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13.- Con un poco de mala suerte

El sol pasaba por entre las cortinas. El sonido de los pájaros sonaba distante y disperso de forma agradable para ella. Bostezó antes de estirarse y abrir los ojos. No había tenido pesadillas. Había soñado con un campo verde, el olor de la hierba fresca y una mano sosteniendo la suya firmemente, reconfortándola. Así que la sensación que tenía nada más despertarse era agradable.

En cuanto de incorporó en la cama, el sueño la hizo sentirse pesada de nuevo. Bostezó y se estiró de nuevo para relajar su cuerpo y no ser tan consciente de la gravedad que la atraía al suelo constantemente. Se levantó de la cama para asormarse por la ventana y observar el paisaje, era realmente precioso. Los picos irregulares de las montañas casi se difuminaban con el cielo debido a las nubes. El suelo era completamente verde y se podía ver como la tierra se hundía hasta llegar a un punto donde las piedras la hacian elevarse de nuevo, mezclándose con algún matorral y algún árbol, más presentes en la ladera de la montaña continua.

Sonrió. La gustaban esas vistas. De no ser por las rayas blancas del cielo que indicaban el paso de algún avión, no estarían contaminadas por la acción de la mano humana. 

Salió de la habitación para desayunar sin darse cuenta de cual era su aspecto; con su pelo enredado, su cara de sueño y su pijama arrugado. Sus primos; uno sentado en la mesa y el otro calentando su taza de leche con colacao, no tenían un aspecto muy distinto al suyo. Solo que estaban más despiertos.

Les dedicó una media sonrisa seguida del típico saludo matutino que ellos respondieron con las mismas palabras. Luego, se sentó en la mesa en el mismo sitio que había tomado el día anterior. Se dio cuenta de que debía preparase el desayuno y fue a levantarse con desgana, pero su primo mayor puso una taza de leche caliente delante de ella antes de que pudiera hacerlo.

- Sigues prefiriendo la leche sola caliente ¿verdad? - la preguntó con una sonrisa. Ella asintió dándoles las gracias y volviéndose a sentar. Él imitó esta última acción - Tienes galletas, cereales y magdalenas - dijo señalando dichos alimentos. Lucía volvió a asentir. Tras unos segundos de silencio, Miguel habló de nuevo- Siento lo de ayer. De verdad, no debí ponerme así.

- No te preocupes por eso. No eres el único al que ha sacado de quicio mi actitud. Yo también me disculpo.

- Si más gente te ha dicho que no deberías de actuar así ¿por qué no cambias?

- No lo sé - se encogió de hombros. Aunque en realidad sí lo sabía.

- Noona debería de intentar no aislarse tanto - intervino Lucas en la conversación con voz inocente, para después dar un sorbo a su taza como si no hubiera dicho nada.

- Sí, tal vez debería - le respondió con una sonrisa dulce, del tono que usó al hablar. Una sonrisa dulce, pero no una sonrisa sincera. Ninguna de las que había dado ese día habían sido sinceras del todo. La única sonrisa sincera que había dado desde la muerte de su padre había sido con aquel chico que enredaba todos sus pensamientos y convicciones hasta que algunos casi los deshacía.

- Bueno, para eso estamos aquí; para ayudarte con ello. Tu madre y mi padre están ahora saludando a los vecinos, luego iremos a dar una vuelta por los alrededores. queremos intentar escalar la montaña. Puedes venir con nosotros... si quieres - explicó Miguel.

- Vale.

- ¿Vale qué?

- Vale, iré con vosotros.

- ¿En serio? - el mayor de sus primos saltó de pronto en la silla emocionado. Al ver lo que había hecho, se sentó de nuevo avergonzado.

- Sí - rió levemente Lucía. Había reído. Un poco, pero lo había hecho y no lo había causado Henry. No sabía por qué, pero sintió aquello como una victoria.

Después de desayunar; sin decir nada más, recogieron la mesa y cada uno fue a su habitación para preparase para aquella tarde. Cuando salieron de nuevo, los dos adultos ya estaban de vuelta y preparados para la marcha. Al ver que la adolescente también parecía estar preparada para escalar la montaña, sonrieron para sí mismos contentos de estar haciendo un pequeño cambio. Tal vez era poco lo que habían conseguido, pero era algo.

Salieron de la casa antes del medio día. En la subida, el silencio solo fue interrumpido por los sonidos de la naturaleza y las respiraciones agitadas. Ninguno se quejó, aunque todos sentían la fatiga y el cansancio ya a mitad de camino. Los músculos de las piernas les dolían y su boca estaba seca. De no ser por la perseverancia de Javier en que no debían beber agua antes de llegar arriba, alguno lo habría terminado haciendo antes de tiempo.

