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66. Merecido descanso.

«El arte del descanso es una parte del arte de trabajar».

John Steinbeck.

Septiembre, 2020

📍 Quebec, Canadá.

Seguramente admitir que estoy feliz sea el eufemismo más grande de la historia. Amo la casa, amo la nieve, amo a los abuelos de Arturo. Incluso cuando no he visto mucho de lo anterior. Me muero por salir de aquí y conocer a Quebec todo lo que esta semana me lo permita.

Cuando me desperté sola hace unos minutos, sola, en la antigua habitación de Arturo, corrí la cortina y me topé con un cielo totalmente gris, nieve por todas partes y una emoción de niña que hace mucho no sentía. Bajé rápidamente y me encontré con mi esposo y su abuela en la cocina. Kaiser correteó alrededor de mis pies. Me recibieron con una sonrisa afectuosa y olor a comida deliciosa.

—Esto ya está casi listo —anuncia la abuela Elsa—. ¿Por qué no le dices a tu abuelo que venga a desayunar?

—¿Dónde está? —Arturo se levantó.

—¿Dónde crees? —ella lo mira con una ceja arqueada y una sonrisita obvia.

—El despacho —se echó a reír y me besa la cabeza—. Ahora vuelvo.

Veo a Arturo irse por el pasillo posterior y yo me quedo sentada en mi lugar, sonriéndole a la abuela.

—¿Puedo ayudar? —cuestiono.

—Para nada, quédate ahí —señala mi lugar con una sonrisa—. Hoy tomé el lugar de mi ayudante para atenderlos a los dos.

—No era necesario.

Mi sonrisa tímida le arrancó una sonrisa.

—Lo es, cariño. Hace tiempo que no veía a mi niño, y saber que ha traído a su esposa (que es el motivo por el que está aquí), me hace muy feliz —sonríe y busca unos platos—. También me hace muy feliz hacer esto por ustedes.

—De acuerdo —pongo mis codos en la encimera y apoyo mi barbilla en mis manos.

—Entonces, dices que la boda estuvo hermosa. Estoy emocionada y ansiosa por ver las fotos.

—Sí, mi compañera y amiga Hedwig, se encargó de las fotografías. Ella forma parte de la galería y es estupenda en su trabajo. Estoy segurísima de que son hermosas.

—Oh, querida, así será —aseguró. Apoyó cuatro platos alrededor de la barra en sus respectivos lugares. Colocó un bol grande con fruta picada y otro más pequeño con waffles redondos y recién hechos, y una diminuta fuente de mermelada de lo que creo eran arándanos. Me rugió el estómago de manera descomunal—. Habría amado estar ahí, estoy segura que a Charles también le habría encantado.

Tragué y la miré.

—¿Puedo preguntar algo?

—Claro, linda, lo que quieras.

—He notado que, no viajan mucho —dije despacio, viéndola perder la sonrisa poco a poco—. Arturo también dice que no tienen previsto hacerlo en futuro cercano. Mhm, ¿eso es por algo en específico?

Ella suspiró, bajó la sartén del fuego y se acercó para empezar a servir los huevos en los platos.

—Nunca hemos visto el atractivo de salir del país cada dos por tres. Hemos crecido aquí, y nos han criado personas muy similares —dice—. Vengo de una familia de clase obrera y estoy muy orgullosa de eso, porque mis padres trabajaron incansablemente por mis hermanos y por mí. Los padres de Charles, sin embargo, tenían un estatus más importante en nuestra comunidad. No obstante, Julian, el bisabuelo de Arturo y el padre de Charles, era fiel creyente de las personas de su país. La empresa KI de aquel entonces era algo local, en donde Julian King invertía en los negocios locales para el desarrollo de su comunidad. Así nos conocimos Charles y yo —sonríe con adoración, dejando en evidencia el amor que le tiene a su esposo—. Nos habíamos visto anteriormente, por supuesto, dado que todos pertenecíamos al mismo círculo, pero no fue hasta que yo cumplí los dieciocho que empecé a trabajar en el taller de autos de mi padre, cuando el señor King decidió invertir en el negocio. Para entonces, Charles debía tener unos veinte, más o menos. Y, como podrás observar, era joven y tenía ideas muy frescas. Él quería que su padre se expandiera, no solo en los alrededores de Quebec y Montreal, sino en toda Canadá.

