Capítulo 17. Vinculación
Casa de Magnus Bane, Londres; 1878
Magnus Bane se preguntó qué atrocidad había cometido en otra vida como para tener a dos huéspedes inesperados en su hogar. Ninguna, se dijo, o quizá demasiadas como para poder recordarlas. Por supuesto, él no había tenido más vidas que aquella, longeva y caprichosa. Aun así, recorrió con sus felinos ojos la sala de estar mientras una de sus manos jugueteaba con el la manga ribeteada de su batín. No era como si le molestaran las visitas, pero siempre había preferido que fueran..., anunciadas.
Siguió preguntándose cómo había acabado con dos Cazadores de Sombras en su casa.
Apoyado contra la pared de su izquierda, William Herondale jugueteaba con una pequeña daga que balanceaba en el aire con rostro inquebrantable. Su mirada, lejos de estar posada en el arma, se encontraba clavada en la figura femenina que yacía en el sillón más próximo a la chimenea. Magnus inclinó la cabeza inconscientemente, curioso como un gato. No tenía que conocer a ambos cazadores como para no notar la tensión que había entre ambos. Era curioso, pensó, la forma en la que ellos mismos no se daban cuenta.
Debía actuar rápido antes de que su hogar se convirtiera en un campo de batalla, y él había visto demasiadas como para saber que el desenlace solo podría acabar de dos maneras: con un vencedor o una masacre en ambos lados.
Se acercó, sin poder evitar pavonearse levemente delante de sus invitados. Los ojos verdes y grisáceos de Cassiopea Fairchild lo siguieron al instante. Magnus pensó que su mirada se parecía demasiado a la de un gato siguiendo a su presa con la mirada. Se compadeció. Parecía ajena al hecho de que él era un halcón.
Nefilim, tan vanidosos y prepotentes como ellos solos.
—Siempre he amado las visitas —empezó, sentándose en el sillón opuesto a la joven dama—, pero solo cuando eran..., planeadas, digamos. ¿Té?
Cassiopea asintió educadamente, y el brujo chasqueó los dedos al instante. La tetera encima de la mesilla de mármol a su derecha empezó a silbar a los pocos segundos y Magnus la elevó en el aire con un gesto desinteresado de su mano. La tetera volcó el té hirviendo en una taza de porcelana y el aroma de Earl Gray inundó la estancia.
—¿Azúcar?
—Dos terrones, por favor.
—Oh, una dama dulce, entonces.
—Basta ya —interrumpió William, precipitándose hacia ellos. Magnus se reclinó en su sillón por inercia. Había lidiado lo suficiente con William Herondale como para saber lo volátil que podía ser su actitud a veces.
Cassiopea, sin embargo, permaneció en su sitio sin inmutarse, desafiándolo silenciosamente con la mirada. Magnus los observó desviando su mirada de uno a otro intermitentemente.
—¿Deseas tú también un poco de té, Willy? —preguntó Cassy con falsa cortesía. Magnus volvió a maravillarse, pero decidió intervenir antes de que William abriera fuego contra la joven.
—Empezaré diciendo que me resultaría agradable saber qué hacéis los dos aquí —expresó. Will se giró hacia él.
—Tú nos invitaste a venir —dijo simplemente.
Tal parecía que el sarcasmo y la costumbre de responder burlonamente eran rasgos que ambos cazadores de sombras compartían.
—Os invité para evitar escándalos y oídos indeseados en la taberna, no te equivoques, William —dijo el brujo, cruzando una pierna por encima de la otra y reclinándose todavía más—. Aunque quizá he planteado mal mi pregunta. Mis disculpas. Quiero saber qué hacíais los dos ahí, si solo dos individuos habían acordado citarse en la taberna —Sus ojos se desviaron a Cassiopea con intensidad—, y no tres.
Pero Cassy no se inmutó lo más mínimo, sino que le devolvió la mirada. Sus ojos brillaron con un deje, quizá, demasiado astuto.
—¿Y por qué razón os habíais citado en primer lugar? —contraatacó ella.
