Capítulo 18. Veracidad
Casa Franca de los Blackthorn, Londres; 1878
Cassiopea se arremangó las mangas de su traje de combate de nuevo, antes de lanzarse hacia Gaspar sin pensarlo dos veces. Pero el chico ya la esperaba, como siempre. Bloqueó su golpe moviendo su espada en una floritura y le lanzó una patada en el estómago que la lanzó hacia atrás, desequilibrándola brevemente. Cassiopea resopló el mechón de cabello que se deslizó en su campo de visión y decidió cambiar de táctica. Hasta aquel momento había intentado apoderarse del elemento sorpresa y actuar con movimientos repentinos, pero estaba claro que Gaspar la había descubierto demasiado deprisa. Bloqueaba sus movimientos y le brindaba ataques defensivos que resultaban en ella desarmada en menos de cinco minutos.
Cassiopea se concentró, sintiendo el quemazón de sus runas carmesíes. Con un último ataque por sorpresa, barrió el suelo con un ágil movimiento de pierna que de ninguna manera alcanzó a Gaspar, pero si lo distrajo lo suficiente. La joven dio una voltereta hasta levantarse e, impulsada por la fuerza del salto, agarró las cintas del torso adheridas a los pantalones de Gaspar y tiró, llevándoselo consigo al suelo. El joven Vientofrío soltó una breve maldición antes de hacerlos rodar y aprisionarla bajo él. No obstante, Cassiopea todavía podía sentir sus piernas sueltas de su agarre y las movió hacia arriba. Gaspar voló por encima de su cabeza en una voltereta involuntaria y volvió a caer al suelo. Cassiopea se levantó de un salto y se inclinó sobre él, su spatha situándose por encima de su nuez de Adán. Gaspar quiso atacar, pero al percibir una punzada en su estómago, se quedó quieto y miró. La otra mano de Cassiopea apuntaba una daga en la zona. La cabeza del chico cayó hacia atrás y levantó las manos con las palmas hacia arriba.
Cassiopea sonrió y se deshizo de la daga para tenderle la mano. Gaspar la tomó con gusto y fue impulsado hacia arriba. Le dio una palmada amistosa a Cassiopea en el hombro.
—Ha sido un buen combate, aunque he de reconocer que has estado distraída al principio. Atacabas de una forma que rara vez utilizas.
—No estaba distraída —negó ella. Gaspar soltó una risa baja.
—Sí, por supuesto. En realidad, llevas distraída desde que viniste de la casa de aquel Brujo. ¿Ocurrió algo?
Gaspar le lanzó una larga mirada inquisitiva y Cassiopea sintió que sus mejillas se teñían de un carmín claro, no precisamente provocado por el esfuerzo del combate anterior. Resopló, apartando un mechón caído del recogido de aquella mañana, y se giró dispuesta a salir de la sala de entrenamiento. Gaspar la siguió en silencio tras recoger sus cosas.
Desde que llegara de su reunión con Magnus y Will, la mente de Cassiopea había tornado en un huracán de pensamientos y sentimientos que se anteponían los unos a los otros en una marea caótica. Todavía seguía pensando, por supuesto, en lo que casi había sucedido entre ella y Will. La forma en la que sus cuerpos y sus labios habían estado tan cerca y a la vez tan lejos de tocarse. El calor que los atraía entre sí y les había tentado a cerrar la distancia entre ellos... Tan solo unos escasos centímetros habían impedido el contacto, pero de haberse producido, ¿cuáles habrían sido sus consecuencias?
Ni siquiera Brior, quien era su mejor amigo, sabía que había ocurrido una vez recogió a Cassiopea del Instituto con el carruaje, tal y como había prometido. ¿Cómo podría desvelarle esa información a Gaspar, entonces, cuando ni su mejor amigo sabía la respuesta? Y por otra parte, ¿se lo habría contado William a Jem? Cassiopea sacudió la cabeza. Lo dudaba. Por supuesto que no. Si bien eran mejores amigos y parabatai, Will nunca había sido del tipo de admitir sus sentimientos o aceptar sus pensamientos en voz alta.
Pero las acciones de ambos podían hablar por si mismas. ¿Qué ocurriría cuando volviera a reunirse con los habitantes del Instituto? ¿Notarían la tensión entre Will y ella? ¿Sabrían a ciencia cierta que algo había ocurrido —o había estado a punto de ocurrir— entre ellos? De repente, Cassiopea sintió el pánico burbujeando en su interior. Pareció surgir a la superficie y hacerse visible, porque observó a Gaspar posicionándose en su campo de visión y tomándola de los hombros.
—Calma, muchacha —dijo, mezclando inglés y castellano en su corta frase. Cassiopea frunció el ceño.
—No hagas eso —dijo—. No hables en dos idiomas a la vez. Sabes que te entiendo a medias.
Gaspar sonrió.
