Ch1 Amigos del mismo pueblo
Con un último salto, Miguel pudo interponerse entre la criatura y su víctima. No imaginaba que sentir su carne desgarrada le dolería tanto. Aun así, segundos antes de perder la consciencia, él logró extender su ensangrentada mano hacia la persona que intentó proteger y finalmente sintió paz. Sus últimos pensamientos fueron «Camilo siempre me cayó mal, pero por Clementina yo daría la vida».
Bang.
Todo se oscurece.
Una Semana antes
A los tres años todo es mágico, nuevo y emocionante. Los ojos grandes del niño que se sienta junto a Miguel no dejan de admirar lo diferentes que lucen. Para el pequeño es totalmente novedoso conocer a alguien de piel oscura y nariz grande y compararlo con su piel clara y su nariz respingona. El hombre lleva una chaqueta de cuero negro brillante y duro al tacto, se siente como la cartera de mamá. Con curiosidad inocente se fija en sus manos. Las manos de esta persona son enormes, tienen callos y cortes. Despacio, las toca con sus deditos; las manos son ásperas como las de su madre y tiene callos en las puntas de los dedos. Miguel nota la manita del niño en la suya y sonríe.
De pronto se oyen los gritos de una mujer que corre hacia la silla y entre avergonzada y enojada se lleva a la criatura. Algunas miradas regresan a ver el espectáculo. Miguel sólo saluda con la mano y sigue con su celular. Un guardia se acerca y le pide sus papeles.
―¿Y qué hace aquí usted joven? ―pregunta el agente.
―Sólo de paso no más, voy a Bariloche ―contesta Miguel sonriendo ―He conseguido un empleo allá y estoy muy contento.
―¿Un empleo? Que afortunado, estamos en una crisis donde todo es bienvenido. ¿Pagan bien, necesitarán gente allá?
Miguel niega con la cabeza ―No a menos que sepa bailar o tocar algún instrumento musical andino o moderno. Soy organizador de eventos.
El agente lo mira de reojo y respinga su nariz ―. Mira tú pues un artista, oye, ¿no tienes que ir en el bus 47?, está por salir, anda que si no corres te va a dejar.
Agradeciendo Miguel sale apurado al autobús que pronto arranca. Mientras camina por el pasillo a su asiento se percata que hay una muchacha muy bella de ojos oscuros profundos, piel canela y cabello negro lacio y largo trenzado. El flechazo es inmediato. Fingiendo timidez Miguel saluda a la chica y para su sorpresa ella le sonríe y devuelve el saludo. Tiene que por lo menos conseguir su número antes de llegar a su destino.
El viaje de Puerto Montt a Bariloche dura 8 horas y hay que ir abrigado pues se cruza la cordillera de los Andes. En medio del camino todos los pasajeros deben bajar del autobús y sellar un registro como visitantes al cruzar la frontera entre Argentina y Chile. La oportunidad perfecta para convencer a alguien de cambiar asientos. Así, Miguel se las arregla para quedarse junto a la chica por el resto del viaje.
―Qué suerte que me han dejado cambiarme acá es que tenía mucho frío en esa ventana ―dice Miguel.
La chica se ríe y contesta ―Pero ese asiento tiene una de las mejores vistas ¿Por qué cambiarse, si puede simplemente ponerse un abrigo y guantes?
Miguel usa su sonrisa conquistadora patentada ―Yo creo que la mejor vista del viaje es la que tengo enfrente.
La muchacha se ríe a carcajadas y responde ―Suficiente Miguel Curi, dale esas líneas cursis a otra que conmigo no van a funcionar.
Miguel se queda en seco pensando que a lo mejor se trataba de una antigua conquista. No podría recordar a ninguna que se pareciera a esta muchacha con excepción de Sandra, su primer amor, que le llevaba como diez años de diferencia y jamás le hizo caso, pero debe admitir que hay algo familiar en esta chica ―¿Nos conocemos?
La chica asiente sonriendo ―Somos del mismo pueblo. Aunque no nos hemos visto casi 13 años, tú sigues siendo igual―. Parecía que iba a decir algo más, pero decidió cambiar de tema ―¿Tengo curiosidad, vas a Bariloche por negocios o por placer?
