8. ¿Qué dices? ¿Aceptas?
«Nada hace a una mujer tan hermosa como la creencia de que lo es».
Sophia Loren.
Marzo, 2020
📍Los Ángeles, CA, Estados Unidos.
—¿Puedo saber qué tramas? —cuestiona Anthony al otro lado del teléfono.
—Ya te lo dije, solo quiero hablar de negocios —respondo, observando la bahía de Santa Mónica a través de los ventanales del restaurante—. Tanto escuchar hablar a tu mujer de arte ahora me ha antojado de invertir en esa rama.
—Pero, ni siquiera te gusta el arte, King —bufa—. Dime la verdad, ¿qué es lo que pasa?
Buena pregunta: ¿Qué me pasa? La respuesta es muy sencilla: No tengo ni puta idea.
Solo sé una cosa, y es que Adelinne Lewis ha rondado mis pensamientos desde el día en que la vi. No he podido dejar de pensar en ella, en su sonrisa discreta, en sus ojos azul eléctrico, en su pelo rubio, en su voz baja y dulce. En fin, es difícil poner en palabras todo lo que ha pasado en mi vida en los últimos cuatro días.
¿Qué me pasa? Pues, la Srta. Lewis me está volviendo loco. Así de simple.
—Ya te lo dije —no estoy dispuesto a aceptar nada por ahora, Anthony tendrá que esperar por su respuesta sincera—: quiero invertir en arte. Es un área muy rentable donde generar más dinero. Eso es todo.
—Mmm, no te creo —acusa—. Te dejaré ser por ahora, pero tendrás que ser honesto conmigo en cuanto sepas qué carajos tienes en la cabeza
—De acuerdo, mamá gallina —espeté—. Nos vemos mañana en la oficina.
—Adiós.
Cuelgo y dejo caer el teléfono en el bolsillo de mi saco. Obviamente Anthony sabe que algo me pasa, no con exactitud, pero tiene una cierta sospecha. Yo tampoco tengo muy en claro exactamente qué carajos me sucede, pero pienso descubrirlo esta noche. Tengo un plan y necesito que funcione, porque desde el sábado mi cabeza ha sido un completo caos.
Un destello dorado capta mi atención desde mi visión periférica, para cuándo intento encontrar ese brillo, me doy cuenta que mi reunión está por comenzar.
Adelinne Lewis camina con toda la seguridad del mundo hacia mí. Va vestida completamente de blanco: plantones chinos altos y camisa de seda de tirantes. Lo único resaltante de su atuendo es su bolso de mano color rojo, sus sandalias de tacón de aguja y sus labios llenos en forma de corazón pintados del color de la sangre. Su cabello cae suelto y lacio hasta la mitad de su espalda, dejando mechones que enmarcan su hermoso rostro.
Me pongo de pie sin pensarlo, con el corazón —el órgano que solo creí que funcionaba para mantenerme vivo— acelerado y la sensación de mil chispas calientes corriendo por mis venas.
—Hola —me saluda cordialmente cuando se acerca a mí.
—Hola —le devuelvo el saludo como un idiota, totalmente embelesado con su belleza—. Permíteme.
—Gracias —sonríe cuando le ruedo la silla y la dejo que se siente.
—No hay problema —la acerco a la mesa y voy a mi lugar.
Mientras me siento, la veo dejar su bolso guindado en el respaldo de su silla, después se gira hacia mí, se arregla el cabello y me sonríe. Los dos putos hoyuelos más sexys, tiernos y adorables aparecen ante mis ojos.
Sí, al parecer, «adorable» también forma parte de mi vocabulario.
—Hola otra vez —se ríe, y su risa es lo posterior a tierno.
—Me alegra que vinieras —soy sincero, intentando no inhalar mucho para no sentir su dulce aroma.
Es como los caramelos derretidos, repletos de azúcar. Como el almíbar de un durazno. Como el ámbar de la miel.