—Mentirosa, sabes lo que significan la mayoría de palabras, aunque no puedas decirlas. De todas formas, mi único cometido era desviar tu atención de lo que sea que haya provocado que te pongas así. Parecías a punto de sucumbir al suelo.
—Estoy bien. Solo tengo demasiadas cosas en la cabeza.
—¿Tiene que ver con lo relacionado al Instituto? —tanteó Gaspar. Cassy reprimió las ganas de saltar por el susto. ¿La había descubierto?
—¿Q-qué? —Su voz sonó varias octavas más aguda. El Vientofrío soltó una risa.
—Tranquila, Cass. ¿Por qué te pones así? Hablaba de que tu hermana y el resto deban ocuparse de encontrar la localización de Mortmain. Es eso lo que te preocupa, ¿cierto?
Cassy sacudió sus ropas con un gesto que intentó fuera lo más despreocupado posible.
—Por supuesto. Es eso.
Gaspar entrecerró los ojos.
—De acuerdo, ahora estoy empezando a preocuparme. Estás actuando de una forma muy extraña, Cassiopea. ¿Qué sucede?
—No sucede absolutamente nada. No sé qué quieres decir.
—No. Has creído que hablaba de otra persona cuando te he preguntado. Te has alterado, y tú pocas veces te alteras. Tiene que ver con el Instituto, eso es seguro, pero ¿qué?
—¡No me he puesto de ninguna forma! —exclamó.
Exaltada, Cassiopea se percató demasiado tarde de la sonrisa de suficiencia que Gaspar había hilvanado. La joven Fairchild maldijo por lo bajo y dio media vuelta, dispuesta a salir de la sala de entrenamiento. Sin embargo, Gaspar no pensaba dejar las cosas así, tan persistente como tozuda era ella, y la siguió hasta el cuarto de invitados que le había sido cedido a la castaña.
—Entonces estoy en lo cierto, ¿no? Tiene algo que ver con el Instituto y es por uno de sus integrantes. ¿Quién es?
—Nadie —gruñó ella.
Empujó la puerta de la habitación e hizo el amago de cerrársela al Vientofrío en la cara, pero este colocó el pie entre el marco y la puerta y empujó. Cassiopea volvió a apartarse de él, como si su mera presencia la repeliera. El joven volvió a sonreír y se dejó caer sobre la colcha de la cama con un suave "hmph". Cassy lo observó desde el otro lado de la habitación cruzada de brazos.
De haberse encontrado en otra situación y de haber sido otros jóvenes cualquiera, quienquiera que hubiera entrado en la estancia en aquellos momentos habría considerado de lo más inapropiadas las circunstancias. Era bien sabido que los jóvenes de polos opuestos no podían estar en las recámaras privadas de los otros sin levantar sospechas que inducían a pensamientos de índole inadecuada. Aquella podría haber sido una de esas situaciones si sus protagonistas no hubieran sido Cassiopea Fairchild y Gaspar Vientofrío, dos cazadores de sombras en la flor de la vida, pero con intereses que no podían distar más de las situaciones inadecuadas cuando se trataba del otro.
La situación propiamente dicha, Cassiopea debía admitir, sí le había recordado a una que ella misma había vivido en sus propias carnes hacía cinco años. Sus mejillas se tintaron sin que pudiera hacer algo para evitarlo y aquello no hizo sino captar más la atención de Gaspar.
—¿En quién piensas?
De los dos mellizos Vientofrío, quizá podría haberse dicho que Gaspar era el más suspicaz. María no era tonta ni boba, desde luego, pero Gaspar poseía una intuición magnífica y una forma de leer a las personas que dejaban anonada a Cassiopea por completo.
—¿Por qué debería estar pensando en alguien?
—Porque sonrojarse es una acción que solo sucede en contadas ocasiones. Una de ellas, pensar en el objeto de todos los afectos.
—También podría haber sufrido un golpe de calor.
—¿Aquí dentro?
—Todo es posible.
—Sí, también el hecho de que estás mintiendo y pretendes que no es así. Quizá con Brior funcione, pero ¿conmigo? Cass, me he cruzado con muchos mentirosos en mi vida. Sé reconocer a uno cuando lo veo.
Cassy cerró los ojos unos instantes, buscando calmarse. ¿Cómo era posible que Gaspar fuera tan suspicaz? Había conseguido descifrarla en tan solo unos meros minutos. Unos minutos habían bastado para que comprendiera qué le ocurría incluso mejor de lo que ella se entendía a sí misma.
Un suspiro tembloroso escapó de sus labios. Gaspar no se daría por vencido, eso lo sabía. Podría aguantar días atosigándola con preguntas ahora que algo había captado su atención. Cassiopea no estaba preparada para ello, así que dejó escapar hasta la última gota de aire que sus pulmones retenían y colocó ambas manos sobre la mesa de su tocador, dándole la espalda al Vientofrío. Lo que iba a decir a continuación solo tendría un efecto: alimentar la curiosidad de Gaspar, tan voraz como la suya misma.
—Casi besé a Will.
