Capítulo 10. A prueba de fuego
23 de diciembre de 1873, Instituto de Londres
Si bien la iluminación en el pasillo era escasa, en el interior de la biblioteca era prácticamente inexistente. Las ventanas, aunque abiertas, dejaban ver muy poco de las últimas luces de la tarde, y el cielo, claro, empezaba a oscurecerse bajo el manto zafiro y negruzco de la noche. El viento arrulló suavemente envolviendo las cortinas, que se alzaron y revolotearon por unos segundos antes de caer, inanimadas una vez más. Las páginas dispersas en el suelo temblaron, y una silueta delante de la ventana principal, aquella que quedaba justo delante de la puerta, quedó petrificada.
Cassiopea apenas podía distinguir los interiores de la biblioteca, pero sus sentidos, amplificados con dos runas que dibujó rápidamente sobre su piel, le permitieron apreciar la silueta delante de la ventana mucho mejor.
Sin duda alguna, se trataba de Will. Su rostro denotaba cansancio y estaba desfigurado a medio camino entre la ira y la sorpresa, con las cejas negras rozando los límites de su cabello largo. Las pestañas largas y de ébano ocultando el azul de sus ojos, más atormentados de lo que jamás los había visto.
—¿Ío? —pregunto él en voz alta.
El corazón de Cassiopea quedó atolondrado después de una dolorosa sacudida. La voz de Will, aunque había hecho un esfuerzo magnánimo para ocultarlo, había sonado débil, casi rota. Cassy no supo qué había causado que estuviera en aquellas condiciones, que se encontrara aislado, preso de la oscuridad en la sala con la sola presencia de la luna y las titilantes estrellas. Pero lo que sí supo, fue que lo que nació en lo más profundo de su pecho fue el sentimiento más sincero que había experimentado en toda su vida: el de querer atesorarlo, protegerlo de todo mal, de todo cuanto pudiera hacerle daño, y eliminar a todo y todos quienes lo hicieran.
La preocupación que sintió le hizo reaccionar en un abrir y cerrar de ojos. Bastaron cinco segundos para que sus botas resonaran por el suelo a toda prisa. Cinco segundos para que sintiera una calidez que no era la de su propio cuerpo, y cinco segundos para que se fiera cuenta de lo que había hecho en realidad.
Sus brazos se envolvían alrededor de la cintura de Will, y su cabeza restó sobre el hombro de él unos segundos antes de sentir unas mano apartándola suavemente. Cassiopea parpadeó, sintiendo un rubor florecer en sus mejillas.
Will jamás había sido tan considerado con ella, a excepción, quizá, de la vez que había sucumbido a la fiebre porno repasarse las runas de Fuerza. La inquietud que Cassy experimentaba no hizo sino aumentar.
—Will, ¿qué ocurre? —elaboró a duras penas.
Y él, como si hubiera despertado de una ensoñación, se apartó de golpe.
—¿Qué haces aquí? —cortó él, tajante. Cassy frunció el ceño.
—He venido a buscarte —admitió.
—¿Por qué?
Pero Cassiopea no sabia cómo responder a su pregunta. Su boca se abrió, pero ningún sonido salió de ella. Le habían robado las palabras, cerrado sus pulmones y vuelto a sellas sus labios. Se había quedado sin palabras, su raciocinio olvidado en alguna remota parte de su mente.
Por unos instantes, lo único que pudo ser capaz de procesar fueron los ojos de William. Tan azules como recordaba; mares tempestuosos y embravecidos del azul más fiero que había visto jamás. Ojos azules, azules y largos, bellamente atormentados.
Pero entonces, algo más. Un atisbo de desesperación, de urgencia contenida que batallaba por salir a la superficie. Dardos azules que iban de Cassy a la chimenea, de la chimenea a los libros desperdigados por el suelo, y de vuelta a Cassy. Lo observó con más detalle. Will permanecía completamente estático sobre sus pies, demasiado quieto como para no alarmarla. No era que Will fuera un alma inquieta como ella misma, sino que, más bien, no era normal en él estar con una postura tan recta y tiesa, en constante e incesante tensión.