Magnus no se molestó en mirar a Will. Sabía que sus fieros ojos azules lo miraban con intensidad, y tras aquella intensidad, una súplica silenciosa. El brujo se recostó en la butaca y entrelazo las manos. Así que la joven no sabía nada sobre por qué Will se citaba con él; no le sorprendió. Aquel secreto en el que ambos trabajaban era un misterio para el Parabatai del joven Herondale. ¿Qué le había hecho pensar, por un instante, que aquella muchacha podría saber algo?
—Eso, me temo, es terminantemente confidencial entre el Señor Herondale y yo —respondió—. Te animo a que ahora respondas a la pregunta sin la necesidad de contestar con otra. Todo se hace un poco tedioso después, ¿no crees? A nadie le gusta aburrirse. Mucho menos a mí.
La joven enderezó la espalda de repente y su ceño se frunció con ligereza. Magnus encaró una ceja, aguardando.
—Soy Cassiopea Fairchild, hermana de la Directora del Instituto de Londres. No tenía planeado hablar con usted ni conocerle, Señor Bane, pero eso no me disuadirá de aprovechar la ocasión. Querría hacerle unas preguntas.
Directa, sin titubeos o tartamudeos. Magnus no se molestó en decirle que ya sabía quién era. Bueno, lo había sabido por el nombre, no porque la hubiera visto con anterioridad. Una mirada furtiva a Will le confirmó que tampoco debía mencionar aquello. ¿Cuántos secretos podía ocultar alguien antes de que estos empezaran a engullirlo? Tarde o temprano, lo único que restaría de William Herondale serían unos bonitos rizos sobresaliendo del suelo.
—Adelante —invitó—. Admito que has llamado mi atención. No todos los días un cazador de sombras te trata de usted y te llama «señor». El respeto es muy agradecido, te lo aseguro.
Cassiopea se permitió alisar la falda de su vestido de tarde antes de entrelazar las manos sobre su regazo. Magnus siguió cada movimiento, una pequeña sonrisa tironeando de sus labios. No le hacía falta conocer a la muchacha para saber que era una completa devota de la moda y las buenas maneras.
La joven escrudiñó con la mirada a Magnus, algo hartamente valiente, porque él le devolvió la mirada con la misma intensidad. Will los observó en silencio alternativamente, preguntándose qué estaría pasando por la mente de ambos durante el intercambio. Finalmente, cuando la muchacha habló, lo hizo con una voz que no dejaba lugar a bromas o cuestionamientos.
—Lo que estoy a punto de confiarle, Señor Bane, es información que nadie salvo los habitantes del Instituto de Londres y mis más allegados saben. ¿Jura que no dirá absolutamente nada sobre lo que se hable aquí a continuación, excepto si es conmigo o con otro Cazador de Sombras que habite el Instituto?
Al principio, Magnus permaneció quieto y callado. Sus ojos dorados y verdosos se habían desplazado hasta la alfombra y, por lo que parecía, resultaba reacio a apartar la mirada de ahí. Sin embargo, pronto volvió a mirar a Cassiopea y asentir.
—Lo juro, aunque deberías saber que la información que compartas, debería escucharla quizá al Gran Brujo, y no yo.
—Confío en ti —dijo Cassiopea, pillándolo desprevenido—. Will confía en ti, y eso dice mucho del tipo de brujo que eres, Magnus. Ahora bien, ¿qué sabes sobre las desapariciones de subterráneos en Inglaterra durante las últimas semanas?
—Siendo honesto, es la primera noticia que tengo sobre ello. ¿Ha ocurrido algo?
—Hace unas semanas, Señor Bane, tres de mis compañeros y yo descubrimos que los licántropos de Oldstead habían sido abordados. Como probablemente sabe, comercian con cobre y otros materiales de gran valor. Sin embargo, grandes cargamentos de cobre fueron robados.
—¿Quién podría desear semejante metal? Entendería que el oro o la plata fueran robados, pero el cobre es un material cuyo valor en el mercado es demasiado bajo para llamar la atención.
—¿De verdad no se te ocurre nadie? —insistió Cassy.
—El Magíster, Magnus —esclareció Will—. Para sus autómatas.