Gaspar se levantó de un salto, desordenando la colcha todavía más.
—¿Qué? —soltó—. ¿Qué casi matas a Will?
Cassy se giró para mirarlo.
—¿Qué? ¡No! ¡No he dicho matar!
—Sí lo has hecho, ¡has dicho matar!
—¡He dicho besar, cabeza de chorlito! ¡Besar!
—Oh. Oh. Oh Dios mío, ¡casi besas a William Herondale! —Cassy volvió a cerrar los ojos. ¿Había tomado la decisión correcta? A juzgar por la reacción de Gaspar, acababa de condenarse a sí misma.
—¿Puedes decirlo un poco más alto? —elaboró Cassy, irónica.
—Oh, por supuesto que puedo. ¿Quieres que lo haga?
Cassiopea abrió la boca para responder, palabras un tanto malsonantes formándose ya en su mente, cuando un toque rápido y leve en la puerta la detuvo. Se acercó a paso acelerado y el corazón en un puño, temiendo que fueran Brior o María. O los dos. Para su sorpresa, al otro lado de la puerta estaba Carina, una de las criadas de la mansión. Portaba una bandejilla de plata con una carta mal doblada en su superficie.
—Le ha llegado esto, Señorita Fairchild.
—¿De quién es? —preguntó, tomando la carta. Carina se encogió de hombros, apenada.
—No lo sé, señorita.
—Hmm, está bien. Gracias, Carina, puedes retirarte.
La criada asintió con una pequeña reverencia antes de desaparecer. Cassiopea centró la mirada en el papel apergaminado mientras Gaspar caminaba hacia ella.
—¿Qué dice? —cuestionó.
Cassy se quedó callada, leyendo el contenido rápidamente.
—Es de..., Will —dijo al fin, su ceño fruncido por la confusión—. Han descubierto algo sobre Mortmain. No explica demasiado, tan solo menciona al Instituto de York y algo sobre una compensación que Mortmain hizo en 1825 en relación a la muerte de sus padres brujos. Al final..., No lo entiendo, ¿por qué me pediría algo así?
Gaspar torció el gesto y le arrebató la carta de las manos. Leyó las líneas y después ondeó la carta frente al rostro de Cassiopea.
—¿Qué es lo que no entiendes? Pide que lo acompañes a él, James y la Señorita Gray a Yorkshire para visitar a Aloysius Starkweather. No tiene demasiado misterio. Pero quién sabe, a lo mejor todo es una tapadera de nuestro joven Herondale para acorralarte bajo la luz de la luna y profesarte su amor eterno por ti‒
Gaspar no pudo terminar, pues Cassiopea le arrebató la carta de las manos y salió de la habitación sin mirar atrás.
Un día más tarde, Estación de Kings Cross, Londres; 1878.
—Maravilloso día para ir en tren, ¿no creen, camaradas? —burló Cassiopea.
—Oh, Ío, cuanto lo siento. Es cierto. A los gatos no les gusta la lluvia, ¿verdad? —burló Will delante de ella.
—No tanto como a los perros —repuso. Sonrió—. O a los patos.
—¿Por qué tienes que mencionar a esas criaturas del demonio? —masculló Will, entrecerrando los ojos.
—Para contemplar cómo te retuerces preso del terror, por supuesto.
—Por favor —pidió Jem, dando unos suaves toques con su bastón en el suelo del carruaje—. ¿Podéis estar callados dos minutos? Tengo suficiente con que vayáis a darme la lata durante todo el viaje.
La única que no dijo nada fue Tessa, provocando que Cassiopea la mirara de reojo. La muchacha contemplaba el exterior a través de la ventanilla con mirada ausente. Cassy no hizo ningún amago por darle conversación. Todavía había asperezas entre ambas por la última vez que habían hablado, y no consideraba prudente volver a entablar conversación, ni sabía cómo debía hacerlo. Jem y Will parecían no haber olvidado el incidente tampoco, manteniéndolas al margen la una de la otra.
—¡Hemos llegado! —exclamó Cyril, su voz sonando por encima de la torrencial lluvia.
Will saltó del carruaje abriendo la portezuela descuidadamente. De cerca le siguió Jem, mucho más tranquilo y compuesto. Cassiopea miró con una ceja alzada la mano de Will, extendida hacia ella. El chico hizo el amago de retirarla, pero Cassiopea actuó más rápido. Sus dedos se cerraron entorno a los cálidos de Will que, por inercia, se aferraron a los suyos. Un escalofrío los recorrió a ambos simultáneamente sin que el otro lo supiera. Cassy parpadeó, soltando la mano de Will de forma instantánea tras bajar. Mientras se dirigía hacia la parte trasera del carruaje a por su bolsa de viaje, intentó ignorar la sensación de vacío que sintió en su mano.
—Debemos darnos prisa —comunicó, aclarándose la garganta.
