67. Estuvimos cerca.
«Estamos más vivos cuando estamos enamorados».
John Updike
Septiembre, 2020
📍Quebec, Canadá.
Adelinne se veía hermosa con su ropa de invierno, y sobre todo con su chaqueta fucsia y su gorro negro con un pompón en la punta. Tenía las mejillas rojas y la nariz como una bolita sonrosada. Y su sonrisa lo era todo. Me hacía feliz, no había otra explicación para lo que sentía cuando la miraba. Cuando salimos de casa, fuimos al garaje, donde el flamante Impala 1960 de color aguamarina del abuelo nos esperaba listo. Albert lo había preparado para nosotros por petición del abuelo antes de que bajáramos.
—Que hermoso es —dijo Addy, pasando sus dedos por la carrocería—. Impresionante.
—Lo es —le abrí la puerta y la dejé subir. Rodeé el auto y subí al asiento del piloto—. El abuelo tiene una obsesión con los autos antiguos.
—¿Tiene otros aparte de este?
—Unos pocos. Están en el otro garaje, pero este es el que más le gusta.
—Ya me imagino. Es hermoso.
Salimos de la propiedad con el cielo gris plomo, y siguió así hasta que llegamos a la ciudad. Aparqué en un estacionamiento público, donde la mayoría de los turistas dejaban sus autos para poder caminar con tranquilidad.
—¿Podemos dejarlo aquí? —Addy le lanzó una mirada de preocupación al auto.
—Sí, no le pasará nada —le di una sonrisa y tomé su mano—. Todo el mundo conoce el auto del abuelo, nadie se atreverá a meterse con él.
Tomados de la mano, caminamos por las estrechas calles empedradas. Entramos a un par de tiendas donde Addy quería comprar souvenirs²⁶ para todos en casa. No la dejé pagar, lo que me valió una mirada irritada. La ignoré, primero porque no quería iniciar una discusión con ella en público, y segundo, porque en casa tenía cosas entre manos que quizás no le iban a gustar. Con bolsas en mano, salimos de la tienda y recorrimos la cuidad. La nieve era lo que más le gustaba a Addy. Parecía una niña pequeña con un juguete nuevo. Casi estaba saltando de la emoción. Se agachaba, recogía un poco de nieve en sus manos, la soplaba y la dejaba ir como escarcha, o simplemente hacia una bola y la tiraba al aire y se reía viéndola caer de nuevo al suelo.
—¡Una foto! —dijo de la nada, sacando su teléfono y rodeándome el cuello con un brazo—. ¡Sonríe!
Con el teléfono frente a nuestros rostros, mostró una gran sonrisa a la cámara. No tuve más remedio que esbozar una sonrisa también. Tomó un millón de selfies, en donde me besa la mejilla o solo me besaba en toda la regla. Después de eso tomó fotos a todo su alrededor. Esto ya lo había hecho en París y en Hawái. Era una locura.
—Dios, me muero de hambre —gruñó a mi lado luego de tres horas caminando sin rumbo fijo—. ¿Dónde podemos comer?
—Donde tú quieras, amor —le di un beso en el pelo—. ¿Qué te provoca?
—Lo que sea —dijo con voz quejumbrosa, enganchando su brazo con el mío—. Podría comerme una vaca entera.
—Andando, a comer, entonces —la llevé a un restaurante pequeño pero que sabía que le gustaría.
Estaba en una esquina, era luminoso y tenía ese aire acogedor que sabía que le encantaría. Con mesas de madera, chimenea, luces tenues y música suave de fondo sonando por unos altavoces.
—Esto parece sacado de una película navideña —dijo mi mujer con una sonrisa.
—Genial, ¿eh? —le sonreí y la llevé a una mesa cerca de la ventana—. ¿Aquí está bien?
—Perfecto —nos sentamos uno junto al otro, porque dejarla al otro lado de la mesa era demasiado lejos para mi gusto. Puse las bolsas bajo la mesa junto a nuestros pies y la miré a la cara—. ¿En serio hiciste que cayera nieve solo para nuestra luna de miel?
Su pregunta me tomó desprevenido, pero entonces vi el brillo burlón en sus ojos y me reí.