—El cobre resulta un material preciado para él gracias a su habilidad conductora de electricidad —siguió Cassy—. Mi teoría es que Mortmain robó el cobre para fabricar cables conductores para sus autómatas. La industrialización no ha hecho más que facilitarle las cosas, me temo.
—¿Existe alguna clase de vínculo entre los supuestos subterráneos desaparecidos y ese cobre? —preguntó el brujo, acercándose hasta estar sentado en el borde de su sillón. La curiosidad y la intriga latían bajo su piel. Cassiopea asintió.
—Me temo que el día que se celebró la reunión del Enclave, mi amigo Brior Blackthorn y yo fuimos asaltados en nuestro mismo carruaje: un demonio y un licántropo habían establecido una especie de alianza. Lo preocupante, dejando de lado eso, es lo que admitiré a continuación, Señor Bane: el licántropo resultó ser un autómata.
—Espere —demandó Magnus, frunciendo el ceño—. ¿Un licántropo convertido en autómata? ¿Está completamente segura, Señorita Fairchild? Algo así podría alterar a todo el Submundo, no debería tratarse a la ligera.
—Y no pretendo hacerlo ni dejar que se haga —respondió Cassy—. El Magíster ya no solo está desafiando a los Cazadores de Sombras, Señor Bane, sino también a los Subterráneos, y eso es algo que no podemos permitir ni tolerar.
La determinación en su tono provoco que Magnus la mirara con renovada atención, una más hambrienta por la curiosidad que la anterior. En la mente del brujo no había más sitio que para la sorpresa. El trato de los Nefilim a los Subterráneos no era ningún secreto para nadie con los conocimientos suficientes. Durante siglos, Magnus había observado como los suyos eran sublevados y subyugados, reprimidos e insultados; masacrados, incluso.
Los sere humanos se habían esclavizado los unos a los otros, habían destruido culturas enteras por el beneficio de otras mayores y se habían sumergido en algunas de las peores guerras que la historia jamás había visto. La lucha entre Subterráneos y Cazadores de Sombras no distaba mucho de aquello; persistía igual que todas aquellas cosas viles y malvadas que todavía campaban por el mundo a sus anchas.
A pesar de lo que había visto y vivido, Magnus no pudo evitar sentirse sorprendido, pues aunque había visto a poetas y científicos intentar abrirse paso entre las intricadas raíces de la sociedad, buscando la reivindicación y la revolución, hablando con la voz de la igualdad de vez en cuando, nunca había encontrado esos deseos en un portador de la sangre de los Ángeles.
Magnus llevaba más tiempo del que quizá le gustara admitir tratando con ellos, con aquellos individuos de ascendencia angelical que se creían superiores a todos por su derecho de nacimiento. Y aun así, jamás se había topado con uno que se preocupara genuinamente por los Subterráneos y los tratara con respeto. Ahora, sin embargo, quizá había encontrado al primero.
Cassiopea seguía totalmente impasible en su sitio, y Magnus reconoció que su confianza y seguridad estaban tan arraigadas en sí misma, que no había razón alguna para que estuviera mintiendo. No, la mentira era algo que Cassiopea Fairchild no necesitaba, podía verlo.
—Si me lo permite, Señorita Fairchild, ¿cuáles son sus intereses en los Subterráneos? Un Cazador de Sombras nunca ha mostrado preocupación alguna por ellos, al menos si no podían obtener algo a cambio. ¿Qué desea usted de ellos?
—Señor Bane —dijo ella—, soy muy consciente de las diferencias que separan nuestras especies. No obstante, siempre me ha sido dicho que los Cazadores eran los protectores del Submundo, no sus reyes. Con el paso del tiempo, los míos y sus intenciones se han visto corrompidos con la misma radicalidad y facilidad que la Iglesia. Pero déjeme decirle algo: yo no soy como ellos.
—Se plantea usted a sí misma como una heroína, una mesías. Aquí inter nos, mi querida Señorita Fairchild: vosotros los Nefilim poseéis el mismo espíritu dramático que el pobre Shakespeare. Una adicción que si bien respeto, no estoy seguro de compartir, aunque me proclamo como un gran amante de las obras de teatro. Respeto su causa, también, palabras nobles viniendo de una Cazadora, y no se lo tome a mal, pero son tan idílicas que resultan ingenuas. Me temo que pasarán muchos siglos antes de que sus pensamientos sean compartidos. Quiere defender a los Subterráneos y le preocupa que hayan experimentado con un hombre lobo, de acuerdo. ¿En qué se relaciona eso con mi persona?