>> Y eso dio muchos frutos. Luego de que Charles tomara el mando de la empresa, nos casamos unos años después, y nació Arturo, nuestro hijo. Charles quería que su empresa fuera lo más sólida posible para cuando él tuviera que hacerse cargo. Entonces surgió la idea de crear una sede fuera del país. Con el pasar de los años, esa empresa se consolidó y entonces nació la empresa de Estados Unidos. A Charles nunca le agradó mucho la idea de estar viajando todo el tiempo, y era lógico que tampoco quisiera salir del país para irse a vivir en otro lugar. Él envió a un socio muy amigo suyo a hacerse cargo, y todo fue viento en popa. Luego sucedió todo el asunto con los padres de Ava, la madre de Arturo, supongo que ya lo sabes. Charles decidió cederle su empresa a Arturo, para que formase su familia en paz lejos de todos los perjuicios. Obviamente estábamos muy tristes de verlos partir, pero su paz y tranquilidad era la prioridad para nosotros.

—Debió ser duro —hice una mueca empática.

—Lo fue. Sobre todo, porque Arturo era nuestro pequeño nieto, y verlo partir fue doloroso. Sin embargo, ellos nos visitaban tan a menudo como era posible. Y mi niño era tan feliz aquí, jugaba con todo. Eso era suficiente. Pero entonces Ava y Arturo murieron, y las visitas se hicieron cada vez menos frecuentes. Pero no me malinterpretes, Arturo está en contacto casi siempre. Sin embargo, respondiendo a tu pregunta —se acerca a la nevera y saca una jarra enorme de jugo de naranja—: la razón por la que no viajamos tanto, es porque Charles, hace cinco años tuvo una cirugía a corazón abierto.

—Oh, cielos —me cubrí la boca con las manos.

—Sí, fue duro —ella hizo una mueca—. Su corazón no podía bombear suficiente sangre al resto de su cuerpo, y sus latidos eran demasiado lentos. Un día solo colapsó, se desvaneció. Tuvieron que operarlo de emergencia, y desde entonces tiene un marcapasos.

—Oh.

—Sí.

—¿Pero está bien?

—Oh, lo está —se ríe—. Es un hombre fuerte y sano. Creo que soy yo el motivo por el que no viaja, ya que el doctor tiene otras opiniones al respecto.

—¿Por qué lo dice?

—Bueno, leo mucho —dice—. Me mantengo informada de todo lo relacionado con el corazón, los marcapasos y todo lo demás. En internet, compro libros de medicina. Creo que podría ser médico por todo lo que leo.

—Puedo imaginarlo —le sonrío.

—Sí, es un poco turbio de mi parte. Pero así soy. Lo mantengo comiendo sano, haciendo ejercicios, saliendo a la ciudad una vez por semana para que deje de trabajar. La empresa ha estado en buenas manos, y casi nunca tiene por qué ir a trabajar, por lo que siempre lo hace desde aquí. Aún así, solo imaginar subir a un avión, y que algo salga mal, me aterra. Entonces, sé que él no viaja por mí, más que por su amor a su país.

Sonreí con ternura.

—Él solo no quiere que se preocupe. Eso es dulce.

—Ah, lo sé, pero no se lo digas, se le subirá a la cabeza y no me dejará en paz. Disfruto haciéndome la víctima a veces para que haga ejercicios cada dos días.

Se me escapa una risa, hasta que siento pisadas rápidas, pero diminutas y después Kaiser se pone a ladrar. Miro hacia el pasillo, y dos criaturas preciosas me apachurran el corazón.

—Oh, Dios mío, que hermosos —me bajo del taburete solo para agacharme frente a los dos perros Basset Hound²⁵ que entran a la cocina—. Hola, bonitos. Hola, hola.

—Hasta que se digan a bajar —dice Elsa detrás de mí—. Estos dos rufianes son Duque y Duquesa.

—Oh, que lindos —acaricio sus cabezas y sus orejas largas. Incluso cuando soy una desconocida, no parecen darle importancia. Se acercan a mí y me dejan acariciarlos—. Qué hermosos.

—Lo son, pero son unos holgazanes en toda la regla —Elsa se ríe y vuelve hacia la estufa—. Han estado encerrados en su habitación desde ayer por la mañana, les da pereza subir y bajar las escaleras. A veces se quedan dormidos a mitad de camino.

—¿Y la comida?

—Les ponemos cuencos con comida y agua en esa habitación, para que no tengan que bajar. Pero cuando están aquí, también les damos comida.

—Pero qué lindo son.

Su pelaje blanco, con manchas marrones claras y otras más oscuras, sus ojos caídos y sus orejas largas, los hacían ver adorables.

—¿Desde cuándo los tienen?

—Desde hace unos seis años, nos han hecho compañía —la siento caminar a mi alrededor y acercarme con cuidado a Kaiser que estaba justo detrás de mí, impresionado al ver a otros perros—. Mira, Kaiser, aquí hay nuevos amigos.

Kaiser ladró y dio saltos alrededor de Duque y Duquesa. Ellos lo miraron con desgana, como si no tuvieran la paciencia suficiente como para lidiar con un cachorro con mucha energía. Me reí cuando ambos perros caminaron hacia un rincón y se echaron uno encima del otro, y Kaiser no tardó en ir tras ellos, olfateando y soltando pequeños aullidos como si fuera un gato.