Si bien habían pasado varios días desde su casi percance con Will, y ambos habían decidido ignorar el asunto deliberadamente sin mediar palabra entre ellos al respecto, Cassy se encontró rememorando el momento. Si se concentraba, la calidez de la mano de Will en la suya podía recordarle vagamente a la suave caricia de las yemas de sus dedos ahuecando su cintura, instándola a cerrar el espacio entre sus cuerpos. Si cerraba los ojos, el cálido aliento de la boca del joven danzaba por encima de su propia boca, tentativo.
Cassiopea no supo determinar en qué momento había empezado a pensar más de la cuenta en el beso que jamás había ocurrido, pero en aquellos días transcurridos, el recuerdo se había aferrado a su memoria con ahínco y ansias de no ser olvidado. Tampoco creía que fuera posible hacerlo, si era completamente honesta. Una vivencia así, y más siendo la primera de la índole, jamás podría ser borrada de su mente. Sintiendo que sus mejillas volvían a calentarse y que su mano enguantada volvía a buscar aquel hueco en su brazo para rascarlo, se apresuró a seguirle el paso a sus compañeros.
Los cinco echaron a correr a pesar de la lluvia que nublaba sus vistas. Cassiopea parpadeó hacia arriba, aferrando su paraguas con fuerza intentando que no saliera volando por el viento. Ante ellos, la imponente estructura de la estación de trenes se erigía contra el temporal sin inmutarse. La veleta en lo alto de la torre del reloj, sublevada al poder del viento y la lluvia, marcaba la dirección norte con agresividad. Cassiopea volvió la vista hacia sus compañeros, corriendo tras ellos para darles alcance de nuevo.
El interior de la estación de tren parecía un páramo selvático lleno de fieras coléricas. Cassy se vio engullida de repente por el tumulto de gente aireada, que corría de un lado para otro a la espera de coger sus respectivos trenes a tiempo. Los silbatos de múltiples trenes, el olor a carbón y a vapor, nublaron sus sentidos por unos segundos, distrayéndola. Soltó una exclamación cuando varios niños pasaron junto a ella de improvisto, provocando que se tambaleara. Recuperó el equilibrio gracias a una mano que se posó en su espalda baja y la empujó hacia delante levemente. Cassy se giró, encontrándose con los ojos azules de Will.
—A lo mejor debería repasar esa runa, ¿eh? —dijo. El corazón de Cassiopea elaboró una voltereta en el interior de su pecho—. Vamos, encontremos a un mozo para nuestro equipaje. El pobre Cyril apenas se mantiene en pie con tanta maleta.
Sin tiempo a dejarla hablar, cogió del brazo a la chica y la condujo a través del gentío hacia una de las cabinas de servicio. Con varios toques en la cristalera, Will consiguió llamar la atención de uno de los trabajadores que atendían a los clientes.
—Disculpe, pero precisamos de un mozo de forma urgente. Nuestro tren espera y me temo que va un poco corto de paciencia.
El hombre murmuró una disculpa y llamó a uno de los mozos para que fuera con ellos. Cassy miró a Will.
—¿Sabe Jem que has desaparecido? —preguntó. Will la miró por encima del hombro, recolocándose el sombrero.
—¿Debo darle explicaciones de todo lo que hago, acaso? —Una mirada de Cassiopea bastó para que rodara los ojos y asintiera—. Sí, sabe que fui a buscar un mozo, y a rescatarte de estas fieras llamadas mundanos, también.
—¡Shh! —chistó Cassy, mirando de reojo al mozo que correteaba tras ellos. Will volvió a poner los ojos en blanco.
Llegaron en pocos pasos más hasta la entrada a la estación, donde Jem y Tessa los esperaban junto a Cyril. Verlo hizo que el pecho de Cassiopea se encogiera de nuevo, así como le había pasado la primera vez que se habían visto. Las semejanzas que Cyril guardaba con su difunto hermano eran dolorosamente abismales. Pero todavía podría haberlos distinguido sin dificultad. Nadie podría sustituir a su amigo, ni siquiera su propio hermano. Cassy sacudió la cabeza, alejando los pensamientos. El mozo le arrebató el equipaje a Cyril y les soltó que el tren no iba a esperar todo el día.
El comentario hizo que Will se girara hacia él e indicara con su mirada el bastón de Jem. Los miró alternativamente a ambos, al mozo y al bastón, antes de lanzarle al hombretón una mirada entrecerrada.
—Nos espera a nosotros —puntualizó el Herondale con una sonrisa asesina. Cassiopea reprimió una risa. Por su parte, el mozo empezó a guiarlos hacia el andén de salida.
—¡Hasta pronto, Cyril! —vociferó Cassiopea por encima del ruido de los trenes, los silbatos y las voces de la gente. El sirviente ondeó una mano en el aire a modo de despedida.
