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64. Elsa y Charles King.

«Nadie puede hacer por los niños pequeños lo que hacen los abuelos. Los abuelos sueltan polvo de estrellas sobre la vida de los niños pequeños».

Alex Haley.

Septiembre, 2020

📍 Quebec, Canadá.

Seguirle el ritmo a Arturo es abrumador, sobre todo viendo que dispone de todos y de todo. Él solo tiene que dar una breve orden y todos corren para complacerlo. Ahora mismo, me doy cuenta que mi esposo tiene más poder del que creía.

—Cuando lleguemos a nuestro destino, quiero el Jet disponible para cuando tengamos que regresar —dijo amablemente a nuestro piloto.

—Sí, señor.

Así mismo, todos a bordo siguieron sus instrucciones. Desde llevarnos un breve pero sustancioso desayuno, hasta tener todo listo para nuestro aterrizaje. Debíamos pasar nueve horas de vuelo hasta nuestro destino. Habíamos hecho las maletas ayer por la noche y subimos al Jet a eso de las cinco de la mañana.

—Entonces —me estiré en mi asiento, con un poco de sueño—, ¿no me dirás a donde vamos?

—No —Arturo tomó una manta y la puso sobre mi regazo—. Ya te dije que es una sorpresa, así que ya basta de preguntar —se inclinó y me dio un beso en los labios—. ¿Tienes mucho sueño?

—Un poco —lo dejé cubrirme con la manta hasta la barbilla después de reclinar mi asiento.

—¿Estás llena?

—El desayuno estuvo bien. Gracias.

—Vale —me besó la frente—. Duerme un poco, te despertaré después.

—¿Qué harás tú? —bostecé y se me cerraban los ojos.

—Revisaré una correos de trabajo, nada serio. Kaiser me hará compañía.

Kaiser estaba dormitando en uno de los asientos acolchados. Arturo se había encargado de hablar con el veterinario sobre los vuelos y la salud de nuestro perro. El doctor dijo que estaba bien, siempre que él no mostrase signos de fatiga o algo por el estilo. Hasta ahora, se ha portado muy bien.

—De acuerdo —le sonreí, viéndolo agarrar su MacBook y empezando a teclear—. Te veo luego.

—Te veo luego.

🎨🎨🎨🎨🎨

Me desperté lo que pareció una eternidad después, con un roce en mi frente y una voz melodiosa y susurrante en mi oído.

—Despierta, Bella Durmiente —un beso es dejado en mi frente y otro en mi mejilla, seguido de muchos más en mis labios—. Has estado durmiendo mucho.

—Mmh —me removí en el asiento, sintiéndome calentita bajo la manta. Abrí los ojos y vi a mi hermoso esposo a mi lado—. Hola.

—Hola, nena —besa mi mejilla—. ¿Estás bien?

Frunzo el ceño al no entender su pregunta.

—Sí, ¿por qué?

—Estuviste muy inquieta —me acaricia la mejilla. Arrugo la nariz, sin comprenderlo del todo—. Te has despertado varias veces.

—¿De verdad?

—Sí —me alisa el pelo fuera de la cara—. ¿No lo recuerdas?

—No —me enderezo en el asiento y me estiro. Mi camiseta se sube y Arturo la baja, manteniéndola en su lugar—. Siento que dormí horas.

—Has estado inquieta las últimas semanas —me acaricia la mejilla y me mira con preocupación—. Te despiertas mucho por las noches.

Mierda. Entonces sí lo nota. Creí que cuando mis terrores nocturnos me despertaban, él estaba dormido y no se daba cuenta.

Bajo la mirada, envolviendo la mata lejos de mi cuerpo. La dejo a mi lado en el asiento y suelto un suspiro.

—Solo me preocupa —carraspeo—, ya sabes, que la policía no haya encontrado nada todavía.

—No quiero que te preocupes —dice en tono autoritario pero suave—. ¿Has tenido pesadillas?

—Sí, pero no me acuerdo de ninguna —miento en parte, porque realmente no quiero hablar de eso en voz alta—. Pero no puedo evitarlo.

—Sí puedes —rodea mi cuerpo con su brazo—. Entiendo que puede ser duro, y esto de no saber también se torna tedioso para mí, pero quiero dejarlo todo en Los Ángeles. Quiero que te relajes y disfrutes conmigo de nuestra improvisada luna de miel. Aquí no hay peligro. Solo tú y yo. ¿Puedes hacer eso por mí?

En sus ojos azules veo que de verdad es lo que quiere. Una súplica silenciosa que me llega directo a mi corazón.

—Lo haré —presiono mi cara contra su cuello y lo respiro—. Lo intentaré.

