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Cuatro

Claudia, con el rostro sereno y el alma en calma, observaba el cielo estrellado. Se encontraba sentada en el columpio del jardín, con la mente en blanco sintiéndose incapaz de decidir qué hacer a continuación. No recordaba cuándo había sido la última vez que había estado tan en paz y ese pequeño detalle la inquietaba.

Suspiró cuando vio a su madre acercarse.

— ¿Cuándo la traerás? —Cuestionó la mujer.
— Mañana.
— Bien, estaremos esperando.
— ¿Todos?

La fémina acarició el cabello de Claudia y sonrió relajadamente antes de acercarse más y dejar un beso en su frente.

— Sí, hija mía. Todos.

Claudia asintió y esbozó una amplia sonrisa mientras movía el columpio. Su madre comenzó a alejarse, se detuvo frente a la puerta y volvió a hablar.

— Estoy orgullosa de ti.

La adolescente tragó con cierta dificultad y cerró fuertemente los ojos.

— Te he dejado una taza de chocolate en la cocina, te hará bien algo caliente y dulce ahora mismo.

Tras eso, la mujer se internó en la vivienda y Claudia arrancó a reír sin control.

¿De qué había estado tan preocupada todo aquel tiempo? ¿Qué había demorado su avance? En realidad, solamente habían sido sus propios miedos pues aquella tarde su familia la había dejado descolocada a un nivel que jamás hubiese creído posible.

No había ni hablado con Lina, avergonzada como estaba. Se lo había hecho pasar mal en vano.

— ¡Idiota de mí!

Se levantó del columpio y puso rumbo a la cocina para tomarse el chocolate que, a decir verdad, le apetecía bastante. Había quedado en hablar con Lina por la noche, cuando se fuese a acostar, y ponerla al día de todo. Ahora, tenía que decidir cómo contarle todo y también invitarla la tarde siguiente a casa para presentarle a su familia.

El dulce caliente estaba delicioso, tanto que se quedó con ganas de otra taza. Recostada en la cama, se relamía aún. Había llegado el momento de la llamada, ¿saldría bien?

Los tonos se sucedieron uno tras otro, hasta que la alegre voz de Lina llegó a oídos de su novia.

— ¡Hola! ¿Todo bien? ¿Puedes hablar ahora? ¿Necesitas que nos veamos? ¿Estás bien?
— Estoy bien, amor.
— ¿De verdad?
— Sip.

Tras un breve silencio, Lina comenzó a escuchar el relato de lo sucedido y se quedó tumbada escuchando la voz de su chica mientras hablaba, imaginando la escena que le contaba.

Horas antes, Claudia había llegado a su casa como un tornado inesperado. Tan pronto abrió la puerta y escuchó la voz de su madre empezó a hablar.

— ¡Mamá! Ya no puedo callar más. ¡Soy lesbiana!

Cuando pronunció las últimas palabras, ya dentro del salón, se percató de que sus padres no estaban solos. De pronto, siete pares de ojos la observaban con incredulidad. Por si no era suficiente con las miradas para saberlo, las bocas abiertas y la tos de alguien de aquel grupo terminaron de evidenciar la sorpresa general. Y, entonces, todo se tornó un barullo indescriptible.

— ¿Que qué?
— Jajajajajajajaja
— ¿Qué has dicho?
— ¡Oh, Dios mío!
— Cof, cof... ¿¿Cómo?? Cof, cof... ¡Joder! Cof, cof, cof...
— No te mueras, Miguel. ¡Diantres! Respira, calmate.
— ¿Esto es una broma?
— Hasta que al fin...

Claudia observaba desde la puerta, mientras un frío sudor le recorría la espalda y la frente. Empezaba a encontrarse mal, algo mareada, con taquicardia y los nervios descontrolados. ¿Qué había hecho?

Trató, en medio de todo aquel agobio, de calmarse y ver las reacciones de cada uno y no como algo grupal.

Su hermana se desternillaba de la risa.
Su tía Paloma se abanicaba con una servilleta.
Andrés, el esposo de su tía, se llevaba otra galleta a la boca con expresión divertida, como si viese una película muy entretenida.
Su abuelo Miguel era incapaz de dejar de toser, con el rostro ya asemejándose a un tomate de ensalada demasiado maduro, mientras llevaba las manos al pecho y al cuello.
Carmina, la abuela, trataba de sacarlo de aquel ataque de tos sin dejar de mirar a Claudia acusadoramente.
Su madre tras servir agua en los vasos sobre la mesita de café, le dio uno al abuelo y luego se bebió el suyo del tirón.
Y, por último, su padre sonreía mirándola.

Ella, temblaba ante la escena. Mientras, su único pensamiento era una pregunta: ¿aquello era una locura o sólo se lo parecía a ella?

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