Avanzaron por el andén hasta que su tren quedó a la vista. La pintura negra lacada de la locomotora le devolvió a Cassiopea la visión de una joven cazadora en mitad de una multitud frenética acompañada de otros tres jóvenes. Mirándose en el reflejo monocromático, Cassy se sintió una completa extraña, otra persona. Por tan solo unos instantes, pudo imaginarse como la heroína de una historia que viajaría a lugares recónditos en busca de una nueva vida, o incluso una científica que anotaría en un cuaderno todas sus experiencias y teorías, así como Víctor Frankenstein había estudiado para crear a su criatura. Hilvanó una leve sonrisa, todavía mirándose, hasta que su vista se desenfocó a alguien tras ella, mirándola. Will apartó la mirada al notar la suya y se giró para hablar con el mozo.
Aunque hubieron varios percances con el equipaje, Will finalmente despachó al mozo con una propina rápida y se giró hacia todos, indicándoles que entraran en el tren. Jem avanzó primero para ayudar a entrar a las dos jóvenes, y Will cerró la marcha con la puerta del vagón cerrándose tras él. El tren empezó a moverse poco después, y los cuatro caminaron por el largo pasillo hasta introducirse en el compartimento vacío que reclamaron como suyo.
Con Tessa sentada al lado de la ventana y Jem a su lado, ocupando ya uno de los dos sillones, a Cassiopea no le quedó más remedio que sentarse junto a Will. Un silencio tenso se cernió sobre ellos y la joven Fairchild lo aprovechó para mirar por la ventana. Sin embargo, no tuvo en cuenta que inconscientemente estaría mirando el perfil de Will y su afilada mandíbula y que, si miraba más allá, se encontraría con la vista perdida de Tessa.
Soltó un suspiro y abrió su bolsa de viaje, que no había soltado incluso cuando el mozo había insistido en depositarla junto al resto del equipaje. En su interior, rebuscó hasta dar con la tapa dura y ajada de su copia de Frankenstein. El viejo libro llamó la atención de William brevemente, quien intercaló su mirada entre el libro y su propietaria varias veces antes de cruzarse de piernas y mirar a Tessa.
—¿Te has traído algo para leer durante el viaje? —Escuchó Cassy que decía Will.
—No —contestó Tessa—. Últimamente no he encontrado nada que quiera leer especialmente. —Tras una pausa, añadió—: siempre resulta excitante iniciar un viaje, ¿no te parece?
—No —respondió Will, recostándose en el asiento y poniéndose el sombrero sobre los ojos. El movimiento hizo que su brazo y el de Cassiopea estuvieran pegados el uno al otro, y la chica no consiguió unir las fuerzas para separarlos. Se aclaró la garganta.
—Aunque estemos en una misión oficial para hablar con el Señor Starkweather —inquirió ella—, sí, resulta excitante. El último viaje que hice fue antes de venir a Londres para la reunión. ¿Ha estado alguna vez en Oldstead, Señorita Gray?
—Me temo que todavía no he tenido el placer —contestó Tessa, educada. Cassy se lo tomó como una buena señal para continuar la improvisada charla.
—Es un pueblecito bastante hogareño al norte de Yorkshire. Quizá podamos pasarnos y tomar algún refrigerio en el Black Swan. Tienen las mejores galletas de mantequilla y frambuesa de todo el estado de Ryedale —En voz baja, dijo—: Y también una buena cerveza.
—Ío —interrumpió Will, inclinándose hacia ella levemente todavía con el sombrero en los ojos—. Agradecería que no inquietaras mis sueños prematuros con conversaciones involucrando bebidas muy impropias de una dama. Raziel nos salve de ver que te has convertido en una salvaje.
En respuesta, Cassy alargó una mano y le golpeó el sombrero justo en el centro, hundiendo el techo de tela y dándole a Will en la nariz. El joven soltó un quejido y se quitó el sombrero. Una mirada siniestra le fue dedicada a Cassiopea, quién sonrió.
—Que sea una dama no implica que no pueda gustarme la cerveza —dijo sin miramientos—. Cualquiera creería que hemos avanzado un poco en estos temas, Willy, pero parece ser que tú te quedaste atrás y sigues siendo un hombre de las cavernas.
Para su sorpresa, Tessa soltó una risa y Cassy la miró, imitándola. Jem sonreía para sí acariciando el pomo de su bastón con aire distraído. La siguiente conversación que se produjo incluyó a Tessa y Jem hablando del campo y de paisajes de novelas que Cassy nunca había leído, si bien había escuchado su mención con anterioridad. Desplazó su vista de nuevo a su copia de Frankenstein y se sumergió en las páginas de tinta ultrajadas por el tiempo.
—¿Qué significa? —preguntaba Tessa un rato después, por una frase que Will había dicho en galés.
—Significa: «Me gustaría emborracharme tanto que no pudiera recordar ni mi nombre.» Muy útil.
—Más útil sería que fuéramos a Oldstead para ver cómo haces el ridículo cumpliendo eso —masculló Cassy. James la escuchó y negó con la cabeza, sonriendo.
—No pareces muy patriótico —observó Tessa—. ¿No estabas recordando las montañas?