A continuación, Cassy observó el suelo y la chimenea con más detalle. Si bien era cierto que habían páginas rotas de los libros, cuales hojas muertas en el suelo otoñal. Otras estaban escritas a mano con una caligrafía premeditada, como si hubieran tomado mucho tiempo y dedicación para plasmar el contenido en el papel.
En la chimenea, además, las mismas cartas ardían sin descanso, inundando la estancia del olor quemado del papel mezclado con la ceniza y el humo. Will pareció percibir la dirección en la que los ojos de la muchacha miraban, pues su propio cuerpo pareció tensarse aún más.
—¿Estás quemando cartas? —preguntó Cassy, sin pretenderlo, evadiendo la pregunta de Will—. ¿Por qué quemas cartas?
De repente, se sentía como una niña pequeña de nuevo, demasiado curiosa por su propio bien. William pasó saliva antes de decir:
—No es nada por lo que debas preocuparte —atajó. Cassiopea frunció el ceño.
—Pero también has destrozado muchos libros, más de lo que ya haces normalmente. —Recordaba a la perfección los libros en los que él había escrito o incluso dibujado, algo terrible, si le preguntaban a Cassy—. Y estás nervioso, inquieto. ¿Qué ocurre, Will?
William le dedicó una larga mirada, tan larga, que Cassy se removió incómoda y procedió a rascarse el brazo distraídamente. Will la intrigaba, sí, pero también parecía haber desarrollado la habilidad de ponerla nerviosa. ¿En qué momento había ocurrido aquello?
—Quemo cartas porque nadie leerá jamás lo que está escrito en ellas.
El misterio de la situación empezaba a corroer la mente de Cassiopea, extendiéndose por todo su cuerpo en un estallido de escalofríos que la envolvieron por completo. Las respuestas de Will eran escuetas, secas y tan simples que resultaban complicadas. Cassy dio un paso más cerca de él, y en respuesta, Will dio dos lejos de ella.
—¿Qué escondes? —interrogó con voz suave. La voz más suave que le había dedicado a él desde que se habían conocido.
Su tono de voz alertó a Will visiblemente. De repente, era como si no supiera cómo reaccionar, pues trastabilló hacia atrás mientras sus ojos se movían inquietos hacia todas partes, pero nunca mirándola a ella. Se pasó las manos por el cabello negro como las alas de un cuervo, y después, se recompuso. El cambio fue tan rápido que le dejó muy poco tiempo a Cassiopea para procesar lo que acababa de ocurrir. Will, que había estado al borde del pánico hacia tan solo unos segundos, se había hecho con una máscara de dura indiferencia y parpadeaba en su dirección perezosamente. Sus manos, que habían estado inquietas durante el apogeo del momento, ahora permanecían enterradas en los bolsillos de sus pantalones.
Y cuando habló de nuevo, ya no había nerviosismo en su voz, solo un abismo de aires silbantes y cortantes, tan amargos, que se llevó consigo a Cassiopea y la condenó a sus profundidades.
—Te lo diré una vez más, Ío. No es nada de lo que debas preocuparte, porque no es de tu incumbencia. Ahora agradecería que me dejaras solo. No sabes lo tranquilo que ha estado todo esto sin tener que escuchar tus quejas constantes y tu molesta presencia. Deberías haberte ido a Idris mucho antes.
Cassiopea pasó saliva, sus fosas nasales dilatándose para inhalar aire repentinamente. Sus labios se apretaron, y sintió que sus ojos se aguaban más de lo normal, que las lágrimas amenazaban con hacerla sucumbir. Que las runas carmesíes en su cuerpo ya no le aportaban fuerza suficiente, que esas palabras acababan de abrir una herida fresca en su pecho y que cientos de cuchillos habían perforado su alma sin piedad, dejándola desnuda e indefensa.