—Deseo su ayuda —admitió Cassiopea, y los colores parecieron tintar sus mejillas, un tanto avergonzada. Magnus volvió a reclinarse—. Puedo pagarle, y lo haré, por supuesto.
—¿Quién soy yo, tristemente, para rechazar el dinero por mis servicios? Continúe.
—Quiero que convenza a los Subterráneos de que se unan a nuestra causa.
—¿La igualdad? —Magnus alzó ambas cejas, con sus ojos de gato resplandeciendo en una broma inocente. Cassiopea se mordió el interior de la mejilla para reprimir una sonrisa.
—Que se unan a nosotros para detener a Mortmain. Ahora todos estamos involucrados.
—Corrección: los hombres lobo lo están. ¿Cómo pretende que convenza a los Hijos de la Noche, los seelies y los unseelies?
—Mortmain no repara en daños —dijo Will de repente—, ni en quién dañe siempre que pueda hacerlo y salir impugne de ello después. Los Nefilim y los hombres lobo han sido atacados. Nadie estará a salvo.
Tanto Cassiopea como Magnus se giraron para mirarlo, pero Will no les devolvió la mirada. Sus ojos azules se centraban en lo que yacía al otro lado de la ventana, bajo la luz mortecina de las farolas.
—¡Ah, Will! —exclamó Magnus—. Había olvidado que seguías aquí. Tan silencioso como un ratón de biblioteca.
Por supuesto, el brujo de ojos dorados no tenía ni la más remota idea de la repercusión que tendrían sus palabras en sus dos acompañantes. Will se giró para mirarlos, y casi automáticamente, sus ojos y los de Cassiopea se encontraron. Casi tan rápido como había sucedido, ambos apartaron la vista y miraron en otra dirección. Cassy maldijo por lo bajo antes de rascarse uno de los brazos, y Will se paseó una mano por los rebeldes rizos negros.
—Convencer a Camille Belcourt no será una tarea ardua —comentó Magnus tiempo después.
—¿Debido a qué? —inquirió Cassiopea. William se apartó de la ventana y acomodó distraídamente su chaqueta.
—Digamos que no sería la primera vez que ayudara a los Nefilim —respondió Magnus—. No será difícil convencerla de que vuelva a participar, en especial si involucra a los hombres lobo. Podríamos fácilmente apelar a su simpatía. Para los demás..., veré qué puedo hacer, pero no haré promesas vanas.
—¿Nos ayudarás, pues?
—Sí —contestó el brujo con un mero aspaviento, restándole importancia—, pero deberás saber que pese a mis esfuerzos, cabe la posibilidad de que no todos, o incluso ninguno de ellos, decida ayudarte. Sería conveniente que buscaras y recolectaras pruebas factibles de lo que dices, solo para que tuvieran algo de lo que fiarse, un seguro.
—Por supuesto —dijo Cassy—. No espero que se pongan en peligro a sí mismos o a los suyos en vano, sin tener algo a lo que aferrarse. Me aseguraré de ello —Sonrió. Magnus le devolvió una cansada sonrisa en respuesta.
La muchacha se sintió culpable al causarle más inconvenientes al brujo. Sin embargo, en vista de que el Instituto de Londres había quedado desprovista de la ayuda del Enclave o la Clave para encontrar a Mortmain, debían buscar aliados en otra parte. Cassiopea había pensado en Magnus en el preciso instante en el que lo había visto en la taberna, si podían contar con su ayuda y además, conseguía convencer a los líderes Subterráneos de que se unieran a su causa, Mortmain no tendría oportunidad alguna contra ellos.
—Así lo haré yo también. Ahora, creo que ha llegado la hora de que partáis. Aprecio la compañía, pero después de semejante revelación de información, comprenderéis que estoy exhausto, así como vosotros. ¡Archer, sus abrigos!