—¿Patriótico? —Will esbozó una sonrisa, reclinándose muy satisfecho—. Te diré lo que es patriótico. En honor a mi lugar de nacimiento, tengo el dragón de Gales tatuado en el...
—¿Cerebro que no tienes? —tanteó Cassy.
—Estás de un humor encantados, ¿verdad, William? —interrumpió Jem, sin aspereza alguna en su voz—. Recuerda que Starkweather no aguanta a Charlotte —Le lanzó una mirada a Cassiopea—, o a cualquier Fairchild, así que si estás de este humor...
—Te prometo que lo encantaré hasta la médula —repuso Will, incorporándose y ajustándose el chafado sombrero—. Lo encantaré con tal fuerza que cuando acabe, lo dejaré tirado en el suelo, tratando de recordar su propio nombre.
—Tiene ochenta y nueve años —masculló Jem—. Quizá ya tenga ese problema.
—¿Y supongo que ahora te estás reservando todo ese encanto? —intervino Tessa—. ¿No te apetecería gastar un poco con nosotros?
—Créeme, le costaría su vida —dijo Cassy. Will la miró de soslayo.
—En eso estaba pensando —respondió Will a Tessa. Después, miró a Jem—. Y no es a Charlotte, o a Ío, o a cualquier Fairchild a quien los Starkweather no soportan, Jem. Es a su padre.
—Los pecados del padre... —replicó el de cabellos plateados. El rostro de Cassy se ensombreció—. No están muy dispuestos a que les agrade ningún Fairchild, o nadie relacionado con uno. Charlotte ni siquiera ha dejado venir a Henry...
—Y por eso no sabe que Cassy está aquí —repuso su Parabatai—. Además, cuando Charlotte deja salir a Henry de casa solo, se corre el riesgo de crear un incidente internacional. Pero sí, para responder a la pregunta que no has formulado, sí que comprendo la confianza que Charlotte ha depositado en nosotros, y tengo la intención de comportarme. Al igual que vosotros, no quiero ver a ese Benedict Lightwood y a sus horrorosos hijos a cargo del Instituto.
—No son horrorosos —protestó Tessa.
—¿Qué? —Will parecía genuinamente sorprendido.
—Gideon y Gabriel —insistió la chica—. Lo cierto es que son bastante guapos, nada horrorosos.
—Secundo la opinión —soltó Cassy.
—Me refería a las negras profundidades de sus almas —explicó William, un tono sepulcral en su voz.
—¿Y de qué color se supone que son las profundidades de tu alma, Will Herondale?
—Malva —dijo él.
—Mugre —respondió Cassy. El joven la miró.
—¿Quién eres tú para decir de qué color es mi alma?
—La persona que te ha aguantado toda tu vida.
—Ese sería Jem. No recuerdo a una gata patosa figurando en mi vida.
Jem sonrió y Tessa lo miró con las cejas alzadas, señalando silenciosamente el intercambio. Él simplemente se encogió de hombros; era lo normal.
—Quizá deberíamos preparar una estrategia —planteó—. Starkweather odia a Charlotte. Y a Cassy. Pero sabe que es ella quien nos ha enviado. Así que ¿qué haremos para abrirnos un camino hasta su corazón?
—Tanto Tessa como Cassy pueden utilizar sus encantos femeninos —respondió Will—. Charlotte dijo que al viejo le gustaría una cara bonita.
—¿Cómo ha explicado Charlotte mi presencia? —inquirió Tessa—. ¿O la de Cassy?
—No lo ha hecho; sólo le ha dado nuestros nombres —reveló el galés—. Ha sido bastante seca. Creo que nos toca a nosotros inventarnos una historia plausible.
El tema en cuestión era que no podían decir que Tessa era una cazadora de sombras, pues no tenía ninguna runa en su piel que lo demostrara. Jem no tardó en señalar que tampoco tenía ninguna marca de bruja, por lo que podría pasar como una simple mundana. Will meditó por unos segundos.
—Quizá podríamos decir que es una tía solterona loca que insiste en hacernos de carabina allá a donde vamos.
—Mi talento es cambiar de forma, Will, no actuar —replicó Tessa, y tanto Jem como Cassy se echaron a reír con ganas. Will los miró muy serio.
—Aquí te ha ganado, Will —observó Jem—. A veces pasa, ¿no? Quizá debería presentar a Tessa como mi prometida. Podríamos decirle al viejo loco de Aloysius que su Ascensión está en camino.
—¿Ascensión? —Tessa parecía confundida.
Mientras ambos hablaban sobre el tema, Cassy se giró para mirar a Will, quien se había quedado muy callado mirando por la ventana. Las sombras de la lluvia, el humo del tren y el gris del paisaje le otorgaron una capa danzantes siluetas a su rostro. Cassy se obligó a hablar.
—¿Y yo qué? —preguntó Cassy.
—Tú eres la insufrible pulga que merodea a nuestro alrededor dándonos dolores de cabeza.
