muy poco tiempo...
—Y hay vidas inocentes en juego —añadió Cassiopea, carente de tacto y más brusca. Starkweather le lanzó una fiera mirada.
—Muy bien, muy bien. Aquí hay muy poca información sobre su precioso Mortmain. Más sobre los padres. Al parecer, las sospechas recayeron sobre ellos cuando se descubrió que el brujo, John Shade, tenía en su posesión el Libro de lo Blanco. Un poderoso libro de hechizos, entiendan; desapareció de la biblioteca del Instituto de Londres en sospechosas circunstancias en 1752. El libro está especializado en conjuros de sujeción y liberación: atar el alma a un cuerpo, o desatarla, según sea el caso. Resultó que el brujo estaba tratando de animar cosas. Desenterraba cadáveres o los compraba a los estudiantes de medicina, y les sustituía las partes más dañadas por mecanismos. Luego trataba de devolverlos a la vida. Un grupo del Enclave entró en su casa y mató a ambos brujos.
—Trataba de inducir vida a seres muertos... —masculló Cassy, con la vista perdida—. Víctor Frankenstein creando a su propia criatura.
—Solo que en mayor número, al parecer —asintió Jem.
—¿Y el niño? —preguntó Will—. ¿Mortmain?
—Ni rastro de él —contestó Starkweather—. Lo buscamos, pero nada. Supusimos que estaba muerto, hasta que apareció, con todo descaro, exigiendo compensación. Incluso su dirección...
—¿Su dirección? —soltó Will—. ¿En Londres?
—No. Aquí en Yorkshire. —El anciano dio unos golpecitos al papel con un dedo arrugado—. Ravenscar Manor. Un enorme caserón al norte de aquí. Creo que lleva décadas abandonado. Pero ahora que lo pienso, no me imagino cómo podía pagarlo, para empezar. No era donde vivían los Shade.
—Por lo que sabemos —interrumpió Cassy—, Mortmain es un inventor. Podría haber creado máquinas y artefactos de todo tipo que vendería más tarde para cubrir los gastos de la residencia.
—Podría ser —Estuvo de acuerdo Starkweather.
—Aun así —dijo Jem—, es un excelente punto de partida para ir a buscarlo. Si ha estado abandonado desde que él se marchó, puede que se dejara alguna cosa. Es más, incluso podría estar usándolo.
—Supongo que sí —El tono del director no era uno de entusiasmo—. La mayoría de las posesiones de los Shade fueron tomadas como botín.
—Botín —repitió Tessa en voz baja.
Cassy la miró al escucharla hablar por primera vez desde que había dicho su nombre. Le resultó curioso que Tessa supiera lo que eran los botines, pero supuso que los habitantes del Instituto no habían escatimado en introducirla al Mundo de las Sombras dándole una copia del Códice para que lo leyera y tuviera más información sobre ellos. Los botines eran las pertenencias de un Subterráneo que había quebrado la Ley, y por ende, dichos objetos pasaban a ser reclamados por el cazador de sombras que se los quitara.
—Botines —masculló Starkweather con su grave voz. Cogió la copa de Will y la tomó como suya—. ¿Le interesan, muchacha? Aquí en el Instituto tenemos una buena colección. Me han dicho que deja en ridículo la colección de Londres. —Se puso en pie y casi volcó la silla—. Vengan, se los enseñaré, y les contaré el resto de este triste cuento, aunque no hay mucho más.
Jem y Will ya se habían levantado para cuando Tessa y Cassy los imitaron. La última se acercó a la otra y la tomó con suavidad del brazo. Los ojos grises de Tessa y los verdes grisáceos de Cassiopea se encontraron.
—Tessa, debo advertirte —masculló en un susurro. Para disimular, entrelazó su brazo con el de la chica y ambas echaron a caminar tras los varones.
—¿Sobre qué? —Tessa frunció el ceño, confundida por el repentino cambio en Cassy. La cazadora de sombras soltó un suspiro.
—Como ya habrás visto y Aloysius ha dicho, los Starkweather llevan generaciones en el Instituto de York, es prácticamente su casa familiar. Normalmente, antaño los botines eran reliquias que los cazadores apreciaban y alababan, comparándolos con otros para ver cuál era más espléndido. Hace varios años que la práctica quedó un poco... mal vista, y por ende dejaron de tomarse botines, en especial con los Acuerdos. Sin embargo, es una práctica que creo que todavía no ha llegado a su fin por completo.
—¿Inquieres que los Starkweather podrían seguir practicándola? —preguntó Tessa.
—Sí, es justamente lo que digo. Aloysius está hecho de una pasta mucho más vieja que todos nosotros, incluso que mi padre. Y este Instituto..., lo que quiera que vayamos a ver en la sala de botines de los Starkweather... debes prepararte para ello. Ni siquiera yo estoy lista para verlo. Creí que deberías tenerlo en cuenta porque...
—¿Soy una Subterránea? —Las palabras utilizadas sorprendieron a Cassy. Miró a Tessa con los ojos bien abiertos.