—No.
Will, que había procedido a observar la chimenea, volvió sus ojos hacia ella con repentina sorpresa que intentó camuflar.
—No —volvió a repetir ella, sintiendo el nudo en su garganta, sus cuerdas vocales atadas entre sí, y la forma en la que les obligaba a separarse para poder hablar—. No voy a irme, y lo que dices no es verdad.
—Claro que lo es —repuso Will.
—Pues no te creo —respondió Cassy con dificultad.
—¿No me crees, o no quieres creerme? —Esta vez quien dio un paso al frente fue Will, pero Cassy no se movió. Se quedó muy quieta y haciendo grandes esfuerzos por respirar con normalidad. Los ojos de Will relampaguearon con un brillo que se le antojó completamente desconocido. Su voz fue un suave susurro—: ¿Qué quieres de mí, Ío?
El mentón de la muchacha tembló ligeramente.
—Quiero la verdad —dijo al fin, después de unos minutos en completo silencio—. Quiero saber por qué eres así, por qué tratas a los de tu alrededor de esa forma tuya, tan cortante e hiriente. Quiero saber la verdad.
Los ojos de ambos se encontraron, verde plata batallando contra azul electrizante. Will negó suavemente con la cabeza, soltando una exhalación silenciosa.
—Sigues siendo demasiado curiosa —esbozó—, demasiado curiosa por tu propio bien.
—Nunca dejé de serlo —repuso ella—. Siempre fui aquel gato que quiso saber más, que quiso morir sabiendo. Y tú... tu siempre fuiste el misterio, la curiosidad, Will.
Como un resorte, William se apartó de ella. Sus orbes azules reluciendo en exceso ante la poca luz que oscilaba en la estancia a causa del fuego. Una mueca curvó sus labios hacia abajo, una que, al cabo de unos pocos segundos, Cassy pudo distinguir como una sola cosa: terror. El terror más puro y vívido que había visto en mucho tiempo.
Y Will pensó en las palabras que ella acaba de decir. Pensó en ellas hasta que quedaron dolorosamente grabadas en su mente, en su alma. Y pensó en la verdad que ocultaban, y de la que Cassiopea no había sido consciente. Pensó en la forma en la que aquella muchacha quería irrumpir en su vida, en la forma en la que conseguía leerle, a pesar de lo mucho que intentara ocultar sus páginas de ella; a pesar de la muy oscura historia que su corazón albergaba y que nunca quería que descubriera. Pensó en sus palabras tan detenidamente, que una idea tan oscura como la maldición que pesaba sobre él, surgió.
—Por eso mismo debes irte —dijo simplemente.
Pero quien salió de la biblioteca no fue Cassiopea, sino Will, dejando a la joven sumida en la oscuridad de la confusión. Cassy observó la puerta de la biblioteca, aquella que ella había abierto, azotándose con fuerza detrás del muchacho.
Se quedó allí parada por lo que le parecieron minutos, horas, días, años y siglos. Le pareció que ella no envejecía, pero que el mundo a su alrededor se difuminaba, que se transformaba con cada segundo que pasaba. Se había más oscuro, menos brillante, y el paso del tiempo lo deterioraba todo hasta que reducía todo lo que la rodeaba a un simple vacío, a nada.
Cuando se dio cuenta de lo que acaba de ocurrir, se dejó caer al suelo y sus manos buscaron entre las páginas rotas de los libros. Buscaron y buscaron hasta que dieron con el objeto de su curiosidad, o parte de ella. Observó la caligrafía de William en la carta que había cogido, después de alisar la hoja lo suficiente como para poder leerla. La tinta se había escurrido en algunas partes, pero era lo suficiente poco difusa como para poder entender las palabras escritas en ella.