—Ojala pudiera darme el crédito por ello —sacudo la cabeza y tomo su mano que está un poco fría—. Pensé en llevarte a Alaska o un sitio de esos donde siempre hay nieve. Pero también quería presentarte a los abuelos, así que, aquí estamos —le di besos en los nudillos y ella sonrió—. La nieve es solo una buena coincidencia. Normalmente empieza a nevar en octubre, y aún así, sigue siendo extraño. Esta fue una tormenta que cayó como anillo al dedo.
—Bueno, fue una buena sorpresa —con una sonrisa, se inclinó y me plantó un beso en los labios—. Te amo.
—Te amo.
Nos alejamos cuando una chica de cabello castaño se acercó a nuestra mesa con los menú. Addy le agradeció con una sonrisa.
—¿Pedimos para compartir? —me miró.
—Claro, nena.
—Vale. Queremos un plato de alitas BBQ, papas fritas, puré de papas, un tazón de açai con arándanos, fresas y frambuesa, una taza de chocolate caliente y dos Coca-Cola. Gracias.
La chica la miró con sorpresa, supongo porque pensaba que ella pediría una ensalada o algo así. Si soy honesto, pensé lo mismo.
—¿Desde cuándo te gustan las alitas BBQ? —le pregunto después de que la chica se vaya con nuestro pedido.
Addy me mira.
—¿Desde siempre? —se ríe—. Es que de verdad tengo hambre.
—Bien, pues comeremos lo que te apetezca.
Ella me sonríe. Mientras esperábamos nuestra comida, saqué mi teléfono y le envié un mensaje a Anthony.
Arturo: ¿Le envías los datos del detective Hoffman al abuelo, por favor? Quiere ponerlo en contacto con unos de sus viejos amigos del departamento de policía.
Cuando Anthony contestó, nuestra comida llegó.
Anthony: Por supuesto, lo haré ahora mismo. ¿Quieres que le diga que el abuelo King se pondrá en contacto con él?
Arturo: Sí, por favor. Sería increíble.
Cuando envié el mensaje, la batería quedó en cero y el teléfono se apagó.
—Mierda —dije, viendo a Addy sumergir la cuchara en el cuenco de açai y llevársela a la boca.
—¿Qué sucede? —cuestionó con las mejillas llenas.
—El teléfono murió —dije—. Sé descargó.
—¿Y tu cargador? —frunció el ceño.
—En algún lugar de la maleta —sonreí con inocencia.
Ella puso los ojos en blanco y negó.
—Te ayudaré a buscarlo cuando volvamos —murmura mientras sigue comiendo.
Veo su teléfono en el centro de la mesa, junto al chocolate caliente. Estiro la mano para tomarlo, pero entonces Addy hace lo mismo, solo que a la velocidad de la luz. Cuando pienso que va a tomar su teléfono, apoya la mano encima de la taza de chocolate.
Mis ojos van disparados hacia ella, para mirarla confundido. Ella me mira del mismo modo.
—¿Qué? —susurra, ninguno de los dos se mueve.
—Mmh, quería tomar prestado tu teléfono para escribirle algo a Anthony —respondí con cautela.
Ella se puso roja y abrió la boca.
—Ah —dice, retirando la mano de la taza—. Creí que querías tomar mi chocolate caliente.
Frunzo el ceño, sin poder creer lo que estoy escuchando.
—¿Por eso reaccionaste así? —cuestiono—. ¿Pensabas que te quitaría la taza?
—Sí —se encoje de hombros, bajando la mirada, un poco avergonzada.
—¿No te molesta que tome tu teléfono? —arrugué la frente.
Ella frunció el ceño y los labios.
—¿Qué? ¡No! Puedes tomarlo cuando quieras —sacude la cabeza—. Es un teléfono, puedes utilizarlo si lo necesitas. ¿Por qué?
Mierda, estoy realmente confundido.
—Bueno, hay parejas a las que no les gusta compartir el teléfono —dije con cuidado.
Ella soltó un sonido pff y sacudió la cabeza.
—Estupideces. Puedes tomar mi teléfono en el momento que quieras, bueno, siempre que no lo esté usando —sube los hombros—. No tengo nada ahí. Confío en ti. ¿Tú confías en mí?