Miguel se relaja un poco estirando las piernas y tratando de crecer dos pulgadas en el asiento dice ―Trabajo. Me contrataron para organizar el festival de música más grande de la temporada. Oye tú eres muy guapa, apuesto a que bailas muy bien. ¿No quisieras hacer casting para ver cómo te va?
La muchacha niega con la cabeza. ―La abuela Mircella no me dio estos dones para que los desperdicie bailando en festivales.
¿Mircella?
En ese instante el corazón de Miguel se paró por un par de segundos. Sólo había una Mircella en su pueblo y era la vieja curandera mapuche, y ella no tenía nietas, pero si tenía un nieto. Camilo, un muchacho flaco y escuálido. La persona que Miguel asociaba con la palabra asco, el rostro que relacionaba con la palabra dolor. La vergüenza más grande de su corta vida.
¿Qué rayos significa esto?
―¿Tú eres Camilo? ―pregunta Miguel con los ojos abiertos como platos soperos.
La muchacha negó con la cabeza. ―Hace ya más de 10 años que no uso ese nombre. Puedes llamarme por mi nuevo nombre, el que mi abuela me dio. Soy Clementina. Mucho gusto.
Miguel llevaba horas lanzándole miradas coquetas a una chica trans y no se dio cuenta. En ese momento la única explicación que pudo encontrar para su comportamiento era el exceso de mariscos en el desayuno y la falta de sueño de ayer. Mentalmente, él se juró que jamás volvería a comer un plato de congrios en Angelmó, el mercado de Puerto Montt, antes de realizar un viaje. Ni modo. Todavía debe salvar la cara y no puede mostrar que está afectado. Trató de mantener la sonrisa, pero está ya se había convertido en una mueca.
La sonrisa de Clementina dejó de ser radiante, sus ojos tienen un destello acuoso que se desvanece enseguida. Ella sabe lo que ha pasado, pero no va a demostrar nada. De todas formas, no es la primera vez que se topa con esa reacción, en especial cuando se trata de gente de su pueblo.
Miguel todavía intentaría mostrar afecto ―¿Y bueno Clementina, que vas a hacer tú en Bariloche, vas de paseo con algún novio o algo así?
Ella niega con la cabeza. ―No ―y suspira volteando la mirada a la ventana― La tía Sandra tuvo una visión y me ordenó venir a Bariloche.
Miguel casi no conoció a Mircella. Al ser una anciana respetada de la comunidad, él y los otros niños huían de su presencia y siempre hacían bromas de que si se portaban mal Mircella los hechizaría. Pero Sandra era apenas diez años mayor que él y cuando era joven solía cuidarlo a él y a su hermana. Si se enfermaban, Sandra los curaba, y si estaban tristes, ella los consolaba.
Involuntariamente sonrió, pensó en su juventud con la cara toda pintada de morado por comer tantas bayas de maqui, aquellos paseos por el lago y los bosques, los domingos de cine y una canción murmurada durante un sueño febril. Recuerdos agridulces de aquello que pudo ser dejan un sabor extraño en la boca.
―Las visiones de Sandra son siempre certeras. ¿Pasó algo malo y por qué no vino ella misma? ―pregunto Miguel.
Clementina tenía sentimientos encontrados de ver a Miguel. Pese a ello, si algo podría unirlos era la tía Sandra. Miguel la amaba a su modo y no había nada que temer al respecto.
―¿Recuerdas que hace poco los noticieros reportaron que muchas personas han desaparecido en el lago Nahuel Huapi? Según las autoridades todo apunta a una criatura que vive en las profundidades de las aguas. Sin embargo, nadie la ha visto jamás. Mi misión es averiguar la causa detrás de las apariciones y si es el caso atrapar a la criatura.
La seriedad de sus palabras hizo que Miguel arqueara sus cejas, preguntando ―¿Si sabes que hace una semana capturaron un pez gigante que dicen que volteaba los botes verdad?
Clementina asintió ―La tía tuvo la visión hace dos días. Lo que sea que capturaron no es la verdadera causa.
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