Cuando llegaron, suspiros de alivio sonaron provenientes de las bocas de todos. Los dos adultos colocaron dos grandes mantas en las que se pudieron sentar e incluso tumbar antes de comenzar a comer.

- Tía Sara - se incorporó de golpe el menor, que parecía tener energías aún para otra ronda más, aunque estaba igual de cansado pero no se quejaba nada. Lucía se sorprendió de que no llamara a su madre de ninguna forma rara como a ella o a su hermano.

- ¿Sí, Lucas? - a Lucía se asombró de nuevo de que no utilizara ningún apelativo cariñoso, estilo "amor" o "cariño". Luego recordó que; por alguna extraña razón, esos apelativos solo los utilizaba con ella y con Mireia. Bueno, también los había usado antes con su padre. Pero su padre ya no estaba.

- ¿Qué hay de comer? Tengo muchísima hambre y estoy seguro de que hyung y noona también - y ahí estaban de nuevo aquellos extraños apelativos. ¿Desde cuando su primo era así? ¿Se había perdido tanto al encerrarse en los libros?

- Pues en las mochilas que hemos estado cargando aquí nosotros - dijo la enfermera girándose para quitarse la mochila mientras hablaba intentando darle emoción al momento - Hemos traído... - sacó de la mochila unos tapers con comida dentro - Unas maravillosas pechugas de pollo empanadas y una empanada - finalizó con alegría.

Miguel se incorporó de golpe relamiéndose los labios. Lucía también se sentó, pero más despacio. Miró a su primo mayor. Se le caía la baba del hambre y la verdad era que ella también estaba hambrienta. Su barriga crujía y algo parecía removerse en su interior. Sí, definitivamente estaba hambrienta.

Se sentaron en círculo y comieron en silencio, disfrutando del paisaje a su alrededor. Luego, fue el momento de emprender el descenso. Según Javier, sería más difícil porque era más complicado mantener el equilibrio y no rodar ladera abajo que hacer el esfuerzo de subir. Caminaban con cuidado, observando donde pisaban en aquellas zonas donde no había camino que seguir.

- Lucía - su primo la llamó por detrás cuando llegó al comienzo de uno. Su madre iba delante de ella hablando con el pequeño de todos, mientras que su tío cerraba la fila. Debería de haber estado junto a su hijo antes de que este corriera hasta ella.

- ¿Sí? - dijo al tiempo que paraba y giraba la cabeza hacia él. Cuando la alcanzó, ambos comenzaron a andar al mismo ritmo.

- Solo... ¿te importa si voy contigo lo que queda del camino? - dijo mientras miraba al suelo con las manos en los bolsillos. Al terminar la pregunta, la miró con una sonrisa tímida.

- Si es por lo de ayer por la noche, no hace falta que te preocupes. No pasa nada, en serio. Está todo perdonado. Ya te dije que la que se debería de disculpar soy yo y de hecho creo que lo hize también.

- No, no es por eso. Solo quiero pasar un poco de tiempo con mi prima favorita - la dio un leve empujón en el hombro con el suyo propio riendo por lo bajo.

- ¿Tu prima favorita? Tienes muchas primas, si mal no recuerdo - sonrió un poco ella.

- Sí, pero tu eres mi favorita. Dime, ¿crees que con mis primas de cinco años me voy a entender mejor que contigo? ¿O con mi prima de veintidós?

- Supongo que no; solo nos llevamos un año de diferencia, por lo que te será más fácil.

- Casi ni eso.

- Pero tú estás en un curso más avanzado que yo, que es lo que cuenta.

- Si tú lo dices. 

Ambos se miraron y comenzaron a reír. Miguel se sintió contento de que por fin su prima hubiera reído en todo el viaje, y de verdad. Se alegraba de volver a oírla reír. Lucía sintió un extraño alivió en su corazón. Por un aparte, la ponía contenta el restablecer la relación con su primo. Por otra, la alegraba ver que Henry no fuera el único que tenía una influencia en ella como esa que la hiciera reír de nuevo. Y por último, el miedo a perder todo aquello volvía a ella otra vez.

Bajó la cabeza con una leve sonrisa, esta vez fingida, y miró el suelo por el que caminaba.

- ¡Hey! ¿Estás bien? - la preguntó su primo al ver el cambio en su actitud.

- Sí - respondió ella sin mucha convicción - ¿Puedo hacerte una pregunta? - le miró con tristeza contenida, así que él no se pudo negar ni hacer ninguna broma con respecto a que ya se la había hecho. Simplemente, asintió en respuesta para que continuara. - ¿Qué harías si te apartaran de toda tu familia y tus amigos?