—Bien —me besa en la cabeza.

—¿Es por eso que no trajimos a nadie con nosotros? ¿Por qué no corremos peligro?

Asiente y apoya otro beso en la cima de mi cabeza.

—Aquí estamos a salvo.

—¿Y dónde es aquí? —inquiero por millonésima vez.

—Ya lo verás —me sonríe y me besa en los labios—. ¿Tienes hambre o puedes aguantar el aterrizaje?

—Puedo aguantar —digo.

—Vale. Ponte el cinturón, ya casi vamos a aterrizar.

Hago lo que me dice, un poco ansiosa cuando veo una emoción diferente en sus ojos. De verdad está muy feliz, y es algo que me hace feliz a mí también, sin embargo, me gustaría saber por qué está así de entusiasmado. Veinte minutos después, estamos tocando tierra. El aterrizaje fue suave y casi no lo sentimos, lo cual agradecí muchísimo.

—Que emoción —dije con una sonrisa.

—Te encantará —asegura—. Ven, ya se encargarán de llevar nuestras maletas al auto.

No pregunté a qué auto y tampoco quién llevaría nuestras dos últimas maletas. Lo seguí y tomé su mano luego de verlo tomar a Kaiser y cargarlo bajo su brazo. Él estaba contento de ir con Arturo, porque movía la cola sin parar. La auxiliar de vuelo sonrió de pie junto a la puerta del Jet ya abierta.

—El hangar del YQB²¹ está despejado, señor King.

—Gracias —Arturo sonrió y salió primero, después me miró y me instó a salir también—. Ya estamos aquí.

—Eso veo.

Entonces salí y el gélido aire de la noche me golpeó.

—¡Madre de Dios! —chillé ante el frío—. ¿Dónde estamos?

—Bienvenida a Quebec, Señora King —me rodeó con su mano libre y me besó la mejilla.

—¡Estamos en Canadá! —exclamé con asombro. Miré a mi alrededor, el hangar del aeropuerto estaba desierto, salvo por dos camionetas Toyota estacionadas a unos metros. Sin embargo, a lo lejos, podía ver luces y algo de... ¿Nieve? ¡Nieve! —. Esta oscuro.

—Es tarde, son las nueve treinta de la noche —me dice, dándome otro beso en la mejilla—. Sorpresa.

Lo miré y le sonreí. Le di un beso la mejilla.

—Gracias, que emoción.

—Y no has visto nada —me besó la sien—. Ven, hace frío y no quiero que te congeles.

Bajamos las escaleras del Jet y vi que un hombre bajaba de una de las camionetas, luego un par de hombres bajaron de la otra. El primero se nos acercó, era alto, quizás de unos cincuenta y tantos o sesenta y pocos años, de cabello negro corto y algo encrespado, pálido como un vampiro pero con ojos marrones amables. Iba vestido con pantalones negros de vestir, jersey negro y una chaqueta de cuero y piel marrón oscuro.

Garçon, Arturo, comme c'est bon de te voir²² —dijo con voz cantaría en un francés muy refinado.

Arturo me soltó para darle un rápido abrazo al hombre, sonriendo de oreja a oreja.

Salut, Albert, je dis la même chose²³ —dijo mi esposo en el mismo idioma, con su voz sonando más varonil, ronca y sexy de lo normal. Se acercó de nuevo a mí y me rodeó con su brazo—. Albert, esta es mi esposa, Adelinne Lewis-King. Cariño, este es Albert.

Sonreí con timidez, pero le ofrecí la mano.

—Es un placer —digo.

—Oh, el placer es todo mío, señora King —me aprieta la mano con amabilidad y me suelta—. Los muchachos buscarán las maletas, ustedes pueden ir subiendo a la camioneta. Hace mucho frío. La nieve nos tomó desprevenidos, no es común una tormenta así en esta época del año.

—Me lo imaginaba —dijo Arturo con una sonrisa, me frotó el brazo cuando empecé a temblar un poco—. Ven, amor, no quiero que cojas frío.

Me llevó a una de las camionetas y ambos subimos a la parte de atrás. Me puso a Kaiser en el regazo, quién no tardó en pegar su nariz a la ventana para ver todo.

Yo estaba sorprendida, aún no podía creer el todo que estuviéramos aquí.

—Dios, que frío hace —dije en voz baja, viendo cómo dos tipos vestidos de jeans, franelas gruesas y abrigos de piel bajan cuatro maletas y las meten en la cajuela de la otra camioneta—. ¿Por qué hay tantas maletas?