—Bueno, en realidad no me dejaste mucho margen —entrelaza los dedos sobre la mesa y deja ver un set de pulseras de oro delgadas en su mano derecha y un reloj delicado y femenino en la mano izquierda. Todo en ella es de oro, desde su pelo rubio como el sol hasta sus cejas, los pequeños pendientes en forma de mariposa en sus orejas y la fina cadena con el colgante de A en su cuello. Toda ella parece brillar—. Solo dijiste que tu chófer pasaría por mí y que nos veríamos aquí —sube los hombros—. No acostumbro a recibir ese tipo de órdenes. Bueno, no desde que soy independiente, pero supuse que estás acostumbrado a tratar con personas muy interesadas en trabajar contigo o para ti, y creo que por eso actuaste de esa manera.
Sus palabras me hacen pensar en lo poco caballeroso que fui con ella ayer, pero cuando le pregunté qué día le venía bien está reunión, tomé lo que tenía. Ella me dijo que hoy, no pensaba dejar pasar la oportunidad. Que ella notase eso, que cuando me intereso por alguien, las personas por lo general hacen lo que yo digo, es extraño.
—Lamento si fui poco cortés —apoyo los brazos en la mesa—. No fue mi intención ser grosero.
Yo jamás pido perdón. ¿Dije extraño? Porque me equivoqué, quise decir desconocido.
—No te preocupes —le resta importancia con una sonrisa amable—. Solo me pareció interesante, eso es todo.
—Y, a pesar de lo poco educado que fui, estás aquí.
—Sí, digamos que la curiosidad pudo conmigo —ladea la cabeza, mirándome con esos jodidos ojos hipnóticos—. Soy muy curiosa, por cierto, así que haré muchas preguntas.
—Me preocuparía si no lo hicieras.
—Bueno, acabas de crear a un mounstro —me guiña el ojo—. Todo lo que haré esta noche es preguntar.
Por milésima vez en cuatro días, una sonrisa amenazó con irrumpir en mi boca. La reprimí con todas mis fuerzas. Ella no tiene que saber que me tiene de rodillas.
Una ráfaga de resolución ilumina mi mente, dándome la respuesta que necesitaba. No me estoy volviendo loco, una mujer, por fin, logró ponerme de rodillas. El impacto de esa simple aclaración me golpeó más fuerte de lo que creía. Lo más insólito de todo, es que ella ni siquiera tiene idea de lo que pasa en mi loca cabeza y mucho menos por culpa de un par de interacciones.
—Buenas noches, señor King —saluda la voz del mesero que no vi llegar—. Señorita —inclina la cabeza hacia ella—. ¿Están listos para ordenar o necesitan más tiempo?
—¿Quieres elegir el vino? —le pregunté a Adelinne, mientras me aflojo el nudo de la corbata, incapaz de respirar correctamente por mi cuenta.
—Lo siento, no sé casi de vinos —se lamenta—. Puedes elegir tú.
—Una botella de Romanée Conti del 45, por favor —digo hacia el mesero—. Estaremos listos para cuando vuelvas.
—Con gusto.
Se aleja, dejándome a solas con la mujer más hermosa que haya visto y con mis desquiciados pensamientos.
—¿Qué tiene de especial la botella del 45? —cuestiona abriendo la carta, dándole un vistazo.
Vale, una conversación trivial será lo mejor por ahora. Por primera vez en mi vida estoy nervioso y creo que esto podría ayudar.
—A parte del récord absoluto que batió en una subasta de Sotheby's en Nueva York —murmuro, observando el perfil de su rostro oculto por la carta—, también fue añejado al final de la segunda guerra mundial.
—Vaya —sus cejas suben con sorpresa—. Debe ser costoso.
—Lo es —asentí.
—¿Conoces al dueño del lugar?
—¿Por qué lo preguntas?
—Digo, porque el mesero te conoce —me mira de soslayo—. ¿Vienes seguido?
—Conozco al dueño —terminé por admitir—. Invertí en la remodelación y en las dos siguientes sucursales.
Arquea una ceja y sonríe.
—Entonces, es un buen restaurante.
—El mejor de la zona —digo, sin siquiera mirar la carta.
Ya se lo que quiero, y está justo frente a mí.
—Con esa vista —suspira, mirando el horizonte—. Me encanta.
—Es un punto estratégico, la vista atrae a los clientes.
—Ya veo porque —sonríe.
En medio de esa sonrisa el mesero vuelve, poniendo dos copas en la mesa. Descorcha la botella y sirve el vino.
—¿Quiere probarlo, señor?
