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5.- Lanza un cuchillo a la ruleta

La primera semana de clase había sido tranquila. Normalmente suelen serlo y no había razón para que fuera una excepción. Se notaba el cambio de curso porque las cosas se iban complicando más y ya tenían su primer examen la siguiente semana; es decir, la tercera semana de curso. Tenían tiempo para estudiar y ella iba llevando los deberes al día; desde luego, dejándola siempre tiempo para leer. Hacer deberes, estudiar y leer. Aquella era e iba a ser su rutina durante todo el curso, esperaba.

Eran las tres únicas cosas que la alejaban de la realidad ya que no tenía que pensar en ella mientras las realizaba, tenía que entregar toda su concentración a la tarea. Lo único que interrumpiría esa rutina iba a ser limpiar la casa cada quince días junto con su madre. Y esta tarea no es que fuera de su desagrado, pues pondrían música a todo volumen y podría concentrarse simplemente en limpiar y dejarlo todo impecable. Si seguía esos planes, todo iría de maravilla.

Aunque no podía negar que; cuando el domingo antes de meterse en la cama reparó en la foto que había en su mesilla de noche, sintió algo de nostalgia por su antigua rutina. Pero a aquella rutina afectaba su padre y ahora él no estaba; por lo tanto, no podía volver a ella. Mejor tomarse una pastilla para dormir y dejar; no sólo de pensar en ello, si no de pensar. Era mucho más soportable vivir así; porque, si dejaba que su mente pensara, vería la imagen de su padre en cada sitio recordándola que ya no estaba y se pondría a llorar cada dos por tres. Básicamente, no viviría. Aunque tampoco es que lo estuviera haciendo mucho ahora.

No sabía cómo su madre podía seguir viviendo. No es que no se alegrara por ello, la hacía feliz; dentro de lo que cabe, que su madre hubiera podido seguir adelante. Era solo que no entendía cómo podía haberlo echo mientras que ella sentía que jamás podría hacerlo. No obstante; tal vez se estaba confundiendo y no lo había superado, tal vez algo así nunca se supera del todo y solo estaba fingiendo o intentándolo; porque, aún podía escuchar a su madre llorar por las noches al sentir la ausencia de su marido en la cama, y aún podía escuchar las conversaciones que la mujer mantenía con su hermano mayor en las que seguía desahogándose por el tema.

Fuera como fuese, lo importante era que ella no lo podría superar y en contrapartida seguiría en su empeño de dejar de pensar y huir del mundo mediante los libros o alguna otra cosa que manteniera su mente ocupada. Porque; obviamente, no se podía suicidar. Eso sería lo peor que podía hacer; no solo por su madre que no podría soportar perderla a ella también, si no por la falta de respeto que suponía hacia su padre. No podía elegir morir cuando su padre había tenido que hacerlo sin quererlo. Sus principios eran seguramente lo único que aún la mantenía con vida. Sería una deshonra a la memoria de su padre que ella perdiera la vida deliberadamente.

El segundo lunes del curso comenzó con normalidad. Seguía sin entender que sentido tenía poner matemáticas un lunes a primera hora cuando los alumnos estaban más empanados que la una y seguramente era una de las asignaturas más complicadas y que requerían más concentración de todas. Pero tampoco es que tuvieran muchas asignaturas que fueran menos agotadoras. Tenían que atenerse a lo que ponía en el horario sin protestar e intentar apañárselas como pudieran. Eran estudiantes; seres que viven por que llegue el viernes, podían con todo. O al menos ese era precepto que los profesores y padres tenían de ellos ¿para qué decepcionarles? Aunque la verdad, la mayoría de adolescentes ya lo hacía y no por eso ella iba a hacerlo también.

A segunda hora tenían tutoría. Obviamente no podían haber puesto eso a primera hora o a última, tenía que ser a segunda hora. En la primera clase que tuvieron de tutoría hace una semana, tuvieron que completar un cuestionario sobre ellos mismos y lo que querían que se realizara en aquella hora con el tutor; cosa que no servía para nada porque al final nunca le hacían caso. Lo sabía; más que nada, porque Mireia probaba todos los años a escribir que hablaran sobre la comunidad LGTB+, pero nunca lo hacían. Y esta siempre terminaba el curso quejándose de lo todófoba que era la escuela.