—Porque nos quedaremos una semana —me sonrió—. Molly se encargó de la tuya, así que tienes todo lo necesario.

Se me apretó el corazón. Él pensaba en todo, pero bueno, había tenido varias semanas para organizarlo todo.

—¿Por qué Canadá? —pregunté con curiosidad, viendo a Albert rodear la camioneta.

—Porque quiero matar dos pájaros de un solo tiro —me quitó un mechón de la frente—. Y porque dijiste que siempre habías querido una luna de miel en la nieve.

Entonces lo entendí. Recordé aquel día en su casa...

—Pero quiero saber qué quieres. Quiero saber qué deseaba la adolescente rebelde y dulce que eras —dijo mientras me abrazaba—. Dímelo.

—¿Lo que deseaba de adolescente? —me reí.

—Sí, quiero.

—Deseaba lo que veía en las películas —susurré—. Deseaba la propuesta de matrimonio en París, la boda nocturna en la playa, la luna de miel en la nieve. Deseaba los bebés, el caos de una casa llena de niños correteando por todos lados. Deseo todo lo que quiere una chica, Arturo, ser feliz.

La resolución pasó ante mis ojos y entonces lo miré con asombro. Él se echó a reír y se inclinó para ponerme el cinturón de seguridad.

—Dije que haría todos tus sueños realidad, mi amor. Pienso cumplir cada uno de ellos —me besó—. Todo lo que mi chica quiera, mi chica lo consigue.

Tuve que morderme el labio inferior para no sollozar. Le sonreí y le acaricié la mejilla antes de besar sus labios.

—Te amo.

—Yo te amo a ti.

Había hecho todo eso... por mí. Porque era mi sueño. Me propuso matrimonio en París, me dio una boda nocturna en la playa y una luna de miel en la nieve. Dios mío, no sé que hice para merecer a este hombre, pero haré todo lo posible para ser digna de él.

—No puedo creerlo —me reí, viendo cómo Albert ponía la camioneta en marcha—. ¿Cómo es qué hiciste todo esto?

—Todo por ti —me acarició el cuello con los dedos—. Ya te lo dije: pondré el mundo entero a tus pies. Quiero que seas feliz.

—Tú me haces feliz —agarré su mano izquierda y la llevé a mis labios. Besé su anillo de matrimonio y sonreí, parpadeando para no llorar—. No sabes cuánto.

—Lo que sí sé es cuánto me haces feliz tú a mí —tiró de mi mano y besó mis nudillos—. ¿Contenta?

Enamorada —le guiñé un ojo.

—Que bueno.

Cuando la camioneta salió del aeropuerto, nos adentramos a un mundo de ensueño. A medida que avanzamos, me maravillo con una Quebec oscura, pero levemente brillante por las luces de las casas y edificios, las calles empedradas y las paredes de ladrillo rojo, beige y naranja. Pero la nieve, oh, maldición, era hermoso. Mi corazón saltaba de alegría en mi pecho y por poco no me pongo a llorar de la emoción.

Todo es tan increíble, hasta que recuerdo un detalle y caigo en cuenta de lo que pasa realmente.

—Ay, mierda, tus abuelos viven aquí —me giro hacia Arturo para mirarlo con los ojos bien abiertos. Él me da una mirada condescendiente y muy obvia—. ¡Arturo! ¿Por qué no me dijiste?

—Quería que los conocieras, nos quedaremos con ellos esta semana —me dice—. Dos pájaros de un solo tiro.

—¡Pero no puedo conocer a tus abuelos así! No estoy preparada —me entró el pánico—. ¿Qué les diré? ¿Cómo me presento? ¡Ni siquiera sé cómo son! ¡Mírame! —me vi desde arriba a mí misma—. Parezco una loca.

Arturo se ríe, toma mi mano y besa mi palma.

—No pareces loca, estás hermosa.

—¡Ay, sí, tú!

Llevo una camiseta de mangas largas con rayas blancas y negras, unos jeans azul oscuro y unas Converse negras. Parecía más una universitaria que la esposa de Arturo King. No tenía ni maquillaje. Y ni hablar de mi cabello. Seguramente tenía un aspecto poco agradable a la vista.

—No pareces una loca —dijo en tono calmado—. No te van a preguntar tu tipo de sangre o de que tribu provienes, y no se fijarán en tu ropa porque estarán encantados con lo hermosa e inteligente que eres. Te amarán porque yo te amo. Así de sencillo.

Sonreí cuando me acarició la mejilla con el pulgar.

—Parece tan simple.

—Lo es. Solo tienes que relajarte y ser tú misma. Me enamoré de ti así, ellos harán lo mismo, ya verás.