- Esa es una pregunta bastante... dura - respondió sorprendido. Miró al cielo pensando en su respuesta y sonrió levemente al encontrarla - Realmente no sé como podría actuar en ese futuro porque no lo he vivido y puede que; si llega a suceder en el tiempo desde hoy hasta el futuro, yo haya cambiando en mucho ámbitos. Pero ahora mismo, creo que lo que haría primero sería llorar. Sí, creo que lo primero que haría sería ponerme a llorar en un rincón suplicando por que todos volvieran. Pero después de un tiempo, me levantaría e intentaría continuar con mi vida. Hacer amigos nuevos e intentar seguir adelante. Porque puede que los demás se hayan ido, pero yo sigo conmigo. Debo de poder darme el amor suficiente a mí mismo como para seguir viviendo y encontrar momentos felices, no dejarme llevar por la desesperación porque entonces solo viviré con malos sentimientos y; aunque son necesarios, prefiero sentir los buenos por cortos que sean. No sé si me explico.

- Sí, te has explicado perfectamente - Lucía asintió sin dejar de mirar el suelo. ¿Eso era un advertencia para ella? ¿Debería de hacer lo mismo? ¿Ser más como su primo y dejarse llevar, en vez de encerrarse?

- Lucía.

- ¿Sí? - le miró.

- Incluso si un día dejamos de vernos, siempre estaré contigo. Tal vez no materialmente, pero si sentimentalmente y, si es que los fantasmas existen, pues también espiritualmente. Los recuerdos siempre se quedan con nosotros, es nuestra decisión la de recordarlos con tristeza o con alegría. Todo depende de cómo los veamos. - la ofreció su mano con una amable y dulce sonrisa. Lucía asintió correspondiendo a esta y le tomó de la mano que le ofrecía.

No hablaron más, tampoco había necesidad. Caminaron hasta llegar de nuevo a la casa y recogieron todo. Mientras los adultos preparaban la cena, los tres más pequeños decidieron sentarse a ver una película juntos. Se apretujaron en el sofá entre leves risas y discutieron alegremente sobre que película escogerían. Miguel no soltó la mano de Lucía mientras veían Guerra Mundial Z, quien se la apretó en los momentos donde las muertes la recordaban aquello que no quería recordar. A excepción de esos momentos, la película estuvo bien para los tres.

Después de la cena, jugaron a un juego de mesa; en el cual Lucía participó con la voz de ordenador que había adquirido aquel tiempo y por la cual a veces saltaban las risas. Se sintió bien en mucho tiempo. A veces, la familia es lo único que necesitamos para volvernos a levantar después de haber caído; no se dio cuenta de que su padre no era su única familia. Recordó a sus tíos paternos. ¿Cómo deberían de estar pasándolo ellos? ¿Y su abuelo? No les veía desde el funeral, ahora que lo recordaba. Alguna vez habían llamado a casa, pero había hecho decir a su madre que dijera que no estaba o que estaba enferma y no podía ponerse al teléfono.

El día siguiente fue tranquilo. Paseó con sus primos por el pueblo y compraron algunas chuches en el pequeño quiosco que tenía, el cual era él único establecimiento que ofreciera un servicio por aquella zona. Al volver a casa, hicieron las maletas y comieron. Tras ver la televisión un rato, partieron a casa de nuevo.

Aquella vez, no la hizo falta llamar a nadie ni parar. Miguel la entretuvo hablándola de las tonterías que había echo con sus amigos o con anécdotas de clase. Leyó un rato y se quedó dormida sin quererlo en el coche. La nostalgia y la tristeza apretaron con fuerza su corazón en el momento de la despedida. ¿Debería de haber aprovechado más aquella pequeña excursión? ¿Podía haberlo hecho? De todas formas, solamente quería volver al momento en el que estaba sentada en el sofá viendo con sus primos Guerra Mundial Z.

Deshizo sus maletas y bajó a cenar con su madre. Había estado estudiando desde que comenzaron las clases, así que no necesitó hacerlo ese fin de semana. En la cena, comentaron lo divertido que había resultado para ambas y lo mucho que lo habían necesitado. Luego, se fueron a dormir. Las dos debían volver a la rutina tras aquella pequeña parada. Pero ¿Lucía quería volver a su rutina? ¿Después de todo aquello? ¿De las palabras de su primo? ¿De las del propio Henry? ¿Cómo le miraría ahora a este? ¿Que debería decirle al verle? ¿Cómo debería actuar?

Tal vez no se acercaría a ella o no iría a clase. Con un poco de mala suerte, no tendría por qué verlo. Con un poco de mala suerte.

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