35.- Todos tenemos cadenas que nos atan
Cuando Henry la contó todo lo que la había pasado a Mireia, odió el no haber podido estar allí también y agradeció que Henry si lo hubiera estado. Claramente, Henry había pedido permiso a Mireia para contárselo todo a Lucía por teléfono en cuanto llegara a casa. Quería ir a abrazarla y darla su apoyo también. Sabía como era su padre. Antes era una persona completamente diferente. Era tan hiperactivo como su hija, siempre sonreía, hacía bromas y jugaba con ella. Ahora, el hombre se había alejado de su hija y era alguien frío que ya no sonreía.
Cuando vio a Mireia al día siguiente al llegar a clase, lo primero que hizo fue darla un gran abrazado ignorando al resto de sus amigos.
- ¿Estás bien? - la susurró.
- Sí, tranquila, estoy bien.
- Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea. Puedes contármelo todo y llamarme si necesitas un hombro sobre le que llorar. Sé como te puedes sentir.
- Lo tuyo fue mucho peor, no digas eso.
- Mireia. No hay problemas peores o mejores que los de otros. Tal vez yo perdiera a mi padre, pero el tuyo ha dejado de apoyarte, al menos como lo hacía antes. Ambas cosas son dolorosas y es por eso que podemos apoyarnos la una en la otra; porque nos comprendemos.
- Claro. Amigas por siempre.
- Amigas para siempre.
Se separaron para sonreírse y unirse a la conversación con el resto. Henry se puso al lado de Lucía, la tomó de la mano y apoyó la cabeza sobre su hombro.
- ¿Qué tal? - dijo en un tono de voz que solo ella pudo escuchar.
- Bien - le respondió en el mismo tono - Ambas podéis contar conmigo si lo necesitáis.
- ¿La has hablado de tu madre?
- ¿Por qué preguntas eso ahora?
- Bueno, creo que ahora su padre actúa como tu madre. Tal vez puedas ayudarla a llevar esto mejor si la dices como lo llevas tú con la tuya.
- Simplemente evito hablar de sentimientos, la verdad. No me gusta hablar de eso con ella. Esas cosas prefiero hablarlas con mi padre.
- Tal vez deberíais hablar juntos de eso.
- Lucía, lo de mi madre es diferente. Ella siempre ha sido así. Más o menos.
- Ya pero... Es que no sé que hacer.
- No te agobies demasiado ¿vale? Solo somos unos adolescentes. Lo único que tenemos y podemos hacer ahora es demostrarla nuestro apoyo y estar con ella.
- Tienes razón - suspiró - Esta tarde quedarás con ellos ¿no?
- Si quieres voy a tu casa. No creo que les moleste por un día.
- No, no hace falta. Voy a estar ocupada estudiando y quiero entrenar un poco por mi cuenta para recuperar el tiempo perdido.
- Está bien.
- El sábado no tengo partido pero voy a ir a ver la tumba de mi padre.
- ¿Quieres que te acompañe?
- No, quiero ir sola. No he ido desde el funeral y quiero estar un poco a solas con él.
- Como quieras.
- Además, luego he quedado con alguien.
- Vale. Por cierto, la novia de Miguel ha aceptado a unirse a nosotros los viernes así que estaremos toda la pandilla juntos además de ella. Ha acordado cambiar el día de quedar ellos dos solos a los sábados.
- ¿Y no se ven más días de la semana? ¿Solo una vez a la semana?
- Ni idea.
El timbre sonó y todos entraron a clase. El resto de días transcurrieron con normalidad; es decir, con esa nueva normalidad que se había instalado entre ellos. Terminaron los exámenes parciales esa semana también, pero debían prepararse porque los trimestrales estaban a la vuelta de la esquina. Aún así, el viernes decidieron hacer como si no hubiera más exámenes y pasarlo bien todos juntos. Conocieron a la novia de Rodrigo, que resultó ser una chica bastante alegre y amable. Se pasaron la tarde andando por el pueblo, hablando y haciendo bromas.
Sin darse cuenta, ya era sábado por la mañana. Lucía se levantó de una noche tranquila intentando no pensar en nada para no arrepentirse de su decisión. Se vistió con ropa formal, estudió un rato, comió con su madre, estudió un rato más y se fueron en coche hasta el cementerio de la capital.