Eso me calentó el corazón y me hizo sentir mejor.

—De acuerdo.

Nos sonreímos y luego Arturo le preguntó a Albert como estaba todo por casa. Yo, mientras tanto, los ignoré porque estaba pensando en sus abuelos. ¿Serían amables? ¿Tendrían esa amabilidad innata y silenciosa que tiene su nieto? ¿Serán estirados como esos típicos millonarios? Solo esperaba poder agradarles así sea un poco, por el bien de Arturo.

Unos quince minutos más tarde recorrimos una autopista interminable que estaba rodeada de árboles, que ascendía a lo que parecía una montaña, pero después la camioneta se desvió hacia la derecha y siguió un largo camino hasta que un letrero que decía «propiedad privada» nos recibió. Cinco minutos después, una enorme reja de metal se abrió para nosotros y mi boca cayó abierta por segunda vez en el día.

Si creía que la casa de Arturo era grande, la casa de sus abuelos era completamente descomunal. Una mansión enorme con una fachada empedrada con ladrillos rojizos y silueta de castillo antiguo. Unos metros a la izquierda de la mansión, dos casas más pequeñas, pero grandes de todos modos, completaban la propiedad. Eso y la casita de la piscina y lo que creo es el garaje, que era estilo casa también. No esperaba tal magnitud, lo admito.

La casa estaba iluminada con luces tenues que sobresalían por los ventanales y alumbraban el camino.

Las camionetas se detienen y Arturo me quita a Kaiser para cargarlo él.

—Ven —ambos bajamos el auto y me toma la mano—. ¿Qué tal?

Desde afuera del auto es enorme, y debo admitir que se ve preciosa la casa con nieve.

—Es gigantesca —murmuro—. A los King les gustan las casas enormes.

—Viene de familia —se encoje de hombros y me hace caminar hacia la casa.

Mis Converse se hunden en el césped natural cubierto de nieve y el frío me hace añicos los huesos, pero apenas entramos a la enorme casa, el calor se vuelve reconfortante. El olor a madera, pino y cuero me golpea la nariz. También hay algo picante en el aire, como fuego y aromatizante de limón.

La casa es todo color marrón amaderado, techos altos y pisos de madera clara. Detalles en marrón, beige, rojo y blanco. Muebles de cuero, sillas de madera y adornos dorados. Candelabros de cristal dorados y luces led amarillas. Es hermoso por donde sea que mires.

—¡Oh, Charles! Ya llegaron. ¡Ven aquí ahora mismo! —se oye una voz melodiosa y fina proveniente de algún lugar.

—Ya voy, mujer. Cada día me hago más viejo, recuerda —dice una voz más fuerte y varonil—. Además, los chicos han venido desde muy lejos, no irán a ninguna parte.

De pronto, de un pasillo aparecen lo que yo diría que serían Angelina Jolie y Brad Pitt si envejecieran juntos. Elsa y Charles King son eso. Un ensueño de película. Elsa es una mujer de un metro sesenta, esbelta y en buena forma, cabello castaño oscuro corto a la altura del mentón, ojos azules y una sonrisa que grita «mamá genial» por todas partes. Va vestida con pantalones chinos negros, una camisa blanca de manga campana y sandalias doradas bajas, y tiene anillos y collares de oro por todos lados. Mientras que Charles es exactamente como Arturo se verá en más o menos treinta años, todo ojos azules, nariz perfilada y sonrisa brillante y serena, todo alto y atlético, de hombros anchos y presencia imponente. Va vestido con pantalones marrón oscuro de vestir y un jersey beige y zapatos bien lustrados. Son esa clase de pareja mayor de Hollywood en su mejor momento.

—Oh, mi niño, has vuelto a casa —solloza Elsa, prácticamente lanzándose hacia su nieto.

Lo abraza con tanta fuerza que Arturo suelta mi mano para devolverle el gesto. De refilón veo como Arturo cierra los ojos y se deja ir contra ella. En su expresión veo nostalgia, alegría y un poco de arrepentimiento. Pero cuando se separan, y él mira a su abuela, le sonríe con tanto amor que me duele el corazón.

—Mi niño hermoso —dice ella con la voz rota por la emoción.

—Hola, abuela —él la besa en la mejilla.

—Ya, ya —se queja Charles—. Déjame ver a mi nieto.

Elsa se separa para dejar pasar a su marido, que rodea a Arturo con sus brazos y lo aprieta con fuerza en ese típico abrazo masculino lleno de palmadas en la espalda y apretones de hombro.

—Que bueno verte, muchacho.