—Así está bien.
Cuando termina de servir, deja la botella en un lugar donde no estorba sobre la mesa.
—¿Listos para ordenar?
—¿Adelinne? —miro.
—Creo que sí —se muerde el labio inferior antes de trazarlo con la punta de su lengua y todo mi cuerpo se sacude en consecuencia—. Me gustaría un filete de carne con salsa de hongos, marinado en vino tinto. Gracias.
Su elección me sorprende, creí que pediría una ensalada.
—Que sean dos —cierro la carta y se la entrego al chico, que nos promete volver en diez minutos con los pedidos. Miro a Adelinne, que tamborilea el borde de la mesa con los dedos—. ¿Hambrienta?
—La verdad es que sí —se ríe—. Estoy tratando de recuperar siete kilos perdidos innecesariamente.
La repaso en cuestión de segundos. No me parece la típica mujer que se enfrasca en bajar de peso, pero tampoco aparenta estar en su peso ideal.
—¿Una dieta fallida? —pregunto con curiosidad.
—Un corazón roto —responde con una sonrisa de labios cerrados.
Sus ojos azules brillan opacos, pero hay tanta fuerza en ellos, tanta determinación. ¿Quién carajos le rompió el corazón a esta mujer?
De pronto una ola de rabia sacude mis cimientos, despertando los instintos protectores que creí muertos.
—Lo lamento —digo con honestidad, aunque ahora mismo quiero matar a alguien.
—No te preocupes —se ríe—. Solo estoy en la fase de aceptación. ¿No eso lo que se hace? Una vez que se acepta, deja de doler. O bueno, un poco. Pero lo importante es seguir adelante —se encoje de hombros, sin borrar la sonrisa—. No importa cuántas veces nos caigamos, lo importante es cuando nos volvemos a levantar.
Sus palabras profundas, sus ojos soñadores, la tenacidad que sale por sus poros... Toda ella está llamándome y no sé qué carajos hacer con eso. Pero, primero lo primero, los negocios.
—¿Qué significa el arte para ti? —sus ojos se abren un poco más.
—Vaya, entonces, ¿empezamos con los negocios? —cuestiona, llevándose la copa a los labios.
—No lo sé. Solo quiero salir de dudas.
—¿Salir de dudas? —pregunta.
—Quiero saber si puedo confiar en ti.
Su ceño se frunce.
—¿Para negociar?
—Sí —asiento—. Depende de que tan convincente seas.
—Pero si el interesado en negociar eres tú —se ríe—. Deberías decirme de qué va ese negocio para saber si a mí también me interesa.
—Entonces, tendrás que confiar en mí —me acomodo en la silla, jugando con el pie de la copa.
Sus ojos se entrecierran hacia mí y sonríe detrás de su copa.
—Te gusta el suspense, ¿eh?
—Tal vez.
—Y también tener la última palabra siempre, por lo que veo —se mordisquear el labio inferior antes de trazarlo con su lengua.
Eso no ayuda en nada, no cuando me muero por levantarla de su silla, tenderla sobre la mesa, desnudarla y recorrer cada centímetro de su piel con mi boca. No, claramente no ayuda en lo absoluto.
—Vale —carraspea cuando no respondo y mira por la ventana después de poner la copa en la mesa—. ¿Qué es el arte para mí? —inhala profundamente y me mira—. El arte me salvó la vida.
—¿De qué manera?
Suspira, trazando círculos sobre el mantel, con sus ojos fijos en sus dedos.
—Pintar era un juego para mí, algo que podía hacer con mi madre los domingos —una sonrisa triste cruza sus labios—. Y, cuando mi mamá murió, me ahogué —su mirada sube y se atasca en la mía, mil emociones pasan por sus ojos—. Con tan solo diez años de vida, me estaba ahogando. En el dolor, la desesperación, la rabia, la soledad —se encoje de hombros y parpadea varias veces, alejando las lágrimas que amenazan con salir—. No sabía qué hacer para salir a flote, no sabía cómo llenar el vacío que su partida dejó en mi pecho. Así que pinté —sonríe y un brillo incandescente parece escapar por sus poros—. Llorando, cansada de sentir tanto dolor, me levanté una noche y fui al pequeño estudio de mi madre. Habían pinturas por todas partes, caballetes, lienzos en blanco y otros incompletos. Agarré un pincel, lo manché con pintura roja y pinté —pone los codos sobre la mesa, entrelaza sus manos y apoya la barbilla sobre sus dedos—. Solo puedo decirte que esa noche mi vida cambió para siempre. Pinté hasta el amanecer y no he parado desde entonces. Y, a no ser que algo demasiado malo pase, no dejaré de hacerlo nunca. Eso significa el arte para mí, señor King. ¿Eso es suficiente para que confíes en mí?