—Ah, ya conociste a los dueños de la casa —la voz de Charles retumbó por todas las paredes de la cocina. Arturo venía detrás de él, con una sonrisita—. No te sientas mal si no te prestan atención, les preocupa no dormir lo suficiente.

—No te preocupes, abuelo —Arturo le da una palmada en el hombro—. Kaiser no los dejará dormir en paz.

Todos miramos a los perros, donde Kaiser —mejor conocido como El Descarado— saltaba encima de ambos perros que tratan de dormir sin éxito.

Luego de eso, Arturo y yo nos sentamos en la barra, Elsa y Charles al otro lado, frente a nosotros. Charlamos de cosas triviales y nos reímos de como Elsa quería darle mucha fruta a Charles. Yo me atiburre de comida, tenía un hambre atroz y no paré hasta que estuve satisfecha y me sentí hinchada.

—¿Qué planes tienen para hoy? —cuestiona Elsa, recogiendo los platos.

—Quiero llevar a Addy a almorzar en la ciudad para que conozca un poco de Quebec —Arturo se pone de pie y apoya sus manos en mis hombros, detrás de mí—. Por cierto, Charles, ¿me prestas el auto?

—Faltaba más, claro que sí —asiente—. Ya sabes dónde están las llaves.

—Gracias —Arturo me da un apretón en los hombros—. Ven, vamos. Es hora de prepararse.

—Tienen que abrigarse bien, niños —dice Elsa—. Hace demasiado frío.

—Lo haremos, gracias. Y gracias por el desayuno, abuela, estuvo delicioso —a Elsa se le cristalizaron los ojos cuando la llamé así, les sonreí a ambos y me puse de pie, tomando la mano de Arturo, dejándolo llevarme por el pasillo hacia el elevador—. Amo a tu abuela.

Él se ríe.

—Es fantástica, ¿eh?

—Es la mejor, me encanta —le sonrío.

—Bueno, tenemos toda la semana para que pases mucho tiempo con ella.

—Eso es genial.

Subimos a su habitación, y yo voy directamente a mi maleta, buscando algo que ponerme.

—Dios, amo a Molly —dije, sacando unos jeans negros, una camiseta blanca de mangas largas, unos botines negros con dos centímetros de tacón y una chaqueta gruesa y acolchada de color fucsia chillón—. Recuérdame decírselo cuando volvamos a casa.

—Anotado.

Arturo está detrás de mí, quitándose la ropa con lentitud, y una vez desnudo, se acerca a mí, rodeándome con sus brazos. Suelto una risita cuando me agarra por el trasero y empuja su cuerpo contra el mío. Su polla dura y gruesa se clava en mi estómago.

—Estaba pensando —baja la cabeza y me da un beso en el cuello.

—¿En qué?

—En que te echo de menos —arqueo el cuello para que tenga más acceso. Arrastra sus labios húmedos y tibios sobre mi piel, despertando cada punto sensible de mi cuerpo—. Dios, te deseo tanto.

Sus palabras y la succión que le dio a mi piel detrás de la oreja, me sacudió por completo y encendió una llama de deseo dentro de mí. Metí mis dedos en su espeso y suave cabello, tiré de su cabeza y apoyé mis labios contra los suyos. Su boca era ansiosa, rápida y deseosa de más. Solté un gemido cuando me apretó más contra su polla.

—Desnúdate —me ordenó con una mordida en mi labio inferior.

Se alejó solo unos centímetros para que pudiera hacerlo. Cumplí su orden rápidamente, me quité la ropa con total ansiedad. Me solté el cabello y me detuve desnuda y desesperada ante sus ojos.

—Eres hermosa. Devastadoramente hermosa —me besó unos instantes, trazando las puntas de sus dedos contra mis pezones erguidos. Hacía frío, pero el calor de su piel y el deseo en mi interior me impedían pensar en nada más. Arturo se alejó, y tomó mi mano—. Ven.

Me llevó rápidamente al baño, me soltó solo para acercarse a la ducha, deslizar a un lado la puerta corrediza de vidrio y abrir la llave del agua. Espero unos dos minutos hasta que el agua empezó a desprender un ligero vapor. Se giró hacia mí, desnudo, grande, alto, sexy, serio. Se me apretaron las entrañas.

—Te deseo —dijo con voz ronca, dando pasos lentos en mi dirección. Cuando estuvo a un respiro de distancia, sostuvo mi rostro con sus manos—. Te deseo, te ansío, te adoro...

—Te amo —termino por él, rodeando sus muñecas gruesas con mis manos—. Yo también te deseo. Tómame.

Soltó un gruñido de deseo y me besó con ardor. De puntas de pie frente a él, le insté:

—Date prisa.