Cassiopea observó como el sirviente aparecía, casi deslizándose por el suelo con su peculiar caminar. De no haber sabido que se trataba de un mundano, Cassiopea hubiera pensado que era un fantasma. Los cabellos plomizos y apelmazados de Archer junto a su palidez y delgadez, fácilmente podrían haberlo hecho pasar por un ente. Sin embargo, sabía que en realidad, aquel mundano era un subyugado, alguien que había decidido deliberadamente prestarle sus servicios a un vampiro a cambio de pequeñas transfusiones de sangre que, llegado el momento, asegurarían su transición final.
—Mi Señor —elaboró el mundano, antes de desaparecer en dirección al guardarropa de la entrada.
Cassiopea se contentó con levantarse de su asiento y alisar una vez más las faldas de su vestido. Una mirada de sospecha cubrió sus ojos cuando volvió la vista hacia Magnus.
—¿Por qué tiene un sirviente subyugado, Señor Bane? —preguntó unos segundos más tarde. La pregunta, si tomó por sorpresa al brujo, no lo pareció.
—No es mío —respondió. Con parsimonia, se sirvió una segunda taza de té—. Le pertenece a Lady Belcourt.
Magnus no quiso añadir nada más a aquella afirmación, y Cassiopea comprendió que no debía inmiscuirse en asuntos que no la concernieran o importaran en lo más mínimo. Por el rabillo del ojo, observó a Will dirigirse a la entrada de la casa mientras recolocaba su frac. La joven soltó un suspiro tembloroso, volviendo la vista una vez más hacia Magnus. Con cuidado, se acercó a él con el silencioso paso de un gato, pero el gesto no pasó desapercibido para el brujo.
—Señor Bane —esbozó en voz baja—, siento molestarle una vez más, pero será la última vez, lo prometo. Tengo otra pregunta.
—Señorita Fairchild, no haga promesas que sabe que no va a poder cumplir. Ambos sabemos que no será la última vez que me pregunte algo. Ahora, hable. Siento curiosidad por saber por qué razón ha esperado a que el Señor Herondale desaparezca por el marco de la puerta.
Una vez más, los colores se extendieron por las mejillas de Cassiopea.
—Quizá, porque la pregunta que deseo hacerle concierne a Will —dijo ella—. Quería saber qué asuntos debían tratar ambos para que se citaran en la taberna, si no estoy sobrepasándome.
Había cuestiones que escapaban a la comprensión de Cassiopea, y esperaba que Magnus pudiera tener las respuestas que tanto ansiaba. Deseaba que el brujo pudiera responder los acertijos que se le habían planteado a la joven durante años, acertijos que se habían intrincado los unos con los otros tan profundamente que los nudos se habían vuelto complejos, casi indestructibles. Sin embargo, tal parecía que las manos de Cassy habían quedado atrapadas entre aquellos nudos, pues no importarían cuántos años pasaran, sus manos no quedarían desatadas.
Magnus le dirigió una larga mirada que hizo que apartara la vista de él. Cassiopea se mordió el interior de la mejilla y procedió a rascar uno de sus brazos con insistencia. Quizá no debería haber preguntado; había sido un craso error. ¿De verdad Cassy podría confiar ahora en él, en que no le diría nada a Will? ¿Qué no le diría que ella había preguntado por él? Su corazón latió desbocado en el interior de su pecho, y en el bolsillo de su vestido, sintió un calor abrasador atravesando la tela hasta su piel.
—Desgraciadamente —comentó Magnus, dirigiéndole una mirada lastimera—, lo está. Los asuntos que trate con el Señor Herondale no son cosa suya, Cassiopea, o al menos, no me corresponde a mí desvelarlos. Quizá Will esté dispuesto a decírselos, pero es una tarea que no tomaré. Aunque —añadió, sus labios curvándose en una sonrisa pícara—, algo me dice que incluso usted sola podría descubrir de qué se tratan. Esa curiosidad suya es magnífica, pero le advierto, también podría resultar fatídica. Buenas noches, Señorita Fairchild.
—Buenas noches, Señor Bane.