- ¿Papá de verdad quería que lo enterraran aquí? - preguntó Lucía mientras miraba la puerta del lugar, nada bonita comparada con la de otros cementerios que había visto antes.
- Sí, creo que es lo que tu padre habría querido. Que le enterraran junto a sus abuelos.
- ¿Los bisabuelos también están aquí?
- Sí. Mis abuelos no, pero los de tu padre sí.
- ¿Los abuelos y los tíos vienen a visitar a papá también?
- Sí. Alguna vez me les he encontrado aquí. Pero tienen sus propias vidas también y tienen que seguir adelante, así que no vienen tan a menudo como yo.
- ¿Cuándo les volveré a ver?
- Si quieres, pronto.
- Quiero volver a verlos. Y disculparme con ellos por no hacerles mucho caso.
- Te esperaré aquí fuera. Yo ya he venido antes, cuando he salido de trabajar, antes de ir a casa.
- Vale - Lucía abrió la puerta del cementerio con lentitud.
- ¿Sabes dónde está?
- Sí, aún me acuerdo - la joven entró dejando atrás a su madre. Recorrió el camino que llevaba a la tumba de su padre pasando entre las lápidas de personas que no conocía, nombres perdidos en los recuerdos de las personas que aún quedaban con vida.
La lápida de su padre era una cruz de cuarzo sobre la que estaba escrita el nombre, la fecha de nacimiento y la de defunción de la persona enterrada bajo ella. Recordó la tumba negra sin decoraciones con el interior cubierto por tela roja. Recordó a un cadáver con el rostro de su padre como si solo fuera un hombre durmiendo. Recordó la sonrisa de alguien que ya no estaba vivo y la última vez que le vio.
Sonrió intentando no llorar y se puso de rodillas frente a la lápida. Por su cabeza pasaban miles de palabras que podría decirle con recuerdos que habían vivido juntos. Su corazón parecía comprimirse dentro de su pecho, haciéndose cada vez más pequeño y provocándola dolor. Era como si estuviera reviviendo el momento en el que se enteró de que no volvería a ver a su padre con vida de nuevo. No volvería a hacer recuerdos junto a él, ni a recibir consejos suyos, ni a reír con sus chistes que no tenían gracia pero aún así la divertían... No volvería a estar junto a él.
- Hola papá - dijo entre lágrimas - Siento... siento no haber venido antes a verte. No estaba preparada. Creo que nadie está nunca preparado para enterarse de algo así. Me encerré en mí misma y dejé de vivir. - agarró el colgante con forma de luna que pendía sobre su pecho y que no se había quitado desde que lo sacó del cajón para volver a llevarlo - Lo siento. Sé que eso no es lo que quieres. Sé que tengo que seguir adelante pero... es tan difícil. A veces, aún me despierto creyendo que te encontraré abajo preparando el desayuno. Cuando tengo un problema que no sé como solucionar, pienso en ir a buscarte pero luego me doy cuenta de que no estás. Es duro. Está siendo muy duro pero voy mejorando. He conocido a un chico el otro día en un restaurante cuando estaba con mamá, el tío Javier y los primos. Le dejé mi sudadera así que hemos quedado hoy para que me la devuelva. Pensé en tu cuando lo hice. En que tu habrías hecho lo mismo. Y creó que tiene problemas y quiero ayudarlo. Creo que estarías de acuerdo conmigo. Mireia ha tenido un problema con su padre y no sé que hacer para ayudarla. Henry me ha dicho que solo tenemos que estar ahí para ella, pero no puedo evitar pensar en qué me habrías dicho tú. Henry es... algún día te presentaré a Henry. Él es mi novio ¿sabes? Estoy segura de que os llevaríais muy bien. Siempre me hace reír y ama las películas. No te preocupes ¿vale? Él me hace muy feliz y no me hará daño. Pero si lo hace, ambos sabemos que Mireia es una máquina mortal. Aunque también es su amiga. Igualmente no creo que pase nada malo. Tampoco puedo decir nada sobre eso porque no sé lo que me deparará el futuro. El futuro puede ser algo muy sorprendente. Eso es algo que he aprendido recientemente. Primero contigo y luego con Henry... No pensé que conocería a alguien como él. Es muy mono. Vendré más a menudo a partir de ahora y te contaré todo lo que me esté pasando y eso. Estoy segura de que eso te haría muy feliz. ¡Ah! Y los estudios claro. No te he hablado de ellos y te gustaba preguntarme cada día como me iba estudiando. De momento voy como siempre así que no te tienes que preocupar. Estoy ayudando a Henry a estudiar también. Bueno, creo que es mejor que me vaya ya. Mamá está esperando y he quedado. Aún queda un rato, pero aún así no quiero llegar tarde. Ya me conoces. Hasta pronto papá - sonrió secándose las lágrimas de los ojos y se levantó para irse del lugar.
