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Dos

Recién iniciado el curso, el último que le quedaba para sacarse el graduado, Claudia pasó a ver a Lina para desearle fuerzas y ánimo para aquel primer día. Mientras que a Claudia le gustaba estudiar y asistir a clases, a Lina se le hacía un mundo hasta el punto de odiarlo, por eso la adolescente quiso mostrarle apoyo.

Una vez en su instituto, observó a los demás en un vano intento de buscar alguien que, como ella, fingiese ser de un modo y fuese de otro. Necesitaba saber que no era la única, que no solamente ella arrastraba a los demás al teatro que tenía montado pues pensar que nadie más caía tan bajo la hacía sentir peor todavía. La culpabilidad crecía y crecía, sin control ni medida, engullendo lo bueno que quedaba en ella como si de la propia "Nada" de la historia interminable se tratase. Tras no encontrar a nadie, se rindió y anduvo hasta su aula con evidente desanimo.

Cuando llegó el domingo, Claudia comprobó que lo tenía todo listo para ejecutar el pensamiento que la había asediado durante los últimos días, el cual había aparecido a raíz de la revista escolar. En ésta, la información de una nueva sección que no distaba mucho de una consulta psicológica —con la salvedad de que no había alguien con una licenciatura detrás— había logrado captar su atención. Ofrecían discreción, pues era todo anónimo, y un consejo que no había garantías de cuándo llegaría. Por lo que parecía, podían consultar sobre cualquier tema; aquello, en realidad, fue lo que finalmente la llevó hasta el susodicho pensamiento que le había hecho compañía durante el fin de semana: escribir pidiendo consejo.

¿Qué podía perder al hacerlo? Nada.

¿Se sentiría mejor al hablar de su problema? Posiblemente.

¿Corría algún riesgo? No, ninguno.

¿Podía ser beneficioso? En función de la respuesta, quizá sí.

Entonces, haciendo balance de lo que tenía en mente, se lanzó al vacío y comenzó a escribir. Le llevó un tiempo, pero menos del que creía, pues dejó salir las palabras y sus sentimientos tal cual su subconsciente los formaba, sin entretenerse en corregir, tachar ni modificar. Ella no podía ser libre; deseaba que, al menos, pudiese serlo su escrito.

Lo colocaría el lunes, en algún momento en que nadie rondase por el pasillo donde se encontraba el departamento de redacción. La cosa era hacerlo sin que la viesen, resultando aquello la parte más compleja de su plan. Ya lo tenía en la mochila, bien escondido entre la decena de trastos que llevaba allí dentro y amenazaban con partirle la espalda cada vez que se la colocaba.

Llegado el día, recibió un mensaje de Lina: «Vamos, nena. Tú puedes, es un día como cualquier otro. ¡Cómetelo!». Le había hablado de aquello, de sus inquietudes, de sus temores y de cuánto la aterraba perderla por culpa de su falta de agallas. Ella la había tranquilizado, diciéndole que podía comprenderla y podía esperar un poco más, pidiéndole que se calmase y tratase de hacer las cosas lo mejor posible.

Claudia, antes de salir de casa, volvió a leer el contenido de aquel papel, queriendo comprobar que no había olvidado nada importante. Lo había hecho varias veces ya, aunque una más, se dijo, no sería un problema.

«Buenas.

Quizá no sirva de nada que escriba buscando consejo, pero algo en mi mente hizo clic cuando vi la nueva sección, y me animé a intentarlo. Allá va mi historia:

Soy lesbiana, pero sigo en el bendito armario viviendo con la comodidad que otorga el no salir de ahí. Es una comodidad irreal, lo sé, pero de algún modo me aferro a ella como si la vida me fuese en ello. Lo cierto es que no tengo el valor para abandonar la situación actual, o al menos así lo siento ahora mismo. Me gustaría poder salir con mi novia sin preocuparme de que nos vean besarnos, me gustaría que los cuchicheos me diesen igual, me gustaría que me valiese madre la opinión de los demás, pero no es así.

Me aterra informar a mis padres de mi orientación, porque no quiero que las cosas cambien en la familia. Se me hace cuesta arriba decirles a mis amigas que me gustan las chicas, porque seguro que creerán que, sólo por eso, automáticamente van a gustarme. Quizá se alejen de mí, ¿tendría que quedarme sola? Respecto al instituto, me paraliza pensar en que seré el centro de burlas y habladurías por salir del armario.

Como puedes ver, me siento presa del terror y de los desastres que conllevaría decir: soy lesbiana, tengo novia, y puedo ser feliz ahora que no lo oculto.

Quiero y no quiero, me atrevo y me cohíbo al mismo tiempo, avanzo y retrocedo, y así una y otra vez, sin parar. Fui capaz de decirle a mi chica lo que sentía, pero soy incapaz de asumir que los demás lo sepan. Al mismo tiempo, necesito quitarme ese peso de encima. Pero dudo. Y temo. Y lloro. Y me aíslo. Y sigo dando pasos hacia atrás. Y no comprendo la razón por la que me estoy traicionando a mí misma. Y no me perdono tener que esconder a mi pareja, porque la amo con locura y ella no se merece eso.

Y siento que no merezco nada, ni bueno ni malo, pues estoy viviendo una vida que no es mía. Así me siento. Como si llevase una máscara con mi cara y viviese una vida que es de otra persona, de alguien heterosexual, sin nada que esconder, cuando estoy con esa chica maravillosa ocultándolo de cualquier mirada. Siento que estoy viviendo una vida normal, sin yo serlo. Siento que soy un engaño, un producto igual a los demás, sólo que con un secreto que me está destrozando en silencio pues, por obvias razones, no puedo hablar de esto con nadie. Siento que soy un fraude, algo erróneo que debió ser descartado, porque ¿cómo puedo seguir viviendo mintiendo a todo el mundo por no atreverme a hacerles saber mi realidad?

No sé si podrás comprenderme pues mi mente es un lío y sé que divago, pero es una pequeña muestra de cómo me siento y cómo trabaja mi mente. Dime, ¿tienes algún consejo que me ayude?».

Lo dio por bueno, lo volvió a guardar y abandonó su hogar en dirección al instituto.

Cuando fue a dejar su escrito se cruzó con un chiquillo que parecía perdido. Seguramente fuese de primero, porque era evidentemente más pequeño. Le sonrió con amabilidad al dejarle pasar por el hueco de las escaleras, y después reanudó su marcha. No tardó en ver el buzón y se dirigió allí con premura, colocando el sobre dentro y saliendo con verdaderas prisas de aquella zona.

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