No era ningún secreto para Cassiopea que su curiosidad podría resultar siendo fatídica para ella, al fin y al cabo, cuando concernía a William Herondale, parecía que el destino tornaba en su contra.
La noche se había cernido sobre Londres más temprano de lo que cualquiera hubiera previsto. El pavimento, cubierto ya por la humedad de la oscuridad, era apenas iluminado por las farolas de gas que pendían de sus postes sobre sus cabezas a ambos lados del camino. De vez en cuando, el frío viento nocturno portaba consigo los sonidos distantes de un borracho saliendo atropelladamente de una taberna, o de una dama de compañía que dejaba escapar una risilla; los cascos del caballo de un cabriolé tardío o los pasos de las cuñas de un hombre que volvía a su hogar después de una larga jornada.
Quedaba todavía un largo y tortuoso recorrido hasta que llegaran al Instituto, pero tanto Cassiopea como William permanecieron en completo silencio durante el proceso, ambos haciendo pocos esfuerzos por entablar una conversación. A pesar de todo, Cassiopea quiso hablar con él, pero no supo cómo. Las veces que habían intercambiado palabra siempre había sido para insultarse o dirigirse comentarios poco agradables; jamás habían tenido una conversación civilizada, y aquella no sería la primera vez. Sin embargo, debía preguntarle tal y como le había sugerido Magnus.
Will caminaba delante de ella, sin dirigirle la mirada. Cassiopea sospechaba que se contentaba con escuchar el repiqueteo de sus zapatos de tacón tras él, a sabiendas de que ella lo seguía. Pero para Cassy, aquello no era suficiente. Incrementó su paso, buscando aproximarse más a él, y al escucharla, Will volteó la cabeza por encima del hombro con una ceja alzada.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó un segundo más tarde.
—Ponerme a tu altura —respondió ella.
—Yo considero que estás muy bien ahí atrás. No es como si pudieras quejarte de las vistas —dijo, observándose a sí mismo.
—A pesar de tus esfuerzos para que observe tu trasero, Willy, me gustaría caminar a tu lado para poder hablar.
—Ah —soltó. Will zambulló las manos en los bolsillos de sus pantalones—. Qué lástima. No tengo intención de hablar contigo.
—Lo estás haciendo en este preciso instante.
—Es imposible ignorar el insufrible sonido que producen tus cuerdas vocales, querida Ío.
—Y a pesar de todo, eso no implica que debas responderme; sin embargo, aquí estás.
Cassiopea lo miró una vez consiguió ponerse a su altura. Debía mantener la cabeza vuelta ligeramente hacia arriba, pues Will superaba su estatura con creces. Por unos instantes, se permitió admirar la forma de su mandíbula varonil bajo la luz de las farolas, o la sombra que proyectaban sus cejas sobre sus ojos azules; azules y largos, bellamente atormentados.
—Intercambiaba meras palabras conmigo mismo, debes haberte confundido —esbozó el joven—. Hablar solo demuestra la supremacía de mi inteligencia por encima de la tuya.
—Eso quiere decir que ahora acabas de insultarte a ti mismo. Quién iba a decir que el egocéntrico William Herondale iba a ser capaz de cometer semejante falta hacia su persona. ¿Tu ego ha resultado muy herido después de eso?
Will chasqueó la lengua.
—Mi ego está perfectamente, gracias. Ahora sí hablaba contigo.
—Entonces, ya que te estabas dirigiendo a mí, nuestra conversación puede dar comienzo. ¿Por qué ibas a reunirte con Magnus Bane? ¿Lo sabe Charlotte? ¿Jem?
Cassiopea se sobresaltó cuando sintió la mano de Will agarrando su brazo y girándola hacia él para enfrentarle. El movimiento había sido tan brusco y rápido que ambos chocaron contra el otro antes de que Cassy se soltara y diera un paso atrás. Will volvió a acercarse, pero ella se negó a alejarse de nuevo. El joven inclinó la cabeza hacia ella para mirarla.
—¿Podrías dejar de inmiscuirte en mis asuntos? Permíteme ser el primero en decirte que tienes una muy mala costumbre.