Sus palabras de alguna manera han calado hondo dentro de mí, ningún discurso antes me había removido el corazón. Es raro, porque nunca utilizo los sentimientos para hacer negocios, soy un hombre de lógica, en eso se basa mi vida. Pero con Adelinne es demasiado difícil utilizar la cabeza y no el corazón.
—Creo que con eso basta —termino diciendo, justo cuando llega el mesero con los platos.
—Buen provecho —dice.
—Gracias —respondemos los dos al unísono, causando la risa de ella.
El mesero se retira y Adelinne no tarda en llevarse el tenedor a la boca.
—Oh, Dios —cierra los ojos y el gemido que brota de sus labios es lo más sensual que he escuchado en toda mi vida.
—¿Te gusta? —no sé por qué lo pregunto, su expresión lo dice todo.
—¿Bromeas? —apoya sus labios contra el dorso de mano y niega con la cabeza—. Debe ser ilegal lo exquisito que es. Dile al dueño que acaba de ganar otra cliente.
—Se lo diré —necesito concentrarme en otra cosa que no sea su cara de placer.
Ella tiene razón, está delicioso, pero nada es tan bueno como verla disfrutar de su plato. Jamás pensé que una mujer podría verse tan sexy mientras comía.
—Entonces, ¿qué tienes en mente? —cuestiona, unos minutos después.
—¿Para el negocio?
—Sí.
—Bueno, tengo que admitir que jamás pensé que quisiera invertir en algo en lo que no tuviera idea en lo absoluto, pero aquí estoy —la miro—. Me interesa invertir en la rama artística, lo que no sé, es por donde iniciar. Entiendo que se necesita una mente brillante para eso.
—¿Y por eso me citaste aquí? —ladea la cabeza.
—Básicamente, sí —asiento—. Basándome en mis investigaciones, la rama del arte se ha estabilizado y ha estado en crecimiento de internacionalización desde hace unos años, lo cuál es un buen campo para invertir. Una ventaja, por supuesto, todo esto de las redes sociales y demás para darle mayor visibilidad al arte.
—Vende —dice—. Las redes sociales venden más que un punto físico.
—Exactamente —concuerdo con ella, viéndola masticar despacio—. Sin embrago, un punto físico es importante. Según tengo entendido, el arte trasmite más cuando estás frente a él que por medio de una pantalla.
—Sí, en eso sí tienes razón —asiente.
—Entonces, me interesa moverme en ese territorio, buscar cosas nuevas e innovadoras, hacer crecer el campo de una manera distinta. Buscar nuevos artistas, personas interesadas en participar en el crecimiento del negocio. ¿Estoy siendo claro?
—Como el agua —asiente y puedo ver cierto entusiasmo en su voz—. ¿Estás abierto a cualquier tipo de estrategias o solo quieres algo fijo?
—Acepto sugerencias —ahora que capté su interés, quiero oír todo lo que tiene por decir—. Dime qué tienes en mente.
Se deshizo de lo último que quedaba en su plato, se limpió los labios con la servilleta y tomó su copa de vino, poniéndose cómoda.
—Te voy a dar mi opinión desde mi experiencia —dijo—. Cuando empecé a ser «vista», por decirlo de algún modo, se me hizo firmar un contrato para establecerme en una galería sin derecho a giras por al menos un año y medio, lo cual hizo un poco lento mi crecimiento. Todo lo que se veía de mi trabajo en redes sociales era porque yo lo subía, pero ellos jamás me dieron visibilidad en internet. Claro, cuando llegó el tiempo de las giras por Italia, Francia, uno que otro estado del país, siempre se colocaban anuncios en el periódico y carteles en puntos estratégicos —sube los hombros—. Entiendo que el arte se deba a los primeros artistas, pero bueno, ya no estamos en el siglo XVII, ¿sabes? Y, con esto de los artistas celebrity, como yo, que son los que se convierten en figuras públicas, se ha visto uno que otro avance, pero siento que falta más —hace una mueca pensativa—. No sé si solo se trató de mi contrato o si hay algunos casos iguales al mío, pero sería bonito que le dieran amor a nuestro trabajo. Y no, no me refiero a los espectadores, sino al equipo que trabaja con nosotros. ¿Me entiendes? Si ellos no nos apoyan, ¿quién lo hará?