—Con mi vida —dije sin dudarlo.
—¿Me dejarías usar tu teléfono?
—Cuando quieras. Solo tengo cosas de negocios.
—Ahí lo tienes. Yo también. Solo hablo con las chicas, papá, Molly, Rose y Serena. Y contigo, obviamente, y eso que ni siquiera nos mensajeamos todo el tiempo. Me gusta verte la cara cuando hablo contigo. Eso es todo. No hay nada ahí que no puedas ver.
La sinceridad y confianza con la que decía esas palabras, me dejaba atónito. Claramente tomé su reacción un poco con sorpresa, porque no me esperaba todo esto.
—O sea que, ¿si estuviéramos en una isla desierta, y solo tuviéramos esa taza de chocolate caliente para sobrevivir a la desnutrición, no me darías? —le pregunté.
Ella frunció los labios.
—Bueno, en casos extremos, como estar en una isla desierta, por supuesto que te daría —asiente, pero después emboza una risita maliciosa—. Pero como no estamos en una isla...
Sonreí ante su expresión de maldad.
—Dijiste que ibas a pedir para compartir —recuerdo.
—Ya, amor, pero no te gusta el chocolate —me recuerda ella. Tiene razón, no soy amante del chocolate—. Además, pedí Coca-Cola y alitas para los dos. ¿Quieres açai?
—Claro, amor —asentí y le sonreí.
—Está bien —ella me regala una brillante sonrisa y me deja maravillado. Después toma su teléfono y me lo da—. Aquí tienes.
—Solo le enviaré un mensaje a Anthony.
—Vale.
—¿Cuál es tu contraseña?
—Catorce, nueve, veinte.
Tecleo con rapidez y frunzo el ceño, esa fecha... Levanto la mirada hacia ella, me sonríe con complicidad y me guiña un ojo. La fecha de nuestra boda.
Vuelvo mi vista al teléfono y me encuentro con una fotografía nuestra de hace unas semanas. Estamos en nuestra cama, en pijama, abrazados con Kaiser entre nosotros. Es una foto preciosa.
Sin entretenerme más, busco el contacto de Anthony en WhatsApp. En anteriores conversaciones, solo hay fotografías de Eric.
Adelinne: Mi teléfono murió, estoy usando el de Addy. Puedes escribirme por aquí mientras hallo mi cargador.
Anthony: Ya se me hacía raro. Ya le envié la información al detective Hoffman, te mantendré informado.
Adelinne: Gracias, amigo.
Anthony: No hay de qué. Disfruta, yo me encargo de todo por aquí.
—Listo —dije y le devolví el teléfono a su dueña, ella lo dejó de nuevo en la mesa sin mucho interés—. Entonces, ¿dónde estábamos? Ah sí, me dejarías morir de hambre en una isla desierta.
—¡No! Déjame en paz —se quejó, con una sonrisita.
Así pasó la comida-almuerzo, yo burlándome de ella y ella quejándose de mí todo el rato. La vi comer con una fascinación nueva. La combinación de açai con alitas BBQ no era la más deliciosa, pero a ella parecía gustarle. Hizo un bailecito feliz sentada en su silla mientras sorbía su chocolate caliente. Sus mejillas estaban rosadas, tenía los ojos brillantes y una sonrisa hermosa de felicidad que la hacía ver radiante. Nunca había estado tan hermosa.
Le lancé una mirada mordaz cuando llegó la hora de pagar la cuenta. Ella frunció el ceño, pero no objetó nada. Buena chica. Salimos del restaurante tomados de la mano, siendo receptores del frío.
—Me encanta la nieve —me senté en un banco y la dejé sentarse en el suelo, rodeada de nieve—. Podría pasarme la vida entera aquí. ¿Podemos volver en algún momento?
—Cuando quieras —asentí—. Te gustará ver todo esto en navidad.
—¡Sí! Me lo puedo imaginar. Con las luces, los árboles, los adornos. Sería mágico.
—Lo es —le sonreí—. Podemos venir cuando queramos.
—Sería estupendo —me sonrió, pero su expresión se atenúa un poco.
—¿Qué?