—Entonces responde a mi pregunta —Cassiopea se las ingenió para que su voz no sonara nerviosa, a pesar de que la cercanía de Will empezaba a hacer estragos en su sistema.
—¿Por qué debería? —inquirió él.
En vista de que Will no daría su brazo a torcer tan fácilmente, la desesperación de Cassiopea fue en incremento. Ella misma se hizo la misma pregunta. ¿Por qué debería él decirle la razón de su citación con Magnus? ¿Qué pretendía descubrir, sonsacarle con ello? Quizá pretendía buscar un vínculo, algo que los uniera a ambos, incluso un trato; un trueque, ¿pero qué podría necesitar un brujo de un cazador de sombras? No, no había nada que Will pudiera ofrecerle a Magnus. Los subterráneos habían subsistido durante generaciones sin los cazadores de sombras. Entonces, debía ser algo que Will necesitara de Magnus, ¿pero el qué?
—Porque tramas algo —dijo ella al fin, fijando su vista en la suya—. Tienes algo entre manos y necesitas a Magnus, así como yo lo necesito para unir a los subterráneos a nuestra causa contra Mortmain. Pero sospecho que eso no es lo que te une a él, Will.
El joven Herondale no dejó que sus palabras lo afectaran, o al menos, aparentó que no lo habían hecho. Pero Cassiopea había aprendido con los años a ver más allá de su fachada, de la pétrea máscara que cubría sus facciones cada vez que se tocaba un tema delicado. Eso era, algo delicado, algo que Will debía tratar con cuidado, algo con lo que necesitaba ayuda, ¿pero el qué? ¿Y por qué debía recurrir a Magnus y no a los integrantes del Instituto?
—¿Qué es? —volvió a preguntar. Su voz se volvió más suave y baja—. ¿Qué es lo que necesitas de Magnus Bane que no podamos darte nosotros, Will? Que no pueda darte Jem, o Charlotte..., o yo.
Había una neblina en los ojos azules de Will. Se habían nublado, pero no con ira o rabia por su pregunta, como Cassiopea hubiera esperado. Se habían nublado con un sentimiento de profundo pesar, de una tristeza tan poderosa que la máscara de piedra cayó al pavimento y se rompió en mil pedazos. Cassiopea inclinó la cabeza más todavía a pesar del dolor de su cuello cuando dio un paso más hacia delante. El espacio entre su cuerpo y el de Will era casi inexistente. Podía sentir perfectamente el calor que irradiaba su cuerpo a través de la tela. Su corazón se aceleró todavía más y sintió la boca seca.
—Quiero curar a Jem —susurró Will tras unos minutos de pausa. Sus ojos no se despegaron en ningún momento de los de Cassiopea—. Quiero curarle para que no muera, pero no podéis ayudarme.
—¿Por qué ahora? Jem lleva muchos años muriendo, Will, todos lo sabemos.
—Porque ahora tiene una razón más allá de mí, por muy egoísta que eso suene, para seguir vivo —murmuró. Su respiración acarició el rostro de Cassiopea y ella entrecerró los ojos. ¿Cuándo habían empezado a acercarse sus rostros?
—¿Cuál?
—Amor.
Era un hechizo, una ilusión, un sueño. Los escalofríos envolvieron a Cassiopea como torrentes de electricidad recorriendo su sistema motor. Sentía el pecho ardiendo, las manos, las piernas, el vientre. Todo ella estaba en llamas y solo faltaría un detonante para que estallara. Su pecho subía y bajaba, y con cada inhalación, más se intoxicaba del aroma de Will, de la esencia que lo envolvía y que había empezado a resultarle imposible no respirar.
—¿Por qué buscas a Magnus entonces? —exhaló. Se sentía terriblemente aturdida.
Una mano rozó distraídamente su cintura. Errática, su mente quedó embotada y sus ojos dejaron los de Will para desviarse hacia abajo. Instintivamente, se relamió los labios, solo para ver cómo Will hacía lo mismo.
Y entonces, el hechizo quedó roto cuando él dijo lo siguiente:
—Para romper mi maldición.
—¿Qué? —Cassiopea se apartó y frunció el ceño. No le pasó desapercibida la forma en la que la mano de Will cayó de nuevo a su lado, pero no dijo nada—. ¿Maldición?