Ahora mismo, tenía unas ganas horribles de abrazar a su padre. Pero no podía hacer eso. No podría hacerlo nunca más. Y las palabras que hubiera querido decirle antes de que muriera tampoco podría escucharlas ya. Así que solo debía aceptarlo y seguir hacia adelante, tal y como todos le habían dicho que hiciera. Tal y como su padre querría que hiciera.
Salió del cementerio sin mirar atrás. Su madre estaba allí, de pie, esperándola. Corrió hasta ella y la abrazó con fuerza. La mujer correspondió el abrazo y acarició el cabello de su hija mientras la acunaba en sus brazos. Lucía lloró un rato más, sintiendo aún reciente la muerte de su padre pero sabiendo que solo era cuestión de tiempo que la herida siguiera abierta; pues poco a poco se iba cerrando. La enfermera terminó llorando también junto con su hija.
Cuando Lucía llegó al restaurante, Chen ya estaba allí. Temblaba como él día que le conoció y mantenía la cabeza baja. Toda su ropa era exactamente igual a la del día que le conoció, salvo porque el jersey era de otros colores ahora. Se acercó a él y le saludó para que se diera cuenta de su presencia. El chico la saludo en respuesta.
- ¿Llevas mucho tiempo esperando? - preguntó ella cuando ya llegó a su lado, en la puerta del local.
- No, acabo de llegar.
- Escena de película life version.
- ¿Qué?
- Nada, déjalo. ¿Quieres tomar algo?
- No, solo venía a darte tu sudadera - el asiático alargó el brazo en cuya mano sostenía la prenda nombrada - Aquí tienes.
- Gracias - Lucía tomó la sudadera.
- No, gracias a ti.
- ¿Damos una vuelta?
- Tengo que volver a casa cuanto antes.
- ¿De verdad? ¿Solo querías quedar para darme la sudadera?
- Claro. ¿Para qué otra cosa iba a querer quedar contigo?
- Para conocernos más y hacernos amigos tal vez.
- No te conozco.
- Bueno, antes de conocer a tus amigos no les conocías tampoco ¿no?
- Sí pero... Hoy no. Tengo que volver a casa pronto, ya nos veremos otro día.
- Por cierto, antes de que te vayas.
- ¿Sí?
- Da igual lo que digan los demás. Solo importa lo que pienses tú de ti mismo. No te dejes influenciar por la sociedad y sus estúpidos estereotipos. Solo tienes que ser tu mismo y guiarte por tus gustos, no por los de los demás.
- ¿Incluso si todos dicen que es malo para ti?
- Bueno, si no te hace daño físicamente y te hace feliz, pues sí.
- ¿A qué te refieres?
- Pues a que obviamente las drogas y el alcohol; por muy bien que te hagan sentir, son malas para la salud, pero ponerte la ropa que te gusta no.
- ¿Y por qué debería de hacer caso de una extraña?
- Porque ya no soy una extraña. Ahora somos amigos - le guiñó un ojo - Tenías que irte ¿no? Pues hasta otra - se despidió con la mano mientras caminaba hasta el coche donde su madre la esperaba. Chen solo la despidió con la mano tímidamente.
- Que poco tiempo ¿no?
- Quería darme una cosa solamente, tiene que irse.
- Vale, pues... ¿volvemos a casa?
- Sí pero antes... ¿Podemos pasar por casa Mireia?
- Sí, claro. ¿Por qué?
- Tengo que hablar con ella de una cosa - Sonrió pensando: "Porque no hay nadie mejor que ella para ayudarte a ser tú mismo". Era hora de ayudar a ese chico a librarse de todas sus cadenas para que pudiera dejar de preocuparse por el qué dirán. Ella también había tenido que librarse de las suyas. Todos tenemos cadenas que nos atan al fin y al cabo.
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