—Tu abuela me contó lo que le sucedió a tu abuelo —hace un mohín y frunce el ceño—. Es triste que no quieran viajar. Sería increíble que pudieran venir a nuestra casa.
Suspiré, porque en parte me sentía igual. Al principio fue difícil, porque ellos me visitaban en Estados Unidos, y cuando dejaron de hacerlo, se sintió extraño. Sin embargo, con el tiempo, me acostumbré a viajar hasta aquí para verlos.
—Sí, sería increíble —asentí—. Pero podemos visitarlos tan a menudo como sea posible. Lo prometo.
Ella me sonrió y asintió. Se estaba poniendo más roja a causa del frío.
—Ven, vamos a casa, estás cogiendo frío —me puse de pie, cogí las bolsas con una mano y tomé la suya con la otra—. ¿Te divertiste?
—Mucho, gracias —se levantó de puntillas y besó mi mejilla—. Eres el mejor esposo del mundo.
Bueno, eso es todo lo que quería ser para ella.
Caminamos hasta el estacionamiento y nos pusimos en marcha hacia la casa. Nos tomó un poco más de tiempo de lo esperado, debido a que había mucho tráfico en la autopista.
—¿Crees que a todos les gustarán los regalos que les llevamos? —cuestiona, volviéndose en su asiento para mirar las bolsas amontonadas en el asiento trasero.
—A las chicas, seguramente. A Eric, creo que hay que esperar unos meses más para que disfrute de los Lego que le compraste.
—Es que son muy lindos, estoy segura de que le gustará.
—Entonces, así será.
Esto de darle la razón a mi esposa todo el tiempo es más divertido de lo que pensé. Ella sigue sonriendo, así que eso basta.
Llegamos a casa cerca de las dos de la tarde, abro el garaje con el botón junto al volante especialmente para eso. Una vez estacionados, la suave melodía de I Love You Baby versión piano llena el reducido espacio del auto. Addy saca su teléfono con el ceño fruncido y mira la pantalla.
—Es Anthony —dice y contesta—. ¿Hola? —ella escucha—. Sí, estábamos dando un paseo por la ciudad, pero acabamos de volver. ¿Todo bien? —me mira con expresión extraña—. Sí, está junto a mí. De hecho, seguimos en el auto. Ya te lo paso —me tiende el teléfono—. Quiere hablar contigo.
Tomé el teléfono y lo puse en mi oreja.
—¿Bueno?
—El detective Hoffman se puso en contacto conmigo en cuanto le envié el mensaje. Dijo que había estado llamándote. Seguramente cuando tu teléfono murió.
—Tiene sentido —asiento, sintiendo la mirada de Addy quemar mi perfil—. ¿Y qué quiere?
—No quiso decírmelo, solo dijo que era muy urgente —responde—. ¿Quieres hablar con él? Puedo ponerlo en la línea.
¿Qué podría ser? Si es urgente, debe ser algo importante. Quizás una pista, algo... Cualquier cosa que sepamos sería útil.
—De acuerdo, ponlo en la línea. Y quédate tú también. ¿Podrías grabar la llamada? Me gustaría enseñársela al abuelo.
—Claro, ya mismo —escuché un silencio y aproveché para mirar a Addy.
—¿Qué sucede?
—El detective Hoffman quiere hablar. Dice que es algo urgente —su ceño se profundiza y toda la felicidad de la mañana se evapora—. ¿Quieres entrar con la abuela? Puedes mostrarle lo que compraste para ella y el abuelo.
Ella sacudió la cabeza.
—No, quiero quedarme —dice con aprensión—. Quiero oír qué tiene para decir. Dijiste que me dirías todo lo relacionado con la investigación. Lo prometiste.
Tiene razón, lo prometí. Pero verla preocupada no era algo agradable. Sin embargo, no podía ocultarle nada.
—Vale —con el teléfono aún en mi oreja, esperé a que Anthony hablase—. ¿Todo listo?
—Perfecto —dice—. El detective Hoffman está en línea.
—Bien. Pondré el altavoz, mi esposa está aquí conmigo —eso hice, y Addy se acurrucó más cerca para escuchar mejor—. Buenas tardes, detective.
—Buenas tardes, señor y señora King. Es un placer oír de ustedes. Y felicidades por la boda.