—Venga, Ío, eres más inteligente que eso. Sabes perfectamente de qué hablo. Leíste aquella carta hace años.
Parecía extrañamente tranquilo, y aquello no hizo sino alterar más a Cassy.
—¿Pero en qué se relaciona eso con Jem y su adicción, Will?
—Si rompo mi maldición, libraré a Jem de ella, y entonces él podrá ser feliz.
—¿Ser feliz? —No comprendía nada. Por mucho que lo intentara, Cassy era incapaz de establecer las conexiones—. Jem ya es feliz, Will.
—¡No, no lo es! —explotó él. Se apartó más de ella y dio una vuelta sobre sí mismo, sulfurado—. ¡No lo es! Pero podría serlo, podría serlo de verdad, Cassy. ¿No lo entiendes? Mi maldición condena a aquellos a quienes amo. Amo a Jem y... —Calló.
Un escalofrío recorrió a Cassy. Pasó saliva y dio un paso en su dirección.
—¿Qué más, Will?
Cuando volvió a hablar, la voz de él sonó derrotada.
—Nada —dijo—. Jem ama a Tessa y ella lo ama a él, pero yo solo soy un impedimento más para que sean felices.
—Si rompes la maldición —dedujo ella—, entonces estarán a salvo. Y podrás buscar una cura para Jem. Pero has olvidado que no hay cura, Will. La adicción está demasiado arraigada en Jem como para que sea reversible. No hay tiempo.
—Entonces le conseguiré todos los cargamentos de Yin Fen que queden en este mundo —soltó él, rotundo—, todos los que sean necesarios para asegurarle una larga vida junto a la mujer que ama.
Por primera vez desde que lo había conocido, Cassy vio una faceta de Will que nunca antes había visto. Una que había sospechado que vivía en las profundidades de su ser, pero que jamás había salido a la luz en su presencia o en la de algún otro. Quizá Jem hubiera sido testigo, a su manera, pero nadie más. Nadie más, hasta que ella había llegado. Vio el miedo y la desesperación, la preocupación y la profunda adoración que Will le profesaba a Jem.
Cassy dejó escapar un suspiro tembloroso.
—Te ayudaré —dictaminó.
—No.
Ella le dirigió una dura mirada.
—No estaba preguntando por tu permiso. Te ayudaré con lo que haga falta y no vas a disuadirme. Es mi última palabra.
Mientras ella se alejaba tras alisar las faldas de su vestido, Will maldijo una vez más y se pasó las manos por los rizos salvajes de su cabello. ¿Qué había estado a punto de hacer antes de que hablara sobre su maldición? Su mano derecha viajó hasta su pecho y estrujó la tela en un puño mientras su otra mano tapaba su boca.
No podía poner en peligro a nadie más.
¡Hola!
No me matéis porque hemos tenido el CASI primer momento entre Cassy y Will.
Ahora sí, en este capítulo hemos visto la primera interacción entre Magnus y Cassy, ¿creéis que se llevarán bien? ¿Qué opináis del plan de Cassy? ¿Conseguirán unir a Cazadores de Somrbas y Subterráneos? ¿Y de que Cassy se haya propuesto ayudar a Will? ¿Qué habéis pensado de su Casi momento y de la conversación que han mantenido? ¿Qué creéis que pasará?
Explicación del título VINCULACIÓN: Hace alusión al vínculo entre Magnus y Will (romper su maldición), y el posible vínculo que se formará entre Magnus y Cassy para intentar unir a los Subterráneos a la causa de acabar con Mortmain.
Espero que os haya gustado, muchísimas gracias por leer. Voy a haceros un poco de spam y deciros que en mi cuenta de instagram (keyra_shadow), suelo subir contenido de todas mis historias, incluida Clockwork Rose, y que también podréis encontrar sneek-peaks de los capítulos a medida que los escribo y los gráficos que hago (incluidos los de los futuros libros de la saga de Clockwork, The Lost Souls). Son adelantos y vistazos que no encontraréis en ninguna otra parte. Perdonad por este momento de spam. XD
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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