Esta vez, les pusieron un cuestionario sobre las notas que esperaban sacar ese curso y sus métodos de estudios. Lucía no entendía por qué les hacían las mismas preguntas cada año, pero no podía hacer más que coger el bolígrafo y responderlas. Los últimos quince minutos de la clase, el tutor se dedicó a cambiarles de sitio ahora que ya se sabían más o menos sus nombres los profesores. No les dio opción de ponerse con quien quisieran; según cómo se habían estado comportando en clase, él ya tenía los sitios escogidos.

Habría sido demasiada coincidencia o demasiado "sacado de un libro" que justo la persona con la que la tocara compartir pupitre a Lucía hubiera sido el chico que había intentado hablar con ella el segundo día de clase o que hubiera sido la misma Mireia. Pero no; a su lado le tocó sentarse a un chico moreno, con gafas y la cara llena de acné por todas partes que no parecía demasiado simpático. Más que nada, por la chulería que desprendía por cada poro de su piel. ¿Cómo podían existir ese tipo de personas que no tienen ningún encanto pero aún así se creen los mejores del mundo en todo? Bueno, mientras no intentara hablar con ella daría igual.

Obviamente, no resultó ser así. ¿Cómo podría salir todo tal y cómo ella quería? Era imposible. Cuando sonó el timbre del primer recreo y cogió sus cosas para salir al patio; su compañero de pupitre se puso delante de ella con una sonrisa de superioridad asquerosa pegada a su rostro.

- ¡Hey! Soy Mario, tu nuevo crush - la guiñó un ojo - y compañero de pupitre - se comenzó a reír como si fuera el chiste más gracioso que pudiera contar nadie en su vida. Lucía entrecerró los ojos sin comprender a aquel tipo.

- ¿Perdona? No te veo detrás de todo ese acné, ¿hay una persona ahí debajo realmente? - dijo casi sin pensarlo. Cuando quería, Lucía podía ser bastante elocuente.

Se oyó una exclamación de sorpresa por parte del resto de la clase; que de pronto habían dejado de tener interés en sus vidas para meterse con sus narices en las de los demás, cosa que pasaba muy a menudo por extrañas razones de la lógica humana adolescente.

- Valla chica, si que tienes huevos.

- Tengo ovarios, no huevos. Soy mujer, no una miedica. Vuelve a decir un comentario como ese y puede que te deje a ti sin los tuyos - le apartó de un golpe enfurecida para poder pasar y comenzar a caminar por el pasillo en dirección al patio, mientras intentaba concentrarse en su libro. Detrás suyo aún se oían risas y exclamaciones de los que se habían parado a observar, cosa que solo la puso más nerviosa. ¿Es que nunca la iba a dejar nadie en paz?

Un nudo se instaló en su garganta. No, no iba a llorar, no por una mierda como aquella. Cerró el libro de golpe incapaz de concentrarse y apretó los puños acelerando el paso. Estaba furiosa, muy furiosa. Necesitaba golpear algo. Aquel chico; Mario o cómo se llamara, la había puesto de los nervios. En cuanto llegó a su esquina del patio comenzó a golpear la pared con el pie, incapaz de librar la rabia de otra forma.

No había llagado ni a la tercera patada cuando alguien la tomó de los hombros y la separó de la pared. Se giró bruscamente, mirando como si pudiera matar con los ojos al chico que la había detenido. ¿Cómo no? Era el chico que había intentado hablar con ella el segundo día de clase. Fue a cantarle las cuarenta, pero no pudo puesto que él habló antes alzando las manos para que no dijera nada.

- Ya sé lo que vas a decir y ni siquiera intentes adivinar lo que voy a decir porque no vas a acertar. Solo deja de dar patadas contra la pared, te puedes hacer daño y un capullo como ese no se merece que nadie se haga daño por él. Si finges que no te ha molestado ni nada te dejará en paz. Solo quería decirte eso, ya me voy. - dio un paso hacia atrás - No intentaré establecer conversación contigo - dio otro paso hacia atrás y Lucía sintió como todos los músculos de su cuerpo se destensaban, el nudo en su garganta se aflojaba, su expresión se calmaba y la rabia desaparecía - Ya está, lentamente, me voy. Y no te molestaré más. ¡Fiu! Se acabó - retrocedió más el interlocutor.