—O podríamos decir que he adoptado el nombre de mi madre y rechazado el de mi padre —elaboró ella—. Que soy una Verlac y no una Fairchild, que no quiero saber nada de mi hermana, pero que intento ganarme el favor de la Clave consiguiendo información de Mortmain —Tragó, sus siguientes palabras atascándose en su garganta—. Demostrar que sería mejor líder que Charlotte.
—Me gusta —intervino Jem, asintiendo.
—Sigo creyendo que la idea de la pulga es más convincente —murmuró Will. Cassiopea le propinó un codazo y él le tiró de un mechón que se había soltado de su recogido. Jem y Tessa los ignoraron.
—¿Cuántos Institutos hay, además del de Londres? —preguntó Tessa.
—Cientos —dijo Cassy. Arrugó la nariz—. Bueno, no estoy segura de que sean cientos, pero están distribuidos por todo el mundo. Normalmente los Institutos principales se sitúan en las ciudades capital de todos los países, y hay Institutos adyacentes en comunidades del área en cuestión que responden al principal.
—En Gran Bretaña están el de Londres —continuó ahora Jem—; York; uno en Cornualles, cerca de Titangel; uno en Cardiff, y uno en Edimburgo. Aunque todos son más pequeños y dependen del Instituto de Londres, que a su vez depende de Idris. Te has dejado eso, Cass —sonrió. Cassy rodó los ojos.
—Gideon Lightwood dijo que estaba en el Instituto de Madrid. ¿Qué diablos estaba haciendo allí?
—Perdiendo el tiempo, lo más seguro —contestó Will.
—Lo mismo que María y Gaspar Vientofrío están haciendo aquí —repuso Cassiopea.
—Cuando terminamos nuestro entrenamiento, a los dieciocho años —explicó Jem—, nos animan para que viajemos, para que pasemos tiempo en otros Institutos, para experimentar algo de la cultura de los cazadores de sombras en otros lugares. Siempre hay técnicas diferentes y trucos locales que aprender. Gideon sólo ha estado fuera unos meses. Si Benedict lo ha hecho volver tan pronto, es que debe de pensar que su puesto en el Instituto es cosa segura.
—Pero se equivoca —añadió Tessa con firmeza. Cassy sonrió al escucharla—. ¿Qué hay de María y Gaspar? ¿Cuánto llevan aquí?
—Unos dieciocho meses, aproximadamente —respondió Cassiopea—. Primero estuvieron en Idris, donde nos conocieron a Brior y a mí, y ahora nos han seguido hasta Londres. Si de ellos dependiera, se quedarían aquí.
—¿No pueden?
—Con el tiempo, en especial cuando se ha cumplido un año fuera, normalmente los padres piden que sus hijos regresen. Muy pocas veces les conceden permiso para quedarse fuera. María, en especial, no tiene demasiada elección. Será la próxima Directora del Instituto de Madrid cuando su padre le ceda el puesto.
—Comprendo —asintió Tessa—. ¿Y dónde está el Instituto de Nueva York?
—No nos hemos aprendido todas las direcciones, Tessa —Will respondió, un tanto brusco. Cassiopea le dirigió una mirada inquisitiva antes de volverse a Tessa.
—Está en Manhattan —respondió—. Una gran catedral gótica.
Tessa asintió. Jem, sin embargo, seguía con la vista clavada en Will.
—¿Pasa algo? —le preguntó.
Will se sacó el sombrero y lo mantuvo medio estrujado entre sus manos. Cassy lo miró atentamente. Ahora se daba cuenta de que Las sombras que había visto en el rostro de Will no eran producto del paisaje exterior. Realmente parecía que una oscuridad adyacente había surgido para cubrir de un tono lúgubre al chico Herondale. Will miró a los presentes. A Cassy le pareció que al mirarla a ella, la última, su mirada se mantenía un segundo más de la cuenta antes de desviarse.
—Anoche bebí demasiado —contestó el muchacho finalmente. Había algo en su voz que denotaba de manera clara que no estaba diciendo la verdad, pero Cassy no dijo nada. ¿En qué instante había Will cambiado tanto?
—Bueno —Fue todo lo que Jem dijo, como si bromeara—, si hubiera una runa de la Sobriedad...
—Sí —Will le devolvió la mirada y la tensión de su rostro pareció disiparse un poco.
—Will —llamó Cassy. La vista de este se clavó en ella certeramente—. ¿Te importaría acompañarme al vagón comedor? Me gustaría comprarnos algún tentempié para hacer el viaje más ameno.
Era una excusa y Cassy estaba segura de que casi todos lo habían visto. La tensión regresó al rostro de Will, que se levantó a regañadientes y salió del vagón sin decir nada. Jem miró a Cassy, interrogante, antes de girarse y murmurarle algo a Tessa. La joven Fairchild soltó un suspiro antes de seguir el camino que el Herondale había tomado.