El nudo en su garganta se extendió hasta la boca de su estómago y reprimió las ganas de vomitar que la azotaron. Sus manos dejaron caer la carta, temblando, y volaron todavía temblorosas hasta sus labios, acallando el grito ahogado que luchaba por salir a la superficie. Exhaló por la boca y sus ojos acabaron por aguarse por completo, desbordando las lágrimas por sus mejillas en una cascada de dolor y sufrimiento tan reales que le rompieron el alma.
«Mi querida Cecily,
Muchas han sido las ocasiones en las que te he escrito, y muchas las que he desechado por completo dichas cartas. El dolor que me consume crece más con cada día que pasa. Pienso en ti, pienso en Madre y Padre. Pienso en Ella. Pienso y mis pensamientos me carcomen, y el dolor no me deja respirar, y me acecha por las noches sin dejarme dormir. ¿Cómo dormir al saber que por mi culpa, nuestra hermana está muerta? ¿Cómo dormir cuándo fui yo quién rompió nuestra familia? ¿Cómo dormir al saber que arrebaté la luz de tu vida y la de nuestros padres? ¿Cómo dormir cuándo me odio tanto a mí mismo que me es insoportable e inconcebible volver a casa, a vuestro lado, cuando fui yo quién condenó a Ella?
Abrí la caja, Cecily. Era una Pyxis, un contenedor de Demonios. La caja era de Padre y la abrí porque sentí curiosidad. Una curiosidad que acabó con la vida de Ella, porque el demonio que surgió de su interior me maldijo. «Todo aquel que te ame, morirá, y comenzaré con ella», dijo el demonio.
Estoy maldito, y merezco estarlo. Mi maldición mató a Ella, y os matará a vosotros también, la única familia que me queda, si dejo que me améis. Por eso no enviaré esta carta o las que escriba a continuación. Tampoco las que escriba los próximos años, porque no debéis amarme, o vuestro destino será el mismo que el de Ella.
No me améis, Cecily. No me améis y no améis mi recuerdo. No me améis, o vosotros también acabaréis muertos.
Con profundo sufrimiento,
William Owen Herondale.»
¡Hola!
No tengo mucho que decir en este capítulo, que supone el cierre del primer acto. Solo voy a deciros que es tan corto porque no creí conveniente alargarlo más. En mi opinión, es lo suficiente intenso para compensar la falta de extensión que tiene a comparación con otros capítulos previos.
He querido dejarlo aquí porque lo que ha descubierto Cassy sobre Will va a suponer un cambio en ella. Creo que era notorio que ella empezaba a sentir algo por él, y descubrir la maldición, siendo Will muy consciente de lo que ha hecho, como ha dejado ver, supondrá un cambio en Cassy que podría tomar dos rumbos. Pero eso lo descubriremos en el segundo acto, que todavía no sabría deciros cuándo empezaré.
Explicación del título A PRUEBA DE FUEGO: hace referencia al cambio que he mencionado antes y que experimentará Cassy. Ahora que sabe la verdad sobre Will, que el gato por fin ha saciado su curiosidad, deberemos descubrir si sobrevivirá o no, si será a prueba del fuego de la curiosidad, o sucumbirá a él. Es todo muy figurado, pero supongo que entendéis por dónde voy.
¿Os ha gustado? ¿Habéis sentido algo leyendo? Yo admito que he estado dos veces al borde de las lágrimas y con un dolor insoportable en el pecho. En sí, ¿qué os ha parecido este primer acto?
El primer acto, Pluvis et Umbra (polvo y sombras), pretendía ser una introducción del lector al Mundo de las Sombras a la par que la propia protagonista descubría lo que significaba ser un Cazador de Sombras. O al menos, es lo que pretendía.
Muchas gracias por leer y haberle dado una oportunidad a Clockwork Rose. Sé que me repito, pero de verdad quiero que sepáis que me siento muy agradecida y afortunada por tener unas/os lectores tan maravillosos.
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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