Tal vez fuera por sus gestos, tal vez por sus palabras, tal vez por lo ridícula de la situación o a lo mejor por todo; pero ella comenzó a reír llevándose las manos a la tripa. Ya ni recordaba la última vez que se había reído y menos de esa manera, así que rió más. Se sentía bien volver a hacerlo. Por unos momentos, se sentía feliz.

Pudo sentir como el chico delante de ella dejaba de retroceder y al cabo de un rato escuchaba su risa también. No supo cuanto tiempo estuvieron así; pero cuando ya no pudo reír más, ambas risas se fueron apagando y los dos chicos se sonrieron. Hacía mucho tiempo que Lucía no se sentía así, segura, tranquila y... feliz. Le dio las gracias al chico y se sentó en la esquina del patio, abriendo su libro para volver a leer. Aunque realmente no quería hacerlo, en verdad quería hablar con él chico, continuar con aquella sensación que había tenido segundos antes, una parte de ella la recordó que ya no podía hacer eso y que debía alejarse de la gente. Ojalá pudiera conocer mejor a ese chico, pero no quería hacerlo y luego perderle. Era mejor dejar las cosas así.

No supo que sucedió con él después de comenzar a leer. Solo supo que al despegar la mirada del libro cuando sonó de nuevo el timbre ya no estaba ahí. Al entrar en su clase de nuevo, le pudo ver charlando animadamente en con otro chico que ya estaba sentado en su pupitre. Se dejó solo un momento para observarlo. Era bajo; mas bajo que ella, y tenía el pelo castaño claro muy ondulado, casi rizado. Cabe destacar que no tenía el típico pelo escoba que llevaban ahora todos los chicos, ese tupé con los dos lados de la cabeza rapados. Sus ojos eran de un marrón muy oscuro, casi como la corteza de un árbol cuando la observas bajo los efectos de la noche. Tenía un lunar sobre su ceja y no muchos granos en su frente, cosa que a esa edad era un logro. Su cara era demasiado pequeña en comparación con el resto de sus facciones, pero era atractivo. Al menos uno de los chicos más atractivos de la clase.

Parpadeó varias veces recordándose que no debía de pensar en esas cosas y se sentó en su pupitre; no muy lejano a donde los dos chicos charlaban, para leer de nuevo hasta que llegara el profesor. No volvió a hablar con él en todo el día y este tampoco pareció querer hacerlo, cosa que agradeció desde el fondo de su alma.

Cuando llegó a casa y hubo terminado de comer, se tumbó sobre la cama con un suspiro. Cerró los ojos un segundo para descansar un rato antes de ponerse manos a la obra con las tareas que debía de hacer para clase. Sin embargo, el eco de una singular risa se repitió en su mente. Su risa. No se había parado a pensar en ella antes, pero sonaba como si estuvieran limpiando un cristal muy frenéticamente, con muchas paradas y tomadas de aire muy seguidas. Solo pensar en ella te hacía gracia. Y no pensaba en esa risa como motivo de burla hacia él; si no, más bien, como un alago. Ella creía que el hecho de que tu risa provocara risa era bueno, y pensaba que las risas peculiares y diferentes eran las mejores. Y desde luego, las de ese chico lo eran.

Pero ¿qué hacía pensando en él de nuevo? Era mejor que se olvidara, se levantara de la cama y se pusiera a hacer los deberes. Ahora más que nunca debía de mantener a su mente ocupada para no caer en aquellas tentaciones, para no darse tiempo a hacerse preguntas sobre él y que terminara muriéndose de curiosidad. Se conocía a sí misma de sobra y no iba a permitirse aquello que intentaba evitar a toda costa, encariñarse demasiado con alguien.

Por alguna razón, recordó la ruleta de los circos más peligrosos y sanguinarios para los artistas o de escenas de torturas, en la que se coloca a una persona y se la hace girar mientras que otra lanza cuchillos a dicha ruleta. Estos podían acertar en alguna parte del cuerpo de la persona en la ruleta o no, en eso consistía el juego. Ella bien podía ser ahora la persona en la ruleta y el destino había lanzado un cuchillo hacia ella. Esperaba que no terminara en su cabeza.

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