—Gracias —dijo Addy, mirándome de reojo—. ¿Está todo bien?
—Me temo que no todo, señora King —el detective soltó un profundo suspiro—. Hemos interceptado un mensaje privado que sería enviado al teléfono del señor King. Logramos captar la IP del servidor del teléfono del remitente. Seguimos la pista y llegamos a una casa abandonada cerca de la playa de Santa Mónica. Un poco lejos de los centros turísticos. Tenemos la certeza que casi todos los mensajes han sido enviados desde ese lugar.
Se me erizó la piel de la nuca.
—¿Qué encontraron? ¿Alguna pista de quién podría ser? —cuestioné.
—Encontramos la cabaña vacía y deteriorada. No había nadie, salvo por una nota y el teléfono de donde se han estado enviando todos los mensajes.
Addy se puso rígida a mi lado.
—¿Una nota? —susurró con la voz pastosa—. ¿Qué decía la nota?
—Tengo fotografías tomadas por el cuerpo de policía, se las enviaré en un momento.
El proceso fue rápido, el detective lo envío a Anthony y él al teléfono de Addy. Ella se apresuró a quitarme el teléfono y ampliar la fotografía. Era la habitación sucia y maltrecha de una cabaña antigua de madera, solo había una mesa, una silla volcada en un rincón y botellas de cerveza esparcida por el suelo. La siguiente fotografía mostraba el contenido de la mesa. Un teléfono viejo Nokia y una nota escrita en letras de asesino en serie.
—El tiempo se ha agotado, la hora de la verdad ha llegado —Addy recitó la nota—. Pronto todo saldrá a la luz, y la vida de ambos cambiará. Tic tac, Arturo.
Adelinne se quedó pasmada, tiesa. Sentada recta en el asiento de cuero, estiró la mano y me entregó el teléfono. Se quedó mirando hacia adelante, sin parpadear, con los ojos bien abiertos. Tomó el teléfono, tragando con fuerza mientras escucho como la sangre corre por mis venas, caliente, como ácido. Y mis músculos se vuelven piedra, y una ira desconocida invade cada fibra de mi ser.
—¿Es todo lo que han encontrado? —cuestionó con voz ronca, cargada de tensión.
—Hasta ahora, eso es todo. Nuestro equipo confiscó las pruebas y están trabajando en buscar huellas o algo que nos lleve al autor de todo esto. ¿El señor Collins dijo que su abuelo, Charles King, quiere comunicarse conmigo?
Cierro los ojos y aprieto el puente de mi nariz entre mis dedos.
—Sí, tiene algunos viejos amigos en el departamento de policía, quiere ayudar en todo lo que pueda. ¿Está bien para usted?
—Está perfecto. Ahora necesitamos toda la ayuda posible.
—De acuerdo, le avisaré cuando hable con él —suspiro—. ¿Podría mantenerme al tanto de todo lo que sepa?
—Así lo haré. No se preocupe, señor King, estamos trabajando para encontrar al lunático que está haciendo todo esto.
—Muchísimas gracias —dije. El detective terminó la llamada y solo Anthony quedó en la línea—. Pasaré toda la información a través de ti, ¿está bien?
—Claro que sí, no te preocupes —dijo rápidamente—. Entiendo cómo deben sentirse ambos —miré de reojo a Addy que seguía sumida en sus pensamientos, con una expresión de pánico que me abrió el corazón en dos—. Pero las cosas van a mejorar, ya verán. Estuvimos muy cerca. Atraparán a esta persona y todo volverá a la normalidad.
Eso esperaba. Realmente, realmente esperaba que todo esto terminase de una buena vez. Porque no solo me estoy volviendo loco, sino que ahora siento que estoy arrastrando a mi esposa, la única persona que me mantiene cuerdo, conmigo hacia el infierno.
²⁶) Souvenirs: Objeto que sirve como recuerdo de la visita a algún lugar determinado.
*****
¡FELIZ AÑO NUEVO 2025!
HE VUELTO, HE VUELTO.
Sí, estuve re desaparecida, pero he vuelto. Las actualizaciones serán esporádicas, pero vendrán, no desesperen. ¡Estamos en la recta final!
AAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHH
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