—También es bueno verte, viejo —se ríe, y se aleja para bajar a Kaiser, que seguía bajo su brazo—. Dejen que les presente a mi esposa —me mira y yo me sonrojo, siendo de repente el centro de atención. Me rodea con su brazo y me estrecha a su costado, lo que me hace sentir menos cohibida—. Abuelo, abuela, esta es Adelinne, mi mujer.

—¡Pero que hermosa es! —Elsa prácticamente me arranca de los brazos de su nieto para abrazarme. Su cuerpo es bastante fuerte y atlético para mí sorpresa, y huele a caramelo de cereza—. Qué gusto conocerte al fin, querida. Hemos oído mucho de ti estos últimos meses. Nos estábamos volviendo locos de lo mucho que queríamos conocerte.

—Es un placer, aunque creemos que ya te conocemos a la perfección —dice Charles, dándome un rápido abrazo de costado y un beso en la mejilla—. Rose y Arturo han hablado muy bien de ti.

Sonrío y me río, sintiendo mi cara roja por la vergüenza.

—Yo también he oído mucho de ustedes y definitivamente también es un gusto conocerlos, señor y señora King.

—¡Oh, no! Nada de eso —se queja Elsa—. Somos abuela y abuelo, así mismo. Eres de la familia ahora.

Me reí sin poder evitarlo, sintiéndome mejor de inmediato. La tensión se va de mi cuerpo casi por arte de magia.

—Deben estar exhaustos —dice Charles—. Pueden ir a refrescarse.

—¿Tienen hambre? —pregunta Elsa con verdadero interés.

—No hemos cenado —responde Arturo por mí, entrelazando nuestros dedos.

—Nosotros tampoco —Charles rodea a su esposa con su brazo—. Los estábamos esperando para cenar todos juntos.

—Tu Ala de la casa está lista para ustedes, suban a refrescarse y bajen cuando estén listos para cenar —Elsa nos sonríe—. Tu habitación, cariño.

—Gracias, abuela —Arturo le sonríe una vez más y me aprieta la mano—. ¿Puedes cuidar a Kaiser mientras subimos?

—Por supuesto que sí, mira qué lindo eres —Kaiser mira a Elsa y se pone a dar saltitos de emoción.

No hace falta sentarse a ver si se siente cómodo o no.

—Vamos.

Arturo tira de mí y me lleva con él por un largo y amplio pasillo.

—Dios, esto es enorme —murmuro, mientras cruzamos hacia la derecha por otro pasillo—. ¿Cuántos pisos tiene?

—Cuatro pisos, diez habitaciones, nueve baños, piscina en el jardín delantero, piscina infinita en el cuarto piso, sala de cine, un despacho para reuniones, un salón de eventos, jacuzzi, los balcones y dos Alas habitables —me mira por encima de su hombro y me sonríe—. Tenemos una Ala exclusivamente para nosotros. Ah, y debemos subir en el elevador. Estás cansada, no quiero que te agotes subiendo la escalera.

—Por supuesto, hay ascensor —nos reímos.

El ascensor está detrás de una puerta ligera, subimos y a pesar de la apariencia medieval de la casa, la máquina es último modelo. Cuando llegamos al tercer piso, salimos a otro pasillo que tiene amplitud de izquierda a derecha, pero nosotros vamos hacia la derecha. Caminamos un pequeño tramo hacia una habitación que Arturo abre y me deja entrar primero.

La habitación es todo posada de película navideña. Una cama matrimonial gigantesca, chimenea, balcón, luces tenues, un escritorio, muebles de cuero y cojines y alfombras mullidas.

—Es hermosa, me encanta —le sonrío a mi esposo cuando cierra la puerta.

—Me alegra que te guste —se acerca y me rodea con sus brazos. Lo dejo abrazarme, le paso los brazos por el cuello y apoyo mi mejilla en su cálido hombro—. ¿Viste que no tenías que preocuparte? Te adoran.

—Son increíbles —me río con nerviosismo—. Tenías razón.

Levanto la cabeza para mirarlo, tiene una sonrisa pegada a sus labios.

—Eres el mejor esposo que una mujer podría desear.

—Bueno, señora King —acaricia mi nariz con la suya—. Quiero ser lo mejor para usted.

—Lo eres —lo beso castamente—. Lo fuiste, lo eres y siempre lo serás.

²¹) YQB: Aeropuerto internacional Jean-Lesage de Quebec.
²²) Garçon, Arturo, comme c'est bon de te voir: 'Chico, Arturo, que bueno verte' en francés.
²³) Salut, Albert, je dis la même chose: 'Hola, Albert, lo mismo digo.

*****

¡Arturo es el mejor!

*llora en colombiano*

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