—No quería implicar nada —dijo rápidamente. Tessa sonrió, apenada.
—Descuida, Cassiopea —esbozó—. No fui muy justa contigo. Simplemente pretendías ayudar para que comprendiera mejor la situación. Estoy..., estoy intentando hacerme a la idea de que no soy humana. —Soltó una pequeña risa—. De hecho, ahora mismo me siento muy incómoda fingiendo que soy alguien que no soy, por una vez en mi propia piel. Es extraño.
Ambas habían bajado la voz para prevenir que Aloysius las escuchara, aunque el anciano caminaba a la cabeza del pequeño grupo con paso decidido y un aire de orgullo difícil de pasar desapercibido. Will y Jem caminaban todavía delante de ellas, dedicándoles miradas de vez en cuando para asegurarse de que estuvieran siguiéndolos. Cassy capturó la mirada de Will sobre ella y, en un gesto terminantemente infantil, le sacó la lengua.
—¿Qué sientes cuando cambias? —preguntó la Fairchild, girándose hacia Tessa de nuevo. La otra joven lo meditó un poco.
—Soy capaz de convertirme en la otra persona o criatura. Normalmente con tener un objeto que pueda tocar es suficiente. A veces puede ser tocar al propio individuo en cuestión. Cambio, y de repente soy Tessa, pero disfrazada. Poseo mis pensamientos y mi voz interior, pero junto a mí, alrededor, hay un huracán de pensamientos y recuerdos que no son los míos; hay un cuerpo que no es el mío.
—Es fascinante —admitió Cassy, brindándole una sonrisa—. Eres única, Tessa.
La joven Gray se sonrojó y le devolvió el gesto cálidamente.
—Gracias, Cassy.
—Señoritas —llamó Starkweather desde el frente—. Ruego que no se retrasen. Cómo decía, ese Mortmain reclamaba por la muerte de Anne Shade, la esposa del brujo. Decía que ella no había tenido nada que ver con los proyectos de su esposo, que no había sabido nada de ellos. Su muerte era injustificable. Quería que se juzgara a los culpables de lo que él llamaba su asesinato, y recuperar las pertenencias de sus padres.
—¿Estaba el Libro de lo Blanco entre lo que pedía? —inquirió Jem—. Sé que es un crimen que un brujo posea un volumen así...
—Lo estaba. Se había recuperado y devuelto a la biblioteca del Instituto de Londres, donde sin duda debe de seguir. Lo evidente era que nadie se lo iba a dar a él.
Starkweather, observó Cassy, hablaba con lujo de detalles sobre los hechos, como si él mismo los hubiera vivido y ahora explicara las grandes gestas que había vivido de joven. Tessa pareció pensar algo similar, porque a continuación, habló:
—¿Estuvo usted allí?
Starkweather parecía querer evitar mirarla directamente incluso en su creciente estado de ebriedad.
—¿Si estuve dónde?
—Ha dicho que se envió a un grupo del Enclave para ocuparse de los Shade. ¿Estaba usted entre ellos?
El hombre vaciló, luego se encogió de hombros.
—Sí —contestó, su acento de Yorkshire haciéndose más notorio durante un segundo—. No tardamos mucho en cogerlos. No estaban preparados. Ni un poco. Los recuerdo yaciendo sobre su propia sangre. Era la primera vez que veía sangre de brujos, me sorprendió que fuera roja. Hubiera jurado que sería de otro color, azul o verde, o algo así. —Se encogió de hombros—. Les sacamos las capas, como la piel de un tigre. Me las dieron para que las guardara, o mejor dicho, a mi padre. Gloria, gloria. Aquellos eran buenos tiempos —Sonrió como una calavera, siniestramente pero encontrando gran placer en sus palabras. Cassy sintió arcadas al verlo, una rabia desconocida bullendo en su interior.
—Señor Starkweather —dijo, con el tono más calmado de voz que pudo conjurar—, le recuerdo que estas prácticas están prohibidas. Además, no sería apropiado que hablara tan explícitamente delante de dos damas, ¿no es cierto?
—¿Y no es cierto que ambas son cazadoras de sombras, o que la Señorita Gray pronto lo será? —El tono de Starkweather era duro—. Le recuerdo, Señorita Verlac, que debería estar acostumbrada a estas cosas.
—Mortmain nunca tuvo ni la más mínima oportunidad, ¿verdad? —siguió Tessa, ignorando las palabras de Starkweather—. Haciendo su solicitud así. Nunca iba a conseguir su compensación.
—¡Claro que no! —ladró el hombre— Basura, todo basura... Decir que la mujer no estaba implicada. ¿Qué esposa no está metida hasta el cuello en los negocios de su esposo? Además, él ni siquiera era su hijo natural, no podía serlo. Seguramente, para ellos era más una mascota que otra cosa. Apostaría a que el padre o hubiera utilizado como pieza de recambio llegado el caso. Estaba mejor sin ellos. Debería habernos dado las gracias, en vez de exigir un juicio...