Una cruda llama sexual brilló en sus ojos azules mientras me quitaba el cabello de los hombros.

—Eres la única mujer a la que he deseado con esta desesperación —gruñó, sujetándome por el trasero y levantándome, le rodeé la cintura con las piernas—. Debí saberlo desde la primera vez que te vi. Es imposible que pudiera desearte tanto —caminó hacia la ducha y me apoyó contra la pared, con el agua tibia cayendo sobre nosotros en una nube de humo. Puso la cabeza ancha de su polla en mi entrada, mientras me miraba a los ojos—. Eras la cosa más hermosa, sexy y tierna que haya visto en mi vida. Creo que te amo desde entonces —despiadadamente lento empujó su polla contra mí, y mi interior lo apretó con codicia—. Solo que no podía creerlo.

—¿Qué cosa? —me aferré a él y cerré los ojos momentáneamente.

—Que te amé desde el principio —entró más en mí, las puntas de sus dedos cavando en la piel de mis nalgas. Gemí y me quejé contra su boca por la pizca de dolor que me generaba su agarre despiadado—. Te amé, te amo y nada me impedirá amarte mañana —solté un grito ahogado cuando entró con fuerza, salió lentamente, y volvió a entrar con un golpe despiadado. Mis miembros internos se cerraron a su alrededor con fuerza, mis uñas arañando la piel de sus hombros musculosos—. Mi chica hermosa. Mi sol. Mi esposa.

Oh, mierda, si seguía decidiendo esas cosas, me vendría más rápido de lo esperado. Su posesión era tan brusca, tan dura, tan fuerte, que me sentía tan llena que pensé que explotaría en mil pedazos. Gemí y grité, él gruñó y gimió, sus dedos apretaron mis muslos con fuerza, mi trasero. Y, la punzada de dolor se mezcló con el placer, a tal punto que estaba gritando y gimiendo, y diciendo su nombre como una plegaria, mientras rogaba por más.

Con la boca dispuesta y ansiosa se movía contra la mía en un ataque sin piedad que sabía a posesión, lujuria y amor, siguió moviéndose profundamente y tan duro en un ritmo incesante. Sus oceánicos ojos azules fijos en los míos.

—Te amo —dije sin saber que más hacer. Podía gritar, gemir, clavarle las uñas en la espalda, apretándome internamente alrededor de él, pero estaba tan cegada por las sensaciones que realmente no podía pensar en nada más—. Te amo, te amo, te amo.

Él gimió en mi oído e inclinó las caderas, empujando duro contra mi punto G, y entonces vi estrellas.

—Oh, Dios, me voy a correr —apoyo mi frente contra la suya y cierro los ojos con fuerza—. Arturo...

—Lo sé, nena, lo sé —besó mis labios y aumentó el ritmo, empujando profundamente—. Córrete, amor. Vente por mí.

Y caí en un abismo sin fondo cuando embistió una dura estocada contra mí. Gemí, jadeé, tiré de su pelo y me dejé desvanecer contra él. Arturo soltó un gemido ronco en mi cuello y sentí su polla tener espasmos dentro de mí, y luego su explosión en mi interior.

Nos quedamos quietos por lo que pareció una eternidad, temblando, fue un gusto post coital que sentó de maravilla. Hasta que recordé...

—Mierda, tus abuelos —levanté la cabeza de la curva de su cuello y lo miré los ojos bien abiertos.

Él se echó a reír, besó mi cuello, mi mejilla y mi boca.

—Las habitaciones están insonorizadas, y mis abuelos están viejos —dijo a modo de explicación—. Se supone que los viejos son sordos.

—No te burles de tus abuelos —lo reprendo, pero no puedo borrar la sonrisa—. Pero aún así...

—No te preocupes, no escucharon nada. Estamos muy lejos de ellos —me dio un último beso, y salió de mí interior. Su venida corriendo por mis muslos, pero a ninguno le pareció importante. Mis piernas temblaron, por lo que me tambaleé suavemente hacia él. Me sostuvo contra su cuerpo y me alejó el cabello mojado de la frente—. ¿Estás bien?

Sonreí y asentí.

—Perfecta.

—Que bien —su hermosa sonrisa me hacía sentir mariposas en el estómago. Realmente se veía relajado, y supe que este merecido descanso valía toda la pena del mundo—. Entonces, ¿qué opinas de una cita conmigo en la ciudad?

Casi di un saltito de la emoción.

—Me encantaría.

²⁵) Basset Hound: raza de perro.

*********

HOLAAAA, gente. ¿Cómo están?

Perdón con la demora, estoy en procesos de terminar mis practicas laborales y si tengo suerte podré graduarme en diciembre. Estoy escribiendo la recta final de la historia y eso también me tiene ocupada. Pronto vendré con más sorpresas.

LOS AMO. x

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