Encontró a Will caminando por el pasillo con el sombrero mal puesto y las manos en los bolsillos. De alguna forma, casi había llegado al vagón comedor en tan solo unas pocas zancadas. Cassy maldijo que compartiera la altura con su hermana y, por ende, sus cortas piernas, pero alcanzó a Will, aunque con algo más de esfuerzo. Sin dejarle tiempo a reaccionar, lo tomó del brazo, así como él había hecho aquella mañana, y lo empujó al compartimento vacío de su izquierda.
—¿Qué narices estás haciendo? —espetó Will, zafándose de su agarre.
—Podría preguntarte lo mismo —repuso Cassy, cruzándose de brazos—. ¿Qué ha pasado ahí atrás? ¿Por qué te has puesto así de repente?
—¿Así, cómo?
—Cómo... enfadado o apagado. O una mezcla de las dos.
Will pareció contrariado por sus palabras, afectado, incluso, como si Cassiopea lo hubiera descubierto. No obstante, sonrió gatunamente y se acercó a ella. Por inercia, Cassiopea retrocedió, pero Will no se detuvo hasta que la espalda de la chica se encontró con la ventana del compartimento.
—¿Te preocupas mucho por mí últimamente, ¿no, Ío?
—Sí —respondió ella con firmeza. ¿Por qué iba a mentir? No tenía sentido hacerlo. Will la miró en silencio, mientras los corazones de ambos latían deprisa sin que el otro lo supiera. Finalmente, él se apartó y le dio la espalda.
—No me ocurre nada, simplemente estoy cansado.
—No creo que sea eso —insistió Cassiopea—. ¿Tiene que ver con la maldición?
—No.
—¿Entonces, qué?
—No es nada.
—¡Sí lo es! —Cassiopea se acercó a él y lo obligó a mirarla. Los ojos azules de Will, azules y largos, mucho más atormentados de lo que jamás los había visto, se clavaron en los suyos, musgo fresco de primavera, con certeza. Cassiopea volvió a sentir el hilo invisible que la empujaba hacia Will sin remedio, pero resistió.
—Ilumíname, por favor —pidió Will burlonamente, su voz un mero murmullo dedicado a ella.
Cassiopea pensó. Aunque su cercanía a Will empezara a nublarle el poco juicio que había reunido en aquellos días, empujó sus sentimientos a un lado y no apartó la vista de sus ojos. Will seguía mirándola, decidido a no apartar la mirada tampoco.
El cambio se había producido paulatinamente, en algún momento de la conversación. Al principio Will se había mostrado como de costumbre, pero entonces, lentamente, su rostro se había ensombrecido así como su tono de voz se había vuelto más pasivo agresivo, a la defensiva y derrochando sarcasmo como una víbora que escupe veneno. Pero, ¿en qué momento...?
No. No sarcasmo. Celos.
Cassiopea contuvo una exclamación, tapándose la boca con una de sus manos y mirando a Will con los ojos bien abiertos. El chico imitó su expresión lentamente, dándose cuenta de que Cassy había sido capaz de atar los cabos sueltos, de que sabía la verdad. La misma verdad que él no estaba seguro de que fuera del todo cierta, pero que tenía la certeza de que era lo único estable en su vida en aquellos instantes.
Lo único estable además de la chica frente a él.
—Tú... —La voz de Cassy sonó temblorosa, casi quebrada—. Amas a Tessa.
¡Hola!
Me disculpo profundamente por haber tardado tantos meses en actualizar. Lo bueno es que las clases ya se me han acabado y la eterna incertidumbre que me acorcome ahora, es la de encontrar un trabajo para el verano. Recemos para que alguien se apiade de mí y me contrate.
¿Qué os ha parecido? Hemos visto la dinámica entre Gaspar y Cassy y que esta última parece estar dándose cuenta de que... ¡Empieza a sentir algo por Will! Dato curioso random: Gaspar entiende "matar" y no "besar" porque al hablar en inglés, las pronunciaciones de "kill" y "kiss" se le hacen similares y las confunde, de ahí el diálogo.
Nuestros chicos se van a Yorkshire a visitar al viejito Starkweather con nuevas tapaderas (o eso parece). ¿Quién esperaba que Jem planteara que Cassy se hiciera pasar por la prometida de Will? *Levanta la mano y la vuelve a bajar porque se da cuenta de que es la escritora*. Sí, yo también lo había pensado, pero entonces Aloysius seguiría teniendo razones para odiar a Cassy por ser una Fairchild, así que me parecía más conveniente que se hiciera pasar por un Verlac que ha rechazado el apellido de su padre. Finalmente, ha habido otro momento Wassy/Fairondale, grito porque lo he vuelto a cortar, pero... ay, el drama. Esta vez no hay explicación del título porque considero que habla por sí solo.
Espero que os haya gustado, aunque no sepáis (ni yo tampoco), cuando voy a volver a actualizar. Muchas gracias por seguir leyendo, votar y comentar, really. ❤
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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