Tiene un punto. Un punto bastante válido y respetable. Todo trabajador necesita que se aprecie lo que hace, en el ámbito laboral que sea. Los artistas, siendo aún más sensibles, lo necesitan con más ahínco.
—Te entiendo —asiento, apoyo una mano en la mesa e intento analizar a la mujer frente a mí—. Y a eso quería llegar. Mis inversiones se basan en convertir un arenero en toda una playa. Sé que existen mil jóvenes allá afuera soñando con ser reconocidos al nivel mundial, que su arte llegue a más personas y que toque el corazón de todos como tú tocaste el de Sasha —la señalo—. Pero, por sobretodo eso, quiero desafiar a todos los que, como anteriormente dijiste, no le daban el valor necesario a los artistas y a sus obras. Quiero que exista un lugar en donde artistas como tú puedan brindarles un hogar a sus obras y ponerlas al servicio de todos. No sólo nacional, sino mundialmente.
Se queda en silencio unos segundos, balanceando el vino dentro de su copa. No me quita los ojos de encima, y por un momento no sé si yo la estoy analizando a ella o si ella me está analizando a mí.
—¿Con hogar, te refieres a una galería?
—Para comenzar, sí, y ya después subir de ahí.
—Como... ¿varias galerías?
—Sí —me inclino hacia adelante, apoyando los brazos en la mesa—. Pero, como te dije antes, necesito una persona que me diga qué es exactamente lo que los artistas necesitan. Tú misma lo dijiste antes: visibilidad en internet, más giras en países donde de verdad aprecien un tipo de arte en particular, derechos sobre sus obras, respaldo y apoyo.
—Y me necesitas para eso —no pregunta, afirma.
—Sí, para eso te necesito —asiento.
Para eso y para muchas otras cosas, pero primero empecemos por aquí. Pasos pequeños llevan a grandes metas.
—¿Y la propuesta oficial cuál es? —ella imita mi posición, inclinándose hacia adelante.
Nos separa medio metro y a esa distancia puedo percibir su olor extremadamente dulce y también logro notar el fino anillo verde musgo alrededor de sus pupilas, extendiéndose en un nítido mar azul eléctrico.
—Mi propuesta es sencilla, señorita Lewis —me permito sonreír, cosa que jamás hago en los negocios, pero que puede ser un factor importante en esta reunión. Cuando la comisura izquierda se tuerce hacia arriba, mostrando la sonrisa con la que he puesto a muchas mujeres de rodillas, las pupilas oscuras de Adelinne se dilatan, dándome el efecto deseado—. Usted se encargará de todo lo relacionado con la galería: el lugar y la remodelación o construcción del mismo, la elección de los artistas, las redes sociales, la información general. Yo, por otro lado, me encargaré de proporcionarle todo lo que necesite en los asuntos monetarios, además, buscaré un equipo completo que estará a su disposición 24/7 para todo lo que tengas en mente —la respiración de la rubia se ha vuelto errática, y sus ojos pasan aturdidos de mis ojos a mis labios—. Quiero que el mundo artístico de un giro de 90° grados, y para eso necesito la ayuda de una persona extremadamente talentosa y quiero que esa persona seas tú —la veo tragar duro, parpadear con rapidez y devanarse los sesos mientras procesa todo lo que le he dicho. La tengo donde la quiero. No la conozco a fondo, pero sé exactamente qué clase de mujer es Adelinne Lewis. Una de las que sabe darse su valor, que sabe perfectamente lo que le conviene y lo talentosa y excepcional que es—. ¿Qué dices? ¿Aceptas?
Yo si fuera Adelinne: ¡SÍ, SÍ, ACEPTO!
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