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Tres

El día en que salió el nuevo número de la revista escolar, Claudia era un manojo de nervios y estaba convencida de que, en caso de atreverse a salir del oscuro armario en que se escondía, su nerviosismo se multiplicaría infinitamente.

Le temblaron las manos al coger el ejemplar del dispensador y mientras lo metía apresuradamente en la mochila, pues quería salir corriendo de allí para ver si tenía respuesta. Un par de calles después, se detuvo, sacó la revista y buscó con ansias la sección en que había depositado todas sus esperanzas. Sus ojos vagaron por el papel y el sinnúmero de letras que lo llenaban, entre imágenes y elementos de énfasis, hasta dar con el texto en cuestión. Estaba allí, su escrito estaba allí a pesar de que no estaba segura de recibir respuesta pronto, y sintió su corazón brincando y golpeando desbocado en su pecho ante la anticipación que la embargaba.

Sacó el teléfono y llamó a Lina, desesperada por verla y que, juntas, pudiesen leer aquello con calma. El apoyo de la otra muchacha era muy importante para ella, y no quería dejarla fuera de aquello.

—¡Hola, preciosa! —saludó Lina.

—Hola, amor. ¿Puedes quedar ahora? —cuestionó mientras seguía caminando.

—Sí, en diez minutos estaré libre.

—¡Perfecto! Es lo que tardo en llegar. ¡Nos vemos ahora!

—Vale. ¡Te quiero!

Dicho y hecho, unos minutos después, escondidas en el jardín de Lina, se besaban alegres de verse aquel día. No mucho después, Claudia fue directa al asunto y le entregó la publicación para, después, comenzar a leer.

Llegadas al punto que les interesaba, Lina comenzó a leer en voz alta la respuesta de la consultora, quien había resultado ser Ona, una alumna muy conocida en el instituto y por quien el título de la sección había pasado a ser "La consulta de Ona".

«Primero que nada, tengo que decir que no sé si pondré esto en el orden correcto, pues hay demasiadas cosas que quiero expresar tras leer esas dos consultas, a las cuales voy a responder juntas en una única respuesta.

Al leeros me ha quedado como un regusto amargo ante un detalle y seré clara al respecto: sois normales. Sois dos personas, dos adolescentes, con sentimientos y preocupaciones. Sois dos personas tan normales como cualquier otra. Ser homosexual no significa no ser normal, así que, por favor, no sigáis sintiendo que no lo sois porque estáis equivocados.

Por otro lado, es lógico que sintáis ese miedo porque sois conscientes de que la sociedad sigue siendo una porquería en lo que a tolerancia y respeto se refiere y, aunque es algo ya "normalizado" se sigue mirando diferente a aquellos que tienen una orientación distinta a la estándar. Lo sabéis, y por eso os acechan esas dudas y esos temores. Yo lo que puedo deciros sobre esto es sencillo: solamente a vosotros os afecta quién os gusta u os deja de gustar, solamente vosotros debéis importaros. Al cuerno con los demás, al cuerno con la opinión ajena sobre vuestra vida. ¡Es vuestra! De nadie más y, por lo tanto, nadie tiene el derecho a imponer en vuestra vida unos gustos que vienen predefinidos desde algún momento inconcreto de la historia.

La gente a vuestro alrededor debe aceptarlo, sin más. Sin temer que por ser homosexuales ya os vayáis a interesar en ellos, sin miedo a que "les hagáis algo" —aunque es una ridiculez, sigue habiendo gente por ahí suelta que cree que por ser gay pasas a ser un vicioso o incluso que acabarás abusando de alguien de tu mismo sexo— ni tampoco miedo a que influyas en su propia orientación. Lo mismo para la familia; deben aceptarlo y punto. Obviamente, se comprende que al comienzo a cualquiera le puede chocar la noticia o resultarles complicado de asumir, pero si pasado el tiempo no lo aceptan tienen un problema. Ellos, no vosotros. Tienen un problema de tolerancia y respeto hacia los demás. Vosotros, no.

Mi consejo sería sencillo en este caso: hablad con vuestra familia antes que con ninguna otra persona, para evitar que se enteren por terceros y eso empeore las cosas. Sed sinceros, respetuosos y consecuentes, y quizá, con suerte, recibáis lo mismo. Si hay algún miembro de la familia que creáis que puede reaccionar mal, dejadlo para el final y hablad primero con los demás, conseguid aliados. Respecto a los amigos, espero que no haya problemas porque si con nuestras edades no son tolerantes algo falla.

Lo de ser centro de burlas, ¿de verdad os preocupa? ¿Qué adolescente no lo es? Si no es por una cosa es por otra, y cito algunos ejemplos irrespetuosos: por ser gordo o esquelético, por ser un enano o alto como un pino, o un empollón o tonto perdido, o por ser muy fea o un putón. Y así, sin fin. Siempre hay algo por lo que los que se creen mejores se van a burlar de otros, así que sentir miedo a ser centro de burlas es lógico pero inútil. Es una pérdida de tiempo, pues en lo único en lo que deberíais centrar vuestra atención es en una cosa: ser felices.

¿Os hace felices mantener este secreto? ¿Os hace felices fingir algo que no sois? ¿Os hace felices sentir que estáis fallando a los demás y a vosotros mismos? ¿Os hace felices tener que recurrir a una desconocida para aclarar vuestras ideas? Y ¿os hace felices sentir que no lo sois?

Creo que las respuestas las tenéis claras, por lo que os invito a actuar en consecuencia. Sed claros, determinados, firmes, maduros. Sed vosotros mismos. No os obliguéis a ser alguien que no sois, eso sólo os traerá desgracia.

No tengo más que añadir, simplemente sed lo que queréis ser, lo que sentís que sois, lo que os haga sonreír y os haga sentir completos. Y si la gente a vuestro alrededor no lo acepta, es sencillo: no debían estar a vuestro lado.

Cualquier cosa, podéis encontrarme en el instituto. Estaré ahí si me necesitáis».

Al terminar de leer, Claudia era un mar de lágrimas. ¿Cómo podía tener tanta razón? ¿Cómo podía ella saber tan bien que aquellas eran las preguntas correctas? La respuesta era no, a todo.

No era feliz con aquel secreto a las espaldas, pues sentía que lo destruía todo.

No era feliz al fingir, ya que tenía la sensación de que nunca podría ser ella misma.

No la hacía feliz sentir que fallaba. Temía fracasar, y fallar le dirigía a uno al fracaso.

No la hacía feliz recurrir, como bien había dicho, a una desconocida para aclararse las ideas. ¿Qué poca autoridad tenía sobre sus propias acciones ella misma si necesitaba recurrir a otra persona? Debía ser capaz de pensar por sí misma, buscar ella la solución tras evaluar la situación.

Y, definitivamente, no la hacía feliz sentir y saber que no lo era.

—Esto tiene que acabar, Lina —sentenció. La muchacha la observó atónita.

—¿Estás... estás rompiendo conmigo?

—¿Qué? ¡¡No!! Me refiero a este circo que tengo montado, tiene que acabarse ya.

—Me alegraré si me dices que has dado la última función —le siguió el juego.

—Lo he hecho. Hoy mismo voy a hablar con mis padres.

—Estaré ahí.

Tras un hermoso beso, lleno de sentimientos y esperanzas, se despidieron y Claudia se apresuró hasta su casa. Debía ser valiente. Debía decirlo ahora que tenía el ímpetu y la decisión. Debía agarrar la libertad con sus propias manos. Que lo haría era un hecho, pero el cómo saldría era una incógnita.

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