Calló cuando llegaron al final de uno de los pasillos, donde dos puertas de doble hoja permanecían cerradas. El anciano sonrió y los miró, empujando una de las puertas con el hombro.
—¿Han estado alguna vez en el Palacio de Cristal? Bueno, pues esto es aún mejor.
La luz de la que carecía el Instituto parecía estar contenida allí dentro, pues cuando Starkweather abrió la puerta por completo, una fuerte luz los envolvió al pasar al otro lado. Cassiopea pensó que era irónico que la sala de botines del Instituto fuera la mejor iluminada. La zona que debería haber quedado olvidada, era la mejor equipada de todo el edificio.
La sala estaba llena de vitrinas de cristal empotradas contra las paredes y en el centro de la estancia, lámparas de luz mágica colocadas estratégicamente en lo alto de cada una para iluminar su contenido. Will se tensó, igual que Cassy, posicionada a su lado. Jem cogió la mano de Tessa e intentó detenerla, pero los ojos grises de la joven ya se habían clavado en la estancia. Cassiopea sintió las nauseas acariciando la boca de su estómago.
Había objetos tales como reliquiarios y cálices, todos manchados de diminutas o extravagantes manchas de sangre seca, antigua pero visible. Balas de plata, algunas a medio fundir y otras salpicadas de sangre de licántropo. Juegos de colmillos de vampiros, alas de seda y cristal pertenecientes a hadas. Duendecillos y trasgos disecados de ojos saltones y muecas monstruosas, plagadas por el miedo. Los ojos de Cassy se tambalearon mirando unas vitrinas en especial, y no pudo evitar echar la vista atrás para mirar a Tessa. Pero la otra muchacha ya miraba las vitrinas plagadas de restos.
Restos de brujos.
Manos momificadas con garras afiladas y negras, calaveras de incisivos exuberantes, viales de sangre grumosa y pastosa... La vista continuaba allá a donde Cassiopea mirara. La vista empezó a nublársele lentamente. Dio un traspiés involuntario, y pillándola por sorpresa, un brazo se envolvió alrededor de su cintura. Cassy miró hacia arriba, desde donde Will la miraba con rostro compungido por el horror, y algo más. ¿Preocupación?
Un débil suspiro sonó tras ellos. Cassy giró la cabeza justo en el instante en el que Will lo hacía también, soltándola y provocando que volviera a desestabilizarse. Quiso reprocharle que hiciera aquello, pero Tessa había conseguido toda su atención. Estaba pálida y su semblante era casi enfermizo. Sus ojos danzaban de un lado a otro sin punto fijo, cristalinos.
—Va a desmayarse —advirtió Cassy, justo a tiempo para que Jem sostuviera a Tessa contra sí. Starkweather se giró para mirarlos.
—Mi prometida. Deberá disculparla, Señor Starkweather. Nunca había visto botines antes, este es el primero, y me temo que no soporta la sangre. Es muy delicada en circunstancias como estas.
Starkweather simplemente asintió e hizo un gesto a alguien tras ellos. Por el pasillo, Cassy observó a dos sirvientas que dejaron sus puestos delante de otras puertas y caminaron hasta ellos. Cogieron a Tessa por los brazos y la ayudaron a empezar a caminar. El nudo en la garganta de Cassy llegó a un punto insoportable. Se aclaró la garganta.
—Si me disculpan —dijo, mirando a los varones—. Yo también deseo retirarme.
—Me temo —soltó Starkweather, sus ojos grises cual tormentas mirándola fijamente—, que deseo hablar con usted primero, Señorita Verlac.
¡Hola!
Cómo podéis ver, me he puesto un poquito las pilas. Hacía mucho que no escribía tan rápido un capítulo (y más siendo largo, y justo el día siguiente a publicar uno). Pero no os acostumbréis, ya sabéis que soy impredecible.
Han habido varios momentos... otro Wassy y la reconciliación oficial entre Tessa y Cassy. Por favor, ¿alguien más ha notado cómo Will esquibaba la pregunta de Cassy en referencia a Tessa? ¿Y qué me decís de la reacción de Starkweather a Cassy? ¿De qué creéis que querrá hablar con ella?
Habréis notado que estos dos últimos capítulos cuentan con escenas directas de los libros en gran medida. Nos estamos metiendo de lleno en la trama, aunque intento que no sean escenas calcadas tal cual las escribió Clare. Espero que se os haga mínimamente interesante la forma en la que intento cambiarlas.
EXPLICACIÓN DEL TÍTULO EXILIO: en referencia al poema de Coleridge que Will recita, "La Balada del Viejo Marinero", porque el marinero del poema acaba en una especie de exilio al tener que llevar al albatros (un ave marina) en el cuello como penitencia por haberlo matado. También es una referencia directa a Aloysius Starkweather y la forma en la que se ha recluido en el Instituto del resto del mundo.
Espero que os haya gustado, ¡muchas gracias por seguir leyendo!
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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